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La educación sexual tiene entre otros objetivos brindar información correcta para ayudar a niños,
adolescentes y adultos a protegerse a sí mismos de abusos sexuales. Y en el caso de personas con sus
facultades cognitivas disminuidas, este objetivo es fundamental desarrollarlo en cualquier plan de
educación sexual que vaya a impartirse.
Educar en sexualidad es favorecer que un niño o una niña tengan una vivencia
libre, sana, creativa y placentera de su cuerpo, de sus relaciones, de sus afectos.
Para ello, es necesario que la violencia no forme parte de su forma de vivir y sentir
la sexualidad. Ahora bien, poner el acento en la violencia, en lugar de en la
sexualidad misma, es hacer que dejen de interesarse por lo bueno y afectivo que
rodea a la sexualidad, porque de algún modo sienten que algo profundo, complejo y maravilloso se
reduce a peligro, miedo y prevención. Esto no significa que no haya que abordar la violencia sexual. Es
algo que existe y que está ahí. Niñas y niños tienen que aprender a preservar sus vidas de ella. Pero
para ello es fundamental tener referentes que les permitan sentir y experimentar el gusto de vivir el
cuerpo, las relaciones, los afectos, sin violencia y con placer.
Entonces, “hablar sobre prevención de abuso sexual” se torna un tema complejo. Debemos trasmitir
que la sexualidad se puede vivir plenamente, aunque “tiene sus riesgos si no sabemos de algunas
cuestiones”. Riesgos que van desde contagio de enfermedades de trasmisión sexual, embarazos no
deseados hasta los abusos sexuales.
Para comenzar a hablar de abuso debemos tener en claro que el abuso es una forma más de violencia.
Y actualmente asistimos casi a diario a diferentes episodios de violencia en nuestra sociedad.
Un niño que levanta la pollera a una niña, un niño/a que acosa a una/o niña/o de forma sistemática,
una niña que siente que es normal que su novio la controle porque es su forma de expresar que la
quiere, dos niños que se burlan de otro que es sensible y dulce, una niña que margina a otra que es
gordita, cuatro niños que ocupan todo el patio del recreo dejando sin espacio a las niñas, un niño que
dice que prefiere una prostituta a cualquier niña de su clase, son niños y niñas que, bien como víctimas
o como verdugos, han interiorizado la violencia como algo normal. La violencia sexual. Es algo que
existe y que está ahí. Niñas y niños tienen que aprender a preservar sus vidas de ella. Los jóvenes con
déficit cognitivo tienen más probabilidades de sufrir un abuso sexual. Están expuestos a mayores
condiciones de riesgo, tanto en su integridad física como mental, tanto en el ámbito familiar como en
su entorno social cotidiano.
Cuando se desata la violencia, no es fácil actuar sin quedar atrapado emocionalmente. Por eso es
fundamental trabajar antes de que estas situaciones ocurran para prevenirlas. Esta tarea permite no
sólo prevenir agresiones, sino también crear un ambiente en el que cuando éstas ocurran, no sean
percibidas como actitudes lógicas, normales o incluso divertidas, sino como lo que realmente son. Y lo
que nos tiene que interesar más es educar en la no violencia, ofreciendo recursos para conocer,
reflexionar, confrontar y elegir modelos de referencia para el crecimiento, modelos que favorezcan la
participación y la acción positiva y no violenta.
Los adultos a cargo debemos mostrar una actitud crítica ante situaciones o mensajes orales o escritos
en los que se produzca cualquier tipo de violencia relacionada con el sexo. Y promover el diálogo
crítico y creativo con la realidad que permita elaborar normas y proyectos contextualizados, con las
familias, los docentes y profesionales.
Una dificultad al momento de preguntar a la víctima con discapacidad mental es que muchas veces su
declaración es puesta en duda, sobre todo si desmiente lo revelado inicialmente, como ocurre muchas
veces, ya sea por miedo, temor familiar o poca experiencia del entrevistador. Sin embargo, ciertas
características presentes en el relato nos orientan acerca de la veracidad del mismo. En estos casos,
durante el relato se suele describir la anatomía o fisiología sexual mostrando un conocimiento no
acorde a su nivel madurativo y a sus conocimientos de cuestiones fisiológicas, detallando eventos
como el coito, la eyaculación, etc. Además, durante el relato demuestra un grado de emoción (en
general, miedo) al relatar o actitudes de retraimiento o vergüenza. Para evitarlo es fundamental tener
referentes que les permitan sentir y experimentar el gusto de vivir el cuerpo, las relaciones, los afectos
sin violencia y con placer, y saber aspectos de la sexualidad humana.
Abordar el tema del abuso no es nada sencillo. Hablar de ello resulta difícil. Y callar y guardar silencio
hace que el agresor reciba un mensaje de consentimiento que interpreta como aprobación, lo que
afianza su actitud y lo invita a continuarla o incluso incrementarla. El abuso sexual es un problema
muy extendido. A pesar de ello, hay mucha reticencia a hablar del tema con niños y adolescentes con
capacidades mentales diferentes, ya que en general se piensa que no podrán comprender información
al respecto y es importante brindar información y generar un espacio para que puedan aprender a
hablar del tema y pedir ayuda, si es necesario.
Actividad propuesta
El abuso sexual puede prevenirse o detenerse. El principal objetivo es lograr que los niños/as
adquieran seguridad y autoestima; esto los hará menos propensos al abuso sexual.
Educarlos en el respeto por el cuerpo. Enseñar a reconocer los diferentes tipos de caricias. Aprender a
decir “no”. Enseñarles que hay secretos que no pueden quedar como secretos, por ej.: que alguien
quiera acariciar sus partes íntimas. Deben saber que hay personas que lo aman y lo protegen. Es
importante decirles una y otra vez que si alguien quiere usar su cuerpo de una manera que no les
gusta o les incomoda, salgan de esa relación lo antes que puedan, pidan ayuda y, si es posible, no lo
permitan. Asimismo, tienen que tener claro que, si les ocurre algo así, no son culpables de nada. Es la
persona que invade o usa sus cuerpos quien tiene la responsabilidad de lo ocurrido.
María Marta
Castro Martín*