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1.

LA CÁRCEL DE LOS HOMBRES


La cárcel: realidad olvidada.
Escuchar la palabra cárcel evoca en nosotros resonancias negativas, ante las cuales, habitual-
mente, tratamos de generar actitudes de distancia, abulia y olvido... Somos propensos a pensar
que es una realidad que no nos concierne pues la cárcel es un espacio para los malos y dege-
nerados de nuestro entorno social... pero ¿qué hay detrás de la cárcel y sus muros? ¿Quiénes
habitan esos lugares tan apartados de nuestro entorno social?

A continuación te presentamos una serie de frases que, casi con toda seguridad, hemos escu-
chado o dicho alguna vez, para expresar nuestra opinión sobre esta realidad. Subraya aquellas
que crees expresan la opinión popular y con las que tú más te identificas:
• No necesitamos a gente que no siga la ley
• A palos se aprende
• Yo también lo paso mal y no tengo que robar
• Pero si la cárcel no sirve para nada, más dura tenía que ser
• A mí, que se reinserten o que hagan lo que quieran, pero a mí que no me vengan a pe-
dir trabajo que no se lo voy a dar.
• Tenían que estar encerrados ya desde pequeños
• Yo si quieres rezo por ellos, pero no me pidas que les ayude
• Yo les perdono, pero como me hagan algo a mi o a los míos, que se preparen
• Que bien vendría el ojo por ojo
• Pero si tienen hasta canal+ y ordenador en cada celda
• Cumplimiento total de la pena, ¡ya!
• Viven como en un hotel, no se de que se quejan
• Total, sin entran y salen a los dos días
• Pero se les dan de comer y de dormir y encima protestan
• Mal no estarán si cuando salen la vuelven a liar para volver a entrar
• Se lo tienen merecido
• El que la hace la paga
• Mejor están allí que en la calle
• Pero si son escoria, solo hay drogadictos, emigrantes y gitanos
• A los violadores y etarras habría que matarlos
• El 88% de la población española esta a favor de la nueva ley de seguridad
• El 48% de los españoles, no acepta la reinserción social de los presos
• Si la cárcel es una escuela de delincuentes, entran sabiendo robar un coche y salen sa-
biendo robar un concesionario entero.
• Van y aun se quejan, y eso que no hay cadena perpetua
• Mejor están allí dentro que pasando hambre y tirados en la calle
• Bueno pero si están en la cárcel será por algo
• Más lejos de la ciudad tendrían que poner la cárcel; y con unos muros el doble de
grandes
• A picar piedra les ponía yo, no tanto estar tirados en el patio.
• La justicia esta muy mal, tienen muchos años de condena y no cumplen ni la mitad
• Los emigrantes sin papeles a la cárcel o fuera del país.
• Los drogadictos no se curan nunca, para que perder tiempo y dinero con ellos.
• Te roban la cartera por la calle y nadie hace nada, si les pillase.
• Después de liarla van y piden una segunda oportunidad ¡que lo hubiesen pensado an-
tes!
• Ya no se puede estar seguro por las calles, y mucho menos por la noche, no se donde
vamos a ir a parar.

Si nos hemos visto reflejados en alguna de estas frases, tendremos que recapacitar y reflexio-
nar ya que a menudo es muy fácil ceder a la tentación de “lanzar la primera piedra” sin parar-
nos a pensar el daño que podemos hacer con estas frases diciéndolas o aceptándolas como
propias. Son frases que sepultan a la persona privada de libertad, y con ellas les juzgamos, sin
dejarles alternativa a una segunda oportunidad, y entonces.... ¡atrévete a poner título al texto
siguiente!
No es un lugar inactivo e inmóvil, sino que está constituido por una serie de acciones sin es-
peranza y por tanto inacabablemente repetidas y estériles. Sus habitantes reiteran gestos sobre
cuya eficacia no se hacen ilusiones, gestos intransitivos que jamás consiguen definitivamente
lo que pretenden, cuyo único logro cierto, y en ello estriba precisamente la condena, es identi-
ficar para siempre al ejecutante con la acción que cometió y que ahora les agota por completo.

1.1. El preso: persona privada de libertad

Alguna vez has pensado lo que pasa por la cabeza de una persona que es detenida, enjuiciada,
sentenciada y condenada: ¿cuáles serán sus pensamientos? Y su corazón ¿cómo latirá? ¿Cuá-
les serán sus sentimientos, emociones, afectos...? Y en sus manos ¿con qué se encuentra?
¿Qué será capaz de hacer? ¿Le valdrán sus habilidades para afrontar esta nueva situación...? Y
sus pasos ¿hacia dónde se dirigirán? ¿Podrá plantearse nuevas metas? ¿Cuáles serán sus ini-
ciativas?....
¿Cuál es nuestra postura ante la persona privada de libertad? ¿Qué pasa por nuestra cabeza?
¿Cuáles son nuestras ideas y razonamientos? Y por nuestro corazón ¿cuáles son nuestros sen-
timientos y emociones? Y nuestras manos ¿hacia dónde se dirigen? Y nuestros pies ¿hacia
donde nos conducen?
La persona privada de libertad es una persona pobre y en proceso de depauperación: ello su-
pone una disminución que conlleva:
Un caer: arrumbarse, desplomarse, venirse abajo, precipitarse sin firmeza, desequilibrarse,
tornarse inestable e inseguro. Caer es descender, bajar a otro plano, ponerse más bajo, en si-
tuación de inferioridad psicológica, en situación de doblegado.

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No moverse: permanecer indefenso, extraño a un mundo móvil y cambiante que va dejando
atrás a uno sin darse cuenta.

Depender de los demás: quedar a expensas suyas, ver cómo los otros deciden y no contar
para nada, ver cómo los otros se agigantan comparativamente contigo y sentirse pequeño,
indefenso, a merced de...

Entrar en la fría soledad: vivir el sentimiento profundo del abandono, del olvido ajeno, del
desaparecer de la historia. Ingresar en la cárcel supone dejar de pertenecer al mismo grupo
humano que ahora te recluye; se vive una especie de excomunión y excomunicación, agrava-
da porque la entrada en un centro penitenciario conlleva la pérdida del rango profesional o
socioeconómico, lo cual trae consigo un fuerte "disvalor" añadido, sobre todo para quienes
habían medido su propia estatura por el lugar que venían ocupando en el mundo, con la subsi-
guiente pérdida de identidad.

Desarraigo social y personal: la salida de la propia casa, del status propio, engendra soledad
y la cárcel se sufre y soporta como lugar frío, agobiante, ecoalgéxico, como depósito receptor
de detritus sociales, como ámbito donde están todos los paralizados y aquinéticos, todos los
retirados de la circulación, todos los extraños al mundo móvil que los vivos nos hemos crea-
do. El ámbito social es una invitación continúa a moverse, a consumir, a ir de acá para allá en
un derroche de posibilidades que generalmente nadie ofrece por ninguna parte.

Sentirse extraño incluso para uno mismo: para el propio cuerpo, para la propia mente, tener
la sensación de una especie de desdoblamiento. Se produce un autoextrañamiento respecto de
uno mismo: espeluzna la propia desidentificación, la forma en el que el no-yo avanza y se
apodera del antiguo yo. Una cierta incredulidad se asocia a todo padecer: no puede creérselo:
ayer estaban tan bien y hoy... Ello provoca una cierta tendencia a la fijación en el ayer para
evitar el hoy: tendencia a meter la cabeza debajo del ala como única manera de luchar contra
la agresividad deteriorante del momento. Todo ello aderezado con una sensación de impoten-
cia, recelo respecto de las propias posibilidades de futuro, y miedo a lo peor.

Romper con el pasado en medio del estupor de lo que apenas puede ser creíble que le pueda
estar ocurriendo a uno. ¿Qué he hecho yo? ¿Por qué a mí?

Sufrir dolor, desazón, irritación, hipersensibilidad, sentimiento de reproche contra los demás
y contra uno mismo: nadie le comprende ahora, los demás le han abandonado, precisamente
ahora cuando más los necesita; esta ausencia se hace más dolorosa al percibir que se depende
de los otros, que la autonomía propia está súper limitada; se está a expensas de los demás y se
está a la fuerza, aunque no guste, aunque no se quiera. Todo ello conlleva resentimiento,
humillación en el imaginario psicológico del caquéctico.

Sentimiento de culpa: ¿qué habré hecho yo para merecer esto? ¿Por qué precisamente a mí?
¿Por qué a los otros no, si yo lo tenía todo tan claro y bien marcado a pesar de esa espúrea
intención subjetiva? ¿No son los otros más culpables que yo? La poli neurosis de culpabili-
dad, alimentada en la mayoría de los casos por una baja autoestima, pueden ser un anteceden-
te o un consecuente de entrar en el mundo de la delincuencia y, como es lógico, esa situación
conduce a la irritación e hipersensibilidad, llevando a la persona privada de libertad a un sin-
fín de demandas difíciles de satisfacer.
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1.1.1. Algunos testimonios:

“Quien inventó este lugar se olvidó de los sentimientos, del amor, del aire y de su madre. No
hablo de los motivos que me han traído a este lugar; tan sólo intento hacer ver que se debería
buscar otra solución. Si estuviese sólo en el mundo, sin padres, mujer e hijos, no sufriría tan-
to. Miras a tu madre a través de unos cristales..., ves cómo te sonríe, cómo finge que no su-
fre... Mi esposa... recuerdo su brillo al mirarme..., recuerdo cuando me decía en mis primeros
días de encierro que su amor, como su espera, sería eterno... Pasaron los meses y esa llama
empezó a apagarse, no tenía forma de seguir manteniéndola... Un beso..., un te amaré siem-
pre..., y un triste adiós definitivo. Con mis hijos fue más doloroso, pues toda la infancia de
ellos es algo que nunca podré recuperar... y, aunque saben que existo, no saben quién soy. Y
¿dónde están los amigos?... Definitivamente, quien creó este lugar, nunca pensó en el daño
que hacia a la vida. ¿Está Dios conmigo?..., necesito pensar que Él es el único que acompaña
mi soledad y vacío”.

¿De verdad creen los jueces que soluciona algo meter a la gente presa? Quizás algún caso
raro, pero en la mayoría de los caos nos destrozan psicológica y físicamente y envejecemos
antes de lo normal, ¡madre mía! Sólo quiero que os paréis a pensar el sufrimiento que supone,
aunque una cosa es suponer y otra vivirlo, el día a día de estar en prisión. Yo quizás no sea
inocente, pero tampoco voy a decir que soy culpable y eso es comprensible, seguro que nadie
cree que es culpable de nada. Lo que sí aseguro es que no soy culpable de padecer una enfer-
medad que me ha llevado aquí, bastante tenía yo con que tenía que buscarme la vida para que
no me faltara.
Pero además de buscarte la vida aquí dentro para vicios menores como el tabaco o el café, lo
más duro es sobrevivir sin que nadie te pise. Bueno, si me pusiese a pensar daría un largo et-
cétera de cosas que aquí son diferentes que ahí fuera, y creedme que no le deseo esto ni a mi
peor enemigo. Sobrevivir aquí es fuerte, muy fuerte. Ver las cosas desde fuera es como la
noche y el día. Yo lo estoy viviendo. Pedirle al Señor que jamás os veáis aquí porque situa-
ciones que te pone la vida cualquiera se puede ver en ellas ¿os consideráis de otro planeta por
eso? No, claro que no. Nosotros, tampoco, sólo que necesitamos que nos den una oportuni-
dad, porque precisamente somos muy humanos y a veces cometemos uno que otro error que
pagamos caro, muy caro.

“La prisión es ausencia y vacío. Te sientes arrancada de un mundo donde al menos suenan las
risas de los niños. Te ves aquí, aparcada de las corrientes de la vida, como si de repente te
vendaran los ojos, te ataran las manos, te arrebataran la voz, como se corta la voz de la radio.
Te ves colocada en un mundo frío y hostil. No ha soledad más terrible que la impuesta.
Lo más insoportable es una puerta cerrada desde fuera. Los muros de la cárcel los vives como
espejo que te escupiera tu triste imagen de presa, no son los muros, precisamente el cristal que
te dejara ver aquello que amas. Estos vienen a amplificar sonidos y gritos, que te están agre-
diendo sin cesar.
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Cuando fuera es primavera y sientes penetrar en tu jaula los aromas del campo, grima más
fuerte en ti el ansia de la libertad y de la vida. ¿Cómo no sentirte, entonces, como un árbol
que, en flor, es arrancado de su tierra y tirado a un rincón estéril? Dentro ves una difícil suerte
para estas semillas de esperanza que aún conservas. Quisieras volver tus ramas, aún verdes,
hacia la luz..., pero no encuentras otra luz que la gris del cemento que te envuelve. Deambu-
lamos en el patio buscando, como girasoles, la luz, que, al no encontrarla, se retuercen y caen
abatidos. Entonces aparece el vacío de la desesperación, dolorosa antesala de la locura.
Si en las noches pudieras ver las estrellas, tendrías la oportunidad de soñar mundos más altos,
pero el brillo de las alambradas que coronan los muros, te lo impiden, hiriéndote los ojos.
Desde tu rincón ves impotente cómo el tiempo va devorando tu vida. Sólo en una carta o a
través de una llamada te llegan noticias que iluminan las sombras de tu vida y sientes que tu
corazón se recarga de energía.
No sé si podéis llegar a intuir cómo una quisiera respirar hasta el fondo la presencia de los
suyos en las siempre breves visitas que te conceden. El otro día, mi hija se echo en mis bra-
zos, llorando: “mamá, voy a tener mi tercer hijo y tú no estarás conmigo”; a mi lado tenía mi
nietecita, me agaché para besarla y ella me miró con extrañeza hasta decirme: “¡hola, señora!”
La sangre se heló en mis venas”.
Parece mentira, que viviendo en el mismo mundo, la vida en prisión sea tan diferente a la vida
en libertad. Son dos mundos distintos: aquí, en prisión, todo te hace más daño, te sientes im-
potente, la rabia en ocasiones se apodera de ti, como cosa del diablo. No puedes ser tú mismo,
no puedes actuar en según qué ocasiones... son detalles que te hace que te sientas muy peque-
ñito. Lo único que te hace seguir adelante es el pensamiento, que aquí no hemos nacido, esta-
mos de paso, y que de aquí, más pronto o más tarde, saldremos, pero hasta que esto ocurre
tiene que tragártelas como puños, suena un poco fuerte pero es lo que hay.
Los jueces dicen que nos meten entre rejas para reinsertarnos en la sociedad, y lo que ocurre
es que nos da miedo salir a la calle, porque te has tirado tanto tiempo en estas casas que no
estás seguro cómo te lo tomarás cuando te veas en la calle, y si eso es bueno que venga Dios y
lo vea. Necesitamos que nos traten como lo que somos: PERSONAS.
Cuando nos sacan a juicio o al hospital, he observado la gente del exterior y nos observan
como si fuésemos bichos raros, como extraterrestres, helecho que vivamos en un mundo dife-
rente no quiere decir que seamos bichos de otro planeta, sino que hemos vivido en un ambien-
te poco agradable.

Yo perdí a mi madre a los seis años y mi padre era emigrante, o sea que he sido huérfana de
cariño toda mi vida, muy doloroso para una niña de seis años, dolor que te marca para toda la
vida. El único apoyo que he tenido fue la droga; cuando me drogaba me evadía de la realidad
hasta que estaba más enganchada que un niño a los caramelos. Hubiese recibido muy a gusto
cualquier ayuda; en ocasiones la tuve. La única que hubiese cambiado esta situación se la lle-
vó el Señor. Esta situación me ha llevado a sufrimientos y como no tenían bastante me meten
presa; que la palabra hablar por sí sola.

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1.1.2. ¿Quiénes habitan nuestras cárceles?

Sintetizando, podríamos afirmar que nos encontramos con tres tipos de personas privadas de
libertad:
Los profesionales de la delincuencia: los que pudiendo haber elegido otra actividad como
medio de vida han elegido como profesión el robar, estafar, traficar con drogas, con armas,
con mujeres, con niños, con mano de obra barata emigrante, o han elegido como profesión el
ajuste de cuentas, o ser sicarios-matones. Son tan profesionales del delito, que hasta han
aprendido a burlar la justicia y eludir la cárcel en un 90% de casos.
Los accidentales: los que en un momento de apasionamiento, de irreflexión, o bajo los efec-
tos de alcohol o drogas, llegaron a delinquir.
Los forzados por las circunstancias: los que se sintieron fuertemente empujados al delito por
condicionamientos en parte ajenos a su voluntad como puede ser una situación de fuerte nece-
sidad económica, o por la presión o amenaza de quienes se pudieron aprovechar de las nece-
sidades que atravesaban. La mayoría de las personas que viven en nuestros Centros Peniten-
ciarios podríamos decir que pertenecen a este tercer grupo.

1.1.3. Carencias o déficit que arrastran

ƒ En cuanto a la edad, nos encontramos con una población joven, con una media en-
tre los 25 y 35 años.
ƒ En cuanto al medio familiar, en un 60% proceden de familias desestructuradas o
rotas, donde no se desarrollan suficientes lazos afectivos.
ƒ En cuanto al medio social, la mayoría proceden de barrios y suburbios mal equipa-
dos a niveles de hogares, escuelas, asistencia sanitaria y medios de recreo. Otro colec-
tivo fuerte es el inmigrante: africanos, latinoamericanos y este de Europa. También
hemos de apuntar etnias marginadas, como la gitana.
ƒ En cuanto al estado civil, sólo una tercera parte de las personas privadas de libertad
afirman mantener vínculo de pareja. Esta falta de vinculación de pareja es un reflejo
del desarraigo afectivo y familiar en que han nacido, crecido, vivido, y que la prisión
acrecentará.
ƒ En cuanto a la salud a nivel físico, hay que señalar que un 50% son drogodepen-
dientes: 35% en mujeres y 70% en hombres. Un 35% son portadores del virus del SI-
DA, con sus secuelas de infecciones: hepatitis, neumonía, tuberculosis...
ƒ A nivel psíquico tienden a ser emotivamente inestables, pasando del entusiasmo al
decaimiento rápidamente; se muestran con escasa resistencia ante la contrariedad o
frustración con tendencia a autolesionarse. El nivel de autoestima es bajo y tienen po-
cas motivaciones para la superación personal. Se percibe un escaso control de sus im-
pulsos agresivos y sexuales.
ƒ En cuanto a nivel de estudios, sólo un 32% afirma haber realizado estudios prima-
rios antes de entrar en prisión; el 68% no cursaron ni siquiera estudios primarios. Un
10% son analfabetos totales y otro tanto por ciento elevado son analfabetos funciona-
les. En general, prima la educación para el tener y para el poder sobre la del ser y de
los valores.
ƒ En cuanto al historial penitenciario, más de un 67% de las personas privadas de
libertad en nuestros Centros Penitenciarios ha estado más de 2 veces en prisión. Son
reincidentes casi el 75%.

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La frecuencia media de ingresos es de 4,3 veces por persona, lo que, de algún modo, eviden-
cia el fracaso de la represión como medida de corrección del comportamiento delictivo. La
edad media del primer ingreso apenas alcanza los 24 años.
En cuanto a su relación con el mundo del trabajo, un 50% se encontraban desempleados en el
momento de su ingreso en prisión. Un 30%, menores de 30 años, afirman no haber trabajado
nunca un mínimo de 3 meses en un mismo trabajo. Esta inestabilidad laboral conlleva una
carencia total de experiencia laboral, lo que afecta a la identidad personal propia.
Un 54% era trabajadores no cualificados. El 82% de la población reclusa pertenece a las cla-
ses trabajadores asalariadas y con escasa cualificación profesional. En tanto, empresarios,
directivos y profesionales están infrarepresentados tras las rejas de la prisión. Todo esto es
lógico, si tenemos en cuenta que, según datos del Ministerio del Interior, de los delitos cono-
cidos la gran mayoría (cerca de un 90%) son delitos contra la propiedad, mientras contra la
Hacienda Públicas son mínimos.

Desde estos datos concluimos que la cárcel sigue y seguirá castigando fundamentalmente a
los que menos tienen y que utilizan formas burdas de apropiarse de los bienes que otros po-
seen. Por el contrario, los llamadas delitos de cuelo blanco (fraudes contra la Hacienda Públi-
ca, el gran tráfico de drogas, amas, mujeres, emigrante, mano de obra barata...), en caso de ser
descubiertos..., difícilmente conducen a la cárcel a quienes los cometen. Ello es debido a la
dificultad para investigar policial y judicialmente estos delitos, a causa no sólo de la comple-
jidad con que se manifiestan sino de los intereses económicos o políticos que subyacen en
muchos de ellos.
Ante esta relación de carencias apuntadas, hemos de deducir que no toda la responsabilidad de
la mayoría de los delitos que se cometen radica en los delincuentes, sino en una gran carencia
de estructuras que esta sociedad, que todos formamos, no previene sino a veces causa y pro-
voca.

1.1.4. ¿Cómo se siente la persona privada de libertad? Repercusiones perso-


nales, familiares y sociales

• Hundido, a causa de los errores propios y ajenos.


• Abandonado en su infortunio por parte de quienes antes estaban cerca. Echa de me-
nos la presencia de los suyos, la carta del amigo, la llamada de la familia, la visita del
abogado...
• Temeroso de que su pareja le sea infiel, de que sus hijos le pierdan el cariño o sean
entregados en adopción, o se extravíen en los caminos pendientes de la droga y la
prostitución. Teme que su familia se hunda en la pobreza y el desprestigio social. Te-
me que ya nada pueda ser igual o parecido a lo de antes de su ingreso en el Centro Pe-
nitenciario.
• Tensionado por la difícil convivencia con personas de diferentes costumbres, razas,
etnias..., cargados como él de múltiples carencias.
• Falto de suficiente seguridad personal debido a la agresividad de quienes están dis-
puestos a conseguir favores por la fuerza, al amparo de la ley del silencio carcelario.
• Desconfiado pues vive la sensación prolongada de que se está jugando con su vida y
destino.
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• Impotente ante lo que vive, lo que le genera desilusión y agresividad.
• Hastiado por el sometimiento a unas disposiciones, que, aunque sean razonables, al
no estar interiorizadas, en nada favorecen la libre iniciativa y la decisión personal, sino
que invitan a una inane pasividad. Se puede llegar a sentir como un menor de edad a
quien, si obedece, se le ofrecen beneficios penitenciarios, pero si no existe adaptación
sólo le esperan las temidas sanciones.
• Cohibido pues no puede expresarse libremente por miedo a ser manipulado, mal en-
tendido o sancionado. Lo que afecta duramente a la propia autoestima.
• Desmotivado para entrar en la dinámica carcelaria que le habla de rehabilitación y re-
socialización. La pregunta a esta proposición será: ¿qué es eso?
• Enemigo de la sociedad de la que ha de protegerse pues no acepta su vida y sus
hechos y sabe le rechazará a su salida de prisión.
• Incomunicado, sin posibilidad de un diálogo serio y personal, pues en este ambiente
frío y hostil que es la prisión no puede creer ni en Dios ni en los hombres

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BARRIO FAMILIA PANDILLAS
PROBLEMÁTICO CON PROBLEMAS MARGINALES

RELACIONES SIN CUALIFICA-


SUPERFICIALES CIÓN LABORAL

FRACASO FRACASO
ESCOLAR LABORAL

BAJOS RECURSOS FENÓMENO


ECONÓMICOS DROGAS

ECONOMÍA CÁRCEL FENÓMENO


SUMERGIDA SIDA
PROBLEMAS FALTA DE INFRAVALORACIÓN
AFECTIVOS AUTOESTIMA PERSONAL

FALTA ESCALA FALTA DE


DE VALORES ESTÍMULOS

DESUBICACIÓN DESUBICACIÓN
ESPACIO - TIEMPO SOCIAL

AUSENCIA DE SENSACIÓN DE NO
COMUNICAIÓN SER COMPRENDIDO

CULPABILIDAD SENTIMIENTO FUTURO


NO ELABORADA DE FRACASO MUY INCIERTO

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