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Lectura de Giddens: “Consecuencias de la 

Modernidad”.
Publicado el 5 Abril, 2008 por Hernán Montecinos

Por: Clectivo Hommodolars


Fuente: Hommodolars.cl 

Introducción:

Anthony Giddens realiza, según sus propias palabras, un “análisis institucional de la modernidad”, poniendo
especial énfasis en lo que respecta a los elementos culturales y epistemológicos de la misma. El autor
construye una primera aproximación al término de “modernidad” definiéndolo como los modos de vida y
organización social que surgieron en Europa a partir del siglo XVIII, cuyas consecuencias se expresan en
manifestaciones concretas actualmente, a nivel mundial. La modernidad vendría a ser algo así como un
fenómeno mundial de extensión y complejidad notables que obligan a un análisis sistemático de sus
características si se pretende ir más allá de ésta definición preliminar, con el fin de determinar sus
consecuencias y alcances con mayor precisión. El ensayo esta dividido en secciones que abordan la
problemática de manera “circular”, en cuya primera sección se define de forma general lo que en las
secciones siguientes se detallará de manera más específica.

Giddens reflexiona en torno a los problemas de la “seguridad” y el “peligro”, de “fiabilidad” y de “riesgo”


que implica la vida moderna. La forma en que se da el desenvolvimiento propiamente moderno de la vida ha
producido efectos contradictorios que pueden ser analizados dialécticamente, ya que si bien lo moderno
expresaría en numerosos aspectos una mayor “seguridad” con respecto al orden tradicional, (el surgimiento
de los estados naciones, el término de la guerra de “todos contra todos”, la monopolización de la violencia
por parte de el Estado, las mejoras en las condiciones de salud de la población en general, la alfabetización,
etc..), a su vez conlleva el inevitable surgimiento de nuevos y terribles “riesgos”: 1) El colapso de los
mecanismos de control económico y la consiguiente pauperización y precarización de las condiciones
materiales de existencia en general (alimentación, salud, vivienda, educación, etc…) sometiendo a aquellos
que “quedan fuera del modelo”, ya que, en los casos más extremos, no cuentan con los medios para sostener
las condiciones materiales mínimas, necesarias para la supervivencia por parte de grandes masas de actores
sociales; 2) El eventual crecimiento de un poder totalitario discursivamente hegemónico, que conlleva la
consagración de un pequeño grupo de sujetos y/o naciones que toman decisiones que conciernen a una
inmensa población. 3) La posibilidad de un conflicto nuclear o guerra a gran escala, fruto del proceso de
industrialización de la misma, así como el desarrollo tecnológico y los descubrimientos científicos. 4) La
desintegración o desastre ecológico, que amenazan con irrevocablemente destruir a la naturaleza, sino por
completo, drásticamente. El desastre ecológico se sitúa como una posible catástrofe que, al igual que una
guerra nuclear afectaría a absolutamente todos los habitantes del planeta. Por otra parte, está aquello que se
representaría como algo “seguro” al interior del contexto de la modernidad, Giddens reconoce el concepto
de “fiabilidad” presente en las acciones de los sujetos “profanos”, es decir comunes y corrientes, con
respecto a los “sistemas expertos” que han surgido en la modernidad. La multilateralidad del conocimiento
técnico se ha plasmado en una infinitud de procedimientos específicos sobre los cuales un “sujeto común y
corriente” no tiene mayor conocimiento y que “el estado de las cosas” obliga a establecer como “fiables”.

Giddens además concibe a la modernidad como un fenómeno reflexivo, esto quiere decir, que está “de por
sí” en constante reestructuración teórica, práctica y ontológica. El desenvolvimiento de la vida moderna
implica la “recreación” constante de los sistemas sociales, allí donde se ponen en práctica y cuestionamiento
una y otra vez, dentro de determinados márgenes de acción específicos. La “reflexividad” moderna se
expresa además, en Sociología, y en las ciencias sociales en general, como la imposibilidad por
“aprehender” y definir un concepto “último” de lo que sería considerado como “moderno”. A diferencia de
las sociedades premodernas, en donde la tradición implicaba una reformulación “presente y activa” de un
pasado dotado de sentido principalmente valórico y místico, la reflexión de la vida social moderna se
expresa en el hecho de que las prácticas sociales son examinadas constantemente y reformuladas a la luz de
la nueva información sobre esas mismas prácticas. Esto no quiere decir en modo alguno que las tradiciones
no existan en la vida moderna, sin embargo ya no ocupan el rol fundamental para la cohesión e integración
social que manifestaban en las sociedades tradicionales. . No hablamos de “post-modernidad”, sino de una
modernidad en vías constantes de reformulación. La dinamicidad y especificidad de los campos de
conocimiento condicionan una constante reformulación de los modos de ver y de ejercer la labor científica,
incluyendo en esto a las ciencias sociales. Se produce de esta forma una problematización teórica con
respecto a aquellos autores que, principalmente inspirados por el estructural-funcionalismo, manifiestan
cierta “pretensión ontológica” por analizar y describir la supuesta pertinencia teórica actual del concepto de
“post-modernidad”, como un proceso “actual” y “presente” que reflejaría el surgimiento de un nuevo
ordenamiento social, político, cultural y “global”. Este “nuevo ordenamiento” tendría la facultad de haber
“superado” o “trascendido” aquello que la teoría clásica siempre denominó como “modernidad”. A pesar de
que dicha “pretensión” se ha expresado de manera principalmente “estética”, por decirlo de alguna forma,
(dentro del ámbito del arte, la música, la arquitectura,etc…), existen desde hace algunos años una serie de
debates y polémicas con respecto a la utilización del concepto de “post-modernidad” en ciencias sociales,
pues implicaría el asumir que “lo moderno” ya fue desterrado a los anales de la historia, que ya fue
superado, y que nos encontramos ante un nuevo escenario histórico.

Giddens nos coloca ante la pregunta por la pertinencia o no que tendría el la noción de “postmodernidad” a
la hora de conceptualizar la forma en que se desenvuelven en la actualidad los sistemas sociales, políticos y
culturales. Con este objetivo, el autor describe las principales características que él considera con respecto a
lo “moderno”, estableciendo y reconstruyendo las dimensiones apropiadas para dicho análisis. Luego, la
idea es definir si se han producido o no cambios significativos con respecto a lo que es entendido como
“modernidad”, desde su perspectiva “clásica”. Podríamos en esta instancia el plantearnos la siguiente
pregunta: ¿lo que se ha producido en la actualidad es efectivamente un “salto” a la post-modernidad o, por el
contrario, lo que ocurre actualmente corresponde a una profundización y radicalización de lo que Giddens
denomina como “consecuencias de la modernidad”?.

La lectura de Giddens resuelve la disyuntiva que se cimentaba en el hecho de denominar a las condiciones
actuales en las que se desenvuelve la historia bajo el título de “post-modernidad”, ya que toma partido por
una definición del actual período que se enmarca principalmente en la comprensión de la profundización y
radicalización de las consecuencias de lo moderno: las “consecuencias de la modernidad”. Giddens, por lo
tanto, no pretende construir un “quiebre” teórico entre lo moderno y nosotros, ya que la idea sería mas bien
construir un “puente conceptual” entre lo pasado, lo presente y lo futuro. Dicho “puente” se plantea en
términos de continuidad y discontinuidad.

Continuidad y “discontinuidad” modernas: El “Tiempo y el Espacio” Giddens analiza las “formas de vida”
que adopta el cuerpo social que fueron introducidas por la modernidad, tomando en cuenta sus
“continuidades”, pero especialmente sus “discontinuidades” con respecto a lo que se denomina como “orden
tradicional”, caracterizado por las sociedades pre-modernas del mundo occidental. La noción de
discontinuidad pone en tensión los conceptos manejados casi a nivel de sentido común por la teoría
evolucionista, con marcadas influencias por parte del positivismo clásico, que concibe a la historia de una
manera lineal, como una representación relativamente ordenada de un sinfín de acontecimientos
clasificables según su “tiempo” y lugar”. Se reconoce entonces a los procesos históricos como un entramado
complejo de acontecimientos humanos, que toman ciertos elementos del pasado para constituir presente y
delinear futuro, y no como una sucesión lineal fácilmente ordenable por una idea de “evolución” histórica.
Entre dos procesos históricos “distintos” (tal es el caso de lo pre-moderno y lo moderno) no podemos
establecer un “llano invisible” que separa a ambos como si pudieran comprenderse de manera específica y
autónoma. Por el contrario, las nociones elaboradas por Giddens de continuidad y discontinuidad nos
permiten reconocer en ellos una mutua determinación, lo que, sin dudas, aumenta la complejidad explicativa
de los procesos históricos en lo que respecta a la labor de la sociología en particular y de las ciencias
sociales en general.

Una de las principales características de la transición desde lo premoderno a lo moderno es que en este
último proceso se trastocan sustancialmente las formas en que se manifiestan las relaciones humanas en
general, entendidas éstas en lo que respecta a su desenvolvimiento en “tiempo” y en el “espacio” de las
acciones. Lo que tradicionalmente podía expresarse como una relación social “comunitaria”, de carácter mas
bien local, es en la modernidad llevado a cabo a niveles mundialmente extendidos de la división del trabajo
internacional, de alguna forma las relaciones productivas, diplomáticas, económicas, y culturales se han
integrado mundialmente. Esta comparación, aunque pueda a primera vista parecer excesiva, nos permite
intuir el hecho de que, más que un “quiebre”, se produjo históricamente un paulatino proceso de
reformulación de la cosmovisión humana, transformación que tiene como correlato un reordenamiento
social, por supuesto. Dicho de otra forma, aquel reordenamiento no se produjo “de un día para otro”, sino
que se instauró paulatinamente por medio de un proceso histórico de transformación.

Con la modernidad, comienza a configurarse un esquema global de desenvolvimiento económico y político


sobre nuevas bases ontológicas en lo que respecta al espacio y al tiempo, se reestructura “la condición de
ámbito indefinido entre tiempo y espacio y ello nos proporciona los medios para una precisa regionalización
temporal espacial” . En la antigüedad, según Giddens, el cálculo del tiempo estaba de manera general
directamente relacionado con el espacio, esto es, con las condiciones materiales o naturales desde las cuales
se desarrollaba dicho calculo, ya que para esta cosmovisión la medida del tiempo siempre estaba
configurada a partir de una determinada posición “socio-espacial” o “natural”, como el posicionamiento de
la tierra con respecto al sol y demás estrellas, las condiciones climáticas etc…

Muchos autores que trabajan de una u otra forma el problema de la modernidad han planteado que con la
invención de el reloj mecánico se construye una dimensión uniforme y abstracta del tiempo,
“universalizable” por medio del establecimiento de “zonas horarias” alrededor del mundo, asimismo, se
universalizó el calendario “occidental”. Giddens postula que la coordinación del tiempo es la base del
control del espacio, la modernidad diferencia de esta forma al “espacio” del “lugar”, ya que este último se
refiere exclusivamente al carácter local de los asentamientos físicos y geográficos específicos, mientras que
la noción de “espacio” puede, modernamente, involucrar acciones sociales que pueden desarrollarse en
lugares muy distintos y distantes pero directamente relacionados por determinada actividad (Por ejemplo: las
relaciones de comercio transnacionales ponen “en contacto” productivo distintos actores en distintos
continentes, países y regiones del planeta. También el mercado ha generado una gran masa de
“consumidores globales” de productos elaborados de diversa índole: gaseosas, electrodomésticos,
automóviles, hamburguesas, etc..).

Siguiendo el hilo argumentativo podemos sostener que una gran cantidad de acciones sociales que
involucran la cotidiana reconstitución reflexiva y productiva de la sociedad moderna se producen mediante
un “desanclaje”, configurado a partir de “la separación tiempo-espacio y su formación dentro de
estandarizadas y vacías dimensiones, corta las conexiones que existen entre la actividad social y su anclaje
en las particularidades de los contextos de presencia (…), este efecto es dependiente de la coordinación
conseguida entre tiempo-espacio (…) (y) sirve para abrir un abanico de posibilidades de cambio al liberar de
las restricciones impuestas por hábitos y prácticas locales” . Citando un ejemplo tomado desde la
cotidianeidad mencionado por Giddens, hoy en día es “normal” poder encontrar productos de diversos
países en un humilde almacén de barrio, ya que existen un sinfín de entramados económicos de alcance
global que permiten dicho hecho. No es raro en cualquier bazar de barrio encontrar productos “Made in
Taiwan,… U.S.A.,… Japan, …etc…”.

El desanclaje con respecto a las concepciones pre-modernas del tiempo implicó una imposición global de un
calendario estandarizado que reemplazó el carácter común de la mayoría de los calendarios anteriores: casi
todos se regían por un calendario basado en 13 lunas, que completan 364 días de un año. Este cambio, que a
primera vista puede significar “superficial”, se configura como uno de los principales elementos que
permitió a la cosmovisión moderna imponerse como “verdadera” con respecto a las culturas anteriores. El
calendario gregoriano –actualmente en uso por la mayoría de los países- se impuso por sobre un calendario
que tomaba como principal referente al sol, y que basaba en aquello toda la fuente de su equilibrio.

Las “Dimensiones Institucionales” del concepto: “Capitalismo”, “Vigilancia”, “Poder Militar” e


“Industrialismo”:

Metodológicamente, Giddens describe a la modernidad yuxtaponiendo dimensiones que el considera


representativas para su esquema, como primer cuadro metodológico plantea lo que él denomina las
“dimensiones institucionales de la modernidad”, todas constitutivas entre sí, pero que representarían, de
alguna forma, los “aspectos principales” de la misma: “Capitalismo”, “Vigilancia”, “Poder militar” e
“Industrialismo”. Dicho cuadro metodológico de cuatro dimensiones principales es en el transcurso del libro
continuamente reformulado, con el objetivo de permitir una comprensión más amplia de los complejos
aspectos que involucra.

La consolidación de la relación capitalista luego de una exponencial expansión en gran parte del globo
terráqueo debido a la “congénita” disminución progresiva de la tasa de ganancia como imperante general
para toda empresa, extendió su alcance y redes por la gran mayoría de los países “civilizados” y
“tercermundistas”, estableciendo un “ordenamiento” desigual, característico del modelo capitalista, pero
ahora cimentado como una manera hegemónica de constituirse en la forma que adquieren las políticas
económicas no sólo “internas” de cada Estado-Nación, sino que ahora además como imperante para la
relación comercial entre diversos Estados, de todos los continentes.

Al interior de esta nueva división internacional del trabajo podemos reconocer una expresión dialéctica que
se manifiesta en la existencia de un “Centro”, (identificado coloquialmente con el“Primer mundo”:
Alemania, Francia, Reino Unido, Japón y preponderantemente E.E.U.U como nación hegemónica
económica, política y militarmente a nivel mundial); una “Semiperiferia” (constituida por aquellos países
que entran en relación directa con el Capital transnacional y representan Estados relativamente
“consolidados”, además se constituyen como un lugar de interés para las inversiones provenientes desde el
“centro”, la expansión de su mercado, industrias, influencia diplomática, etc.. Predominan en amplias zonas
de Europa oriental, Asia, el medio oriente, y ciertos lugares de Norte y Latinoamérica); y una “Periferia”,
(en donde las condiciones de vida de la población en general se plasman en el hambre, el desempleo, las
enfermedades, son la realidad cotidiana. Las naciones periféricas se han incorporado a la modernidad de
forma exclusivamente dependiente, su estructura política no permite la consolidación de un Estado
relativamente estable y tienen como denominador común las condiciones de pobreza elevadísimas por sobre
la población en general. Estas naciones están en vastas zonas de Centroamérica pero de manera
especialmente grave se manifiesta en numerosas naciones de Africa).

La vigilancia se manifiesta también como una forma de desenvolvimiento social necesaria para todas las
formas de organización social propiamente “modernas”. Se ha producido una monopolización de los medios
de violencia por parte de los Estados modernos, lo que no implica no obstante que existan otras instituciones
o grupos de sujetos que lleven a cabo acciones violentas, sin embargo su “poder” no es comparable en la
mayoría de los casos que al poderío que puede alcanzar un Estado (sobretodo si son varios y están
“Unidos”).

En lo que respecta al desenvolvimiento moderno del “poder militar” a nivel mundial se tiene como “base de
negociación internacional” una carrera armamentista global, una proliferación nuclear sin precedentes que
podría desencadenar una catástrofe mundial inimaginable, la cual nos podría exterminar a todos, a menos
que la “vía de la persuasión” (“si tu tienes una, yo tengo 2.000” dice E.E.U.U., la nación dominante
económica y militarmente del de los países “desarrollados”), la competencia, la industrialización y
“tecnologización” cada vez más extensiva del aparato de guerra, “se prolonguen lo más posible”. La carrera
armamentista sostiene a la “seguridad” del mundo en una inestable carrera por una disuasión armada “hasta
los dientes”. Lo que tradicionalmente se expresaba como un extendido abánico de diversos ejércitos
servidores a un determinado “príncipe”, por la existencia de bandas de bandoleros o piratas, etc… hoy se
manifiesta como la consolidación hegemónica de grandes ejércitos representativos para cada Estado.
Giddens menciona por ejemplo el hecho de que en la actualidad, un Estado relativamente pequeño puede
tener un ejército infinitamente superior a aquellos que tuvieron los grandes “imperios” tradicionales.

La industrialización de la guerra es producida por la expansión explosiva que ha tenido la generación de una
gran fuerza de trabajo “abstracta” y “flexible” y un desarrollo tecnológico de la producción sin precedentes.
El industrialismo moderno se expresa como un control por sobre la naturaleza y por la creación de un
“entorno creado”, que nos ha distanciado del “entorno natural”. El industrialismo toma además la forma de
una alianza entre ciencia y tecnología que se expresa como un desarrollo inusitado en la eficacia alcanzada
por las maquinarias, herramientas y técnicas de producción, así como ha reconfigurado las formas de
organización productivas precedentes del sistema tradicional de producción, en donde la relación entre el
hombre y su trabajo era directamente influida por la naturaleza.

Fiabilidad y Modernidad:

Los sistemas sociales “abstractos” difundidos en la modernidad colocan al ciudadano común en una posición
de anonimato con respecto a los representantes de aquel cuerpo de “expertos”. Dicho anonimato implica en
cierta forma una relación en la cual de no ser por un principio de “fiabilidad” primaría la desconfianza y la
incertidumbre generalizadas, ya que muchísimas prácticas de la vida cotidiana implican importantes
decisiones que son tomadas por dichos representantes. El “desanclaje” producido por la separación
ontológica y práctica del “tiempo” y el “espacio” modernos es “reanclado” por medio de la fiabilidad,
mediante la cual se establece cierta “complicidad de la vida en sociedad” por parte de sujetos que pueden ser
perfectamente extraños el uno para el otro, pero que su relación social hacen parte de un sistema más
complejo de relaciones relativamente “fiables”.

Un sujeto cualquiera puede establecer relaciones con otros sujetos desconocidos que forman parte de un
determinado grupo de “expertos” con respecto a un conocimiento específico que se manifiesta como el
manejo especializado y técnico en la utilización de medios de producción en general, maquinarias,
instrumentos, sistemas informáticos, etc… (por ejemplo: el chofer de autobús, el funcionario publico y
privado, los pilotos de aviones, los miembros del sistema de vigilancia, y una exponencialmente extendida
cadena de labores productivas específicas), constituyéndose los sujetos poseedores del “capital cultural” y el
dominio técnico, en una suerte de “punto de acceso” al “sistema abstracto”, y que se le muestran al
individuo que accede cotidianamente a este tipo de sistemas de organización social modernos como algo
prácticamente desconocido en sus detalles y funcionamiento, pero frente al cual la vida moderna obliga a
una relación constante. Esta es una de las formas en que Giddens postula que se expresa la “fiabilidad”
moderna, el sujeto “confía” en que el “experto” conoce a fondo los elementos “abstractos” y pone en
práctica su conocimiento de manera “eficiente”. La vida en sociedad, modernamente hablando, implica para
el sujeto común una constante relación cotidiana con otros sujetos sobre los cuales existe un
desconocimiento, que podría manifestarse como una duda. Cada vez que un ser humano transita por una
calle comparte el espacio con cientos o miles de otras personas desconocidas, es aquí donde Giddens
menciona a la “desatención cortés” como la forma en que un sujeto “deja en paz” a otro, pasando por su lado
mirándolo apenas y sin tocarlo. Dicha “desatención” no hubiera sido posible en la era premoderna en donde
la localidad de las relaciones sociales implicaba una complicidad directa con las demás personas, en la
modernidad en cambio, “representa el tipo más básico de los compromisos de presencia que se dan en los
encuentros con extraños en las circunstancias de la modernidad”.

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