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CAPITULO III

Simón jefe del Gran Consejo de la Revolución y Judas, el Macabeo, capitán de los
ejércitos judíos de liberación.

Llevaban más de una semana en palacio y todavía no habían sido recibidos por Antíoco IV,
Epífanes, el rey sirio, el Rey de todos los Reyes. Menelao sufría constantes ataques de
angustia por ignorar cual iba a ser su futuro y por qué el rey no les recibía. Sus nervios estaban
al borde del colapso a pesar de que Andrónico, el chambelán real, le había manifestado en
repetidas ocasiones que el motivo por el cual no eran recibidos por el rey no era otro que el
verse éste aquejado de fuertes dolores abdominales que le tenían postrado en su lecho siendo
atendido constantemente por sus médicos griegos y sus físicos caldeos.
Sin embargo, Lisímaco, estaba completamente feliz. Andrónico, conocedor de sus tendencias
sexuales, le había proporcionado la compañía de tres esclavos que no pasaban los diez años
de edad para que le hicieran su estancia en palacio más llevadera. ¡Y vaya si se la hicieron!
Sóstrates había sido nombrado comandante de la acrópolis de Jerusalén y había partido hacia
allí inmediatamente después de haber contraído matrimonio con su prometida Laidocea, la
hermana del rey. La noticia de la boda le llegó a Lisímaco a través de un despechado
lugarteniente del general recién casado, sabedor éste, del dolor y los celos que causarían esa
noticia al degenerado Lisímaco. Ignoraba el militar que ese abyecto personaje tenía ya resuelta
la compañía de sus abominables noches y que él jamás sería su compañero de lecho.

***

Antíoco padecía una grave enfermedad de la que ni sus médicos ni sus físicos sabían hallar el
remedio. A pesar de toda la ciencia que acumulaban esos venerables siervos del rey, no
habían obtenido ninguna respuesta satisfactoria.
El rey se dabatía entre fuertes dolores abdominales y ninguna de las pócimas ni de los
ungüentos que le aplicaban hacían efecto sobre su real persona. Postrado en su cama, sufría
de altas fiebres y todo alimento que ingería, sólido o líquido, era vomitado al instante. Su
grueso vientre estaba completamente rígido y cuando alguno de sus médicos le oprimía en la
zona derecha, entre el ombligo y la cadera, lanzaba unos gritos de dolor que inmediatamente le
provocaban un ataque de tos que aumentaba el gran dolor que de por sí ya padecía.
Solamente le disminuía ese dolor cuando le aplicaban compresas enfriadas con la nieve helada
que traían a diario del monte Hermón, al sureste de Antioquia, en la parte alta de la Galilea.
Su estado de salud empeoraba día a día lo que tenía sumamente preocupados a sus doctos
siervos. Éstos, después de celebrar consejo entre ellos, decidieron que debían proponerle al
rey la única solución que se les ocurría.
- Decidme, majaderos, qué brebaje o qué veneno tenéis pensado suministrarme esta vez.
¿Eh? –le preguntó a Amalec, su físico caldeo, que era el de mayor edad de entre ellos.
- Ni pócima ni ungüento nuevo os venimos a proponer, Majestad. –contestó.
- Si no es un brebaje ni un ungüento ¿que es?, ¡responded! –dijo el rey en un tono de voz
alto y agresivo.
- Es otro médico. –respondió Amalec casi susurrando y cabizbajo.
- ¿Otro médico?... ¿Has dicho otro médico?... Y ¿qué sois vosotros?... Atajo de inútiles…
Ocho estáis aquí delante de mí y pretendéis traerme a un nuevo médico. .. Que les azoten,
los despellejen y que echen sus cuerpos en agua hirviendo… ¡malditos impostores!... ¡otro
médico, dicen!... ¡Fuera, cumplid mis órdenes inmediatamente!... –del acaloro le dio un
nuevo golpe de tos que lo hizo enrojecer más de lo que la ira había conseguido,
provocándole, de nuevo, unos fuertes dolores casi insoportables. Se agarró con ambas
manos del vientre y se recostó, en posición fetal, sobre su lado derecho.
La guardia había rodeado al grupo de venerables ancianos cuya ciencia y sabiduría eran
incapaces de dar otra solución que la que habían propuesto al rey, cuando Andrónico, el
chambelán, les hizo un gesto para que no efectuaran el arresto y se dirigió al rey.
- Antíoco, amado rey. Señor de Señores. Amo de vidas y de haciendas. El más grande de
los emperadores donde los haya. Deberíais reconsiderar vuestra decisión, Majestad.
- ¿Cómo te atreves a hablarme de esa manera y a pedirme que revoque una orden?...
Guardia, ¡que lo ejecuten también!
- ¡Oh, Gran Basilio!, ¡Rey de todos los Reyes! No os dais cuenta que lo único que pretenden
es salvaros la vida. Ellos darían la vida por vos. ¡Yo mismo lo haría si ello sirviera para que
vos vivierais mil años más! –contestó mientras dos guardias le prendían por ambos brazos.
- ¡Soltadle! –ordenó a la guardia. ¿Dónde está ese médico? –preguntó.
- Está en Damasco, mi señor. –contestó Amalec.
- ¿Es griego? –interrogó el rey.
- No, Majestad.
- ¿Es sirio? –insistió
- No, es judío.
- ¿Judío?... Pero, ¿os habéis vuelto todos locos?... volvió a enfurecerse Antíoco.
- Señor, es un hombre santo. Es miembro de una congregación judía que no bebe vino, que
se abstiene de mujer y que dedica su tiempo a la meditación y al ayuno. Es un terapeuta,
un santo. Sus votos le impiden infringir daño alguno a sus semejantes y tampoco hacen la
guerra. –dijo Amalec.
- Si es tal y como tú lo describes, ¡no es un judío! –replicó el rey, todavía más enfurecido.
- Si es judío, Señor. Ellos les llaman nazareos y son muy queridos y respetados por su
pueblo. –aclaró Amalec.
- Bien. Haced venir a ese judío inmediatamente. –ordenó Antíoco. Si consigue curarme de
mi mal y sobrevivo –prosiguió diciendo-, todos vosotros seréis ejecutados por inútiles… que
eso es lo que sois ¡un atajo de imbéciles! Y si muero, vosotros también moriréis por
haberme engañado… y el judío, también morirá… ¡ah!, Andrónico, tú también serás
ejecutado. ¡Todos seréis ejecutados!...

***

Habían pasado ya dos semanas desde la muerte de Matatías, al cual habían enterrado,
siguiendo todas las medidas de seguridad posibles, en el panteón familiar de Modín, junto a las
esposas e hijos que le habían precedido. Los cinco hermanos guardaban severo luto y, debajo
de sus armaduras, llevaban las ropas de saco y todavía ungían sus largas cabelleras con
ceniza. Tal y como habían sido los deseos de su padre, Judas era jefe militar de un ejército que
ya contaba con mas de diez mil combatientes. Simón, ejercía de jefe del Consejo Supremo de
la Revolución, de la Gran Asamblea de Jerusalén. Así pues, uno se encargaba de los asuntos
militares y el otro de la labor política y religiosa. Juan y Eleazar habían acatado con respeto la
decisión paterna y eran los lugartenientes de sus hermanos; sin embargo, Jonatan no estaba
conforme con la misma. Estaba a punto de cumplir diecisiete años, hacía mas de tres y medio
que era Bar Mitzvahi y, a pesar de no haber cumplido los veinte, quería que le dieran el mando
de una columna, de un Grupo de ejército. Está bien, había dicho su hermano Judas, ya tienes
una edad en la que debes empezar a conocer el arte de dirigir la guerra
Piensa, Jonatan, -le dijo Judas- que cuando dos ejércitos se encuentran frente a frente, los
soldados de un bando buscan al jefe del otro, y viceversa, para matarlo. Eso es una forma de
evitar que se alarguen los combates y que mueran más soldados. La vida del jefe de un grupo
de ejército es el mayor botín. Por lo tanto, tus lugartenientes deben de proteger tus flancos y tu
espalda para evitar ser muerto a traición. Pero no huyas nunca. ¡Jamás debes huir!, ese acto
de cobardía desmoraliza a las tropas y hará que nunca más vuelvan a luchar a tu lado. La
voluntad de un ejército reside en la voluntad de su Jefe. El valor en el combate es lo que más
apreciarán tus soldados. No les defraudes y ellos no te defraudarán. Lucha con convicción y
ellos darán la vida por ti. ¿De acuerdo hermanito?
- No me llames hermanito, ya soy un hombre. Pronto cumpliré diecisiete años. –le contestó
airado.
- ¡Todo un hombre, claro!... pero, piensa, has de ser un hombre para vivir, no para morir…
para eso no tengas tanta prisa. –le replicó Judas.
- Morir en el campo de batalla es un gran honor para todo soldado… –le espetó.
- Lo que es un honor para todo hombre, soldado o no, es morir con la conciencia de haber
cumplido con un sagrado deber. –rebatió Judas- La conciencia será tu mayor Juez, y tu
conciencia, hoy por hoy, ha de estar al lado de tu pueblo.
- ¡Ya estoy al lado de mi pueblo, pero casi siempre en la retaguardia!...
- Jonatan, en la retaguardia también se ganan batallas. He decidido ponerte al mando de
una división que se encargará de la seguridad directa de nuestro pueblo. Desde ahora te
encargarás de cuidar que a los nuestros no les ocurra nada desde la retaguardia. Te harás
cargo de la defensa de toda la Idumea hasta los confines del desierto del Sur, el Neguev.
Tendrás que establecer puntos de defensa en Hebrón, Bet Sur, Maresá, Ein Guedí,
Masada y Beer Sheva. Pondré mil quinientos hombres bajo tus órdenes. ¡Cuídalos!
- Así se hará, hermano. ¿Cuándo parto hacia el sur? –preguntó Jonatan.
- En cuanto estén pertrechados y listos, partiréis. –respondió Judas. ¡Ah!, cuídate tú también
hermanito… Esta vez su inmensa felicidad hizo que no replicara a su hermano mayor por
el apelativo.

***

Antíoco había conseguido dormirse cuando Andrónico entro es sus aposentos y le anunció en
voz baja para no alterar su despertar.
- Majestad… –susurró el chambelán. Majestad… –insistió de nuevo.
- ¿Qué?... ¿Quién?... ¿Qué ocurre?... ¿Qué sucede?... –balbuceó Antíoco mirando como un
poseso hacia todos los lados.
- El judío, Majestad. El judío ya está aquí. –le dijo Andrónico.
- Y ¿qué esperas para hacerle pasar, idiota? –rugió el rey.
Entró el terapeuta seguido de los ocho siervos que cuidaban de la salud del soberano. Todos
caminaban encorvados hacia delante, con la vista hacia el suelo y con los brazos abiertos en
señal de respeto hacia el rey, excepto él cuya obediencia solo se la debía a Yahvé, su Dios.
No era demasiado alto pero su extrema delgadez lo hacía parecer. Su piel cetrina estaba
requemada por los efectos del sol del desierto donde pasaba grandes temporadas de ayuno.
Su pelo era tan largo que, de no llevarlo recogido en una especie de turbante, le habría llegado
más allá de media pierna. Su barba, también larga, le sobrepasaba el final del esternón. Vestía
una larga túnica de un color blanco inmaculado sujeta con un sencillo cordón de esparto
trenzado. Al costado llevaba una pequeña bolsa. No eran medicinas lo que llevaba, eran
cigarras e higos secos que le servían de alimento.
- ¿Este es el judío que me ha de curar? –preguntó el rey al tenerlo frente a él.
- Si, Gran Señor. Él es. –respondió Amalec sin levantar la vista del suelo.
- ¿Cómo te llamas, judío? –le pregunto Antíoco.
- Dositeo, es mi nombre. –respondió el terapeuta.
- ¿Por qué me miras a la cara?... –dijo malhumorado ante tamaña falta de respeto.
- He de ver los síntomas en tus ojos.
- ¿Por qué me tuteas, bastardo?... ¿Acaso te he dado yo el título de Amigo del Rey?... –
rugió el rey cada vez más enfurecido.
- Soy amigo de todo lo que me rodea, de los animales, de las plantas, del cielo, de la tierra…
No necesito tu permiso para ser amigo de ellos, incluido tú.
- ¡Insolente!... ¡Mal nacido!... ¡Guardia, prendedle!... –gritó rojo de ira cuando de pronto le
sobrevino un nuevo ataque de tos que le hizo recordar los dolores que padecía y también
el motivo por el cual tenía delante de él a aquel extraño personaje al que no parecía darle
miedo su cólera.
- Pero, Señor… Vuestra enfermedad… –dijo suavemente Andrónico temiendo un nuevo
ataque del soberano.
- Está bien… Primero que me cure y después… ¡Que le azoten por insolente!... doscientos
cuarenta latigazos y así aprenderá a comportarse ante su rey.
***

Azarías había llegado con nuevas noticias sobre Menelao y su hermano. Les había seguido
hasta Antioquia y allí se había puesto de acuerdo con los hombres que tenían infiltrados en
Palacio para que le tuvieran al corriente de las novedades.
- ¿Qué tal te fue por Bet San? –le interrogó Simón, jefe del Consejo Supremo.
- Un horror, Simón… Un verdadero horror. –le contestó.
- Pero ¿qué ocurrió?... –inquirió Eleazar.
- Apolonio ofreció un gran banquete y los trató como auténticos invitados reales. –respondió.
- ¿Qué tiene eso de particular?... –interrogó Simón.
- Sabemos por Ezequiel, el cual se hace llamar Eneas para no levantar sospechas y que es
un criado del gobernador, que Apolonio trata de sacar partido de los hermanos Tobíadas.
Si el rey los condena, fingirán un secuestro y, convertidos en rehenes, sacarán un
suculento rescate por ellos. Y si el rey les perdona y los devuelve a Jerusalén confirmados
en sus cargos, cosa más que probable, Apolonio solicitará del rey que le conceda el
gobierno de la ciudad y así también podrá obtener beneficio de la amistad de los jerarcas. –
dijo Azarías.
- Y, ¿cómo lo supo Ezequiel? –preguntó Simón de nuevo.
- Escuchó una conversación entre el gobernador y Sóstrates que ahora, además de ser el
cuñado del rey, es comandante de la acrópolis encargado de la exacción de impuestos, y
desde esta posición privilegiada esperan, ambos, ayudar a Demetrio, sobrino del rey, a
formar un gran ejército y derrocarlo.
- ¿Estás seguro de ello, Azarías? –preguntó Judas que hasta ese momento escuchaba en
silencio.
- Ezequiel es mi hijo.
Hubo un denso silencio.
- Ignorábamos que tuvieras un hijo. –dijo Simón.
- Bueno, mi hermano murió luchando en las calles de Bet San. Yo me casé con su mujer, mi
cuñada, como manda la Ley del Levítico; ella también murió poco después de unas fiebres.
Entonces mi hijo quedó al cuidado de mis suegros mientras yo continué luchando por
nuestra causa. Cuando cumplió doce años entro al servicio doméstico del gobernador y yo
ordené a mi hijo que mantuviera su empleo por si podía sernos útil desde las cocinas del
palacete, y ahí está. –respondió Azarías-. Después de la guerra, si el Todopoderoso
permite que sobrevivamos, se reunirá de nuevo conmigo en Jerusalén.
- Siento mucho haber puesto en duda a tu hijo, no sabía que lo tenías, sigue manteniéndolo
en secreto, eso nos ayudará… –dijo Judas. ¿Qué más pasó en Bet San?
- Bueno, después de la cena hubo un terrible acontecimiento. –contestó mientras las
lágrimas empezaban a brotar de sus oscuros ojos.
Casí sin poder hablar ya que se la había hecho un nudo en la garganta, prosiguió con la voz
casi apagada…
- Hubo un juicio al pie de la acrópolis –dijo.
- ¿Un juicio?... dijeron todos al unísono
- ¿Contra quién? –preguntó Eleazar.
- Contra quienes, diría yo… –contestó Azarías sollozando abiertamente.
- Bueno, ¿contra quienes?... –preguntó impaciente Judas.
- Contra los judíos de la ciudad. –dijo sin más y guardó un sepulcral silencio.
- Pero ¿contra todos?... –insistió Judas.
- Contra todos, sí. –respondió dando un gran suspiro.
- ¿Ancianos?... ¿Mujeres?... ¿Niños?.... –preguntó incrédulo Simón.
- Sí, niños también… ¡Horrible!... ¡Fue horrible! –dijo entrecortado por un llanto que le salía
de lo más profundo de su espíritu- Jamás vi tanta crueldad. Vi. morir en la hoguera a
mujeres que llevaban a sus hijos agarrados del pecho intentando chupar de un seno
completamente seco…. Vi a ancianos ser torturados hasta morir por negarse a abjurar de
Yahvé… Vi a jóvenes morir descuartizados por negarse a ingerir carne de cerdo… Vi… –
gemía- Vi, el infierno… Vi, -dijo entre sollozos-, como lanzaban desde las murallas de la
acrópolis a mujeres con sus hijos en brazos ¡a más de diez codos de altura!... –lloraba
amargamente- Vi como a una embarazada le arrancaban a su hijo de su vientre y le daban
muerte golpeándolo contra el suelo… y después a ella la metían en aceite hirviendo…
- ¿Y qué hacían Menelao y Lisímaco ante ese brutal ataque? –preguntó Eleazar.
- Menelao se desmayó pensando en lo que le podría ocurrir a él, Lisímaco disfruto como un
depravado… -dijo entre sollozos sin casi poder hablar-.
- No sigas… no sigas. Por favor… –le interrumpió Simón llorando también él.
- Israel ni olvidará a sus hermanos, ni perdonará a sus enemigos. ¡Su sangre será lavada
con la sangre de los sirios! –bramó Judas.

***

El terapeuta seguía observando detenidamente los ojos del rey. Estaban enrojecidos por la ira
y por la fiebre. Después palpó con suavidad su abdomen. Estaba rígido. Dirigió sus dedos
hacia la parte derecha entre el ombligo y la cadera y presionó levemente. El rey soltó un grito
de dolor. Volvió a presionar. El rey volvió a emitir un gemido.
- ¿Le habéis hecho algún enema? –preguntó a los médicos.
- No. –contestaron ellos.
- Menos mal. Le habríais matado. –dijo.
- ¿Matado?
- Sí.
- ¿Qué tiene? –estaban nerviosos.
Dositeo no contestó. Frotó las palmas de sus manos fuertemente durante unos segundos y
después las dirigió hacia la zona que producía tan horrible dolor al rey. Sus manos desprendían
un calor tan agradable que el rey pensaba que ya le estaba curando. Después pidió una crátera
con agua caliente y un cuchillo bien afilado.
- ¿Un cuchillo?... ¿Te has vuelto loco, extranjero?... –exclamó aturdido Andrónico.
- Un cuchillo, sí… y que esté bien afilado. Hay que extirpar. –dijo sin inmutarse el nazareo.
- Nadie puede acercar un cuchillo al rey. –dijo Amalec.
- Pues morirá sin remedio. Hay que extirpar. –repitió Dositeo, el terapeuta.
El rey no daba crédito a lo que oía pero se daba cuenta de que el tacto que había hecho aquel
extraño le había producido una sensación de alivio que hacía días que no notaba. Y dijo:
- Dadle el cuchillo. No se atreverá a matar a su rey. – ordenó. ¡Este no puede ser judío! –
exclamó.
- Soy judío y creyente y mi fe me impide hacer daño a mis semejantes, el cuchillo lo necesito
para curarte.
- Pero, ¿qué es lo que tiene? –preguntó otro de los físicos.
- Tiene una parte de sus tripas que se ha podrido y es necesario cortar la putrefacción. –dijo.
- ¿Y, tú cómo lo sabes? –le preguntó Andrónico.
- He visto muchas veces hacer esto con otras gentes.
- Y tú, ¿lo has hecho alguna vez? –continuó Andrónico.
- No. –contestó lacónico.
- Y… y, ¿dónde lo has visto? –balbuceó Amalec.
- En Shamarkanda. Una tierra lejana. Más allá de Persia. –dijo con voz serena.
- Y ¿cómo sabes donde debes de cortar?... –dijo otro de los médicos.
- Noté el calor de la putrefacción cuando impuse mis manos sobre su vientre. –respondió
Dositeo.
- Bueno, basta ya… empieza con la carnicería… –dijo el rey que empezaba a impacientarse
con tanta discusión.
Dositeo tanteó de nuevo el vientre del rey… e hizo un profundo corte de donde empezó a
manar abundante sangre negruzca.
***

Menelao ya no sabía que hacer. Sus nervios no le respondían y cada vez estaba más
paranoico. No quería comer pues temía que el rey mandara envenenarlo. No se atrevía a salir
a los jardines pues pensaba que un arquero con un certero flechazo en medio de su corazón
podía acabar con su vida. Casi no dormía pues temía ser ahogado con su propio cojín. En una
palabra, no vivía.
Un día desesperado pidió a un sirviente que le hiciera llegar un mensaje a Andrónico. Decía
así:
“Necesito ver a Su Excelencia con toda urgencia. Tengo grandes
noticias que darle. ¿Quieres ver aumentada tu fortuna personal?
Menelao”.
Al leer el mensaje Andrónico se echó a reír a carcajadas. “Será iluso el judío este. ¿No cree
que puede hacerme más rico de lo que ya soy?”. No obstante en su mente quedó impreso ese
detalle: “¿Quieres ver aumentada tu fortuna personal?”. ¿Por qué no?, pensó. Y fue a verlo.
- ¿Qué quieres, Menelao? -le preguntó nada más verlo.
- Señor, Excelencia… que bien que hayáis aceptado venir a verme. Estaba volviéndome
medio loco en esta soledad e incertidumbre… –dijo haciendo grandes y serviles
reverencias.
- “Medio loco, loco del todo”, pensó Andrónico. ¿Qué es eso de que puedes aumentar mi
fortuna personal? –le espetó de golpe haciendo un gesto de desprecio hacia la servil
actitud que había adoptado el judío.
- Os puedo hacer muy rico, Excelencia. ¡Muy rico! –dijo nerviosamente.
- Dime, ¿De qué se trata?
- Bien, iré sin rodeos. Si conseguís que el rey se ponga de mi favor y me conceda el honor
de ser Sumo Sacerdote de Jerusalén yo os daré grandes riquezas en oro y plata. Tantas
que pasareis por ser más rico que el propio rey.
- ¿Y si te ejecuta?...
- Pero, Excelencia, vos sois Amigo del Rey, su chambelán, su consejero más importante…
vos tenéis todo el poder en la corte. –dijo titubeando.
- Tranquilizaos. El rey está en Damasco y pronto estará de nuevo en Antioquia y os recibirá.
No temáis, no vais a ser ejecutado… por el momento. –dijo con una cínica sonrisa que
iluminó sus pequeños ojos de rapaz.
- Os haré rico, ¡muy rico!, Excelencia.
- Eso espero, Menelao. Que no olvides nunca el gran favor que te hago si interfiero por ti
ante el rey. Por cierto ¿qué le has ofrecido a Apolonio?... ¿Más riquezas?... Menelao…
mide bien lo que ofreces, el rey también querrá su parte…
Y diciendo esto se dio media vuelta y dejó a Menelao con la boca abierta…

***

Antíoco estaba de un humor formidable. Su dolor había desaparecido y la herida había


cicatrizado muy bien. Dositeo, el terapeuta, se había marchado tal y como había venido, en
silencio, pero sus médicos y físicos fueron ejecutados inmediatamente después de la
intervención del nazareo. Ahora buscaba desesperadamente a Dositeo, pues solo a él debía la
vida, y ofrecía hasta diez talentos de plata a quién le proporcionara su paradero ya que ni sus
espías daban con él. “¿Habrá marchado de nuevo a Shamarkanda?”, se preguntaba a si
mismo.
Tal era su estado de ánimo que nombro a su medio hermano Lísias comandante en Jefe del
Estado Mayor de todos sus ejércitos y regente, en el caso de que él falleciera, de su reino,
Siria, hasta que su primogénito, también llamado Antíoco, llegara a la edad de trece años y
pudiera gobernar con su sabio consejo. La primera medida que tomó, en virtud de su nuevo
cargo, fue ordenar a sus mejores generales: Ptolomeo, Nicanor y Gorgías, marchar hacia
Partia1 y sofocar la insurrección que se había producido en aquellos dominios. Al gobernador
de Celesiria, Fenicia y, ahora, Samaria, Apolonio, le ordenó que, de una vez por todas, acabara
con la vida de los rebeldes judíos y sobre todo de Judas, el Macabeo, poniendo el precio de
dos mil talentos de plata por su cabeza.
A su vez, Andrónico aprovechó el buen humor del rey para hablarle de los hermanos Tobíadas
que llevaban ya más de siete semanas en Palacio sin que el rey los hubiera recibido.
- Menelao… ¿Quién es Menelao? –preguntó Antíoco.
- El gentilhombre de Israel que ha venido a traeros trescientos sesenta talentos de plata de
parte del sumo sacerdote, Jasón. –respondió el chambelán.
- ¡Ah!, sí… ya recuerdo. ¿pero no había que ejecutarlo por haber dicho que yo había sido
asesinado? –dijo.
- Majestad, ese rumor fue obra del malvado Jasón que es un insidioso que odia a los
Tobíadas. –rebatió Andrónico.
- Bien, ¿qué quiere?...
- Quiere mostrar sus respetos a Vuestra Majestad y ofreceros una suma muy superior a la
que todavía no os ha pagado Jasón.
- ¿De que suma se trata?
- De cuatrocientos talentos de oro.
- ¿Del Templo?
- No, Majestad, de su propia fortuna.
- ¿Tan rico es?
- Su familia es inmensamente rica, respetada e influyente.
- Y, ¿a cambio de qué me ofrece ese dinero?...
- Quiere ser sumo sacerdote.
- ¡Todos los judíos quieren ser sumos sacerdotes!... ¿qué tendrá ese cargo?...
- Poder, Majestad… ¡Poder! –dijo grandilocuente Andrónico.
- Prepara el nombramiento.
- En seguida, mi rey… y de Jasón ¿qué hacemos? –preguntó sutilmente.
- ¡Destitúyelo!... No. Mejor, ¡que lo ejecuten! No cumple su palabra. Aún me debe mil
ochocientos talentos de plata. –sentenció Antíoco.

***

Doce semanas y ni siquiera se digna a recibirnos… ¡que insulto!, le dijo Menelao a su hermano
en la caravana que les llevaba de vuelta a Jerusalén.
- Esta vez no vamos tan bien escoltados. –dijo Lisímaco.
- Esta vez no hay miedo a que huyamos… –dijo con una leve sonrisa Menelao.
- ¿Qué harás con Jasón cuando lleguemos?
- Ordenaré que lo ejecuten por impío.
- Solo a él.
- A él y a todos sus seguidores, y a su familia y la de sus seguidores. ¡Todos morirán! –dijo
con un destello de furia en los ojos.
- Jasón solo tiene a su hermano Onías en Dafne. –dijo Lisímaco.
- Andrónico se hará cargo de él. Le he pagado mucho dinero para librarme de ese santón.
- Y de Apolonio ¿qué se sabe?...
- Ahora también gobierna en Samaria. Será nuestro fiel aliado, hermano.
- Y de Sóstrates… ¿qué se sabe de Sóstrates?... –dijo sin dar importancia a sus palabras.
- Ha sido nombrado comandante de la ciudadela de Jerusalén, pero está casado.
- Ya lo sé… con la hermana del rey.
- ¿Y…?

1
En Mesopotamia, la actual Irak.
- Es gorda y fea, aun creo que tendré alguna oportunidad con él.
- ¿Cuándo cambiarás, Lisímaco? –dijo Menelao con un tono de preocupación.
- ¡Jamás!.

***

Las tropas de los Macabeos asediaban de tal forma a las guarniciones esparcidas por todo
Israel que el rey, harto ya de la situación, había ordenado a Apolonio preparar un poderoso
ejército y marchar sobre Judea tomando Jerusalén que había sido abandonada cobardemente
por Sóstrates, comandante de la plaza.
Más de sesenta mil infantes, dos mil caballeros y doscientos elefantes así como carros y otras
máquinas de guerra tuvo pronto dispuesto el gobernador de Celesiria, Fenicia y, ahora, de
Samaria.
Enterado Judas de las tropas que se desplazaban desde el norte puso en marcha a su ejército
y se dispuso a salir a su encuentro y entablar batalla. Partió de Qunram al mando de sus
hombres junto a sus hermanos Simón y Juan, cada uno de los cuales mandaba un cuerpo de
ejército. En esta ocasión ordenó a Eleazar que se quedara con el resto de sus seguidores,
ancianos, mujeres y niños y se preocupara de su salud espiritual haciéndose cargo de la
lectura de los libros sagrados de la Ley, de la Torah. A su vez avisó a Jonatan por medio de
palomas mensajeras para que reforzara la frontera sur en previsión de un posible ataque
enemigo y que enviara varias columnas de caballería hacia Jerusalén para cubrir la retaguardia
de la ciudad.
Sabía por sus espías que las tropas sirias avanzaban por la línea de la costa y que al llegar a
Jope2 se desviarían al sureste para alcanzar la carretera que les llevaría a Jerusalén. Decidió
que el encuentro tendría lugar entre Guezer y Emaús.
Los sirios establecieron su campamento en las afueras de Emaús. Judas ordenó a su hermano
Juan que circunvalara Emaús y atacara al alba desde el monte Adda en el noroeste de la
posición. A su hermano Simón que lo hiciera por Emaús atacando el centro del ejército de
Apolonio. El escogió el ataque por el flanco izquierdo, por el desfiladero que iba de Guezer a
Emaús. Lugar por donde, sin duda, las tropas atacadas intentarían obtener refugio. Podía
atacar de frente a las tropas enemigas, la retaguardia estaba totalmente garantizada con las
columnas enviadas por Jonatan, lo que ignoraba Judas es que su hermano menor iba al frente
de las mismas contraviniendo así las órdenes dadas por él.
Así se hizo.
Al alba, despuntar el sol, Juan y sus tropas lanzaron un feroz ataque que fue seguido de una
brutal acometida del ejército de Simón.
Los sirios desbordados, asustados y medio dormidos empezaron a replegarse hacia el oeste,
hacia el desfiladero donde Judas esperaba con su ejército.
En ese momento, la lucha ya había comenzado. Ambos ejércitos se habían encontrado en el
centro del desfiladero y había comenzado una pelea sin cuartel. Los sirios eran, en número,
muy superiores a los judíos pero el ardor del combate era, sin ningún género de duda, judío.
Luchaban, plenamente convencidos, por su Tierra contra un ejército invasor. Luchaban,
heroicamente, por su libertad, por su religión… y, por su independencia. Verdaderamente,
creían en su lucha y Yahvé les daba fuerzas y confianza para vencer a tan numeroso enemigo.
Muchos sirios huían en desbandada cuando al fondo, sobre un caballo blanco, se distinguió la
imagen de un guerrero que lucía armadura y espuelas de oro al igual que su espada, su casco
y su escudo. Era Apolonio, el cruel gobernador de Celesiria, Fenicia y, ahora, de Samaria, que
exhortaba a sus soldados para que volvieran al combate. Al otro lado del desfiladero se
distinguió la majestuosa figura de Judas, el Macabeo, que espoleando violentamente a su
caballo tordo, y a veloz galope, se dirigió a presentar singular combate hacia donde estaba el
general sirio. La lucha fue corta pero encarnizada. Ambos contendientes eran grandes
esgrimistas y arrojaban un valor fuera de lo normal. En un momento de la pelea y en un alarde
de destreza, Judas, tras un ágil movimiento de muñeca, hincó su espada en el reluciente y
dorado escudo de Apolonio atravesándolo y hundiendo más de media estocada en la coraza
del sirio a la altura del abdomen. Éste, con una horrible mueca de dolor, abrió los ojos hasta

2
La actual Jaffa
sacarlos prácticamente de sus órbitas a la vez que lanzaba un grito desgarrador que denotaba
la gravedad de la herida. En ese momento, Judas, desclavó con violencia la espada y Apolonio
cayó del caballo quedando postrado de rodillas en el suelo cogiendo, con ambas manos, las
vísceras que se escapaban por la mortal herida.
Lentamente, Judas, se apeó de su caballo, blandió su espada hacia el cielo, y empuñándola
con ambas manos, descargó un certero golpe en el cuello de su enemigo. La cabeza de
Apolonio salió rodando desprendida, ya, del casco que la protegía y su cuerpo se desvaneció
desmadejado a los pies del Macabeo. Éste se desplazó a paso muy lento hasta donde la
cabeza había dejado de rodar y, agachándose, cogió con su mano diestra la espada de oro del
guerrero vencido, después, con su mano izquierda, cogió la cabeza sujetándola por la larga
cabellera pelirroja y, levantándola a la vista de todos, agitó violentamente ambos brazos
abiertos en cruz, mientras lanzaba aterradores y feroces gritos a todo pulmón.
¡Por Yahvé! ¡Por Israel! ¡Victoria! ¡Bet San ha sido vengada! ¡Victoria!...
Así estuvo largo rato percatándose del efecto desmoralizador que tal escena provocaba en las
tropas del gobernador sirio los cuales huían en todas direcciones sin coger ningún rumbo
determinado.

***

Demetrio era el hijo primogénito de Seléuco, el hermano del actual rey, y había sido educado,
como príncipe, para suceder a su padre que había muerto asesinado por Heliodoro, su primer
ministro, instigado por Antíoco. Jamás había conocido personalmente a su tío pues durante su
infancia, éste, había estado como rehén en Roma con el fin de que se cumpliera el pago por
compensaciones de guerra que el Senado romano había impuesto a Antíoco III, su abuelo, al
firmar el tratado de paz de Apamea, bastantes años antes. Ahora estaba educándose en
Roma.
Desde su secuestro, Demetrio, odiaba a toda su familia pues durante todos aquellos años
nadie había hecho absolutamente nada en su favor y, aunque su vida en Roma se desarrollaba
de manera cómoda junto a otros rehenes, no dejaba de ser un prisionero.
La única visita que recibió durante sus años de secuestro fue en una ocasión en la que
Heliodoro, primer ministro de Seléuco, encabezó una embajada siria al senado romano para
tratar el tema de los partos, sus vecinos del noreste. El resultado de esa visita fue la muerte del
rey y la posterior usurpación del trono por parte de Antíoco. Demetrio, el legítimo heredero, tuvo
que huir y exiliarse para salvar su vida. Desde entonces había jurado odio eterno a su tío, el rey
que ocupaba ilegítimamente el trono de Siria.
Ahora, la venganza por la muerte de su padre iba por fin a poderse materializar. Aunque ya
había llegado a sus oídos la muerte en combate del gobernador Apolonio, aún le quedaban
aliados de confianza. Entre ellos se encontraban su propia tía Laodicea, hermana de su padre,
y el marido de esta, el general Sóstrates, antiguo comandante de la ciudadela de Jerusalén.
Otros poderosos e influyentes prohombres de Siria, se habían conjurado para destituir al rey
ilegítimo al precio que fuera, entre ellos Báquides, el señor de la guerra. Los enemigos a abatir
eran Lísias, el futuro regente y Antíoco hijo del rey y, por lo tanto, primo hermano suyo.

***

Serón, comandante en jefe de la guardia real, al saber la noticia de la muerte en combate de su


íntimo amigo Apolonio, formó un gran ejército y, sin consultarlo al rey, dispuso su marcha en
dirección a Judea.
A la altura de Bet Horón se encontraron con las tropas de Judas Macabeo y entablaron una
cruel batalla que, pese a la inferioridad numérica de los judíos, puso a los sirios en desbandada
dejando por los caminos muertos y malheridos. Serón y los pocos oficiales y soldados que le
quedaban se refugiaron en tierra de filisteos3 para desde allí, siguiendo la carretera de la costa,
volver a Siria.
Al enterarse de esta nueva derrota, Antíoco montó en cólera de forma tan violenta que empezó
a romper todo lo que hallaba a su alcance. Estaba al borde de un ataque de esquizofrenia.
¡Andrónico!... ¡Andrónico!... No recordaba que su chambelán ya no estaba con él. Había
3
Conocida actualmente como la franja de Gaza
ordenado su ejecución inmediata, después de desprenderle de la túnica púrpura y de
desposeerlo, públicamente, de todos sus honores y cargos, al enterarse de que, cumpliendo
los deseos de Menelao y a cambio de una inmensa cantidad de oro, había sido el brazo
ejecutor en el asesinato de Onías, hermano del traidor Jasón.
- Majestad, Andrónico ya no está entre nosotros. –dijo Lísias su nuevo primer ministro,
chambelán de la corte y preceptor de su hijo al que se llamó de sobrenombre Eupator.
El rey dirigió la mirada hacia su visir pero sus ojos no parecían ver nada, estaban desorbitados,
como perdidos. Un hilillo de baba, espesa y muy blanca, salía de la comisura de sus labios.
El visir llamó a los médicos del rey los cuales llegaron de inmediato. Uno de ellos saco de una
pequeña bolsa que llevaba anudada a su cintura, un pequeño frasco cuyo liquido hizo ingerir al
rey. Otro le colocó una escudilla bajo su barbilla. El rey vomitó entre grandes arcadas y
profundas náuseas. En pocos segundos parecía recuperado. Pidió que le trajeran un ritón de
vino rebajado en agua y miel. El vino tenía que ser de Galilea, le sentaba mejor.
- Lisias, disponlo todo para que mi ejército cobre la soldada de un año entero y también los
donativos4.
- Pero… Majestad, el tesoro del reino está casi en ruina. No tendremos suficiente dinero
para satisfacer tales cantidades. –le contestó Lísias con prudencia.
- Bien, pues partiré hacia Persia, nos deben los anabasis, los impuestos, del último año. –
Hizo un gesto a los médicos indicando que ya se encontraba bien y dijo: Decidle a Filipo
que venga, quiero verle.
Filipo era su hermano de leche y la única persona de la que él se fiaba plenamente.
- ¿Me llamabas, hermano? –dijo al entrar.
- Si, Filipo. Voy a partir de inmediato hacia tierras persas. Debo cobrar los impuestos que me
adeudan. Tú te quedarás aquí junto a Lísias y el joven Antíoco cuidando de los negocios
del reino.
Entonces dirigiéndose a su visir le ordenó:
- Lísias, ve con mi hijo y hazte cargo de él.
- Si, mi Señor, como tú ordenes. –le contestó mientras caminaba hacia atrás con el torso
encorvado y los brazos abiertos en señal de sumo respeto.
Cuando el visir ya hubo salido de la estancia…
- Filipo, en mi ausencia, quiero que vigiles de cerca a Lísias, no es de fiar. Es taimado y
ambicioso en exceso. Cuando vuelva de mi viaje ya veré que hago con él. Mientras tanto
no lo pierdas de vista.
- Si, hermano. Así lo haré… –y se retiró de la estancia real dejando solo a Antíoco.
“Menelao tampoco ha pagado lo que prometió… también tendré que cuidarme de él a mi
vuelta…” –pensó para sí.

***

La venganza de Jasón había sido tan brutal que ni los más ancianos de Jerusalén recordaban
una noche tan sangrienta como aquella. Gedalías, al mando de un escuadrón de caballería,
había cumplido fielmente las órdenes del sumo sacerdote. En una sola noche habían sido
detenidos y asesinados más de dos mil seguidores de Menelao. El partido sadúceo parecía
estar tocado de muerte cuando de pronto corrió la noticia por toda la ciudad de que Menelao y
su hermano Lisímaco estaban de camino de vuelta a Judea después de haber sido perdonados
por el rey sirio quien, además, les había otorgado las más altas jerarquías del templo: el sumo
pontificado y el control del tesoro.
Jasón, advertido por sus espías de que la noticia era cierta, tuvo que huir precipitadamente de
la ciudad de David5 y abandonar todas sus posesiones. Huyó a tierras de Ammón6, al oriente
del Jordán, disfrazado de mujer y completamente solo. Aprovechó las sombras de la noche.
Nadie quiso ayudarle. Y él, juró volver…

4
Sobresueldo extra que los reyes de la época donaban a sus soldados para asegurarse su fidelidad. Con el tiempo, el
donativo, se tornó en costumbre de obligado cumplimiento si se querían evitar las sublevaciones militares.
5
Jerusalén
6
La actual Jordania.
¡Volveré!... –dijo mientras cruzaba la puerta de los Peces.

***

Lísias mandó llamar a palacio a los señores de la guerra que eran de su confianza y que
estaban en la campaña contra los partos. También mando a Serón que se reuniera con ellos.
Rápidamente fueron llegando Ptolomeo, hijo de Dorímenes, el general Gorgías y Nicanor, su
predilecto. Todos se pusieron inmediatamente a sus órdenes.
- El rey me ha ordenado que con la mitad de sus ejércitos arrase Judea y, en especial,
Jerusalén, hasta que no quede en todo Israel, piedra sobre piedra. Hemos de vengar la
muerte de Apolonio. –les dijo.
- Uniremos nuestros hombres a los tuyos, Lísias. –apuntó Gorgías.
- Yo llevaré mis elefantes. –contestó Ptolomeo.
- Hablaré con mis amigos, los filisteos7, y también se unirán a nosotros. Serón ha reunido allí
numeroso ejército. –intervino Nicanor.
- Bien. Preparémonos pues. Saldremos en cuanto las tropas estén pertrechadas. Yo llevaré
conmigo a Eupator, el hijo del rey. He de cuidar de su salud y protegerle con mi vida, si
fuese necesario. –les dijo a todos ellos Lísias.
Pronto, los espías, se pusieron a informar sobre los movimientos de tropas sirias hasta que
esas noticias llegaron al campamento de Judas. Sin duda los servicios de inteligencia junto a
su estrategia de guerra de guerrillas, eran las mejores armas del caudillo judío.
- El enemigo está reuniendo un numeroso ejército que pronto avanzará hacia nosotros.
Salen tropas de Sidón, de Damasco, de Tiro, de Sarepta, de Antioquia. Dicen que Lísias
ha conseguido unir a los generales Gorgías, Ptolomeo y Nicanor, y que Serón al mando de
un numeroso ejercito filisteo también vendrá hacia nosotros por el suroeste. –dijo Simón en
tono pesimista.
- Lo sé, hermano… Los espías de Jonatan también han dicho que muchos idumeos suben
hacia el norte para unirse al ejército de Gorgías. –le contestó Judas con el semblante serio.
- Habrá que reunir a cuantos hombres estén disponibles para combatir. –comentó Eleazar
que estaba junto a ellos.
- Una gran cantidad de mercaderes fenicios y, sobre todo, samaritanos, siguen a los
ejércitos para comprar como esclavos a los que quedemos con vida. Llevan gran cantidad
de oro y plata. Tendremos que proteger a nuestras mujeres, ancianos e hijos. –dijo Simón
con serenidad no exenta de preocupación.
Viendo Judas y sus hermanos que las calamidades se multiplicaban y que los ejércitos
acampaban en sus confines, y conocedores de las órdenes dadas por el rey de destruir y
exterminar al pueblo, se dijeron unos a otros: “Defendamos a nuestro pueblo contra esos
planes de destrucción y luchemos por nuestra nación y por el santuario”, y resolvieron
disponerse para la guerra, orando y pidiendo a Dios clemencia y misericordia.8

***

La ciudad de Jerusalén estaba casi desierta, solamente caminaban por ella los extranjeros
residentes en la ciudadela. Todos los demás habían huido, desde el sumo sacerdote; Menelao,
al último de los levitas9; desde el nuevo comandante de la ciudadela hasta el último de sus
soldados. Jerusalén era una ciudad desolada. Las huellas de la matanza que había ordenado
Jasón aún estaban visibles en sus calles. Se olía a muerte y destrucción.
Judas ordenó a sus jefes militares que reunieran a todos aquellos hombres que, según la Ley,
podían empuñar un arma. No podían unírseles los que edificaban casas, los que habían
tomado mujer, los que habían plantado una viña, ni los tímidos10.
7
Actualmente conocidos como palestinos
8
I Mac 3, 42-44
9
De la tribu de Leví eran sacerdotes y guardianes del Templo.
10
I Mac 3, 56. Tímidos, en este caso, se refiere a enfermos mentales.
- Dirigíos a Masfá11. Allí nos encontraremos todos. Yo reuniré los vestidos sacerdotales, los
diezmos y las primicias y haré venir a los nazareos que hayan cumplido los días de su
consagración. –les ordenó Judas.
Una vez reunidas todas sus tropas incluidas las del sur comandadas por Jonatan, Judas se
dirigió a las mismas diciéndoles:
“Preparaos y portaos como valientes, prontos a luchar mañana temprano contra estas gentes
que se han reunido contra nosotros para destruirnos y destruir el santuario. Mejor es morir
combatiendo que contemplar las calamidades de nuestro pueblo y del santuario. En todo caso,
hágase la voluntad del cielo”.12
Y levantando el campamento, se dirigieron hacia el sur de Emaús…

***

Gorgías, con cinco mil infantes y mil jinetes, la mitad de su ejército, se dirigió hacia el
campamento de los judíos, que aún creía en Masfá, para atacarles de noche y por sorpresa.
Cuando llegaron allí sus tropas, el campamento de los judíos estaba vacío. Han huido esos
cobardes, -pensó Gorgías con satisfacción13.
Pero se equivocaba… Judas había decidido atacar al amanecer a las tropas sirias que estaban
acampadas cerca de Emaús y ahí se había dirigido con la totalidad de su ejército. Al llegar a lo
alto de las colinas observó el campamento de los gentiles14 y viéndolo atrincherado y
fuertemente defendido y rodeado por la caballería, se dirigió a sus hombres y les arengó de
esta forma: “Recordad cómo fueron salvados nuestros padres en el mar Rojo cuando el Faraón
los perseguía con su ejército”15… Y ordenó atacar…
Los soldados sirios viéndose atacados por sorpresa salieron de sus tiendas dispuestos a
entablar combate. La lucha fue feroz, encarnizada. Las tropas judías salían de todas las
laderas de las colinas colindantes al campamento. Eran miles, muchos miles de hombres que
gritando aterradoramente se dirigían blandiendo sus armas contra un enemigo cada vez más
asustado. Los muertos y los heridos se iban amontonando en el suelo de tal manera que las
tropas tenían que saltar sobre ellos para abrirse paso. El olor a sangre y a humo impregnaba
todos los rincones del campamento de los sirios. Las llamas ascendían varios metros por
encima de las cabezas de los combatientes. Empezaba ya a notarse el olor a carne quemada.
Las tropas sirias viéndose completamente desbordadas empezaron a huir en todas las
direcciones. Fueron perseguidos hasta Guezer, hasta los llanos de Idumea, de Azoto y de
Jamnia; los rezagados cayeron todos al filo de la espada, quedando en el campo hasta tres mil
de ellos16.
El ejército de Gorgías venía ya de vuelta cuando desde lo lejos divisaron las columnas de humo
que salían por detrás de las montañas donde sabían que se encontraba su campamento base.
Gorgías ordenó que se adelantara una avanzadilla. A su vuelta contaron lo que allí había
sucedido lo que provocó un gran espanto entre los sirios que huyeron hacia tierra de filisteos
desde donde siguieron el camino de la costa hasta Meggido al noroeste de Israel.
En el Valle de Yzreel, al pie del monte Carmelo, estaba acampado el grueso del ejército sirio
con Lísias y Antíoco Eupator, el príncipe heredero, a su mando quienes al enterarse del
desastre ocurrido decidieron esperar y tomarse un respiro para reorganizar a sus ejércitos.
Casi un año después ya disponían de sesenta mil infantes y más de cinco mil jinetes con el que
acabar con aquellos bastardos judíos, en cumplimiento de lo ordenado por el rey.
Preparó a tan poderoso ejército y partió, por el camino de la costa, hacia el sur, hacia Idumea…

***

11
Ciudad situada al noroeste de Jerusalén, cerca de Bet-Él, ciudad santa. Casa del Señor en hebreo.
12
I Mac 3, 58-60
13
I Mac 4, 5
14
Gentil es todo aquel que no profesa la religión judía.
15
I Mac 4, 9
16
I Mac 4, 15
Durante ese periodo de entre guerras, el ejército de Judas aumentó con los voluntarios que
iban viniendo de todos los confines de Israel. Llegaban de los cuatro puntos cardinales e
incluso de ultramar. De tierras lejanas más allá del mar Mediterráneo. Ese mar al que los
romanos llamaban Mare Nostrum, el mar nuestro. Siempre plagado de piratas que hacían muy
peligrosa la navegación. Ese es el caso de Jonás, un judío que se había establecido en
Hispania, Span, como la llamaban los fenicios. Su nombre significaba “tierra de conejos” y él
contaba historias increíbles de aquellas inhóspitas y salvajes tierras, Así como de sus
pobladores. El hablaba de una tribu a cuyos miembros se les llamaba Íberos… pero habían
muchas más tribus, cada cual más salvaje si cabe. Los romanos que se habían adueñado de
aquellas tierras mantenían luchas constantes con sus auténticos pobladores. Los romanos se
adueñaban de todo. E imponían su Ley y su paz, la Pax Romana.
Habían descubierto yacimientos de plata, de oro, de hierro y de otros minerales y piedras
preciosas que él no conocía. Las tierras eran muy fértiles. En ellas crecían todo tipo de
cereales, de frutas, de hortalizas. Y había caza… ¡mucha caza!
Por todo ello, Hispania le interesaba Roma y había enviado allí a sus legiones con sus
flamantes cónsules al mando de ellas. Habían invadido la península y exterminado a pueblos
enteros, a otros los habían expulsado de allí. Pero había un pueblo, cartaginés, -dijo Jonás que
se llamaba-, que era comerciante y sobre todo guerrero, que le había plantado cara a los
romanos. Eran muy valientes. Sus antepasados les habían contado las hazañas de aquellos
ilustres guerreros que, en una ocasión traspasaron los Pirineos y los Alpes con sus elefantes
para atacar a la mismísima Roma. Su Jefe, Aníbal, -dijo que así se llamaba ese general-.
Procedía de Cartago17, en el norte de África. ¡Eran orgullosos y valientes aquellos bravos
guerreros! –repetía sin cesar-. Ningún pueblo hasta entonces había tenido la osadía de llegar
tan cerca de la capital de la invencible República romana –dijo-.
Sus antepasados se habían establecido en una ciudad de la costa, Cartago Nova la llamaban
los romanos18. Se dedicaban al comercio naval y al préstamo. La ciudad había sido
reconstruida sobre un antiguo castro íbero por un tal Amilcar, al que llamaban Barca, padre del
valeroso general de los elefantes, -contaba Jasón-. También fundó otras ciudades, todas ellas
en la costa, la más importante, al noreste de Hispania la conquistaron a los layetanos19 y la
llamaron Barca Nova20 en su honor. Pero habían muchas tribus en esa ciudad y aunque los
más importantes eran los ya nombrados layetanos… habían muchos más. –decía, como
recordando.
Jonás era un buen hombre y se unió a las tropas macabeas como uno más. Decía tener
setenta años. Aparentaba más.

***

Las tropas de Ptolomeo, Gorgías y Serón que el año anterior habían sido derrotadas por Judas
en Emaús, acamparon en Betsur junto a las de Lisias y Antíoco, el príncipe. Traían toda clase
de pertrechos y máquinas de guerra. Jamás se había visto por aquellos parajes un ejército tan
poderoso. Los espías de Judas fueron a informarle inmediatamente.
- Son más de sesenta mil hombres. –le dijo uno de sus espías quebrantado por el miedo
- Y cinco o seis mil caballos. –dijo otro más asustado aún.
- Elefantes también traen… –continuó el primero.
- Si, si, por lo menos ochenta o cien elefantes… -dijo el otro.
- ¿Qué piensas hacer, Judas? –preguntó Simón que estaba junto a él.
- Atacar. –contestó lacónico.
- ¿Atacar?... Pero si solo disponemos de diez mil guerreros, Judas…
- Atacaremos. Ahora dejadme, quiero rezar. –les dijo Judas.
“Bendito seas, Salvador de Israel, que quebrantaste el ímpetu del gigante por mano de
tu siervo David y entregaste el campamento de los filisteos en poder de Jonatan, hijo
de Saúl, y de su escudero. Da este campo a manos de tu pueblo Israel y queden
17
Antigua ciudad de Túnez que fue destruida totalmente por los romanos algunos años mas tarde
18
Actual Cartagena en la región autónoma de Murcia.
19
Pueblo íbero de las costas nororientales de Hispania
20
Actual Barcelona en Cataluña, España.
avergonzados su ejército y su caballería. Infúndeles miedo, abate la presuntuosa
confianza en su fortaleza y avergüéncense de su derrota. Derrótalos por la espada de
los que te aman y entonen cánticos de loor todos los que conocen tu nombre”…21
Cuando terminó su oración montó sobre su caballo, se puso el frente de sus tropas y atacó con
su gente en el desfiladero de Betzacaria, cuya entrada era muy angosta y difícil y, antes que
ambos ejércitos iniciaran el combate, su hermano Eleazar viendo que un elefante era mayor
que los otros y que además iba pertrechado con una gran torre adornada de oro y plata, pensó
que en él venían Antíoco, el príncipe y Lisias, el regente. Corriendo de entre los suyos y
zafándose de sus enemigos, llegó hasta el elefante hiriéndolo en el vientre derribándolo sobre
si mismo muriendo aplastado inmediatamente.
En la primera embestida entre los dos ejércitos los sirios ya habían superado las tres mil bajas.
El ardor que los judíos ponían en el combate movidos por su fe era tal que viéndolo Gorgías,
que había intentado cogerlos por sorpresa, ordenó inmediatamente la retirada y huyó hacia el
oeste a la ciudad de Yannia pasando de allí a Ascalón donde tenía muchos seguidores.
El campo quedó sembrado de cadáveres. Entre ellos estaba el del general Serón cuya cabeza
cortada fue tomada como trofeo por las tropas del Macabeo.
No obstante y dada la diferencia en número entre ambos ejércitos, los sirios salieron victoriosos
del encuentro y Judas y los suyos debieron retirarse hacia la comarca de Gnofnítica con el fin
de replegar sus fuerzas. Con ellos se llevaron el cadáver del infortunado Eleazar.
Lisias y Antíoco, el príncipe, marcharon hacia Jerusalén donde después de permanecer unos
días tomaron camino de vuelta a Antioquia con el fin de pasar allí el invierno y recomponer su
ejercito con el objetivo de volver sobre Judea22.

- ¡Ese Judas es un demonio! Se nos ha vuelto a escapar. –dijo el pequeño príncipe.


- ¡Alguna forma habrá de vencerle!... –exclamó el regente.
- Simula una paz con él, y cuando esté confiado… ¡Asesínale!... –le contestó. Contaba,
solamente, ocho años de edad.
Antes de partir se apropiaron de lo poco que quedaba en el Templo y dispusieron que se
quedara una tropa permanente en la ciudadela del Acra con el fin de proteger la guarnición y
los intereses del reino es decir, el tesoro del Templo.

***

Los de Judas, sabiendo de la marcha del regente y el príncipe con el grueso del ejército sirio,
marcharon hacia Jerusalén poniendo sitio a la ciudadela. Después de encarnizada lucha
hicieron huir a los que sobrevivieron al ataque e entraron triunfalmente en la ciudad. Las gentes
abrían las ventanas con temor y al ver que se trataba de ellos salía de sus casas llenas de
júbilo y felicidad.
Judas se adelantó y subió al monte Sión. Desde allí lo que divisaba era aterrador. El santuario
estaba destrozado, el altar profanado, quemadas las puertas, la hierba estaba tan crecida que
los atrios parecían más un bosque que un templo, las habitaciones destruidas23.
Judas no pudo resistir el impresionante y desolador paisaje. Estalló en lágrimas. Rasgó sus
vestiduras se cubrió la cabeza de cenizas y, postrado de rodillas en tierra, comenzó a clamar al
cielo.
Una vez repuesto…
- Azarías, coge un destacamento y persigue a los huidos de la fortaleza. A los que
encontréis ¡degolladlos! Nosotros purificaremos el Templo. –ordenó después de la
tremenda impresión recibida.
- Habré de reunir al Consejo de los setenta. –dijo Simón.
- Sí, hazlo. Necesitamos a sacerdotes irreprochables que nos ayuden a limpiar este lugar
profanado. –le contestó con energía.

21
I Mac 4, 30-35
22
Extracto de Las Guerras de los Judíos de Flavio Josefo
23
Extracto interpretado de I Mac 4,38
- Lo primero que hay que hacer es destruir este altar que ha estado en contacto con ídolos
paganos. –dijo Jonatan que venía de perseguir a los últimos sirios que habían huido en
desbandada.
- Así es, hermano. –le contestó Judas. Te cedo el martillo y el honor de hacerlo tú. –le
contestó el Macabeo.
Jonatan se apeó de su caballo, cogió el mazo que le ofrecía su hermano y soltó un gran golpe
en el centro del altar rompiéndolo al momento en seis grandes trozos. Pensó que el golpe lo
daba en medio del corazón del impío rey. Las piedras se desparramaron a sus pies. Se sentía
orgulloso por el honor que le había concedido Judas, su hermano preferido.
- ¿Qué hacemos con estas piedras inmundas? –preguntó satisfecho.
- Quedarán en el monte hasta que un hombre santo nos diga que podemos hacer con ellas.
–contestó Judas.
Los sacerdotes que había escogido el Consejo trajeron piedras sin labrar y sin que hubiesen
sido tocadas por objeto de hierro conforme prescribía la Ley e hicieron un nuevo altar de los
holocaustos. Repararon el santuario y el interior del templo, purificaron los atrios y trajeron
nuevos vasos sagrados, la mesa de los panes e introdujeron la menorah, el candelabro de siete
brazos, y el altar de los perfumes. Acto seguido uno de los sacerdotes le dijo a Judas que el
sumo sacerdote Menelao estaba allí y pedía verle.
- ¿Qué quiere ese perjuro y vil traidor? –dijo mientras desenvainaba la espada de oro que
había arrebatado a Apolonio. ¡Traédmelo!...
Varios soldados trajeron a empellones al obeso pontífice y lo arrojaron de un empujón a los
pies de Judas. Nadie lo había reconocido, estaba sucio, andrajoso y vestía ropas de saco al
igual que todos los demás.
- Soy el sumo sacerdote, Menelao. –dijo con voz altanera, mientras se levantaba y se
sacudía majestuosamente el polvo de sus ropas.
- Jerusalén no tiene sumo sacerdote, ese puesto está vacante. –le replicó Judas.
- Yo soy el sumo sacerdote y te exijo el respeto propio de mi cargo. –le insistió Menelao
alzando la barbilla y poniendo los brazos en jarras.
- Y ¿siendo tú el sumo sacerdote, has permitido que se ultraje el Templo sin dar tu vida por
él? –le gritó Judas.
- Yo nada podía hacer. Eran órdenes del rey. –dijo con ademán arrogante.
- Podías haber dado tu vida como muchos otros han hecho. –le espetó Judas.
- Eso habría creado un vacío de poder. No se puede dejar Jerusalén sin sumo sacerdote.
Muchas son las muertes que se han evitado al corresponder al rey. –dijo.
- Y muchas las que se han provocado por el mismo motivo. –dijo Judas airado.
- Yo no he tenido la culpa. –contestó con aire displicente.
- Tú y todos los cobardes como tú habéis tenido la culpa de la afrenta que se ha hecho a
nuestro pueblo. Y ¿a que has venido?
- Me corresponde a mí purificar el Templo. –y diciendo esto hizo ademán de dirigirse al altar.
- ¡Alto!. ¡Ni un paso más! Tú no eres digno de poner tus pies en el santuario. ¡A mi la
guardia! –ordenó.
Al momento un grupo de soldados rodeó a Menelao.
- ¡Tú no tienes autoridad para detenerme! –dijo disimulando su estupor.
- Tengo la autoridad que me concede Dios y mi pueblo. –le contestó irritado.
- Yo soy la máxima autoridad en la ciudad. –insistió
- Eso lo veremos. Soldados traedme un cerdo inmediatamente. –ordenó a la tropa.
- ¿Vas a celebrar algún holocausto? –preguntó Menelao en tono burlesco.
- Más o menos. –le contestó Judas.
Los soldados trajeron una gran cerda. ¿Qué hacemos con ella? –preguntaron.
- Abridla en canal, después le cortáis la cabeza a este bastardo y la metéis en sus entrañas.
–dijo muy seriamente Judas.
Un soldado desenvainó su espada y se dispuso a obedecer la orden de su Jefe. Cuando
estaba a punto de degollar al animal, intervino Simón:
- No puedes ordenar eso, Judas, no somos asesinos.
Otros soldados ya habían agarrado a Menelao de los brazos y se disponían a ponerlo de
rodillas para decapitarlo.
- ¡No, piedad!... Te lo ruego, Judas… –imploraba el sumo sacerdote.
- Judas, ¡no lo hagas!... Que sea el Consejo quien juzgue… –dijo Jonatan que había estado
presente, aunque sin decir nada, durante toda la escena.
- ¡Piedad, Señor!... ¡Piedad!... –sollozaba Menelao juntando sus manos en posición de
orante.
- Está bien, ¡soltadle!... Que sea el Consejo. Pero sacarlo de mi vista. Es una rata inmunda.
Menelao era retirado a rastras por la tropa. Tras de sí iba dejando un rastro húmedo. ¡Se había
orinado encima!

***

El grupo de sacerdotes irreprochables que había escogido el Consejo presidido por Simón,
eligió al más anciano de ellos para que procediera a la purificación del templo.
Quemaron incienso en el altar, encendieron las lámparas del que lucían en el templo, colocaron
los panes sobre la mesa y colgaron las cortinas. De esa manera dieron fin a la obra.
En la mañana del día veinticinco del mes noveno, que es el de Casleu, del año 359724, se
levantaron de madrugada y ofrecieron el sacrificio prescrito por la Ley en el nuevo altar de los
holocaustos que habían construido. Precisamente en la misma hora y día que le habían
profanado los gentiles fue renovado con cánticos, con cítaras, con arpas y con címbalos25.

***

Las aldeas vecinas pronto recelaron del nacionalismo incipiente y empezaron a tomar
represalias contra los judíos que con ellos habitaban. Así en Galaad, en Ptolemaida, en
Hebrón, en Azoto… en todas las ciudades de norte a sur y de este a oste, los judíos eran
masacrados de forma atroz. No se respetaban edades ni sexos. Ancianos, mujeres y niños
eran asesinados sin que los gobernantes hicieran nada por evitar el genocidio. ¡Había que
exterminar al pueblo elegido!
Tales noticias llegaron al campamento de Judas y sus hermanos.
- Matan a familias enteras. No importa la edad, ni la condición, ni el sexo… ¡No dejan a
ninguno de los nuestros con vida!... ¡Hemos de intervenir, ya!.... –le decía Misael, el jefe del
pueblo, a Judas.
- Judas, no te perdonan tus victorias y atacan a los débiles… ¡al pueblo indefenso!.... algo
hemos de hacer…. –intervino Yoab, el responsable del norte de Judea.
- Ayer me dijeron que habían asesinado a toda la familia de mi mujer mientras estaba
inspeccionando las ciudades de la costa samaritana… –dijo Azael, jefe del distrito.
- Algo hemos de hacer… Mis padres y hermanos viven amenazados de muerte… –espetó
Azarías, jefe de Jerusalén….
- A mí me ocurre lo mismo con los míos… –interrumpió José, hijo de Esdras, que junto a
Azarías era jefe de la ciudad de David.
- ¡Basta!... No quiero oir más… –les contestó Judas. Vamos a vengar inmediatamente a
todos nuestros hermanos. Van a saber a partir de hoy quienes somos los judíos. No hay
nación en el mundo capaz de apagar nuestras voces. Donde asesinen a un judío, diez
nuevos judíos tienen que venir a vengarlo. ¿Quieren sangre?... Pues sangre tendrán… ¡y
no judía!... ¡Que sepan todos las naciones qué, donde exterminen a un solo judío, miles de
judíos vendrán a beber de su sangre derramada!... ¡Ya no habrá piedad para ellos!...
Y empezó a impartir órdenes…
- Simón, hemos querido respetarlos y no nos han dejado; les hemos dejado seguir
idolatrando a sus dioses paganos, adoran a Bel, a Astarté y a otros dioses y nos persiguen
y nos matan por nuestra fe en Yahvé. ¡De hoy no pasa!.. Coge tres mil de nuestros
hombres y te diriges a Galaad. Por el camino extermina a todos los enemigos de Dios. Ni
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Año 164 a EC en el calendario gregoriano.
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I Mac 4, 49-53
un incircunciso ha de quedar con la cabeza sobre los hombros. Ni ancianos, ni adultos, ni
niños… ¡exterminio total! ¡O ellos o nosotros!... Yo, junto a Jonatan y tres mil hombres más,
me dirigiré por tierras samaritanas haciendo lo mismo. En Galaad nos encontraremos.
José, Azarías, vosotros quedaros con el resto del ejército aquí, en Jerusalén, cuidad de
nuestras familias y de nuestro pueblo.

***

El Rey Antíoco IV, Epífanes, del que se decía era la imagen de Dios y el portador de la Victoria,
continuaba su expedición punitiva contra los partos cuando recibió la noticia del triunfo por
parte de Lisias y sus generales así como de la muerte de su querido Serón, el jefe de su
guardia y de su seguridad. También fue informado de que Judas, el Macabeo, había logrado
replegar sus tropas en Gnofnítica y que, tras la marcha del grueso del ejercito con Lisias y su
hijo Antíoco hacia Antioquia, el Macabeo había marchado contra Jerusalén diezmando a la
guarnición que allí habían dejado.
- Tendré que ir yo en persona para acabar con ese maldito perro judío, hijo del mismísimo
diablo –bramó en pleno ataque de cólera- Ya arrasé Jerusalén una vez y volveré a hacerlo
tantas veces como haga falta. ¡Malditos bastardos! ¡Hijos de la hiena! Eneas, -ordenó-, haz
venir a Filipo al instante, ¡corre no tengo tiempo que perder! ¡Que vengan también los
escribas!
A los pocos minutos Filipo, que el día anterior había llegado de Antioquia para informar al rey
de las malas noticias llegadas desde Judea, hacia acto de presencia en la tienda real.
- ¿Qué deseas, mi sublime Señor, Rey de todos los Reyes, espejo de la humani…?
- ¡Basta!, déjate de fárragos y de monsergas no tengo tiempo que perder. Enseguida quiero
partir hacia Judea para acabar, de una vez por todas con ese maldito judío al que llaman
Macabeo. ¡Escribas, tomad nota! Yo, Antíoco IV, rey de los sirios y bla, bla, bla… ordeno y
mando que a partir de esta fecha, Filipo, mi hermano de leche y mi leal amigo, pase a ser
chambelán de la corte, primer ministro y preceptor del príncipe, mi hijo, Antíoco Eupator.
Así mismo ordeno que se apresen y ejecuten, por vil traición a su Rey, a Lísias, a Gorgías
y a Serón… -en ese momento se quedó pensativo, había olvidado que Serón había
muerto-… No, a Serón no, que ha muerto valerosamente en combate. Pero a esos dos
cobardes si. ¡El lacre y mi sello! –gritó-
- ¿Ordenas algo más? –preguntó Filipo-
- Si. Parte inmediatamente hacia Antioquia y cumple mis órdenes. Eso es todo, nos veremos
a mi vuelta de Judea.
No se volvieron a ver. Meses después, Antíoco, el enajenado rey de los sirios, fallecería a
consecuencia de un súbito ataque de locura, poco después de emprender camino hacia Judea.
La noticia corrió veloz por todos los confines del imperio seléucida, de Partia, de Filistea, de
Fenicia, de Roma, de Judea.
Judea, al conocer la noticia estalló de júbilo y toda la población judía celebró ese día con
grandes festejos.
Habían transcurrido tres años desde la muerte de Matatías, padre de los Macabeos, y, ahora,
su brutal y cruel enemigo era pasto de los gusanos. La justicia divina había triunfado. ¡Alabado
sea Elhoim!
Esto ocurría a finales del año 359726 de los judíos.

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Año 164 a de JC
i
Bar Mitzvah (hebreo: ‫בר מצוה‬, "obligado por el precepto"), Bat Mitzvah (‫בת מצוה‬, "obligada por el precepto") o Bar Mitzvah en
pronunciación Ashkenazi, son los términos para describir el alcance de la madurez de un adolescente (varón y mujer) judío. De
acuerdo a la halajá, cuando un niño o niña judía alcanza la mayoría de edad (12 años para las niñas, 13 años para los varones), se
vuelve responsable de sus actos y se convierte en Bar Mitzvá ‫מְצָוה‬ ִ -‫בר‬
ַּ (varón) o Bat Mitzvá ‫מְצָוה‬
ִ -‫בת‬
ַּ (mujer). En hebreo, las palabras
"ben" o "bat" significan, además de "niño" o "niña" respectivamente, "sujeto a" o "sometido a" (una ley, un castigo o unas obligaciones);
por lo que la expresión se refiere a que el mozo o moza se somete en lo sucesivo al mandamiento de la halajá judía. El plural es benei
mitzván (masculino) o benot mitzvá (femenino). Antes de los 12/13 años, son los padres quienes son responsables de la atención que
sus hijos le dé a las leyes y tradiciones judías. Luego son los niños los que asumen la responsabilidad de sus actos según las leyes,
tradiciones y ética judía. Además, a esta edad ya pueden participar en la comunidad como un miembro completo. Tradicionalmente, el
padre del chico o chica agradece a Dios que ya no será castigado por los pecados de su hijo o hija. (Genesis Rabba, Toldot 23:11)
Habitualmente, los términos "bar mitzvá" y "bat mitzvá" se usan para referirse a la ceremonia o celebración que habitualmente le
acompaña. Sin embargo, en realidad el término hace alusión a la "condición legal" de la persona desde el punto de vista de la ley judía.
La ceremonia en sí misma no cambia el estatus del participante ni le otorga derechos o responsabilidades adicionales más allá de los
que conlleva el cumplir 12 o 13 años. Hoy en día la ceremonia consiste en que el Bar Mitzvah o Bat Mitzvah es llamado a leer de la
Torá y/o el Haftarah, en caso de que esta tome lugar en el Sabat. Sin embargo, la ceremonia varía según el grado de observancia de la
comunidad. La mayoría de los judíos ortodoxos rechazan que una mujer lea en público de la Torá o dirija la ceremonia mientras haya
una minyán a disposición. A pesar de eso, la celebración de una niña que se convierta en Bat Mitzvah ha ido ganando adeptos en el
Judaísmo ortodoxo moderno. Para los judíos sefarditas, un chico alcanza recién su mayoría de edad al cumplir los catorce años.

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