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La asamblea: una organización justa que tiene sus riesgos.

x La Haine - León - [ 20.04.05 ]


La horizontalidad y el antidelegacionismo real para desembocar en la acción
política revolucionaria conlleva una serie de perjuicios aparentes (generalmente
por la irresponsabilidad de sujet@s que la forman) a los que conviene combatir
con firmeza para que siga prevaleciendo el asamblearismo y el apoyo mutuo.
Una elección difícil en los tiempos que corren

La horizontalidad y el antidelegacionismo real para desembocar en la acción


política revolucionaria conlleva una serie de perjuicios aparentes (generalmente
por la irresponsabilidad de sujet@s que la forman) a los que conviene combatir
con firmeza para que siga prevaleciendo el asamblearismo y el apoyo mutuo.

En estos tiempos, intentar organizarse no jerárquicamente y sin delegar en nadie


es difícil ya que se cuentan con los dedos de las manos los colectivos y
organizaciones que así lo hacen. Además para conseguir una organización en la
que prime la relación de igualdad en un mundo brutalmente desigual es
complicado. El modelo asambleario rompe con los principios de pasividad, silencio
y obediencia a los que la familia, educación burguesa y trabajo nos han
acostumbrado. Nos plantea un modelo de organización que implica unos procesos
relacionales diametralmente opuestos a lo que estamos acostumbrados a
padecer.

Allá donde el mercado impone la competitividad, el consumo y la ignorancia; la


asamblea fomenta la fraternidad, la participación, la cultura y el aprendizaje. Está
claro que es ir a contracorriente. Aun es más, tenemos tan interiorizadas las
estructuras capitalistas y autoritarias (y sus valores), producto del modelo social
inculcado desde pequeñitxs, que a veces más que asambleas hacemos (con la
mejor de las intenciones) “paripés”. Pero no hay que desanimarse pues intentarlo
según están las cosas no es poco. Con el tiempo se mejora y se aprende, siempre
que haya voluntad, claro.

El movimiento asambleario: cuestiones preliminares

En cualquier caso, si nos organizamos de una determinada manera conviene


saber bien cual es esa manera y qué implica. La asamblea, (nos referimos a la
herramienta organizacional de lucha, que caracteriza principalmente a los
movimientos libertarios de todo el mundo), implica una serie de cuestiones que
muchas veces parecemos no tener claras, posiblemente por las dinámicas
relacionales tan diferentes en las que ocupamos (o nos ocupan) el resto del
tiempo. La asamblea se sostiene en dos pilares fundamentales: el apoyo mutuo y
la libertad responsable. Sabemos que añadirle la palabra “responsable” a libertad
es una reiteración, pues la libertad en sí misma implica un alto grado de
responsabilidad y solidaridad grupal. De todos modos conviene aclararlo ya que
en estos tiempos donde tener un BMV, ascender en la escala social, esnifar
cocaína, ir a un centro comercial, ver Gran Hermano, ir a trabajar en día de
huelga, votar o vivir en democracia es denominado “libertad”.
Cuando hablamos de libertad en el movimiento libertario y asambleario hablamos
de una libertad tanto individual como colectiva. Actuar con libertad en la
asamblea presupone dejar a un lado los egoísmos e intentar llevar a cabo las
acciones que sinceramente más crees que benefician al grupo y no a ti sólx. Esto
es fundamental para poder gozar de una libertad individual: que la solidaridad
grupal, el apoyo mutuo sea una realidad. Bakunin escribió:

«Nadie puede reconocer su propia humanidad, ni por consiguiente realizarla en su


vida, si no reconociéndola en los demás y cooperando a la realización por los
otros emprendida. Ningún hombre puede emanciparse, si no emancipa con él, a
su vez, a todos los hombres que tenga a su alrededor. Mi libertad es la libertad de
todos, puesto que yo no soy realmente libre -libre no sólo en potencia, sino en
acto- más que cuando mi libertad y mi derecho hallan su conformación y su
sanción en la libertad y en el derecho de todos los hombres, mis iguales».

«La situación de los otros hombres me importa mucho, porque, por independiente
que me parezca mi posición social, sea yo papa, zar, emperador o primer
ministro, soy siempre el producto de lo que sean los últimos de estos hombres; si
son ignorantes, miserables, esclavos, mi existencia estará determinada por su
ignorancia, por su miseria o por su esclavitud. Yo, hombre inteligente y avisado,
por ejemplo, seré estúpido por estupidez; yo, valeroso, seré esclavo por su
esclavitud; yo, rico, temblaré ante su miseria; yo, privilegiado, palideceré ante su
injusticia. Yo, que deseo ser libre, no puedo serlo, porque a mi alrededor todos los
hombres no quieren ser libres todavía, y al no quererlo resultan, para mí,
instrumentos de opresión». .

Precisamente, en el actual modelo socio-económico, se tiende a lo contrario (cada


uno a lo suyo) pero difícilmente podemos ser felices y libres mientras
permanecemos ajenos a la opresión e injusticia de las personas que nos rodean.
Este principio de apoyo mutuo y solidaridad grupal implica unas altas cotas de
responsabilidad individual tanto en la teoría como en la práctica que hoy en día es
difícil encontrar.

El apoyo mutuo (cuando nos tocan a unx nos tocan a todxs) es la base de la
asamblea. Ahora bien, el apoyo mutuo ha de ser equilibrado, sino, no será tal. Es
decir, cuando alguien necesita apoyo ha de ser apoyado por los compañeros y
viceversa. Generalmente la gente solicita el “apoyo mutuo” cuando tiene
problemas pero no lo da cuando lo tienen otrxs. Eso no es apoyo (y menos
mutuo), ni tampoco un ejercicio de libertad.

Hay una cosa en todo proceso asambleario: ha de estar encaminado a la acción y


a la transformación social. Eso es algo que siempre ha caracterizado al
movimiento asambleario: ser un método para la acción directa. No quiere decir
ello que haya que hacer y hacer sin la pertinente puesta en común y reflexión a
cerca de lo que se ha de hacer, dónde, cómo, por qué... Pero está claro que una
asamblea no será tal si se convierte en un continuo de especulaciones teóricas
pseudorevolucionarias que quedan en NADA. Una declaración de buenas
intenciones de lo mal que está todo, o un esbozo de lo que hay que hacer pero
que nunca se hace. Para eso ya están los bohemios en el bar. Nosotrxs queremos
transformar la realidad y esa transformación solo tiene un camino: la acción.

La asamblea debe estar conectada con la acción. Es donde proponemos-


decidimos y preparamos la acción, por lo que ya en la asamblea hemos de dibujar
los hechos. Cuando uno propone en la asamblea y ésta le apoya empieza ya a
esbozar en su imaginación, la acción. Y eso es bonito pues se está produciendo un
acuerdo sin jefes, ni autoridad, una decisión que va a ser real, que va a ocupar un
hueco en el tiempo y en el espacio. Cuando hay un distanciamiento entre la
asamblea y la acción no es buena señal: algo falla. Cuando se queda en algo en la
asamblea y ese algo no se produce o se produce mal quiere decir que el
engranaje no funciona del todo bien, quiere decir que en las palabras todos
cumplimos pero no así en los hechos. Y los hechos han de ser la culminación de la
palabra, su mejor representación. Digamos que nos quedamos cojos si no
intentamos hacer lo que decimos. Para la asamblea si algo no se hace como se
acordó (y por quién lo acordó, es decir toda la asamblea) es como no acabar de
hablar.

Las actitudes no asamblearias

Habitualmente en las asambleas un sujetx propone una acción que luego por x
razones no va a despeñar. Cuando alguien dice y otros hacen se está rompiendo
drásticamente el principio de apoyo mutuo. El ejercicio de libertad (responsable)
consiste en que quien propone está dispuestx a realizar dicha acción (si así lo
acuerda la asamblea) hasta sus últimas consecuencias con el apoyo de los
compañerxs, claro está. Habitualmente quien propone desaparece en la acción;
esto viene a convertirse en un “patrón de la asamblea”, esto es, decir para que
otrxs hagan (como en el trabajo asalariado). Todos deben aportar en la medida de
sus posibilidades trabajo fuera de la asamblea. Ésta sólo es el órgano decisorio.
No vale proponer y proponer para luego no-hacer. Si sabes que no vas a hacer
permanece a la escucha, opina, valora, pero nunca determines, pues estarás
engañado al grupo, y por extensión a ti mismx.

Del mismo modo si una propuesta no sale adelante no pasa nada (aunque sea
tuya). Precisamente una construcción conjunta requiere de todxs, y lo normal es
que no siempre tengas el apoyo de la asamblea. Eso lejos de ser malo, es un buen
síntoma, pues si tus propuestas siempre salen adelante sin ningún
cuestionamiento puede que se esté produciendo un jerarquía (aunque sea
implícita). Y la jerarquía, por muy soterrada que sea, es enemiga esencial de la
asamblea. Limarla al 100% es muy difícil, pero acercarse a ello es bueno y
reconfortante. Por eso mismo si una propuesta una vez expuesta y explicada
convenientemente no convence, no hace falta insistir mil veces y que se realice
finalmente por pesadez. Eso genera un desgaste muy negativo que acaba
explotando tarde o temprano. Hay que estar abierto a que las propuestas sean
completadas por los demás, esto suele ser enriquecedor, pues 10 suelen tener
más y mejores ideas que 1. Si la cosa no sale finalmente como tu tenias en mente
(porque así lo quiere la asamblea) lejos de ser malo, puede que sea mejor para
todxs. Si te echan para atrás una propuesta no hay que tomárselo como algo
personal siendo así egótico e infantil, rompiendo los lazos de fraternidad ya
establecidos o en vías de establecerse.

Suele ser habitual que en las asambleas hablen más lxs mismxs. Tiene su lógica
ya que unxs se suelen implicar más o tienen más experiencia y facilidad de
palabra. Esto no es malo siempre que no monopolicen la palabra impidiendo así
opinar a otrxs. Por ello no está demás hacer ruedas de palabras habitualmente
para animar así a que opine todo el mundo y que la gente vaya tirando los
pánicos a la papelera. Conviene explicar aquellas cosas que muchas veces se
tratan sin que mucha gente las entienda porque llevan poco tiempo en el asunto,
conviene, así mismo, crear el ambiente y el caldo de cultivo ideal para que la
gente vea en la implicación no sólo una carga de trabajo, sino algo bello y justo
en lo que dedicar su tiempo. Está muy feo reírse de propuestas con las que no se
está de acuerdo o creer que gritar da la razón. No hay nada mejor que
argumentar tranquilamente tu desacuerdo. Los comentarios que te pueden
parecer graciosos (machistas o especistas) están fuera de lugar, ya no estás en el
cole, y lejos de ser el graciosillx de turno puede que quedes como un auténtico
bobx.

Como hemos dicho, las asambleas son órganos decisorios para la acción,
perderse en debates filosóficos suele ser contraproducente para la asamblea
(pues lo es para la acción). No es que debatir sea malo, todo lo contrario, pero no
es ese el lugar más adecuado para hacerlo. Hay muchos días y muchas horas
para debatir, si sale un tema que se considera de debate y que interrumpe la
asamblea es sencillo: se le puede poner fecha y hora; eso sí, luego hay que ir al
debate, porque sino queda muy contradictorio todo, como aquello de “proponer y
no hacer”. La formación, el autoaprendizaje, tanto individual como colectivo, es
cosa de todos los días, y si hay que dedicarle tiempo, por supuesto, ha de ser una
prioridad, y qué mejor que decidir ese momento en la asamblea. Pero hay que
diferenciar entre decidirlo y realizarlo allí.

La asamblea no es un mero acto social. A veces la gente va allí a hacer corrillos, a


ver a los amigxs que hace una semana o un mes que no ve. Hay muchos sitios en
donde ver a los amigxs y charlar de lo que quieras con ellxs, no en la asamblea.
Generalmente los corrillos molestan y a quien se toma en serio la asamblea les
sientan mal. Tomársela en serio, obviamente, es algo que también está dentro del
propio proceso asambleario. Si te aburres y vas a la asamblea a pasar el tiempo y
sólo a pasar el tiempo, estas mejor en el bar. Los objetivos de la asamblea han de
ser otros que recordar la última borrachera o quedar para tomar un café. Y ya que
hablamos de seriedad, la puntualidad y asiduidad de la gente que acude a la
asamblea, es un síntoma de ello.

Con frecuencia las personas que menos hincan el codo, que menos hacen (y más
dicen), por lo que son esencialmente antiasamblearios (aunque no lo sepan),
dicen que ha estado mal tal o cual acción. Las valoraciones tras las acciones son
muy importantes pero siendo conscientes de lo que ello conlleva. Normalmente
son pocxs quienes las realizan y las dificultades contextuales y el exceso de
trabajo que se ha acumulado es tal que es normal que se den más errores de los
habituales. Ahora bien, es bastante injusto que quien no hizo nada, de lecciones
de “como habría que haberlo hecho”, o “cuáles fueron los grandes fallos”. El que
quiera valorar que se moje el culo, sino pierde toda la credibilidad, y realiza una
cosa que se llama delegar, que es otro gran enemigo de la asamblea. Si lo que
busca son juicios de valor desde la pasividad que se haga articulista de la prensa
burguesa, pero que deje tranquila a la asamblea. Las valoraciones han de ser
justas, entendiendo el proceso donde se desenvolvió la acción y si no has hecho
absolutamente nada (por los factores que sea) es mejor que empieces por ahí y
que tu opinión sea humilde, sencilla, constructiva y realista. Las acciones llevan
mucho curro y a quien las hace le suele sentar bastante mal que quien no hizo
nada las tirotee.

Se puede delegar de muchas maneras dentro de la asamblea y la militancia:


dejando que siempre los mismxs hagan las cosas no tomando la iniciativa,
diciéndole a alguien que diga tal o cual cosa que a ti te interesa porque no vas a
la asamblea, diciendo lo que hay o no hay que hacer cuando lo van ha hacer
otrxs... Son todo ello irresponsabilidades que hay que ir limando, minimizando así,
que se produzcan.

Cuando decimos que la asamblea es una herramienta para la acción tenemos en


mente que la acción es lo primordial y que es algo cotidiano. La asamblea es
simplemente la manera de organizar y decidir bien esa acción cotidiana entre un
determinado grupo que se presupone que la realiza, que la está realizando a
diario. Si un colectivo sólo se ve en las asambleas (o cada 4) suele ser un
verdadero desastre organizativo que suele reducir su actividad a palabrería fácil y
gratuita. Es bien distinto que un grupo de militantes, entendiendo la militancia
como algo diario (una manera de vivir) refleje sus acuerdos en las asambleas y
que todo ello repercuta de nuevo en su actividad diaria para culminar en la acción
disfrutando así del placer que produce la subversión y la desobediencia.

Las asambleas son reuniones que se producen semanalmente, a veces ni eso, y


que suelen durar relativamente poco. Si ponemos una media de 2 horas por
asamblea a una asamblea por semana nos quedan 96 horas de palabrería al año.
Eso es muy poco para poner entre las cuerdas al sistema. Con sólo ese esfuerzo
los empresarios y los políticos se ríen de nosotrxs, y eso no queremos que pase.
Si queremos cambiar las cosas, las cosas no se cambia solas, requieren
inevitablemente muchísimas más horas que las de la asamblea para tan bello fin.

Suele ser habitual que en las asambleas la gente fume como carreteros sin tener
en cuenta que hay gente no fumadora a la cual puedes molestar. En la asamblea
es mejor no fumar por respeto a quien no fuma y no tiene porqué comerse tu
humo (con lo que ello conlleva). Si no lo puedes evitar, porque te controla un
cigarro, salte fuera a fumar y de paso plantéate las cosas.

Hay que ser muy prudente a la hora de hacer las propuestas. Hay que tener en
cuenta las infraestructuras y los medios humanos y materiales con los que se
cuenta. Hay que tener claro cuales son los objetivos a alcanzar, y las estrategias a
utilizar y, por supuesto el por qué de todo ello. Habitualmente algún sujetx
propone cosas despampanantes, muy agradecidas a los oídos pero que carecen
de sentido ya que no tienen en cuenta los medios y la capacidad del grupo al cual
pertenece (o cree pertenecer) para llevarlas a cabo. Nos reiteramos en que la
acción es el objetivo, pero no a cualquier precio, de cualquier manera o de modo
engañoso. Los pies en el suelo. Hay que valorar las cosas, saber bien donde las
hacemos y por qué. Del mismo modo que no hay que hacer las cosas a la ligera
tampoco es bueno ser tiquismiquis con todo y poner el grito en el cielo porque
algo no sale exactamente como unx piensa. Es una construcción sociopolítica
meditada, reflexionada y pactada. No hay que hacer las cosas por sistema (sin
plantearlas) pero tampoco es bueno poner pegas a todo por sistema.

En ocasiones se inician proyectos que no se acaban, bien por la dinámica


estresante que produce que muy pocos sujetos hagan muchas cosas o bien por la
irresponsabilidad de algunxs que dicen hacer lo que nunca harán o terminarán,
eso vuele a chocar frontalmente con los principios de la asamblea y en un estado
ideal de la misma, un sujetx debe ser lo suficientemente responsable para saber
callarse cuando es consciente de la no-realización de algo, y si no es así, ha de
ser la asamblea quien ponga los puntos sobre las ies. A veces se dan situaciones
desagradables pero es inevitable, generalmente sucede cuando se ejercen estas
actitudes antiasamblearias. La asamblea a ha de ser firme con este tipo de
elementxs que van de asamblearios aunque en realidad no sepan lo que es, pues
si optamos por el “todo vale” la asamblea con el tiempo se resentirá y lo acabará
pagando caro.

Muchas veces se dice que “se va hacer esto y lo otro” y nunca se hace porque
realmente nadie mueve el culo o simplemente es imposible que se haga ya que el
contacto existente es casi casual; así es muy difícil emprender un proyecto, por
pequeño que sea. Por ello reiteramos que hay que ser realistas y pragmáticos.
Establecer prioridades e ir ejecutándolas sin prisa pero sin pausa y, aunque
requieran esfuerzo y trabajo, conseguir que sean algo gratificante y no desolador.

A modo de conclusión

Todo lo que acabamos de relatar no intenta sentar cátedra, ni mucho menos. Es


una apreciación, una crítica y una autocrítica, que nace desde la experiencia, a la
organización (pseudo)asamblearia que se produce con demasiada asiduidad.
Intenta ser una aportación válida para los movimientos sociales que admiten
estos métodos organizativos como los únicos válidos y honrados.

Las asambleas, la militancia en general, es demasiado importante para tomarlo a


la ligera. Quién va a una asamblea, quien se involucra en un proceso, ha de saber
desde el momento que toma esa decisión está asumiendo una serie de
responsabilidades que implican cotas no habituales de compromiso, de ejercicio
de la auténtica libertad (no la burguesa) y la puesta en práctica de los principios
más fundamentales del apoyo mutuo.
No se nos escapa que es muy complicado llegar a un buen funcionamiento
asambleario. Creemos que es posible, efectivo y que merece la pena. Pero ello
requiere del esfuerzo de todxs y sobretodo de que las personas que asisten a una
asamblea sepan lo que es realmente eso, y si no es así, que estén dispuestxs a
aprenderlo.

A veces los colectivos se van al garete o sufren periodos de crisis por estos
motivos, por la irresponsabilidad de ciertos sujetxs que creen que la asamblea (y
la militancia en sí) es un circo de feria. Las actitudes irresponsables hacen daño y
una asamblea bien cohesionada debería rechazarlas de inmediato. No es tan raro
por ello que muchos colectivos se hayan ido cerrando llegando al punto de
realizar asambleas totalmente cerradas, de gente comprometida y afín que sabe
detrás de lo que anda, para realizar su activismo con más efectividad. Han
comprobado, seguramente muy a su pesar, que las asambleas abiertas se tornan
en un nido de irresponsables que tiene más que ver con un pasatiempo personal
o con una flipadura mental que con un proceso revolucionario real. De todos
modos, es una pena que haya que tomar esas decisiones. Lo ideal sería que las
asambleas fueran abiertas y que la conciencia asamblearia estuviera presente en
todas las cabezas pensantes que la protagonizan. Pero distamos mucho de eso,
por ello creíamos de interés esta aportación.
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