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Kuhn, T. S.: La estructura de las Revoluciones Científicas. Buenos Aires, F.

C. E., (1962) 2006, p. 80 a 91.

V. PRIORIDAD DE LOS PARADIGMAS

PARA DESCUBRIR la relación existente entre reglas, paradigmas y ciencia


normal, tómese primeramente en consideración cómo aísla el historiador los lugares
particulares de compromiso que acabamos de describir como reglas aceptadas. Una
investigación histórica profunda de una especialidad dada, en un momento dado,
revela un conjunto de ilustraciones recurrentes y casi normalizadas de diversas
teorías en sus aplicaciones conceptuales, instrumentales y de observación. Ésos son
los paradigmas de la comunidad revelados en sus libros de texto, sus conferencias y
sus ejercicios de laboratorio. Estudiándolos y haciendo prácticas con ellos es como
aprenden su profesión los miembros de la comunidad correspondiente. Por
supuesto, el historiador descubrirá, además, una zona de penumbra ocupada por
realizaciones cuyo status aún está en duda; pero, habitualmente, el núcleo de
técnicas y problemas resueltos estará claro. A pesar de las ambigüedades
ocasionales, los paradigmas de una comunidad científica madura pueden
determinarse con relativa facilidad.
La determinación de los paradigmas compartidos no es, sin embargo, la
determinación de reglas compartidas. Esto exige una segunda etapa, de un tipo algo
diferente. Al emprenderla, el historiador deberá comparar los paradigmas de la
comunidad unos con otros y con sus informes corrientes de investigación. Al hacerlo
así, su objetivo es descubrir qué elementos aislables, explícitos o implícitos, pueden
haber abstraído los miembros de esa comunidad de sus paradigmas más globales, y
empleado como reglas en sus investigaciones. Cualquiera que haya tratado de
describir o analizar la evolución de una tradición científica dada, habrá buscado,
necesariamente, principios y reglas aceptados de ese tipo. Como lo indica la sección
anterior, es casi seguro que haya tenido éxito, al menos de manera parcial. Pero, si
su experiencia tiene alguna similitud con la mía, habrá descubierto que la búsqueda
de reglas es más difícil y menos satisfactoria que la de paradigmas. Algunas de las
generalizaciones que utilice para describir las creencias compartidas por la
comunidad, no presentarán problemas. Sin embargo, otras, incluyendo algunas de
las utilizadas anteriormente como ilustraciones, mostrarán un matiz demasiado
fuerte. Expresadas de ese modo o de cualquier otra forma que pueda imaginarse. es
casi seguro que hubieran sido rechazadas por algunos miembros del grupo que se
esté estudiando, Sin embargo, para comprender la coherencia de la tradición de
investigación en términos de las reglas, se necesitarán ciertas especificaciones de
base común en el campo correspondiente. Como resultado de ello, la búsqueda de
un cuerpo de reglas pertinentes para constituir una tradición de investigación normal
dada, se convierte en una fuente de frustración continua y profunda.
Sin embargo, el reconocimiento de la frustración hace posible diagnosticar su origen.
Los científicos pueden estar de acuerdo en que Newton, Lavoisier, Maxweil o
Einstein produjeron una solución aparentemente permanente para un grupo de
problemas extraordinarios y, no obstante, estar en desacuerdo, a veces sin darse
cuenta plenamente de ello, en lo que respecta a las características abstractas
particulares que hacen que esas soluciones sean permanentes. O sea. pueden estar
de acuerdo en cuanto a su identificación de un paradigma sin ponerse de acuerdo o,
incluso, sin tratar siquiera de producir, una interpretación plena o racionalización de
él. La falta de una interpretación ordinaria o de una reducción aceptada a reglas, no
impedirá que un paradigma dirija las investigaciones. La ciencia normal puede
determinarse en parte por medio de la inspección directa de los paradigmas, proceso
que frecuentemente resulta más sencillo con la ayuda de reglas y suposiciones, pero
que no depende de la formulación de éstas. En realidad, la existencia de un
paradigma ni siquiera debe implicar la existencia de algún conjunto completo de
reglas.1
Inevitablemente, el primer efecto de esos enunciados es el de plantear problemas. A
falta de un cuerpo pertinente de reglas, ¿qué es lo que liga al científico a una
tradición particular de la ciencia normal? ¿Qué puede significar la frase 'inspección
directa de paradigmas'? El finado Ludwig Wittgenstein dio respuestas parciales a
esas preguntas, aunque en un contexto muy diferente. Debido a que este contexto
es, a la vez, más elemental y más familiar, será conveniente que examinemos
primeramente su forma del argumento. ¿Qué debemos saber, preguntaba
Wittgenstein, con el fin de aplicar términos como 'silla', 'hoja' o 'juego' de manera
inequívoca y sin provocar discusiones?2Esta pregunta es muy antigua y
generalmente se ha respondido a ella diciendo que debemos saber, consciente o
intuitivamente, qué es una silla, una hoja o un juego. O sea, debemos conocer un
conjunto de atributos que todos los juegos tengan en común y sólo ellos. Sin
embargo, Wittgenstein llegaba a la conclusión de que, dado el modo en que
utilizamos el lenguaje y el tipo de mundo al cual se aplica, no es preciso que haya tal
conjunto de características. Aunque un examen de algunos de los atributos
compartidos por cierto número de juegos, sillas u hojas a menudo nos ayuda a
aprender cómo emplear el término correspondiente, no existe un conjunto de carac-
terísticas que sea aplicable simultáneamente a todos los miembros de la clase y sólo
a ellos. En cambio, ante una actividad que no haya sido observada previamente,
aplicamos el término 'juego* debido a que lo que vemos tiene un gran "parecido de
familia" con una serie de actividades que hemos aprendido a llamar previamente con
ese nombre. En resumen, para Wittgenstein, los juegos, las sillas y las hojas son
familias naturales, cada una de las cuales está constituida por una red de
semejanzas que se superponen y se entrecruzan. La existencia de esa red explica
suficientemente el que logremos identificar al objeto o a la actividad
correspondientes. Sólo si las familias que nominamos se superponen y se mezclan
gradualmente unas con otras —o sea, sólo si no hubiera familias naturales— ello
proporcionaría nuestro éxito en la identificación y la nominación, una prueba en pro
de un conjunto de características comunes, correspondientes a cada uno de los
nombres de clases que utilicemos.
Algo muy similar puede ser válido para los diversos problemas y técnicas de
investigación que surgen dentro de una única tradición de ciencia normal. Lo que
1
Michael Polanyi ha desarrollado brillantemente un tema muy similar, arguyendo que gran parte del
éxito de los científicos depende del "conocimiento tácito", o sea, del conocimiento adquirido a través
de la práctica y que no puede expresarse de manera explícita. Véase su obra Personal Knowledge
(Chicago, 1958), sobre todo los capítulos v y vi.
2
Ludwig Wittgenstein, Philosophical Investigations, trad. G. E. M. Anscombe.( Nueva York, 1953), pp.
31-36. Sin embargo, Wittgenstein no dice casi nada sobre el tipo de mundo que es necesario para
sostener el procedimiento de denominación que subraya. Por consiguiente, parte del punto que sigue
no puede atribuírsele.

3
tienen en común no es que satisfagan algún conjunto explícito, o incluso totalmente
descubrible, de regias y suposiciones que da a la tradición su carácter y su vigencia
para el pensamiento científico. En lugar de ello pueden relacionarse, por semejanza
o por emulación, con alguna parte del cuerpo científico que la comunidad en cuestión
reconozca ya como una de sus realizaciones establecidas. Los científicos trabajan a
partir de modelos adquiridos por medio de la educación y de la exposición sub-
siguiente a la literatura, con frecuencia sin conocer del todo o necesitar conocer qué
características les han dado a esos modelos su status de paradigmas de la
comunidad. Por ello, no necesitan un conjunto completo de reglas. La coherencia
mostrada por la tradición de la investigación de la que participan, puede no implicar
siquiera la existencia de un cuerpo básico de reglas y suposiciones que pudiera
descubrir una investigación filosófica o histórica adicional. El hecho de que los
científicos no pregunten o discutan habitualmente lo que hace que un problema
particular o una solución sean aceptables, nos inclina a suponer que, al menos
intuitivamente, conocen la respuesta. Pero puede indicar sólo que no le parecen
importantes para su investigación ni la pregunta ni la respuesta. Los paradigmas
pueden ser anteriores, más inflexibles y completos que cualquier conjunto de reglas
para 1^ investigación que pudiera abstraerse inequívocamente de ellos,
Hasta ahora, hemos desarrollado este tema desde un punto de vista totalmente
teórico: los paradigmas podrían determinar la ciencia normal sin intervención de
reglas descubribles. Trataré ahora de aumentar tanto su claridad como su apremio,
indicando algunas de las razones para creer que los paradigmas funcionan
realmente en esa forma. La primera, que ya hemos examinado de manera bastante
detallada, es la gran dificultad para descubrir las reglas que han guiado a las
tradiciones particulares de la ciencia normal. Esta dificultad es casi la misma que la
que encuentra el filósofo cuando trata de explicar qué es lo que tienen en común
todos los juegos. La segunda, de la que la primera es realmente un corolario, tiene
sus raíces en la naturaleza de la educación científica. Como debe ser obvio ya. los
científicos nunca aprenden conceptos, leyes y teorías en abstracto y por sí mismos.
En cambio, esas herramientas intelectuales las encuentran desde un principio en una
unidad histórica y pedagógicamente anterior que las presenta con sus aplicaciones y
a través de ellas. Una nueva teoría se anuncia siempre junto con aplicaciones a
cierto rango concreto de fenómenos naturales; sin ellas, ni siquiera podría esperar
ser aceptada. Después de su aceptación, esas mismas aplicaciones u otras
acompañarán a la teoría en los libros de texto de donde aprenderán su profesión los
futuros científicos. No se encuentran allí como mero adorno, ni siquiera como
documentación. Por el contrario, el proceso de aprendizaje de una teoría depende
del estudio de sus aplicaciones, incluyendo la práctica en la resolución de problemas,
tanto con un lápiz y un papel como con instrumentos en el laboratorio. Por ejemplo,
si el estudiante de la dinámica de Newton descubre alguna vez el significado de
términos tales como 'fuerza', 'masa', 'espacio' y 'tiempo', lo hace menos a partir de
las definiciones incompletas, aunque a veces útiles, de su libro de texto, que por
medio de la observación y la participación en la aplicación de esos conceptos a la
resolución de problemas.
Ese proceso de aprendizaje por medio del estudio y de la práctica continúa durante
todo el proceso de iniciación profesional. Cuando el estudiante progresa de su primer
año de estudios hasta la tesis de doctorado y más allá, los problemas que le son
asignados van siendo cada vez más complejos y con menos precedentes; pero

4
continúan siguiendo de cerca al modelo de las realizaciones previas, como lo
continuarán siguiendo los problemas que normalmente lo ocupen durante su
subsiguiente carrera científica independiente. Podemos con toda libertad suponer
que en algún momento durante el proceso, el científico intuitivamente ha abstraído
reglas del juego para él mismo, pero no hay muchas razone? para creer eso. Aunque
muchos científicos hablan con facilidad y brillantez sobre ciertas hipótesis indi-
viduales que soportan alguna fracción concreta de investigación corriente, son poco
mejores que los legos en la materia para caracterizar las bases establecidas de su
campo, sus problemas y sus métodos aceptados. Si han aprendido alguna vez esas
abstracciones, lo demuestran principalmente por medio de su habilidad para llevar a
cabo investigaciones brillantes. Sin embargo, esta habilidad puede comprenderse sin
recurrir a hipotéticas reglas del juego.
Estas consecuencias de la educación científica tienen una recíproca que proporciona
una tercera razón para suponer que los paradigmas guían la investigación tanto
como modelos directos como por medio de reglas abstraídas. La ciencia normal
puede seguir adelante sin reglas sólo en tanto la comunidad científica pertinente
acepte sin discusión las soluciones de los problemas particulares que ya se hayan
llevado a cabo. Por consiguiente, las reglas deben hacerse importantes y
desaparecer la despreocupación característica hacia ellas, siempre que se sienta
que los paradigmas o modelos son inseguros. Además, es eso lo que sucede
exactamente. El periodo anterior al paradigma sobre todo, está marcado re-
gularmente por debates frecuentes y profundos sobre métodos, problemas y normas
de soluciones aceptables, aun cuando esas discusiones sirven más para formar
escuelas que para producir acuerdos. Ya hemos presentado unos cuantos de esos
debates en la óptica y la electricidad y desempeñaron un papel todavía más
importante en el desarrollo de la química en el siglo XII y de la geología en el XIX.3
Por otra parte, esos debates no desaparecen de una vez por todas cuando surge un
paradigma. Aunque casi no existen durante los periodos de ciencia normal, se
presentan regularmente poco antes de que se produzcan las revoluciones científicas
y en el curso de éstas, los periodos en los que los paradigmas primero se ven
atacados y más tarde sujetos a cambio. La transición de la mecánica de Newton a la
mecánica cuántica provocó muchos debates tanto sobre la naturaleza como sobre
las normas de la física, algunos de los cuales continúan todavía en la
actualidad.4Todavía viven personas que pueden recordar las discusiones similares
engendradas por la teoría electromagnética de Maxweil y por la mecánica
estadística.5 Y antes aún, la asimilación de las mecánicas de Galileo y Newton dio

3
Sobre la química, véase: Les doctrines chimiques en Franco du debut du XVII á la fin du XVIII siécle,
de H. Metzger (París, 1923), pp. 24-27, 146-149; y Roben Boyie and Seventeenth-Century Chemistry,
de Marie Boas (Cambridge, 1958), capítulo n. Sobre la geología, véase: '"The Uniformitarian-
Catastrophist Debate", de Walter F. Cannon, Isis, u (1960), 38-55; y Génesis and Geology, de C. C.
Gillispie (Cambridge, Mass., 1951), caps. IV-V.
4
Con respecto a las controversias sobre la mecánica cuántica, véase: La crise de la physique
quantique, de Jean Ullmo (París, 1950), cap. II.
5
Sobre la mecánica estadística, véase: La ínéorie physi-que au sens de Boitzmann et ses
prolongements modenies, de Rene Rugas (Neuchátel, 1959), pp. 158-84, 206-19. Sobre la recepción
del trabajo de Maxweii, véase: "Maxweil's Influence in Germany", de Max Planck, en James Clerk
Maxweil: A Commemoration Vclume. 1831-1931 (Cambridge, 1931), pp. 45-65, sobre todo las pp. 58-
63; y The Life of Wiíliam Thampson Barón kelvin of Largs, de Silvanus P. Thompson (Londres 1910),
II, 1021-27.

5
lugar a una serie de debates particularmente famosa con los aristotélicos, los
cartesianos y los leibnizianos sobre las normas legítimas de la ciencia.6 Cuando los
científicos están en desacuerdo respecto a si los problemas fundamentales de su
campo han sido o no resueltos, la búsqueda de reglas adquiere una función que
ordinariamente no tiene. Sin embargo, mientras continúan siendo seguros los
paradigmas, pueden funcionar sin acuerdo sobre la racionalización o sin ninguna
tentativa en absoluto de racionalización.
Podemos concluir esta sección con una cuarta razón para conceder a los
paradigmas un status anterior al de las reglas y de los supuestos compartidos. En la
introducción a este ensayo se sugiere que puede haber revoluciones tanto grandes
como pequeñas, que algunas revoluciones afectan sólo a los miembros de una
subespecialidad profesional y que, para esos grupos, incluso el descubrimiento de
un fenómeno nuevo e inesperado puede ser revolucionario. En la sección siguiente
presentaremos revoluciones seleccionadas de ese tipo y todavía no está muy claro
cómo pueden existir. Si la ciencia normal es tan rígida y si las comunidades
científicas están tan estrechamente unidas como implica la exposición anterior,
¿cómo es posible que un cambio de paradigma afecte sólo a un pequeño subgrupo?
Lo que hasta ahora se ha dicho, puede haber parecido implicar que la ciencia normal
es una empresa única, monolítica y unificada, que debe sostenerse o derrumbarse
tanto con cualquiera de sus paradigmas como con todos ellos juntos. Pero
evidentemente, la ciencia raramente o nunca es de ese tipo. Con frecuencia, viendo
todos los campos al mismo tiempo, parece más bien una estructura desvencijada
con muy poca coherencia entre sus diversas partes. Sin embargo, nada de lo dicho
hasta este momento debería entrar en conflicto con esa observación tan familiar. Por
el contrario, sustituyendo los paradigmas por regias podremos comprender con
mayor facilidad la diversidad de los campos y las especialidades científicas. Las
reglas explícitas, cuando existen, son generalmente comunes a un grupo científico
muy amplio; pero no puede decirse lo mismo de los paradigmas. Quienes practican
en campos muy separados, por ejemplo, la astronomía y la botánica taxonómica, se
educan a través del estudio de logros muy distintos descritos en libros absolutamente
diferentes. Incluso los hombres que se encuentran en el mismo campo o en otros
campos estrechamente relacionados y que comienzan estudiando muchos de los
mismos libros y de los mismos logros pueden, en el curso de su especialización
profesional, adquirir paradigmas muy diferentes.
Examinemos, para dar un solo ejemplo, la comunidad amplia y diversa que
constituyen todos los científicos físicos. A cada uno de los miembros de ese grupo se
le enseñan en la actualidad las leyes de, por ejemplo, la mecánica cuántica, y la
mayoría de ellos emplean esas leyes en algún momento de sus investigaciones o su
enseñanza. Pero no todos ellos aprenden las mismas aplicaciones de esas leyes y,
por consiguiente, no son afectados de la misma forma por los cambios de la
mecánica cuántica, en la práctica. En el curso de la especialización profesional, sólo
unos cuantos científicos físicos se encuentran con los principios básicos de la

6
Como ejemplo de la lucha CPT los aristotélicos, véase:"A Documentary History of the. Problem of Fall
from Kepler to Newton", de A. Koyre, Transactions of the American Philosophical Society, XLV (1955),
329-95. Con respecto a los debates con los cartesianos y los leibnizianos, véase: L'introduction des
théories de Newton en France au XVIII siécle, de Fierre Brunet (París, 1931); y From the Closed
Wortd to the Infinite Universe, de A. Koyré (Baltimore, 1957), cap. XI.

6
mecánica cuántica. Otros estudian detalladamente las aplicaciones del paradigma de
esos principios a la química, otros más a la física de los sólidos, etc. Lo que la
mecánica cuántica signifique para cada uno de ellos dependerá de los cursos que
haya seguido, los libros de texto que haya leído y los periódicos que estudie. De ello
se desprende que, aun cuando un cambio de la ley de la mecánica cuántica sería
revolucionario para todos esos grupos, un cambio que solo se refleja en alguna de
las aplicaciones del paradigma de la mecánica cuántica sólo debe resultar
revolucionario para los miembros de una subespecialidad profesional determinada.
Para el resto de la profesión y para quienes practican otras ciencias físicas, ese
cambio no necesitará ser revolucionario en absoluto. En resumen, aunque la
mecánica cuántica (o la dinámica de Newton o la teoría electromagnética) es un
paradigma para muchos grupos científicos, no es el mismo paradigma para todos
ellos; puede, por consiguiente, determinar simultáneamente varias tradiciones de
ciencia normal que, sin ser coextensivas, coinciden. Una revolución producida en el
interior de una de esas tradiciones no tendrá que extenderse necesariamente a
todas las demás.
Una breve ilustración del efecto de la especialización podría dar a toda esta serie de
puntos una fuerza adicional. Un investigador que esperaba aprender algo sobre lo
que creían los científicos qué era la teoría atómica, les preguntó a un físico
distinguido y a un químico eminente si un átomo simple de helio era o no una
molécula. Ambos respondieron sin vacilaciones, pero sus respuestas no fueron
idénticas. Para el químico, el átomo de helio era una molécula, puesto que se
comportaba como tal con respecto a la teoría cinética de los gases. Por la otra parte,
para el físico, el átomo de helio no era una molécula, ya que no desplegaba un
espectro molecular.7 Puede suponerse que ambos hombres estaban hablando de la
misma partícula; pero se la representaban a través de la preparación y la práctica de
investigación que les era propia. Su experiencia en la resolución de problemas les
decía lo que debía ser una molécula. Indudablemente, sus experiencias habían
tenido mucho en común; pero, en este caso, no les indicaban exactamente lo mismo
a los dos especialistas. Conforme avancemos en el estudio de este tema, iremos
descubriendo cuántas consecuencias pueden ocasionalmente tener las diferencias
de paradigma de este tipo.

7
El investigador era James K. Senior, con quien estoy en deuda por un informe verbal. Algunos
puntos relacionados son estudiados en su obra: "The Vernacular of the Laboratory", Philosophy of
Science, xxv (1958), 163-68.

7
Borsani, María Eugenia: Desterritorialización del saber, Universidad
Nacional del Comahue, Neuquén, mímeo, pp. 9.

Introducción

En este artículo proponemos una reflexión respecto a las fronteras


disciplinares en el Siglo XXI a efectos de postular que los límites disciplinares
demarcatorios son barreras artificiales. Pareciera una obviedad aceptar que el
campo del saber está territorialmente segmentado en parcelas, con genuinos
custodios en cada uno de sus márgenes y que toda intromisión en predios ajenos
es no es muy bien vista sin la debida autorización de sus genuinos propietarios,
quienes a su vez han sido ya reconocidos por su propia comunidad académica.
Incursionar en jurisdicción ajena resulta un acto de impertinencia y si eso ocurre,
sólo puede aceptarse en nombre de la tan mentada ‘interdisciplinariedad’. Siguiendo
con la metáfora territorial y para reforzar lo dicho: se permite transitar por zona de
una disciplina ajena siempre y cuando se presente debido pasaporte con
autorización para el paso, lo que supone a su vez mantener cuidada la frontera y
controlar a quienes, provenientes de otros ámbitos, se interesan por cuestiones que
ocurren en terrenos colindantes. Así, llegan a nuestros días criterios clasificatorios y
taxonomías de lo más variadas: ciencias físico-naturales versus ciencias sociales y
humanas, ciencias fácticas versus ciencias histórico- hermenéuticas, o –para usar
un léxico más ajustado a nuestro presente- ciencias duras versus ciencias blandas.
Pero nótese que el versus, que connota separación, distinción, diferenciación, no se
extingue. Distintas maneras de denominarlas pero manteniendo la escisión, el
borde, un límite divisorio considerado casi natural. Escisión diseñada por los
filósofos, hoy denominados epistemólogos, quienes se ocuparon y se ocupan, entre
otras cuestiones, del ordenamiento y clasificación del saber respondiendo, a su vez,
a sus propios criterios valorativos que plasman en la clasificatoria.

I
Un filósofo contemporáneo expresó su convencimiento con respecto a que
“...las disciplinas no existen. No hay disciplinas; no hay ramas del saber o, más bien
de la investigación: sólo hay problemas y el impulso de resolverlos. Una disciplina tal
como la botánica (...) es, sostengo, una mera unidad administrativa. Los
administradores de las universidades tienen un trabajo difícil, de todos modos, y les
resulta muy conveniente trabajar con el supuesto de que existen ciertas disciplinas
con sus nombres, con cátedras vinculadas a ellas, a ocupar por expertos en esas
disciplinas”. (Popper, 1985: 45) Estas palabras, ciertamente provocativas, que bien
podrían adjudicárseles a F. Nietzsche, M. Foucault, J. Derrida, R. Rorty u otros
filósofos -tenidos ligeramente por post-metafísicos, post-estructuralistas, post-
modernos, entre muchos más ‘post’- fueron dichas por K. Popper en el año 1956 en
la reunión de The Fellows of the Center for Advanced Study in the Behavioral
Sciences en California. Resultan sorprendentes expresiones de este tipo en boca de
un racionalista, al comenzar sus clases de Método Científico, asignatura que, a su
vez, él declara inexistente, un mito. Más adelante Popper sostiene que “la ciencia no
es sólo, como el arte y la literatura, una aventura del espíritu humano, sino que entre
las artes creativas es quizá la más humana: llena de fallos e imprevisiones humanas

8
(...) La ciencia no tiene autoridad. No es el producto mágico de lo dado, los datos, las
observaciones. No es un evangelio de verdad” (Popper, l985: 299). Pero más allá de
la sorpresa que producen estas consideraciones, son de utilidad suma para el
propósito que persigue el presente trabajo: mostrar que en la actualidad, a partir de
los aportes provenientes de enfoques hermenéuticos y textualistas –distantes por
cierto de la tradición con la que se lo emparenta a Popper- el cuestionamiento en
torno a las fronteras disciplinares está en boga. Según algunas posturas esta
problemática es novedosa y se ubica en sintonía con lo que ha dado en llamarse
escenario ‘post-empirista’. Nos detendremos en algunos de los antecedentes del
tratamiento de esta temática que, en cierta medida, impugna su carácter de primicia.
Rastrear sus precedentes de mano de filósofos y científicos no implica, de ninguna
manera, negar la vigencia indiscutida de los debates que se desencadenan en
relación a la tematización de la existencia o no de fronteras disciplinares, sino
mostrar que su tratamiento retorna a escena. En este sentido, se trata de la
recuperación de una problemática -que en sus primeras versiones no fue
suficientemente atendida-, a saber, de una reposición más que de un estreno.
Veamos unos de sus antecedentes: Niels Bohr (l885-1962), físico teórico, estaba
convencido con respecto a llevar a cabo un desafío, traspasar fronteras
disciplinares. Sus incursiones por otros campos fueron poco recuperadas por la
filosofía, al menos, en nuestra tradición filosófica su figura pasa casi inadvertida. Se
lo recuerda no en el ámbito estrictamente filosófico sino en el de la historia de la
ciencia.8 Su postura implicó, según sus estudiosos, novedosos criterios
epistemológicos ya que “la propuesta de Bohr del principio de complementariedad,
era ni más ni menos que un intento de convertirlo en la clave de una nueva
epistemología” (Holton, 1982: 158). Concretamente, el principio de
complementariedad propuso arbitrar la antinomia entre dos teorías rivales respecto
a la luz (teoría clásica o cuántica), pero tuvo implicancias mayores no muy
explotadas por la epistemología. Fue presentado por Bohr en l927 en el Congreso
Internacional de Física en Como, Italia. A continuación se subrayan las palabras
finales de su conferencia:
“Espero, sin embargo, que la idea de complementariedad sea adecuada para
caracterizar la dificultad general para formar las ideas humanas, dificultad que es
inherente a la distinción entre sujeto y objeto” (Holton, 1982: 140)
Resulta interesante advertir que su planteo no se circunscribió a la física -su
formación de origen- sino que lo extendió al plano de la filosofía, la antropología, la
política, la psicología y otros terrenos en los que incursionó desde la década del ’30 y
hasta sus últimos días. Lo significativo de la postura de Bohr es que la
complementariedad, que venía a responder a un problema de la física teórica, devino
en una novedosa perspectiva sobre el conocimiento, que Bohr concretó trasladando
aportes de un campo disciplinar a otro. De este modo acercó la brecha entre distintos
campos discursivos que parecieran absolutamente disociados (ciencias naturales –
ciencias sociales y humanas). Bohr fue pionero en realizar cruces transversales,
aplicando un principio relativo a la física teórica a otros terrenos en los que se

8
Pensadores daneses contemporáneos se están ocupando desde distintos enfoques de las
extrapolaciones de Bohr fuera del ámbito de la física. Las conferencias que Bohr impartió están
publicadas en Bohr, N.; Física atómica y conocimiento humano. Ed. Aguilar, 1964.

9
desempeñó. Tal acción produjo interés en T. Kuhn9 quien conjuntamente con A.
Petersen programaron una serie de entrevistas a Bohr a efectos de sondear los
estudios filosóficos que habían nutrido el pensamiento del destacado físico. Les
interesaba indagar cómo se había conformado esta propuesta ciertamente
renovadora y polémica, sin duda alguna. Lamentablemente sólo se llevó a cabo una
reunión y truncado el proyecto de Kuhn y Petersen ya que Bohr muere al día
siguiente de la primera entrevista. Que haya sido justamente Kuhn quien se interesó
por el itinerario intelectual de Bohr no es poca cosa, al respecto recuérdese que
Kuhn llega a las Humanidades (historia de la ciencia/ filosofía de la ciencia/
sociología de la ciencia), previamente formado en el ámbito de la física y activando
el diálogo entre campos distintos.
Pocas décadas más tarde M. Polanyi, disentía con una rígida ruptura entre las
Humanidades y la índole de otros estudios. Niega la discontinuidad entre el estudio
de la realidad y de lo humano ya que todo conocimiento reposa en la comprensión y
por ese motivo es la misma acción la que desarrollamos en todos los niveles de
existencia. Polanyi señala que en las Humanidades la comprensión se intensifica y
se vuelve más compleja10

II
Quienes aún postulan la fijeza de los criterios de demarcación disciplinar y
se oponen a revisar las implicancias valorativas de tales patrones se enmarcan en la
tradición filosófica naturalista; son los filósofos de la ciencia, o para expresarlo con
mayor fuerza, los filósofos clásicos de la filosofía clásica de la ciencia, hoy casi en
extinción. Son los opositores de los enfoques de Kuhn, Feyerabend y otros,
enrolados éstos en la nueva filosofía de la ciencia. Conviene detenernos en este
singular: “la” ciencia responde al “la” de las duras, garantes de la certeza, la
objetividad y neutralidad valorativa, hoy categorías ya recusadas. Las blandas,
débiles y frágiles, afectas a enunciados plausibles y contingentes, mera subjetividad,
doxa. Junto a ello, un manejo institucional que resguardó el reconocimiento
académico de las duras delineando, incluso, parámetros diferenciales de erogación
presupuestaria para investigaciones del ámbito de las Humanidades y de las
ciencias exactas y físico-naturales. Esto es, la denominación que llega hasta
nuestros días distingue dominios de conocimiento, esto es, realiza en el discurso la
acción de distinguir, destacar y jerarquizar unas, las ciencias duras, por sobre las
ciencias blandas. Distinción que no se agota en el modo de designación sino que
genera, en consecuencia, políticas de acción. Y con ello, dirá Derrida en relación a
la investigación aparentemente inútil (i.e. filosofía y las Humanidades): “La
imposibilidad de pronunciar un discurso, la no habilitación de una investigación, la
ilegitimidad de una enseñanza se declaran con actos de evaluación cuyo estudio me
parece indispensable para el ejercicio y la dignidad de la responsabilidad académica”
(Derrida, l983: 192).

9
La entrevistas programadas por Kuhn y Petersen datan del l962, el mismo año que Kuhn publica La
estructura de las revoluciones científicas. Cfr. Kuhn.T.; La estructura de las revoluciones científicas,
México, F.C.E.
10
Cfr. Polanyi, M. ; El estudio del hombre. Paidós, Buenos Aires, l966. Estas consideraciones
aparecen en el capítulo “El proceso de comprendernos”.

10
Una de las cuestiones que caracteriza al actual escenario filosófico post-empirista es
la tematización de antagonismos y oposiciones en vías a apostar en favor de
posturas integracionistas, convergentes, complementarias. El actual horizonte post-
empirista invita a revisar estériles dicotomías heredadas. La filosofía ha considerado,
por tiempo, a los enfoques provenientes de tradiciones naturalistas por una parte, y
de tradiciones hermenéuticas, por la otra, como inconciliables, opuestos,
excluyentes. Sin embargo, hoy se advierte una apertura reflexiva, propia de
enfoques epistemológicos y metodológicos antifundamentalistas. En la actualidad se
evidencia la ausencia de un paradigma integrador, y se admite, sin pesar alguno, la
coexistencia y complementariedad de enfoques rivales en ciencia. Así, el post-
empirismo -que no significa antiempirismo- incorpora otras consideraciones para
validar el saber, tales como: ‘acuerdo’, ‘consenso’, ‘comunidad científica’, ‘tradición’
e ‘historia’, entre muchas otras. Y es digno de subrayar que estas categorías que
son caras a la tradición hermenéutica, han generado una serie de cambios en
relación a la legitimación del conocimiento que afecta a todo el campo del saber,
tornando más débiles las rígidas escisiones entre duras y blandas, naturales o
humanísticas. En este sentido, nuestro convencimiento en cuanto a la contribución
que la hermenéutica ha realizado en relación a la “atenuación del pensamiento
opositivo”11. En similar dirección, Velasco Gómez postula la “hermeneutización de la
ciencia” (Velasco Gómez, 2000: 165) procurando el acercamiento de dos tradiciones
tenidas otrora por opuestas, y en pos del desvanecimiento de la brecha entre
monismo versus dualismo metodológico, explicacionismo versus comprensivismo, en
definitiva naturalismo versus hermenéutica.

Desterritorialización del saber. Conclusión

Las fronteras de las que nos hemos ocupado, ya sea que se trate entre las ciencias -
duras/blandas- o al interior de la filosofía entre dos tradiciones -naturalistas
/hermenéuticas- son adquiridas por legado, las recibimos formando parte de nuestra
tradición académica. Somos herederos de una concepción de conocimiento
fragmentada, parcelada, compartimentada. Las fronteras son producto de la
convención, no son límites naturales, no hay fijeza ni inmutabilidad alguna. Si
entonces aceptamos que son convencionales nada impide someterlas a revisión.
Advertir que hoy su tematización cobra significativa importancia e indudable vigencia,
posiblemente nos invite a pensar que estamos asistiendo al derrumbamiento de un
paradigma (en sentido kuhniano) cuyos primeros signos nos remiten a principios del
siglo recientemente finalizado. Si así fuera, a la incertidumbre de los tiempos de
crisis puede seguirle el advenimiento de un nuevo modo de concebir la/s disciplina/s
y cabe albergar la esperanza que en un futuro no haya ya que presentar credencial
alguna para desplazarnos en el campo del saber; todos soberanos por igual de
dicho territorio. Es dable pensar que el singular de ‘la’ ciencia -con pretensiones
omniabarcadoras pero aplicando criterios de exclusión- se está debilitando y con ello
se reivindica la rigurosidad de los estudios humanísticos y se distiende la rigidez de
las ciencias duras. Apostamos, entonces, a la revisión de los criterios de

11
Cfr. Borsani, M.E.; “Contribución de la Hermeneútica a la atenuación del pensamiento opositivo”
Ponencia presentada en el III Encuentro Internacional de Investigación en Hermenéutica. México,
D.F. 2000

11
demarcación, en definitiva todo acto de conocimiento es humano, aún cuando no sea
acerca de lo humano. Nos encontramos hoy en un momento de ‘penuria
lingüística’12 pero a su vez repleto de exultante potencialidad creativa en la
producción de nuevos conceptos que posiblemente respondan de modo más
satisfactorio en lo concerniente a cómo concebir el campo del saber.

Referencias bibliográficas:

• Holton, G.; Ensayos sobre el pensamiento científico en la época de Einstein.


Madrid, Alianza, l982.
• Popper, K.; Realismo y el objetivo de las ciencias. Madrid, Tecnos, l985.
• Derrida, J.; “ Las pupilas de la universidad” en Vattimo, G.; Hermenéutica y
racionalidad. Bogotá, Norma, l994.
• Velasco Gómez, A.; Tradiciones naturalistas y hermenéuticas en la Filosofía
de las ciencias sociales. México, UNAM, 2000.

12
La expresión ‘penuria lingüística’ corresponde a Gadamer, quien sostiene que “la penuria
lingüística debe llegar a la conciencia del individuo que reflexiona. Sólo piensa filosóficamente aquel
que siente insatisfacción ante las posibilidades de expresión lingüística disponibles...” Cfr. Gadamer,
H.-G.;Verdad y Método II, Salamanca, Sígueme, 1992. Pág. 88.

12
Fontana. J.: Qué historia para el siglo XXI, edición para los V Juegos
Olímpicos del Comahue, Unco, Neuquén, (1999) 2003, p. 9 a 20.

¿Qué Historia para el Siglo XXI?

El mayor de los desafíos que se ha planteado la historia en la segunda mitad


del siglo XX, y que sigue vigente a comienzos del XXI, es el de superar el viejo
esquema tradicional que explicaba una fábula de progreso universal en términos
eurocéntricos -justificando de paso el imperialismo en nombre de «la carga del
hombre blanco» - y que tenia como protagonistas esenciales a los grupos
dominantes, políticos y económicos, de las sociedades desarrolladas, que se
suponía que eran los actores decisivos de este tipo de progreso, dejando al margen
de la historia a los grupos subalternos y a la inmensa mayoría de las mujeres.
Esta es una cuestión que hay que examinar desde la doble perspectiva de la
exclusión de los pueblos no europeos (de los «pueblos sin historia», como se dice a
veces) a escala de las historias «universales» o «mundiales», y de la exclusión social
de buena parte de la población, y en especial de las mujeres y de las clases
subalternas, a escala de las historias «nacionales» de los países desarrollados, es
decir, de los «países con historia».
Es verdad que tenemos una historia de los trabajadores, presentada casi
siempre a partir de la crónica de sus organizaciones y de sus luchas; es decir,
realizada como «historia del movimiento obrero». Y que se ha intentado agregarle
una historia de los campesinos, contradiciendo el tópico que veía su disminución
relativa como una mera consecuencia de la modernización de la economía, y la
desaparición de su cultura, como el resultado feliz de su integración en la comunidad
y en la cultura «nacionales», que habría dado lugar a que entrasen en la vida política
moderna, abandonando viejos sueños igualitarios utópicos. Lo que escapase a la
pauta de la modernización, como habría sido una consideración autónoma de la
historia de los campesinos, se marginaba habitualmente, entre otras razones porque
las fuentes no acostumbran a decir gran cosa acerca de las resistencias campesinas
a la asimilación «modernizadora», como no sean las fuentes de naturaleza judicial
que conservan los testimonios de la represión contra sus formas de lucha: hurtos
campestres, roturaciones ilícitas, incendios de casas y cosechas, etc.
Desde mediados del siglo XX, sin embargo, y una vez comprobado que los
campesinos seguían siendo importantes -por el volumen de población que
representan en los países subdesarrollados, y como problema para el futuro, en los
desarrollados- se los ha recuperado como protagonistas de la historia
contemporánea, aunque apenas si ha comenzado una historia de su actuación
analizada en sus propios términos, donde sus revueltas se sitúen dentro de un
sistema de relaciones que nos permita verlas, no como simples «reacciones», como
se ha hecho habitualmente, sino como una acción compleja que tiene su propia
coherencia interna. Quien ha ido más lejos en esta dirección es el historiador indio
Ranajit Guha, al insistir en la necesidad de entender la lógica de la actuación
campesina y reivindicar el carácter político de las revueltas rurales, mostrando que
en su aparente incoherencia se puede encontrar la formación de «una conciencia
que aprendía a compilar y clasificar los momentos individuales y diversos de la
experiencia y a organizarlos en algún tipo de generalizaciones».

13
Será también en el siglo XX cuando las mujeres reclamen con insistencia su
lugar en una historia general, como antes habían reclamado su plena participación
en la sociedad. Al sostener que las imágenes de la masculinidad y de la feminidad
estaban socialmente construidas, la historia feminista ha mostrado que lo están
también las relaciones entre los géneros en la sociedad. Pero el desarrollo de esta
línea de estudios, si bien ha alcanzado un volumen considerable, no se ha producido
sin problemas, porque la confrontación de género ha llevado a intentar escribir una
historia específica de las mujeres que conduce a menudo a olvidar que las
diferencias sociales pasan también por el interior del género y hacen que mucha
historiografía de las mujeres mezcle y confunda «mujeres» y «señoras», o tienda a
subvalorar, en otro terreno, la trascendencia de las divisiones raciales. Lo que cabe
esperar es que, una vez recuperadas las mujeres de la oscuridad y el silencio, su
historia se integre plenamente en una historia común, aportándole nuevas
perspectivas.
En conjunto se puede decir que la integración de los excluidos en el relato
central es todavía un objetivo a conseguir. Las recuperaciones de estas otras
historias marginadas se ha hecho en gran parte fuera del cuadro general, que es el
que nos ofrece explicaciones globales, sin tratar de integrarlo en él ni presentar
interpretaciones de conjunto alternativas.
El modelo lineal de la historia del progreso tenía, como he dicho, otro ámbito
de exclusión, tal vez más importante: la de todos los pueblos que no pertenecen a la
cultura dominante de origen europeo, lo que ahora se llama «occidente», cuyas
sociedades y culturas se solía presentar como dormidas en el tiempo hasta el
momento en que la colonización las introdujo en la dinámica de la modernización.
Esto afectaba a la vez a África y a los pueblos indígenas que habitaban América y
Oceanía antes de la llegada de los colonizadores, mientras que en el caso de Asia,
donde no era posible pasar por alto el hecho de que había habido civilizaciones que
en muchos sentidos se habían adelantado culturalmente a Europa, su retraso
posterior se atribuía a la fuerza del «despotismo» oriental o a la debilidad de sus
sociedades civiles.
En lo que concierne a los pueblos «primitivos» actuales, la tarea de los
científicos sociales europeos ha servido a menudo para confirmar su marginación:
los antropólogos alemanes que estudiaban a principios del siglo XX las poblaciones
africanas colonizadas llegaron a conclusiones sobre la conveniencia de la
«extinción» de las «razas inferiores» y de los mestizos, que servirían más adelante
de inspiración al holocausto. Por otro lado, los esfuerzos realizados en colaboración
por antropólogos e historiadores a fin de reconstruir el pasado de los pueblos
indígenas tampoco han dado resultados enteramente satisfactorios. En ningún lugar
estos trabajos deben haber sido cuantitativamente más importantes que en América
del Norte, donde los estudios sobre los pueblos indígenas tienen un peso importante
en el mundo académico. Pero esta etnohistoria se ha hecho desde una perspectiva
externa, y al margen de los miembros de los pueblos estudiados, que no han
participado en la elaboración de esta visión de su pasado y se quejan por el hecho
de que «la historia convencional ha sido incapaz de producir un discurso que respete
a los amerindios».
El rechazo del euro centrismo se planteó abiertamente desde el terreno de
los estudios culturales en lo que acabaría convirtiéndose en el postcolonialismo, que
tiene uno de sus antecedentes en la obra de Edward Said, un profesor

14
norteamericano de literatura comparada, de origen palestino, que publicó en 1978
Orientalism. donde denunciaba la forma en que el discurso académico occidental
tendía a construir el concepto de un Oriente esencialmente diferente de Occidente y
a convertirse con ello en un arma del imperialismo. Said tenía razón al denunciar la
penetración de esta óptica en los más diversos dominios de la literatura o de las
ciencias sociales y es evidente que ha desempeñado un papel considerable en
despertar la conciencia de este hecho, pero las contradicciones de su obra han
contribuido a que su herencia resulte ambigua y haya conducido a la retórica vacía
de la mayor parte de lo que se presenta como postcolonialismo, que conduce a
rechazar la ciencia, incluso las matemáticas, como armas del imperialismo.
Es verdad que las ciencias sociales dominantes son eurocéntricas, pero la solución
no consiste en abandonar las comparaciones entre culturas y limitarse «a exponer la
contingencia, la particularidad y tal vez la incognoscibilidad de los momentos
históricos», sino que hay que confrontar las percepciones sesgadas de los dos lados
para construir otras mejores.
Una respuesta crítica a estas limitaciones, que enlazaba conjuntamente los
problemas de la exclusión social y los de la marginación eurocéntrica, la dio, a partir
de fines de los años setenta, la escuela india de los «subaltem studies», inspirada
sobre todo por el ya citado Ranajit Guha, que en el manifiesto inicial de «Subaltem
studies» denunciaba el carácter elitista de una historia nacionalista india que había
heredado todos los prejuicios de la colonial y que era incapaz de mostrar «la
contribución hecha por el pueblo por si mismo, esto es independientemente de la
élite¨ y de explicar el campo autónomo de la política india en los tiempos coloniales,
en que los protagonistas no eran ni las autoridades coloniales ni los grupos
dominantes de la sociedad indígena, «sino las clases y grupos subalternos que
constituyen la masa de la población trabajadora y los estratos intermedios en la
ciudad y en el campo, esto es, el pueblo». Guha reconoce a Gramsci como una de
sus fuentes de inspiración en su propósito de analizar las formas de movilización
horizontal de estos grupos, su ideología, la formación de una política «del pueblo»,
determinada en parte por las condiciones de explotación de estas clases
subalternas, y la dicotomía que se estableció entre una burguesía que no supo
representar a la nación y unas clases subalternas que, pese a la importancia de sus
revueltas, no consiguieron cuajar una lucha nacional de liberación.
Uno de los problemas más graves, y más insidiosos, entre los muchos que
ha creado el euro centrismo ha sido su influencia en las nuevas historias autóctonas,
donde se pueden encontrar generalmente dos defectos, que son comunes a un
determinado estadio inicial de las historiografías del sur de Asia, de África y de
América Latina. El primero es la adopción de los modelos historiográficos europeos,
que ha llevado a intentar descubrir en el propio pasado aquellas mismas etapas que
los historiadores europeos señalaban en sus países: las consecuencias de la
transposición del concepto de feudalismo han sido graves en el caso de algunos
partidos de la izquierda latinoamericana, que se empeñaban en propiciar inviables
revoluciones burguesas, aunque tuviera que ser aliándose con las dictaduras
militares, y han tenido efectos sangrantes en Ruanda, donde ha servido para
justificar como una «revolución social» el exterminio de los tutsis.
El tránsito de una historia colonial a otra nacionalista resultaba
especialmente complejo en el caso de África, ya que los viejos modelos
interpretativos coloniales comenzaban por excluirla de la historia. Para los británicos

15
o los franceses el continente era, en todo caso, un escenario de la historia del
imperio: de la acción de los europeos -descubridores, militares, administradores- en
tierras africanas. Inmediatamente después de la independencia, los historiadores
africanos se vieron empujados a escribir una especie de historia «resistente»,
opuesta a la del imperialismo, pero que usaba los modelos interpretativos europeos
para reintegrar su continente al mismo tipo de historia que se derivaba de aquellos
esquemas, lo que los obligaba a buscar los rastros de estados, de intercambios a
larga distancia o de redes urbanas, abandonando a la etnografía el estudio de la vida
rural, es decir la parte esencial de la realidad africana: «de esta manera - se ha
dicho— la mayor parte de los africanos que han vivido quedaban fuera de la
ciencia». O respondían con la simple inversión de los valores de la historiografía
colonial, a la vez que trataban, contradictoriamente, de hallar un sentido histórico a
los nuevos marcos nacionales definidos por la partición colonial, lo que les
comprometía a legitimar de entrada las construcciones políticas y las formas de
organización nacidas de la independencia.
El fracaso económico inicial de los países africanos independizados llevó a
buscar una interpretación, próxima a las teorías latinoamericanas de la dependencia,
que echaba toda la culpa del atraso al colonialismo. De la vieja visión colonialista de
un pasado africano primitivo, fruto de la incapacidad de sus habitantes, que habría
sido modificado por la acción civilizadora de los europeos, se pasó ahora a una
recuperación optimista de la historia propia -con reivindicaciones extremas de los
valores africanos, como la de la «negritud» del Antiguo Egipto- que sobre valoraba el
estado de civilización y desarrollo, en términos europeos, de África en los inicios de
la Edad Moderna. Desde este punto de partida la explicación del subdesarrollo actual
se reducía a establecer las culpas del colonialismo; a afirmar, como sostenía un libro
de Walter Rodney, que Europa había subdesarrollado a África.
Las consecuencias de esta tarea original, que impedía la fundación de una
historia legítimamente africana, las sufriría, paradójicamente, Ernesto Che Guevara
al intentar iniciar un proceso revolucionario en el Congo. Acudió con ideas extraídas
de interpretaciones históricas y políticas de raíz europea, como eran las del
marxismo, y descubrió, por ejemplo, que no había en aquel rincón de África el tipo de
problemas de lucha por la propiedad de la tierra que habían conocido Europa y una
América colonizada por los europeos, sino que los campesinos respondían a formas
propias de vida y a solidaridades tribales. Las soluciones que llevaba aprendidas de
Cuba no servían para hacer la revolución en aquel medio social donde la
contradicción principal era la que existía «entre naciones explotadoras y pueblos
explotados».
En América latina se hizo inicialmente una historia nacionalista que no daba
ningún protagonismo a los nativos, atribuía todos los males a la colonia y fijaba el
momento fundacional en la independencia, que habría dado lugar a una ruptura total,
gracias a la dirección ejercida por los «próceres» fundadores del estado. Ha sido
necesario proceder después a una reconstrucción de esta visión, de la cual han
surgido, sobre todo en la América andina, unos trabajos de etnohistoria que han
conseguido aproximarse a la problemática de los indígenas, en ocasiones gracias a
la asociación de erudición histórica y preocupación política por la suerte de las
grandes masas nativas que viven hoy en países como Ecuador, Perú o Bolivia. Unos
indígenas que reivindican ahora su nacionalidad étnica en Ecuador y que en algunos

16
casos, como el de los cataristas de Bolivia, aspiran, por el hecho de ser mayoría, a
alcanzar el control de la nación criolla que se construyó sin tenerles en cuenta.
Ha sido necesario también reconstruir la historia colonial y profundizar en la
de las sociedades nacionales surgidas de la emancipación, superando la falsa
ruptura radical que se suponía existir entre la época anterior y posterior a ésta, para
alcanzar una visión que no se limite, como ha denunciado Germán Carrera Damas, a
mostramos una historia vista exclusivamente a través de la mentalidad criolla,
decididamente euro céntrica, sino que establezca una nueva valoración que incluya
«su rico patrimonio indígena y africano».
En Oceanía, en cambio, donde el debate sobre el pasado se ha hecho casi
exclusivamente en términos de antropología, esta situación puede modificarse por la
presión de los grupos nativos que quieren asumir el estudio de su historia -como
pasa en Nueva Zelanda, donde los maoríes discuten el tipo de análisis llevado a
cabo hasta ahora por los pakeha (por los neozelandeses de origen europeo)-, o que
denuncian, como en Australia, las interpretaciones «blancas» que han servido para
construir la imagen de la inferioridad del nativo y justificar que se le arrebate el
control de los recursos naturales.
Partiendo de estas revisiones, cabe preguntarse si hay alguna posibilidad de
reconstruir una historia universal que escape del pie forzado del «orden convencional
de la evolución unilineal» que organiza todas las historias de los hombres en función
del punto de llegada de la clase de presente impuesto por los pueblos europeos: que
lleva todas las corrientes, todos los proyectos diversos del pasado, hacia su único y
definitivo fin de la historia.
La única vía de escape de la linealidad parece residir en la adopción de
formas de exploración comparativa que analicen desarrollos distintos. Un ejemplo
ambicioso, pero discutible, lo tenemos en Víctor Lieberman, que ha querido romper
las dicotomías que se contentan con la comparación, y contraposición, entre el este y
el oeste (las «historias binarias», como él las denomina), con un esquema
comparativo de la evolución de diversos países de Eurasia -Birmania, Tailandia,
Vietnam, Francia, Rusia y Japón- entre el final de la Edad Media y 1830, que
mostraría la aparición independiente y paralela de procesos de «consolidación
territorial, centralización administrativa, integración cultural-étnica e
intensificación comercial», debidos en gran parte a la coincidencia de expansión
agrícola, aumento de los intercambios, disponibilidad de armas de fuego y mejora de
los métodos fiscales, y a una serie de cambios culturales que estimularían el
desarrollo del estado. Es también una pauta comparativa, pero esta vez no con
Europa sino entre África y Asia del sur, lo que propone Mamadou Diouf al
preguntarse: «Leer los rastros entrecruzados y múltiples de las trayectorias que se
dibujan en África desde hace cerca de medio siglo, ¿no nos impone una revisión
radical del modelo histórico occidental para tomar en cuenta la diversidad de las
condiciones culturales e históricas de los grupos implicados?».
Aunque hay que tener en cuenta que elaborar una historia comparativa no
es fácil. Con frecuencia se cae en la trampa de hacer las comparaciones entre los
estados actuales, asumiendo que cada una de las entidades que comparamos tiene
un carácter uniforme que permite hacer afirmaciones generalizadoras sobre ellas en
diversos momentos de la historia, lo cual no suele ser cierto. La solución consistiría
en agrupar los elementos que queremos estudiar de otras formas, en marcos

17
territoriales distintos a los de los estados-nación actuales, o utilizando criterios no
territoriales.
Estos problemas nos exigen tratar de construir una nueva historia «total»
que pueda ocuparse de todos los hombres y mujeres en una globalidad que abarque
tanto la diversidad de los espacios y de las culturas, como la de los grupos sociales,
lo cual obligará a corregir buena parte de las deficiencias de las viejas versiones.
Habrá de renunciar al euro centrismo y prescindirá, en consecuencia, del modelo
único de la evolución humana con sus concepciones mecanicistas del progreso, que
aparece como el producto fatal de las «leyes de la historia», con muy escasa
participación de los humanos, que deberían aparecer como sus protagonistas activos
y no sólo como sus víctimas pasivas. Walter Benjamín denunció en sus «Tesis de
filosofía de la historia» el gran fraude que la concepción mecanicista del progreso
había significado para la clase obrera, al hacerle creer que tenía el triunfo asegurado
por «las leyes de la historia». En su inacabado «Libro de los pasajes» lo razonaba
históricamente: el concepto de progreso tuvo una función crítica hasta la Ilustración,
pero en el siglo XIX, con el triunfo de la burguesía, ésta lo desnaturalizó y, auxiliada
por la doctrina de la selección natural, «ha popularizado la idea de que el progreso
se realiza automáticamente». Lo cual resulta una forma muy eficaz de despolitizarlo
y de incitar a los hombres a la inacción, como lo hacen, de otro modo, aquellos que
interpretan hoy el progreso en función exclusivamente de los avances de la ciencia y
de la tecnología.
La linealidad de este modelo está asociada a una práctica errónea de los
historiadores, que los lleva a proceder a partir de un análisis abstracto hacia el dato
puntual, coleccionando hechos que puedan encajarse en el lugar que se les ha
asignado previamente en un modelo interpretativo. Cuando lo que convendría es, por
el contrario, comenzar por el hecho concreto, por el acontecimiento con todo lo que
tiene de complejo y peculiar.
Quisiera explicarlo con una imagen. El historiador acostumbra a proceder
como quien resuelve un rompecabezas, un puzzle, valiéndose de un modelo que le
muestra las líneas generales de la solución, y va buscando el lugar concreto en que
las líneas de la pieza, esto es las características del acontecimiento o del dato,
encajan con exactitud, lo cual le sirve para confirmar -o en todo caso para revisarla
validez de la solución anticipada, del modelo interpretativo que ha adelantado como
hipótesis de partida. Pero un acontecimiento no es una pieza plana que pueda
explicarse por completo a partir de este ajuste, sino un poliedro, un cuerpo de tres
dimensiones con un gran número de caras, una de las cuales encaja en el modelo
de nuestro rompecabezas, mientras que las otras lo sitúan en un haz de diversas
relaciones y determinan que pueda encajar en otros tantos modelos, en otros tantos
rompecabezas. Si partimos de la solución preestablecida, sólo veremos esta
dimensión plana de los hechos; si partimos del acontecimiento, podremos distinguir
la diversidad de los planos que se entrecruzan en él y escoger los que nos aporten
perspectivas más interesantes.
Esta práctica respondería a la incitación de Edward Thompson para que
busquemos en el archivo «la realidad ambigua y ambivalente», o a la de Walter
Benjamín, que quería un método de trabajo capaz de asociar el rigor de la teoría con
la «visibilidad» de la historia: un método que hiciese posible «descubrir en el análisis
del pequeño momento singular el cristal del acontecimiento total».

18
La linealidad es, de hecho, una consecuencia necesaria del «fin de la
historia» propugnado por una burguesía triunfante que tiene interés en hacernos
creer en la existencia de un único orden final de las cosas, al cual han de tender
naturalmente todas las líneas de evolución, ocultando que «los conceptos de la clase
dominante han sido siempre los espejos gracias a los cuales se ha venido a
constituir la imagen de un orden».
La linealidad exige, por fuerza, la idea de continuidad. «La celebración o la
apología -dice Benjamín- se esfuerzan en ocultar los momentos revolucionarios en el
curso de la historia. Lo que quiere en su corazón es fabricar una continuidad. No da
por esto importancia más que a aquellos elementos de la obra que han entrado ya a
formar parte de su influjo posterior. Olvida en cambio los puntos en que la tradición
se interrumpe y las rupturas y asperezas que ofrecen apoyo a quien se propone ir
más allá». Hay que arrancar la época de esta «continuidad cosificada» y hacer
explotar su homogeneidad «llenándola con las ruinas, esto es con el presente».
Podremos así superar la idea de progreso con la de «actualización» y aprender a
aproximamos a lo que ha sido, «tratándolo, no de manera historiográfica, como hasta
ahora se ha hecho, sino de manera política, con categorías políticas».
Abandonar la linealidad nos ayudará a superar, no solo el euro centrismo,
sino también el determinismo. Al proponer las formas de desarrollo económico y
social actuales como el punto culminante del progreso - como el único punto de
llegada posible, pese a sus deficiencias y a su irracionalidad-, hemos escogido de
entre todas las posibilidades abiertas a los hombres del pasado tan sólo aquellas
que conducían a este presente y hemos menospreciado las alternativas que algunos
propusieron, o intentaron, sin detenemos a explorar las posibilidades de futuro que
contenían.
Renunciando a esta visión que ha servido para justificar, como necesarios e
inevitables, tanto el imperialismo como las formas de desarrollo con distribución
desigual, podríamos ayudar a construir interpretaciones más realistas, capaces de
mostramos no sólo la evolución simultánea de líneas diferentes, sino el hecho de que
en cada una de ellas, incluyendo la que acabaría dominando, no hay un avance
continuo en una dirección, sino una sucesión de rupturas, de bifurcaciones en que se
pudo escoger entre diversos caminos posibles, y no siempre se eligió el que podía
haber sido el mejor en términos del bienestar del mayor número posible de hombres
y mujeres, sino el que convenía -o por lo menos el que parecía convenir- a aquellos
grupos que disponían de la capacidad de persuasión y de la fuerza represiva
necesarias para decidir: «resulta de un interés vital reconocer un punto determinado
de desarrollo como una encrucijada».
Hemos de elaborar una visión de la historia que nos ayude a entender que
cada momento del pasado, igual que cada momento del presente, no contiene sólo
la semilla de un futuro predeterminado e inevitable, sino la de toda una diversidad de
futuros posibles, uno de los cuales puede acabar convirtiéndose en dominante, por
razones complejas, sin que esto signifique que es el mejor, ni, por otra parte, que los
otros estén totalmente descartados. Chistopher Hill ha dicho: «Una vez que el
acontecimiento se ha producido, parece inevitable; las alternativas se esfuman. La
historia la escriben los vencedores(...). Merece la pena, sin embargo, que nos
adentremos imaginativamente hacia atrás, hacia el tiempo en que las diversas
opciones parecían abiertas». Esta es la especie de «giro copernicano» de la historia
que nos pedía Benjamín: abandonar la idea de que hay un punto fijo, «lo que ha

19
sucedido», al cual intenta aproximarse el conocimiento desde el presente, y volverlo
cabeza abajo con la irrupción de la conciencia desvelada, cuando la política se
sobrepone a la historia; entonces «los hechos se convierten en algo que nos golpea
justamente en este momento, y establecerlos es cosa de la memoria».
Una historia no lineal nos permitiría recuperar muchas cosas que hemos
dejado olvidadas por el camino de la mitología del progreso: el peso real de las
aportaciones culturales de los pueblos no europeos, el papel de la mujer, la
racionalidad de proyectos de futuro alternativos que no triunfaron, la política de los
subalternos, la importancia de la cultura de las clases populares... Y nos ayudaría a
escapar, con este enriquecimiento de nuestro horizonte, a la apatía y la
desesperanza a que quiere condenamos el discurso dominante en nuestro entorno,
que nos ha llevado a este «tiempo de resignación política y de fatiga».
Durante la guerra civil española, Antonio Machado escribió que cuando se
examinaba el pasado para ver qué llevaba dentro era fácil encontrar en él un cúmulo
de esperanzas, ni conseguidas ni frustradas, esto es un futuro. La clase de historia
que estamos escribiendo y enseñando desde hace más de doscientos años ha
eliminado este núcleo de esperanzas latentes de su relato, donde todo se produce
fatalmente, mecánicamente, en un ascenso interrumpido que lleva al hombre desde
las cavernas prehistóricas hasta la gloria equivoca de la postmodernidad en que hoy
vivimos. Todo lo que cae fuera de este esquema es menospreciado como una
aberración que no podía sostenerse ante la marcha irresistible de las fuerzas del
progreso, o como una utopía inviable.
Contra la historia que pretendía explicar las cosas «tal como han pasado» -
esto es, del único modo en que podían pasar- Benjamín proponía al historiador que
trabajase como el físico en la desintegración del átomo, con el fin de liberar las
enormes fuerzas que han quedado atrapadas en la explicación lineal de la historia,
que habría sido «el narcótico más poderoso de nuestro siglo».
Abandonadas en las bifurcaciones en que se tomó una opción - en las
encrucijadas en que se escogió uno u otro camino-, o entre el bagaje de los que
fueron derrotados por unos vencedores que después han reescrito la historia para
legitimar su triunfo, hay muchas cosas que merece la pena recuperar. No es licito
pensar, para poner un solo ejemplo, que el fracaso de los regímenes de la Europa
oriental a fines del siglo XX transforme en menospreciables las esperanzas y los
esfuerzos de todos los hombres y mujeres que han luchado desde hace siglos para
conseguir una sociedad más igualitaria. El legado de éstos forma parte, con muchos
otros, de las «enormes fuerzas» olvidadas en los rincones de una narración lineal del
pasado; de una pretendida historia de progreso que, encima, termina mal.
Llevar a la práctica el proyecto de escribir esta nueva clase de historia nos
obligará a cambiar muchas de las normas habituales de nuestro trabajo. Tendremos
que desintegrar el tipo de continuidad histórica falaz que se construye habitualmente
en función de la voluntad de establecer una genealogía, esto es una justificación, del
objeto histórico que nos hemos propuesto explicar.
Ranahit Guha ha denunciado una de estas falsas continuidades, tal vez la
más frecuente y perniciosa: la de quienes crean esquemas interpretativos que tienen
como fundamento esencial legitimar retrospectivamente las construcciones estatales
y la estructura del poder social de nuestro tiempo. Guha examina las convenciones
que hacen que se considere determinados acontecimientos y hechos como
«históricos», lo que significa que se los ha escogido para la historia. Pero ¿quién los

20
designa para esta función? Hay una discriminación en la selección que se hace de
acuerdo con valores y criterios que no se especifican. Pero, si se mira con atención,
no es difícil advertir que la autoridad que conduce la operación es, en la mayor parte
de los casos, una ideología que piensa que la vida del estado es central para la
historia y que, en consecuencia, sólo considera interesantes los hechos que se
refieren a ella.
Esta tradición de «estatismo» arranca de los orígenes del pensamiento
histórico moderno con el Renacimiento italiano y el ascenso de la burguesía en
Europa durante los tres siglos siguientes no hizo más que reforzarla, de modo que la
política «oficial» -la política del estado- se convirtió en la sustancia misma de la
historia, que desde el siglo XIX se integró en el sistema académico con sus
programas y con una profesión dedicada a propagarlos en la enseñanza y a través
de la producción de trabajos escritos.
Ver el conjunto de los hechos, enumerar «los acontecimientos sin distinguir
los pequeños de los grandes», tomando conciencia de que nada de lo que ha
sucedido se ha perdido para la historia, corresponde a «la humanidad redimida», dijo
Benjamín: «eso significa que sólo la humanidad redimida puede citar el pasado en
cada uno de sus momentos». Para ello se necesita, para empezar, un tipo de
escritura que sea capaz de escuchar y transcribir a la vez las diversas voces de la
historia, no sólo las de los dirigentes.
La solución es muy compleja. Porque resulta fácil decir que lo que queremos
es una especie de historia coral; pero el problema mayor es el de poner orden en la
multitud de narraciones que se nos ofrecen con este método para conseguir algún
tipo de síntesis. Un método que respondiese a estos planteamientos -y que haría de
entrada muy difícil la pretensión de construir una «historia universal» -nos obligaría a
una investigación mucho más compleja y a inventar un tipo de relato polifónico que,
sin olvidar el hilo conductor del «estado»- porque, se quiera o no, el papel del poder
hay que tenerlo siempre presente-, escogiese el número suficiente de las voces altas
y bajas, grandes y pequeñas, de la historia para articularlas en un coro más
significativo que las visiones tradicionales que nos hablan de los soberanos y de sus
conquistas y olvidan a los campesinos que pagaron con su esfuerzo el coste de los
ejércitos que les permitieron ganar las batallas. O que las de una historia social que
hace de los campesinos los protagonistas -lo cual significa un avance en el terreno
de la representatividad, puesto que son muchos más que los soberanos- pero no nos
dice nada de los que, haciendo las leyes y exigiendo los impuestos, determinaron
buena parte de sus vidas. La forma de relato que habrá de incluir a los unos y a los
otros -y muchas más voces todavía- en pie de igualdad, sin instrumental izarlas (sin
contentarse con subordinar los campesinos, ni que sea como victimas, a la historia
de los reyes) está aún por inventar, y es más que probable que requiera muchas
experiencias y tanteos hasta llegar a alcanzar la eficacia necesaria.
Construyendo esta clase de historia nos aproximaremos, sin duda, a crear
una memoria colectiva que tenga una auténtica utilidad social. Me explicaré.
Sabemos hoy que la memoria personal de cada ser humano no es un depósito de
representaciones -a modo de un almacén de imágenes fotográficas más o menos
borradas por el tiempo- sino un complejo sistema de relaciones que tiene un papel
esencial en la formación de la conciencia. Los neurobiólogos nos dicen que la
conciencia se vale de la memoria para evaluar las situaciones a que ha de
enfrentarse mediante la construcción de un «presente recordado», que no es la

21
evocación de un momento determinado del pasado, sino la capacidad de poner en
juego experiencias previas para diseñar un escenario al cual puedan incorporarse
también los elementos nuevos que se nos presentan.
Del mismo modo los historiadores, al trabajar con la memoria colectiva, no
se dedican a recuperar del pasado verdades que estaban enterradas bajo las ruinas
del olvido, sino que usan su capacidad de construir «presentes recordados» para
contribuir a la formación de la clase de conciencia colectiva que corresponde a las
necesidades del momento, no sacando lecciones inmediatas de situaciones del
pasado que no han de repetirse, como se suele pensar, sino creando escenarios en
que sea posible encajar y interpretar los hechos nuevos que se nos presentan:
escenarios en que el pasado se ilumina en el momento de su cognoscibilidad,
cuando «se presenta de improviso al sujeto histórico en el momento del peligro».
Porque, se quiera o no, se sea o no consciente de ello, el historiador trabaja
siempre en el presente y para el presente: «Los acontecimientos que rodean al
historiador, y en los que éste toma parte personalmente -ha dicho Benjamín- están
en la base de su exposición como un texto escrito en tinta invisible. La historia que
somete al lector viene a representar algo así como el conjunto de las citas que se
insertan en este texto, y son tan sólo estas citas las que están escritas de un modo
que todos pueden leer».
Todas estas propuestas de revisión teórica, todos estos planos todavía
confusos de caminos que apuntan al futuro, no se los presento como elementos de
un debate académico, y mucho menos aun como recetas preparadas para aplicarlas
inmediatamente al trabajo, sino como una contribución al necesario esfuerzo
colectivo de reconstruir una práctica que nos permita aproximarnos de nuevo,
eficazmente, a los problemas de nuestras sociedades y de nuestro tiempo.
En la medida en que el historiador es quien conoce mejor el mapa de la
evolución de las sociedades humanas, quien sabe la mentira de los signos
indicadores que marcan una dirección única y quien puede descubrir el rastro de los
otros caminos que llevaban a destinos diferentes, y tal vez mejores, es a él a quien
corresponde, mas que a nadie, la tarea de denunciar los engaños y reavivar las
esperanzas de que podemos, como dijera Tom Paine, «volver a empezar el mundo
de nuevo».
Conscientes de la trascendencia que pueden tener estas visiones de pasado
que nutren las memorias colectivas, no es lícito que nos desentendamos del
problema de los usos de la historia en nombre de una imposible neutralidad que, por
otra parte, no impedirá que «los poderes» sigan haciendo un uso adoctrinador de
ella. En las circunstancias confusas y difíciles del presente, a los historiadores nos
corresponde combatir, armados de razones, los prejuicios basados en lecturas
malsanas del pasado, a la vez que las profecías paralizadoras de la globalización.
De este modo contribuiremos a limpiar de maleza la encrucijada en que nos
encontramos y ayudaremos a que se perciban con mayor claridad los diversos
caminos que se abren ante nosotros y a que entre todos escojamos los que puedan
conducirnos al ideal de una sociedad en que, como dijo un gran historiador, haya «a
mayor igualdad posible, dentro de la mayor libertad posible».
Este es un objetivo que muchos seguimos creyendo lícito, aunque se haya
pretendido descalificarlo.. En la lucha por construir una sociedad como ésta hemos
perdido muchas batallas e incluso alguna guerra. No ha de sorprender que muchos
hayan creído que el triunfo era imposible y hayan abandonado el combate, sin darse

22
cuenta de que, incluso habiendo perdido, se ha conseguido cambiar muchas cosas
que ya no volverán a ser como eran en el pasado. Así lo entendía también William
Morris cuando, en 1887, al conmemorar una de estas grandes derrotas colectivas,
escribía: «La Commune de París no es otra cosa que un eslabón en la lucha que ha
tenido lugar a lo largo de la historia de los oprimidos contra los opresores; y sin todas
las derrotas del pasado no tendríamos la esperanza de una victoria final».
No estoy seguro de que hoy pensemos en una victoria final -esta ilusión era
también hija de las falacias del progreso lineal-, sino que aspiramos, más
modestamente, a algunos logros, por parciales que sean, que, con todo, habrán
valido el esfuerzo y la lucha. Y pienso que, a pesar de las derrotas, ha merecido la
pena intentarlo, y que es necesario que sigamos en ello. Porque, como dijo Paúl
Eluard: «Aunque no hubiese tenido en toda mi vida más que un solo momento de
esperanza, hubiese librado este combate. Incluso si he de perderlo, porque otros lo
ganarán. Todos los otros».

Josep Fontana- Marzo de 2002

23
Barros, C.: “Hacia un nuevo paradigma historiográfico”,
Prohistoria, Rosario, nº 3, 1999, p. 43 a 57.

A finales del siglo XX se habla, y con razón, de la crisis de la historia. El


diccionario de la Real Academia Española dice que la palabra ‘crisis’ viene a
significar dos cosas juntamente: una mutación importante y una situación difícil. Es
decir que hay crisis cuando hay dificultades pero se está produciendo un cambio, y
seguramente lo segundo explica lo primero. No se suele ver así: cuando se alude a
una crisis se piensa más en problemas y complicaciones que en soluciones y
facilidades, lo cual dificulta la salida.

La historia en crisis

Pero cuando hablamos de la crisis de la historia algunos pueden estar


pensando, también con razón, que hay quien cree en la crisis de la historia y quien
no. Sin embargo, nuestra disciplina vive su crisis independientemente del grado de
conocimiento que cada colega tenga de ella. Cuando en octubre de 1917 explotó la
revolución en la Rusia zarista, podía haber gente que estaba haciendo calceta
mientras sucedían esos hechos, que no dejaban por ello de ser históricamente
extraordinarios1. ¿No estamos acaso los científicos sociales para eso, para ir más
allá de la apariencia y de la cotidianidad de las cosas, tratando de ver lo que pasa en
las profundidades de los momentos históricos, y en las profundidades de nuestra
disciplina doblemente histórica?

La crisis de la historia como disciplina forma parte de una crisis general,


ideológica, política, de valores, que afecta al conjunto de las ciencias sociales y
humanas. Mucho de lo que vamos a hablar de crisis y salidas podría aplicarse,
mutatis mutandis, a la antropología o a la sociología, pero nos vamos a referir a
aquello que conocemos y que nos interesa más: la historia como oficio en la
transición entre los dos siglos.

El carácter general de esta crisis deriva de la simultaneidad de la crisis de la


historia y la crisis de la escritura de la historia, y atañe a todas las dimensiones de la
profesión de historiador, y de su relación con la sociedad. Vivimos, por consiguiente,
una crisis, una dificultad/mutación que es global porque afecta a la práctica de la
historia (la manera de investigar y escribir la historia), a la teoría de la historia (los
conceptos y planteamientos teóricos que subyacen en nuestro trabajo), y a la función
social de la historia (devaluada en un mundo futuro que todavía algunos quieren sin
alma, tecnocrático).

La primera víctima de la crisis historiográfica ha sido el paradigma


economicista, determinista y estructuralista que ha identificado a los nuevos

1
En una película inglesa reciente, Two Deaths (1995), varios comensales celebran un banquete, en
casa del médico de Ceaucescu, mientras tiene lugar en la calle la revolución democrática rumana,
aparentando una indiferencia hacia unos hechos que sin embargo van, antes incluso de finalizar el
film, a cambiar radicalmente sus vidas individuales.

24
historiadores a partir de la Segunda Guerra Mundial2. Pero no se ha parado ahí,
como ha puesto en evidencia Georg Iggers3, concierne también a la propia definición
científica de nuestra disciplina, cuyo origen se remonta al positivismo decimonónico.
Críticos de la historia-ciencia propugnan la equiparación de la historia con la
literatura por la vía de su emparentamiento con la ficción, la narración, la
hermenéutica o el "giro ligüístico", propuesto desde Estados Unidos. Relaciones
epistemológicas productivas en su versión moderada pero destructivas cuando nos
retrotraen, lo quieran o no sus defensores más extremistas, al siglo XIX, cuando la
historia era una disciplina pre-paradigmática, anulando buena parte del capital
acumulado por nuestra disciplina durante más de un siglo. Por este camino la
vertiente de dificultad que tiene nuestra crisis toca fondo, y es entonces cuando
tiende a imponerse la vertiente del cambio paradigmático, imprescindible para
proporcionar respuestas a las anomalías que cuestionan nuestra vieja identidad (la
nueva historia).

Vamos a explicar en tres fases cómo se fue manifestando esta crisis


finisecular de la historia4, tomando como referencia las décadas de los años 70, 80 y
90 (las tendencias que analizamos se muestran con claridad en el final de cada
periodo cronológico). Paralelamente, debemos dejar claro que nos refiriendo a la
evolución de la historiografía internacional, en general, más que a un país en
concreto, salvo que el argumento lo precise. Todos sabemos que España y América
Latina han recibido el impacto de las historiografías más avanzadas con un desfase
cronológico que nos obligaría a introducir variaciones temporales en el supuesto de
nuestras historiografías nacionales. Desfase que, hay que decirlo, cada vez es
menor. En la última década del siglo, la globalización historiográfica está acortando
la distancias entre las historiografías nacionales, se trasmiten más rápidamente los
cambios: en el siglo XXI viviremos todavía más simultáneamente las evoluciones de
la historia y de la historiografía.

Primer retorno del sujeto

El contexto sociopolítico e ideológico que caracteriza los años 70 está marcado por
el retroceso de todo lo que supuso Mayo del 68 en la historia, y en su escritura. En
ese contexto de repliegue acusa su primer golpe el paradigma estructuralista,
economicista y determinista, imperante en nuestra disciplina, y en otras ciencias
sociales, durante los años 60. La primera reacción historiográfica al objetivismo
rampante, que nos auguraba un futuro feliz merced al desenvolvimiento ineluctable
de las contradicciones estructurales, fue el retorno del sujeto inscrito virtualmente,
pero jamás desarrollado, en las matrices de la nueva historia, sea annaliste sea
marxista. La historia descubre, pues, el sujeto antes que la sociología y que la

2
"El paradigma común de los historiadores del siglo XX", La formación del historiador, nº 14, invierno
de 1994-95, Michoacán, pp. 4-25; Estudios Sociales, nº 10, 1996, Santa Fe, pp. 21-44;
Medievalismo, nº 7, Madrid, 1997, pp. 235-262.
3
Georg IGGERS, La ciencia histórica en el siglo XX. Las tendencias actuales, Barcelona, 1995.
4
Crisis de fin del siglo que es simétrica de la que vivió la historiografía positivista a principios de siglo
XX

25
filosofía5: casi veinte años antes de que los sociólogos se pongan a investigar y
reflexionar sobre el actor social, la elección racional o la acción colectiva, o de que
se pusiera de moda la filosofía del sujeto...

De manera que la historiografía europea avanza, en los años 70, más allá de
la historia económica y estructural: la historiografía francesa desarrollando lo que se
llamó la historia de las mentalidades, y que desplegó después como historia del
imaginario, antropología histórica, nueva historia cultural...6; y la historiografía inglesa
impulsando un nuevo tipo de historia social, no estructuralista.

En el primer caso hablamos del paso de los segundos a los terceros Annales,
del redescubrimiento del sujeto mental ya presente en la obra y la reflexión de los
fundadores de esta escuela. En el segundo caso se trata de un desarrollo original del
materialismo histórico, con una buena base empírica y antropológica, centrado en el
estudio histórico de las revueltas y del cambio social.

Empero, el redescubrimiento inglés del sujeto social tuvo lugar demasiado


tarde y demasiado pronto. Nos explicamos. Demasiado tarde porque el paradigma
común, esos consensos que compartían los historiadores en las décadas centrales
del siglo, había evolucionado claramente, en los años 60, hacia un planteamiento
economicista, estructuralista y determinista, que dominó también la lectura académica
(y no académica) del marxismo. Hay que recordar que la reacción de los historiadores
marxistas frente a los excesos del estructuralismo marxistas es muy tardía. 1978 es la
fecha de edición de ese magnífico libro -aunque a su vez criticable como demostró
Perry Anderson, entre otros- de E.P.Thompson, Miseria de la teoría, donde se
defiende un marxismo con sujeto frente al marxismo objetivista, sin conciencia y sin
historia, de los seguidores del estructuralismo althusseriano. Y también demasiado
tarde porque, cuando se manifiesta en Gran Bretaña esta lectura cultural y humanista
de Marx que entendía la historia como la historia de la lucha de clases, el contexto
ideológico y político había cambiado tanto que el marxismo, cualquiera que fuese su
versión, había dejado de interesar, lo cual arrastró consigo a las tesis doctorales
sobre conflictos, revueltas y revoluciones, que dejaron de hacerse. Y, por último,
llegaba demasiado pronto si consideramos que el interés por la historia social "dura"
se reproduce en los años 90, según hemos analizado en otro lugar7, y sólo ahora se
empiezan a darse las condiciones para el tránsito a un nuevo paradigma que pueda
incorporar el sujeto (social y mental).

Estos avances historiográficos que han devuelto hace veinte años el sujeto al
centro de la historia son, por tanto, una referencia indispensable para las discusiones
en curso sobre el nuevo paradigma que tiene como reto capital la integración, en un
sólo enfoque, de la historia objetiva y de la historia subjetiva (tanto nos refiramos al
5
Con frecuencia, pendientes de la evolución de otras disciplinas más fuertes en lo teórico,
infravaloramos los hallazgos de nuestras historiografías para luego recibir con entusiasmo ideas
parecidas de otras ciencias sociales: un efecto perverso de una versión de la interdisciplinariedad que
ignora la propia tradición.
6
"La contribución de los terceros Annales y la historia de las mentalidades. 1969-1989", La otra
historia: sociedad, cultura y mentalidades, Bilbao, 1993, pp. 87-118
7
"El retorno del sujeto social en la historiografía española", Estado, protesta y movimientos sociales,
III Congreso de Historia Social, Vitoria, julio 1997.

26
agente histórico como al mismo historiador): entre ambas osciló pendularmente la
historiografía del siglo XX. El futuro de la historia de las mentalidades y de la historia
del cambio social está, en consecuencia, en el cambio global de paradigmas.

La fragmentación

En los años 80 cambia de raíz el contexto político- ideológico en el mundo,


principalmente en USA y en Gran Bretaña. Son los años del neoconservadurismo, lo
que después se llamó neoliberalismo o pensamiento único, y son los años de la
difusión del postmodernismo como propuesta filosófica de moda. La historiografía
occidental se fragmenta entonces en temas, métodos y escuelas, hasta un límite
anteriormente inimaginable, colegas franceses llamaron a eso el desmigajamiento de
la historia8.

La primera gran fisura fue el retorno del sujeto en los años 70, mental y/o
social, porque hasta ese momento importaban mayormente la historia económica y la
historia de las estructuras sociales9. Desde entonces tenemos una historia objetiva y
una historia subjetiva, y ahí comienza la diversificación y el alejamiento de unas
especialidades de otras: raramente la historia económica contempla el sujeto;
raramente la historia de las mentalidades incluye lo socio-económico.

Otros dicen, no sin razón, que la fragmentación de la historia y la inevitable


especialización no es más que una crisis de crecimiento, una prueba de la madurez
de nuestra disciplina. Es evidente que pasar del monocultivo de la historia económico-
social a la heterogeneidad actual, donde interesan para la investigación todos los
aspectos del pasado, supone un gran avance, pero al tiempo una gran problema,
porque nos aleja de la visión global del pasado humano que nos exige la ciencia y la
sociedad.

En los años 80 tiene lugar el segundo gran retorno del sujeto. En este caso se
trata del sujeto tradicional -la biografía, la narración, la historia política-, cuyo regreso
arroja un notorio mentís a la revolución historiográfica del siglo XX, animada por la
escuela de Annales, el marxismo y los sectores reciclados de la historiografía
tradicional. Se produce, paralelamente, una implosión, una explosión desde dentro,
del paradigma común de los nuevos historiadores: una crisis global de las tres
grandes corrientes que renovaron la manera de escribir la historia en el siglo que
acaba. Se habló por separado de la crisis de Annales, de la crisis de la historia social,
de la crisis de la cliometría10: viendo cada uno la paja en el ojo ajeno y no la viga en el
propio, sin comprender -hasta hoy mismo cuando resulta, si cabe, más evidente- el
carácter global de la crisis de la historia, y menos aún el subyacente cambio de
paradigmas.
8
François DOSSE, La historia en migajas. De "Annales" a la "nueva historia", Valencia, 1989 (París,
1987); uno de los errores de este libro, que tanto animó el debate, está en no haberse percatado de
que la fragmentación no solamente afectaba a la escuela de Annales, sino a todas las corrientes
historiográficas y a las relaciones entre ellas.
9
En España hay que añadir al menos una década más para notar estos cambios subjetivistas en la
manera de investigar la historia.
10
La historia cuantitativa ha sido la aportación más importante de la corriente neopositivista al
paradigma común.

27
T. S. Kuhn, el autor de la Estructura de las revoluciones científicas, ha
descubierto que los paradigmas compartidos que unifican una disciplina siguen
vigentes mientras no exista un paradigma común que los sustituya. Esto justifica que
en los años 80, y aún en los 90, se siga diciendo en muchas clases de historiografía
lo mismo que hace veinte años, y en muchas memorias de oposición: la única
ocasión en que el profesor universitario está obligado -en España- a definir su
concepto de la historia, y donde es habitual dedicar una parte del proyecto al
positivismo, otra al marxismo y otra a Annales, calculando quizás el concursante que,
siendo tres de los cinco miembros del tribunal elegidos por sorteo, mal será que no se
consideren próximos a una o a varias de dichas corrientes. Así se vinieron haciendo
las memorias de oposición, excelente fuente para estudiar los paradigmas
compartidos de una disciplina, hasta hace bien poco11, donde se demuestra la fuerza
de inercia de un paradigma que sobrevive, a pesar de la crisis, mientras no se perfila
su alternativa.

La filosofía contra la historia

En 1989 alcanza su clímax una década marcada por el neoliberalismo y el


posmodernismo, la fragmentación historiográfica y la crisis de la idea de progreso,
que constituye la filosofía base de los tres movimientos historiográficos más
importantes del siglo XX, y en general de las ciencias sociales, las cuales se han
alimentado, desde sus orígenes, al igual que la historia científica, de la filosofía de la
Ilustración.

Los "ataques" desde la filosofía política a la idea de progreso12, por un lado la


tesis de Francis Fukuyama y por el otro la posmodernidad, tocan de lleno a uno de los
paradigmas compartidos más importantes de los historiadores del siglo XX: la relación
pasado/presente/futuro. Conceptos que hasta no hace mucho estaban bien
imbricados: estudiamos el pasado para comprender el presente y construir un futuro
mejor; un futuro socialista se decía incluso desde el marxismo...

La proclamación del "final de la Historia" partió de un artículo inteligente e


intuitivo del neoconservador Fukuyama escrito en el verano de 1989, cuando no
podía saber el autor que a fines de ese mismo año caería el Muro de Berlín y se
iniciaría la transición del socialismo real al capitalismo (que luego resultó frustrante,
salvaje, mafioso) en los países de la órbita soviética. Para Fukuyama, intérprete
mediato de Hegel, la Historia había llegado al final del trayecto y todos los países del
mundo se unificarían alrededor del sistema político democrático y de lo que
eufemísticamente se denomina “economía de mercado”. La reacción de los
historiadores fue de hostilidad y desprecio, se mató, en suma, al mensajero de las
malas noticias, descalificando su proclama como una argucia política imperialista.
Algunos, sin leer los trabajos de Fukuyama, entendieron inclusive que pretendía
finiquitar la disciplina que nos da de comer, confundiendo la "h" minúscula, de la

11
Desde 1995 es cada vez más frecuente el uso de las Actas del I Congreso Historia a Debate para la
redacción de los proyectos docentes como medio de asegurar una visión más actualizada y
problematizada de nuestra disciplina.
12
"Ataques" entrecomillas porque no son gratuitos, disponen de una base objetiva que nos obliga por
higiene intelectual a su toma en consideración.

28
historia como sucesión de acontecimientos, con la "H" mayúscula de la Historia
universal13. Hay que decir que el propio Fukuyama en trabajos posteriores ha ido
matizando y autorrectificando su planteamiento inicial, hasta desmentirlo,
reconociendo su equivocación, en una entrevista al New York Times (30 de agosto de
1998), una vez conocido el fracaso de las transiciones en el Este de Europa,
especialmente en Rusia, y la crisis de las economías emergentes de Extremo Oriente,
acontecimientos económicos que amenazan con una recesión económica mundial.

Con todo, ¿qué hemos aprendido del debate Fukuyama? Pues que la Historia
no tiene una meta prefijada14; conclusión realmente revolucionaria porque venimos de
la tradición judeo-cristiana, cuya lectura providencialista de la historia hace terminar
ésta en el Juicio Final; teleologismo que la filosofía alemana del siglo XIX continuó,
reemplazando la resurrección de los muertos y la segunda venida de Jesús por el
Estado liberal hegeliano, primero, y por la sociedad comunista de Marx y Engels,
después. La filosofía occidental más influyente ha sido finalista, aceptar ahora que el
futuro está abierto ¿no justifica, aunque no hubiese más motivos, que los hay, hablar
de un nuevo paradigma de la historia, que nos hace más libres, porque nos sabemos
más responsables de nuestro destino?: los futuros son varios, y la función del
historiador, dando a conocer las encrucijadas de la historia, es hacer ver -a nuestros
contemporáneos- que existen futuros alternativos, contingentes.

Si la humanidad no marcha ineluctablemente hacia un final feliz, ¿quiere esto


decir que hay resignarse con lo que tenemos y renunciar a "transformar el mundo"?
Evidentemente, no, renunciando a una historia determinista -que hoy es reivindicada,
curiosamente, por el pensamiento único- recuperamos una libertad para el sujeto, sin
mesianismos, que no excluye grandes objetivos, incluso revolucionarios, como lo
demuestra el neozapatismo mexicano.

Decíamos que ha habido asimismo un "ataque" desde el postmodernismo a la


relación pasado/presente/futuro. Aclarar primero que, cuando hablamos de
postmodernismo, nos referimos, primordialmente, a las obras de Jean-François
Lyotard y de Gianni Vattimo, por su claridad expositiva, la consecuencia de su
contenido y su difusión, sobre todo, en Europa. En Estados Unidos, sin embargo, se
suele incluir, de una manera inapropiada, a postestructuralistas como Michel
Foucault y deconstruccionistas como Jacques Derrida, bajo la etiqueta de una
posmodernidad cuyo posicionamiento contra el compromiso intelectual choca con la
ejecutoria de dichos autores15.

13
Israel SANMARTÍN, La Historia según Fukuyama, 1989-1995, Santiago, tesis de licenciatura, 1997;
el lector puede comprobar que, lo que si desaparecería con la tesis de Fukuyama, es la Historia
entendida también como reflexión teórica y como compromiso con el progreso de la Humanidad,
dimensiones a las que siempre se resistió, y resiste, el positivismo historigráfico.
14
La historia de la humanidad no avanza hacia una meta fijada de antemano, pero tampoco
tiene vuelta atrás, tesis 5 de "La historia que viene", Historia a Debate, I, Santiago, 1995, p. 101; la
caída del comunismo, confirma la primera parte, y el desastre que supuso, posteriormente, en el Este
de Europa, el desmantelamiento del Estado de bienestar construido por los comunistas, ratifica la
segunda parte.
15
Sobre el compromiso de Foucault, a finales de los años 70 y principios de los 80, con los derechos
del hombre, a la manera de Sartre, véase François DOSSE, Histoire du structuralisme, II, París, 1992,

29
Los filósofos posmodernos y Fukuyama parten efectivamente de presupuestos
opuestos, los primeros niegan la modernidad y el segundo dice que ésta ha llegado a
su plenitud, pero ambos coinciden en una cosa: nos dejan sin futuro. Ambos enfoques
desubican a los historiadores acometiendo contra el paradigma clásico
pasado/presente/futuro, porque si no tenemos nada que decir sobre el futuro es que
tampoco tenemos nada que decir del pasado.

Fukuyama niega un porvenir alternativo porque asegura que la Historia ha


llegado el fin, y por lo tanto el futuro como algo esencialmente distinto del presente
desaparece; su futuro es, pues, un presente continuo. Y el postmodernismo reniega
de la conquista de un futuro mejor, desde el conocimiento del pasado y la crítica del
presente, al aseverar que el fracaso de la modernidad arrastra a la idea de progreso.
Desde uno u otro sitio se nos sugiere, en una palabra, que no tenemos futuro como
historiadores, salvo como eruditos, sabios marginales y aislados, sumergidos en un
pasado cuya investigación no interesa socialmente.

Cuando hablamos de posmodernidad historiográfica no queremos asegurar


que los historiadores estén al día en la corriente filosófica en sí: el historiador no lee
regularmente filosofía, pero si comparte -compartimos- con el filósofo de fin de siglo
un postmodernismo ambiental que afecta de lleno a la metodología de la historia y a
la filosofía que, queramos o no, subyace en nuestro trabajo16: la disgregación de la
disciplina y el "todo vale", el desinterés del historiador -como tal- hacia el mundo que
nos rodea y sus problemas, cierto nihilismo existencial surgido del desencanto pos-
68, el individualismo exacerbado, la oposición anarquista a todo paradigma, etcétera.

Lo que nos lleva a contemplar el posmodernismo desde su lado ambigüo y


negativo. El rasgo vital que define al historiador posmoderno -que frecuentemente
recita esa prosa sin saberlo- es que se instala cómodamente en la fragmentación y en
la crisis de la disciplina sin voluntad -ni interés- por superar ambas anomalías, que
naturalmente no son contempladas como tales. Esta instalación en la crisis genera
tres posiciones:

La primera posición es la de los que argumentan que si se han hundido los


paradigmas historiográficos del siglo XX, ¿para qué buscar otros? Vienen a decir:
estamos bien sin paradigmas compartidos (que algunos, sin leer a Kuhn, "inventando
al adversario", equiparan a vulgares ortodoxias), "todo vale", "se acabaron las
certezas", "qué cada uno haga lo que quiera"... Aplican así, muchos sin conocerla, la
propuesta de Feyerabend de sustituir el racionalismo por el anarquismo en la teoría
del conocimiento17. Se trata, en el fondo, de una posición conservadora que, como ya
dijimos, perpetúa el presente.

pp. 424-426; Derrida ha sido uno de los científicos sociales franceses que se han unido,
recientemente, a los cineastas en la defensa de los inmigrados.
1
6 El reduccionismo lingüístico, difundido desde los USA, también se reclama como historia
posmoderna pero su influencia es bastante menor, entre los historiadores, que el mencionado
posmodernismo ambiental.
1
7 Paul FEYERABEND, Tratado contra el método. Esquema de una teoría anarquista del
conocimiento, Madrid, 1992 (Londres, 1975).

30
La segunda posición, y la más consecuente, es mantenida por los que
defienden que el nuevo paradigma es la propia fragmentación con todo lo que supone
de libertad para el investigador, pluralismo y garantía contra toda "ortodoxia"
académica y/o política. Es decir, la acracia metodológica hasta sus últimas
consecuencias: paradójicamente elevada a categoría institucional.

La tercera posición es propugnada por aquellos que reducen la historia


posmoderna a la nueva historia o, con más propiedad, a la novísima historia: "giro
lingüístico", microhistoria o nueva historia cultural; forzando en ocasiones la intención
de sus promotores que casi nunca pretenden prescindir en bloque del discurso de la
modernidad18.

Los tres supuestos (posmodernidad anarquista, "consecuente" o


neopositivista) tienen en común el abandono, en menor o mayor grado, de la función
crítica de la historia y, en el peor de los casos, la renuncia a toda definición de la
historia como ciencia, condicionando gravemente el futuro de nuestra disciplina en la
sociedad y en la academia.

La puntilla del proceso de disgregación y des-ubicación de la historia como


oficio, a lo largo de los años 80, ha sido oír declamar -y dejar el exabrupto sin
respuesta- que el mercado sustituye a los hombres como sujetos de la historia, en
una alucinante giro de la historia intelectual (y económica) que nos devuelto a un
objetivismo, economicismo y estructuralismo de distinto signo que en los años 60 y
70, pero si cabe más dañino, epistemológicamente, porque coincide con un retroceso
histórico-social de los valores humanistas que han informado las ciencias humanas y
sociales desde su creación.

Y con esto nos acercamos a los años 90, que sorprendentemente están
resultando decisivos en varios sentidos, también para el cambio de paradigmas en
nuestra disciplina, puesto que, inadvertidamente, se están poniendo ya las bases de
los paradigmas del siglo XXI.

Nuevo siglo, nuevo paradigma

El contexto de los años 90 es la propia crisis del neoliberalismo y del


postmodernismo: se está poniendo de moda hablar de "terceras vías", también entre
la modernidad y la postmodernidad. Es la hora, pues, de buscar una nueva
modernidad: más autocrítica, local y global, social y cultural, estatal y librecambista,
más compleja y difícil, que no abandone el criticismo pero que tampoco renuncie a la
transformación de la sociedad con la guía de la razón...
Nuestra disciplina está, ciertamente, en crisis pero ha conservado -incluso
incrementado- su dinamismo, y existe una base estable de la comunidad de
historiadores (funcionarios en bastantes países), que mediante consensos tácitos va
reemplazando, o intentando reemplazar, los paradigmas en crisis. Unos insisten en la

1
8 El problema mayor aquí es caer en la ilusión de pensar que la actual crisis de la historia se puede
resolver cambiando líneas de investigación, apostando por la innovación, factor necesario pero desde
luego para nada suficiente dado el carácter global -metodológico, epistemológico y social- de la crisis
historiográfica.

31
situación de crisis, y otros en el crecimiento de los estudios de historia. Se llega a
decir que nunca se han producido tantas obras de historia como en estos tiempos.
Algunos sostienen que no hay crisis porque se sigue publicando... En realidad, ambos
diagnósticos tienen base, y su confluencia está dando como resultado una transición
entre los paradigmas del siglo XX y los paradigmas del siglo XXI, que va
engendrando nuevos consensos, percibidos aún con dificultad, que están cambiando
la manera de escribir la historia, y no siempre en el mejor de los sentidos. Los nuevos
consensos tienen, en nuestra opinión, aspectos positivos y negativos. Lo peor es que
este cambio de paradigmas se ha desarrollado, inicialmente, sin el suficiente grado de
autoconciencia, de debate y de reflexión. Para combatir este defecto, organizamos,
en 1993, el I Congreso Internacional Historia a Debate, tratando de aprehender y
comprender los cambios en marcha, cuya segunda edición estamos preparando para
los días 14-18 de julio de 1999, con la meta de contribuir ahora al proceso de
formación de los nuevos paradigmas, es decir, la escritura de la historia en el siglo
XXI, uno de cuyos rasgos será, está siendo ya, un mayor interés por la reflexión
historiográfica: son cada vez más los colegas que combinan, que intentamos
combinar, los trabajos empíricos con la reflexión historiográfica y el debate.

La pregunta que se impone, por tanto, es: ¿cómo se cambia de paradigma?


¿Existe alguna autoridad mundial o nacional que dicte los paradigmas por los que
deber regirse una disciplina? En rigor, no. Los motores de los cambios
paradigmáticos no suelen estar a la luz, y actúan más por la vía del consenso y de la
comunicación que por la vía de la fuerza. Verificamos que tres son los caminos que
nos han llevado, usualmente, a cambiar la línea de investigación: 1) La ley de
rendimientos decrecientes. Tanto individual como colectivamente, cuando se agota
una línea de investigación se suele buscar otra. Más investigaciones sobre una
temática o metodología en la que se lleva trabajando a veces muchos años no añade
más conocimiento histórico, y entonces se produce el cambio, por ejemplo: el tránsito
(en el que inciden además otros factores) de la historia económica a la historia de las
mentalidades, cultural, antropológica. 2) El mimetismo con historiografías de
vanguardia. Las historiografías del ámbito hispano, tradicionalmente dependientes de
Europa, o de Norteamérica, son un buen ejemplo (a superar). 3) La influencia de la
sociedad. Factor hoy clave: estamos ante un fin de siglo que coincide con un cambio
de civilización que, no podía ser de otro modo, afecta a todas las ciencias sociales.
Y la historiografía no siempre va por delante de la historia. A nuestras diez y
seis tesis de “La historia que viene” (en realidad una conclusión del I Congreso
Historia a Debate) añadiríamos hoy otra, con el número diez y siete, haciendo
hincapié en que "el futuro de nuestra disciplina depende de nuestra capacidad para
adaptarnos a los profundos, vertiginosos y paradójicos, cambios que se están dando
entre el siglo XX y el XXI". Parece una obviedad, pero la verdad es que demasiado a
menudo nos hacemos la ilusión de que la academia gira al margen del mundo (o peor
todavía, que el mundo gira alrededor de la academia).

Veamos algunos desafíos que plantea el nuevo siglo, según nuestro punto de
vista, al nuevo paradigma de la escritura de la historia:

1.- Exigencias sociales derivadas de la globalización. Entendemos por


globalización el fenómeno de mundialización de la economía (previsto por Marx en el

32
Manifiesto del Partido Comunista) y de la comunicación (la aldea global anunciada
por Mac Luhan), proceso objetivo sólo parcialmente identificable con las (transitorias)
políticas neoliberales19. ¿En qué puede afectar, o está afectando, la unificación del
mundo, informativa y cultural, social y económica, a la historia que se escribe?
¿Cuáles son los retos que la mundialización plantea a la historiografía?

-La historia fragmentada de los años 80 no sirve para el mundo globalizado


que viene. Urge retomar el concepto de la historia global, buscar nuevas
formas de llevarlo a la práctica y estudiar, en suma, por qué fracasó el
paradigma de "historia total" de la historiografía del siglo XX.

-El nuevo paradigma de la historia como todo será digital. El ordenador no sólo
repercute, o va a repercutir, en el acceso a las fuentes (CD-ROM, archivos
digitalizados), en el método de trabajo (tratamientos de texto y bases de datos)
o en el proceso de divulgación, sino que, y esto es lo más importante, va a
cambiar el resultado final de nuestro trabajo, nos conduce a la construcción de
otro objeto (el medio es el mensaje), naturalmente más global. La posibilidad
de introducir, juntamente con texto, elementos sonoros y visuales (fijos y en
movimiento) en un CD-ROM, o en un DVD-ROM, altera tanto la forma de
exponer como la forma de investigar: la simultaneidad de la evidencia escrita,
oral y visual, ¿no hacen posible una reconstrucción más global de nuestro
objeto? Es el caso, asimismo, del hipertexto (que utilizamos habitualmente
navegando en las páginas Web): desborda ampliamente las posibilidades del
libro, hasta hoy medio casi único para la instrumentación de nuestras
investigaciones, donde podemos interpolar algunas citas en el texto y notas a
pié de página, a condición de no salirnos del discurso lineal (cada libro tiene un
principio y un final). Con el hipertexto, mediante enlaces se podrá acceder a
mucha más información colateral, a otro libro, que a su vez puede llevarnos a
otros enlaces, de manera que ya no hay un principio y un final únicos sino
diversas lecturas, como la misma realidad siempre multidimensional y que de
este modo será reconstruida más fielmente. La historia podrá ser así más
global desde el punto de vista empírico, no sólo teórico. Habría que añadir las
posibilidades que nos ofrecen la realidad virtual20 o la inteligencia artificial... En
resumen: las nuevas tecnologías van a permitirnos empezar a rebasar las
limitaciones técnicas y epistemológicas que nos han impedido en la práctica
dar cuenta de la realidad histórica en su globalidad.

-Con Internet nace una nueva comunidad internacional de historiadores. La red


digital varia las reglas de la sociabilidad en la comunidad de historiadores. Las
comunidades nacionales de historiadores seguirán teniendo su importancia,
pero la comunidad internacional estará más próxima, será más decisiva,
porque el debate y la comunicación global será más fácil y libre, en cada

19
Reducir globalización a capitalismo sería caer en un error parecido al que cometió la izquierda
política y académica cuando identificó -y combatió- en el pasado la democracia como un fenómeno
burgués.
20
La modelización informática y la simulación han hecho ya posible la reconstrucción virtual, en tres
dimensiones y con animación, sobre la base de los resultados de las excavaciones arqueológicas, de
ciudades neolíticas, antiguas o medievales, y de otros monumentos.

33
especialidad y para el conjunto de los historiadores. La formación en curso de
nuevos paradigmas se verá favorecida por la red de redes (correo electrónico,
páginas Web, grupos de noticias y chats) conforme la distribución de los
usuarios (y de los idiomas usados) se internacionalice de verdad.

-Con la globalización la historiografía mundial deviene más policéntrica. Las


historiografías occidentales de los siglos XIX y XX siempre han tenido un
centro focal (Alemania, Francia, Inglaterra...). En 1993, en el I Congreso HaD,
Peter Burke decía que, en estos momentos, la renovación pasa por la periferia,
cierto, y añadimos nosotros que lo vital ahora es que cada historiografía
desarrolle su capacidad de pensar por sí misma, sin ataduras "coloniales",
pero, eso sí, con un conocimiento cercano de lo que sucede en el mundo (más
asequible hoy gracias a las nuevas tecnologías). Ya no hay un gran centro
promotor de los cambios: todas las historiografías pueden ser centro de
iniciativa. Desde Estados Unidos se intenta, de alguna forma, reproducir viejas
dependencias, pero no va a resultar sencillo trasladar la hegemonía mundial
norteamericana del mundo del cine al mundo académico, y menos aún en el
campo de las ciencias humanas y sociales, una vez sobrepasada la "guerra
fría" y en tiempos tan sensibles a toda identidad nacionalitaria, como
demuestran las historiografías pos-coloniales y los "estudios subalternos" en la
India, y en otros países, que acreditan hasta que punto la descentralización y
la descolonización historiográfica son parte ya del nuevo paradigma global.

2.- Exigencias culturales y educativas que condicionarán el siglo XXI: la


respuesta de los historiadores. Estamos viviendo una vuelta -todavía tímida- a los
valores humanísticos21 y formativos que no debería de pasar desapercibida, como
consecuencia del repliegue del economicismo y del tecnocratismo neoliberal que
marcó los años 80 y parte de los 90. En algunos países, como España, se empieza a
relanzar el papel de la historia y las humanidades en la enseñanza22. Los adalides de
la "tercera vía" entre neoliberalismo y socialismo, M. Blair y M. Clinton, ya hicieron de
la educación el eje de sus últimas (y exitosas) campañas electorales en Gran Bretaña
y en USA. Se imponen, pues, nuevos valores y nuevos retos para el papel de la
historia en el nuevo siglo. ¿Cómo investigar y enseñar historia en el siglo multicultural,
multirracial y multinacional, de la globalización?

3.- Exigencias políticas y sociales de los nuevos (y viejos) sujetos políticos y


sociales. Los nuevos (y viejos) sujetos políticos buscan su identidad en la Historia a
nivel local, regional, nacional, macronacional. La mitificación de la historia por parte

21
Algunos reaccionarios pretenden todavía ir en dirección contraria a la historia (nunca mejor dicho):
una perla encontrada en una reciente estancia académica en la Universidad Nacional del Sur
(Argentina): es superfluo que el Estado siga pagando la formación de literatos, filósofos,
sociólogos y psicólogos, nota editorial en la primera página de la La Nueva Provincia (Bahía
Blanca, 6 de julio de 1998); otros lo piensan, son demócratas y hasta izquierdistas, pero no lo dicen,
por vergüenza, claro.
22
Le sigue, en este camino, Francia, donde el gobierno de Lionel Jospin, después de la movilización
el 15 de octubre de 1998 de medio millón de estudiantes de enseñanza media, ha prometido volver a
la formación ética y cívica de los estudiantes, incrementando el peso de la filosofía y la literatura (a
diferencia de España, la historia no ha dejado de jugar su papel educativo en la Francia socialista) en
los programas, junto con la informática y las matemáticas.

34
de los nuevos (y viejos) nacionalismos reaviva la función crítica del historiador, como
bien ha señalado E. J. Hobsbwam. Los nuevos (y viejos) sujetos colectivos persiguen
asimismo el compromiso del intelectual, y del historiador, para elaborar su discurso y
su práctica. Es el caso de los nuevos movimientos sociales derivados de las etnias,
los géneros, los grupos de edad, las opciones sexuales... Y es el caso de los
conflictos, las revueltas y las revoluciones que, en la última década del siglo,
retornan23 a la arena de la historia en el Este de Europa (1989-1991), en Chiapas
(1994), en Francia (1995-1998), en Bélgica contra los pederestas y sus cómplices, en
USA movilizando "un millón" de hombres negros, en España (seis millones de
personas, en julio 1997, contra el asesinato de Miguel Ángel Blanco: motivo gráfico
del cartel de Historia a Debate II)24.

Los movimientos sociales cuando son verdaderamente significativos y


autónomos acaban arrastrando a los académicos. Por vez primera, desde los años 60
y 70, el intelectual vuelve en algunos países a un cierto compromiso político y social
(lo que está provocando un agrio pero muy necesario debate). Aquí mismo, en
México, se está dando el mejor ejemplo, particularmente en la UNAM, donde los
académicos están trabajando desde 1994 a favor del compromiso social, ético y
democrático con la situación en Chiapas. No se trata de una dinámica
"tercermundista", sino de un fenómeno tendencialmente global, también en Francia se
está dando una vuelta al compromiso intelectual, desde las movilizaciones sociales
de 1995, especialmente en solidaridad con los inmigrantes ilegales, protagonizado
originalmente por cineastas, artistas y escritores, pero en el que participan científicos
sociales como Pierre Bourdieu, que ha generado la polémica más importante en las
ciencias sociales francesas -a través de grupo Raisons d’Agir- sobre el compromiso
intelectual desde Zola y Sartre, y como Jacques Derrida, que con su libro Spectres
de Marx resucitó el debate sobre el marxismo, tema tabú en la inteligencia francesa
desde los tiempos de Althusser. Estamos, obviamente, ante una militancia bien
diferente de la que conocimos en los años 60 y 7025: menos partidista, menos
unidimensional y absorbente, desde la especialización académica más que desde la
militancia política, al margen de la TV (impermeable al debate y la crítica, al contrario
que Intenet). Era previsible, ¿cómo poner límites a los "retornos"? Las síntesis que
estamos viviendo entre modernidad y posmodernidad dan lugar a paradojas como la
curiosa desconexión entre historiador y ciudadano que sufren algunos colegas,
comprometidos en su vida civil pero que mantienen por inercia posiciones
academicistas en su trabajo, como investigadores y como docentes, cuando resulta
que el principal desafío político y social del nuevo siglo a la historia profesional es la
búsqueda de un pasado para los sujetos que bullen para determinar el futuro.

3.-Exigencias científicas: la redefinición de la historia como ciencia. Hoy es


insostenible la definición positivista decimonónica de la historia (conocer el pasado
"tal como fue"), que tanto eco tiene todavía en nuestra disciplina, porque es
inconcebible una "ciencia sin conciencia" (Edgar Morin), un objeto sin sujeto: las
teorías del caos y la complejidad están abundando en esa dirección. La nueva física

23
Se trata del tercer retorno del sujeto (colectivo, social): el primer retorno tuvo lugar en los años 70
(mental, social), y el segundo en los años 80 (individual, político).
24
Véase la nota 7.
25
Una manera inevitable de "manipular" el debate es afirmar, naturalmente, lo contrario.

35
es, de nuevo, la referencia más segura para redefinir científicamente nuestra
disciplina cara al futuro. En la tesis nº 3, de “La historia que viene”, decíamos que "es
una falsa alternativa decir que la historia, como no puede ser una ciencia ‘objetiva’ y
‘exacta’, no es un ciencia", porque hoy sabemos que la tarea de la ciencia no es
averiguar una inexistente verdad absoluta, que la única verdad científica son las
verdades relativas. Tal es nuestro porvenir: no abandonar la identidad de la historia
como ciencia sino volver a definirla echando mano del concepto de ciencia, de
paradigma y de revolución científica, que hoy aplican la física y que elabora la
filosofía de la ciencia. De hecho, la noción de nuevo paradigma que venimos
utilizando historiográficamente, desde hace años, está sacada de la epistemología y
de la historia de la ciencia.

Después de la crisis

Las últimas tendencias historiográficas apuntan la vía adecuada para salir de la


crisis: avanzan sintetizando lo más viejo y lo más nuevo26.

El nuevo paradigma no puede ser -es decir, que no responde a las exigencias
del contexto y al consenso de la comunidad- la simple vuelta a la historia tradicional,
individualista, de las grandes batallas, pero tampoco la huida hacia adelante de la
fragmentación posmoderna, sin perjuicio de que se asuman los aspectos positivos de
ambos planteamientos (que tan pronto convergen como divergen).

La historia y la historiografía del nuevo siglo no pueden hacer tabla rasa de la


historia y de la historiografía del siglo XX, con sus formidables enseñanzas y errores,
y menos todavía puede volver al siglo XIX: queremos ayudar a nacer un siglo XXI
mejor, pos-postmoderno, pos-neoliberal, contribuyendo desde la historia a construir
otra modernidad, otra ilustración, otra racionalidad, otra historia... y otra generación:
ustedes.
Entre el año 2010 y el año 2020 se va a producir, por razones biológicas, un
gran relevo generacional que incumbe a los puestos de investigación y de enseñanza.
Como es sabido lo nuevo y lo joven no tiene, automáticamente, porque ser mejor,
más progresista o más eficaz, que lo viejo: el último servicio que debe prestar una
parte de la generación del 68, la más autocrítica y menos arrepentida, antes de
desaparecer de los grandes y pequeños puestos de decisión, es hacer de puente
para que la nueva generación, que ignora en demasía -y por lo tanto mitifica en
exceso- la historia reciente, aprenda de nuestro pasado más inmediato y pueda abrir
nuevas avenidas para la historia, que así sea y que el "espíritu" de Marc Bloch nos
ayude.

26
En esto rectificamos a Kuhn que tiene una visión demasiado simple de la revolución (científica)
como ruptura neta entre lo viejo y lo nuevo (paradigmas).

36
Romero, L. A.: La Argentina en la escuela. La idea de nación en los textos
escolares, Bs. As., siglo XXI, 2004, p. 43 a 45.

II. Los textos de historia: el relato del pasado


Los historiadores y la historia de la nación

La indagación por el pasado está guiada habitualmente por la pregunta acerca


de la propia identidad: quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos. En
cualquier comunidad compleja, con intereses diversos y proyectos diferentes,
coexisten distintas versiones del pasado, pero entre tantas voces, la del estado es la
más fuerte. En el mundo inaugurado por la Revolución Francesa, desaparecidas las
legitimidades tradicionales de las viejas monarquías, los estados se identificaron con
naciones. Ellas preexistían a los estados, los fundamentaban y legitimaban. Para
estos estados, construir un relato de su nacionalidad aceptable para la sociedad fue
y sigue siendo una tarea esencial. Los historiadores profesionales participan de ella,
y ponen a su servicio el prestigio de su saber. Una parte de su actividad está regida
por las normas de su oficio: el deseo de inquirir sobre lo desconocido, el rigor y la
aspiración a la verdad. Pero este saber histórico suele estar íntimamente relacionado
con aquella otra práctica, más propia de la conciencia histórica, pues ambos
intereses coinciden en el historiador ciudadano. Durante el siglo XIX y buena parte
del siglo XX la práctica profesional tuvo como tema y sujeto principal al estado
nacional. Por esa vía, la tarea de un saber especializado y riguroso se ha integrado
con aquella otra del estado cuyo propósito es explicar y a la vez construir la
nacionalidad en la sociedad por él regida. En esa tarea, la escuela ha sido su
instrumento principal. La historia fue en la escuela no solo una disciplina de saber
sino un poderoso instrumento para identificar con la comunidad nacional a cada
futuro ciudadano que pasaba por sus aulas.
Es posible examinar la obra de los historiadores profesionales desde esa
perspectiva: la construcción de la nacionalidad. Los textos fundadores de Bartolomé
Mitre y Vicente Fidel López proyectaban hacia el pasado la existencia de una nación
que ellos mismos, y sobre todo el primero, estaban construyendo desde sus
funciones en el estado. Con la llegada del siglo XX, mientras José María Ramos
Mejía se ocupaba desde el Consejo Nacional de Educación de dar forma a los
principios de la "educación patriótica", un conjunto de jóvenes historiadores tomó
como tarea propia la elaboración de un relato del pasado adecuado a este objetivo:
entre ellos se encontraban Emilio Ravignani, Ricardo Levene, Rómulo Carbia y
Diego Luis Molinari, quienes más tarde serían reconocidos como los creadores de la
"Nueva Escuela Histórica Argentina". A lo largo de varias décadas de intensa
actividad, este grupo elaboró una imagen del pasado argentino tan consistente que
se transformó en sentido común, al punto que aun hoy es fácil encontrar sus rastros
en diferentes ámbitos educacionales y académicos.
Ese éxito tan notable no fue casual. Cumplieron con eficacia la tarea de
ofrecer una "historia nacional" con todos las señales y los avales del rigor
historiográfico. Crearon las instancias académicas e institucionales que constituyeron
en adelante los peldaños de una verdadera profesión histórica. Establecieron una
estrecha y fluída relación con una elite social y política preocupada por construir una

37
identidad nacional mediante el uso privilegiado de la disciplina histórica.13 Por último,
se preocuparon por difundir su producción entre un público amplio, incluyendo el uso
de las diversas instancias del sistema educativo.14
A pesar de las múltiples diferencias en la producción de cada uno de ellos, los
historiadores de la Nueva Escuela compartieron una serie de rasgos. Se ha señalado
su identidad generacional; también, que se trata de la primera camada de
intelectuales que reflexionó sobre el pasado nacional sin tener vínculos directos,
personales o familiares, con los temas que estudiaban, ya que en su mayoría
pertenecían a familias de inmigrantes recientes. Pero sin duda resultó determinante
el hecho de que se tratara del primer grupo de historiadores que adecuó su
producción a una serie de parámetros de legitimidad y rigor considerados científicos
y académicos. Esta adecuación se dio de un modo natural, pues se trataba de
parámetros e instituciones que ellos mismos estaban creando. En conclusión, la
Nueva Escuela no sólo reunió la primera camada de historiadores profesionales, sino
que ellos fueron quienes definieron el significado mismo de la profesionalidad
historiográfica.
Desde esta sólida posición, elaboraron una imagen de la disciplina y del
pasado en la que –a los fines de este estudio- es posible destacar un principio: la
disciplina y el relato de la historia debían tener como objetivo la formación de la
nacionalidad y la difusión de un conjunto de valores asociados con ella. La nación
era el principio organizativo y estructurador de todo relato o explicación del pasado.
La idea de nación que subyace en sus textos se asienta en una definición territorial y
jurídica, y sólo en menor medida en presupuestos sociales o culturales: por esta
razón sus relatos suelen concluir en 1862, con la definitiva incorporación de Buenos
Aires a la Confederación, o en 1880, con la derrota de Buenos Aires por el gobierno
nacional, y la integración a su control de los territorios ganados a los indígenas.
Dentro de esta estrecha versión del pasado narrable, el interés se centraba sobre
todo en el momento de constitución de la nación, es decir la etapa revolucionaria y
posrevolucionaria, hasta la llegada de Rosas al poder. A partir de 1862, la nación se
consideraba definitivamente instalada y capaz de contener todos los disensos.
Temas como la inmigración de fines del siglo XIX apenas entran dentro de sus
preocupaciones. Estos autores se alejaron de Mitre –a quien seguían en su
preocupación por la prueba documental- cuando se preocuparon por reinstalar a los
caudillos federales -incluyendo al propio Rosas- dentro del pasado nacional legítimo.
Para ello, rescataron los principios del federalismo, y a la vez instalaron el tema de la
pasión por la defensa de la soberanía nacional que habría caracterizado a dichos
caudillos.
La primera crítica importante a esta perspectiva provino de un amplio conjunto
de visiones del pasado que habitualmente se conocen como “revisionismo”. Aunque
sus autores generalmente tuvieron presencia en las instituciones oficiales y
académicas, querían presentarse como revestidos de una romántica marginalidad y
como creadores de una suerte de “contrahistoria”.15 La crisis ideológica de la primera

13
Los cambios políticos afectan poco esta vinculación. Emilio Ravignani, reconocido militante de la
UCR, delineó planes de estudio entre 1916 y 1930 y Rómulo Carbia lo hizo durante los años treinta.
14
Así lo indica la temprana aparición, en 1912, del manual de Ricardo Levene, Lecciones de Historia
Argentina, en uso hasta los años 50.
15
. Diana Quatrocchi-Woisson, Los males de la memoria. Historia y política en la Argentina. Buenos
Aires, Emecé Editores, 1995. Tulio Halperin Donghi, El revisionismo histórico argentino. Buenos Aires,

38
posguerra, y la difusión de principios organicistas y nacionalistas, pronto
repercutieron en las miradas sobre el pasado. Alentados por el impulso del golpe de
septiembre de 1930, un conjunto de intelectuales buscó reinterpretar el pasado en
una clave nacionalista militante. Ésta se apoyaba en dos temas principales: el odio a
Gran Bretaña, y la consiguiente relectura positiva del legado hispánico-católico, y el
rescate militante de la figura de los caudillos, y en particular de Rosas. Este giro
intelectual trató de ofrecer una nueva visión del pasado nacional para una elite
tradicional que debía renovarse; a la vez, buscaba dar respuestas a la crisis de un
conjunto de valores, que englobaban bajo el rótulo de liberal. Por otra parte,
basándose en el modelo de los caudillos y de Rosas, trató de establecer nuevas
alternativas para la vinculación entre esas elites políticas y las masas, que hasta ese
momento profesaban una férrea lealtad al radicalismo yrigoyenista. Así, esta primer
generación de historiadores revisionistas –sus integrantes, como los Irazusta, Carlos
Ibargueren o Ernesto Palacio, provenían de familias tradicionales- tenía poca
simpatía por una perspectiva del pasado en la que los sectores populares tuvieran
alguna autonomía en sus acciones.
Los autores revisionistas retomaron de la Nueva Escuela el interés por la
cuestión nacional, la preocupación por la difusión amplia de sus textos y la creación
de instancias académicas e institucionales de legitimación propias, como fue el
Instituto de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”. En cambio,
discutieron la pretensión del valor irrefutable de la prueba documental: como había
sostenido Vicente Fidel López en su controversia con Mitre, para ellos la erudición no
sustituía a la interpretación. Estos historiadores cambiaron el sentido y la
interpretación de los datos reunidos por los historiadores “liberales” y construyeron
interpretaciones diferentes y antagónicas. Con el tiempo, muchos de estos
historiadores revisionistas manifestaron interés y hasta devoción por la prueba
documental, pero solo en el caso de que ésta confirmara una interpretación previa,
que no surgía necesariamente de ella.
Con la llegada del peronismo, muchos revisionistas -no todos-, creyeron que
había llegado la hora de la victoria. Encontraron algunos espacios en ámbitos
oficiales o universitarios, pero el estado peronista se negó a adoptar como propio el
credo revisionista. Para el régimen, era mucho más importante ligarse con un pasado
heroico más difundido y establecido, como era el de la Nueva Escuela Histórica, que
buscar su legitimidad en versiones heterodoxas y demasiado conflictivas. Luego de
1955 esta situación cambió. Con la proscripción del peronismo, y su calificación
como "segunda tiranía", y en el marco de la llamada “resistencia”, el movimiento
peronista encontró en la interpretación revisionista una explicación del pasado
acorde con su propia realidad. Por una parte, ésta establecía un linaje para la
estrecha relación entre el pueblo, portador del alma de la nación, y su líder; por otra,
Rosas y Perón compartían una proscripción sancionada por elites a las que se
identificaba como “liberales”, “oligárquicas” y “enajenadas a los intereses
extranjeros”. De acuerdo con la tradición romántica que informa esta versión, el
pueblo era la expresión prístina de la nación. Creció así una versión más popular y
plebeya del revisionismo, delineada ya en los años treinta. Sin descartar el tema
clásico de la enajenación de las elites y del líder que encarna al pueblo, intentó
subrayar el protagonismo popular en el pasado y ponerlo en consonancia con la

Siglo Veintiuno Editores de Argentina, 1971. Tulio Halperin Donghi, La Argentina y la tormenta del
mundo. Buenos Aires, Siglo veintiuno editores de Argentina, 2003.

39
resistencia peronista. El más destacado exponente de esta versión fue José Maria
Rosa, cuyas obras tuvieron una enorme difusión.
Por su parte, a medida que fue aproximándose al peronismo, la izquierda
política se acercó a estas versiones del pasado. Lo hizo en el marco de las claves
ofrecidas por la lucha antiimperialista, los procesos de descolonización y sobre todo
la Revolución cubana. Muchos de estos autores aportaron una cierta actualización
teórica a una corriente muy heterogénea pero que, en este aspecto, no había
innovado prácticamente en nada. De este modo, en su espectro total, el revisionismo
llegó a incluir vertientes tan distintas como la aristocratizante, el integrismo católico,
el populismo o el filomarxismo.
Entre 1955 y 1975 los revisionistas, en sus variadas versiones, se esforzaron
por imponer su presencia en el espacio público. La heterogeneidad teórica y política
no fue una dificultad, e inclusive la plasticidad del discurso ayudó a ocupar zonas
diversas. Recurrieron a todo tipo de canales, emulando el espíritu de empresa
militante de la izquierda socialista en los años veinte y treinta: editoriales de libros y
de revistas, conferencias, manuales escolares. El éxito de estas iniciativas en el
marco de la polarización política de fines de los sesenta y comienzos de los setenta
fue rotundo; al concluir este período, José María Rosa podía suponer, sin
equivocarse demasiado, que su interpretación ya era parte del sentido común de los
argentinos. Luego de 1975 la presencia del revisionismo fue declinando, al tiempo
que cambiaban las preocupaciones de la política. Una mirada distinta de la historia
provino de la corriente de la “historia social”, una corriente más estrictamente
académica que comenzó a desarrollarse en la Universidad en los años sesenta, pero
fue eliminada tanto por las sucesivas dictaduras como por la onda de politización,
que encontró más afinidades con el revisionismo. Durante los años de la última
dictadura, y en ambientes académicos alternativos, la “historia social” adquirió un
predominio que se consolidó en las universidades luego de 1983. Pero por entonces
no estableció ni diálogo ni polémica con el revisionismo, que fue diluyéndose del
debate público.
Dada la fuerza de estas tradiciones historiográficas, confrontadas pero
coincidentes –con excepción de la “historia social- en cuanto a la significación de la
nación en la construcción del relato histórico, resulta fácil de explicar que la historia
escolar sea también un relato sobre la identidad y el ser nacional. El principio de
nacionalidad se apoya en un supuesto categórico: la inmanencia y la transparencia
de la nacionalidad. Sin embargo, los contenidos de lo que se ha considerado la
nación han sido diversos y variaron históricamente. En consecuencia, es legítimo
interrogarse sobre las características de la nación que se despliega en los manuales:
el tono estatalista, unívoco y sospechoso respecto de todo lo exterior que se
descubrirá en ellos no se desprende necesariamente de su enfoque nacional, y
requiere de explicaciones complementarias. En la Argentina de los años treinta y
cuarenta esta tendencia formaba parte de un universo cultural mucho más extendido
que el de los manuales escolares; nuestra pregunta se refiere a la manera como los
manuales, instrumentos del sistema educativo, elaboraron estas convicciones y
valores generales, y los transformaron en saberes ritualizados, certidumbres y
lugares comunes sobre el pasado de la nación argentina.

40
Bandieri, S.: “La Posibilidad Operativa de la Construcción Histórica
Regional o Cómo Contribuir a una Historia Nacional más Complejizada”16
En: Fernandez y Dalla Corte. (comp.), Lugares para la Historia, Rosario,
2001, p. 91 a 104.

"Viciados desde el inicio, los posibles estudios regionales se transforman en historias lugareñas, una
suerte de mícrosituacíón autónoma donde apenas resulta visible la relación con otra microsituacíón
semejante. Una revisión necesaria de la falla tradicional tendrá que despojar a la región de su
pretendida consistencia propia, con lo cual, en vez de aislarla, la referiremos de manera constante a
un sistema o subsistema, es decir, a las relaciones y efectos que determinan la conformación y
movimientos de cada región", Carlos Sempat Assadoridan, Mercado interno, regiones y espacio
económico. Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1982, pp. 136-37.

La crisis y revisión de los paradigmas científicos que impregnaron la


construcción historiográfica de las últimas décadas, derivaron hacia comienzos de
los años '90 en la necesidad de replantear la construcción de un pasado
excesivamente dotado de mitos. Uno de ellos, el pensar una historia donde los
"Estados nacionales", los "mercados nacionales" y las "sociedades nacionales” eran
procesos constituidos hacia fines del siglo XIX con determinadas características
consolidadas. En consecuencia, una "historia nacional" unificada, construida
básicamente desde los espacios dominantes, tendía también a generalizar sus
conclusiones con una carga explicativa que avanzaba en el mismo sentido en que lo
había hecho el Estado central en su propio proceso de consolidación, es decir, en
dirección este-oeste. Ejemplificando con el espacio que nos ocupa, se sostenía que
la Patagonia había sido inicialmente "ocupada" por el blanco desde el Atlántico e
incorporada definitivamente a la nación como forma de completar la soberanía
territorial “amenazada” por la sociedad indígena y de ampliar las fronteras productivas
del país en aras de la expansión capitalista. Sin ser éstos, necesariamente, pre-
ceptos absolutamente falsos, daban lugar a interpretaciones que desconocían otras
realidades, como por ejemplo las de las áreas andinas del país, donde los límites
internacionales no funcionaron necesariamente como tales para las comunidades
involucradas, visualizándose la presencia de ámbitos fronterizos que funcionaron
como verdaderos espacios sociales de larga duración. Esta realidad, evidenciada
desde la investigación regional, obligaba necesariamente a revisar una historia
nacional construida "de espaldas" a la cordillera.
Estas y otras cuestiones son hoy reexaminadas a la luz de nuevas propuestas
de investigación que tienden a complejizar desde la construcción histórica regional,
muchos presupuestos generalizantes, lo que necesariamente ha derivado en
aproximaciones conceptuales a la posibilidad operativa de tal construcción
historiográfica y, en consecuencia, al propio concepto de “región”.

La historia regional en Argentina: estado de la cuestión

16
Versiones anteriores de temas aquí tratados, han sido publicadas por la autora en varios
artículos: 1993,1995a; 1996.

41
Como veníamos diciendo, es en el múltiple panorama de la historiografía
actual donde los estudios regionales han alcanzado una nueva dimensión, porque
las investigaciones más acotadas sirven especialmente para la complejización de los
problemas. En este sentido, los avances en nuestro país son muy importantes,
particularmente los referidos a las áreas de mayor desarrollo historiográfico17.
No quiere decirse con esto que no haya habido anteriormente producción
historiográfica que de común recibía la denominación de historia regional pero, en
general, se entendían por ello los tratamientos circunscriptos a las "historias
provinciales”, de carácter casi siempre institucional18, sin que se manifestara en éstos
un particular interés por definir espacios superadores con análisis históricos más
comprensivos. El auge de la historia general, por otra parte, impidió a estos trabajos,
salvo honrosas excepciones, un reconocimiento superior al alcanzado en los ámbitos
de influencia de la propia provincia. Aún así, no puede desconocerse la validez de
estos estudios, la mayoría de los cuales se encuentran mencionados en el capítulo
correspondiente a la "Historiografía de la Historia Regional en las Actas de las
Segundas Jornadas del Comité Argentino del CICH -Comité Internacional de
Ciencias Históricas-, reunido en Paraná en agosto de 198819 . Esta obra, verdadera
puesta a punto del estado de la cuestión en la historiografía argentina sobre fines de
la década del '80, donde claramente se visualiza la conjunción de tendencias propia
de esos años, nos exime de mayores comentarios sobre el desarrollo de la historia
regional en la etapa anterior y de sus autores más representativos. Sí cabe recalcar,
sin embargo, como parte de una tendencia general, que lo que hasta allí se
denominaba “región” no escapaba fácilmente de los límites políticos provinciales o, a
lo sumo, intentaba reflejar macro-regiones geográficas, entendidas como tales a
partir de denominaciones de uso común. Esta definición apriorística del objeto de
estudio reflejaba no otra cosa que la enorme influencia de la geografía tradicional y
su concepto de región como objeto de estudio en sí mismo, no correspondiéndose,
necesariamente, con procesos históricos asimilables. Muchas veces, la historia de la
región no era otra cosa que la sumatoria de las historias de las provincias
supuestamente involucradas en ella. En otros casos, la región se asimilaba a
unidades territoriales artificialmente concebidas, como parte de la “regionalización” a
que diera lugar en América Latina el auge de las políticas territoriales y de plani-
ficación en las décadas de los '60 y '70, producto de las cuales fueron las
denominaciones de NOA -Noroeste Argentino-, NEA -Noreste Argentino-o el mismo
Comahue, por ejemplo20.
17
Entre los pioneros, cabe mencionar los Cuadernos de Historia Regional de la Universidad Nacional
de Lujan, cuyo primer número viera la luz en diciembre de 1984 bajo la dirección de Haydée
Gorostcgui de Torres y los trabajos producidos en la Escuela de Historia de la Universidad Nacional
de Rosario, donde un equipo encabezado por Marta Bonaudo y Ricardo Falcón inició los estudios
sobre "Cuestión Regional y Estado Nado-nal" en el año 1986.
18
Un claro ejemplo de ello es la colección de Historias de Provincias publicadas por Plus Ultra a lo
largo de una serie sucesiva de años. Con dispar grado de calidad y de carácter muy heterogéneo,
estas historias se circunscriben siempre a los límites provinciales y su contenido pasa casi
exclusivamente por el proceso institucional. Un intento superador de tales limitaciones fué la "Historia
de Neuquén" cuya compilación compartimos (Bar.dien; Favaro y Morinelli 1993).
19
Véase AA.W, Comité Internacional de Ciencias Históricas, Comité Argentino/ Historiografía Ar-
gentina (1958-1988). Una evaluación critica de la producción histórica argentina. Buenos Aires,

Palabra Gráfica y Edit. S.A. 1990, Capítulo III. Historiografía de la historia regional”, pp. 87-147.
20
Muchas de estas denominaciones surgieron como materialización del concepto de "región plan"
concebido desde el CONADE -Consejo Nacional de Desarrollo- en tanto conceptualización económica

42
Sobre la misma época, la publicación traducida del artículo de Eric Van
Young21 marcó una divisoria de aguas e inició en el país una fructífera discusión
acerca de los alcances teórico-metodológicos de la construcción histórica regional,
puesta claramente de manifiesto en los simposios que sobre ese tema comenzaron a
incluirse en las sucesivas Jornadas Interescuelas-Departamentos de Historia
realizadas a partir del año 1988. La novedad más importante que parecía aportar
Van Young, era la de considerar a la región como la "espacializacíón de las
relaciones económicas”, en atención a lo cual debía otorgarse especial atención a las
relaciones de mercado vigentes en cada momento histórico. Esta interpretación fue
aceptada y reconocida por quienes desde Argentina intentaban aproximarse a
enfoques regionales más novedosos, sirviendo de aquí en más como disparador
para una serie de reflexiones/ particularmente aplicadas a la historia económica y a
los circuitos mercantiles. Sin embargo, la preocupación por la “delimitación”
anticipada del objeto de estudio estaba todavía muy presente.
En las IV Jornadas realizadas en la Universidad Nacional de Mar del Plata en
octubre de 1993, el simposio sobre la cuestión regional dio lugar a una interesante
discusión, alcanzando una dimensión importante. Mientras Daniel Santamaría
lanzaba un cuestionamiento teórico desde la crítica post-estructuralista a la validez
del concepto de región como categoría analítica, poniendo en duda su operatívidad
como elemento de explicación histórica y exponiendo las dificultades prácticas que
su aplicabilidad le ofrecía para la investigación específica de los espacios
mercantiles del período hispano-colonial; otros participantes planteaban, desde
distintos ángulos y posiciones, la validez del concepto y de sus posibilidades de
aplicación22. Nuevamente, cuando de hacer historia regional se trata, el primer
obstáculo a resolver parecía ser el referido a la delimitación previa del espacio a
estudiar y es allí, justamente, donde la operatividad del concepto corre el riesgo de
volverse nula.
Ya Carlos Sempat Assadourian23, en lo que consideramos la más ajustada
aproximación inicial desde la historia al concepto de región, planteaba sobre
comienzos de la década de 1970 la necesidad de recuperar la noción de espacio
económico frente a las limitaciones que ofrecían para el análisis empírico los recortes
territoriales basados tanto en los espacios nacionales como en los locales, unos por
demasiado homogeneizadores y otros por excesivamente pequeños. Los espacios

del espacio, donde la región se definía como el producto de acciones organizadas en un plan
destinado a lograr objetivos de determinada sociedad regional. Al no cumplirse tales objetivos
programados desde el gobierno central, la ^región" fue muchas veces sólo una mera expresión de
deseos. Tal es el caso de la región "Comahue", donde las áreas que la integran se han modificado
con el transcurso del tiempo y las distintas políticas nacionales, quedando sólo el nombre vinculado,
entre otras cosas, a la Universidad.
21
Van Young 1987. Este trabajo fue presentado originalmente en inglés en la VII Conference of
Mexican and US Historians realizada en Oaxaca en el año 1985. Otra versión traducida puede verse
en Pérez Herrero (comp.) 1991/ pp. 99-122.
22
Santamaría 1995. El número 5 de la Revista del Dpto. de Historia de la Facultad de Humanidades
de la UNCo., contiene un dossier de Historia Regional que incluye la totalidad de los trabajos
presentados en el mencionado simposio.
23
Los aportes de este autor con referencia al tema se encuentran sobre todo en una serie de trabajos
realizados entre los años 1971 y 1979 y publicados en forma conjunta en la obra citada al comienzo
del artículo.

43
económicos debían reconstruirse en el análisis empírico atendiendo a un sistema de
relaciones internas y extemas que se modificaban en cada período histórico, uno de
cuyos elementos sobresalientes era la circulación de mercancías pero también el
estudio de las relaciones políticas, económicas y sociales. Cuando la mayoría de los
trabajos sobre historia colonial se referían a espacios limitados territorialmente, con
economías de enclave orientadas "hacia fuera” por la importancia de los centros por-
tuarios, Assadourian descubría un vasto espacio económico que denominaba

peruano”, integrado por diversos territorios más tarde convertidos en Estados
nacionales (Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Argentina y), dentro del cual se
conformaban intensas relaciones vinculadas al desarrollo de un importante mercado
interno. Dentro de una perspectiva distinta y novedosa, el espacio colonial era visto
en un proceso histórico de integración y desintegración regional, donde las formas
socioeconómicas sorprendían por su larga duración y donde los factores
historiográficamente analizados hasta allí como "externos", se transformaban
comprensivamente en elementos “internos” a la región misma (Assadourian
1982:109). De esa manera se reconocía cierta "especialización regional” con
permanencias de larga duración pero también se destacaban dinamismos propios
que permitían visualizar, en el análisis más “micro” los cambios en las orientaciones y
contenidos de las relaciones intra e interregionales. Se resolvía así adecuadamente
la posibilidad del análisis regional rescatando la singularidad del objeto de estudio,
sin perder de vista la totalidad del proceso histórico en el período estudiado. Se
lograba en otras palabras, establecer el difícil equilibrio entre lo “micro” y lo “macro”.
Assadourian confiaba tal cual lo expresaba en la introducción de su obra más
difundida -que citamos al comienzo-, que sus aportes sobre la naturaleza del sistema
de la economía colonial sirvieran para los investigadores de otros problemas y de
otros tiempos (Assadourian 1982.-16)24 . Sin embargo, a pesar de la influencia de
sus trabajos en los estudiosos de la historia colonial, este significativo avance para la
conceptualización regional fue prácticamente desconocido por la historiografía
argentina hasta finales de la década de 1980, cuando quienes intentábamos
continuar los estudios regionales avanzado el siglo XIX, buscábamos la manera de
aportar a una historia nacional demasiado generalizante, inscribiendo nuestro objeto
de estudio en contextos lo suficientemente amplios como para permitimos conservar
su especificidad y dinámica interna, volviéndolos a la vez operativamente
comparables con el conjunto nacional e internacional vigente25. El punto central,
siguiendo el propio ejemplo de Assadourian, era descubrir las producciones
24
A pesar de esta expresión de deseos, pocas veces la obra de Assadourian ha servido para el
análisis de otros espacios y otros períodos históricos, confirmando aquello de que su reconocimiento
en Argentina está mas referido a sus aportes sobre la historia colonial que a sus conceptualizaciones
teóricas referidas a las posibilidades de tratamiento de la historia regional. Ello puede verse
a
claramente reflejado en el "Homenaje a Carlos Sempat Assadourian" incluido en el Anuario IEHS N
9, Tandil, 1994, pp- 9-169, con presentación a cargo de Silvia Palomeque, que incluye una completa
guía de la producción historiográfica del autor. Como podrá verse en los trabajos incluidos en el
apartado "Mercados y circuitos mercantiles" salvo el caso de Juan Carlos Grosso y con referencia a
México, ninguno de los autores convocados trabaja mas allá de la etapa tardocolonial.
25
Los primeros ejemplos de utilización de los aportes conceptuales de Assadourian para los enfoques
regionales fueron, sugerentemente, los de aquellos que estudiaban áreas generalmente fronterizas y
siempre marginales a las dominantes en el período de conformación y consolidación de los Estados
nacionales. Sin la pretensión de ser absolutamente abarcativos, mencionaremos los trabajos de S.
Palomeque 1995; Langer y Contí 1991; Conti 1993 y Bandieri 1991a.

44
dominantes en cada sociedad y a partir de allí reconstruir las relaciones esenciales
de todo el sistema. De esa forma podía ser posible detenerse en ciertas
particularidades de una realidad mucho más compleja y comenzar su reconstrucción,
privilegiando sólo algunos mecanismos y formas de funcionamiento del espacio
elegido y descuidando conscientemente otros que seguramente cobrarían im-
portancia en un trabajo con otras preguntas y otros objetivos.

¿De qué hablamos cuando hablamos de región?

Cualquier aproximación al término "región" remite, necesariamente, a las


distintas corrientes interpretativas que, desde la geografía, impregnaron el concepto,
analizando también su relación con la variable temporal que le confiere dimensión
histórica, cuando de hacer "historia regional" se trata. Primero, cabe acotar la
complejidad de buscar una definición única de región, como bien sostiene María
Rosa Carbonari, máxime cuando los intentos más conocidos apelan a un pretendido
"equilibrio armónico" entre las partes que la componen26
Los diferentes enfoques heredados de la geografía están, de hecho,
vinculados a las distintas vertientes teórico-metodológicas que también impregnaron
la construcción historiográfica, ya fueran las derivadas de las corrientes tradicionales
como de sus versiones críticas más recientes27. Desde el "determinismo ambiental”,
surgido del positivismo evolucionista de fines del siglo XIX y comienzos del XX, la
ciencia geográfica entendió los espacios regionales como una manifestación
exclusiva de los agentes naturales, sin intervención alguna de la sociedad: el hombre
era así "un producto del medio" y la "región" una sumatoria de elementos
naturalmente integrados (clima, suelo, vegetación, etc.). Desde esa misma
perspectiva, también los historiadores restringieron sus objetos de estudio a espacios
previamente delimitados por divisiones políticas y administrativas, sin alcanzar a
explicar el dinamismo característico de las sociedades en la compleja dimensión
espacio-temporal. Las más tradicionales historias políticas de las provincias
argentinas respondían, de hecho, a esta interpretación, donde la narración de los
acontecimientos adquiría una especial importancia, operando sobre un espacio que
oficiaba, a lo sumo, de escenario28. La correspondencia con la conformación de los
Estados nacionales y la construcción de la nación derivó también en las vertientes
historicistas de las historias pretendidamente generales.
Cuestionados los principios positivistas desde el llamado "posibilismo"
geográfico, la región comenzó a entenderse como una construcción humana, siendo
el hombre y su cultura quienes actuaban sobre el espacio y lo modificaban. La
"geografía humana” se incorporaba de esa manera al estudio del paisaje y la región
se constituía en una entidad concreta que los geógrafos debían reconocer, describir

26
La autora ilustra tales afirmaciones con las distintas definiciones sobre región ensayadas por José
L. Ramos, según se atienda a puntos de vista económico, social, físico, antropológico, ecológico, etc.,
y a la definición mas abarcativa ensayada por este mismo autor: "Región es una porción territorial que
muestra un agrupamiento espacial de reacciones físicas-biológicas, económicas sociales, etc.
Conjunto éste que tiene ciertas características de coherencia y posee además una determinada
identidad" (Ramos, Proceso de Planificación Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, 1976, p. 12,
cit. en portugués en Carbonari 1991:272, traducción mía SB).
27
Para un completo tratamiento de las escuelas geográficas y la posibilidad del trabajo
interdisciplinario con la historia, véase Carbonari (1991).
28
De esa manera lo describe Devoto (1992:75).

45
y delimitar (Carbonari 1991:277), aunque la explicación estuviera normalmente
ausente (De Jong 1982:27). Es decir, se rescataba la singularidad de los espacios,
con sus particularidades naturales y humanas, pero la "geografía física" y la
"geografía humana” aparecían, comúnmente, disociadas. No obstante, esta
interpretación, más cercana a la historia, rescataba la idea de proceso y la
importancia de las culturas en el recorte espacial -tema que fuera incorporado a la
historiografía por los fundadores de la Escuela de los Anuales-. Fue entonces a
través de esta corriente que la historia empezó a interesarse por la construcción
regional (Cardoso y Pérez Brignoli 1982:75) como forma de aportar, desde unidades
de análisis menores, a la construcción de una historia totalizante. La conocida obra
de Fernand Braudel -aunque de carácter más determinista en lo espacial29 fue, en
este sentido, la que inauguró los estudios históricos regionales.
Para las corrientes de carácter neopositivista surgidas a lo largo del siglo XX -
como la denominada "Nueva Geografía"-, la región pasó a ser considerada "...un
conjunto de lugares donde las diferencias internas entre esos lugares eran menores
que las existentes entre ellos y cualquier otro conjunto de lugares"30. Definir entonces
esas diferencias era una parte sustancial en la tarea de delimitación del espacio y la
región se convertía en una "construcción" del investigador, donde los análisis
cuantitativos servían especialmente para mostrar las particularidades. En
concordancia con ello, las técnicas estadísticas penetraron también las historias
regionales y la historia económica se fortaleció como forma de desentrañar el
desenvolvimiento de las sociedades.
La llamada "Geografía Crítica", por su parte, surgida a comienzos de la
década de 1970 como consecuencia de la influencia del materialismo histórico,
sostendría, en contraposición a los fundamentos anteriores, que la relación del
hombre con el ambiente era un elemento central en la construcción del paisaje,
siendo las contradicciones sociales su fondo permanente (Santos 1986). De esa
manera, se rescataba la historicidad del espacio con una visión totalizadora y el
concepto de región adquiría una nueva dimensión, esta vez marcada por el
desenvolvimiento de las formas productivas y las dinámicas sociales derivadas:
"...para esta corriente, puede decirse que la región es una entidad concreta,
resultante de múltiples determinaciones y caracterizada por una naturaleza
transformada por herencias culturales y materiales y por una determinada estructura
social con sus propias contradicciones” (Carbonari 1991:282-283).
De hecho, en las posiciones conceptuales que aún hoy se observan en el
análisis regional pueden verse, a veces aggiomadas, las influencias de las corrientes
teóricas antes descriptas de las cuales se desprenden tanto aquellos que aplican el
concepto de región desde una perspectiva estática hasta quienes recuperan la
noción de proceso histórico y dinámica social, lo cual sugiere una interesante
posibilidad de trabajo ínter disciplinario entre la historia y la geografía,
particularmente cuando la última, en sus versiones más progresistas, no se aproxima
al espacio a través de la mera acumulación de datos sino que refleja la idea de
totalidad que implica aprehender y comprender los fenómenos globales involucrados
en una región, entendiendo a ésta como un espacio heterogéneo, discontinuo y no
exactamente coincidente con sus límites naturales (de Jong 1982). Ello exige de por
29
Opinión vertida por F. Devoto (1992:82-83) con referencia a la obra de Femand Braudel (1949).
30
Lobato Correa 1936:32-33, cit. Carbonari 1991:279, traducción mía SB.

46
sí una tarea científica superadora de las viejas prácticas descriptivas de la geografía
positivista y posibilista, consistente según vimos en la mera acumulación de
conocimientos mediante la observación sistemática del objeto de estudio -librada por
otra parte a la capacidad personal del observador-, lo cual atenta contra la idea de
totalidad que debe ser común a todas las ciencias del hombre.
Los estudiosos de la planificación y las políticas territoriales en América
Latina, por su parte, en la búsqueda de estrategias adecuadas para eliminar los
efectos desiguales producidos por el propio crecimiento capitalista en los países de
la periferia, particularmente después de la segunda posguerra, propiciaron también
los tratamientos regionales. En nuestro país, y desde distintas disciplinas, recibimos
por muchos años la influencia de diversas posiciones teórico-metodológicas para el
análisis regional que sólo permitían alcanzar resultados de diagnóstico con gran nivel
de generalización. El fracaso de los teorías basadas en los "polos de desarrollo" y en
las propuestas de “regionalización” son claros ejemplos de paradigmas fallidos31.
Estos análisis no lograron brindar un marco referencial adecuado para la
comprensión de las contradicciones que encierra una determinada formación social
regional en el contexto nacional e internacional vigente, particularmente cuando se
trata de entender regiones rezagadas y marginales como las propias. Tal situación
produjo un llamado de atención a los investigadores sociales sobre la necesidad de
relativizar el grado de generalización de las posturas teóricas para buscar métodos
más comprensivos de análisis regional. Se abrieron nuevos caminos y surgieron
otras conceptualizaciones, donde las ciencias sociales comenzaron a perder la
rigidez de los antiguos límites en sus objetos de estudio. Tempranamente, un
geógrafo catalán, Joan-Eugeni Sánchez decía, por ejemplo, que si las relaciones
sociales se producen en un tiempo y en un espacio sin los cuales no serían posibles,
los conceptos de espacio-tiempo y hombre constituyen un todo dialéctico articulado y
profundamente entrelazado, donde el hombre convierte al espacio natural en un
espado social que exige un tratamiento globalizante. Su propuesta era entonces un
modelo de análisis de la dimensión témporo-espacial de las relaciones sociales que
fuera, básicamente, explicativo (Sánchez 1981).
Desde el campo específico de la historia, las conceptualizaciones alternativas
y superadoras de la manera tradicional de ver la región no son necesariamente
muchas. Están, por un lado, aquellas que siguiendo a Carol Smith proponen una
primera diferenciación entre la "región formal”, definida por la unidad que le otorgan
fenómenos homogéneos dentro del territorio, derivados en gran medida del medio
natural, y la "región funcional, que se explica por un conjunto que funciona como tal
en el sentido generalmente socioeconómico (sistema de relaciones funcionales)
dentro de un sistema territorial integrado, en forma más o menos independiente del
medio físico o natural (Smith 1976:6)32 . Desde esta segunda posición, Cardoso y
Pérez Brignolí entienden que "...toda delimitación territorial es una abstracción, una
31
Es en esta línea que se inscriben las teorías geométricas del espado y los modelos de corte cuan-
titativo para explicar algunas relaciones espaciales referidas a la localización de las actividades
económicas y la población. Una referencia crítica a tales corrientes puede verse en G, de Jong (1982:
28).
32
CAROL SMITH, "Regional Economy System", en C. Smith (Ed.) Regional Analysis, Vol. 2, New
York/ 1976, p. 6. Una versión traducida, aunque reducida a sus aspectos más importantes, se
encuentra en Pedro Pérez Herrero, comp., op. cit, 1991, pp. 37-98.

47
simplificación de una realidad más compleja” y que las relaciones entre el hombre y
el espacio, que de última provocan la definición regional, son permanentemente
cambiantes. Es decir, reconocen de hecho la base dialéctica de la realidad social,
sosteniendo que "...la única manera posible de usar con provecho la noción de
región consiste en definirla operacionalmente de acuerdo a ciertas variables o
hipótesis, sin pretender que la opción adoptada sea la única manera de recortar el
espacio y definir bloques regionales". Avanzan, de esta manera, en el sentido de
considerar que el concepto heredado de la geografía tradicional es un "concepto-
obstáculo" por cuanto cierra la posibilidad a recortes espaciales alternativos y
reconocen la definición operacional de varios tipos de regiones que se recortan y
superponen de modo tal que "...estando en un punto cualquiera, no estaremos
dentro de uno, sino de diversos conjuntos espaciales". Esto los lleva necesariamente
a reconocer la existencia simultánea de varios tipos de regiones que se recortan y
superponen entre sí (Cardoso y Pérez Brignoli 1982, vol. II: 83). De modo tal que el
historiador, como también sostiene Pierre Vilar (1976:36-37), debe prestar especial
atención a los cambios temporales de la espacialidad y a su variación social, porque
sus "regiones" cambiarán de acuerdo a la época y a las finalidades de su estudio.
Los planteos de Carol Smith, no obstante, parten de la base de que los
sistemas económicos se forman básicamente por relaciones de intercambio,
"...donde las comunidades o asentamientos de un territorio se interrelacionan por
vínculos entre sí, mediante una simple red o por arreglos jerárquicos con al menos
un lugar central", con lo cual la región se aborda como un complejo de flujos con
centros de polarización donde las economías y las sociedades se diferencian, en los
términos del análisis regional, según estén dentro o fuera del emplazamiento central
de la región. El estudio de las relaciones de ubicación entre estos centros permitiría
entonces “explicar” las relaciones espaciales, convirtiéndose en el marco
metodológico adecuado para el análisis regional33. Esta teoría del emplazamiento
central es también la que sustenta la propuesta de Eric Van Young cuando sostiene,
en el intento de definir la naturaleza de las regiones geohistóricas, que debe
atenderse particularmente a las relaciones de mercado vigentes en cada momento
histórico. Para este autor, una definición funcional muy simple del concepto de
región, "...sería la de un espacio geográfico con una frontera que lo delimita, la cual
estaría determinada por el alcance efectivo de algún sistema cuyas partes
interactúan más entre sí que con los sistemas externos”. De allí surgirían, en una
versión excesivamente simplificada, los dos modelos interpretativos que el autor
propone para el análisis regional mexicano, en relación a los grados de complejidad
e integración interna que refleja una región (Van Young 1987)34 . Desde esta óptica,
el espado sólo se concibe como flujos entre puntos y el mercado se reduce a un
problema de simple circulación entre los mismos y no como la expresión de las

33
Esta autora basa su interpretación en las versiones modernizadas del modelo de uso de la tierra de
Johann H. ven Thüncn (Der Isoliorte Staat, 1826) y de la teoría del "lugar central" de Walter Christaller
(Die zentralen Orte in Süddeustchiand, 1933, o Central places in Southem Germany, 1966) y August
Losen (De ráunlinche OrcLnung der Wirtschaft,1940: o The economics of location, 1954).
34
Los modelos interpretativos "solar/olla a presión" (orientación interna) o "embudo/dendrítico”
(orientación hada el exterior) allí propuestos para el estudio de algunas regiones mexicanas, son hoy
objeto de replanteos críticos en la búsqueda de construir modelos interpretativos más complejos, que
incorporen al mismo tiempo el análisis de la estructura social y de las relaciones sociales de
producción. Véase, por ejemplo, Pérez Herrero 1991:207-236; también la autora había señalado tales
limitaciones (Bandieri 1995a y 1996).

48
relaciones sociales de producción, tal cual sostiene, entre otros, el mismo
Assadourian.

La microhistoria

El conocido debate entre Lawrence Stone35 (1978) y Eric Hobsbawm (1980)


respecto a la crisis de la explicación histórica estructural planteada por el primero,
instaló fuertemente en la escena la escala de observación del historiador, e
inauguró, a juicio de Le Goff (1991), la llamada "Nueva historia” Para Hobsbawm, el
disminuir la escala de observación no significaba un abandono de los grandes
temas, sino solamente un problema de selección de técnicas y medios.
En ese marco, los aportes conceptuales provenientes de la "microhistoria"
parecen haber brindado a los historiadores un marco adecuado para superar la crisis
de los viejos postulados teóricos. Considerada por algunos como un paradigma de
referencia posible, casi el único que ha sabido sortear con éxito la crisis de la
disciplina histórica; condenada por otros por su supuesto "nivel anecdótico" que sólo
conduce a una "historia indiferente"36, la validez operativa de la microhistoria es hoy
objeto de múltiples reflexiones, particularmente referidas a sus posibles aportes a la
construcción historiográfica. De hecho, como es sabido, su manifestación inicial fue
producto de la confrontación teórica e ideológica de fines de los años 70 entre los
autores italianos y el modelo totalizante y estructural que caracterizara la producción
de los historiadores franceses, reunidos en tomo de Annales. Compartiendo el
rechazo a las concepciones “etnocéntricas” y “teleológicas” que caracterizaran a la
historiografía del siglo XIX, que había derivado en una particular tendencia a unificar
los planos narrativo y conceptual en pos de la afirmación de las respectivas
identidades nacionales37, los autores italianos proponían cambiar la historia serial -
por las limitaciones cognoscitivas que implicaba seleccionar sólo como objeto de
conocimiento lo que era repetitivo- por la microhistoria, que limitaba su objeto de
estudio usando documentación más puntual, que analizada convenientemente podía
incorporar cuestiones relevantes sobre un proceso más amplio. Aún reconociendo el
carácter científico de la investigación cuantitativa, hacían notar sus dudas sobre la
validez de la historia serial en la perspectiva de larga duración para la reconstrucción
de la historia social38 . De allí la importancia otorgada al microanálisis -comunidad,
aldea, grupo de familias o incluso un individuo- y al uso del método nominativo -
seguimiento del nombre para la reconstrucción de las familias y de las redes socia-
les-; así como la preferencia por documentos específicos para la reconstrucción de

35
LAWRENCE STONE (1978) "El renacimiento de la Historia narrativa: reflexiones sobre lo nuevo y
viejo de la Historia".
36
Véase, por ejemplo, la crítica de Fontana (1992:20).
37
Sin duda que la historiografía burguesa triunfante del siglo XIX, con su visión exitista de lo
económico y excluyente de lo social, había derivado en la necesidad de afirmar tales identidades,
motivando en consecuencia los estudios sobre los estados, las sociedades, las economías y las
culturas de carácter nacional y construyendo, en suma, sobre esas bases, las historias nacionales.
Ante ello se manifiestan igualmente opuestos la "historia serial" y la "Microhistoria".
38
El fin de la ilusión etnocéntrica, curiosamente coincidente con el fenómeno de la globalización
mundial, llevaba a tal convencimiento. En consecuencia, sólo una relación estrecha con la
antropología permitiría a la historia acercarse a los problemas de la cotidianeidad humana (Cf.
Ginzburg y Poní 1991:64-65).

49
períodos de corta duración que permitiesen explicar las coyunturas (Ginzburg y Poní
1991:67).
De todas maneras, aunque estos autores niegan en su versión más extrema
la posibilidad de construir una historia universal, pretenden también no caer en el
escepticismo de las posiciones relativistas de los últimos años, que rechazan
absolutamente la posibilidad del conocimiento global del pasado. En esos casos, la
tendencia a fragmentar los estudios históricos como expresión más característica del
postmodemismo historiográfico, habría derivado en una -muchas veces bien
recibida- reducción al ejercicio narrativo39. La microhistoria italiana, por el contrario,
sostiene en la mayoría de sus versiones la necesidad de no perder de vista el
contexto, rescatando la heterogeneidad de una realidad cuya aprehensión es a la
vez "...la máxima dificultad y la máxima riqueza potencial de la microhistoria”. Un ida
y vuelta permanente entre los análisis de corta duración -lo micro- y el proceso
histórico global, permitiría afirmar el carácter discontinuo y cambiante de la realidad,
donde lo nuevo -la ruptura- es sólo comprensible en la continuidad con el pasado y
donde las conclusiones válidas para un espacio limitado no son absoluta e
inmediatamente transferibles al proceso histórico global, ni viceversa (Kracauer
1969, cit. Ginzburg 1995:62).
Otra dimensión del desarrollo de la microhístoria parece ser más vinculante
con la historia social, donde su práctica historiográfica consiste en reconstruir a un
nivel más reducido los mecanismos que funcionan en una sociedad en su conjunto.
Quizá el aporte más significativo en este sentido, entre los mismos italianos, sea el
de Edoardo Grendi, para quien la noción de contexto es particularmente importante,
dado que la complejidad de las relaciones sociales sólo podría ser captada al
reducirse la escala de observación40, pero siempre apuntando a una lectura total que
requiere de otras miradas disciplinarias. En este sentido, Grendi estaría menos
alejado de la “histoire des mentalités", para la cual era imprescindible recurrir al
contexto social para alcanzar la comprensión global de los problemas, buscando
siempre lo , que hay de menos individual e irrepetible en los sujetos.
En una dimensión más próxima a esta última posición, Roger Chartier,
sostiene que la reconstrucción de las infinitas redes y lazos sociales permite valorar
el rol de los individuos y sus estrategias como parte también de las estrategias
colectivas y, en este sentido, la microhistoria puede convertirse en un perspectiva
muy útil para la historia social (Goldman y Arfuch 1994:137-138). La historiografía
francesa prefiere entonces tomar a la microhistoria como una forma posible de
construir e interrogar a la historia social. Esto, seguramente influenciada por la
39
En este sentido, el propio Ginsburg (1995) introduce una crítica a un ensayo del autor holandés F.
R. Ankersmit (1989:137-153) donde se sostiene, entre otras cosas con un ejemplo, que en el pasado
los historiadores se ocupaban del árbol, su tronco y sus hojas. En la historiografía postmodema, y allí
radicaría lo rescatable para ese autor, los historiadores se ocupan sólo de las hojas,
despreocupándose del conjunto al que pertenecen. Ello daría como producto un resultado de tipo
artístico, un retorno a la narrativa y una búsqueda de significados de los fragmentos sólo en relación
al presente. La nueva historiografía no tendría así valor cognoscitivo alguno, cuestión que los
microhistoriadores italianos no comparten.
40
Con clara influencia thompsoniana, producto de su formación en Londres, Grendi sostenía “iI
protagonismo degli indívidui e dei gruppi socíali”, dando particular importancia a la “rigorosa
contestualizazíone" de los estudios históricos. El objeto de la historia social debía ser "...ricostruire
Fevoluzione e la dinámica dei comportamenti sociali", en tanto que "il villaggio contandino" o el
"cuartiere urbano” parecían ser las áreas privilegiadas para dicho estudio (Sema y Pons 1993:106-
307).

50
simultánea crisis de su propio modelo de construir la historia sobre fines de la
década de los '70, para el cual lo único, singular e irrepetible, no podía ser en modo
alguno objeto de estudio científico y, consecuentemente, la escala de observación no
era una variable empírica atendible en sí misma41. Aunque esta última sí lo es en la
definición de la microhistoria francesa, no resulta lo fundamental en ella. Importa
mucho más su aporte a la posibilidad de construir una historia social donde el
individuo o grupo de individuos se relacionan con otros individuos o grupos, tejiendo
una variada y compleja trama de interacciones sociales que tienen a su vez distintas
expresiones espacio-temporales. Como bien dice Jacques Revel, es la vuelta "...al
viejo sueño de una historia total, pero esta vez reconstruida a partir de la base [...] El
proyecto es hacer aparecer, detrás de la tendencia general más visible, las
estrategias sociales desarrolladas por los diferentes actores en función de su
posición y de sus recursos respectivos, individuales, familiares, de grupos, etc."
(Revel 1995:130).
Siguiendo a Sema y Pons (1993:118), la microhistoria en su conjunto debe ser
entendida entonces como una corriente de construcción historiográfica surgida en
Italia a finales de los '70, como crítica a una historia serial que parecía agotada y
había conducido en ocasiones a lecturas unilaterales y ideológicas.
Complementando esta definición con los aportes de Revel, el enfoque microhistórico
enriquecería particularmente el análisis social, volviendo sus variables más
complejas y dinámicas (Revel 19957131). Las adhesiones que actualmente provoca
el modelo de la microhisioria y su éxito internacional, se deben a su visualización
como una alternativa posible para enfrentar la crisis del marxismo y de los intentos
explicativos generales aplicados a los procesos locales. En ese sentido, algunos de
sus aportes se consideran una transición menos traumática a otras formas de
análisis histórico, nutridas incluso de sus variantes renovadoras más recientes.
Dicen, por ejemplo, Ginzburg y Poni, "...una de las primeras experiencias del
estudioso de la microhistoria es, de hecho, la escasa y a veces nula relevancia de las
divisiones (empezando por las cronológicas) elaboradas a escala macrohistórica [...1
el término estructura es ambiguo, los historiadores lo identifican preferentemente con
la larga duración. Quizá haya llegado el momento de acentuar, más bien, en la
noción de estructura, la característica de sistema, que engloba, como ha demostrado
Jakobson, tanto la sincronía como la diacronía// (Ginzburg y Poní 1991:70).
Los historiadores españoles también reclaman, por su parte, "...un tipo de
historia local que se proponga, como mínimo, relacionar los individuos y los grupos
con las estructuras y los procesos sociales. Un tipo de historia local que, de este
modo, no se apartaría del marco histórico general de las teorías y de los procesos
sociales, sino simplemente de la historia nacional como punto de referencia -lo que
determina el tipo de análisis- sin convertirse a cambio en una suma de historias
particulares contrapuestas a una historia nacional (Ruiz Torres 1993; 1989 cit. en
Sema y Pons 1993:131). De lo que se trata, en síntesis, es de construir una historia
en términos más matizados, que pueda poner en suspenso algunas de las verdades
más recurrentes y no contrastadas de la historia nacional, pero sin perder de vista el
contexto sin el cual las visiones restringidas pierden significado, buscando siempre la
reformulación de los análisis sociohistóricos en términos de procesos.

41
Esta y otras características de la historiografía de esos años, así como de la versión francesa de la
microhistoria, pueden verse muy bien sintetizadas por Revel (1995).

51
En este último sentido, algunas de las versiones de la microhistoria parecen
más próximas a lo deseable, particularmente la francesa que rescata especialmente
la idea de contexto pero, como aclara Jacques Revel (1995), rechazando de plano
toda idea de "...contexto unificado y homogéneo, en el interior del cual y en función
del cual los actores determinarían sus opciones". Es decir, el historiador no debería
nunca partir del contexto, sino "...construir la multiplicidad de contextos que son
necesarios a la vez a su identificación y a la comprensión de comportamientos
observados”.
Ahora bien, como correctamente acota Carbonari (1998:13), microhistoria e
historia regional no son lo mismo, aunque coincidan respecto a la validez e
importancia en la reducción de la escala de observación. Mientras la primera, con
una mirada más antropológica, busca en lo singular la diferencia y la forma de
revelar nuevos elementos que ayuden a comprender la estructura; la segunda
intenta explicar el funcionamiento de la sociedad a través de las relaciones
económicas y sociales que caracterizan un espacio determinado, el que a su vez es
parte de un todo estructural. Sin embargo, coincidimos con la autora en que ambas
posiciones pueden ser conciliables e incluso complementarias. De hecho, la
identificación absoluta de la historia regional con la historia económica puede
convertirse en un esquema rígido y bloqueante para el avance del conocimiento,
habiéndose reducido en la práctica, muchas veces, sólo a la expresión de los
circuitos mercantiles como única característica distintiva de la región. Su necesario
enriquecimiento con las variables sociales y culturales, con el estudio de la
conformación de estructuras de poder y grupos subalternos, con el análisis de las
redes sociales y familiares, con el estudio de las pequeñas comunidades, etc.,
permite incorporar técnicas de la microhistoria que rescaten lo singular, aportando al
conocimiento de las relaciones de lo particular con lo general que de última servirán
para explicar el conjunto de lo social. Por otra parte, su especial valoración del
espacio como construcción social permite también estudios interdisciplinarios que
derriben los límites “insalvables” que todavía existen entre las ciencias sociales.

52
López Segrera, F.: “Abrir, impensar, y redimensionar las ciencias sociales
en América Latina y el Caribe. ¿Es posible una ciencia social no
eurocéntrica en nuestra región?”, en: Lander, E. (comp.), La colonización
del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas
latinoamericanas, Bs. As., FLACSO, 2003, p. 177 a 196.

El objetivo esencial de este ensayo es aportar algunas reflexiones acerca de


las posibilidades de desarrollo de ciencias sociales no eurocéntricas en nuestra
región. Para ello resumiré el valioso legado que hemos recibido de las ciencias
sociales y me referiré a la creciente autoctonía de las ciencias sociales
latinoamericanas, a su legado, futuro, principales axiomas y desafíos que enfrenta en
vísperas del tercer milenio.
La argumentación que desarrollaré sintéticamente a continuación, parte del
modelo teórico al respecto que nos ofrecen las principales figuras de las ciencias
sociales (también de las ciencias exactas y naturales) a nivel planetario y regional.
Teniendo en cuenta estos aportes trataré de expresar en qué consiste, a
nuestro juicio, el principal legado de las ciencias sociales a nivel mundial y regional,
los desafíos que enfrentamos y cuáles son las perspectivas. Como afirma John
Maddox en el Informe Mundial de la Ciencia de UNESCO de 1998, “el progreso en
las ciencias consiste, en parte, en plantearse las viejas preguntas de manera más
lúcida y penetrante”. Estas son las preguntas sugerentes que han sabido plantearse
Wallerstein, Prigogine, Morin, un grupo representativo de científicos sociales
latinoamericanos en una encuesta de 1995 de la Revista Nueva Sociedad y trabajos
como el de Ana María Cetto y Hebe Vesuri en el mencionado Informe Mundial de la
Ciencia. A partir de las preguntas y análisis contenidos en dichos textos, y de
nuestras bases de datos y reflexiones, hemos elaborado este trabajo42
Recién asumidas nuestras funciones de Consejero Regional UNESCO de
ciencias sociales y humanas en marzo de 1996, nos percatamos de que era
imprescindible -para contribuir a superar la denominada “crisis de paradigmas”, e
igualmente para “impensar” y “abrir” las ciencias sociales en la región, recreándolas-
una relectura de textos esenciales de estas disciplinas en Latinoamérica y el Caribe.
Si el legado y futuro de las ciencias sociales hoy a nivel planetario pueden ser
expresados en tres axiomas (legado) y seis desafíos (futuro), esta relectura
seguramente contribuirá en forma decisiva, a la valoración de aspectos esenciales
de la herencia que nos han legado las ciencias sociales de esta región e igualmente
a enfrentar los desafíos específicos que enfrentan en América Latina y el Caribe
estas disciplinas. La reflexión sobre este legado histórico resulta clave para crear
nuevos paradigmas que nos permitan vislumbrar y construir un futuro alternativo.
Hagamos, en primer lugar, algunas reflexiones sintéticas acerca de las
ciencias sociales a nivel planetario, para luego referirnos a su dimensión
latinoamericana. Es necesario no sólo repensar las ciencias sociales, sino sobre todo
impensarlas. Es decir, poner en cuestión el legado decimonónico y el de este propio

42
Conférence mondiale sur la science, “Projet de Déclaration”, UNESCO-CIUSS, y “Draft
Programme”, UNESCO, París, 5 de enero 1999; UNESCO: Rapport Mondial sur la Science 1998.
UNESCO, París, 1998; Varios, “América Latina: la visión de los cientistas sociales”, Nueva Sociedad,
No. 139, sept-oct, 1995.

53
siglo en las ciencias sociales, a la manera que Ilya Prigogine ha hecho en las
ciencias duras con la herencia de la física newtoniana y de la teoría de la relatividad.
Esta necesidad de impensarlas obedece a que muchas de sus suposiciones, pese a
su carácter falaz, permanecen arraigadas firmemente en nuestra mentalidad.
Consideramos que impensar las ciencias sociales significa reconciliar lo estático y lo
dinámico, lo sincrónico y lo diacrónico, analizando los sistemas históricos como
sistemas complejos con autonomía, y límites temporales y espaciales. Si decidimos,
por tanto, que la unidad de análisis no es ya el Estado-nación, sino el sistema-
mundo (es decir, que no podemos analizar ningún Estado-nación disociado del
sistema-mundo) debemos además acudir al análisis transdisciplinario eliminando la
tradicional distinción entre el método de análisis idiográfico propio de la historia y el
nomotético propio de la antropología, economía, ciencias políticas y sociología. Las
ciencias sociales no deben ser ni mero recuento de los hechos del pasado (historia
tradicional), ni tampoco la simple búsqueda de regularidades con una visión
ahistórica. Las ciencias humanas como la sicología y la filosofía, entre otras, también
deben ser tenidas en cuenta a la hora de elaborar esta síntesis.
Pienso que hay textos metodológicos que debemos rescatar, como La
imaginación sociológica de C. Wright Mills y otros que debemos relegar al olvido o
releer sólo por mera curiosidad como El Sistema Social de Talcott Parsons, biblia de
una sociología ahistórica que ejemplifica los defectos de la “gran teoría” y su
incapacidad para explicar los sistemas complejos. Esta “gran teoría”, por un lado, y el
empirismo abstracto de estudios en detalle, por otro, son los grandes peligros que
acechan a las ciencias sociales desde sus orígenes y por lo cual resulta necesario
impensarlas y también abrirlas43. Esto último significa: deconstruir las barreras
disciplinarias entre lo idiográfico y lo nomotético; integrar las disciplinas idiográficas y
nomotéticas en un método transdisciplinario; promover el desarrollo de
investigaciones conjuntas, no sólo entre historiadores de un lado y antropólogos,
economistas, politólogos y sociólogos de otro, integrando equipos transdisciplinarios
en torno a un tema de investigación, sino además integrar a científicos de las
ciencias naturales y exactas en proyectos conjuntos en que participen especialistas
de las ciencias sociales y de las ciencias duras, y donde por tanto lo
transdisciplinario no se agote en la fusión de lo idiográfico y lo nomotético, sino que
además también incluya las ciencias duras. Es esto lo que nos ha enseñado el
legado de Marx, Durkheim y Weber.
Las obras de Braudel, Wallerstein, Morin, Dos Santos, González Casanova,
Aníbal Quijano y Enrique Leff, entre otros, constituyen a nuestro juicio un esfuerzo
notable en este sentido desde las ciencias sociales, e igualmente la de Prigogine
desde el terreno de las ciencias duras. En resumen, para que las ciencias sociales
tengan verdadera relevancia hoy, es imprescindible la reunificación epistemológica
del mundo del conocimiento, sin que esto implique la muerte inmediata de disciplinas
con una larga tradición. Abogamos por la integración en el análisis de los fenómenos
sociales de lo idiográfico y lo nomotético, e incluso de esta visión con las ciencias
duras, lo cual no quiere decir que neguemos el valioso legado de las disciplinas
autónomas, aunque sí su menor relevancia en análisis desintegrados de los
conocimientos que pueden aportarnos el conjunto de ellas.
43
Charles Wright Mills, La Imaginación sociológica, Fondo de Cultura Económica, México, 1964;
Talcott Parsons, ”La situación actual y las perspectivas futuras de la teoría sociológica sistemática”, en
Sociología del siglo XX, Editorial Claridad, Buenos Aires, 1956.

54
Antes de referirnos a la especificidad de las ciencias sociales de América
Latina y el Caribe ante esta problemática, enunciemos los principales axiomas que
constituyen lo esencial del legado de las ciencias sociales; e igualmente los desafíos
que enfrentan las ciencias sociales a nivel mundial.

Axioma 1. Existen grupos sociales que tienen estructuras explicables y racionales


(Durkheim).

Axioma 2. Todos los grupos sociales contienen subgrupos distribuídos


jerárquicamente y en conflicto unos con otros (Marx).

Axioma 3. Los grupos y/o Estados mantienen su hegemonía y contienen los


conflictos potenciales, debido a que los subgrupos de menor jerarquía le conceden
legitimidad a la autoridad que ejercen los situados en la parte superior de la
jerarquía, en la medida que esto permite la sobrevivencia inmediata y a largo plazo
(Weber).

Estos axiomas constituyen la herencia esencial de la cultura sociológica


occidental, de la cual somos en la región tributarios en más de un sentido, sin que
esto niegue nuestra especificidad. Es un mérito de Anthony Giddens el haber sido
uno de los primeros en discutir la obra de conjunto de Marx, Durkheim y Weber como
tres autores.
Pudiera objetarse que hay muchos otros autores que también han legado
axiomas de relevancia como, por ejemplo, Malthus (ensayo sobre la población),
Tonnies (comunidad y sociedad), Sorokin (diferenciación de las sociedades en
grupos multivariados), Veblen (el ocio ostensible), Mannheim (sociología del
conocimiento, ideología y utopía), Wright Mills (la élite del poder), Adorno (la
personalidad autoritaria), Marcuse (el origen de la civilización represiva), Lukacs (las
raíces sociológicas del asalto a la razón, sociología de la cultura), Habermas (su
teoría de la acción comunicativa), sin olvidar los aportes de los fundadores (Comte y
Spencer) y la lúcida obra actual de Wallerstein, Giddens, Morin, Dos Santos,
Gorostiaga, González Casanova, y Quijano, entre otros. Pero lo que ha tratado
Wallerstein de argumentar al resumir la “cultura sociológica”, es que esta pudiera
sintetizarse en tres axiomas o proposiciones claves: la realidad de los hechos
sociales (Durkheim), el carácter perenne y permanente del conflicto social (Marx), y
la existencia de mecanismos de legitimación que regulan y contienen los conflictos
(Weber).

Veamos ahora los desafíos:

1. ¿Es que en realidad existe una racionalidad formal? (Freud).

2. ¿Existe un desafío civilizatorio de envergadura a la visión moderna/occidental


del mundo que debamos tomar seriamente? (Anouar Abdel-Malek).

3. ¿Acaso la realidad de tiempos sociales múltiples requiere que reestructuremos


nuestras teorías y metodologías? (Braudel).

55
1. ¿ En qué sentido los estudios sobre complejidad y el fin de las
certidumbres, nos fuerzan a reinventar el método científico? (Prigogine).

2. ¿Podemos demostrar que el feminismo, que el concepto de género, es una


variable de presencia ubicua, aún en zonas aparentemente remotas como
la conceptualización matemática? (Evelyn Fox Keller, Donna J. Haraway y
Vandana Shiva).

3. ¿Es la modernidad una decepción que ha desilusionado antes que a nadie


a los científicos sociales? (Bruno Latour)

A partir de estos axiomas y desafíos, Immanuel Wallerstein nos propone las


siguientes perspectivas en el siglo XXI para las ciencias sociales: a) la reunificación
epistemológica de las denominadas dos culturas, esto es, la de las ciencias y la de
las humanidades; b) la reunificación organizacional de las ciencias sociales; c) y la
asunción por las ciencias sociales de un papel de centralidad (que no implica
hegemonismos) en el mundo del conocimiento44.
La obra de Immanuel Wallerstein, al igual que la de Prigogine en el terreno de
la física y la química, y la de Edgar Morin en lo que respecta al pensamiento
complejo, se encuentra en la vanguardia de la reflexión prospectiva sobre las
ciencias sociales y constituye en forma más o menos explícita una crítica al
eurocentrismo y una superación de sus paradigmas. Los principales hitos
metodológicos de esta reflexión son: “Impensar las ciencias sociales” (1991); “Abrir
las ciencias sociales” (1996); “Social change? Change is eternal. Nothing ever
changes” (1996); “Cartas del Presidente de la Asociación Internacional de Sociología
(1994-1998)”; y, en especial, su discurso como Presidente de ISAen el XIVCongreso
Mundial de Sociología: “The heritage of sociology. The promise of social science”, 26
de julio de 199845.
Anthony Giddens, por su parte, al expresar los objetivos esenciales de su trabajo de
investigación como sociólogo, ha formulado una agenda relevante: reinterpretar el
pensamiento social clásico, analizar la naturaleza de la modernidad, y establecer un
nuevo enfoque metodológico en las ciencias sociales. Estos tres temas
interconectados constituyen la agenda de trabajo del mencionado autor46.
En la Conferencia Europea de Ciencias Sociales (1992), el Director General
de la UNESCO Federico Mayor, formuló un conjunto de orientaciones de especial
relevancia para el trabajo de investigación en ciencias sociales que tienen hoy plena

44
Immanuel, Wallerstein, “The heritage of sociology. The promise of social science”. Presidential
Address, XIV Congreso Mundial de Sociología, Montreal, July 26, 1998.
45
Immanuel, Wallerstein, “Possible Rationality: A Reply to Archer”, International Sociology, vol. 13, no.
1, marzo 1998; Immanuel Wallerstein, Impensar las ciencias sociales, Siglo XXI, México, 1998;
Immanuel Wallerstein, Abrir las ciencias sociales, Siglo XXI, México, 1996; Immanuel Wallerstein,
“Social Change?”. Ponencia al III Congreso Portugués de Sociología, Lisboa, 1996; Immanuel
Wallerstein, Cartas del Presidente (1994-1998), Asociación Internacional de Sociología, 1998; Illya
Prigogine, La fin des certitudes, Edition Odile Jacob, París, 1996; Edgar Morin, Terre-Patrie, Editions
du Seuil, París, 1993 y Edgar Morin, Pour une utopie réaliste, Arléa, París, 1996.
46
Anthony Giddens, “The transition to late modern society”, International Sociology, vol. 13, No.1, p.
124, marzo 1998.

56
actualidad, y que coinciden, en gran medida, con lo planteado por Wallerstein y
Giddens:

1. Promover los enfoques interdisciplinarios y los estudios comparados.

2. Estos enfoque deben sustentarse en bases de datos cuantitativas


(estadísticas) y cualitativas de excelente calidad. Para las ciencias
naturales la naturaleza y la vida son las fuentes de sus bases de datos,
que se analizan en condiciones de laboratorio una vez seleccionadas. Para
las ciencias sociales los datos se toman esencialmente de series
estadísticas, por eso debemos asegurarnos del carácter fidedigno de
nuestras fuentes y trabajar, siempre que sea posible, con fuentes
primarias.

3. Es necesario llevar a cabo cambios institucionales y organizativos que


permitan el desarrollo del trabajo interdisciplinario.

Y concluía Federico Mayor diciendo que “ningún otro campo del conocimiento
podría contribuir tan decisivamente a construir un puente entre la reflexión y la visión
de los asuntos humanos, de una parte, y a la formulación de políticas y la puesta en
marcha de acciones para mejorar la calidad de vida de los seres humanos, de
otra”47.
La importancia de la transdisciplinariedad fue también destacada por Federico
Mayor en otro texto en que afirma: “Hace cuarenta años el novelista C. P. Snow
declaró que vivimos en un mundo de dos culturas. Una la cultura artística, tiene un
amplio espacio en los periódicos, la radio, la televisión, mientras que la otra, la
cultura científica, debe contentarse con un espacio extremadamente limitado. ¿Por
qué esa diferencia?”48.
En 1998, en la Segunda Conferencia Europea de Ciencias Sociales, el Director
General de la UNESCO afirmó: “Hace medio siglo, los fundadores de la
UNESCO recomendaron que las ciencias sociales ocuparan una posición importante
en el monitoreo de la integración social de la humanidad. La década pasada
ha sido un período importante de balance en lo que se refiere a nuestras tradiciones
heredadas del conocimiento social”. Y más adelante afirmaba: “Dentro de la
UNESCO se prepararon nuevos terrenos para la transdisciplinariedad,
especialmente para mejorar la cooperación entre las ciencias naturales y sociales,
durante la 28 sesión de la Conferencia General en 1995”49.
Son indudables los aportes positivos de las ciencias (mayor esperanza de
vida, aumento de la producción agrícola, las posibilidades que para el conocimiento
crean las nuevas tecnologías de información y comunicación...), pero también es
cierta la brecha creciente entre países industrializados y los eufemísticamente

47
Federico Mayor, “The role of the social sciences in a changing Europe”, International Social Science
Journal, 1992/2. Reproducido nuevamente en el número 157 de septiembre de 1998 de dicha revista,
en el número dedicado al cincuentenario de ella, p.458.
48
Federico Mayor y A. Forti, Science et Pouvoir, UNESCO, París, 1995, p. 161. 9.
49
Federico Mayor, “ Address at the Second European Social Science Conference”, Bratislava, 14 de
junio de 1998.

57
llamados en vías de desarrollo, y el hecho de que la explotación inadecuada de los
logros científicos ha implicado la degradación del medio ambiente y dado lugar al
desequilibrio social y la exclusión. Para que se pueda instaurar una paz durable,
acorde con el espíritu con el cual La Asamblea General de las Naciones Unidas ha
proclamado el Año 2000 “Año Internacional de la Cultura de la Paz”, es necesario
solucionar estas contradicciones.
Es indispensable intensificar los esfuerzos interdisciplinarios asociando los
especialistas de las ciencias exactas y naturales a los de las ciencias sociales, pues
estas son claves para suprimir las causas profundas de los conflictos: desigualdades
sociales, pobreza, ausencia de justicia y democracia, trabas a la educación para
todos, inadecuados servicios de salud, penuria alimentaria, degradación del medio
ambiente y otras. La investigación científica en el sector privado no puede sustituir a
la investigación pública, lo que implica que el sector público otorgue un
financiamiento adecuado, en especial a aquellas investigaciones cuyos resultados
sean de especial utilidad para la sociedad, lo que no implica minimizar el importante
papel de la investigación fundamental50.
Si bien estos textos nos ofrecen, entre otros, una valiosa brújula, la
especificidad de nuestras ciencias sociales tiene sus propios axiomas, desafíos y
perspectivas. Es precisamente esa singularidad la que devela y revela una relectura
de sus principales textos. Veamos, brevemente, en qué consiste ese legado en
nuestra región -así como el papel de UNESCO en fortalecerlo y contribuir a
recrearlo- para luego plantearnos una posible Agenda de Trabajo y referirnos a
nuestros axiomas, desafíos y perspectivas específicas, injertando en el tronco de
nuestras reflexiones autóctonas lo mejor de las ciencias sociales a nivel planetario.
Concentraré mis reflexiones en sintéticos vislumbres acerca de la misión de
UNESCO en el proceso de desarrollo de las ciencias sociales en la región y, en
especial, en cómo contribuir a su redimensionamiento futuro. No puedo dejar de
mencionar, el papel clave de UNESCO en la fundación y desarrollo de la Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y su permanente interacción con
su Secretaría General y sus capítulos nacionales; e igualmente la sostenida y
creciente colaboración con el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales
(CLACSO), con su Secretaria Ejecutiva y con sus Grupos de Trabajo. En torno a
FLACSO Y CLACSO -que siempre han tenido el apoyo de UNESCO- se ha nucleado
tradicionalmente lo mejor de las ciencias sociales de la región.
En síntesis, puedo decir que son redes como FLACSO y CLACSO -y otras
muchas que de forma más o menos directa están asociadas al desarrollo de las
ciencias sociales en esta área: ALAS, SELA, CLAD, FIUC, PROGRAMA BOLÍVAR -
y los científicos sociales agrupados en ellas en torno a universidades y/o grupos de
trabajo, los que han producido el extraordinario desarrollo de las ciencias sociales
latinoamericanas -visualizadas por otros países del sur como paradigma- y quienes
garantizan su futuro, sin que su identidad se disuelva en paradigmas importados. Las
ciencias sociales latinoamericanas alcanzaron su plena identidad en los cincuenta en
el momento en que surgió FLACSO, y es un mérito de esta red -y de UNESCO- el
haber contribuido a la creación de paradigmas autóctonos en las ciencias sociales de

50
“Projet de Déclaration”, op. cit.; Francisco López Segrera, “La UNESCO y el futuro de las ciencias
sociales en América Latina y el Caribe”, en Roberto Briceño León y Heinz Sonntag (editores), Pueblo,
época y desar rollo: la sociología de América Latina, Nueva Sociedad, Caracas, 1998.

58
América Latina y el Caribe, labor que ha impulsado CLACSO. Digámoslo de una vez,
podrá haber crisis de paradigmas con relación a la era de CEPA L o de la Escuela de
la Dependencia, pero no hay crisis de identidad. Es clara, no obstante, desde los
ochenta, la tendencia a la reversión de los valiosos intentos de repensar el
continente desde sí mismo. Esta tendencia, a la cual nos referiremos más adelante,
está asociada a los paradigmas propios del neoliberalismo y del posmodernismo.
Veamos ahora, brevemente, los distintos paradigmas de las ciencias sociales
en la región desde fines de la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad51.
A fines de los años cincuenta el futuro de América Latina era visualizado a
través de los paradigmas estructural-funcionalista, del marxismo tradicional (y luego
de la nueva versión que emergió como resultado de la revolución cubana) y del
pensamiento desarrollista de CEPAL. Si la falla del funcionalismo fue considerar que
se podría reproducir en la periferia el esquema clásico de desarrollo capitalista del
centro -tesis validada por el marxismo tradicional, que visualizaba a América Latina
como una sociedad feudal- y la de CEPAL pensar que sólo con la sustitución de
importaciones y un Estado y un sector público fuertes se obtendría el desarrollo; la
Escuela de la Dependencia, en su crítica al denominado capitalismo dependiente
latinoamericano, no fue capaz de ofrecer una reflexión con resultados viables acerca
de cómo construir un modelo alternativo de sociedad.
El desarrollismo cepalino de Raúl Prebisch fue considerado por los teóricos de
la dependencia como un paradigma que, si bien planteaba la necesidad de reformas
estructurales modernizantes, en la praxis era incapaz de superar el reformismo. La
crítica neoliberal del desarrollismo se centró en el excesivo intervensionismo estatal,
el estrangulamiento de la iniciativa privada y la asignación de recursos en forma
irracional.
El defecto esencial de la Teoría de la Dependencia fue el no haber percibido
que ningún sistema puede ser independiente del sistema-histórico actual, de la
economía mundial. Esta realidad interdependiente no implica, sin embargo, validar al
neoliberalismo y a sus políticas de ajuste estructural -que tienden a privilegiar la
función del mercado en detrimento de la sociedad civil y del Estado- como única
receta válida, y mucho menos como fin de la historia. Sobre todo cuando hoy
sabemos, tras más de una década perdida en lo económico, que el ajuste estructural
ha implicado en la región un profundo deterioro de las condiciones sociales y una
concentración cada vez mayor de la riqueza, junto al crecimiento de la pobreza y la
exclusión social. Si hoy hablamos de Desarrollo Humano Sostenible (concepto
enunciado por el Bruntland Report en 1987), es porque el otro desarrollo, en realidad

51
Francisco López Segrera, “Los procesos de integración en América Latina y el Caribe: retos,
variables, escenarios y alternativas en la era de la globalización” en Emir Sader (editor), Democracia
sin exclusiones ni excluidos, Nueva Sociedad, Caracas, 1998; Francisco López Segrera, “La
UNESCO y el futuro de las ciencias sociales en América Latina y el Caribe” op. cit.; Heinz R. Sonntag,
Duda, Certeza, Crisis, UNESCO-Nueva Sociedad, Caracas, 1988; Heinz R. Sonntag (editor), ¿Nuevos
temas, nuevos contenidos?, UNESCO-Nueva Sociedad, Caracas, 1989; Roberto Briceño León y
Heinz R. Sonntag (editores), op. cit. Este libro contiene monografías de: Aníbal Quijano, Hebe Vesuri,
Raquel Sosa, Francisco López Segrera, Paulo César Alves, Rigoberto Lanz, Edgardo Lander, Orlando
Albornoz, Emir Sader, Marcia Rivera, y Pablo González Casanova; G. Sankatsing, Las ciencias
sociales en el Caribe, UNESCO-Nueva Sociedad, Caracas, 1990; S. Villena (editor), El Desarrollo de
las ciencias sociales en América Latina, FLACSO/UNESCO, San José de Costa Rica,1998.

59
ha sido un crecimiento económico perverso y desequilibrado que atenta contra el
hombre y su habitat52.
Las dos influencias teóricas que predominan en las ciencias sociales
latinoamericanas hoy -el neoliberalismo y el postmodernismo- entrañan ciertos
peligros. El primero tiende a la reafirmación dogmática de las concepciones lineales
de progreso universal y del imaginario del desarrollo y la segunda a la apoteosis del
eurocentrismo. El hecho de que los metarrelatos en boga en el siglo XX hayan hecho
crisis, no implica la crisis de toda forma de pensar el futuro y mucho menos de
éste53.
Como axiomas y/o aportes claves de las ciencias sociales latinoamericanas y
caribeñas en la segunda mitad de este siglo podemos mencionar, entre otros, los
siguientes:

1. El axioma del capitalismo colonial de Sergio Bagú: “El régimen económico


luso-hispano del período colonial no es feudalismo. Es capitalismo colonial,
....el cual presenta reiteradamente en los distintos continentes
ciertasmanifestaciones externas que lo asemejan al feudalismo. Es un
régimen que conserva un perfil equívoco, sin alterar por eso su incuestionable
índole capitalista. Lejos de revivir el ciclo feudal, América ingresó con
sorprendente celeridad dentro del capitalismo comercial, ya inaugurado en
Europa...y contribuyó a dar a ese ciclo un vigor colosal, haciendo posible la
iniciación del capitalismo industrial años más tarde”54., mientras los cent

2. El axioma “centro-periferia” de Raúl Prebisch: “en otros términos ros han


retenido íntegramente el fruto del progreso técnico de su industria, los países
de la periferia les han traspasado una parte del fruto de su propio progreso
técnico”55.

3. El axioma “sub-imperialismo” de Ruy Mauro Marini: “Pasó el tiempo del


modelo simple centro-periferia, caracterizado por el intercambio de
manufacturas por alimentos y materias primas.....El resultado ha sido un
reescalonamiento, una jerarquización de los países en forma piramidal y, por
consiguiente, el surgimiento de centros medianos de acumulación, que son
también potencias capitalistas medianas -lo que nos ha llevado a hablar de la
emergencia de un subimperialismo.” Este concepto resulta equivalente al de
semiperiferia de Wallerstein, pues se refiere al papel desempeñado por países

52
Fernando Henrique Cardoso, “ El pensamiento socioeconómico latinoamericano”, Nueva Sociedad ,
no. 139, sept-oct. 1995; Teotonio Dos Santos, “El desarrollo latinoamericano: pasado, presente y
futuro. Un homenaje a Andre Gunder Frank”, Problemas del Desarrollo, vol. 27, No. 104, UNAM,
México, enero-marzo 1996; Teotonio Dos Santos; “La teoría de la dependencia”, en Los retos de la
globalización en Francisco López Segrera (editor), UNESCO- Caracas, 1998.
53
Edgardo Lander, “Eurocentrismo y colonialismo en el pensamiento social latinoamericano”, en
Roberto Briceño León y Heinz R. Sonntag, op. cit.
54
Sergio Bagú, Economía de la sociedad colonial, Editorial Grijalbo, México, 1993, p. 253.
55
Raúl Prebisch, “El desarrollo económico de América Latina y algunos de sus principales problemas”
[1949], en Rui Mauro Marini, La Teoría Social Latinoamericana, textos escogidos, tomo I, UNAM,
México, 1994, p. 238.

60
como Brasil y los tigres asiáticos en la nueva división internacional del
trabajo56.

4. El axioma “dependencia” de Theotonio dos Santos: la dependencia es “una


situación en la cual la economía de un cierto grupo de países está condicionada por
el desarrollo y la expansión de otra economía, a la cual su propia economía está
atada; una situación histórica que configura la estructura de la economía mundial de
tal manera que determinados países resultan favorecidos en detrimento de otros, y
que determina las posibilidades de desarrollo de las economías internas”57.
Los autores citados son especialmente emblemáticos, pero expresan amplios
movimientos de reflexión en la región, del cual son tributarios. Estos axiomas tienen
especial relevancia, desde nuestro punto de vista, para la comprensión del papel de
América Latina y el Caribe en el actual sistema-mundo capitalista.
Otros aportes de relevancia de las ciencias sociales en nuestra América, entre
otros muchos, que pudiéramos mencionar son:

a) Los estudios tipólogicos de Darcy Ribeiro sobre los pueblos y el proceso


civilizatorio.
b) La sociología del hambre de Josué de Castro.
c) La metodología Investigación- Acción Participativa de Orlando Fals Borda.
d) Los conceptos de colonialidad del poder y reoriginalización cultural de A.
Quijano.
e) La pedagogía del oprimido de Paulo Freire.
f)) Las visiones críticas de la globalización de Octavio Ianni, Celso Furtado,
Héctor Silva Michelena, y Armando Córdova, entre otros autores.
g) La crítica a la visión fundamentalista de la integración globalizada de Aldo
Ferrer.
h) Los vislumbres sobre la Teología de la Liberación de Gustavo Gutierrez, así
como de Leonardo y Clodovil Boff.
i) La teoría de la marginalidad de Gino Germani, enriquecida desde un ángulo
diverso por aportes como el de José Nun.
j) La visión de la dependencia en Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto,
denominado “enfoque de la dependencia” para diferenciarlo de la “teoría de la
dependencia” de Marini, Dos Santos, Bambirra y Gunder Frank.
k) Los valiosos aportes de Pablo González Casanova sobre el México
marginal, y su crítica al “nuevo orden mundial”, su visión de una democracia no
excluyente, su preocupación por reconceptualizar nuestras ciencias sociales.
L) La valiosa reflexión en torno a la sociología latinoamericana de autores
como Heinz Sonntag y Roberto Briceño.
m) La lúcida crítica de Edgardo Lander al eurocentrismo y el colonialismo en el
pensamiento latinoamericano.
n) La tesis de la colonialidad del poder de Aníbal Quijano.

56
Rui Mauro Marini, “La acumulación capitalista mundial y el subimperialismo”, Cuadernos Políticos,
México, Ediciones Era, No. 12, abril-junio 1977, p.21.
57
Teotonio Dos Santos, “La crisis de la teoría del desarrollo y las relaciones de dependencia en
América Latina”, en Helio Jaguaribe y otros, La Dependencia Político-Económica de América Latina,
Siglo XXI Editores, México, 1969, p. 184.

61
o) La crítica no-eurocéntrica del eurocentrismo de Enrique Dussel, que lleva
implícita una valiosa crítica a la construcción de la modernidad en el pensamiento
postmoderno.
p) El concepto de “border thinking” de Walter Mignolo.
q) El análisis cultural de la biodiversidad (desde el capitalismo y desde la
autonomía cultural) de Arturo Escobar.
r) La visión de Enrique Leff sobre las disyuntivas del desarrollo sustentable.
s) La crítica al neoliberalismo latinoamericano de Atilio Borón.
t) La tesis de una civilización geocultural alternativa emergente de Xavier
Gorostiaga.
u) Las tesis sobre transición, democracia, ciudadanía y Estado de Carlos
Vilas, Emir Sader, Francisco Delich, Manuel Antonio Garretón, Norbert Lechner, y
Guillermo O’Donnell, entre otros.
v) La tesis de las culturas híbridas de Nestor García Canclini.
w) Los estudios de la economía de la coca de Hermes Tovar Pinzón.
x) La sociología del Caribe de Gerard Pierre Charles y Suzy Castor.
y) Los aportes teóricos sobre la economía de plantaciones del Caribe de
Ramiro Guerra, Eric Williams, Manuel Moreno Fraginals y Juan Pérez de la Riva.
z) La sociología centroamericana de Edelberto Torres Rivas.

Última, pero no menos importante, es la obra de próceres cuyas reflexiones


tienen un carácter fundacional: Simón Bolívar, José Martí y José Carlos Mariátegui.
Este incompleto recuento da noticia indiscutible de la legitimidad y autoctonía de las
ciencias sociales latinoamericanas, pese a la amenaza persistente y renovada de los
afanes de disolverla en paradigmas eurocéntricos.
Como desafíos específicos que enfrentan las ciencias sociales en la región
hoy podemos enumerar, entre otros, los siguientes:

1. ¿Es posible la integración cultural?¿O acaso todo el discurso en torno a la


multiculturalidad, la pluralidad cultural y los problemas de homogeneización y
heterogeneidad no rebasarán el marco retórico-académico?

2. ¿Es posible recrear un nuevo Estado distinto al caudillista, populista,


cepalino o neoliberal, donde la exclusión social sea eliminada sin volver al
autoritarismo y dando una dimensión no sólo política, sino también social a la
democracia?¿O es que acaso el Estado neoliberal, que legitima y viabiliza el
modelo de capitalismo dependiente con rostro de democracia, es viable a
largo plazo?

3. ¿Es posible a los Estados latinoamericanos obtener mayores márgenes de


independencia y autonomía vía la integración del subcontinente pese a
crecientes procesos de globalización y transnacionalización?

4. ¿Es posible disminuir la brecha entre “infopobres” e “inforicos” en la región


democratizando el uso de las nuevas tecnologías de información y
comunicación? ¿O sólo servirán éstas para aumentar la pobreza, la
desigualdad y la exclusión social?

62
5. ¿Es posible la educación para todos, el desarrollo sostenible, el nuevo
carácter de las ciudades, una nueva ética y la construcción de una cultura de
paz? ¿O acaso es una utopía inalcanzable construir naciones democráticas,
multiculturales y multirraciales con niveles mínimos de desigualdad?

El futuro de las ciencias sociales en la región dependerá, en gran medida, de


las políticas y acciones que se adopten con relación a estos desafíos.
Los problemas claves que preocupan a Wallerstein sobre las ciencias sociales
a nivel mundial, paradójicamente, pese a nuestro “atraso” con relación al patrón
occidental de desarrollo, no tienen entre nosotros la misma dimensión.
Afortunadamente no tuvimos un Talcott Parsons, aunque sí algunos epígonos ya
olvidados.
Podemos decir que el proceso de impensar las ciencias sociales empezó en
Nuestra América (la del Río Bravo a la Patagonia) en los cincuenta con CEPAL y
que, pese a la “crisis de paradigmas” de los ochentas, no se ha detenido. Tenemos
no sólo axiomas básicos, sino multitud de conceptos, como ha señalado Pablo
González Casanova al hablar de las ciencias sociales en la región. Por otra parte,
pese a la perspectiva eurocentrista/anglosajona con que se elaboraron los planes de
estudio de las carreras de ciencias sociales en la región, los mejores textos de estas
disciplinas tienden a integrar lo idiográfico y lo nomotético en el análisis. Esto
obedece, por un lado, a que la herencia española, si bien nos legó lo que en algunos
casos es retórica hueca, también nos ofreció una rica herencia ensayística que funde
lo idiográfico y lo nomotético; y, por otro, a que la superespecialización no ha sido
una actitud cultural entre nosotros por diversas razones.
Por estas causas, entre otras, la exhortación a impensar y abrir las ciencias
sociales ya lleva largo trecho recorrido entre nosotros, sin que por eso podamos
darnos el lujo arrogante de la autocomplacencia que destruye la creatividad. Es por
todos conocida la influencia de las ciencias sociales de nuestra región, no sólo en los
países del sur, sino también en algunos de los principales científicos sociales de los
países desarrollados de Occidente y de otras latitudes.
Con relación a las perspectivas de las ciencias sociales en América Latina y el
Caribe, debe reiterarse que mucho hemos avanzado en la reunificación
epistemológica de las dos culturas, la de las ciencias y la de las humanidades. No
quiere esto decir que podamos eliminar de la agenda totalmente la necesidad de
impensar y abrir las ciencias sociales en nuestra región. Pero de lo que se trata
sobre todo en Nuestra América, es de avanzar en la reunificación organizativa de las
ciencias sociales y en que éstas reasuman su papel de centralidad en el mundo del
conocimiento, debilitado en los ochenta y primera mitad de los noventa como
consecuencia de la “crisis de paradigmas”. Para esto resulta clave el pensar la región
desde sí misma, sin peligrosos provincianismos; el mejor antídoto contra esto es el
imprescindible dominio, o al menos lectura, de tres o cuatro idiomas clave además
del español y un estado del arte renovado permanentemente en nuevas tecnologías
de la comunicación e información- y sin asimilar en forma acrítica agendas y
paradigmas de otras latitudes.
Es importante establecer un conjunto de prioridades compartidas por todos,
que den respuesta a las urgencias de nuestra América, de su sociedad civil y de sus
clases políticas, para coordinadamente establecer una nueva agenda de las
investigaciones en ciencias sociales en nuestra región. Si no somos capaces unidos

63
de formular esa agenda, las ciencias sociales de la región perderán una identidad
ganada a sangre y fuego, y presenciaremos no una “crisis de paradigmas”, sino la
recolonización de nuestras ciencias sociales por paradigmas y agendas fijadas en
función de los intereses del Norte desarrollado
Antes de hacer algunas sugerencias con relación a dicha Agenda, me referiré
brevemente a ciertos aspectos de nuestro trabajo como Consejero Regional de
Ciencias Sociales.
Nuestra acción como Consejero Regional de Ciencias Sociales para América
Latina y el Caribe en el bienio 1996/97 y 98/99 se orientó por el Plan a Plazo Medio
(C4) y por lo acordado por los estados miembros de UNESCO en sus Conferencias
Generales de 1995 y 1997 (C5). En especial se trata de adecuar a la región las
metas prioritarias para la acción de la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social
(Copenhague, marzo de 1995): fomento de la capacidad endógena; desarrollo de las
zonas rurales; seguimiento al Programa 21, para alcanzar un desarrollo humano
sostenible utilizando racionalmente los recursos y preservando el medio ambiente;
ampliar las posibilidades de acceder a la información y la comunicación; y mejorar la
capacidad endógena para formular políticas sociales, para preveer, gestionar y
evaluar las transformaciones sociales.
En resumen, nuestra acción ha priorizado y prioriza:

1. La lucha contra la pobreza conforme a la Declaración del Director General


de la UNESCO de 15 de enero de 1996.

2. La preservación de la gobernabilidad, la democracia, los derechos


humanos, y la tolerancia, vía la reforma del estado y de la gestión pública.
Este objetivo, la construcción de una cultura de paz y de la justicia para la paz,
orienta nuestra acción con el estado y la sociedad civil, en especial apoyando
redes como el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y la
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). También nuestros
vínculos con la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS), con la
Secretaría Permanente del Sistema Económico Latinoamericano (SELA), el
Centro Latinoamericano de la Administración para el Desarrollo (CLAD) y el
Programa Bolívar para el desarrollo de las PYME, revisten especial
importancia; e igualmente con el Proyecto UNESCO denominado DEMOS,
que ha hecho importantes aportes al estudio de la gobernabilidad en la región.
De especial importancia son nuestros vínculos con redes universitarias como
la UDUAL, la AIU, la OUI y la FIUC, entre otras. Hemos venido ejecutando y/o
preparando proyectos con estas redes, e igualmente con: el Consejo
Internacional de Ciencias Sociales de UNESCO (agenda para el milenio);
CLACSO (seminarios y reflexiones para integrar las políticas económicas y
sociales); FLACSO (anuario de ciencias sociales, premio para jóvenes
investigadores en ciencias sociales, erradicación de la pobreza, antología de
ciencias sociales..); SELA, CLAD, CEPA L (políticas económicas y sociales,
reforma del estado, gestión pública, seguimiento de la Cumbre de Desarrollo
Social); y con otras muchas redes e instituciones de carácter regional o
interregional.

64
3. Desarrollar la enseñanza de las ciencias sociales -en especial de los
estudios prospectivos- vía las Cátedras UNESCO y de otras formas diversas.
Promover la difusión y utilización de las nuevas tecnologías, de la telemática,
de Internet y de las redes nuevas y tradicionales. Esta labor difusora tiene
como objetivo que se transfiera y comparta el conocimiento en ciencias
sociales y su sistemático aggiornamento.

4. La Unidad Regional de Ciencias Sociales, en el concepto de una Oficina


Regional integrada como es cada vez más UNESCO-Caracas, tiene también
una importante participación en la red UNITWIN de Cátedras UNESCO en la
región y en actividades propias de la educación superior.

4. UNESCO, cada vez más, construye pasarelas de la teoría a la acción. Con


ese objetivo puso en marcha en 1994 un Programa Internacional en Ciencias
Sociales titulado “Gestión de las transformaciones sociales” (MOST). En este
Programa se identificaron inicialmente tres áreas prioritarias de investigación -
confirmadas en la Primera Conferencia Regional en Buenos Aires en marzo
de 1995- que son:

-El multiculturalismo y la multietnicidad en América Latina y el Caribe.


-Las ciudades como escenario de la transformación social.
-Las trasformaciones económicas, tecnológicas y del medio ambiente a
nivel local y regional.

Sin embargo, antes de MOST y durante el desarrollo de este programa,


UNESCO había respondido y sigue dando respuesta, a la solicitud de los estados
miembros para asistencia en actividades de ciencias sociales. He aquí algunos
ejemplos:
-Negociaciones de paz en El Salvador.
-Educación para la democracia en Colombia.
-Planificación social en Colombia, Bolivia, Ecuador, Venezuela, tratando
de responder a preguntas como las siguientes: ¿Qué clase de políticas
pueden aportar los cambios sociales deseados? y ¿Cómo pueden ser
evaluadas estas políticas?

Con relación a la propuesta de una nueva agenda para el desarrollo de las


ciencias sociales en la región, debo señalar que, en abril de 1997, la Unidad de
Ciencias Sociales bajo mi dirección recogió criterios de FLACSO, CLACSO y de
diversos especialistas -que en otros trabajos he expuesto “in extenso”- sobre los
siguiente temas: producción de conocimiento y de enseñanza de ciencias sociales;
ciencias sociales y políticas de desarrollo social; hacia una cultura de paz; y
cooperación para el desarrollo social:

Si tuviera que resumir la Agenda de las ciencias sociales en la región lo haría


con tres propuestas esenciales que pudieran contribuir a “impensar” y “abrir” aún
más nuestras ciencias sociales en la región y, sobre todo, a lograr una nueva síntesis
teórico-metodológica:

65
1. Organizar debates entre los científicos sociales ideográficos (historiadores)
y nomotéticos de nuestra región, en que también participen representantes
latinoamericanos y caribeños de las ciencias duras e igualmente figuras de
primer nivel de otras latitudes.

2. Fomentar la transdisciplinariedad mediante proyectos de investigación en


torno a problemas de suma importancia actual.

3. Revalorizar las grandes teorías explicativas evitando la ultra-


especialización.

Otra propuesta que quisiera hacer, en este caso referida a UNESCO en forma
más específica, es la siguiente: que los fondos que destina UNESCO para ciencias
exactas y naturales y ciencias humanas y sociales por concepto del programa
ordinario y del programa de participación se otorguen y direccionen de manera
prioritaria hacia aquellos proyectos de índole transdisciplinaria presentados por los
estados miembros de la Organización.
Quisiera poner a manera de ejemplo el Proyecto ya mencionado más arriba
“Agenda del Milenio”, desarrollado conjuntamente por UNESCO, el Consejo
Internacional de Ciencias Sociales de UNESCO (ISSC), y el Conjunto Universitario
Cándido Mendes (EDUCAM). En las palabras inaugurales del Seminario, que tuvo
como resultado el libro Représentation et complexité, Jerome Bindé, Director de la
División de Análisis y Prospectiva de UNESCO y eminente futurólogo afirmó: “Cómo
abrir esta reunión sin saludar algunos de los mejores investigadores y expertos que
nos muestran su amistad participando en este encuentro: los profesores Edgar Morin
(sociólogo de la contemporaneidad e iniciador del pensamiento complejo), Illya
Prigogine (Premio Nobel de Química), Mihajlo Mesarovic (futurólogo), Arjun
Appadurai (antropólogo), Helena Knyzeva (física), Zaki Laidi (politólogo), Michel
Maffesoli (sociólogo), Cristoph Wolf (antropólogo), Chih-Ming Shih (arquitecto),
Francisco López Segrera (historiador), Helio Jaguaribe (economista), Eduardo
Portella (filósofo, ensayista), y todos aquellos que no puedo citar esta mañana pero
que están presentes en mi pensamiento”. Este grupo transdisciplinario, integrado por
investigadores de distintas especialidades y nacionalidades, constituye una muestra
interesante de reflexión conjunta en torno a un tema actual -Representación y
Complejidad- desde distintos ángulos y con una perspectiva no eurocéntrica58.
Otro ejemplo notable lo constituye la colección “El Mundo Actual: Situación y
Alternativas”, -ideada y conducida por Pablo González Casanova en su calidad de
Director del “Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y
Humanidades”- que difunde estudios sobre la globalidad y las características que en
ella muestran los países y regiones del mundo. La colección ha publicado análisis de
carácter transdisciplinario y prospectivo sobre la sociedad, la economía, la política y
la cultura, dando especial importancia a la perspectiva desde el Sur del mundo y
formulando alternativas que pudieran aplicarse para superar, entre otros, los
problemas de desigualdad, pobreza, marginación y exclusión, e igualmente dar
claves para la construcción de la paz y la democracia. Entre los investigadores con
trabajos publicados en esta colección se encuentran: Immanuel Wallerstein, Samir
58
Candido Mendes y E. Rodriguez (editores), Représentation y Complexité. EDUCAM/ NESCO/ISSC,
Río de Janeiro, 1997.

66
Amin, Lin Chun, George Aseneiro, Ralph Miliband, Xabier Gorostiaga, Arturo
Escobar, Francois Houtart y Francisco López Segrera, entre otros autores59.
Igualmente, quisiéramos mencionar como otra muestra de esfuerzo
transdisciplinario el libro Los Retos de la Globalización, publicado en 1998 por la
Unidad Regional de UNESCO de Ciencias Sociales de América Latina y el Caribe.
Dicha obra agrupa un conjunto de autores que analiza el impacto de la globalización
en los países del Sur desde ángulos tales como: los nuevos paradigmas de las
ciencias sociales; paz, democracia y “nuevo orden mundial”; dependencia y
desarrollo; y cultura y conocimiento en un mundo virtual. Entre los autores que
aportaron contribuciones originales a dicho libro se encuentran: sociólogos (Dos
Santos, Marini); filósofos (Enrique Dussel); economistas (Samir Amin, Gunder
Frank); politólogos (James Petras, Mario Teló, Jorge Nieto, Anaisabel Prera);
historiadores (Wallerstein); internacionalistas (Celso Amorin); y especialistas en
estudios globales y culturales (Bohadana, Dreifuss, Jesús García-Ruiz, Angel G.
Quintero), entre otros muchos investigadores valiosos60.
Hay múltiples ejemplos en UNESCO de esfuerzo transdisciplinario además de
los señalados. Los distintos informes mundiales tienden, cada vez más, a una óptica
transdisciplinaria e igualmente ocurre, entre otros, con los libros del Director General
-La Nueva Página, Ciencia y Poder...- y de Albert Sasson, cuyo libro Biotechnology in
Perspective, tuvo como objetivo “diseminar las reflexiones sobre las implicaciones
económicas, sociales y culturales de las innovaciones biotecnológicas para los
países en desarrollo”61.
El papel esencial de los científicos sociales consiste en iluminar a los
tomadores de decisiones con respecto a las opciones posibles ante las alternativas
históricas. Cuando un sistema histórico está viviendo su etapa de desarrollo normal,
el rango de las opciones y alternativas para los actores sociales es bastante limitado.
Sin embargo, cuando un sistema histórico se encuentra en su fase de
desintegración, el rango de opciones posible se amplía y las posibilidades de cambio
son infinitamente mayores. Coincido con Immanuel Wallerstein en que estamos en
un momento de desintegración de un sistema histórico, que durará de 20 a 50 años.
Si esto es así a nivel planetario, más drástico aún será este proceso en Nuestra
América donde las desigualdades del sistema nunca han sido amortiguadas por el
Estado de Bienestar. El estado secular de malestar en nuestra región, nos ofrece
una oportunidad histórica única al final de este milenio, para formular con claridad
escenarios y alternativas que permitan construir un futuro alternativo sin destrucción
ecológica, sin abismales desigualdades sociales, y que deseche las guerras como
vía de solución de los conflictos mediante una cultura de paz. En ese nuevo sistema
histórico desaparecerán brechas tales como: pasado/presente, lo cual ha separado
la historia (ideográfica) de disciplinas nomotéticas como la economía, la ciencia
política, y la sociología; civilizados/otros, antinomia que ha sido el fundamento de la
visión eurocentrista; y mercado/estado/sociedad civil.
59
Pablo González Casanova, “Globalidad, neoliberalismo y democracia”, Centro de Investigaciones
Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, Colección El Mundo Actual: Situación y Alternativas,
UNAM, México, 1995; Pablo González Casanova, “Reestructuración de las ciencias sociales: hacia un
nuevo paradigma”, en Roberto Briceño León y Heinz R. Sonntag, op. cit.
60
Francisco López Segrera (editor), Los retos de la globalización, op. cit.
61
Federico Mayor, La Nueva Página, UNESCO, 1994; Federico Mayor y A. Forti, Science et Pouvoir,
op. cit.; A. Sasson: Biotechnologies in Developing Countries: Present and Future, UNESCO, 1998, p.
VII.

67
En realidad estos límites están hoy en una crisis terminal. Las disciplinas
tradicionales de las ciencias sociales están dejando de representar campos de
estudio acotados. La complejidad actual sólo puede aprehenderse mediante la
transdisciplinariedad.
En el punto de saturación alcanzado por este sistema histórico, sólo nuevas
alternativas podrán desbloquear un modelo de acumulación y de sociedad agotado.
Corresponde a nosotros imaginarlas y comenzar a ejecutarlas. Prigogine, en La fin
des certitudes, nos revela el nuevo recurso y discurso del método a manera de
resumen: “Lo que hoy emerge es, por tanto, una descripción mediana, situada entre
dos representaciones alienantes, la de un mundo determinista y aquélla de un
mundo arbitrario sometido al solo azar. Las leyes físicas corresponden a una nueva
forma de inteligibilidad que expresan representaciones probabilísticas irreductibles.
Ellas están asociadas a la inestabilidad y, sea a nivel microscópico o macroscópico,
ellas describen los acontecimientos en tanto que posibles, sin reducirlos a
consecuencias deducibles y previsibles propias de las leyes deterministas”62.
Lo que existe, por tanto, no es el desenvolvimiento de una idea universal
hacia el futuro, que se identifica con el progreso, lo que existe realmente son
bifurcaciones que permiten construir varios futuros, es decir, los futuribles o futuros
posibles.
“La flecha del tiempo -afirma Wallerstein- es ineluctable e impredecible,
siempre tenemos ante nosotros bifurcaciones cuyo resultado es indeterminado. Más
aún, aunque hay una sola flecha del tiempo, existen múltiples tiempos. No podemos
permitirnos ignorar ni la larga duración estructural ni tampoco los ciclos del sistema
histórico que estamos analizando. El tiempo es mucho más que cronometría y
cronología. El tiempo es también duración, ciclos y disyunción”63
El fin de las certidumbres de que nos habla Prigogine, significa que lo que
realmente existe son certidumbres parciales que no prevalecen eternamente.
Debemos formular nuestras predicciones e hipótesis teniendo en cuenta esta
permanente incertidumbre.
Los científicos sociales han sido vistos tradicionalmente como parientes
pobres por las ciencias duras y las humanidades. En América Latina esto ha sido
aún peor en una época de auge neoliberal, en que todo conocimiento que no tenga
uso práctico inmediato queda devaluado. Esto no debe llevarnos a ser indulgentes
con nosotros mismos, sino a reconocer que mucha retórica hueca se esconde tras
supuestas grandes teorías explicativas. Sin embargo, la situación está cambiando
rápidamente a nivel mundial y regional. Los estudios sobre la complejidad en las
ciencias físicas, de un lado, han puesto en cuestión la supuesta exactitud de las
ciencias duras y, de otro, han considerado a los sistemas sociales como los más
complejos de todos los sistemas. El auge de los estudios culturales en las
humanidades, ha enfatizado las raíces sociales de lo cultural. El resultado, por tanto,
de los estudios sobre la complejidad y los estudios culturales ha sido acercar a las
ciencias naturales y a las humanidades hacia el terreno de las ciencias sociales.
El conocimiento, ante las incertidumbres, implica tomar decisiones, decidirse
por opciones diversas y tomar acción. El conocimiento, unido a los valores y a la
ética, y pese a la incertidumbre, nos permite tomar las mejores decisiones - en lo
62
Illya Prigogine, op. cit., p. 224
63
Immanuel Wallerstein, op. cit., 1998, p.52.

68
cual es imprescindible la colaboración entre las diversas ramas del saber para
construir un futuro alternativo. La nueva ciencia debe ser como un holograma, donde
cada una de las partes representa el todo y viceversa. En un momento en que las
ciencias sociales han ido recuperando su centralidad a nivel mundial y regional -la
creciente desigualdad ha hecho que los gobiernos de la región y otras instancias
soliciten cada vez más el concurso de los científicos sociales- no podemos ser
neutrales ante la destrucción ecológica, la desigualdad y el autoritarismo.
Debemos optar por la construcción de un futuro vivible no regido por la lógica
de los mercados financieros y sí por la de una cultura de paz.
Existen inmensos obstáculos, teniendo en cuenta, por un lado, que “la
investigación científica en América Latina y el Caribe apareció en el siglo XX” ; y, por
otro, que “la falta de visión estratégica de que sufre la sociedad latinoamericana se
traduce en la pérdida inmensa y absurda de un buen número de sus mejores
investigadores, que emigran hacia los países industrializados donde su trabajo es
apreciado y valorado. Se estima que de un 40 a un 60 % de los investigadores
argentinos, colombianos, chilenos, y peruanos viven y trabajan fuera de su país”64.
Aunque este análisis está referido esencialmente a las ciencias exactas y naturales,
la situación no es distinta en las ciencias sociales. Esto implica la necesidad de
políticas que inviertan estas tendencias, e igualmente la correlación del monto de la
inversión destinada a Investigación-Desarrollo, sumamente alta en los países
desarrollados con respecto a los países del Sur.

En resumen, las vanguardias del pensamiento científico hoy, tanto en las


ciencias sociales como en las naturales, parecen coincidir en la importancia de la
transdisciplinariedad. Es necesario eliminar las fronteras tajantes y artificiales no sólo
entre disciplinas propias de las ciencias sociales, historia, economía, derecho..., o de
las ciencias duras, física, matemática, biotecnología..., sino incluso entre ciencias
sociales y humanas y las exactas y naturales. Esto no implica, en absoluto, renunciar
a la especialización propia de cada disciplina. Como ya hemos señalado, la obra de
autores como Ilya Prigogine, I. Wallerstein, Edgar Morin, Pablo González Casanova,
Theotonio dos Santos, Enrique Leff, Aníbal Quijano y Xabier Gorostiaga, entre otros,
nos enseña el camino. Para lograr esto, es necesario constituir programas de
estudios de carácter transdisciplinario en torno a un tema y problema de
investigación dado y con la participación de profesores invitados de otros países.
Sería necesario establecer estos programas de investigación de carácter
interdepartamental con centros de excelencia de la región (cooperación Sur-Sur) y
de fuera de ella, que estén en el estado del arte de las disciplinas con que se aborda
el tema de investigación dado.
Prigogine ha afirmado que “la ciencia nos permite tener la esperanza de ver
aparecer un día una civilización donde la violencia y la desigualdad social no sean
una necesidad”65.
Walter Benjamin ha dicho: “la esencia de una cosa aparece en su verdad
cuando ésta es amenazada de desaparecer”66. Depende de nosotros el convertir “la

64
Ana María Cetto y Hebe Vesuri, “L’Amérique Latine et la Caraïbe” en Rapport Mondial sur la
science, 1998, op. cit.
65
Illya Prigogine, “Préface” a Science et Pouvoir de Federico Mayor y A. Forti, op. cit., p. 5.
66
Walter Benjamin. Citado por Jerome Bindé, “Complexité et Crise de la Représentation” en Candido
Mendes (organizador) y Enrique Rodríguez (editor),Représentation et Complexité, op. cit.

69
crisis de paradigmas” de las ciencias sociales en la región, (en un momento de
desintegración del sistema-mundo en que se amplían nuestras opciones) en
coyuntura propicia para imaginar y construir un nuevo futuro, a partir de aggiornar las
ciencias sociales latinoamericanas y caribeñas, elaborar su nueva agenda y, de este
modo, abrir las ciencias sociales, reestructurarlas y construir su futuro y el de la
región entre todos.

Referencias bibliográficas

Bagú, Sergio: Economía de la sociedad colonial, Editorial Grijalbo, México, 1993.


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