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Mi primer día como padre

Mi primer día como padre

Jesusito estaba de lo más tranquilito, pero no estaba dormido; por el contrario yo me

estaba durmiendo y estaba realmente asustado.

Me había portado bien demasiado tiempo, no se es padre, por primera vez, todos los días;

así que había saciado hasta el hastío, la sed de alcohol que venía acumulando hacía casi un

año.

Me quedé “montando guardia”, afuera en el muro del hospital, recostado de una

columna, con una botellita completica para mí, escondidita en mi maleta; la última gota la

exprimí cuando llegó una señora a vender café y empanadas.

La entrada de emergencia de un hospital, nunca está vacía del todo, casi siempre hay

policías cerca y siempre hay alguien preocupado esperando algo; así que a nadie le

importa que alguien se dedique a beber discretamente, sentado en un muro, con cara de

estar preocupado esperando algo.

Había estado esperando a mi hijo recién nacido y a mi mujer. Estaba muy preocupado

porque no tenía trabajo, pero de todos modos había celebrado y aun tenía dinero

suficiente para una semana de gastos normales y para dos, estirándolo.

Desayuné con una empanada y café, en el baño de emergencia del hospital me encontré

un jabón, tenía cepillo y crema de dientes en mi maleta. A las ocho ya estaba listo para

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caerle a batazos a lo que fuera que la vida me lanzara, siempre que pasara a menos de un

metro del home.

Nunca olvido que me impresionó la cantidad de mariposas amarillas que había volando

por los jardines del hospital ese día, siempre he pensado que vaticinan alegrías.

A las ocho y cinco estaba en la entrada de la sala de observación de las parturientas,

mostrándole mis dientes limpios a la encargada de la puerta, con una nerviosa sonrisa de

primerizo.

Jesusito nació a las cinco y cincuenta P.M. Pesó 3 kilos y medio, ya no me acuerdo cuanto

midió; había palmeado los hombros del cansado médico que había atendido a mi mujer y

que me había dado esos datos asegurándome que todo había salido bien, así que no

esperaba sorpresas y planificaba estar rumbo a la casa de mis suegros en un momento.

Efectivamente todo salió bien, así que en menos de media hora, estaba en el autobús

rumbo a la ciudad donde vivían mis suegros, me estaba durmiendo, pero estaba

preocupado porque no encontraba el atadito de billetes que había guardado adentro de

una media en mi maleta. Lo que tenía en mi billetera alcanzaba hasta el almuerzo, pero

después necesitaría el dinero que había guardado en la maleta.

Siempre he sido muy impaciente y buscar algo y no encontrarlo rápido, ni donde lo he

dejado, me enfurece. La maleta estaba en el portaequipajes encima de nuestros asientos,

no la había querido bajar para no incomodar al resto de mi familia, así que estaba

tanteando a ciegas adentro de ella, buscando el bultico de dinero en una media, cuando

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un tipo, -que venía en el asiento delante de nosotros-, se levantó y comenzó a buscar, a

mi lado, en su maleta.

Me miraba como dudando, creí que el tipo estaba pensando que yo le había sacado algo

de su maleta, porque tenía la mano derecha adentro de ella y me miraba como si

estuviera pensando algo malo de mí.

Así que cuando vi que sacaba una pistola de la maleta, mi golpe fue automático, sentí sus

dientes delanteros clavándose en mis nudillos, le pegué varias patadas cuando cayó al piso

del autobús. La pistola le había caído en las rodillas a una muchacha que la estaba

mirando sin saber qué hacer con ella, así que le grité que la botara por la ventana, todo el

mundo comenzó a gritar para que el chofer se detuviera, el ayudante vino a donde

estábamos y me pidió que dejara la pelea, levantó del piso al tipo y lo sentó.

Es muy difícil de explicar que fue lo que me pasó, creo que el tipo pagó por mis

frustraciones de todo un año y me amenazó en el momento menos apropiado.

Mi mujer gritó mucho, pero no se levantó de su asiento.

La muchacha que tenía la pistola me miraba dudando de entregármela, las ventanas del

autobús no se podían abrir, vi cuando se la entregó al ayudante del chofer; este se fue a

hablar con el chofer, que al parecer decidió por fin detener el autobús.

Mi mujer me preguntó que si estaba bien y que había pasado, le contesté lo que pude y

me dirigí hacia la cabina a hablar con el chofer.

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El dueño de la pistola mi miró asustado cuando pasé a su lado, todos los pasajeros que vi

en el camino a salida, el chofer y el ayudante me miraron con desconfianza cuando me les

acerqué. Ellos se habían bajado y estaban hablando adelante al frente del autobús.

El chofer me dijo cuando me acerqué: No le puedo devolver la pistola, está prohibido subir

armas a los autobuses, son normas de la empresa.

Yo le expliqué que yo no era el dueño de la pistola, le recomendé que tampoco se la

entregara al dueño y que llamara a la policía.

El me dijo que había hablado con su empresa y que ellos se iban a encargar de eso.

El ayudante me indicó que debía regresar a mi puesto y esperar; así que me devolví a

hablar con más calma con mi mujer, ya estaba comenzándome a preocupar por la

reacción del dueño de la pistola, cuando vi que se bajaba del autobús. Me aparté para no

tropezar con él.

Ya adentro del autobús, volví a revisar la maleta mía y apenas metí la mano en ella,

conseguí la media con mi dinero, mi mujer estaba preocupada y creo que más de un

pasajero se asustó pensando que estaba buscando otra arma.

Mi mujer me pidió prestado el teléfono porque el de ella ya no tenía saldo y se puso a

hablar con su mamá. Yo le pedí que fuera breve, porque estábamos en una emergencia;

pero como siempre, no me prestó atención, porque estaba haciendo algo muy importante

en ese mismo instante.

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Jesusito aprovechó para desayunar y ahí fue, -viendo los bellos senos de mi mujer-,

cuando recordé como habían empezado todos mis problemas.

Ya llevaba más de un año sin fumar, y me di cuenta de que podría mendigar por un

cigarro, había visto fumando al ayudante y hacia él iba cuando escuché dos tiros. Todo el

mundo empezó a gritar y yo me agaché y me devolví hacia donde estaban mi mujer y mi

hijo.

Después de un momento el ayudante subió al autobús, estaba blanco como el papel

blanco, preguntó a gritos que si había algún médico entre los pasajeros y volvió a bajarse.

Yo les pregunté por cigarros a todos los pasajeros que me quedaban antes de la puerta y

ninguno fumaba, así que me bajé y vi al chofer tirado boca abajo en el piso y al ayudante

mirándolo sin saber qué hacer.

El muy estúpido no me quiso dar, ni vender un cigarro; cuando le pregunté qué había

pasado, por lo que me dijo, deduje que el dueño de la pistola la había recuperado a

puñetazos y que en la pelea había resultado herido el chofer, también me dijo que lo

había visto cruzar al otro lado de la autopista.

Yo le dije que se podía devolver armado, me pareció que no me había escuchado; pero me

regaló un cigarro y me preguntó si sabía algo de medicina, luego le quitó el teléfono al

cadáver del chofer y comenzó a hablar por él, seguramente con alguien de su empresa,

porque lo oí decir: Dígale que me diga qué tengo que decir y qué hace uno en estos casos.

Luego me preguntó que si de verdad yo no conocía al dueño de la pistola y cuando le dije

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que no, se quedó mirando el piso, mientras esperaba que lo llamaran de la línea de

autobuses.

Estuvimos esperando más de media hora a que algún carro se detuviera, a que pasara la

policía, o cualquier cosa del gobierno, o a que llamaran de la empresa, hasta que una grúa

de la autopista se detuvo. Su chofer pareció decepcionarse cuando notó que no

estábamos accidentados, el ayudante le dijo que habían intentado atracarnos y que

teníamos el chofer muerto, pero el chofer de la grúa había perdido todo interés en

nosotros; nos dijo que hacía poco había trasladado a un pasajero de otro autobús

atracado que iba todo golpeado y nos advirtió que debíamos movernos rápido del sitio

porque era un lugar muy inseguro.

Estábamos evaluando alternativas cuando mi mujer se asomó por la puerta del autobús y

me gritó, por primera vez, algo que he oído muchas veces después: Jesusito está inquieto,

no sé qué le pasa. Luego caminó hasta donde estábamos y me dijo muy seria: Tenemos

que irnos porque Jesusito se está impacientando. Lo había dejado solo en el asiento.

Otra vez me salió automática, la cachetada me dolió también a mí, porque tenía la mano

muy golpeada, le dije que se devolviera para su asiento y que se quedara sentada con

Jesusito.

De verdad, hacer el amor menos de diez veces en un año, me pone realmente mal.

El ayudante reaccionó y me pidió que lo ayudara, entre los dos subimos al autobús el

cadáver del chofer, que pesaba como si tuviera todos los bolsillos llenos de arena de una

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mina de plomo. Noté que el ayudante trataba al cadáver con poco respeto, me di cuenta

que le tenía cierto resentimiento e impaciencia.

Otra vez casi que nos mata a los dos, - dijo pensativo-, le dije que le disparara y el muy

estúpido disparó al aire.

Yo amarré fuertemente, -con el cinturón de seguridad y su propia correa-, al muertico a la

sillita del ayudante, lo envolví con una manta que este me pasó y lo protegí de la

intemperie forrándolo con el plástico de una bolsa negra que conseguí, no fui mezquino

con la cinta adhesiva; quedó igualito a un bulto de la carga, solo le hacía falta la etiqueta.

A la primera oportunidad que tuve, me cambié la camisa porque la tenía toda rota y

manchada de sangre; me tuve que poner otra que estaba sucia y sudada.

Hablé un poco con mi mujer, que a pesar de la cachetada, continuaba detrás de esa

muralla que la aislaba del mundo mío, desde que un médico nos confirmó que Jesusito

venía en camino hacia nuestro mundito. Jesusito estaba dormido.

Paramos en el peaje de entrada a nuestra ciudad de destino, para hacer llamadas y para

consultar con las autoridades que nos pudieran ayudar:

Un guardia, al que le contamos el caso sin muchos detalles, nos recomendó que nos

dirigiéramos directamente a un hospital; pero su capitán, que por supuesto era más

inteligente que él, -ya que por algo había llegado más alto, a pesar de medir una cuarta

menos que él y de pesar la mitad de lo que pesaba él-, decretó que el caso era para la

policía o para la morgue.

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Un policía de tránsito que nos escuchó aburrido, nos informó que habíamos:

“Abandonado y quizá contaminado el lugar de los hechos”, que podíamos tener

problemas con el seguro y que la jurisdicción correspondía a la ciudad que habíamos

dejado.

Ninguno de los representantes de la ley que consultamos, consideró necesario ver el

cadáver.

De la línea nos dijeron que todavía no habían encontrado al encargado y que siguiéramos

hasta el terminal de autobuses que era nuestro destino original; así que continuamos el

viaje.

No creo que los demás pasajeros nos hubieran permitido devolvernos, al menos no sin

actos de violencia.

A la ciudad donde viven mis suegros se entra de bajada, pasando por un atasco de tránsito

que usualmente dura hora y media. Es como si de entrada la ciudad te dijera: Mira

campesino, aquí tú no eres nada, haz la cola y no fastidies mucho porque estoy muy

ocupada.

La mayor fuente de empleo en ella, es una burocracia espesa y pesada, que vive de

encontrar atajos entre los vericuetos de la inextricable normativa que rige cada uno de los

procesos que realizan las cosas vivas.

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Ya me había fumado tres cigarros con el ayudante, ambos disfrutábamos con

camaradería, de la responsabilidad de trasladar al gentío quejumbroso e impaciente por

llegar a su destino, que estaba detrás de la cortina.

Ya estaba calmándome cuando vi al gemelo idéntico del tipo de la pistola; estaba

vendiendo el video del último escándalo. El ayudante, -que solo había visto al tipo de la

pistola con el rostro ensangrentado-, no le encontraba ningún parecido, pero yo sabía que

tenían que ser familia y no política.

El tipo estaba mirando al autobús y hablando por su teléfono, no me gustó su manera de

mirarnos. Le rogué al ayudante que no dejara subir a nadie, pero cuando me preguntó:

¿será de verdad ELLA?, ¡no creo!, !tiene que ser un montaje¡ Otra vez comencé a

preocuparme.

La primera mitad de mi primer día como padre estaba muy acelerada y violenta; tenía

sueño, resaca, cansancio, una mano magullada, poco dinero, el presentimiento de que

cosas peores se avecinaban y el efecto del desodorante se me estaba pasando, además no

me sentía a gusto con el problema de mis golpes automáticos.

El gemelo del tipo de la pistola, se le acercó al ayudante y le gritó por la ventana: ¿Quién lo

iba a creer? Pero yo lo he visto tres veces en la casa y no es un montaje.

El ayudante le contestó, esperanzado: ¿Cuánto vale?

Y el gemelo respondió: Para los choferes es gratis.

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Cruzando al frente, me hizo señas para que le abriera la puerta. Pasó al lado del bulto del

chofer muerto sin notarlo, le pasó un dvd al ayudante, corrió la cortina y gritó: Ante todo

un cordial saludo de bienvenida a nuestra bella ciudad: ¡Buenos días! Y a los dos o tres

buenos días que le llegaron de regreso y los gruñidos e insultos de los que había

despertado, los rebotó con otro ¡Buenos días!, más fuerte y comenzó entregarle dvds a

los pasajeros, mientras continuaba hablando: Porque lo cortés no quita lo valiente y aquí

estamos todos tratando de llevar la comida para la casa, yo tengo cinco muchachos míos y

tres adoptados y estoy desempleado, pero he conseguido este videíto que retrata la

hipocresía y el engaño, porque uno la ve seriecita a ella en la televisión actuando, pero

hermanas y hermanos, ciudadanas y ciudadanos, todos sabemos que la ociosidad es la

madre de todos los pecados y en este video que me bajé de la internet, están todos

reflejados, yo no soy quien para meterme en asuntos privados de la otra gente, pero las

estrellas, las artistas que todos amamos y respetamos deberían ser más cuidadosas,

porque ahora con cualquier teléfono lo pueden grabar a uno cometiendo las peores

imprudencias; porque si vamos a ver, cada quien puede hacer con sus partes íntimas, en su

tiempo libre, lo que más le convenga; pero lo que no puede uno es salir después a

echársela de santo en la televisión, ni a dar concejos de buen ciudadano enseñándonos

desde las leyes de tránsito hasta las de protección del medio ambiente. A las damas aquí

presentes les recomiendo que lo vean para contrastar su comportamiento decente y

educado de buenas esposas y ciudadanas, con el de esta estrellita alocada que no apreció

el privilegio de estar casada con el galán millonario que todas ustedes alguna vez han

secretamente soñado. Porque está bien un desliz, todo el mundo sabe que eso es humano,

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pero con otra mujer, ah... Eso si no lo toleramos quienes hemos decidido levantar nuestros

hogares en este país bien amado. Son muy baratos si tomamos en cuenta las lecciones que

enseñan; pasaré por sus asientos y a quienes de verdad no tengan el dinero para

comprarlo, se los voy a regalar; pero acuérdense de que tengo que mantener ocho

muchachos y a mi mujer que come más que todos ellos juntos y que nunca ha trabajado.

Durante el último mes había hecho este mismo viaje varias veces y sabía que el mismo

discurso, con muy pocas variaciones, servía para vender todo tipo de mercancías y apoyar

un montón de causas.

También sabía que algunos productores de televisión exigían a sus artistas pruebas de su

capacidad actoral, en las que demostraran cuanto deseaban la oportunidad de poder

trabajar en sus programas. Para tener con que recordarles lo que sentían cuando no eran

estrellas; cuando la fama, la ambición desmedida y la malcriadez se lo borraran de la

memoria.

Yo iba un metro detrás de él vigilándolo, aproveché para echarle una miradita a mi mujer,

ella me miró preguntándome mentalmente si le daba dinero para comprar el DVD, pero

yo hice como si no entendiera el idioma telepático. Jesusito continuaba dormido.

Al regreso, el hermano del tipo de la pistola ordenó cuidadosamente por denominaciones

los billetes en su cartera, dio las gracias y se despidió de todos los pasajeros, me hizo

señas para que me apartase porque quería bajarse y como de pasada le dijo al ayudante:

Mi hermano le manda a decir que si le puede devolver el regalo.

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Yo no me asusté porque estaba asustado hacía rato, el ayudante se puso pálido otra vez,

pero se repuso rápido y le contesto: Pregúntele que cuánto cuesta, para ver si le encargo

otro.

Y el hermano le contestó: Ya el me dijo que le pasara algo, pero no cuanto, ni me dijo que

le había regalado.

El ayudante se sacó de entre el pantalón y la barriga la famosa pistola, le sacó el cargador

y lo metió en el bolsillo derecho del pantalón, luego le pasó la pistola descargada al

hermano de su dueño, diciéndole: Por el regalo no es nada, pero las balas las guardo de

recuerdo. Dígale que en la vía nos la pasamos y de repente volvemos a encontrarnos.

El hermano le pasó unos billetes y le dijo: A la gente honrada siempre hay que darle algo,

para que no se desilusione; no se preocupe que yo arreglo eso con mi hermano y se bajó.

El ayudante mirando el cadáver del chofer dijo: Dios sabe lo que hace, si no es porque el

hermano del que se bajó, me hizo el trabajo, a mí me hubiera tocado hacerlo; ya hacía

tiempo lo estaba pensando. Era yo y un gentío, o él. Era un verdadero loco manejando. Me

dio un billete alto y me hizo señas para que comprara cigarros en un tarantín que ocupaba

tres metros de la isla del centro de la avenida y me dijo: Compra dos cajas de los caros.

Por aquí la gente dice que cada niño nace con un bollo de pan debajo del brazo, para

indicar que de alguna manera los recién nacidos propician la mejoría económica de sus

padres o encargados, yo me di cuenta de que eso era precisamente lo que me estaba

pasando.

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Mi primer día como padre

Decidí darle el vuelto completo al ayudante sin que tuviera necesidad de reclamármelo,

porque necesitaba ganármelo para que me ayudara a conseguir el trabajito que el mismo

acababa de dejar, para ocupar el del muertico que estaba apoltronado a mi lado en el

autobús.

Un año se pasa rápido, un año antes de que Jesusito naciera, yo había salido de esa

ciudad siendo un galán citadino que se proponía conquistar a la pueblerina muchacha rica

de busto desproporcionado que en ese momento lo estaba arrullando y después de

trabajar un año en el negocio de venta, importación y reparación de motores eléctricos de

su papá en la provincia, regresaba a mi ciudad natal, con el dinero justo para una semana;

con un hijo y con la misma mujer, que hacía apenas un año, me prestaba su teléfono

celular, cuando a mí se me acababa el saldo.

No es de extrañar que después de nueve meses de abstinencia sexual y un año sin fumar

ni tomar alcohol y ni siquiera salir a bailar, las cachetadas me salieran automáticas.

Pero tenía que calmarme y encontrar la manera de cobrarle la otra parte de mi liquidación

a mi suegro, que me la había retenido en una especie de fondo de ahorro para imprevistos

y que por motivos de una misteriosa enfermedad que ningún médico había podido

diagnosticar, vivía ahora con su mujer y un hijo, en mi añorado apartamento de soltero de

mi extrañada ciudad.

El plan de de mi suegro, para encontrar la felicidad antes de irse al cielo, era muy sencillo:

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1. Había pedido un préstamo bancario y lo había obtenido muy rápido, porque lo

había ayudado un candidato a yerno, que era jefe del departamento de créditos

del banco que se lo otorgó.

2. Había importado un montón de motores eléctricos de diferentes tamaños y la

carta de crédito, la nacionalización de la mercancía, los permisos y todos los

trámites, habían sido muy fáciles y rápidos por la ayuda de candidatos a yerno bien

situados en todos los ministerios y bancos.

3. Había puesto al yerno que ganó la competencia por la mano de su hija, a mantener

actualizados los precios en las etiquetas, a medida que la inflación y la devaluación

afectaban el precio de sus motores. Según él, los motores eléctricos no son

afectados por la obsolescencia, porque hace muchos años su diseño básico no ha

cambiado.

4. No estaba muy interesado en vender rápido, sabía que obtener otros créditos y

permisos le iba a ser un poco complicado. Los precios de sus motores eran

demasiado altos, porque estaban basados en el costo de su reposición, que era

casi imposible. Su negocio ideal era venderlos por partes como repuestos,

preferiblemente con el agregado de la mano de obra de su yerno, que trabajaba a

comisión sobre las ventas y que sabía cómo repararlos.

Por supuesto que en este esquema de negocios los sueldos altos están descartados de

antemano y los vendedores que solo ganen comisión, deben buscarse otro trabajo.

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Cada vez que hablábamos terminaba la conversación con un concejo, sus favoritos

siempre me invitaban a pensar a largo plazo. A veces estoy despreocupado pensando en

cualquier cosa y de repente me viene a la mente su rostro diciéndome: Pan para hoy

hambre para mañana, siembra hijo, siembra. Quienes me tratan se quejan de mis

impredecibles cambios de humor, creo que este párrafo les habrá explicado, a quienes lo

lean, algunos de los motivos de dichos cambios.

Le expliqué a mi mujer que probablemente tendría que ir a declarar a la policía, le di

dinero para un taxi, por si la enfermedad de su padre le impedía ir a buscarla al terminal,

en el carro que le había tenido que vender muy barato hacía un año. No quise cargarla con

mi maleta, yo mismo llamé a su padre y le pasé el teléfono después que lo saludé.

Efectivamente en el andén del terminal estaba esperándonos el abogado de la línea, se

presentó como: El doctor González-Gonzales, -con guión, ¿sabe?, porque es un apellido

compuesto -, apoderado jurídico del encargado y representante de la empresa para todos

los efectos legales. Me alertó sobre: “El daño que una mala declaración de un testigo

puede ocasionar en el más sencillo de los litigios” y me invitó a: “Repasar con él, los hechos

para que estuviéramos preparados para narrarlos ante las autoridades, cuando nos fuera

solicitado”.

Ya mi anterior yo, -que había estudiado leyes, pero que había tenido que abandonar sus

estudios, porque había embarazado a su novia-, estaba renaciendo en mí.

Ese muchacho, que también vendía seguros, sabía cómo modificar cualquier fecha en un

registro de una base de datos y era uno de los pocos autores de ficciones que había

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logrado que sus lectores las confundieran con la realidad. En sus obras literarias en línea,

el tiempo era flexible, casi un líquido que fluía en la dirección que él decidiera y ya se

estaba interesando en el problema que tenía esa línea de autobuses con los seguros de

sus bienes, empleados y pasajeros.

Yo estaba contento porque el doctor González – González había llegado rápido, pero

como es malo para los negocios hacer las cosas muy rápido; le pedí que me disculpara un

minuto porque tenía que despedirme de mi mujer y de mi hijo recién nacido. Creo que el

doctor pensó que me podía fugar y dejarlo sin un testigo favorable y gratuito, porque

insistió en acompañarme para conocer a mi familia. Le presenté a mi mujer, ella me dijo

que me podía quedar haciendo lo que fuera necesario y que no me preocupara por ella,

porque su hermano iría al terminal a buscarla. Se le olvidó devolverme el dinero que le

había dado para el taxi, porque del agujero negro donde ella guarda el dinero que le

entrego, no puede escapar ni el recuerdo.

Cuando me despedí de ella noté que Jesusito estaba tranquilito, creo que se rió conmigo;

me gusta pensar que esa fue la primera vez que me reconoció. También recuerdo que

pensé en ese momento, que iría a pescar muchas veces con él.

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