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CRISTIANO
Su origen y significado
Por
Rhayra
M.S.T.
CAPITULO PRIMERO
Hay muchos estudiantes de Teosofía que han sido, y son aún, fervientes
cristianos; y aunque su fe, ensanchándose gradualmente, ha perdido su or-
todoxia, han conservado gran afecto por las formas y ceremonias de la religión
en que nacieron. Para «líos es un placer oír recitar los antiguos rezos y <credos,
los salmos y cánticos tanto tiempo venerados, aunque tratan de encontrar en su
lectura un significado más alto y amplio que el que les da la interpretación
ortodoxa corriente.
He creído que podía ofrecer interés para esos estudiantes darse somera
cuenta del significado real y del origen de esas notables fórmulas fundamentales
de la Iglesia que se llaman los Credos, para que, cuando los oigan ó tomen parte
en su recitación, las ideas que les traigan á la mente sean las más grandes y más
nobles que con ellos se relacionaron en su origen, y no las del materialismo que
extravía, hijas del error moderno.
He hablado de las ideas que con ellos se relacionaron en su origen; quizás
debiera decir las idea» relacionadas con la antigua fórmula sobre la cual se basa
la parte más valiosa de ellos. Porque ni por un momento es mi ánimo decir que
ningún número considerable de los miembros, ni aún de los jefes, de la Iglesia
que recitan ahora esos Credos han conocido desde hace muchos siglos su verda-
dero significado. Ni siquiera pretendo que los concilios eclesiásticos que los han
editado y autorizado se hayan dado nunca cuenta del significado completo y
glorioso de las sonoras frases que han usado; porque se había perdido mucho
del significado verdadero, se habían introducido mu chas corrupciones
materializadoras, mucho antes de que se convocaran esas desgraciadas asam-
bleas.
Pero hay un punto que á lo menos parece cierta que estrechada,
degradada y materializada como lo ha sido la fe Cristiana, corrompidas casi
hasta ser imposible reconocerlas como lo han sido sus escrituras, por lo menos
se ha hecho una tentativa por alguno de los altos poderes para guiar á los que
han compilado esos grandes símbolos llamados los Credos para que, cualquiera
que fueran sus conocimientos, su lenguaje transmita todavía con claridad las
grandes verdades de la antigua sabiduría á todos los que tengan oídos para oír; y
mucho de lo que en esas fórmulas parece falso é incomprensible, cuando se
trata de leerlas conforme á las ideas falsas modernas, se vuelve inmediatamente
luminoso y muy significativo, cuando se comprenden con ese sentido interno
que lo exalta de un mentó de biografía dudosa á una declaración de verdad
eterna.
Lo que me interesa es la aclaración de este sentido interno de los Credos;
y aunque al escribir sobre el particular tendré que hacer alguna referencia á su
historia real, no necesito decir que de ningún modo pienso abordar el asunto
desde el punto de vista literario corriente. Los detalles que pueda dar sobre los
Credos, no proceden ni de la comparación d« los antiguos manuscritos, ni del
estudio de las voluminosas obras de los autores teológicos; son el simple
resultado de una investigación de los anales de la Naturaleza por, algunos
estudiantes de ocultismo. Su atención fue inciden-talmente atraída á este asunto
mientras seguían una línea de investigación muy distinta. Y se vio entonces que
ofrecía suficiente interés para que se le examinara más á fondo y
minuciosamente.
Quizás sea nuevo para algunos de mis lectores que existan esos anales de
la Naturaleza, que haya métodos que hagan posible restablecer con absoluta
certeza la verdadera historia del pasado. Que esto puede hacerse, es un hecho
bien conocido de los que han estudiado el asunto, y gran parte de la historia
antigua del más vivido interés ha sido ya examinada de este modo. Explicar el
procedimiento estaría fuera del alcance de este tratado, y remito á los que
deseen mayores detalles á mi pequeño libro sobre «Clarividencia».
El Credo de Nicea
Su fecha é historia
CAPITULO II
Su origen
Materialismo y degradación
Desastroso error
Para darnos cuenta exacta de la forma del Credo que fue el producto de
ese Concilio tan turbulento, copio á continuación una esmerada traducción
publicada por Mr.Mead en el «Lucifer., vol.IX, pag.204:
Pero los que digan «Hubo un tiempo en que él no fue», y «antes de ser
engendrado él no fue», y que «él vino á la existencia de lo que no era», ó
quienes profesen que el Hijo de Dios es de una persona ó substancia diferente,
ó que es creado, ó mudable, ó variable, están anatematizados por la Iglesia Ca-
tólica.»
Se verá que si bien esta forma es bastante análoga á la que se emplea
ahora en el servicio de comunión de la Iglesia de Inglaterra, hay sin embargo
algunos puntos de diferencia de no escasa importancia. Muchas de las
corrupciones materialistas semihistóricas no han entrado todavía, aunque ya la
fatal identificación de Cristo con Jesús, y de ambos con el Segundo Logos, se
manifiesta con demasiada claridad. Pero puesto que todas las versiones
convienen en que los miembros de ese célebre concilio eran en su mayoría
fanáticos ignorantes y turbulentos, reunidos principalmente por la esperanza
de impulsar sus intereses personales, no es de extrañar que para ellos el
concepto más estrecho fuese más recomendable que el más ancho. Sin em-
bargo, es 'e notar que no aparece la confusión de la concepción por el Espíritu
Santo y el nacimiento de la Virgen María; que el símbolo de la crucifixión no se
degrada á un hecho histórico, y que no se ha tratado groseramente de dar
apariencia de verosimilitud á la leyenda insertándole una fecha completamente
inexacta en la forma de una referencia sin comprobación á ese desgraciado y
tan calumniado Poncio Pilatos.
Todas estas cláusulas que faltan aparecen no obstante en lo que se llama
«La Confesión Romana», á la que se atribuye habitualmente una fecha más
remota; pero para nosotros no tiene interés alguno esta discusión, puesto que
reconocemos que la mayor parte de las cláusulas no son sino meras variantes
de la fórmula de iniciación egipcia, que ciertamente había existido por muchos
siglos.
La materialización de los evangelios
CAPITULO II
El descenso en la materia
Se ha dicho con frecuencia que cada uno de loa planos de nuestro universo
está subdividido en siete subplanos y que la materia del subplano más elevado
de cada uno puede considerarse como atómica con relación á su plano
particular, es decir, que no puede llevarse más adelante la subdivisión de sus
átomos sin pasar de ese plano al inmediatamente superior. Ahora bien: esos
siete subplanos atómicos, tomados en sí mismos y sin relación alguna con
ninguno de los otros subplanos que son llamados más tarde á la existencia por
las diferentes combinaciones de sus átomos, componen el más bajo de los
grandes planos cósmicos, y son ellos mismos sus siete subdivisiones (Véase el
Diagrama II.)
Así que antes de qué un sistema solar venga á la existencia, tenemos en
su sitio futuro, por decirlo así, sólo las condiciones ordinarias del espacio
interestelar, es decir; que tenemos probablemente materia de las siete
subdivisiones del plano cósmico inferior, y bajo nuestro punto de vista esto es
simplemente la materia atómica de cada uno de nuestros planos sin las
diferentes combinaciones que estamos acostumbrados á concebir como esla-
bonándolos gradualmente de uno á otro.
Ahora bien: en la evolución de un sistema la acción de los tres principios
ó aspectos más altos de su Logos (generalmente llamados los tres Logoi del
sistema) sobre esta condición del estado anterior, tiene lugar en lo que
podíamos llamar un orden invertido. En el transcurso de la gran obra, cada uno
de ellos emite su influencia, pero la emanación que primero se manifiesta con
relación al tiempo es la de aquel principio de nuestro Logos que corresponde á
la mente en el hombre, aunque por supuesto en un plano infinitamente más
alto. Esto es lo que generalmente se llama el Tercer Logos, ó Mahat, que
corresponde al Espíritu Santo en el sistema Cristiano, el «Espíritu de Dios que
incuba echado sobre la superficie de las aguas» del espacio trayendo así á los
mundos á la existencia. En el Diagrama II se ha tratado de indicar el esquema
de los planos de la Naturaleza, tal como se estudian en la enseñanza Teosófica.
Sin embargo, un diagrama de este género, á la vez que es un gran auxilio para
nuestras mentes en una dirección, es invariablemente una limitación en otra;
así que al estudiarlo es necesario tener en cuenta ciertas condiciones. Al hablar
del movimiento de la materia más sutil hacia la más grosera, se acostumbra
emplear la palabra «descenso» y por esta razón parece natural representar estos
planos de materia en un diagrama como si estuvieran unos sobre otros, al igual
que las tablas de un estante y realmente no hay otro método por el cual sus
relaciones puedan ser expresadas con tanta claridad en un diagrama. No
obstante, en realidad la materia de todos estos planos ocupa el mismo espacio, y
esta aparente imposibilidad se explica fácilmente por un sistema de
interpenetración. La ciencia nos enseña que el éter penetra cualquier substancia
física, aun la más dura y densa, y que hasta en el diamante mismo no hay dos
átomos ó moléculas que se toquen, sino que cada uno flota en un océano de éter.
La ciencia no ha dado todavía el paso inmediato, que la llevaría á reconocer que
el éter es también atómico y que á su vez sus átomos tampoco se tocan, sino que
flotan en un océano de materia más fina á la que damos el nombre de astral. Los
átomos astrales á su turno flotan en la materia mental, y así sucesivamente
hasta donde puedan alcanzar los sentidos más altamente desarrollados de
cualquiera investigador. De modo que cuando hablamos de la vida Divina
«descendiendo» dentro de la materia, debe comprenderse con claridad que esto
no implica ningún movimiento en el espacio, sino la simple vivificación de
grados ó estados de materia de densidad cada vez mayor.
DIAGRAMA III
En el Diagrama III vemos de nuevo los siete planos de nuestro universo
dispuestos como indicamos antes pero ahora no se expresan los nombres. En el
Diagrama II los tres Aspectos ó Personas del Logos están representados como
ya descendidos á nuestro sistema de planos y manifestándose en el séptimo,
sexto y quinto respectivamente. Sin embargo, en el Diagrama III, nos
suponemos en presencia de un estado anterior y por tanto los símbolos de los
tres Aspectos están colocados fuera del tiempo y del espacio, y sólo las
corrientes de influencias desprendidas de ellos descienden á nuestro sistema de
planos. Los símbolos que aquí empleamos para designar las tres Personas son
de una gran antigüedad, y copiados de los que empleó Mad. Blavatsky para
representar los Aspectos correspondientes al Más Alto Logos de todos. Como
será necesario volver á tratar de este simbolismo con algún detalle, no diré más
de ello por ahora, y simplemente adelantaré que los tres signos colocados uno
sobre otro representan en su debido orden lo que Be llama comúnmente las tres
Personas de la Trinidad.
Se notará que de cada uno de ellos se proyecta una emanación de vida ó
fuerza hacia los planos inferiores. La primera de ellas es la línea recta que
desciende desde el Tercer Aspecto; la segunda es la parte del óvalo que queda á
nuestra izquierda la corriente que desciende del Segundo Aspecto hasta tocar el
punto más bajo de la materia, y se eleva por el lado derecho hasta el nivel
mental más bajo. Se verá que en estas dos emanaciones la vida divina va
obscureciéndose y velándose á medida que desciende en la materia, hasta que
en el punto más bajo apenas podemos reconocerla como divina; pero á medida
que vuelve á levantarse después de haber pasado por su nadir se muestra con
alguna más claridad. La tercera emanación que desciende del Aspecto más alto
del Logos difiere de las otras en que no se nubla con la materia á través de la
cual pasa, conservando sin empañar su virginal pureza y esplendor. Se notará
que esta emanación sólo desciende hasta el nivel del plano búdico, y que el
enlace entre las dos está formado por un triángulo en un círculo representando
al alma individual del hombre el ego que reencarna.
El triángulo procede de la tercera emanación y el círculo de la segunda; pero
á esto tenemos algo que agregar más adelante. Por el momento dirijamos
nuestra atención á la primera de esas grandes corrientes que descienden del
Tercer Aspecto del Logos.
El resultado de esta primera emanación es avivar la maravillosa y gloriosa
vitalidad que compenetra toda la materia (por más que pueda aparecer inerte á
nuestra obscura visión física), de modo que los átomos de los diversos planos
desarrollan, electrizados por ella, toda clase de atracciones y repulsiones
latentes, y entran en toda especie de combinaciones, trayendo gradualmente á la
existencia todas las subdivisiones inferiores de cada nivel, hasta que vemos
actuando por completo la maravillosa complexidad de los cuarenta y nueve
subplanos como los tenemos hoy.
Esta es la razón por la cual en el símbolo de Nicea se describe con tanta belleza
al Espíritu Santo como «el Señor y dispensador de vida»; y puede tenerse algo
que indique el método de Su trabajo estudiando con cuidado el escrito de Sir
"Williams Crookes sobre «El génesis de los elementos», leído ante la
Institución Real de la Gran Bretaña el 18 de Febrero de 1887.
La segunda emanación
La vida en el mineral
Hace poco tiempo el mero hecho de que una vida definida pudiera
manifestarse en el reino mineral hubiese sido controvertido por todo el que no
fuera estudiante de ocultismo; pero los descubrimientos recientes están
alterando gradualmente el punto de vista científico materialista anterior.
Durante los últimos años las investigaciones hechas en tres distintas direcciones
se han aunado para demostrar la realidad de la vida en el mineral. Los estudios
del profesor Bose de Calcuta han demostrado que un mineral puede ser
envenenado, y los químicos alemanes se han dedicado á investigar á fondo una
enfermedad infecciosa que han llamado la peste de la hoja de lata, que ataca á
los techos de lata, y puede comunicarse de un tejado á otro. Hasta esperan
adquirir de este estudio grandes ventajas prácticas y una seguridad
adicional; porque creen que sea posible aprender por medio del mismo á evitar
muchos accidentes originados por lo que hasta ahora se ha supuesto causas
inevitables como, por ejemplo, la ruptura súbita é inexplicable de los zunchos
de acero. Ahora, todo lo que pueda hacerse para resguardarnos contra los
accidentes que pudieran originarse es probar el zuncho con frecuencia para ver
si tiene grietas ocultas. Indican también que en muchos casos el decaimiento
repentino puede ser originado por la debilidad producida por una enfermedad,
y que podría ser útil someter á los metales á una prueba adicional de salud.
Pero la más sobresaliente, completa y satisfactoria demostración de la
existencia de la vida en el mundo mineral es la obtenida por las investigaciones
experimentales del profesor Otto von Schron de Nápoles. Empleando
instrumentos microfotográficos de un poder excesivo ha podido observar en
detalle varios procesos cuya existencia jamás se había sospechado. Ha hecho ver
que los cristales no sólo poseen movimiento sino que están dotados del poder de
reproducirse, y que manifiestan varios procedimientos de generación
exactamente análogos á los empleados por el reino vegetal. Nos da ejemplos
claros de generación por división, por injerto y por endogénesis con emigración.
En este último caso el nuevo cristal se forma y viene á la superficie del cristal
madre, separándose por un doble movimiento, propulsivo y rotatorio, exacta-
mente como lo hacen los zoosporas del alga.
Cuando estuve la última vez en Nápoles, tuve la oportunidad, gracias á la
amabilidad del profesor von Schron, de examinar un gran número de sus
bellísimas fotografías, y de ver asimismo algo del mecanismo por el cual se han
obtenido sus maravillosísimos resultados. En la «Revista Teosófica» volumen
XXXI, página 142, podrá verse un bosquejo de estas interesantísimas
investigaciones. En cuanto al poder de evolución que posee el reino mineral, no
podré hacer nada mejor que citar un notable fragmento de la «Ética del polvo,
página 232, de Ruskin.
«Cualquier cosa se halla en un estado puro y santo cuando todas sus partes
se entreayudan y permanecen estables. La más alta y la primera ley del
universo, y por tanto la vida bajo otro nombre es «la ayuda». El otro nombre de
la muerte es «la separación.» El gobierno y la cooperación son en todas las
cosas y eternamente las leyes de la vida. La anarquía y la competencia son
eternamente y en todas las cosas las leyes de la muerte.
Quizás el mejor ejemplo, por ser el más familiar que pudiésemos tomar de la
naturaleza y poder de la estabilidad, sea el de los cambios posibles en el polvo
que pisamos.
»Excepto la putrefacción animal no es difícil encontrar un tipo más acabado de
impureza que el fango ó lodo de los senderos húmedos y muy transitados de
los alrededores de una población manufacturera. No me refiero al fango de
los caminos, porque está mezclado con excretas animales; pero tomemos una
onza ó dos del fango más negro de un trillo transitado, en un día de agua,
cerca de una ciudad manufacturera. En la mayoría de los casos
encontraremos el lodo compuesto de arcilla (ó polvo de ladrillo, que es arcilla
quemada), mezclado con hollín, un poco de arena y agua, y estos elementos
están en continua guerra unos con otros, destruyendo recíprocamente su
naturaleza y su poder, compitiendo y combatiendo por el lugar que ocupan á
cada paso nuestro; la arena expulsando á la arcilla, la arcilla expulsando al
agua, y el hollín mezclándose en todas partes y manchándolo todo.
Supongamos que se deje á esta onza de fango en un reposo perfecto, y que
sus elementos se reúnan, cada uno con los de su clase, de manera que sus
átomos puedan ponerse, en las relaciones más íntimas posibles.
>Empecemos por la arcilla. Despojándose de las substancias extrañas, se
transforma gradualmente en una tierra blanca, muy bella ya, y dispuesta, con la
ayuda del fuego que la cuaje á que la hagan la más fina porcelana, y á que la
pinten y la guarden en los palacios de los reyes. Pero esa consistencia artificial
no es la mejor á que puede llegar. Déjesela aún quieta, para que siga su
propio instinto de unidad y se vuelva, no sólo blanca, sino clara; no sólo clara,
sino dura; no sólo clara y dura sino dispuesta de tal manera que trata á la luz de
modo maravilloso recogiendo de ella sólo sus más lindos rayos azules,
desechando todo el resto. Entonces la llamamos zafiro.
«Habiendo alcanzado este estado final de la arcilla, demos análogas
condiciones de quietud á la arena. También se vuelve primero una tierra blanca,
procediendo después á adquirir claridad y dureza, y por último se dispone en
misteriosas líneas paralelas é infinitamente finas, que tienen el poder de reflejar
no sólo los rayos azules sino los azules, verdes, violáceos y rojos de la mayor
belleza que puedan verse á través de cualquiera materia dura. Entonces le
llamamos ópalo.
«Siguiendo el orden, el hollín se pone á trabajar. No puede hacerse blanco al
principio, pero, en vez de desalentarse trabaja con más y más fuerza, y al fin se
vuelve claro y la substancia más dura del mundo; y por la negrura que tuvo
obtiene en cambio el poder de reflejar todos los rayos del sol á la vez, con el más
vivido destello que puede irradiar sólido alguno. Entonces lo llamamos
diamante.
»A1 fin de todo el agua se purifica, ó se une; bastando á contentarla el
alcanzar solamente la forma de una gota de rocío; pero si se insiste en que
proceda á una consistencia más perfecta, cristaliza en forma de estrella. Y por
una onza de lodo que teníamos, gracias á la economía política de la
competencia, tenemos, por la economía política, de la cooperación, un zafiro,
un ópalo y un diamante engarzados en una estrella de nieve. >
El reino vegetal
Todo esto nos ayuda á comprender como la consciencia crece lenta pero
firmemente. Tenemos la vida y la evolución en el mineral y los primeros débiles
inicios de deseo como se manifiestan en la afinidad química; pero en el reino
vegetal encontramos al deseo más marcado y decidido y que la fuerza de vida
trabaja activamente en favor de la evolución de un modo mucho más definido.
Muchas plantas despliegan gran ingenio y sagacidad para lograr sus fines, por
más limitados que sean éstos. No nos sorprenderá por consiguiente ver que la
faja del Diagrama IV, que simboliza la consciencia en el reino vegetal, indica un
grado considerable de adelanto. El ancho completo de la faja se extiende tanto
en la subdivisión más alta como en la inferior del plano físico, y la punta que
penetra el plano astral ha aumentado mucho en tamaño. Sólo en los últimos
años, desde que se ha estudiado la botánica desde el punto de vista biológico,
hemos empezado á comprender lo maravillosas que son las plantas en realidad
que hemos hecho un estudio eficaz de su consciencia, de sus hábitos y de sus
tendencias. Nada hay más marcado que sus inclinaciones y repulsiones; casi que
no es una exageración decir que escasamente existe una virtud ó un vicio
conocido á la humanidad que no tenga su representación entre ellas. Hubo un
tiempo en que se consideraban las flores creadas para el placer del hombre, pero
ahora nos hemos dado cuenta de que la vida que anima la planta adapta todas
sus partes maravillosísimamente á la obra que tienen que hacer en beneficio del
organismo considerado como un todo. Puede decirse que una planta ó un árbol
es una colonia de organismos vegetales. Desde el punto de vista de la planta, la
flor, que nos parece la culminación y la meta del todo, es realmente una hoja
abortada y degradada, aunque también tiene sus funciones que llenar. Podemos
decir que las hojas actúan como acumuladores de energía porque fijan el
carbono y ponen en libertad el oxígeno; las flores, por otra parte, consumen
energía porque necesitan oxígeno y ponen en libertad bióxido de carbono. Las
hojas almacenan materias alimenticias en los tallos y renuevos, mientras que las
flores las consumen nunca de modo egoísta, entiéndase bien, sino siempre en
interés de la planta considerada como un todo, y para realizar sus deseos de
fundar una familia. Lenta y firmemente almacenan energía, y después la gastan
con rapidez comparativa. Las bocas de las hojas están en su superficie inferior, y
son tan pequeñas que una pulgada cuadrada de una hoja ordinaria de lila
contiene un cuarto de millón de ellas. Los hombres y los animales arrojan al aire
diariamente cuarenta y cinco millones de toneladas de bióxido de carbono, y sin
embargo, todo esto lo absorben esas bocas pequeñísimas ó, para hablar con más
propiedad, extraen el carbono que contienen.
La adaptabilidad de las plantas es maravillosa. Todas las plantas
trepadoras, por ejemplo, han adquirido el poder de trepar con el fin de alcanzar
la luz del sol, y han desarrollado los órganos necesarios para este objeto garfios
ó tijeretas ó raíces adventicias, y algunas veces simplemente el poder de
enroscarse. Ciertas variedades de flores se desarrollan con el fin de atraer
diferentes clases de insectos, y muchas de estas adaptaciones son in-
geniosísimas. Algunas flores, por ejemplo, cuidan de presentar un labio para
que se posen los insectos, y lo disponen de manera que las vibraciones que
océano. También se muestra la sagacidad de las plantas en las precauciones que
toman para su defensa. Algunas desarrollan flores sobre sus frutos para
guarecerlos de la lluvia y del rocío; otras producen secreciones venenosas para
salvarse de la rapiña de los insectos. Otras producen con este fin laca ó pelo,
como el gordolobo, mientras algunas tratan de protegerse de ser comidas
armándose de púas y de espinas, como muchas plantas de las más familiares, ó
impregnándose con sílice, como la cola de caballo. Pudieran citarse otros
muchos casos de su curiosa habilidad, pero pueden encontrarse en los últimos
libros de botánica, así es que pasamos ahora al siguiente escalón.
El reino animal
El Padre
El Hijo
La encarnación
Poncio Pilatos
La crucifixión
El símbolo de la cruz
Hay por desgracia un error muy grosero que prevalece mucho en relación
con este asunto, que debemos desarraigar por completo de nuestras mentes
antes de poder esperar considerarlo con provecho, el error del falicismo.
Muchos autores parecen completamente obsesados por esta sucia idea, y sólo
ven emblemas fálicos en todos los símbolos más santos de la antigüedad; ya se
trate de la cruz, del triángulo, del círculo, de la pirámide, del obelisco, de la
dagoba ó del lotus, para su pervertida imaginación sólo pueden tener un
significado obsceno.
Felizmente la investigación oculta nos da la certeza (como en verdad lo
indicaría el sentido común sin esa ayuda) de que esta desagradable teoría del
origen de toda religión está absolutamente desprovista de fundamento. En
todos los casos examinados hasta el presente se ha encontrado que, en los
primeros y más puros pasos de cualquier religión, no se pensó en nada que no
fuera el significado espiritual con relación á loa diferentes símbolos, y que
cuando se aludía á la creación, se trataba siempre de la creación de ideas por la
mente divina. Por otra, parte, siempre que se encuentran. símbolos fálicos y
ceremonias de carácter indecente asociados con una religión, pueden tomarse
como signo seguro del decaimiento de dicha religión, como una indicación de
que en el país en que puedan verse dichos emblemas y prácticas, por lo menos la
prístina pureza de la religión se ha perdido y su poder espiritual se está
agotando rápidamente.
Nunca y bajo ninguna circunstancia, el falicismo y la indecencia forman
parte del concepto primitivo de una gran religión, y la teoría moderna que todos
los símbolos tuvieron en su principio algún significado obsceno en las mentes de
los salvajes que los inventaron, y que, al llegar en el transcurso del tiempo una
nación á un nivel más elevado, avergonzándose de esas groseras ideas inventaba
interpretaciones espirituales rebuscadas para velar su inmodestia, es
exactamente lo contrario de la verdad. La gran verdad espiritual siempre viene
primero, y es sólo después de muchos años, cuando ha sido olvidada, que una
raza degenerada trata de atribuir un significado grosero á sus símbolos.
El verdadero significado
La cruz latina
Ahora bien: este gran sacrificio, el descenso del Segundo Aspecto del
Logos en la materia en forma de esencia monádica, se presentaba con bastantes
detalles en símbolos en el ritual de la forma egipcia de la primera de las grandes
iniciaciones que los budistas llamaban el Soban ó Sotapatti; y según se ha dicho
antes, el Cristo había usado con frecuencia la descripción de la parte exotérica
de sus ceremonias para ilustrar y dar fuerza á sus enseñanzas sobre este asunto.
Probablemente hasta les recitó el texto exacto de la fórmula, ó instrucción que
daba el hierofante que oficiaba, porque éste y los siguientes pasajes del Credo
recuerdan su forma de modo que llama la atención; casi la única variante es la
del modo á que fue necesario adaptar las frases en su nueva exposición. La
fórmula que pasó á los egipcios de los exponentes de magia atlante en remotas
edades, decía así:
«Entonces se ligará el candidato á la cruz de madera, morirá, será
enterrado y bajará al mundo inferior; después del tercer día se le traerá de den-
tro de los muertos, y se le llevará al cielo para que esté á la diestra de Aquel de
Quien procede, habiendo aprendido á guiar á los vivos y á los muertos».
La cámara de iniciación estaba á menudo bajo tierra en los templos
egipcios, probable y principalmente por la conveniencia de tener secreta su
situación, aunque esta disposición pudo también obedecer al propósito de que
formase parte del simbolismo del descenso en la materia que formaba parte tan
prominente en estos antiguos misterios. Puede haber habido una cámara
análoga en, Ó bajo, de la gran Pirámide, pues sólo una parte muy pequeña de su
inmenso volumen ha sido investigada hasta la fecha, ó quizás sea posible de
investigar.
En esta cámara tenían lugar las ceremonias relacionadas con la
iniciación. Dejando á un lado todo lo largo y cansado de la primera parte, con la
que nada tenemos que ver por ahora, llegamos al final, cuando el candidato se
extiende voluntariamente sobre una gran cruz de madera ahuecada, de manera
que pudiese recibir y sostener la figura humana. A ella se ataban ligeramente
sus brazos, teniéndose cuidado de dejar suelta la extremidad de la cuerda para
simbolizar la naturaleza completamente voluntaria del cautiverio.
El candidato pasaba después al estado de trance profundo, ó en otros
términos, abandonaba el cuerpo físico y durante ese tiempo funcionaba entera-
mente en el astral. Mientras estaba en esta condición se llevaba su cuerpo á una
bóveda más abajo aún, debajo del piso de la cámara de iniciación, y se colocaba
en un inmenso sarcófago, procedimiento que, en lo que al cuerpo físico
concierne, no estaba mal simbolizado con la muerte y el entierro.
El descenso al infierno
La resurrección
«El tercer día resucitó de entre los muertos». Es seguro que los
estudiantes pensadores de la narración admitida del evangelio habrán notado
que para describir el intervalo entre el viernes por la tarde y el domingo por la
mañana muy temprano, como de tres días completos, se necesita cierta cantidad
de licencia poética. Puede sostenerse que ese intervalo no es incompatible con lo
que dice el Credo que resucitó «al tercer día»; pero la persona que adujese este
argumento poco ingenuo, habría de ignorar por completo el aserto definido que
se atribuye á Jesús, de que «el Hijo del Hombre tiene que permanecer tres días
y tres noches en el corazón de la tierra.»
La explicación real de estas aparentes diferencias que confunden, resulta
bastante clara cuando se adopta la interpretación verdadera. En los postreros y
degenerados días de los Misterios, cuando se trató de reducir los requisitos y de
facilitar la entrada para candidatos de menor mérito, incapaces de pasar al
estado de trance, se vio que pasar en una reclusión estricta en el plano físico las
setenta y siete horas, tan bien ocupadas antes en el astral, era insufriblemente
fastidioso para ciertos tipos de mente; así, pues, los hierofantes serviles del
último período tuvieron por conveniente descubrir que setenta y siete era un
simple error material de veintisiete, y que la forma primitiva del ritual
«.después del tercer día» sólo significaba en realidad cal tercer día», con lo que
evitaban á sus nobles señores dos días enteros de lo que en realidad era una
reclusión solitaria.
Esta última y degradada forma se representa con bastante exactitud en el
simbolismo que se emplea en los evangelios; pero no puede haberse adoptado
nunca hasta después de olvidado el significado real del ritual primitivo.
Solamente después de transcurridos tres días y noches completas y parte del
cuarto, se levantaba al candidato de los antiguos tiempos, que todavía estaba en
estado de trance, del sarcófago en que había permanecido, y se le llevaba al
exterior á recibir el aire en el lado Este de la Pirámide ó templo, para que los
prime ros rayos del sol naciente cayesen sobre su rostro y lo despertasen de su
prolongado sueño. Y cuando recordamos que todo este ritual simboliza el des-
censo de la segunda oleada en la materia, no se nos hace difícil ver por qué se
escogió este momento particular.
La esencia monádica emplea tres largos períodos ó rondas y parte de la
cuarta en nuestra cadena planetaria, sumergiéndose de más en más en la costra
de materia densa, y sólo al surgir el sol en la cuarta ronda, cuando los Señores
de la Llama aparecen sobre la tierra, es cuando dicha esencia se levanta de entre
los muertos y comienza á entrar en la potente corriente de su arco ascendente,
que á la postre la colocará á la diestra del Padre.
La ascensión
El Espíritu Santo
El átomo
«Quien habló por loa profetas.» Esta cláusula, es una de las primeras
que se agregaron en el Credo en el Concilio de Constantinopla, encierra un
error muy antiguo que no es difícil comprobar, y aunque no se refiere
directamente á la leyenda de Jesús, no obstante debe atribuirse á la tendencia
que hemos llamado (c). El significado de la expresión original que representa,
puede quizás traducirse mejor al inglés (1) por «Quien se manifiesta por medio
de sus ángeles»; y al recordar que en griego las palabras «ángel» y «mensajero»
son idénticas, vemos como en la mente del traductor judío, ansioso de hacer
resaltar que la nueva enseñanza era una continuación de su propia religión, lo
que para él parecía ser un pasaje obscuro refiriéndose á «manifestación por
medio de sus mensajeros», vino á ser interpretado como indicativo de la
inspiración de los profetas hebreos.
La religión judía, corrompida y groseramente materializada como estaba,
conservaba todavía alguna tradición de los mensajeros por medio de los cuales
el Logos se manifiesta á Sí mismo en la materia, los siete grandes arcángeles,
llamados más tarde «los siete espíritus ante el trono de Dios», los siete Logoi
menores (menores sólo en comparación con el esplendor inefable de la
Trinidad) que son la primera emanación de la Deidad. Pero era de todo punto
imposible que la referencia que á ellos se hace en el pasaje que se está estu-
diando, fuese comprendida por una mente ya obsesa da con la idea de que todo
lo que se decía de la Segunda Persona de la Trinidad, debía tomarse únicamente
como descriptivo de un instructor humano. Si la Segunda Persona no era sino
un hombre, y la Tercera una vaga influencia procedente de él, entonces los
mensajeros por medio de los cuales esa influencia se había manifestado ante-
riormente, tenían que ser por necesidad hombres también, y fue muy natural
que la supuesta inspiración de sus propios profetas viniese en seguida á la
mente de un israelita. La grandeza del verdadero concepto estaba muy por
encima de su alcance; ya lo había vulgarizado y degradado más de lo que puede
expresarse en palabras, y, por tanto, no vio nada malo en considerar á los
predicadores errantes de su propia insignificante tribu como directamente
dirigidos por la influencia del Supremo,
Que esta «manifestación por medio de los ángeles» es una vivida realidad, lo
sabe todo estudiante de ocultismo. En cada plano encuentra los siete grandes
tipos, no sólo de materia, sino de vida ó energía. En el plano astral, por ejemplo,
encuentra que todas las múltiples variedades de la esencia elemental pueden
agruparse en siete grandes clases, no aquellas que vigorizan la materia de los
siete subplanos, sino otra división completamente aparte de ésta, y que la cruza,
por decirlo así, en ángulos rectos- Encuentra que estas grandes divisiones se
extienden por toda la materia astral, que la energía que anima todo elemento
astral pertenece á una ú otra de estas clases. De estas siete, por tanto, está
construida toda forma astral, hasta el cuerpo astral de la planta, del-animal, ó
del hombre; y según que prepondere uno ú otro de estos tipos de esencia en sus
cuerpos astrales, pueden clasificarse los hombres por temperamentos, san-
guíneo, linfático, etc., ó agruparse bajo planetas, como lo hace el astrólogo, que
habla constantemente del hombre de Venus, ó de Marte, ó de Júpiter, y así
sucesivamente.
El estudiante de ocultismo que busca la razón que se halla detrás de todo esto, la
encuentra en el hecho de que la Vida Divina emanó en siete poderosas
corrientes paralelas por siete grandes Canales vivos, que aunque son
seguramente entidades separadas, son no obstante, en un sentido muy real, cen-
tros de energía en el Logos mismo. Cada uno de estos grandes Canales ha
dejado su marca indeleble en todo lo que ha pasado por él, y ha impreso un
carácter individual en la corriente de vida al verterla en los planos inferiores.
Además, se da cuenta de que cada uno de estos grandes Canales ó
especializadores es un glorioso Espíritu viviente, y de que la vida que se
desborda por cada uno sigue siendo Su vida, parte integrante del mismo. Por
tanto, de ello se sigue otra vez que el cuerpo astral del hombre, que éste ha
supuesto suyo, pertenece en realidad también á esos Grandes Seres, puesto que
la vida de cada uno de ellos está siempre pulsando en él. Así se manifiesta
siempre en verdad y viveza la Vida Divina, no sólo fuera de nosotros, sino
también dentro de nosotros, y siempre *por medio de sus ángeles», aquellas
portentosas luces vivas que son centros en aquella Luz más grande aún, que no
se pone nunca, sino que brilla eternamente.
«La comunión de los santos». Esto se interpreta de dos maneras por los
ortodoxos modernos. En la primera se le considera como una simple extensión
de la cláusula anterior, la Santa Iglesia Católica (que es), la comunión de los
santos». Es decir que la Iglesia consiste de la asociación de los santos de cada
tierra, de manera análoga á la que se acaba de explicar, excepto; por supuesto,
que en el sistema ortodoxo sólo los cristianos de cada nación son reconocidos
como hermanos. La otra interpretación da un sentido algún tanto más místico á
la palabra comunión, y explica la cláusula como indicativa de la asociación
íntima entre los cristianos que están en la tierra y los que la han abandonado,
loa benditos muertos, y más especialmente los de virtud trascendente, aquellos
á quienes por lo común se lea llama los santos.
Como ocurre con frecuencia, la verdad incluye ambas hipótesis, y, sin
embargo, es mucho más grande que cualquiera de ellas, porque el verdadero
significado de la expresión de la creencia en la comunión de los santos, es el
reconocimiento de la existencia y de las funciones de la Gran Fraternidad de
Adeptos que tienen á su cargo gran parte de la evolución de la humanidad. Así,
pues, en verdad la creencia en la santa Iglesia católica implica una extensión de
la idea de la fraternidad del hombre; y, sin embargo, también encierra la más
estrecha asociación posible y hasta la comunión con los más nobles de los que
nos han precedido. Pero es mucho mas que todo esto; porque da á los que lo
perciben en realidad y empiezan á comprender, aunque sea débilmente, lo que
significa, un sentimiento de paz y seguridad absolutas más allá de toda
comprensión, que no puede quebrantarse ni perderse por los cambios de esta
vida mortal.
Una vez realizado esto, por más viva que sea la simpatía que se tenga con los
múltiples sufrimientos de la humanidad, por más que no se comprenda mucho
de lo que se vea á nuestro alrededor, el elemento de falta de esperanza que daba
á todo un aspecto tan terrible, ha desaparecido, y ha desaparecido para siempre.
Porque aunque se sienten terribles misterios, que' hasta ahora sólo se han
explicado parcialmente, ocultos en muchos actos del gran drama de la historia
del mundo; aunque á veces se presenten preguntas internas á las que el hombre
no puede dar respuesta alguna, y á las que los más altos poderes no han dado
ninguna hasta la fecha, se sabe, no obstante, con la certeza absoluta nacida de la
experiencia, que el poder, la sabiduría y el amor que guían la evolución de que
formamos parte, tienen más fuerza de la necesaria para conducirla á su glorioso
fin. Se sabe que ninguna simpatía humana puede ser tan grande como la de los
que están detrás; que ninguno puede amar al hombre como Ellos, que se están
sacrificando por él. Y Ellos lo saben todo, desde el principio hasta el fin, y están
satisfechos.
«El perdón de los pecados»; ó como pudiera traducirse más literalmente del
griego, «la emancipación de los pecados». Para el aspecto más místico de la idea
simbolizada en la doctrina eclesiástica del supuesto perdón de los pecados,
puede ver el lector el artículo de Mrs. Besant que apareció en «The Theosophical
review» correspondiente á Noviembre de 1897, ó el capítulo sobre el mismo
asunto que se encuentra en el «Cristianismo Esotérico». No tenemos que
considerar aquí los desarrollos posteriores del dogma, sino más bien el
significado que se atribuía á esta cláusula en la fórmula primitiva, que era
comparativamente sencilla.
No se relacionaba con él ninguna idea que se pareciese ni siquiera
remotamente á la que indica la palabra moderna «perdón»; era una sincera de-
claración de que el candidato reconocía la necesidad de liberarse del dominio de
sus pecados antes de hacer ninguna tentativa para entrar en el sendero de
progreso oculto, y su espíritu se indicaría con mucha mayor exactitud por una
expresión de creencia en la renuncia de los pecados, más bien que en su
remisión. Esto tuvo en su origen el propósito de servir como recordatorio
definido del principio que requiere el desarrollo moral como requisito previo
absoluto para el adelanto, y una advertencia contra el peligro del método de las
escuelas mágicas más negras, que no exigían la moralidad como una condición
necesaria para el ingreso.
Tenía también otro significado más interno, relativo á una etapa más
elevada en el desarrollo del hombre, á/la que se alude con mayor claridad en la
fórmula que tiene esta cláusula en el símbolo de Nicea, ^reconozco un bautismo
para la remisión de los pecados;». Debemos tomar otra vez aquí la idea de
emancipación para substituir la de perdón, y recordando que el bautismo ha
sido siempre el símbolo de la iniciación, tenemos el concepto que podría
expresarse en la fraseología budista con la cual están más familiarizados los
estudiantes de literatura teosófica, así: «reconozco una iniciación para arrojar
las trabas.» El candidato manifiesta, al decir esto, que se ha propuesto
definitivamente como meta la iniciación que coloca sus pies en el Sendero de
Santidad, una iniciación dada únicamente por la Hermandad una en nombre
del Gran Iniciador, en y por la cual adquiere el poder de arrojar por completo las
tres trabas de la duda, la superstición y de la ilusión del yo. (Véase Protectores
Invisibles, cap. XVI).
El verdadero bautismo
«La resurrección del cuerpo». Aquí tenemos otra vez un caso análogo al
anterior, caso en que una doctrina muy sencilla y razonable en sí, cae
gradualmente en olvido y mala interpretación entre los ignorantes, hasta que se
erige para substituir á la verdad olvidada un dogma monstruoso y absurdo.
Cuantos libros se han escrito y cuantos sermones predicado en defensa de esta
enseñanza científicamente imposible de la resurrección del cuerpo físico, la
resurrección de la carne», como se le llama en un Credo inglés de allá por el año
1400, cuando siempre esta cláusula no ha significado nada más ni menos que
una afirmación de la doctrina de la reencarnación.
Esto, que en épocas más ilustradas era una creencia universal, había ido
desapareciendo gradualmente del conocimiento popular en el Egipto de los
tiempos modernos y en la Grecia y Roma clásicas, aunque por supuesto nunca
se perdió de vista en la enseñanza de los Misterios. Esto se menciona
claramente en la fórmula original dada por Cristo á sus discípulos, en donde se
hace una referencia á «la rueda de nacimientos y muertes»; y sólo fue la grosera
ignorancia de las épocas posteriores la que pervirtió la sencilla explicación de
que, después de la muerte, el hombre volvería á nacer sobre la tierra en forma
corporal, convirtiéndola en la teoría de que en una época futura recogería las
mismas partículas de las cuales su vehículo físico había estado construido en el
momento de la muerte y volvería otra vez á construir aquel cadáver con la
semejanza que entonces tenía.
Esa cláusula aparece ahora en el Credo de Nicea en una forma más
comprensible: «Espero la resurrección de los muertos», aunque en algunas de
las primeras variantes también se lee la resurrección de la carne. Sin embargo,
la sencilla idea que se quería indicar era la resurrección en un cuerpo, y no la
resurrección de aquel mismo cuerpo, en todas esas variantes. Considerando el
asunto con imparcialidad, parece cierto que ninguna otra cosa podía satisfacer
loa requisitos de la enseñanza que se daba. La razón nos lleva á suponer que el
cuerpo corruptible no puede volver á nacer; por tanto, lo que nace tiene que ser
el alma incorruptible. Puesto que esta alma debe nacer en un cuerpo, este tiene
que ser un cuerpo fresco, es decir, el de un niño.
No faltan pruebas aun en el plano físico, en apoyo de la teoría (que
nosotros sabemos por otros conductos que es la verdadera) de que la creencia
en la reencarnación era la de muchos en la supuesta época de Cristo, quien
también la profesaba y ensenaba. La metempsícosis de las almas era una de las
características distintivas de la Kábala judía, y tenemos el testimonio de
Josephus de que los Fariseos creían que las almas de los justos volvían á la
tierra en otros cuerpos.
Jerónimo y Lactancio atestiguan que la creencia en la metempícosis
existía en la Iglesia de los primeros tiempos. Orígenes no sólo expresa su
creencia en ella, sino que tiene buen cuidado de decir que sus opiniones sobre el
particular no están tomadas de Platón, sino de las instrucciones de Clemente de
Alejandría, quien había estudiado con Panteno, discípulo de los padres
Apostólicos. Todo induce á creer que la doctrina de la reencarnación constituía
uno de los «misterios» de la Iglesia primitiva, que se ensenaba por completo
sólo á aquellos que eran dignos de oiría.
Pero se encuentran pocas referencias á ella en los cánones de las escrituras,
tales como se aceptan en la actualidad, aunque hay algunas que no dejan lugar á
dudas. Una de ellas se encuentra en el relato del ciego de nacimiento que fue
llevado á Cristo para que lo curase. Loa discípulos preguntaron: «Maestro,
¿quien pecó, éste ó sus padres, para que naciese ciego?» Esta pregunta implica
en la mente de los que la hacían la creencia en gran parte de la doctrina
teosófica. Vemos que tenían un conocimiento definido de la idea de causa y
efecto y de la justicia Divina. Se presentaba el caso de un hombre ciego de
nacimiento, terrible dolencia, tanto para el hijo como para los padres. Los
discípulos se daban cuenta de que esto tenía que ser el resultado de algún
pecado ó locura; y su pregunta tenía por objeto averiguar de quién había sido el
pecado que había producido tan deplorable resultado. ¿Había sido tan malvado
el padre que hubiere merecido pasar por la pena de tener un hijo ciego? ¿O bien
era que el hombre mismo, en algún estado anterior de existencia, había pecado
y había merecido tan lamentable destino? Es claro que si este último era el caso,
los pecados que habían merecido este castigo tenían necesariamente que
haberse cometido antes de su nacimiento, es decir, en una vida anterior; así,
pues, las dos verdades fundamentales de las enseñanzas teosóficas estaban
claramente implicadas en esta pregunta. La respuesta de Cristo es muy digna de
tenerse en cuenta. Sabemos que en otras ocasiones no fue tardo en fustigar
doctrinas ó prácticas inexactas; muchas veces empleó palabras fuertes para
hablar á los Escribas, á los Fariseos y á otros. Si, por tanto, la creencia en la
reencarnación y en la justicia Divina fuesen falsas y tontas, debíamos
esperarnos á verle aprovechar esta oportunidad para increpar á sus discípulos
por tenerla; y sin embargo, vemos que no hace nada de eso. Acepta
sencillamente sus indicaciones como cosa corriente; no los increpa en modo
alguno y se limita á explicarles que ninguna de las dos hipótesis indicadas por
ellos es la verdadera causa de la enfermedad en este caso particular: «Ni éste
pecó, ni sus padres; sino para que las obras de Dios se manifiesten en él.»
Aquí tenemos una declaración clara y definida del mismo Cristo, que
naturalmente debe resolver el punto de una vez para todo el que crea en la
historia del evangelio y en la inspiración de las es-criaturas. Hablando de Juan
el Bautista, é inquiriendo cuáles eran las opiniones que se tenían generalmente
sobre él, termina la conversación diciendo con énfasis: «Y si queréis recibirlo, él
es aquel Elías que había de venir». Sé perfectamente que los teólogos ortodoxos
creen que Cristo no quiso decir lo que dijo en este caso, y desean que nosotros
creamos que trataba de explicar que Elías había simbolizado á Juan el Bautista.
En respuesta á tan falso argumento bastará preguntar ¿qué se pensaría del que
en la vida ordinaria tratase de explicar alguna cosa que se hubiese dicho de
modo tan burdo? Cristo conocía perfectamente bien la opinión popular que
existía sobre este particular; sabía muy bien que el pueblo lo suponía á él
mismo una reencarnación de Elías, ó de Jeremías, ó de alguno de los otros
profetas; no ignoraba que se había profetizado la vuelta de Elías, y que el pueblo
esperaba que llegase de un momento á otro. Por consiguiente, al hacer una
declaración directa como esta, tenía que saber perfectamente como habían de
entenderla sus oyentes. <Y si queréis recibirlo», es decir, si podéis creerlo, «éste
es el mismo Elías que estáis esperando.» Esta es una declaración absolutamente
inequívoca, y suponer que cuando Cristo la hizo, no quería decir lo que dijo, sino
que deseaba expresar algo vago y simbólico, es sencillamente acusarlo de
engañar á sabiendas al pueblo, haciéndole una declaración directa que tenía que
saber perfectamente bien que sólo podía tomarse en un sentido. O Cristo dijo
esto. Ó no lo dijo; si no lo dijo, ¿adonde va á parar la inspiración del evangelio?
Y si lo dijo, entonces la reencarnación es un hecho. Se encontrará este pasaje en
Mateo. XI, 14.
Algunas veces se da un significado mucho más alto á esta frase, «la
resurrección de los muertos», como se evidencia en el tercer capítulo de su epís-
tola á los Filipenses, en donde vemos á San Pablo describiéndose á sí mismo,
como < esforzándose» por alcanzar de alguna manera la «resurrección de los
muertos», ¿Qué puede haber sido esa resurrección por la cual él, el gran
Apóstol, encontró necesario esforzarse para poderla alcanzar? Es claro que no
podía ser lo que por lo corriente se entiende por ese término, porque el volver á
resucitar de entre los muertos el último día, es cosa que debe acontecer á todo el
mundo, tanto á los buenos como á los malos, y no había necesidad de esforzarse
para alcanzar eso, Lo que se está esforzando por alcanzar es, indudablemente,
aquella iniciación que libera al hombre tanto de la vida como de la muerte, que
lo eleva por encima de la necesidad de volver á encarnar sobre la tierra.
Veremos algunos versículos más adelante que estimula «á todos los que sean
perfectos» á que se esfuercen como se está esforzando él; no da este consejo á
los miembros ordinarios de la Iglesia, porque sabe que para ellos no es todavía
posible.
Resucitar de entre los muertos significa, pues, algunas veces
simplemente reencarnar, otras tomar. La primera gran iniciación, según el rito
egipcio, y otras tomar aquella iniciación aún más alta que permite al hombre
escapar por completo de la rueda de nacimientos y muertes, el samsará, como
la llaman los budistas.
"Y la vida perdurable". La forma semi poética que nuestros traductores
han dado á esta cláusula, ha llevado á los ortodoxos á ver en ello una referencia
á la vida eterna en el cielo, pero en realidad no tiene ese significado; es una
simple y sincera declaración de la inmortalidad del alma humana. En el Credo
céltico su forma es aún más sencilla, <Creo en la vida después de la muerte»; lo
que, en el símbolo de Nicea, se expresa por <la vida del mundo venidero», ó,
traduciéndolo más exactamente, «la vida de la edad venidera.»
CAPITULO V
El Credo de Atanasio
Quicunque Vult
59
Porque así como el alma racional y la carne son un
hombre, así Dios y el Hombre son un Cristo.
Quien sufrió por nuestra salvación, descendió á los
infiernos y resucitó al tercero día de entre los muertos.
Subió á los cielos, está sentado á la derecha del Padre
Todopoderoso, desde donde vendrá á juzgar á los vivos y á los
muertos.
A cuyo advenimiento todos los hombres resucitarán con
sus cuerpos y darán cuenta de sus acciones, y los buenos irán á
la vida eterna y loa malos al fuego eterno.
Esta es la fe católica, y nadie puede salvarse si no la cree
fielmente.
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El logro de la salvación
60
Así llegamos á una definida división, á una especie de día del Juicio, en
que queden separadas las ovejas de los chivos para ir aquéllas á una vida cónica
y éstos á una muerte también eónica, ó por lo menos, á un estado en que,
relativamente, se suspende la evolución.
Repare el lector en que decimos cónica, esto es, un dilatadísimo período
de tiempo que durará toda aquella época de dispensación divina, pero que en
modo alguno se ha de considerar eterna.
Los que temporáneamente queden fuera de la corriente de progreso,
volverán á incorporarse á ella en la próxima cadena planetaria, precisamente al
llegar ésta al mismo nivel en que salieron aquéllos de la anterior; y aunque
perdieron el lugar que en esta evolución tenían, lo perdieron porque la
evolución se les adelantó, y hubieran desaprovechado el tiempo de seguir en
ella.
La situación de estos egos es exactamente la misma que la de los
escolares puestos en una clase inferior porque todavía no han aprendido debida-
mente cuanto en ésta se enseña, y no están, por lo tanto, en disposición de
seguir adelante con sus demás compañeros.
Conviene recordar que cuando un discípulo ha tenido la dicha de vencer
todas las dificultades del período probatorio y recibe la primera iniciación, ó sea
la puerta de entrada al Sendero propiamente dicho, se le llama sotapanna, esto
es, <el que ha entrado en la corriente»; significando con ello que ha transpuesto
ya el período crítico á que nos hemos referido, que ya ha alcanzado el punto de
perfeccionamiento espiritual requerido por la naturaleza para pasar á las
últimas etapas del plan de evolución á que pertenecemos. Ha entrado en la
corriente de aquella evolución que comienza á escalar su arco ascendente, y
aunque todavía le quepa retardar ó acelerar su progreso (pues si obra
torpemente puede malgastar un tiempo precioso), no puede substraerse en
definitiva de aquella corriente, sino que va conducido firmemente por ella hacia
la meta señalada á la humanidad.
De este modo se salva del mayor peligro que amenaza al género humano
durante aquel período, es decir, el peligro de quedarse fuera de la corriente de
su evolución, y por esto se le llama el «salvado» ó el colegido». En este
concepto, y sólo en este concepto, cabe interpretar la cláusula inicial del credo
de Atanasio, que dice: <Para salvarse es necesario, ante todo, sostener la fe
católica.»
La verdadera fe católica
61
Desde luego, es verdad; pero quienes tal objetan, ignoran ú olvidan que
todas las religiones exigen el mayor grado de-perfeccionamiento moral antes de
que sea posible alcanzar cualquier clase de conocimiento oculto. También
olvidan que tan sólo por medio de este conocimiento oculto pueden explicarse
loa mandamientos ó las sanciones del código moral, y que, en efecto, alguna
razón ha de haber para la existencia de un código moral,
Además, es preciso reconocer claramente, que aunque la moralidad es
condición necesaria para el verdadero progreso, no es suficiente. La bondad
indocta ahorrará al hombre muchas penas y tribulaciones en el trayecto de su
sendero ascensional; pero jamás le llevará en él más allá de cierto punto, pues
ha de llegar una etapa en que para progresar le sea absolutamente necesario al
hombre saber. Y aquí está esclarecida y justificada la segunda cláusula del credo
sobre la que se han suscitado tan calurosas controversias, y que dice: «Quien no
guarde íntegra y pura esta fe, sin duda perecerá eternamente.» Esta última
palabra no se ha de tomar en el antifilosófico y metafísicamente imposible
sentido ortodoxo, sino que ha de tomarse en el de eónico, ó sea en cuanto
concierne á la actual cadena planetaria.
No rodea á esta forma de expresión una aureola de especial antigüedad,
porque no aparece en la Profesión de Denebert, la más antigua forma de esta
primera parte del credo. Es probable que el primitivo autor emplease dicha
expresión, y que Denebert la omitiese por no comprenderla; pero sea lo que
fuese, no hay necesidad de asustarse de ella ni de torcer su notorio significado.
Esta cláusula es, después de todo, la recíproca de la última, y se contrae á
afirmar, algo más vehementemente, que puesto es importantísimo y en verdad
necesario conocer ciertos hechos capitales para transponer el período crítico,
quienes no los conozcan no lograrán transponerlo. Es una afirmación
verdaderamente seria y merecedora de muy detenida atención, pero no
espantable en modo alguno; porque cuando un hombre ha transpuesto la etapa
en que «confiaba débilmente en más amplia esperanza» y llega á aquella
ulterior etapa donde sabe que la esperanza es ya seguridad; ó lo que es lo
mismo, cuando descubre por primera vez algo de lo que realmente significa la
evolución, ya no puede sentir el desconsolado horror nacido de la desespe-
ración.
La Trinidad en la Unidad
62
momento corra el riesgo de «dividir la substancia» al perder de vista la eterna
Unidad subyacente.
Es imposible describir en modo alguno esta divina manifestación, porque
necesariamente está por completo más allá de nuestras facultades de
representación y comprensión. Sin embargo, algo de su actuación nos es dable
vislumbrar mediante sencillos símbolos, como los del Diagrama II. Vernos que
en el plano séptimo, superior de nuestro sistema, está simbolizada la trina
manifestación de nuestro Logos por tres círculos representativos de Sus tres
aspectos, cada uno de ellos con su propia cualidad y poder. En el primer aspecto
no se manifiesta el Logos más que en el plano superior; pero en el segundo
aspecto desciende al sexto plano, de cuya materia se reviste, para constituir con
ella una enteramente distinta é inferior expresión de Sí mismo. En el tercer
aspecto desciende el Logos á la porción superior del quinto plano, de cuya
materia se reviste para constituir con ella una tercera manifestación. Se
advertirá que estas tres manifestaciones en sus respectivos planos son
enteramente distintas una de otra; y sin embargo, no hay más que seguir las
líneas punteadas para ver que estas separadas personas son realmente aspectos
de una sola. Aunque consideradas como personas, están enteramente
separadas; y cada una en su propio plano, sin que diagonalmente, por decirlo
así, puedan relacionarse, tienen, no obstante, su particular conexión consigo
mismas en el nivel donde las tres son una.
Ciertamente que «hay una persona del Padre, otra del Hijo y otra del Espíritu
Santo»; porque persona equivale á máscara ó aspecto, y para que no quede ni
sombra de duda sobre ello, «la dad del Padre, del Hijo y del Espirita Santo es
una, la gloria igual y la majestad coeterna»; pues los Tres son igualmente
manifestaciones del inefable esplendor de Aquel en quien todo nuestro sistema
vive y se mueve y tiene su ser.
Verdaderamente «increados» son cada uno de estos aspectos con
relación á su propio sistema, y por lo tanto, distintos de cualesquiera otra fuerza
ó poder dentro de sus límites, puesto que todas las demás existen por ellos y en
ellos. Verdaderamente, son «incomprensibles», no sólo en la moderna acepción
de incognoscible, sino en la antigua de inabarcable, pues todo cuanto hay en
estos ínfimos planos, únicos que conocemos, no pasa de ser parcial é incompleta
manifestación de Su ineclipsable gloria. Verdaderamente, son eternos en cuanto
perduran mientras subsiste Su sistema, y probablemente, á través de algunos
millares de sistemas; y sin embargo, «no son tres eternos, sino un solo eterno;
no tres increados ni tres incomprensibles, sino un solo increado y un solo
incomprensible», porque en ellos lo increado, incomprensible y eterno no es el
aspecto, sino la sempiterna Unidad subyacente, una con el Todo.
«Porque así como la verdad cristiana nos mueve á reconocer que cada Persona
por sí misma es Dios y Señor (Esto es, reconocer que la omnipotencia del Logos
opera igualmente en cada uno de Sus aspectos.), así la religión católica nos
prohíbe decir que hay tres Dioses ó tres Señores»; esto es, considerar los tres
aspectos separados é contrarios uno de otro, como entidades desiguales ó
independientes. La historia nos enseña cuan á menudo se han desglosado estos
aspectos de la Divinidad para adorarlos separadamente como dioses ó diosas de
sabiduría, unión ó poder, con desastrosos resultados en los adoradores, que sólo
evolucionaban por ello parcial y unilateralmente. La advertencia contra error
tan fatal es suficientemente enérgica en la cláusula transcrita.
63
Por otra parte, vemos que el credo de Atanasio aclara en cuanto cabe la
diferencia genésica de los tres aspectos del Logos, á que tanta importancia
atribuye el credo de Nicea.
»El Padre no fue hecho ni creado ni engendrado; el Hijo procede sólo del
Padre, pero no hecho ni creado, sino engendrado; el Espíritu Santo procede del
Padre y del Hijo, pero no hecho ni creado ni engendrado, sino procedente.»
No necesitamos repetir lo ya dicho respecto á las cláusulas del símbolo de
Nicea; pero sí diremos que las palabras: e el Hijo es sólo del Padre», son otra
vigorosa afirmación del verdadero significado del término tan groseramente
traducido por «unigénito».
64
seguramente que no hubiera podido efectuarse este descenso, de no prepararle
el camino la maravillosa acción vivificante del tercer aspecto, el Espíritu Santo,
sobre la virgen materia del cosmos. Tan sólo así fue posible que por la salvación
de los hombres “encarnara el Hijo por obra del Espíritu Santo en la
Virgen María”.
Coeternos y coiguales
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tiempo diputó por la suprema expresión de su ser, se sorprenderá en extremo de
ver que ha desaparecido. Lo que le pareció la única porción permanente de sí
mismo, se ha desvanecido como neblina, No lo ha dejado tras sí para reasumirlo
á voluntad, como durante tanto tiempo hizo con sus cuerpos mental, astral y
físico, sino que ha dejado de existir.
Sin embargo, nada ha perdido en sí el hombre, pues todavía es él mismo,
la misma individualidad con todas sus potencias, facultades y recuerdos de
aquel desvanecido cuerpo; pero ¡cuan mayormente intensificados! Pronto se
advierte que aunque ha trascendido aquel particular aspecto de sí mismo, no lo
ha perdido, pues no solamente es aún toda su esencia y realidad una parte .de sí
mismo, sino que desde el instante en que una vez más descienda en
pensamiento á su plano, aparecerá de nuevo en existencia como expresión de él
en aquel plano; pero no será rigurosamente el mismo cuerpo que antes tuviera,
pues sus partículas se disgregaron más allá de toda reintegración, sino otro
cuerpo absolutamente idéntico en todos conceptos y de nuevo puesto en
existencia objetiva, por haber dirigido su atención en aquel sentido.
Decir que este hombre perdió la inteligencia, sería error manifiesto.
Existe tan definidamente como siempre, aunque se haya espiritualizado hasta
alcanzar el plano búdico. Y cuando en una etapa todavía más ulterior, su
conciencia trascienda también el plano búdico, ¿cabe duda de que las potencias
intelectual é intuicional seguirán bajo su dominio, aunque incalculablemente
ampliadas?
Tal vez en este orden de juicios sea posible armonizar las dos ideas, en
apariencia contradictorias, de que todo cuanto existe debe cesar algún día de
existir, y sin embargo, que las tres Personas son conjuntamente coeternas y
coiguales, de modo que en todas las cosas, según ya dijimos, hemos de adorar la
unidad en la Trinidad y la Trinidad en la Unidad.
Así es que esta primera parte del credo de Atanasio concluye, como
empezó, con una clara y categórica afirmación que nada deja que desear: «Por
lo tanto, quien quiera ser salvo debe pensar así de la Trinidad.»
66
substancialmente idéntico al Eterno, mientras que en su aspecto humano se
reviste de materia inferior, y así “encarna por obra del Espíritu Santo en
la Virgen María “.
En su aspecto humano no existió «antes de los mundos» ó de las edades,
sino que «nació en el mundo», esto es, que descendió á la encarnación en un
período relativamente reciente de esta edad, ó sea de la vida del sistema solar.
La palabra latina soeculum no significa, en modo alguno, «mundo», sino
«período mundial» ó «edad».
Según sabemos por los relatos de la que, por miramiento, llamamos
«historia» de la Iglesia cristiana, hubo quienes tropezaron como en piedra de
escándalo en esta idea de la dualidad, diputando por imposible que tan opuestas
condiciones pudieran manifestar igualmente la misma potestad. Por ello insiste
vehementemente el credo de Atanasio en la identidad é indivisibilidad del
Cristo, diciendo que es «perfecto Dios y perfecto hombre, con alma racional y
carne humana», esto es, constituido por la inteligencia al par que por los
principios inferiores; que es «igual al Padre en cuanto Dios, é inferior al Padre
en cuanto hombre»; es decir, igual al Padre en todo menos en su descanso de un
peldaño, para manifestar allí durante limitado tiempo la plena expresión de lo
que siempre es en esencia.
La unidad subyacente
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No demandan aquí estas cláusulas especial atención, pues son las
mismas que ya comentamos extensamente al tratar de loa credos anteriores, si
bien podemos advertir de paso que no se mencionan aquí los mitos de Poncio
Pilatos y de la Crucifixión.
En conjunto, el credo de Atanasio, el más largo y acaso posterior á los
otros, está libre del corruptor influjo de la tendencia materializadora. Lo único
de esta índole aparece en la cláusula siguiente, que, sin duda, es una ciega
referencia al período crítico de la quinta ronda. Dice así:
A cuyo advenimiento todos los hombres resucitarán con sus cuerpos para
dar cuenta de sus acciones; y los buenos irán á la vida eterna (eónica), y los
malos al “fuego eterno”.
Tiene razón el autor del credo de Atanasio al suponer que en la quinta
ronda serán juzgados los hombres cuando resuciten con sus cuerpos, es decir,
cuando reencarnen; pero yerra al adulterar esta idea con el mecánico mito de la
vuelta de un Cristo personal. Tiene razón al afirmar que, durante el resto del
eón, les aguarda la vida á quienes salgan triunfantes de las pruebas; pero yerra
al condenar á los fracasados al fuego cónico, pues tal destino está únicamente
reservado á quienes se separaron definitivamente de su ego.
Estas desdichadas entidades, si así cabe llamarlas, pasan á la octava
esfera, donde se resuelven en sus elementos constitutivos que quedan dispues-
tos para el uso de mejores egos en una edad futura.
No es del todo impropio decir que estas entidades van al fuego eónico;
pero más exacto conocimiento hubiese demostrado el autor si dijera que esto
podía sucederles únicamente á las perdidas personalidades y en modo alguno á
las individualidades; y que el destino de los fracasados en la quinta ronda será el
de dilación eónica y no fuego eónico, pues permanecerán en un estado subjetivo,
pero desdichado, hasta que la naturaleza les ofrezca otra oportunidad favorable.
Termina el credo de Atanasio repitiendo la afirmación inicial:
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