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EL CREDO

CRISTIANO

Su origen y significado

Monseñor +CW Leadbeater

Traducción de la 2da. Edición Inglesa

Por

Rhayra
M.S.T.
CAPITULO PRIMERO

Los primeros Credos

Hay muchos estudiantes de Teosofía que han sido, y son aún, fervientes
cristianos; y aunque su fe, ensanchándose gradualmente, ha perdido su or-
todoxia, han conservado gran afecto por las formas y ceremonias de la religión
en que nacieron. Para «líos es un placer oír recitar los antiguos rezos y <credos,
los salmos y cánticos tanto tiempo venerados, aunque tratan de encontrar en su
lectura un significado más alto y amplio que el que les da la interpretación
ortodoxa corriente.
He creído que podía ofrecer interés para esos estudiantes darse somera
cuenta del significado real y del origen de esas notables fórmulas fundamentales
de la Iglesia que se llaman los Credos, para que, cuando los oigan ó tomen parte
en su recitación, las ideas que les traigan á la mente sean las más grandes y más
nobles que con ellos se relacionaron en su origen, y no las del materialismo que
extravía, hijas del error moderno.
He hablado de las ideas que con ellos se relacionaron en su origen; quizás
debiera decir las idea» relacionadas con la antigua fórmula sobre la cual se basa
la parte más valiosa de ellos. Porque ni por un momento es mi ánimo decir que
ningún número considerable de los miembros, ni aún de los jefes, de la Iglesia
que recitan ahora esos Credos han conocido desde hace muchos siglos su verda-
dero significado. Ni siquiera pretendo que los concilios eclesiásticos que los han
editado y autorizado se hayan dado nunca cuenta del significado completo y
glorioso de las sonoras frases que han usado; porque se había perdido mucho
del significado verdadero, se habían introducido mu chas corrupciones
materializadoras, mucho antes de que se convocaran esas desgraciadas asam-
bleas.
Pero hay un punto que á lo menos parece cierta que estrechada,
degradada y materializada como lo ha sido la fe Cristiana, corrompidas casi
hasta ser imposible reconocerlas como lo han sido sus escrituras, por lo menos
se ha hecho una tentativa por alguno de los altos poderes para guiar á los que
han compilado esos grandes símbolos llamados los Credos para que, cualquiera
que fueran sus conocimientos, su lenguaje transmita todavía con claridad las
grandes verdades de la antigua sabiduría á todos los que tengan oídos para oír; y
mucho de lo que en esas fórmulas parece falso é incomprensible, cuando se
trata de leerlas conforme á las ideas falsas modernas, se vuelve inmediatamente
luminoso y muy significativo, cuando se comprenden con ese sentido interno
que lo exalta de un mentó de biografía dudosa á una declaración de verdad
eterna.
Lo que me interesa es la aclaración de este sentido interno de los Credos;
y aunque al escribir sobre el particular tendré que hacer alguna referencia á su
historia real, no necesito decir que de ningún modo pienso abordar el asunto
desde el punto de vista literario corriente. Los detalles que pueda dar sobre los
Credos, no proceden ni de la comparación d« los antiguos manuscritos, ni del
estudio de las voluminosas obras de los autores teológicos; son el simple
resultado de una investigación de los anales de la Naturaleza por, algunos
estudiantes de ocultismo. Su atención fue inciden-talmente atraída á este asunto
mientras seguían una línea de investigación muy distinta. Y se vio entonces que
ofrecía suficiente interés para que se le examinara más á fondo y
minuciosamente.
Quizás sea nuevo para algunos de mis lectores que existan esos anales de
la Naturaleza, que haya métodos que hagan posible restablecer con absoluta
certeza la verdadera historia del pasado. Que esto puede hacerse, es un hecho
bien conocido de los que han estudiado el asunto, y gran parte de la historia
antigua del más vivido interés ha sido ya examinada de este modo. Explicar el
procedimiento estaría fuera del alcance de este tratado, y remito á los que
deseen mayores detalles á mi pequeño libro sobre «Clarividencia».

La Iglesia Cristiana usa en la actualidad tres fórmulas de fe, llamadas


respectivamente el Credo de los Apóstoles, el Credo de Nicea y el Credo de
Atanasio. El primero y segundo de éstos tienen muchos puntos comunes, y
pueden con facilidad examinarse juntos,' el tercero es mucho más largo y tan
diferente en carácter, que será, más conveniente dedicarle un capitulo por
separado para considerarlo después. Según se encuentran hoy en los libros
de oraciones de la Iglesia de Inglaterra, estos Credos son cómo sigue:

El Credo de los Apóstoles

Creo en Dios Padre Todopoderoso, Hacedor del cielo y de la tierra,' y


en Jesús Cristo su único hijo nuestro Señor, que fue concebido por el
Espíritu Santo, nació de la Virgen María, padeció hijo Poncio Pilatos,
fue crucificado, muerto y sepultado,' descendió a los in5ernos; el tercer
día resucitó otra vez de entre los muertos; ascendió al cielo, y está,
sentado á la diestra de Dios Padre Todopoderoso, de allí ha de venir á,
juzgar a los vivos y a los muertos.
Creo en el Espíritu Santo, en la santa Iglesia católica, en la comunión
de los santos, en el perdón de los pecados, en la resurrección del cuerpo, y
en la vida perdurable.

El Credo de Nicea

Creo en un Dios Padre Todopoderoso, hacedor del cielo y de la tierra,


y de todas las cosas visibles é invisibles, y en Jesús Cristo, su único Hijo
engendrado de Dios, engendrado de su Padre antes que todos los
mundos, Dios de Dios, Luz de Luz, verdadero Dios de verdadero Dios,
engendrado, no hecho, siendo de igual substancia que el Padre, por quien
todas las cosas fueron hechas, quien por nosotros los hombres y por
nuestra salvación bajó del cielo, y fue encarnado por el Espíritu Santo de
la Virgen María, y. fue hecho hombre, y fue también crucificado por
nosotros bajo Poncio Pilatos,' padeció y fue sepultado, y el tercer día
volvió á resucitar conforme á las escrituras, y ascendió al cielo, y está
sentado a la diestra del Padre, y volverá otra vez con gloria a juzgar tanto
a los vivos como a los muertos, cuyo reino no tendrá fin.
Y creo en el Espíritu Santo, el Señor y dispensador de vida, quien-
procede del Padre y del Hijo, quien junto con el Padre y el Hijo es
adorado y glorificado, quien habló por los profeta,' y creo en una Iglesia
católica y apostó1ica, reconozco un bautismo para la remisión de los
pecados, y espero la resurrección de los muertos, y la vida del mundo
venidero.

Puesto que para comprender el Credo de Nicea se depende mucho de la


exacta traducción del original griego.

Su fecha é historia

Antes de describir el verdadero origen de estos Credos, permítaseme


hacer un breve resumen de las opiniones corrientemente admitidas por los teó-
logos más ortodoxos con relación á su fecha é historia. En una época la teoría
eclesiástica fue que las fórmulas de Nicea y de Atanasio eran meras
ampliaciones del Credo de los Apóstoles, pero ahora es cosa universalmente
conocida que el Credo de Nicea es históricamente hablando el más antiguo de
los tres. Tomémoslos uno por uno y echemos una ojeada á lo que
corrientemente se conoce de ellos.
Parece que se ha usado desde una época muy temprana una especie de
Credo breve y sencillo, no sólo como símbolo de fe, sino como el santo y seña
entre los militares. Pero la redacción de esta fórmula resulta haber variado
considerablemente en distintos países, y sólo fue algunos siglos más tarde
cuando parece haberse logrado alguna uniformidad. El Credo dado por Irineo
en su obra «Contra las Herejías» puede servirnos como ejemplo de la forma
primitiva: «Creo en Un Dios Todopoderoso, de quien son todas las cosas... y en
el Hijo de Dios, por quien son todas las cosas».
La primera mención de un Credo con el nombre de los Apóstoles se
encuentra en el siglo IV en las obras de Rufinus, quien dice que se llama así por-
que consiste de doce artículos, que fueron redactados por cada uno de los doce
Apóstoles reunidos al efecto en solemne cónclave. Pero no se tiene á Rufinus por
ninguna gran autoridad histórica, y aun en la enciclopedia Católica Romana de
Wetzer y Welte se considera su narración sólo como una piadosa leyenda.
No se encuentra nada parecido al Credo de los Apóstoles en su presente
forma hasta transcurridos cuatro siglos después de la composición del símbolo
de Nicea, y los autores más versados en la materia lo suponen una simple
mezcla lentamente formada por la reunión gradual de anteriores y más sencillas
expresiones de creencias. La investigación oculta niega esta opinión, como se
explicará más adelante, y, aunque admite por completo su carácter compuesto,
atribuye por lo menos á algunas de sus partes un origen mucho más elevado aún
que el que les da Rufinus.
Mucho más definida y satisfactoria, desde el punto de vista ordinario, es
la historia de la fórmula más extensa llamada el Credo de Nicea, en uso entre la
masa de la Iglesia Romana y en el servicio de comunión de la Iglesia de
Inglaterra. Prácticamente todos los autores parecen convenir en que, á
excepción de dos notables omisiones se redactó en el Concilio de Nicea en el año
325. Como sabrá la mayoría de mis lectores, ese concilio fue convocado para
terminar las controversias sobre la naturaleza exacta de Cristo, que dividían á
las autoridades eclesiásticas. El partido de Atanasio ó materialista le reconocía
la misma substancia que al padre, mientras que los partidarios de Arius
preferían no arriesgarse á decir nada más allá de que era de análoga substancia,
ni querían tampoco admitir que no había tenido principio.
El punto parece pequeño para haber causado tanta excitación y
hostilidad; pero parece ser característico de las controversias teológicas que
mientras menor sea la diferencia de opinión, mayor sea la acrimonia y el odio
entre los que disputan. Se ha indicado que el mismo Constantino ejerció alguna
influencia indebida en los debates del concilio; como quiera que fuere, su
decisión resultó favorable al partido de Atanasio y el Credo de Nicea fue
aceptado como la expresión de fe de la mayoría. Según se redactó entonces,
terminó (omitiendo el tremendo anatema, que revela claramente el espíritu real
del concilio) con las palabras: «Creo en el Espíritu Santo», y las cláusulas con
que ahora concluye fueron agregadas en el Concilio de Constantinopla en el año
381, á excepción de las palabras «y el Hijo», que fueron insertadas por la Iglesia
de Occidente en el Concilio de Toledo en el año 589.


CAPITULO II

Su origen

Después de haber resumido lo que acepta generalmente la escuela


ortodoxa respecto á la historia de los Credos, procederé ahora á narrar lo que se
descubrid con relación a ellos durante el transcurso de las investigaciones á que
me he referido ya.
El primer punto que debe tenerse presente es que todos los Credos, tales
como los tenemos ahora, son producciones esencialmente compuestas, y que el
único de ellos que de alguna manera representa un documento original único es
el último de todos, el de Atanasio, Sé perfectamente que aun este aserto
preliminar pugna con las ideas recibidas por lo corriente sobre el asunto, pero
no lo puedo impedir; estoy exponiendo simplemente los hechos tales como los
investigadores los han encontrado. Estos Credos, pues, engloban exposiciones
derivadas de tres fuentes bien distintas y encontramos gran interés al tratar de
desenredar estos tres elementos unos de otros y de asignarle á cada uno
respectivamente las cláusulas del Credo (como lo tenemos ahora) que han
emanado de ellos. Dichos elementos son:

á) Una antigua fórmula de cosmogénesis, basada en una autoridad muy


alta.
b)El ritual que servía de guía al hierofante en la fórmula egipcia de
iniciación del Sohan ó Sotápatti.

c)La tendencia materializadora que trató erróneamente de interpretar


estos dos documentos a) y b) como relacionados con la biografía de un
individuo.

Consideremos cada una de estas fuentes algo más á fondo.

La vida del Cristo

No pienso tratar aquí con ninguna extensión de los interesantísimos


informes que la investigación clarividente nos ha dado con respecto á la verda-
dera historia de la vida del Gran Maestro Cristo. Ese trabajo se hará más tarde,
pero no se acometerá de seguro á menos y hasta que sea posible aducir en apoyo
de nuestras manifestaciones un testimonio enteramente distinto del de la
clarividencia, testimonio de tal naturaleza que satisfaga la mente del estudiante
y la del anticuario. Sin embargo, será necesario para comprender el objeto de la
antigua fórmula ya mencionada que se introduzcan algunas palabras sobre el
particular en esta obra.
Al terminar el hombre de iglesia su oración con las palabras: "por Jesús
Cristo Nuestro Señor", hace una confusión mezclando tres ideas completamente
distintas: a) "el discípulo Jesús; b) el gran Maestro a quien los hombres llaman
Cristo, aunque se conoce por otro nombre mucho más grande entre los
iniciados, y c) (el Segundo Aspecto o Persona del Logos. Con respecto a la
primera de estas, la señora Besant, ha escrito en su maravilloso libro: "el
Cristianismo Esotérico":

……. "el niño cuyo nombre judío fue convertido en el de


Jesús, nació en Palestina en el año 105 A.C. durante el consulado
de, Plubius Rutilius Rufus y Gnaeus Mallius Maximus. Sus padres,
bien nacidos eran, aunque pobres, que fue educado en el
conocimiento de las escrituras hebreas. Su ferviente devoción de la
gravedad que no correspondía a sus años, indujo a sus padres a
dedicarlo a la vida religiosa escéptica, y poco después de una visita
a Jerusalén, en que la extraordinaria inteligencia y deseo de
conocimiento del joven se revelaron haciéndole buscar a los
doctores en el templo, fue enviado a educarse una comunidad
Esenia en el desierto al sur de la Judea. Cuando llegó a los 19 años
fue a un monasterio Esenio cerca del monte Serbal, monasterio muy
frecuentado por los eruditos que iban de travesía y de la India a
Egipto, y donde se había establecido una magnífica biblioteca de
obras ocultas, muchas de ellas indias de las regiones
transhimalayicas. De este lugar de erudición mística, pasó más
tarde a Egipto. Había sido completamente instruido en las
enseñanzas secretas que constituían la fuente real de vida entre
los Esenios, y fue iniciado en Egipto como discípulo de la Sublime
Logia de la cual procede el fundador de toda religión. Porque
Egipto había seguido siendo uno de los centros del mundo de los
verdaderos Misterios, de los cuales los misterios sean públicos no
son sino una reflexión débil y distante. Los misterios á que hace
referencia la historia como egipcios eran las sombras de las cosas
verdaderas «en el Monto, y allí el joven hebreo recibió la solemne
consagración que lo preparó para el Real sacerdocio que debía
alcanzar más adelante.»……. (P. 129).

Era en verdad un joven de tan maravillosa devoción y de tan


extraordinaria pureza, que se le estimó digno del más alto honor que puede
caberle á un hombre, se le permitió ceder su cuerpo para que lo usara un
poderoso Maestro enviado por la Gran Fraternidad á fundar una nueva religión,
á presentar en otra forma la maravillosa verdad, tan compleja por ser divina,
que estamos estudiando ahora con el nombre de Teosofía. Esta Gran Entidad
tomó posesión del cuerpo á los veintinueve años, y lo usó durante tres años,
empleando dos de ellos en instruirá los jefes de la comunidad Esenia en los Mis-
terios del Reino del Cielo, y uno en predicar al público en general en las colinas
y en los campos de Palestina. Sólo del trabajo de este último año se han
conservado algunas tradiciones en las narraciones del Evangelio, aunque estas
mismas tradiciones están tan corrompidas y sobrecargadas, que es casi
imposible separar en ellas lo verdadero de lo falso. Tanto el discípulo Jesús como
el Gran Maestro Cristo son hombres de nuestra propia humanidad, por más
avanzados que estén en él camino de la evolución. Por tanto es incorrecto refe-
rirse á cualquiera de ellos como á una manifestación directa ó encarnación de la
Segunda Persona de la Trinidad, aunque es verdad que existe cierta relación
mística que sólo los estudiantes adelantados comprenden por completo.

La fórmula que él enseñó

Para los propósitos de nuestra presente investigación no necesitamos en


modo alguno considerar este aspecto del asunto, pudiendo simplemente estimar
á Cristo como un maestro dentro del seno de la comunidad Esenia, que vivió
entre ellos y los instruyó durante algún tiempo antes de empezar su ministerio
público. Los jefes de esta comunidad poseían ya fragmentos más ó menos
exactos de conocimientos quizás obtenidos de fuentes Buddhistas relativos al
origen de todas las cosas. Cristo los reunió é hizo comprensibles, fundiéndolos
para que pudieran recordarse, pronto en una fórmula de creencia que puede
considerarse como la primera fuente del Credo Cristiano.
Puede que algún día se traduzca exactamente al inglés el original de esta
fórmula; pero esa empresa necesitaría la cooperación de varias personas, y tener
un cuidado minucioso para no alterar las bellezas del significado y para la
elección de las palabras. No se tratará, pues, de hacerlo aquí; sin embargo, ya
que muchos han deseado conocer las cláusulas que comprende, será bueno dar
una ligera idea en las palabras que siguen entendiéndose, por supuesto, que es
una paráfrasis de su significado tal como se guarda en los corazones de aquellos
á quienes se ha enseñado, y que no se trata de una versión exacta.

«Creemos en Dios el Padre, de quien procede el sistema á saber, nuestro


mundo y todas las cosas que contiene, visibles é invisibles.
»Y en Dios el Hijo sacratísima, único nacido de su Padre, antes que todos
los eones, no hecho, sino emanado, siendo de la misma substancia que el Padre,
verdadero Dios procedente del verdadero Dios, verdadera Luz procedente de la
verdadera Luz, por quien todas las formas fueron hechas; quien por nosotros los
hombres bajó del cielo y entró en el mar denso, empero se levantó de allí otra
vez en mayor gloria aún á un reino sin fin.
>Y en Dios el Espíritu Santo, el Dispensador de vida, emanado también
del Padre, igual á El y al Hijo en gloria; quien se manifiesta por medio de Sus
Ángeles.
«Reconocemos una hermandad de santos que conduce á la Hermandad
Mayor que está arriba, una iniciación para la emancipación de las cadenas del
pecado y para la liberación de la rueda de nacimiento y de muerte en la vida
eterna.»
Este símbolo se formuló con el propósito de condensar en una forma de
fácil recordación las enseñanzas relacionadas con el origen del Cosmos que
Cristo había dado á los jefes de la comunidad Esenia. Para que cada frase del
mismo recordase 4 sus mentes mucho más que las escuetas palabra, que las
expresaban; de hecho era un procedimiento mnemónico como el que Buddha
usó al dar á sus oyentes las Cuatro Nobles Verdades; y no hay duda de que cada
cláusula fue tomada como texto para explicación y desarrollo, de manera muy
parecida á la que Madame Blavatsky adoptó para escribir toda «La Doctrina
Secreta» basándose en las Estancias de Dzyan.
El ritual Egipcio

Al considerar la segunda fuente, que hemos decidido llamar (b), debemos


recordar que la religión egipcia se manifestaba principalmente por media de
múltiples formas y ceremonias, y que aún en sus. Misterios la misma tendencia
se revelaba con frecuencia. El escalón más alto de esos Misterios colocaba al
hombre definitivamente en el Sendero, como lo llamaríamos ahora; es decir,
que correspondía á lo que en terminología Buddhista se conoce por iniciación
Sotapatti. Con relación á este escalón se practicaba un ritual simbólico muy
complicado, y parte de nuestro Credo es una reproducción directa de las
instrucciones prescritas por ese ritual para el hierofante que oficiaba, siendo la
única diferencia que lo que allí se consignaba como una serie de prescripciones
ha sido refundido en forma de narración histórica describiendo el descenso del
Logos en la materia que el ritual original se proponía simbolizar.
Este ritual de iniciación, en la nueva forma que hemos descrito < se
insertó en la fórmula (a) por los jefes de la comunidad Esenia poco después
de haberse separado Cristo de ellos, para que los detalles relativos al descenso
del Logos (que tan a menudo les había ilustrado refiriéndose al ritual de esta
iniciación) pudieran ser conmemorados en el mismo símbolo que expresaba el
gran bosquejo de la doctrina.
Enseñanza análoga en carácter y análogamente ilustrada por medio de
símbolos dio Él en relación á la obra del Logos en Su Primer y Tercer Aspectos,
aunque de ello ha llegado comparativamente poco á nosotros; pero no hay duda
de que Cristo dio importancia especial á que sus discípulos compren-dieran con
exactitud el descenso en la materia de la esencia monádica que es emanada por
el Logos en Su Segundo Aspecto.
Esto se comprende fácilmente si reflexionamos que es esa esencia
monádica lo que sirve de alma á todas las formas que nos rodean-, y que sólo
por su estudio puede abarcarse el gran principio de la evolución, y llegarse á
comprender la ley de amor que rige el universo. Porque aunque indudablemente
la evolución se lleva á cabo también en el caso de la vida que sirve de alma á los
átomos y á las moléculas, su progreso está por completo fuera de nuestro
alcance, y de seguro que lo mismo puede decirse, á lo menos con respecto á la
gran mayoría de los hombres, en lo que se refiere á esa evolución mucho más
alta que debemos suponer operando con relación con esa tercera gran
emanación que procede de la Primera de las grandes manifestaciones Divinas.
Así, pues, es evidente que sólo por el estudio del modo de proceder de esta
segunda emanación puede llegarse á comprender aproximadamente todo el
sistema, lo que explica la insistencia que Cristo parece haber tenido en esta
parte de su enseñanza. Conociendo cómo conocían la necesidad de esta in-
sistencia, no es de extrañar que los que se sentían responsables por dar á
conocer la enseñanza le hayan agregado este bosquejo simbólico en una fórmula
especial can objeto de compendiar su fe. Sin duda que al hacerlo fue bajo la
influencia de los motivos más altos y puros, y no les era posible prever que esa
misma inserción abriría luego el camino á la acción degradante y destructiva de
la tendencia (c), de la que en su tiempo no había aún signo alguno.
Quizás podría preguntarse por qué Cristo hubiera de escoger el simbolismo
algún tanto complicado y material de este rito egipcio para ilustrar sus en-
señanzas sobre el particular. Nosotros no estamos en condiciones de presumir
criticar los métodos adoptados por uno que sabe; pero quizás podamos
aventurarnos á indicar que pudiera encontrarse una razón plausible en la
estrecha relación de los Esenios con la tradición egipcia, y en que el mismo
Jesús, en su juventud, había vivido mucho tiempo en Egipto y pasado por una
iniciación, por lo menos, conforme á sus métodos.

Materialismo y degradación

(c).—En un período muy al principio de la historia del movimiento que


fue conocido más tarde por Cristianismo, encontramos afirmándose dos es-
cuelas ó tendencias rivales, que son en realidad el producto de dos fases de la
obra realizada en vida por Cristo. Como se ha dicho, dedicó la mayor parte de su
tiempo á dar instrucciones definidas dentro de los límites de la comunidad
Esenia; pero á más de esto, y en oposición con el parecer de los jefes oficiales de
esa comunidad, pasó más allá de esos límites comparativamente estrechos, y al
final de su vida dedicó un corto período á predicar en público.
Era del todo imposible exponer ante la multitud ignorante esas
profundas enseñanzas de la Antigua Sabiduría que había comunicado á los
pocos que, gracias á una educación especial y á una larga vida de preparación
ascética, se habían acondicionado por lo menos hasta cierto grado para recibir-
las. Encontramos por consiguiente que sus discursos públicos pueden dividirse
en dos clases, la primera que consiste en los proverbios, ó sean series de
sentencias cortas conteniendo cada una, una verdad de importancia ó una regla
de conducta, y componiéndose la segunda «palabras de consuelo» aquellos
elocuentes discursos que fueron inspirados por la honda compasión que sentía
por la profunda miseria casi universal en aquel tiempo entre las clases
inferiores, y la terrible atmósfera de desesperación, depresión y degradación
que las oprimía.
Algunos fragmentos tradicionales de la Logia se fueron reuniendo en
varios puntos en lo que se llama ahora los evangelios; y hace algún tiempo los
Sres. Grenfell y Hunt descubrieron lo que parece ser una hoja auténtica de una
de esas compilaciones. El mismo Cristo no parece haber escrito nada, Ó á lo
menos nada de lo que escribió nos es conocí-do ahora; pero durante los dos
primeros siglos después de su muerte (la que, recuérdese, tuvo efecto mucho
antes de lo que llamamos la era Cristiana) muchos de sus discípulos parecen
haber hecho y escrito compilaciones de las sentencias que se le atribuían por la
tradición oral corriente. Sin embargo, en esas compilaciones no se trató de dar
una biografía de Gríseo; aunque á veces algunas palabras de introducción
describen la ocasión en la cual ciertas sentencias fueron dichas, al igual que en
los libros Buddhistas de continuo encontramos un sermón de Buddha precedido
de las palabras. «En cierta ocasión el Bendito estaba en el jardín de bambú, en
Rajagriha», etc.
Mala interpretación de las palabras de consuelo

Aunque algunas de sus Logias han sido desfiguradas, y se le han


atribuido muchas sentencias que de seguro nunca dijo, se le ha falseado más
gravemente en lo que se relaciona con «las palabras de consuelo» ó
Parakleteria, y con resultados mucho más desastrosos aún. El objeto general de
estos discursos era tratar de inspirar nueva confianza á los corazones de los
desesperados, explicándoles que si seguían las enseñanzas que les exponía, de
seguro se encontrarían en mejor situación en lo futuro que en lo presente, y aun
cuando ahora eran pobres y padecían podían sin embargo vivir de manera que
les asegurara una existencia después de la muerte y condiciones de vida para su
próximo regreso á la tierra mucho más apetecibles que la suerte de los que
entonces les oprimían.
No debe extrañar pues que muchos de sus oyentes más ignorantes
comprendiesen confusamente lo que quería decir y se retirasen con una
impresión general de que estaba profetizando con alguna vaguedad un futuro en
el cual lo que ellos consideraban injusto se corregiría conforme á sus deseos en
el cual la retribución salvaje recaería sobre el rico, por el único crimen de ser
rico, mientras que ellos mismos heredarían toda clase de poderes y gloria por el
mero hecho de ser ahora pobres.
Se comprenderá desde luego que esta doctrina consiguiese con facilidad
la adhesión de todos los elementos menos deseables de la comunidad, y parece
haberse esparcido con maravillosa rapidez en el antiguo mundo entre esas
clases. Y tampoco es de extrañar que tales hambres eliminasen por completo de
su doctrina la condición de buena vida, y simplemente se reunieran en
bandadas, á menudo en orgías del más censurable carácter, como creyentes en
la «buena época venidera», cuando se vengarían de sus enemigos personales y
entrarían sin esfuerzo en la posesión inmediata de la riqueza y el lujo que
habían sido acumulados por la labor de otros.
Al desarrollarse esta tendencia naturalmente asumió un carácter de más
en más político y revolucionario, hasta que pudo decirse con verdad de los jefes
de esta facción lo que se dijo anteriormente de David, que «todos los
desamparados, todos, los deudores y todos los descontentos se le unían». No-es
maravilla por tanto que la organización que se reunió alrededor de esos
hombres, llena como lo estaba de celoso odio hacia cualquier conocimiento
superior al suyo propio, viniese por acaso á considerar la ignorancia como una
cualidad verdadera para la salvación y á mirar con un incalificable" desprecio la
Gnosis poseída por los que aun conservaban alguna tradición de la enseñanza
real de Cristo.

Tres tendencias principales

Sin embargo, no debe suponerse que esa turbulenta y envidiosa mayoría


constituía la totalidad del movimiento Cristiano de los primeros tiempos.
Aparte de los diferentes centros de filósofos Gnósticos que habían heredado una
tradición más ó menos exacta de fuentes auténticas de la enseñanza secreta
dada por Cristo á los Esenios, había un núcleo que crecía sin cesar de gente
comparativamente tranquila y respetable que, sin ningún conocimiento de la
Gnosis, tomaron lo que sabían de la Logia de Cristo por guía de su vida, y este
núcleo se fue convirtiendo en la fuerza predominante de lo que después se
llamó el partido ortodoxo. Vemos así que en el curso del desarrollo del
movimiento Cristiano pueden distinguirse claramente tres corrientes
principales de tendencias derivadas de la enseñanza de Cristo; primera: las
muchas sectas Gnósticas que, generalmente hablando, representaban algo de la
enseñanza interna dada á los Esenios, aunque en muchos casos mezcladas con
ideas derivadas de varias fuentes externas, como el Zoroastrianismo, Sabeísmo,
etc.; segunda: el partido moderado que al principio se preocupó poco de la
doctrina, pero adoptó las valiosas sentencias de Cristo como reglas de vida; y
tercera: la horda ignorante llamada vulgarmente «los pobres», cuya única
religión verdadera consistía en una esperanza vaga de revolución.
Al extenderse gradualmente el Cristianismo, sus partidarios
aumentaron lo suficiente para conseguir se les reconociera como un partido
político, ganando así cierta cantidad de influencia social. Poco á poco los
representantes de la segunda y tercera tendencias se fueron juntando para
constituir un partido que se llamó ortodoxo. Unidos en su desconfianza hacia
las enseñanzas más elevadas de los Gnósticos, se vieron obligados á desarrollar
una especie de sistema doctrinal para presentarlo en lugar del de ellos. Como
por aquel entonces la verdadera comunidad Esenia se había disuelto,-y la
fórmula (que entre ellos nunca se escribió, sino que se trasmitía oralmente) se
había convertido, en varias formas más ó menos perfectas, casi una
propiedad pública de todas las sectas; el partido ortodoxo se vio obligado á
presentar una interpretación de la misma que oponer á la verdadera que habían
expuesto los Gnósticos.

Desastroso error

Entonces fue cuando empezó á aparecer en su horizonte mental uno de


los errores más colosales que ha inventado jamás la crasa estupidez del
hombre. Se le ocurrió á alguien probablemente se le había ocurrido mucho
antes á la densa ignorancia de «los pobres» que la bellísima ilustración
alegórica del descenso en la materia de la Segunda Persona de la Trinidad, que
se encuentra en el ritual simbólico de la iniciación egipcia, no era una alegoría,
sino la historia de la vida física de un ser humano que identificaron con Jesús el
Nazareno. Ningún concepto más degradante pudo tenerse de la grandeza de la
fe, ó que indujese más á error al desgraciado pueblo que lo aceptase; sin
embargo puede comprenderse la buena acogida que tuvo por la grosera
ignorancia por estar más al alcance de su muy pequeño calibre mental que el
magnífico aliento de la verdadera interpretación.
Las ligeras adiciones necesarias para intercalar esta indigna teoría en el
Credo en formación se hicieron con facilidad, y no mucho después de este
período empezaron á escribirse algunas versiones fragmentarias del mismo. Así
que la opinión aceptada por lo común de que el Credo es una compilación
gradualmente reunida, es en parte verdadera, aunque no enteramente, en el
sentido que se le supone de costumbre, pero la tradición que designa como sus
autores á los doce Apóstoles no merece ningún crédito. La verdadera génesis de
su mayor parte es en verdad mucho más elevada, comer hemos visto, y los
primeros fragmentos son recuerdos imperfectos de una tradición oral, de la que
poco á poco se compiló una nueva presentación bastante buena del original,
que fue formalmente adoptada por el Concilio de Nicea, aunque este concilio
demostró no entender en absoluto el asunto al terminarlo con una imprecación
del todo ajena á su espíritu.

El credo del concilio

Para darnos cuenta exacta de la forma del Credo que fue el producto de
ese Concilio tan turbulento, copio á continuación una esmerada traducción
publicada por Mr.Mead en el «Lucifer., vol.IX, pag.204:

……«Creemos en un. Dios, el Padre Todopoderoso,


Hacedor de todas las cosas tanto visibles como invisibles; y en
un Señor, Jesús Cristo, el Hijo de Dios, engendrado del
Padre, único engendrado, es decir, de la substancia del
Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Verdadero Dios de
Verdadero Dios, engendrado, no hecho, siendo de la misma
substancia del Padre, por quien todas las cosas fueron
hechas, tanto las cosas de! cielo como las cosas de la tierra,
quien por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó y
fue hecho carne, y fue hecho hombre, padeció y resucitó otra
vez en el tercer día, subió á los cielos y volverá otra vez á
juzgar á los vivos y á los muertos; y en el Espíritu Santo.

Pero los que digan «Hubo un tiempo en que él no fue», y «antes de ser
engendrado él no fue», y que «él vino á la existencia de lo que no era», ó
quienes profesen que el Hijo de Dios es de una persona ó substancia diferente,
ó que es creado, ó mudable, ó variable, están anatematizados por la Iglesia Ca-
tólica.»
Se verá que si bien esta forma es bastante análoga á la que se emplea
ahora en el servicio de comunión de la Iglesia de Inglaterra, hay sin embargo
algunos puntos de diferencia de no escasa importancia. Muchas de las
corrupciones materialistas semihistóricas no han entrado todavía, aunque ya la
fatal identificación de Cristo con Jesús, y de ambos con el Segundo Logos, se
manifiesta con demasiada claridad. Pero puesto que todas las versiones
convienen en que los miembros de ese célebre concilio eran en su mayoría
fanáticos ignorantes y turbulentos, reunidos principalmente por la esperanza
de impulsar sus intereses personales, no es de extrañar que para ellos el
concepto más estrecho fuese más recomendable que el más ancho. Sin em-
bargo, es 'e notar que no aparece la confusión de la concepción por el Espíritu
Santo y el nacimiento de la Virgen María; que el símbolo de la crucifixión no se
degrada á un hecho histórico, y que no se ha tratado groseramente de dar
apariencia de verosimilitud á la leyenda insertándole una fecha completamente
inexacta en la forma de una referencia sin comprobación á ese desgraciado y
tan calumniado Poncio Pilatos.
Todas estas cláusulas que faltan aparecen no obstante en lo que se llama
«La Confesión Romana», á la que se atribuye habitualmente una fecha más
remota; pero para nosotros no tiene interés alguno esta discusión, puesto que
reconocemos que la mayor parte de las cláusulas no son sino meras variantes
de la fórmula de iniciación egipcia, que ciertamente había existido por muchos
siglos.
La materialización de los evangelios

Cualquiera que haya sido la fecha (que indudablemente fue muy al


principio) en la cual por primera vez tuvo lugar la degradación de la alegoría en
una pseudo biografía, vemos extenderse su influencia á otros
documentos lo mismo que al Credo. Los Evangelios han sufrido también la
consecuencia de una manía materializadora análoga, y la bella parábola del
original se ha visto una y otra vez corrompida por la adición de leyendas po-
pulares y la intercalación de algo de la Logia tradicional hasta que nos
encontramos en lo que ahora llamamos los evangelios con una compilación
confusa desesperadamente imposible, si se considera corno historia, y de una
dificultad excesiva si se trata de separar sus componentes.
SI conocimiento de que eí evangelio es una parábola se manifiesta á
ocasiones entre los primeros Cristianos. Orígenes, por ejemplo, habla con
mucha claridad de la diferencia entre la fe ignorante de la multitud no
desarrollada, que se basa sólo en la historia del Evangelio, y la fe más alta y
razonable que se funda en el conocimiento definido. Llama á la primera «la fe
irracional popular», y dice de ella « ¿que método mejor pudo imaginarse para
ayudar á las masas?». En el «Misticismo Cristiano» de Inge, pág. 89, se le cita
explicando que «el Gnóstico ó sabio no necesita va el Cristo crucifica-do. El
evangelio eterno espiritual que posee hace ver con claridad todas las cosas
relativas al Hijo de Dios mismo, tanto los misterios manifestados por sus
palabras como las cosas que simbolizan sus actos». No podemos sentir tanta
seguridad como Mr. Inge cuando dice que «No es que Orígenes niegue ó dude
la verdad de la historia del Evangelio»; pero podemos convenir cordialmente
con él que Orígenes opina que los acontecimientos que han ocurrido sólo una
vez no tienen importancia, y considera la vida, muerte y resurrección de Cristo
como una mera manifestación de una ley universal que fue realmente dictada,
no en este mundo evanescente de sombras, sino en los consejos eternos del Más
Alto. Considera que los que están completamente convencidos de las verdades
universales reveladas por la encarnación y el sacrificio, no necesitan
preocuparse más acerca de sus manifestaciones particulares en el tiempo».
El verdadero significado de la alegoría original contenida en los
evangelios es de gran interés; sin embargo, no debemos desviarnos de nuestro
asunto penetrando en sus fascinadores senderos, sino que debemos
confinarnos al examen del Credo.

CAPITULO II
El descenso en la materia

Antes de que el lector pueda apreciar por completo el verdadero


significado de las diferentes cláusulas del Credo, es necesario que compréndalo
más á fondo posible el bosquejo del sistema de cos-mogénesis que se trató de
indicar con él en su origen, que es naturalmente idéntico á lo que enseña la
Sabiduría Religión, y su exposición, de la que nos ocupamos ahora, es de hecho
un bosquejo de las funciones respectivas de los Tres Aspectos del Logos en la
evolución humana.
Hay que dejar sentado desde el principio que es este un asunto que
ninguno de nosotros puede esperar comprender de modo perfecto por muchos
eones, porque el que lo abarque por completo tiene necesariamente que ser
consciente con el Más Alto. Sin embargo, pueden darse algunas indicaciones
que quizás nos ayuden á formarnos un concepto, aunque es de todo punto
necesario no olvidar por un momento que, dado que consideramos el problema
desde abajo y no desde arriba, partiendo de nuestra extrema ignorancia en vez
de la omnisciencia, cualquier concepto que nos formemos tiene que ser
imperfecto, y por ende inexacto.
Se nos dice que lo que ocurre en los comienzos de un sistema solar
(como el nuestro) es, teniendo en cuenta ciertas diferencias necesarias en las
condiciones del medio, idéntico á lo que ocurre al despertar después de uno de
los grandes períodos de descanso cósmico; y quizás tengamos menos proba-
bilidades de equivocarnos por completo tratando de dirigir nuestra atención al
primero, de preferencia al segundo.
Deberá realizarse, para empezar, que en la evolución de un sistema solar
tres de los mas altos principios del Logos del sistema corresponden y
respectivamente llenan las funciones de los Tres Grandes Logoi en la evolución
cósmica; de hecho, estos tres principios son idénticos á los Tres Grandes Logoi
de modo completamente incomprensible para nosotros que estamos aquí abajo,
aunque podamos ver que tiene que ser así.
Sin embargo debemos cuidar, á la vez que reconozcamos esta identidad
en la Esencia, de no confundir en manera alguna las funciones respectivas de
seres que tanto difieren en su esfera de acción. Deberá recordarse que del
Primer Logos, que está inmediatamente después de lo Absoluto, emana el
Segundo Logos ó, Logos Dual del que á su vez procede el Tercero. De este
Tercer Logos nacen los Siete Grandes Logoi, llamados á veces los Siete
Espíritus ante el Trono de Dios; y á medida que la divina expiración se extiende
cada vez más hacia afuera y hacia abajo, de cada uno de éstos tenemos en el
siguiente plano siete Logoi también, haciendo en conjunto en ese plano
cuarenta y nueve.
Se observará que hemos pasado ya por muchos grados del gran
movimiento descendente hacia la materia; sin embargo, omitiendo los detalles
de las Jerarquías intermedias, se dice que á cada uno de estos cuarenta y nueve
pertenecen millones de sistemas solares, cada uno vigorizado y bajo el control
de su propio Logos solar. Aunque en niveles tan elevados como éstos, las
diferencias de gloria y poder pueden significar muy poco para nosotros,
podemos no obstante darnos cuenta hasta cierto grado de cuan grande es la
distancia entre los Tres Grandes Logoi y el Logos de un simple sistema,
evitando así un error en que caen de continuo los estudiantes negligentes.
Sin embargo, aunque es cierto que la distancia entre lo Absoluto y el
Logos de nuestro sistema solar es mayor que lo que pueden concebir nuestras
mentes, es no obstante cierto también que todas las cualidades más elevadas
que hayamos podido jamás .atribuir á la Deidad, Su amor, sabiduría y poder,
Su paciencia y compasión, Su omnisciencia, omnipresencia y omnipotencia
todas éstas y muchas más las posee en el grado más alto el Logos solar» en
quien en verdad vivimos y nos movemos y tenemos nuestro ser. No se olvide
nunca que en Teosofía no ofrecemos esto como artículo de fe religiosa, ó como
opinión piadosa; para el investigador clarividente esta Poderosa existencia es
una certeza definida, porque la evidencia sin error posible de Su acción y de Su
propósito nos rodea por todos lados á medida que estudiamos la vida de los
planos más altos; tampoco cabe error en la evidencia que ofrece Su obra de Su
triple naturaleza la trinidad en la unidad de que hablan los Credos; pero será
más oportuno tratar este punto con mayor amplitud cuando nos ocupemos del
Credo de Atanasio, que tan especialmente se refiere al asunto.

Los planos de la naturaleza

Se ha dicho con frecuencia que cada uno de loa planos de nuestro universo
está subdividido en siete subplanos y que la materia del subplano más elevado
de cada uno puede considerarse como atómica con relación á su plano
particular, es decir, que no puede llevarse más adelante la subdivisión de sus
átomos sin pasar de ese plano al inmediatamente superior. Ahora bien: esos
siete subplanos atómicos, tomados en sí mismos y sin relación alguna con
ninguno de los otros subplanos que son llamados más tarde á la existencia por
las diferentes combinaciones de sus átomos, componen el más bajo de los
grandes planos cósmicos, y son ellos mismos sus siete subdivisiones (Véase el
Diagrama II.)
Así que antes de qué un sistema solar venga á la existencia, tenemos en
su sitio futuro, por decirlo así, sólo las condiciones ordinarias del espacio
interestelar, es decir; que tenemos probablemente materia de las siete
subdivisiones del plano cósmico inferior, y bajo nuestro punto de vista esto es
simplemente la materia atómica de cada uno de nuestros planos sin las
diferentes combinaciones que estamos acostumbrados á concebir como esla-
bonándolos gradualmente de uno á otro.
Ahora bien: en la evolución de un sistema la acción de los tres principios
ó aspectos más altos de su Logos (generalmente llamados los tres Logoi del
sistema) sobre esta condición del estado anterior, tiene lugar en lo que
podíamos llamar un orden invertido. En el transcurso de la gran obra, cada uno
de ellos emite su influencia, pero la emanación que primero se manifiesta con
relación al tiempo es la de aquel principio de nuestro Logos que corresponde á
la mente en el hombre, aunque por supuesto en un plano infinitamente más
alto. Esto es lo que generalmente se llama el Tercer Logos, ó Mahat, que
corresponde al Espíritu Santo en el sistema Cristiano, el «Espíritu de Dios que
incuba echado sobre la superficie de las aguas» del espacio trayendo así á los
mundos á la existencia. En el Diagrama II se ha tratado de indicar el esquema
de los planos de la Naturaleza, tal como se estudian en la enseñanza Teosófica.
Sin embargo, un diagrama de este género, á la vez que es un gran auxilio para
nuestras mentes en una dirección, es invariablemente una limitación en otra;
así que al estudiarlo es necesario tener en cuenta ciertas condiciones. Al hablar
del movimiento de la materia más sutil hacia la más grosera, se acostumbra
emplear la palabra «descenso» y por esta razón parece natural representar estos
planos de materia en un diagrama como si estuvieran unos sobre otros, al igual
que las tablas de un estante y realmente no hay otro método por el cual sus
relaciones puedan ser expresadas con tanta claridad en un diagrama. No
obstante, en realidad la materia de todos estos planos ocupa el mismo espacio, y
esta aparente imposibilidad se explica fácilmente por un sistema de
interpenetración. La ciencia nos enseña que el éter penetra cualquier substancia
física, aun la más dura y densa, y que hasta en el diamante mismo no hay dos
átomos ó moléculas que se toquen, sino que cada uno flota en un océano de éter.
La ciencia no ha dado todavía el paso inmediato, que la llevaría á reconocer que
el éter es también atómico y que á su vez sus átomos tampoco se tocan, sino que
flotan en un océano de materia más fina á la que damos el nombre de astral. Los
átomos astrales á su turno flotan en la materia mental, y así sucesivamente
hasta donde puedan alcanzar los sentidos más altamente desarrollados de
cualquiera investigador. De modo que cuando hablamos de la vida Divina
«descendiendo» dentro de la materia, debe comprenderse con claridad que esto
no implica ningún movimiento en el espacio, sino la simple vivificación de
grados ó estados de materia de densidad cada vez mayor.

DIAGRAMA III
En el Diagrama III vemos de nuevo los siete planos de nuestro universo
dispuestos como indicamos antes pero ahora no se expresan los nombres. En el
Diagrama II los tres Aspectos ó Personas del Logos están representados como
ya descendidos á nuestro sistema de planos y manifestándose en el séptimo,
sexto y quinto respectivamente. Sin embargo, en el Diagrama III, nos
suponemos en presencia de un estado anterior y por tanto los símbolos de los
tres Aspectos están colocados fuera del tiempo y del espacio, y sólo las
corrientes de influencias desprendidas de ellos descienden á nuestro sistema de
planos. Los símbolos que aquí empleamos para designar las tres Personas son
de una gran antigüedad, y copiados de los que empleó Mad. Blavatsky para
representar los Aspectos correspondientes al Más Alto Logos de todos. Como
será necesario volver á tratar de este simbolismo con algún detalle, no diré más
de ello por ahora, y simplemente adelantaré que los tres signos colocados uno
sobre otro representan en su debido orden lo que Be llama comúnmente las tres
Personas de la Trinidad.
Se notará que de cada uno de ellos se proyecta una emanación de vida ó
fuerza hacia los planos inferiores. La primera de ellas es la línea recta que
desciende desde el Tercer Aspecto; la segunda es la parte del óvalo que queda á
nuestra izquierda la corriente que desciende del Segundo Aspecto hasta tocar el
punto más bajo de la materia, y se eleva por el lado derecho hasta el nivel
mental más bajo. Se verá que en estas dos emanaciones la vida divina va
obscureciéndose y velándose á medida que desciende en la materia, hasta que
en el punto más bajo apenas podemos reconocerla como divina; pero á medida
que vuelve á levantarse después de haber pasado por su nadir se muestra con
alguna más claridad. La tercera emanación que desciende del Aspecto más alto
del Logos difiere de las otras en que no se nubla con la materia á través de la
cual pasa, conservando sin empañar su virginal pureza y esplendor. Se notará
que esta emanación sólo desciende hasta el nivel del plano búdico, y que el
enlace entre las dos está formado por un triángulo en un círculo representando
al alma individual del hombre el ego que reencarna.
El triángulo procede de la tercera emanación y el círculo de la segunda; pero
á esto tenemos algo que agregar más adelante. Por el momento dirijamos
nuestra atención á la primera de esas grandes corrientes que descienden del
Tercer Aspecto del Logos.
El resultado de esta primera emanación es avivar la maravillosa y gloriosa
vitalidad que compenetra toda la materia (por más que pueda aparecer inerte á
nuestra obscura visión física), de modo que los átomos de los diversos planos
desarrollan, electrizados por ella, toda clase de atracciones y repulsiones
latentes, y entran en toda especie de combinaciones, trayendo gradualmente á la
existencia todas las subdivisiones inferiores de cada nivel, hasta que vemos
actuando por completo la maravillosa complexidad de los cuarenta y nueve
subplanos como los tenemos hoy.
Esta es la razón por la cual en el símbolo de Nicea se describe con tanta belleza
al Espíritu Santo como «el Señor y dispensador de vida»; y puede tenerse algo
que indique el método de Su trabajo estudiando con cuidado el escrito de Sir
"Williams Crookes sobre «El génesis de los elementos», leído ante la
Institución Real de la Gran Bretaña el 18 de Febrero de 1887.
La segunda emanación

Cuando la materia de todos los subplanos del sistema existe ya y


el campo ha sido preparado para su actividad, la segunda gran emanación co-
mienza, la emanación de lo que llamamos á veces la esencia monádica; y esta
vez procede del principia más alto que corresponde en nuestro sistema al
Segundo Logos, del cual los escritores Cristianos hablan como de Dios el Hijo.
Mucho de lo que se ha dicho de El aunque bellísimo y verdadero cuando se
comprende bien> ha sido groseramente degradado y mal interpretado por los
que no podían abarcar la gran sencillez de la verdad; pero de esto volveremos á
ocuparnos más adelante.
Lenta y firmemente, pero con fuerza irresistible, esta gran influencia avanza,
empleando cada una de sus olas sucesivas un eón entero en cada uno de los
reinos de la naturaleza los tres elementos, el mineral, el vegetal, el animal y el
humano. Es pues, evidente que en cualquier punto dado de nuestra evolución
estamos siempre en presencia de siete de estas sucesivas olas de vida
procedentes del Segundo Aspecto del Logos, animando estos siete reinos. Eu el
arco descendente de su poderosa curva la esencia monádica agrupa
simplemente á su alrededor las diferentes clases de materia de los diversos
planos, de manera que todas puedan acostumbrarse y adaptarse á obrar como
sus vehículos; pero cuando ha alcanzado el punto inferior de su inmersión en la
materia y empieza á convertirse en la gran oleada ascendente de la evolución
hacia la Divinidad, es su objeto desarrollar la consciencia sucesivamente en cada
uno de estos grados de materia, empezando naturalmente por el inferior.
Así es que el hombre, aunque posee en una condición más ó menos
latente, tantos principios elevados, es por largo tiempo al principio sólo cons-
ciente en su cuerpo físico, y después, muy gradualmente, adquiere la
consciencia en su vehículo astral, y todavía más tarde en su cuerpo mental.
El Diagrama IV expresa estos estados de desarrollo de un modo
ingenioso. Aunque en apariencia este dibujo difiere en su totalidad del
Diagrama III, no es más que una representación distinta de parte de los mismos
hechos expuestos en el primero de estos dibujos. La columna parcialmente colo-
reada á la izquierda del Diagrama IV corresponde al lado izquierdo del gran
óvalo del Diagrama III porque ambos pintan la oleada hacia abajo ó descenso en
la materia de la Segunda Gran Emanación. En este caso los diferentes reinos se
indican por el empleo de ciertos colores que Mad. Blavatsky ha asignado á sus
planos respectivos en una de las tablas que da en «La Doctrina Secreta».
Conviene comprender con claridad que estos diferentes colores no tienen más
objeto que el distinguirlos unos de otros; y que en manera alguna representan
características reales de los planos. Todos los colores que conocemos, y algunos
con los que todavía no estamos relacionados, existen en cada uno de esos planos
más elevados, así que el uso de un color para distinguir un plano de otro no
debe suponerse como indicativo de ninguna preponderancia de ese color en el
plano que lo lleva. No sería difícil dar razones de fantasía para su asignación
como por ejemplo, que el color de la arena ó de la tierra es muy á propósito para
el plano físico, y que el tinte rosado del afecto ó el rojo obscuro de la pasión ani-
mal tienen ciertas relaciones con el astral; pero todo esto es mera especulación,
y lo único sobre lo cual hay necesidad de insistir es que el plano astral no está en
modo alguno impregnado de un tinte rosado ni el mental inferior de un verde
vivido.
Las columnas puntiagudas ó bandas de colores que llenan el resto
del Diagrama IV corresponden todas á los diferentes estados de la curva,
ascendente de la derecha del Diagrama III y su objeto es expresar en forma
conveniente para retenerse el grado de desarrollo que alcanza la consciencia
en cada uno de los grandes reinos. El método seguido es dar el ancho entero
á la faja de la columna cuando la consciencia se manifiesta por completo, é
irla estrechando á medida que se llega á los niveles en que la consciencia
sólo empieza á funcionar. En el caso del reino mineral se observará que el
completo desarrollo no existe más qué en aquella parte de la faja que
representa las tres subdivisiones inferiores del plano físico, sólido, líquido, y
gaseoso, y que al pasar por los subplanos etéreo, superé tereo, subatómico
y atómico, el poder de ejercer consciencia va decreciendo de más en más;
y que en el plano astral sólo hay una tenue punta que indica s aquella leve,
aunque decidida, manifestación de deseo comúnmente llamada
afinidad química.

La vida en el mineral

Hace poco tiempo el mero hecho de que una vida definida pudiera
manifestarse en el reino mineral hubiese sido controvertido por todo el que no
fuera estudiante de ocultismo; pero los descubrimientos recientes están
alterando gradualmente el punto de vista científico materialista anterior.
Durante los últimos años las investigaciones hechas en tres distintas direcciones
se han aunado para demostrar la realidad de la vida en el mineral. Los estudios
del profesor Bose de Calcuta han demostrado que un mineral puede ser
envenenado, y los químicos alemanes se han dedicado á investigar á fondo una
enfermedad infecciosa que han llamado la peste de la hoja de lata, que ataca á
los techos de lata, y puede comunicarse de un tejado á otro. Hasta esperan
adquirir de este estudio grandes ventajas prácticas y una seguridad
adicional; porque creen que sea posible aprender por medio del mismo á evitar
muchos accidentes originados por lo que hasta ahora se ha supuesto causas
inevitables como, por ejemplo, la ruptura súbita é inexplicable de los zunchos
de acero. Ahora, todo lo que pueda hacerse para resguardarnos contra los
accidentes que pudieran originarse es probar el zuncho con frecuencia para ver
si tiene grietas ocultas. Indican también que en muchos casos el decaimiento
repentino puede ser originado por la debilidad producida por una enfermedad,
y que podría ser útil someter á los metales á una prueba adicional de salud.
Pero la más sobresaliente, completa y satisfactoria demostración de la
existencia de la vida en el mundo mineral es la obtenida por las investigaciones
experimentales del profesor Otto von Schron de Nápoles. Empleando
instrumentos microfotográficos de un poder excesivo ha podido observar en
detalle varios procesos cuya existencia jamás se había sospechado. Ha hecho ver
que los cristales no sólo poseen movimiento sino que están dotados del poder de
reproducirse, y que manifiestan varios procedimientos de generación
exactamente análogos á los empleados por el reino vegetal. Nos da ejemplos
claros de generación por división, por injerto y por endogénesis con emigración.
En este último caso el nuevo cristal se forma y viene á la superficie del cristal
madre, separándose por un doble movimiento, propulsivo y rotatorio, exacta-
mente como lo hacen los zoosporas del alga.
Cuando estuve la última vez en Nápoles, tuve la oportunidad, gracias á la
amabilidad del profesor von Schron, de examinar un gran número de sus
bellísimas fotografías, y de ver asimismo algo del mecanismo por el cual se han
obtenido sus maravillosísimos resultados. En la «Revista Teosófica» volumen
XXXI, página 142, podrá verse un bosquejo de estas interesantísimas
investigaciones. En cuanto al poder de evolución que posee el reino mineral, no
podré hacer nada mejor que citar un notable fragmento de la «Ética del polvo,
página 232, de Ruskin.

EÍ reposo del cristal

«Cualquier cosa se halla en un estado puro y santo cuando todas sus partes
se entreayudan y permanecen estables. La más alta y la primera ley del
universo, y por tanto la vida bajo otro nombre es «la ayuda». El otro nombre de
la muerte es «la separación.» El gobierno y la cooperación son en todas las
cosas y eternamente las leyes de la vida. La anarquía y la competencia son
eternamente y en todas las cosas las leyes de la muerte.
Quizás el mejor ejemplo, por ser el más familiar que pudiésemos tomar de la
naturaleza y poder de la estabilidad, sea el de los cambios posibles en el polvo
que pisamos.
»Excepto la putrefacción animal no es difícil encontrar un tipo más acabado de
impureza que el fango ó lodo de los senderos húmedos y muy transitados de
los alrededores de una población manufacturera. No me refiero al fango de
los caminos, porque está mezclado con excretas animales; pero tomemos una
onza ó dos del fango más negro de un trillo transitado, en un día de agua,
cerca de una ciudad manufacturera. En la mayoría de los casos
encontraremos el lodo compuesto de arcilla (ó polvo de ladrillo, que es arcilla
quemada), mezclado con hollín, un poco de arena y agua, y estos elementos
están en continua guerra unos con otros, destruyendo recíprocamente su
naturaleza y su poder, compitiendo y combatiendo por el lugar que ocupan á
cada paso nuestro; la arena expulsando á la arcilla, la arcilla expulsando al
agua, y el hollín mezclándose en todas partes y manchándolo todo.
Supongamos que se deje á esta onza de fango en un reposo perfecto, y que
sus elementos se reúnan, cada uno con los de su clase, de manera que sus
átomos puedan ponerse, en las relaciones más íntimas posibles.
>Empecemos por la arcilla. Despojándose de las substancias extrañas, se
transforma gradualmente en una tierra blanca, muy bella ya, y dispuesta, con la
ayuda del fuego que la cuaje á que la hagan la más fina porcelana, y á que la
pinten y la guarden en los palacios de los reyes. Pero esa consistencia artificial
no es la mejor á que puede llegar. Déjesela aún quieta, para que siga su
propio instinto de unidad y se vuelva, no sólo blanca, sino clara; no sólo clara,
sino dura; no sólo clara y dura sino dispuesta de tal manera que trata á la luz de
modo maravilloso recogiendo de ella sólo sus más lindos rayos azules,
desechando todo el resto. Entonces la llamamos zafiro.
«Habiendo alcanzado este estado final de la arcilla, demos análogas
condiciones de quietud á la arena. También se vuelve primero una tierra blanca,
procediendo después á adquirir claridad y dureza, y por último se dispone en
misteriosas líneas paralelas é infinitamente finas, que tienen el poder de reflejar
no sólo los rayos azules sino los azules, verdes, violáceos y rojos de la mayor
belleza que puedan verse á través de cualquiera materia dura. Entonces le
llamamos ópalo.
«Siguiendo el orden, el hollín se pone á trabajar. No puede hacerse blanco al
principio, pero, en vez de desalentarse trabaja con más y más fuerza, y al fin se
vuelve claro y la substancia más dura del mundo; y por la negrura que tuvo
obtiene en cambio el poder de reflejar todos los rayos del sol á la vez, con el más
vivido destello que puede irradiar sólido alguno. Entonces lo llamamos
diamante.
»A1 fin de todo el agua se purifica, ó se une; bastando á contentarla el
alcanzar solamente la forma de una gota de rocío; pero si se insiste en que
proceda á una consistencia más perfecta, cristaliza en forma de estrella. Y por
una onza de lodo que teníamos, gracias á la economía política de la
competencia, tenemos, por la economía política, de la cooperación, un zafiro,
un ópalo y un diamante engarzados en una estrella de nieve. >

El reino vegetal

Todo esto nos ayuda á comprender como la consciencia crece lenta pero
firmemente. Tenemos la vida y la evolución en el mineral y los primeros débiles
inicios de deseo como se manifiestan en la afinidad química; pero en el reino
vegetal encontramos al deseo más marcado y decidido y que la fuerza de vida
trabaja activamente en favor de la evolución de un modo mucho más definido.
Muchas plantas despliegan gran ingenio y sagacidad para lograr sus fines, por
más limitados que sean éstos. No nos sorprenderá por consiguiente ver que la
faja del Diagrama IV, que simboliza la consciencia en el reino vegetal, indica un
grado considerable de adelanto. El ancho completo de la faja se extiende tanto
en la subdivisión más alta como en la inferior del plano físico, y la punta que
penetra el plano astral ha aumentado mucho en tamaño. Sólo en los últimos
años, desde que se ha estudiado la botánica desde el punto de vista biológico,
hemos empezado á comprender lo maravillosas que son las plantas en realidad
que hemos hecho un estudio eficaz de su consciencia, de sus hábitos y de sus
tendencias. Nada hay más marcado que sus inclinaciones y repulsiones; casi que
no es una exageración decir que escasamente existe una virtud ó un vicio
conocido á la humanidad que no tenga su representación entre ellas. Hubo un
tiempo en que se consideraban las flores creadas para el placer del hombre, pero
ahora nos hemos dado cuenta de que la vida que anima la planta adapta todas
sus partes maravillosísimamente á la obra que tienen que hacer en beneficio del
organismo considerado como un todo. Puede decirse que una planta ó un árbol
es una colonia de organismos vegetales. Desde el punto de vista de la planta, la
flor, que nos parece la culminación y la meta del todo, es realmente una hoja
abortada y degradada, aunque también tiene sus funciones que llenar. Podemos
decir que las hojas actúan como acumuladores de energía porque fijan el
carbono y ponen en libertad el oxígeno; las flores, por otra parte, consumen
energía porque necesitan oxígeno y ponen en libertad bióxido de carbono. Las
hojas almacenan materias alimenticias en los tallos y renuevos, mientras que las
flores las consumen nunca de modo egoísta, entiéndase bien, sino siempre en
interés de la planta considerada como un todo, y para realizar sus deseos de
fundar una familia. Lenta y firmemente almacenan energía, y después la gastan
con rapidez comparativa. Las bocas de las hojas están en su superficie inferior, y
son tan pequeñas que una pulgada cuadrada de una hoja ordinaria de lila
contiene un cuarto de millón de ellas. Los hombres y los animales arrojan al aire
diariamente cuarenta y cinco millones de toneladas de bióxido de carbono, y sin
embargo, todo esto lo absorben esas bocas pequeñísimas ó, para hablar con más
propiedad, extraen el carbono que contienen.
La adaptabilidad de las plantas es maravillosa. Todas las plantas
trepadoras, por ejemplo, han adquirido el poder de trepar con el fin de alcanzar
la luz del sol, y han desarrollado los órganos necesarios para este objeto garfios
ó tijeretas ó raíces adventicias, y algunas veces simplemente el poder de
enroscarse. Ciertas variedades de flores se desarrollan con el fin de atraer
diferentes clases de insectos, y muchas de estas adaptaciones son in-
geniosísimas. Algunas flores, por ejemplo, cuidan de presentar un labio para
que se posen los insectos, y lo disponen de manera que las vibraciones que
océano. También se muestra la sagacidad de las plantas en las precauciones que
toman para su defensa. Algunas desarrollan flores sobre sus frutos para
guarecerlos de la lluvia y del rocío; otras producen secreciones venenosas para
salvarse de la rapiña de los insectos. Otras producen con este fin laca ó pelo,
como el gordolobo, mientras algunas tratan de protegerse de ser comidas
armándose de púas y de espinas, como muchas plantas de las más familiares, ó
impregnándose con sílice, como la cola de caballo. Pudieran citarse otros
muchos casos de su curiosa habilidad, pero pueden encontrarse en los últimos
libros de botánica, así es que pasamos ahora al siguiente escalón.

El reino animal

En el reino animal observamos que la evolución continúa siguiendo el


mismo procedimiento. Aquí el deseo ocupa un lugar muy prominente, y no cabe
duda de que el cuerpo astral está empezando definidamente á funcionar aunque
el animal no tenga por lo común todavía sino muy poca cosa que pueda llamarse
consciencia aparte del vehículo físico. Sin embargo, en los animales domésticos
más avanzados, el cuerpo astral tiene suficiente desarrollo para persistir
después de la muerte durante muchos días, y hasta meses, á la par que empieza
á mostrarse distintamente cierta cantidad de actividad mental. Esto último se
indica en nuestro dibujo con la punta verde que se extiende en la parte inferior
del plano mental, así como que la faja en el subplano más bajo del astral
conserve el ancho entero, muestra que el animal es capaz de sentir por completo
los tipos inferiores de la pasión, emoción y deseo. El rápido recogimiento de la
punta á medida que se acerca al nivel astral más-alto muestra que el reino
considerado en conjunto e» sólo capaz de experimentar muy limitadamente las
altas posibilidades del plano, aunque en algunos individuos muy avanzados
entre los animales domésticos más desarrollados, estas posibilidades existen en
un grado muy alto. Recuerdo que en los días de nuestra juventud se nos decía
que la razón era el atributo distintivo del hombre sólo, y que ningún animal la
poseía. Cualquiera que haya tenido un animal predilecto y lo haya convertido en
su amigo, como debiera hacerlo si mereciese el honor de la amistad del animal,
sabe que esto es falso, porque no se le escapa que el animal raciocina, aunque
sólo sea dentro de una esfera limitada. Cualquier libro de narraciones de la
sagacidad de perros, gatos y caballos de seguro que contiene bastantes pruebas
de que éstos poseen el poder de razonar.
El reino humano
Cuando llegamos al reino humano encontramos que en los tipos más
bajos de hombre el deseo aparece todavía ser el rasgo más prominente aunque
el desarrollo mental ha alcanzado alguna extensión; durante la vida este
hombre tiene una ligera consciencia en su vehículo astral mientras está dormido
y después de la muerte es bastante consciente y activo en el mismo, durando su
vida en él muchos años, puesto que todavía no tiene en realidad nada de la más
alta existencia del mundo celestial.
Llegando al hombre de cultura ordinaria de nuestra propia raza, vemos que
muestra una alta actividad mental durante la vida y tiene cualidades que le dan
la posibilidad de una existencia muy larga en el mundo del cielo después de la
muerte. Tiene completa consciencia en su cuerpo astral durante el sueño,
aunque por lo general no mucha costumbre de emplearla útilmente, y no puede
por lo corriente transportar la memoria de una condición de existencia á la otra.
Examinando la faja de colores que representa la humanidad, vemos que esas
diferentes características están indicadas allí. Conserva su ancho completo en
todo el plano astral y aun en el subplano inferior del mental, lo que muestra que
el hombre es capaz de todas la3 variedades de deseo en su mayor extensión
posible, tanto de las más altas como de las más bajas, y que su poder de
raciocinar está completamente desarrollado en lo que se relaciona con la
mentalidad egoísta de ese nivel inferior. Más allá de esto el desarrollo no es aún
perfecto, aunque está comenzando. La punta azul obscuro en los niveles
mentales más altos muestra que es un ego que reencarna y posee un cuerpo
causal, aunque para representar con exactitud el término me extensión; durante
la vida este hombre tiene una ligera consciencia en su vehículo astral mientras
está dormido y después de la muerte es bastante consciente y activo en el
mismo, durando su vida en él muchos años, puesto que todavía no tiene en
realidad nada de la más alta existencia del mundo celestial.
Llegando al hombre de cultura ordinaria de nuestra propia raza, vemos que
muestra una alta actividad mental durante la vida y tiene cualidades que le dan
la posibilidad de una existencia muy larga en el mundo del cielo después de la
muerte. Tiene completa consciencia en su cuerpo astral durante el sueño,
aunque por lo general no mucha costumbre de emplearla útilmente, y no puede
por lo corriente transportar la memoria de una condición de existencia á la otra.
Examinando la faja de colores que representa la humanidad, vemos que
esas diferentes características están indicadas allí. Conserva su ancho completo
en todo el plano astral y aun en el subplano inferior del mental, lo que muestra
que el hombre es capaz de todas la3 variedades de deseo en su mayor extensión
posible, tanto de las más altas como de las más bajas, y que su poder de
raciocinar está completamente desarrollado en lo que se relaciona con la
mentalidad egoísta de ese nivel inferior. Más allá de esto el desarrollo no es aún
perfecto, aunque está comenzando. La punta azul obscuro en los niveles
mentales más altos muestra que es un ego que reencarna y posee un cuerpo
causal, aunque para representar con exactitud el término me esencia monádica
de continuo empujado hacia arriba al plano mental por la fuerza de evolución
que le es inherente, y á esta tercera emanación cerniéndose sobre aquel plano
como una nube, atrayendo constantemente á las olas de abajo y siendo atraída
por ellas. Todo el que haya visto la formación de una tromba en los mares
tropicales se dará cuenta de la comparación oriental, comprenderá como el cono
superior invertido de la nube y el cono inferior de agua se van acercando de más
en más por efecto de la mutua atracción hasta que, llegado el momento, saltan
súbitamente y se unen formando la columna de agua y vapor mezclados.
De modo semejante las conglomeraciones de esencia monádica
animal están constantemente arrojando partes de sí mismas á la encarnación
como pasajeras olas en la superficie del mar, y el proceso de separación sigue
hasta que al fin llega un tiempo en que una de estas olas se levanta lo
suficiente para permitir á la nube que se cierne efectuar su unión con ella,
pasando á una nueva existencia superior que no está ni en la nube ni en el
océano, sino entre los dos y que participa de la naturaleza de ambos;
separándose así del conjunto de que formó parte hasta ese momento, no
volviendo á caer más al mar. Es decir que un animal perteneciente á uno de los
conjuntos más avanzados de esencia puede por su amor y devoción á su amo y
por el esfuerzo mental que implica su ferviente deseo de comprenderle y
complacerlo, elevarse tanto sobre su nivel primitivo que llegue á convertirse
en un vehículo apropiado para esta tercera emanación y al recibirla queda
separado de su conjunto, siendo lanzado en la carrera de la inmortalidad como
individuo.
Si recordamos que la consciencia de la esencia monádica ha sido
desarrollada hasta alcanzar el nivel mental inferior, y que la influencia
expectante de la vida divina ha descendido al plano búdico, nos encontraremos
en aptitud de buscar en los niveles mentales más elevados la combinación
resultante; y allí está verdaderamente la morada del cuerpo causal del hombre,
el vehículo del hombre que reencarna.
Notamos aquí que ha ocurrido un cambio curioso en la posición de la
esencia monádica. Mientras recorría la extensa línea de la evolución en todos
los reinos anteriores había sido invariablemente el principio que servía de
alma y daba energía, la fuerza que se hallaba detrás de todas las formas que
haya podido haber ocupado temporalmente. Pero ahora lo que había hasta
aquí servido de alma recibe á su vez el alma; de esa esencia monádica se forma
el cuerpo causal, esa esfera resplandeciente de luz viva dentro de la cual
desciende la aún más gloriosa luz de arriba, y por cuyo medio esa chispa divina
puede expresarse como individualidad humana.
Pero no se crea que es una finalidad indigna de alcanzar como resultado
de tan larga y cansada evolución la de convertirse así en vehículo de esta última
y más grandiosa emanación del divino espíritu; porque hay que recordar que sin
la preparación de este vehículo para que sirviese de eslabón de unión, la
individualidad inmortal del hombre no hubiera podido nunca venir á la
existencia ni esa triada superior así formada convertirse en unidad
trascendente, «no porque baje la Deidad á la carne, sino porque suba la
humanidad á Dios.» Así que no se ha perdido ninguna parte del trabajo que se
ha llevado á cabo á través de todas esas edades y nada ha sido inútil; porque sin
ese trabajo no hubiera podido nunca alcanzarse esta consumación final de que
el hombre se convirtiese en igual del Logos de quien procedió, y que así el
Mismo Logos se perfeccionase v en tanto que tiene de Su propia progenie á
aquellos iguales á Si mismo sobre los cuales puede por la primera vez derramar
aquel amor que es la esencia de Su naturaleza divina.
Recuérdese también que es sólo por la presencia dentro de sí de esta tercera
emanación de la vida divina que posee el hombre la garantía absoluta de su
inmortalidad; porque esto es «el espíritu del hombre que va hacia arriba» en
contraposición al «espíritu de la bestia que va hacia abajo», es decir, que se
retrotrae de nuevo á la muerte del animal, al conjunto de esencia monádica de
que provino.
Llegará un tiempo, según se nos dice, aunque para nuestra inteligencia
pueda parecer inconcebible el tiempo del reposo universal, llamado en el
Oriente la noche de Brahma en que «todas las cosas visibles é invisibles» se
reabsorberán dentro de aquello de lo cual vinieron; en que aun los mismos
Segundo y Tercer Logoi, y todo lo que es de su esencia deberán por el momento
sumergirse en el sueño y desaparecer. Pero aun en ese período de reposo
universal hay una Entidad que permanece inmutable; la Primera, el Logos No
Manifestado, permanece tranquilo, como siempre, en el seno del Infinito. Y
puesto que la esencia directa de éste, el divino Padre de todo, entra en la
composición del espíritu del hombre, por ese omnipotente poder su
inmortalidad está absolutamente asegurada.
Con cuanta belleza, con cuanta grandeza esas gloriosas concepciones se
reflejan aún en lo que nos queda de los Credos Cristianos, es lo que espero de-
mostrar al considerarlos clausula por clausula
CAPITULO IV

La exposición de los credos

Los Credos de los Apóstoles y de Nicea tienen tantos puntos de contacto


que nos parece el método más conveniente considerarlos juntos, tomando sólo
al presente aclaraciones ocasionales del de Atanasio, dejando las cláusulas más
importantes de este último para tratarlas por separado más tarde. Es evidente
que en estos dos Credos más cortos tenemos sencillamente dos tradiciones
diferentes de una forma original, forma que ya incluye reminiscencias de los
documentos que hemos llamado (a) y (6), resintiéndose asimismo de la
tendencia (c).
La fecha en que esta forma original vino á cristalizarse en lo que respecta
á sus líneas principales, no puede fijarse todavía con certeza, pero probable-
mente no nos equivocaremos en mucho asignándole la mitad del segundo siglo
de nuestra era, teniendo siempre en cuenta que esta era no guarda relación
alguna con la época real del, nacimiento del Maestro llamado Cristo, y
recordando también que es de todo punto probable que no se trató de poner
dicha forma por escrito hasta mucho tiempo después. Los dos Credos difieren,
como evidentemente tuvieron que diferir las escuelas de pensamiento que los
conservaron, siendo siempre la de Nicea más metafísica y menos materialista
que la otra, tomando siempre un punto de vista algo más elevado, y por tanto
más apto á prestarse á una tentativa de revivir la interpretación original y la sola
sostenible que yo deseo hacer.

El Padre

«Creo en Dios Padre Todopoderoso, hacedor del cielo y de la tierra». Así


dice la cláusula inicial del Credo de los Apóstoles, haciendo referencia eviden-
temente al Logos de nuestro sistema solar; el símbolo de Nicea, tomando aún
más amplio alcance, está fundado en una forma igualmente aplicable á la
Primera Causa de todo, y por eso habla de un Dios, hacedor no sólo del Cielo y
de la tierra sino «de todas las cosas visibles é invisibles». Bien puede darse el
glorioso título de <el Padre» á aquello que es la primera epifanía del Infinito,
porque de El todo viene, aún el Segundo y Tercer Logoi mismos, y algún día
deberá volver á El todo lo que ha emanado. No para perder consciencia,
obsérvese bien, porque eso sería desperdiciar el resultado de todos esos eones
de evolución; sino más bien para convertirse, de algún modo, que para nuestras
mentes finitas es por ahora incomprensible, una parte consciente de aquel todo
estupendo, una faceta de aquella Consciencia que todo lo abarca, que es en
verdad el Divino Padre de todo, «por encima de todo y á través de todo y en
ustedes todos.» «Entonces también el Hijo mismo estará sujeto dentro de él que
pone todas las cosas bajo él, á fin de que Dios pueda estar todo en todo».
El concepto de «Cielo y tierra» parece ser una corrupción de lo expresado
con más claridad en la fórmula (o), en la cual Cristo indica que el Logos llamó á
la existencia «el esquema de nuestra sistema («evidentemente nuestro sistema
solar») sea, nuestro mundo y todas las cosas que contiene, ya sean visibles ó
invisibles». Gran confusión ha causado en las mentes de muchas personas de
valor el desgraciado (aunque etimológicamente natural) uso de esta palabra
«cielos» en dos sentidos totalmente distintos: primero, el concepto puramente
físico de la bóveda celeste, las nubes, el sol y las estrellas, y segundo, la
concepción no física del estado glorioso de intensa bienaventuranza, que es lo
que corresponde al hombre después de terminada su vida astral. Probablemente
á esta confusión debe imputarse en gran parte la responsabilidad de la degra-
dación del cielo en la mente popular de una condición de consciencia por la que
todos á su turno deben pasar, en un lugar físico en el espacio del cual los
hombres en su mayoría han de ser excluidos.
Los Jefes de la comunidad esenia habían heredado el conocimiento
caldeo y egipcio de la astronomía, y sabían indudablemente la diferencia que
existe entre los planetas de nuestro sistema y las estrellas fijas que son los soles
de otros sistemas, y podían por tanto apreciar el significado exacto de la
enseñanza de Cristo; pero no es difícil ver como la parte ignorante de la Iglesia
había de desatinar aquí, incluyendo miles de sistemas solares bajo el dominio de
un Logos sin saber siquiera lo que estaban haciendo. Más tarde todavía, los
teólogos modernos que aún sabían menos, importan el concepto de la mansión
de la bienaventuranza post mortem, y así, todo conocimiento del matiz original
del significado desaparece por completo.

El Hijo

«Y en un Señor Jesús Cristo, el único Hijo engendrado de Dios,


engendrado de su Padre antes de todos los mundos, Dios de Dios, Luz de Luz,
verdadero Dios de verdadero Dio», engendrado, no hecho, siendo de igual
substancia que el Padre; por quien todas las cosas fueron hechas; quien por
nosotros, loa hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo.» A excepción de
algunas de las primeras palabras, todo esto está omitido en el Credo de los
Apóstoles, como quizás pudiéramos esperar que resultara en una fórmula- que
debía aplicarse á un nivel algo menos elevado del universo.
Aquí, con la inserción del nombre de Jesús Cristo, descubrimos la
primera traza de la influencia materializadora que hemos llamado (c), porque la
fórmula original (a) no contiene ninguna de estas palabras. En los ejemplares
más antiguos escritos en griego que hasta ahora han sido vistos
clarividentemente por nuestros investigadores, las palabras vertidas
IHSOTNXPISTON y traducidas <Jesús Cristo», aparecen, ya sea IHTPONAPISTON,
que significaría »el sanador principal (ó libertador)», ó ya IEPONAPISTON,
que parece significar simplemente «el más santo». Es, sin embargo, de poca
importancia hablar de estos diferentes escritos hasta que algún explorador en el
plano físico descubra algún manuscrito que los contenga, porque sólo entonces
el mundo de los eruditos estaría dispuesto á oír las indicaciones que
naturalmente se desprenden de ellos.
Sea como fuere, la forma de la fórmula (a) no es sino una traducción de
un original escrito en un idioma más antiguo, así que, para nosotros, en nuestro
carácter de estudiantes, nos interesa más ver el significado atribuido á esas
palabras en las mentes de los que las tomaron de los labios del gran Maestro,
que seguir los detalles de su traducción al dialecto corrompido griego de aquel
período. Está fuera de toda duda que la concepción original se refiere
exclusivamente al Segundo Aspecto del Logos, manifestándose en diferentes
niveles del gran descenso en la materia, y en manera alguna ni al Maestro ni á
ninguna persona humana.
El Único Hijo

La mayor parte de este poético pasaje es un esfuerzo para aclarar la


situación y las funciones del Segundo Aspecto del Logos, y para precaver en lo
posible distintos conceptos erróneos de las mismas. Se da mucha importancia al
hecho de que nada en el universo viene á la existencia de la misma manera que
esta Segunda Persona, llamada al ser como lo es por la simple acción de la
voluntad de la primera, trabajando sin intermediario; así es que el antiguo
traductor tuvo la intención de expresarse con bastante veracidad, por más que
fue desgraciado al elegir la expresión cuando le llamó «el Único Hijo
engendrado de Dios, engendrado de su Padre antes que todos los mundos, por
quien todas las cosas fueron hechas»; puesto que es ciertamente la única
manifestación directa de la Primera, lo no manifestado, é indudablemente, «sin
El no se hizo ninguna cosa que fue hecha», porque la esencia monádica que El
emana es el principio que da el alma y la energía, que se halla detrás de toda
vida orgánica de la cual sabemos algo.
El señor Mead expone con mucha claridad la verdadera acepción de la
palabra en un artículo que apareció en la Revista Teosófica, vol. XXI, pág. 141,
en el que dice: «No queda ya duda de que el término invariablemente traducido
«unigénito» no significa eso, sino «creado solo», es decir, creado por un
principio y no por una sizigia ó par.»
Es claro que este título pertenece y sólo puede darse al Segundo Aspecto
del Logos, porque la manera en que es emanado del Primer Principio debe
evidentemente diferir de todos los demás procesos posteriores de generación,
que son sin excepción alguna el resultado de una acción recíproca.
También debe tenerse presente que «antes que todos los mundos», por
más que sea verdad como manifestación referente á la emanación de Cristo, es
una mala traducción que no pueden significar sino «antes que todos los eones».
Para cualquiera que esté familiarizado siquiera superficialmente con la
nomenclatura Gnóstica esto en sí lleva su significado, y nos dice simplemente
que la Segunda Persona del Logos es la primera en tiempo, como es la más
grande, de todos los eones ó emanaciones del Eterno. Padre.
Nos convendría precisar con exactitud el verdadero significado y origen
de esta palabra persona Se compone de las dos palabras latinas per y sona, y
por tanto significa «aquello á través de lo cual el sonido viene.» Parece que en el
escenario romano sólo los que desempeñaban los principales caracteres se
vestían para su papel con tanto esmero como lo hacen ahora los actores. Las
partes secundarias de nuestros días que desempeñan el papel de soldado en una
escena, de policía en otra, y de paisano en la tercera, existían también en Roma,
pero allí, en vez de cambiar todo el traje, llevaban de ordinario el vestido de
paisano durante todo el tiempo, y sólo cambiaban de careta y de peinado. El
actor secundario estaba provisto de un surtido de estas cosas que indicaban
varios papeles menores y lo que llevaba en un momento dado hacía ver el papel
que estaba representando. Esta careta se llamaba persona porque el sonido de
su voz se emitía á través de ella. Así que hablamos con propiedad del grupo de
los vehículos temporales inferiores que el alma emplea cuando desciende á la
encarnación llamándola su «personalidad». Así también estos Aspectos
separados ó manifestaciones del Uno en diversos planos se describen
correctamente como Persona.
Aquí cabe también la aseveración categórica y reiterada de que El es «de
la misma substancia que e] Padre», idéntico en todos respectos con El, de quien,
procede, excepto que ha descendido este escalón más, y viniendo así á la
manifestación ha limitado por el momento la expresión completa de lo que aún
es en esencia, teniendo por consiguiente un aspecto dual «igual al Padre, en
cuanto á Su Deidad, y sin embargo inferior al Padre en cuanto á Su
humanidad»; y no obstante, á través de todo esto resuena la verdad triunfante
de que la eterna unidad se mantiene aún, «porque aunque El sea Dios y hombre,
no es por eso dos, sino un Cristo», ahora como siempre «Dios de Dios, Luz de
Luz, Verdadero Dios de Verdadero Dios.»
Pocas protestas de mayor importancia contra la doctrina de la dualidad
eterna el Dios y el no Dios han sido jamás escritas por el hombre mortal; y en el
último y más amplio de los Credos, el de Atanasio, tenemos la verdadera prueba
de la unidad esencial que se aduce en el acertó del poder de retrotraer á lo más
Alto todo el fruto del descenso en la materia, pues se nos dice que El es «uno, no
por la conversión de la Deidad en carne, sino por llevar la humanidad á Dios.».

Bajó del cielo

También con la mayor verdad y belleza se ha escrito de Él que <por


nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo»; porque aunque en
verdad es cierto que el espíritu inmortal del hombre es de la naturaleza misma
del Padre, si no hubiere sido por el sacrificio del Hijo que emanó de Su Propia
substancia en forma de esencia monádica en todas las limitaciones de los reinos
inferiores, el cuerpo causal no hubiera podido existir nunca, y sin él como
vehículo, como el vaso para poder contener el elixir de vida, el cielo y la tierra no
hubieran podido juntarse nunca, ni haberse revestido lo mortal de
inmortalidad. Y así el verdadero Cristo es á la vez el creador y el salvador del
hombre, porque sin él no hubiera podido nunca echarse un puente sobre el
abismo que existe entre el espíritu y la materia, y la individualidad no hubiera
podido ser.

La encarnación

“Y fue encarnado por el Espíritu Santo de la Virgen María». Por un


momento parece presentarse aquí una dificultad, porque ¿como puede el naci-
miento del Segundo Aspecto del Logos ser debido en modo alguno á la acción
del Tercero, quien en si tiene hacia Él más bien la relación de un hijo que la de
un Padre? Y si seguimos sin embargo las líneas primitivas de pensamiento, no
seremos confundidos con la contradicción aparente, porque nos daremos cuenta
de que estamos tratando simplemente con un estado más avanzado del gran
sacrificio del descenso en la materia.
El traductor inglés, ó más probablemente aún un predecesor latino,
desgraciadamente confundió el significado cambiando sin motivo alguno una de
las proposiciones una mala traducción muy notable, tan clara y sorprendente
que no hubiera podido nunca pasar desapercibida para los eruditos, de no haber
sido por el velo echado á su alrededor por la mala interpretación inicial que cegó
sus ojos á la posibilidad de cualquiera interpretación de toda la sentencia que no
fuese la más grosera y material. Aún en la más reciente forma griega hay una
sola proposición para los dos nombres diciendo la frase” y fue encarnado del
Espíritu Santo y la Virgen María”. Es decir que, la esencia monádica,
habiendo ya bajado del cielo”, según se dice en la cláusula anterior, se
materializa asumiendo una vestidura de la materia visible y tangible ya
preparada para recibirla por la acción del Logos en Su Tercer Aspecto, sobre lo
que, sin esa acción, hubiese sido materia virgen é inútil.
Este calificativo de «virgen» se ha aplicado coa frecuencia á la materia
atómica de los diversos pía» nos, porque cuando está en esta condición no entra
por su propio acuerdo en ninguna clase de combinación, permaneciendo, por
decirlo así, inerte é infructuosa. Pero tan pronto como es electrizada por la
Emanación del Espíritu Santo, se despierta á la actividad, combinándose en
moléculas y generando con rapidez la materia de los subplanos inferiores,
trayendo así á la existencia del éter atómico lo que los químicos llaman los
elementos; y de esta materia, así vivificada por la primera emanación, se
componen las múltiples formas á las que la esencia monódica sirve de alma.
Al llegar esta segunda emanación al plano físico, en la forma de lo que
algunas veces hemos llamado la mónada mineral, transmite á esos diferentes
elementos químicos un nuevo poder de combinación, quedando así preparado el
camino para las otras más elevadas de la vida que deben sucederse en los reinos
posteriores. El Segundo Aspecto del Logos, toma forma por consiguiente no sólo
de la materia «virgen», sino de la materia que ya está animada y vibrando con la
vida del Tercero, de manera que tanto la vida como la materia lo rodean como
una vestidura, y que en toda verdad puede decirse que Él es "encarnado del
Espíritu Santo y La Virgen María.»
La tendencia materializadora ha introducido de nuevo aquí una idea
totalmente distinta por medio de una alteración muy trivial, por la inserción de
una simple letra, pues en la forma primitiva no era Mapia, sino Maia, que
significa sencillamente madre.
Se siente la tentación de especular sobre la posibilidad de que hubiere
una relación tradicional entre esta palabra tan sugestiva y la sánscrita Maya, que
tan a menudo se emplea para expresar el mismo velo ilusorio de materia de que
se reviste el Logos en Su descenso; pero todo lo que puede decirse por ahora es
que no ha podido aún encontrarse esta relación.
Ha habido muchas discusiones virulentas sobre el dogma de la
Inmaculada Concepción, originándose por supuesto las dificultades por la
degradante materialización del concepto primitivo. Este misterio cubre en
realidad tres significados:
(1), el nacimiento, ó aparición ó manifestación del Logos en la materia en
su Segundo Aspecto;
(2), el nacimiento del alma humana, el ego, la individualidad; y
(3), el nacimiento del principio Cristo dentro del hombre en un período
posterior de su desarrollo.
El nacimiento del Logos dentro de la materia ha sido ya descrito, así
como también el nacimiento de esa individualidad que ha sido tan
maravillosamente hecha á Su imagen. En este último caso podemos considerar
al cuerpo causal como á la madre, concebida inmaculada ella misma por la
acción del Logos en Su Segundo Aspecto sobre la materia preparada por la
Tercera Persona de la Trinidad. En tercer lugar (después que el hombre ha
desarrollado el intelecto), el principio Cristo, la sabiduría intuitiva, nace en el
alma, y cuando esa consciencia búdica es despertada, el alma se convierte otra
vez, por decirlo así, en un niño, nacido en esa vida más alta del iniciado que es
en verdad el reino del cielo.
Tan pronto como se tradujo el Credo al Latín, nos encontramos con la
evidente posibilidad de un juego de palabras con el vocablo "María", y sin
embargo, como por accidente se nos presenta otra indicación del verdadero
significado del descenso dentro de los «marea de materia virgen vivificados por
el Espíritu Santo.»
«Y fue hecho hombre». La inserción de esta cláusula es muy significativa,
puesto que claramente muestra que la llegada de la esencia monádica a nivel
de la humanidad fue un paso distinto y posterior al descenso en la materia, y
que, por consecuencia, la «encarnación del Espíritu Santo y la Virgen María»,
citada con anterioridad, no se refería ni podía referirse á un nacimiento
humano. Esta cláusula se omite en el Credo de los Apóstoles, pero toma el lugar
que le corresponde en la redacción hecha por el Concilio de Nicea, en la que con
mayor evidencia se trata de describir un paso posterior de la evolución, pues
dice el texto «y fue hecho carne, y fue hecho hombre», la toma de carne
refiriéndose claramente al paso anterior de la esencia monádica por el reino
animal. En el Credo de los Apóstoles la influencia de la tendencia (c)
predomina, pues todo el proceso se describe, de la manera más vulgar y
materialista, »que fue concebido por el Espíritu Santo, nació de la Virgen
María».

Poncio Pilatos

«Padeció bajo Poncio Pilatos». En esta cláusula nos encontramos con el


caso más grande que se haya comprobado de la degradante y estrecha influencia
de la tendencia que hemos llamado (c), porque por la inserción dé la más
pequeña letra del alfabeto griego (la iota, que corresponde á la ijot» de que
habla el evangelio), el significado original no sólo ha sido obscurecido, sino
perdido y olvidado por completo. La alteración es tan sencilla y fácil de hacer, y
sin embargo sus efectos son tan extraordinarios y colosales, que los que la
descubrieron escasamente pudieron durante algún tiempo creer á sus propios
ojos, y cuando se dieron cuenta de lo ocurrido, no les fue dable comprender
como había sido posible pasar por alto tanto tiempo una cosa de tan manifiesta
evidencia.
En lugar de NONTlOTUlAATOY, los manuscritos griegos más antiguos
que los investigadores clarividentes han podido encontrar hasta ahora dicen
UONTOTfflAHTOY. Ahora bien, la substitución de la A por la H es frecuente en
varios dialectos griegos, así que la única alteración real aquí es la inserción de la
I que transforma névioi:, que significa mar, en UOVTOK:, que es un nombre propio
romano. No es mi deseo indicar que esta alteración ó cualquiera de las otras que
he mencionado, se hicieron necesariamente con propósito de engaño, ó con
intención de extraviar; pueden muy bien haber sido hechas en la creencia de
que eran meras correcciones de errores sin importancia de alguno de los
primitivos copistas.
Fue claro para los investigadores que el monje esenio que por primera
vez tradujo la fórmula al griego no estaba bien familiarizado con aquel idioma y
su trabajo, por tanto, no resultó clásico. Aquellos en cuyas manos el manuscrito
ó sus copias fueron á parar en épocas posteriores, enmendaron aquí y allá los
errores manifiestos de ortografía ó construcción, y es muy posible que alguien
que vino á considerarlo sin estar capacitado para apreciar su verdadero
significado místico, y con el prejuicio de la interpretación antropomórfica,
pudiese suponer que en este caso, por ejemplo, se hubiese omitido
necesariamente una letra por algún copista ignorante, habiendo podido así
insertar dicha letra, sin tener la menor idea de que por ello estaba alterando
todo el significado de la cláusula é introduciendo un concepto completamente
ajeno al espíritu del documento.
No cabe duda de que en la historia eclesiástica se han cometido muchas
falsedades directamente y sin pudor «para la mayor gloria de Dios?; que para
los monjes significaba sencillamente el beneficio de los intereses de la Iglesia;
pero, afortunadamente, nosotros no estamos obligados á postular mala fe en
este caso, puesto que vemos que la ignorancia y el prejuicio pueden muy bien
haber hecho inocentemente la obra fatal de la completa materialización de
conceptos tan grandes y luminosos en su origen.
Sin duda, con la misma laudable aunque errónea intención de pulir el
estilo, la preposición fue (mucho más tarde) substituida, que se encontraba
primitivamente, aunque una vez aceptada la teoría del nombre propio, el daño
estaba hecho; y esta otra alteración se limitó á dar forma más elegante á la frase,
disminuyendo la probabilidad de investigar otro significado posible que no
fuese el literal. En la traducción original la intención real del autor aparecía aún
más clara para el uso del dativo, indicando por ende que la expresión se refería á
un lugar y no á una persona; pero éste fue casi inmediatamente transpuesto al
genitivo más usual, antes de la desgraciada inserción de la iota.
Las palabras sólo significan, pues, un mar comprimido ó densificado lo
que está lejos de ser una mala descripción de la parte inferior del plano astral
que tan á menudo se representa por medio del agua. La cláusula usualmente
traducida «padeció bajo Poncio Pilatos» debería interpretarse «El soportó el
mar denso», es decir, por nosotros los hombres y por nuestra salvación permitió
ser limitado y aprisionado temporalmente en la materia astral. Debemos anotar
aquí el orden exacto de las cláusulas. Ninguno de los Credos, tales como están
ahora, contiene en toda su integridad la idea original; porque el de los
Apóstoles, aunque conserva la exactitud del orden, omite algunos grados, y
aunque el de Nicea es más completo, hay confusión en la forma en que está
dispuesto. El primer paso que se menciona es asumir la vestidura de materia «la
encarnación»; después, tomar forma humana, aunque i, aún en sus principios
superiores solamente; después, «sufrir bajo Poncio Pilatos», ó descenso dentro
del mar astral; y solo después de eso viene la crucifixión sobre la cruz de materia
física, en la que se describe gráficamente como «muerto y sepultado».

La crucifixión

«Fue crucificado, muerto y sepultado». Aquí volvemos á encontrarnos de


nuevo cara á cara con una mala interpretación casi universal, cuyas pro-
porciones han sido colosales y cuyos resultados de los más desastrosos. La
sorprendente conversión de una alegoría perfectamente razonable en u.na bio-
grafía absolutamente imposible, ha tenido una influencia tristísima sobre toda
la Iglesia Cristiana y sobre la fe que ha enseñado, y la enorme cantidad de
simpatía devota que se ha exteriorizado durante siglos á propósito de una
leyenda de sufrimientos físicos del todo imaginaria, es quizás el desperdicio más
extraordinario y lamentable de energía en la historia del mundo.
Una vez más hemos de repetir que ni el Credo ni los evangelios tuvieron
en su origen el propósito de referirse á la leyenda de la vida del Gran Maestro
Cristo. Pero la narración del evangelio en el estado en que se encuentra hoy es
un cúmulo tan extraordinario, inextricable y enmarañado del mito solar, el
Cristo alegórico de la iniciación común á casi todas las religiones, y una
tradición de la leyenda real de parte de la vida terrestre de Jesús, que sería tarea
harto difícil retrotraer con exactitud sus varios incidentes á sus fuentes
respectivas.
La crucifixión y la resurrección, no obstante, pertenecen sin duda al
Cristo alegórico; y que ello sea así debe ser evidente para todos los estudiantes,
por el mero hecho de que la fecha de su conmemoración por la Iglesia no es fija,
como lo será el aniversario de cualquier acontecimiento verdadero, sino que es
movible y dependiente de cálculos astronómicos, una ojeada al Libro de
Oraciones demostrará que la Pascua .se celebra el domingo que sigue á la fecha
del primer plenilunio después del equinoccio vernal.
Ahora bien, este método de fijar una fecha sería grotesco, caso de
aplicarse á un aniversario histórico, y sólo se explica razonablemente,
basándose sobre una modificación del mito solar. Indudablemente en estos
últimos años ha habido una tendencia encaminada á destruir esta idea, y á ver
un mito solar en cada fragmento de charlatanería prehistórica que haya
encontrado algún narrador; pero esto no debe obscurecernos el hecho de que
hay mucho de verdad en la teoría, especialmente cuando reconocemos que el
curso anual del sol se usa como una alegoría, para recordar á los que lo
estudien, las grandes verdades espirituales que durante tanto tiempo han
servido para simboliza
Los ortodoxos explican el arreglo de la conmemoración de la Pascua de
Resurrección diciendo que es un punto muy debatido entre los judíos que la
crucifixión tuvo lugar durante el período de la Pascua del Cordero, por cuyo
motivo se le tiene por el verdadero sacrificio pascual; y puesto que el día de la
Pascua del Cordero depende del movimiento de la luna, la celebración de la
Pascua de Resurrección debía también depender del mismo. Esto es muy
probable, pero de ninguna manera anula mi pretensión de que por el solo hecho
de que son movibles, se muestre que ni la Pascua del Cordero ni la festividad de
la Resurrección puedan de ningún modo tener por objeto conmemorar un
acontecimiento histórico definido, pues, si así fuera, se celebrarían en un
aniversario fijo. Al contrario, claramente demuestra que la festividad que se ha
fijado así es una festividad astronómica, relacionada de alguna manera con el
caito de los cuerpos celestes de cuyo movimiento depende.
De hecho, la parte del Credo que consideramos ahora, se ha tomado
sencillamente del ritual de la antigua iniciación egipcia, la que á su vez tenía por
objeto ilustrar los últimos escalones del descenso de la esencia monádica en la
materia. Consideremos primero cómo ese descenso vino á simbolizarse por la
crucifixión y después cómo fue expuesta á la vista de los neófitos en el antiguo
Khem.

El símbolo de la cruz

Para entender esto con claridad debemos primero tratar de fijar el


significado que iba aparejado al emblema de la cruz en loa misterios sagrados de
la antigüedad. La mayoría de nosotros hemos sido criados en la creencia de que
la cruz era un símbolo exclusivamente cristiano, y puede ser que queden aún
algunas personas que así lo entiendan. Si fuere así es desde luego por la sencilla
razón de que nunca se les ha ocurrido investigar el punto; porque si lo
considerasen y examinasen los antecedentes, no podría dejar de chocarles lo
notable del uso universal de este signo.
El catálogo completo de los puntos en que se encuentra la cruz antes de
la era cristiana formaría una obra voluminosa, pero me basta ojear algunas de
las obras modernas sobre el asunto, para ver el testimonio de su uso en una ú
otra de sus formas en el antiguo Egipto, en Nínive, entre los fenicios de Gozzo,
entre los etruscos y la raza prehistórica que habitó la Italia antes de la llegada de
los etruscos, en la cerámica de los primitivos habitantes lacustres, entre las
ruinas de Palenque, en los más antiguos restos que aún se hayan descubierto del
antiguo Perú, India, China, Japón, Corea, Tíbet, Babilonia, Asiria, Caldea,
Persia, Fenicia, Armenia, Argelia, el territorio de los Ashanti, Chipre, Rodas, y
entre los habitantes prehistóricos de Britania, Francia, Germania y América,
lista que, por más que sea parcial é incompleta, puede muy bien causar asombro
á los defensores de la teoría exclusivamente cristiana de la cruz que prevalecía
en la época de nuestra juventud.
La única forma de este símbolo que no se encuentra generalmente
asociada con el Egipto es la cruz ansata ó cruz de asa, pero es completamente
erróneo suponer, que los antiguos habitantes de Khem no conociesen las otras
variedades, porque tanto las cruces griega, latina y maltesa como las
representaciones de la svastika se encuentran entre las reliquias que nos han
dejado. Tuve el placer en 1884 de visitar el museo de antigüedades egipcias de
Boulak en compañía de Mad, Blavatsky y guiado por su erudito tutor M.
Maspero, y recuerdo bien el interés con que vi entre el contenido de una caja de
dijes que se suponían pertenecer á una de las primeras dinastías, algunas
preciosas cruces brotando del corazón, grabadas en cornalina, exactamente
análogas á los de los escapularios de esa forma que pueden comprarse en una
tienda católica de Londres en el siglo xx.
La forma derivada de la simple cruz más ampliamente esparcida es
quizás la esvástica, que se encuentra, según creo, en todos los países antes
mencionados. Se ha supuesto generalmente que es idéntica al martillo de Thor,
pero hay algunas razones para creer que este último signo se construía
primitivamente con la forma de la letra T. De todos modos es cierto que cuando
el Rey Olaf celebraba la Pascua de Navidad en Drontheim,

O'er his drinking-horn the sign


He made of the cross divine
As he drank, and muttered his prayers,
But the Berserks evermore
Made the sign of the hammer of Thor
Ovar theirs—

en realidad usaban signos idénticos. La esvástica se encuentra también á


ocasiones en la simbología cristiana reciente; por ejemplo, puede verse ador-
nando el ribete de la casulla de un obispo de la Edad Media en una bella
escultura de tamaño natural en una de las tumbas de la Catedral de Winchester.
El estudiante de teosofía debe tener cuidado de evitar el error que tan á
menudo comete el observador más superficial, confundiendo el significado de
todas estas formas diferentes del símbolo de la cruz. Cada una de ellas, la griega,
la latina, la de Malta, la tau, la esvástica, tiene su significación particular propia,
y no debe confundirse con ninguna de las otras, como se verá en breve.
El error del falicismo

Hay por desgracia un error muy grosero que prevalece mucho en relación
con este asunto, que debemos desarraigar por completo de nuestras mentes
antes de poder esperar considerarlo con provecho, el error del falicismo.
Muchos autores parecen completamente obsesados por esta sucia idea, y sólo
ven emblemas fálicos en todos los símbolos más santos de la antigüedad; ya se
trate de la cruz, del triángulo, del círculo, de la pirámide, del obelisco, de la
dagoba ó del lotus, para su pervertida imaginación sólo pueden tener un
significado obsceno.
Felizmente la investigación oculta nos da la certeza (como en verdad lo
indicaría el sentido común sin esa ayuda) de que esta desagradable teoría del
origen de toda religión está absolutamente desprovista de fundamento. En
todos los casos examinados hasta el presente se ha encontrado que, en los
primeros y más puros pasos de cualquier religión, no se pensó en nada que no
fuera el significado espiritual con relación á loa diferentes símbolos, y que
cuando se aludía á la creación, se trataba siempre de la creación de ideas por la
mente divina. Por otra, parte, siempre que se encuentran. símbolos fálicos y
ceremonias de carácter indecente asociados con una religión, pueden tomarse
como signo seguro del decaimiento de dicha religión, como una indicación de
que en el país en que puedan verse dichos emblemas y prácticas, por lo menos la
prístina pureza de la religión se ha perdido y su poder espiritual se está
agotando rápidamente.
Nunca y bajo ninguna circunstancia, el falicismo y la indecencia forman
parte del concepto primitivo de una gran religión, y la teoría moderna que todos
los símbolos tuvieron en su principio algún significado obsceno en las mentes de
los salvajes que los inventaron, y que, al llegar en el transcurso del tiempo una
nación á un nivel más elevado, avergonzándose de esas groseras ideas inventaba
interpretaciones espirituales rebuscadas para velar su inmodestia, es
exactamente lo contrario de la verdad. La gran verdad espiritual siempre viene
primero, y es sólo después de muchos años, cuando ha sido olvidada, que una
raza degenerada trata de atribuir un significado grosero á sus símbolos.

El verdadero significado

Dejando de lado, pues, todas las malas interpretaciones posteriores, ¿que


significado tenía en su origen el símbolo de la cruz, tan esparcido por el mundo?
Parte, por lo menos de la respuesta nos la da Mad. Blavatsky en el proemio de la
«Doctrina Secreta», al describir los signos impresos en las hojas sucesivas de
cierto manuscrito arcaico. Se recordará que el primero es un simple círculo
blanco que simboliza Lo Absoluto; en él aparece el punto céntrico, signo de que
el Primer Logos ha entrado en un ciclo de actividad; el punto se extiende en una
línea que divide al círculo en dos partes, simbolizando así el aspecto dual del
Segundo Logos como masculino-femenino, Dios-hombre, Espíritu materia; y
después, para mostrar la siguiente etapa, esta línea divisoria es cruzada por
otra, y tenemos el jeroglífico del Tercer Logos-Dios, el Espíritu Santo, el Señor,
el Dispensador de vida.
Pero todos estos símbolos, nótese bien, están aún dentro del círculo, y
por tanto son emblemas de IAS distintas etapas del desenvolvimiento del Triple
Logos, no aún de Su manifestación. Cuando en la plenitud del tiempo se prepara
para Su descenso posterior, el símbolo varía, por lo corriente en una de dos
maneras. Algunas veces el círculo desaparece por completo y tenemos entonces
la cruz griega de brazos iguales como signo del Tercer Aspecto del Logos al
comenzar el gran ciclo, como su poder creativo listo para ejercitarse, pero no
ejercitado todavía.
Siguiendo esta línea de simbolismo viene después la esvástica, que
siempre implica movimiento el poder creador en actividad; porque las líneas
que se agregan en ángulos rectos á los brazos de la cruz se suponen representar
llamas lanzadas hacia atrás á medida que la cruz gira en redondo, con lo que se
indica doblemente la actividad eterna de la Vida Universal, primero por la
incesante emanación del fuego procedente del centro por los brazos, y segundo
por la rotación de la cruz misma. Otro método de expresar la misma idea se ve
en la cruz maltesa, en la que loa brazos, que siempre van anchando á medida
que se alejan del centro, simbolizan una vez más la divina energía que se
derrama en todas las direcciones del espacio.
A ocasiones, en vez de desprenderse por completo del círculo, la cruz
simplemente se extiende fuera de él. Entonces tenemos la cruz de brazos iguales
con un pequeño círculo en su centro, y en la etapa siguiente el círculo se
convierte en una rosa, otro emblema bien conocido de la vida, lo que da el
símbolo familiar del cual los Rosacruces toman su nombre. Otra vez más la cruz
no sólo ostenta la rosa mística en su centro, sino que toma ella misma el color
rosado, lo que muestra que lo que brota de ella y por ella es siempre el fuego del
amor divino.
Naturalmente la gran regla oculta, «Como arriba, así es abajo», tiene
aquí también su aplicación, y con muy ligeras variantes estos símbolos pueden
ser, y algunas veces lo son, empleados para indicar etapas mucho más bajas de
la evolución; de aquí la referencia que hace Mad. Blavatsky á las distintas razas
de hombres en la explicación que de ellos hace. Puede verse fácilmente como de
la mala inteligencia de esta interpretación inferior, y de su asociación en una
etapa, con la separación de los sexos, se originaron las desagradables ideas de
falicismo. Es cierto, que el conocimiento del verdadero significado de la cruz
griega parece haberse perdido del concepto público en un período muy
temprano; durante edades sólo los ocultistas has, conocido su relación con el
Tercer Aspecto del Logos, y los estudiantes superficiales la han confundido casi
invariablemente con la cruz latina de la Segunda Persona, cuya derivación es en
realidad del todo distinta.

La cruz latina

Al investigar el simbolismo de la cruz latina, ó más bien del crucifijo,


retrotrayéndolo á loa tiempos más remotos, los investigadores habían esperado
encontrarse con la desaparición de la figura, dejando detrás lo que suponían ser
el primitivo emblema de la cruz. En efecto, aconteció exactamente lo contrario,
y se asombraron al encontrar que finalmente desaparece la cruz quedando sólo
la figura con los brazos levantados. Ya no hay ningún pensamiento de pena ó
tristeza relacionado con esa figura, aunque todavía revela el sacrificio; es más
bien ahora el símbolo del gozo más puro que cabe en (sí mundo, el gozo de dar
libremente, porque simboliza al Hombre Divino suspendido en el espacio con
los brazos levantados para bendecir, arrojando sus dones á toda la humanidad,
vertiéndose libremente á sí mismo en todas direcciones, descendiendo dentro
de ese «denso mar» de materia, para ser aprisionado, encerrado y confinado en
él, para que mediante ese descenso vengamos nosotros á ser. Un sacrificio en
verdad (á lo menos desde nuestro punto de vista), y sin embargo sin ningún
pensamiento de sufrimiento, sino sólo de gozo trascendente. Porque esa es la
esencia de la ley de sacrificios, la ley que mueve los mundos aún aquí abajo. En
tanto que coa él se relacione un pensamiento de pena, el sacrificio no es
perfecto; en tanto que un hombre se este forzando para hacer aquello que
preferiría no hacer, está sólo en el camino que lleva hacia el cumplimiento de la
gran ley. Pero cuando se da por completo y libremente porque, habiendo una
vez visto la gloria y la belleza del Gran Sacrificio, no hay para él otro curso
posible en los tres mundos sino unificarse con él, por más lejos, por más débil é
imperfectamente que sea; cuando se da sin pensar nunca en pena ó trastorno
verdaderamente, sin ningún pensamiento en absoluto de sí, sino sólo de aquello
para lo cual está trabajando; entonces y sólo entonces es su sacrificio perfecto,
porque es de la misma naturaleza que el sacrificio del Logos, y participa de la
esencia de esa ley de amor que es exclusivamente ley de vida eterna.
Parece comprobado que hasta la primitiva Iglesia Cristiana conocía esto
por tradición, según lo demuestran las pinturas de las catacumbas de .Roma, en
las que se ve con frecuencia una figura como la descrita, con los brazos
levantados de la manera particular que se ha indicado, situada en medio de los
doce apóstoles, exactamente en donde se esperaría naturalmente hallar la figura
de Cristo. A esta figura se le llama por lo general el «orante»: se ha supuesto á
veces que es femenina y ha dado lugar á muchas discusiones entre los
arqueólogos eclesiásticos, pero á mí me parece que ?u explicación más natural
es la que ya he indicado.
Vemos, pues, que se ha empleado la cruz desde épocas remotas como
símbolo de la materia y de la manifestación del mundo material. Es por tanto ló-
gico que el descenso posterior del Hombre Divino en la materia se simbolizase
adhiriendo el cuerpo á la cruz, lo que también significa con bastante exactitud la
extrema limitación de la acción del Logos, ocasionada por dicho descenso hasta
donde Su expresión de sí mismo fue restringida en el plano físico. Los clavos; la
sangre, las heridas y todos los espantosos horrores de la forma impropia de
presentación moderna, son simples adiciones debidas á la imaginación morbosa
de la mente materializada del monje de la Edad Media, que carecía de la
inteligencia y de la educación que hubiera podido permitirle apreciar la belleza
del significado que encerraba la alegoría primitiva.

El Cristo vivo sobre la cruz

Por lo menos esta parte de la verdad empieza á ser comprendida hasta


por los investigadores cristianos, puesto que el conocido arqueólogo católico H.
Marucchi, en un artículo que aparece en el nuevo diccionario del Abbé
Vigoroux, se refiere al pórtico del quinto siglo de Santa Sabina de Roma y á un
crucifijo de marfil de la misma época, que se encuentra en el Museo Británico,
como á los ejemplares más antiguos conocidos del crucifijo, y dice:
«Es de notarse que el Cristo se representa aquí como aún vivo, con loa
ojos abiertos y sin ninguna señal de sufrimiento físico»,
Continúa diciendo que en el siglo vi se halla con más frecuencia el
crucifijo, pero que todavía la figura aparece siempre viva y envuelta en una larga
túnica, y que solamente á partir del siglo XII «se dejó de representar á Cristo
vivo y triunfante en la cruz.» Parece creer que esta innovación es imputable en
gran parte á la nueva escuela de pintura de Cimabue y Giotto. La alteración
gradual se hace patente en los ejemplos de las pinturas sucesivas de la
crucifixión que se exhiben en la galería degli uffici de Florencia.
No carecemos de otros testimonios que demuestran que runchos han
comprendido hasta cierto punto el verdadero significado de la cruz. La des-
cripción que .se da en los Actos de Judas Tomás del Cristo en la gloria de pie
sobre la cruz que separa el mundo inferior del superior, y la de la espléndida
visión de la cruz de luz, que al mirar dentro de ella y por ella se veían todos los
mundos manifestados, aunque sin embargo el aura del Hombre Celeste incluía
todo, interpenetraba todo, y era la vida de iodo, son pruebas suficientes de que
la verdad no fue enteramente desconocida en los primeros tiempos de nuestra
era, y de que sólo se ocultó por completo su luz cuando la densa niebla de la
superstición cristiana descendió con todo su peso sobre Europa y ahogó toda su
vida intelectual durante cerca de mil años.
Puede que algunos sientan que esta exposición más amplia del verdadero
significado de la cruz sea más vaga y fría que la forma bien concreta en que se
les había presentado con anterioridad, que al emanciparse sus mentes de la
imagen de la pesadilla aterradora de sufrimiento físico, pierden también
algunas asociaciones sentimentales que les eran familiares, que no pueden
eximirse de echar de menos.
Si entre mis lectores hubieren algunos de éstos, permítaseme recordarles
que, aunque no podemos dejar de 'sobrecogernos de horror con todas las
terribles y blasfemas ideas asociadas por los ortodoxos con el pensamiento de la
crucifixión, podemos, sin embargo, reconocer con gratitud en el signo de la cruz
un recordatorio constante del sacrificio de sí mismo realizado por el Logos de la
enorme paciencia con la cual Su poder Omnipotente sobrelleva todas las
limitaciones, para que en el lento progreso de su desarrollo, esas múltiples
formas que toma Él, puedan desenvolverse sin romperse demasiado pronto,
para que cada una de ellas pueda servir lo más posible.
Puede servir para recordarnos también que el hombre mismo esta
crucificado de igual manera, aunque no lo sabe; y que sí no lo sabe, es porque el
alma viviente, el verdadero Cristo que está en su interior, esta todavía
identificándose ciegamente á sí misma con la cruz de materia á la que esta
ligada. Puede ayudarnos á comprender que nuestros cuerpos, ya sean físico,
astral ó mental no son nosotros mismos, y que siempre que nos centremos como
si hubiera dos yo contendiendo dentro de nosotros, debemos acordarnos de que
somos en realidad el superior y no el inferior, el Cristo y no la cruz.
Y en verdad que el símbolo de la cruz puede ser para nosotros la piedra
de toque para distinguir el bien del mal en muchas de las dificultades de la vida.
«Sólo los actos que resplandecen con el brillo de la cruz son digno» de la vida
del discípulo», dice uno de los versículos de un libro de máximas ocultas; y la
interpretación de su significado es que todo lo que haga el aspirante, debe ser
impulsado por el fervor del amor que se sacrifica á sí mismo. El mismo
pensamiento aparece más adelante en otro versículo: «Cuando se entra en el
sendero se pone el corazón sobre la cruz; cuando la cruz y el corazón se han
convertido en uno, se ha alcanzado entonces la meta». Así, quizás, podamos
medir nuestros progresos observando que domina en nuestras vidas, el egoísmo
ó el sacrificio personal.
Debo deciros también que todo sacrificio debe, de ser, como el del Logos,
voluntario; que sólo cuando nos damos en absoluto, por completo y libremente,
puede nuestro sacrificio ayer uno con el Suyo; entonces, y sólo entonces, nos
hemos signado verdaderamente con el signo de la cruz del Cristo eterno.
El ritual egipcio

Ahora bien: este gran sacrificio, el descenso del Segundo Aspecto del
Logos en la materia en forma de esencia monádica, se presentaba con bastantes
detalles en símbolos en el ritual de la forma egipcia de la primera de las grandes
iniciaciones que los budistas llamaban el Soban ó Sotapatti; y según se ha dicho
antes, el Cristo había usado con frecuencia la descripción de la parte exotérica
de sus ceremonias para ilustrar y dar fuerza á sus enseñanzas sobre este asunto.
Probablemente hasta les recitó el texto exacto de la fórmula, ó instrucción que
daba el hierofante que oficiaba, porque éste y los siguientes pasajes del Credo
recuerdan su forma de modo que llama la atención; casi la única variante es la
del modo á que fue necesario adaptar las frases en su nueva exposición. La
fórmula que pasó á los egipcios de los exponentes de magia atlante en remotas
edades, decía así:
«Entonces se ligará el candidato á la cruz de madera, morirá, será
enterrado y bajará al mundo inferior; después del tercer día se le traerá de den-
tro de los muertos, y se le llevará al cielo para que esté á la diestra de Aquel de
Quien procede, habiendo aprendido á guiar á los vivos y á los muertos».
La cámara de iniciación estaba á menudo bajo tierra en los templos
egipcios, probable y principalmente por la conveniencia de tener secreta su
situación, aunque esta disposición pudo también obedecer al propósito de que
formase parte del simbolismo del descenso en la materia que formaba parte tan
prominente en estos antiguos misterios. Puede haber habido una cámara
análoga en, Ó bajo, de la gran Pirámide, pues sólo una parte muy pequeña de su
inmenso volumen ha sido investigada hasta la fecha, ó quizás sea posible de
investigar.
En esta cámara tenían lugar las ceremonias relacionadas con la
iniciación. Dejando á un lado todo lo largo y cansado de la primera parte, con la
que nada tenemos que ver por ahora, llegamos al final, cuando el candidato se
extiende voluntariamente sobre una gran cruz de madera ahuecada, de manera
que pudiese recibir y sostener la figura humana. A ella se ataban ligeramente
sus brazos, teniéndose cuidado de dejar suelta la extremidad de la cuerda para
simbolizar la naturaleza completamente voluntaria del cautiverio.
El candidato pasaba después al estado de trance profundo, ó en otros
términos, abandonaba el cuerpo físico y durante ese tiempo funcionaba entera-
mente en el astral. Mientras estaba en esta condición se llevaba su cuerpo á una
bóveda más abajo aún, debajo del piso de la cámara de iniciación, y se colocaba
en un inmenso sarcófago, procedimiento que, en lo que al cuerpo físico
concierne, no estaba mal simbolizado con la muerte y el entierro.

El descenso al infierno

«Descendió al infierno». Pero durante ese tiempo, mientras la corteza


exterior del hombre estaba así «muerta y sepultada», él mismo estaba comple-
tamente vivo y consciente en otra parte. Muchas y singulares eran las lecciones
que tenía que aprender, las experiencias que tenía que sufrir, las pruebas por las
que tenía que pasar durante su estancia en ese mundo astral; pero todas estaban
cuidadosamente calculadas para familiarizarlo con la nueva esfera de acción en
que se encontraba, para permitirle comprenderla, para darle confianza y
seguridad de sí, en pocas palabras, para ejercitarle en poder afrontar con
seguridad todos sus peligros, en poder usar sus poderes con calma y discreción,
y en poder así convertirse en un instrumento apto en ese plano en manos de
Aquellos que ayudan al mundo.
Ese era el descenso al mundo inferior, no, por supuesto, al infierno del
grosero concepto cristiano, sino al Hades, el mundo de los desaparecidos, en
donde indudablemente era obra del iniciado, entre muchas otras atribuciones,
«predicar á los espíritus en prisión», según dice la tradición cristiana, pero no,
como esa tradición supone ignorantemente, á los espíritus de aquellos que
habiendo tenido la desgracia de vivir en tiempos remotos, sólo podían alcanzar
la salvación por esta audición post mortem y la aceptación de esta forma
particular de fe, no para ellos, sino para los espíritus de los que han abandonado
recientemente la vida v están todavía aprisionados y retenidos en el plano astral
.por los deseos inexhaustos y las pasiones no subyugadas.
Tratar de ayudar á este inmenso ejército de desgraciados indicándoles el
verdadero curso de su evolución y la mejor manera de apresurarla, era uno de
los deberes del Iniciado entonces, como es uno de los deberes de los discípulos
de los Maestros ahora; y por tanto, con esa solemne ceremonia, por la cual se le
ponía formalmente en relación con la Gran Fraternidad Blanca, recibía su
primera lección en lo que en lo sucesivo formaría una parte muy importante de
su labor.
Durante este mismo «descenso al infierno», según el rito egipcio, el
candidato tenía que pasar por lo que se llamaba «las pruebas de la tierra, del
agua, del aire y del fuego», á menos que las hubiera experimentado ya en una
etapa anterior de su desarrollo. En otras palabras, tenía que aprender con esa
certeza absoluta que no se adquiere por la teoría sino por la experiencia
práctica, que en su cuerpo astral ninguno de esos elementos podían en modo
alguno hacerle daño, que ninguno podía oponer obstáculos al trabajo que tenía
que hacer.
Cuando actuamos en el cuerpo físico, tenemos la plena convicción de que
el fuego nos quemará, de que el agua nos ahogará, de que á nuestro paso la roca
sólida forma una barrera infranqueable, de que no podemos lanzarnos con
seguridad y sin apoyo en el aire. Esta convicción está tan fuertemente arraigada
en nosotros, que á la mayoría de los hombres cuesta gran esfuerzo vencer el
movimiento instintivo que de ella se deriva, y darse cuenta de que en el cuerpo
astral la roca más densa no ofrece ningún obstáculo á su libertad de
movimiento, que pueden precipitarse impunemente desde la roca más alta, y
arrojarse con absoluta confianza en el corazón de un volcán en erupción ó en los
abismos más profundos del mar insondable.
Y sin embargo, hasta que el hombre sepa esto, y lo sepa lo bastante para
actuar fundado en su conocimiento, instintivamente y con toda confianza, es
comparativamente inútil para el trabajo astral, porque en las emergencias en
que constantemente se encuentra, se vería de continuo paralizado por
deficiencias imaginarias. Por esta razón, el candidato tenía que pasar por las
pruebas de la tierra, del agua, del aire y del fuego hace miles de años, por esta
razón, tiene que pasar por ellas hoy. Por el mismo motivo tiene que pasar por
muchas experiencias extrañas; debe encontrarse cara á cara y con valor
tranquilo ante las apariciones más terroríficas en un medio de los más
repugnantes; debe probar, en fin, que puede tenerse confianza en él bajo todos y
cualquiera de los distintos grupos de circunstancias en que se halle en todo
momento. Este es, pues; uno de los muchos significados del antiguo rito del
<descenso al infierno.»

La resurrección

«El tercer día resucitó de entre los muertos». Es seguro que los
estudiantes pensadores de la narración admitida del evangelio habrán notado
que para describir el intervalo entre el viernes por la tarde y el domingo por la
mañana muy temprano, como de tres días completos, se necesita cierta cantidad
de licencia poética. Puede sostenerse que ese intervalo no es incompatible con lo
que dice el Credo que resucitó «al tercer día»; pero la persona que adujese este
argumento poco ingenuo, habría de ignorar por completo el aserto definido que
se atribuye á Jesús, de que «el Hijo del Hombre tiene que permanecer tres días
y tres noches en el corazón de la tierra.»
La explicación real de estas aparentes diferencias que confunden, resulta
bastante clara cuando se adopta la interpretación verdadera. En los postreros y
degenerados días de los Misterios, cuando se trató de reducir los requisitos y de
facilitar la entrada para candidatos de menor mérito, incapaces de pasar al
estado de trance, se vio que pasar en una reclusión estricta en el plano físico las
setenta y siete horas, tan bien ocupadas antes en el astral, era insufriblemente
fastidioso para ciertos tipos de mente; así, pues, los hierofantes serviles del
último período tuvieron por conveniente descubrir que setenta y siete era un
simple error material de veintisiete, y que la forma primitiva del ritual
«.después del tercer día» sólo significaba en realidad cal tercer día», con lo que
evitaban á sus nobles señores dos días enteros de lo que en realidad era una
reclusión solitaria.
Esta última y degradada forma se representa con bastante exactitud en el
simbolismo que se emplea en los evangelios; pero no puede haberse adoptado
nunca hasta después de olvidado el significado real del ritual primitivo.
Solamente después de transcurridos tres días y noches completas y parte del
cuarto, se levantaba al candidato de los antiguos tiempos, que todavía estaba en
estado de trance, del sarcófago en que había permanecido, y se le llevaba al
exterior á recibir el aire en el lado Este de la Pirámide ó templo, para que los
prime ros rayos del sol naciente cayesen sobre su rostro y lo despertasen de su
prolongado sueño. Y cuando recordamos que todo este ritual simboliza el des-
censo de la segunda oleada en la materia, no se nos hace difícil ver por qué se
escogió este momento particular.
La esencia monádica emplea tres largos períodos ó rondas y parte de la
cuarta en nuestra cadena planetaria, sumergiéndose de más en más en la costra
de materia densa, y sólo al surgir el sol en la cuarta ronda, cuando los Señores
de la Llama aparecen sobre la tierra, es cuando dicha esencia se levanta de entre
los muertos y comienza á entrar en la potente corriente de su arco ascendente,
que á la postre la colocará á la diestra del Padre.

La ascensión

«Subió al cielo». No es necesaria ninguna explicación para indicar el


significado de esta frase con relación al progreso del alma humana en el arco
ascendente; pero el lugar que ocupa en el antiguo ritual egipcio merece que la
tomemos en cuenta. Porque las lecciones que el candidato había de aprender en
su iniciación, no terminaban con sus experiencias en el plano astral; necesitaba,
en esta etapa de su evolución, que se le pusiera en contacto con algo mucho más
elevado y amplio que esto. Los que han estudiado la sección de la literatura
teosófica que trata del Sendero de Santidad, recordarán que Sotapanna, <el que
ha entrado en la corriente, recibe como parte de su iniciación el primer toque
del despertar de la conciencia en el plano búdico.
A esto se refería también el ritual egipcio, y á esta experiencia
trascendente que cambiaba todo el concepto que tenía el candidato de la vida y
de la evolución, se aludía como al ascenso al cielo. Por ella, el candidato se daba
cuenta por primera vez, experimentándolo, de la gran doctrina que nos es á
todos tan familiar en teoría, de la fraternidad espiritual del hombre y de la
unidad de todo lo que vive. Y, sin embargo, es tan distinto aceptar esto como
una simple teoría á conocerlo como un hecho real de la naturaleza que, como se
ha dicho antes, esta experiencia cambia toda la vida y modo de ser de un
hombre, de manera que, después de ella, no puede volver nunca á considerar
nada de lo que-hay en el mundo como lo hacía antes. Por más grande que sea su
simpatía con el sufrimiento, su pena no volverá á ser nunca inconsolable,
porque sabe que el que sufre es también parte de la vida única, y que, por tanto,
todo tendrá que resultar bien al final.
Algunas veces también, siguiendo otro sentido del simbolismo, se toma el
ascenso al cielo para simbolizar la entrada en el nivel asékha de la iniciación,
cuando el Cristo que ha nacido dentro del hombre vuelve á ser uno con el Padre.
Recordemos como Cristo ruega por sus discípulos para que puedan todos ser
uno con El, como Él también es una ••-con el Padre.

Para guiar á los vivos y á los muertos

«Y está sentado á la diestra de Dios Padre todopoderoso, desde allí ha de


Venir á juzgar á los vivos y á los muertos». Se notará aquí que, por primera vez,
nos encontraremos con una divergencia de significado entre la redacción del
Credo, tal como está ahora y la del ritual egipcio. En el último, esta cláusula es
simplemente una extensión de la anterior, y nos expone con gran claridad y
belleza el objeto de todo el vasto curso de la evolución: «se le llevará al cielo
para que sea la mano derecha de Aquel de Quien procedió, habiendo aprendido
á guiar á los vivos y á los muertos».
Queda á lo menos un indicio accesible á los estudiantes versados que
confirma la opinión de que ésta ha podido ser la redacción primitiva, pues en la
Regula de Apelles, el discípulo de Marción, aparece esta cláusula: «la mano
derecha del Padre, de donde él había, venido para gobernar á los vivos y á los
muertos». Así, pues, toda referencia al esperado segundo advenimiento de
Cristo queda descartado, y tenemos una importante manifestación que no sólo
hace resaltar la gran verdad de que la vida que se derramó vuelve en más amplia
medida á Aquel de quien procedió, sino que también declara que este vasto
proceso se inició con el propósito de que la humanidad que regresase, como se
ha indicado, fuese la mano derecha del Padre todo Poderoso en Su obra de guiar
á los vivos y á loa muertos.
La gran verdad de que todo poder que se adquiere sólo se tiene en
depósito, para usarse como medio de ayudar á loa demás, se ha expuesto rara
vez con mayor claridad y grandeza.
No sólo se han causado muchos errores con la confusión que se ha
introducido aquí en el Credo, sino que el error se ha acentuado después con el
empleo de la expresión «juzgar». No faltan pruebas para demostrar que en el
inglés de la época en que estos documentos se tradujeron, el significado de esta
palabra era mucho más amplio del que ahora se le asigna por el que está hoy en
uso, como podemos verlo en estas frasea "Débora juzgaba en aquel tiempo á
Israel" (Jueces, IV, 4.) y "Tras él se levantó Jair, en Galaadita, el cual juzgó á
Israel veintidós años». (Jueces, X, 3.) etc., en donde se evidencia que juzgar es
sencillamente sinónimo de gobernar, significado que nos acerca mucho más del
concepto de guiar y ayudar que se da en la fórmula egipcia. Bien puede decirse,
en las palabras agregadas del símbolo de Nicea de este magnífico concepto de
un gobernante» cuyo único objeto es guiar y ayudar^ <Su reino no tendrá fin».

El Espíritu Santo

<Creo en el Espíritu Santo». En esta cláusula, la final del Credo


primitivo, compuesto por el Concilio de Nicea, volvemos otra vez á la fórmula
tal como la dio Cristo. Ya se ha explicado en la primera parte de este volumen
que el Espíritu Santo corresponde-á la Tercera Persona del Logos, el <Espíritu
de Dios que se cierne sobre la superficie de las aguas» del espacio, y trae así á la
existencia la materia como la conocemos hoy. A Su energía se deben todas las
combinaciones primarias de loa átomos fundamentales de nuestros planos, de
manera que los «átomos» de que se ocupa la química moderna son el resultado
de Su labor. Su acción los trajo á la existencia en un orden definido, orden que,
según las investigaciones realizadas hasta la fecha sobre el particular, aparece
corresponder con el de sus pesos atómicos. Las substancias que tienen pesos
atómicos elevados, como el plomo, el oro ó el platino, son de formación muy
posterior á la de los elementos de peso atómico reducido, como el hidrógeno, el
helio ó el litio.
En el Concilio de Constantinopla, en el año 381 de la era cristiana, la
simple declaración de la existencia del Espíritu Santo, que era todo lo que apa-
recía tanto en el Credo de los Apóstoles como en la forma primitiva del de Nicea,
se amplió considerablemente, y se reinsertó entonces por primera vez el bello
título de »E1 Dispensador de Vida». La traducción inglesa desgraciadamente se
presta aquí á un error muy común, y la mayoría de los que recitan «el Señor y
Dispensador de Vida», probablemente suponen que esto significa, si es que
alguna vez piensan en su significado, el Señor de Vida y el Dispensador de Vida.
Refiriéndonos al original griego, veremos en seguida que esta interpretación no
está garantizada, y que la traducción propia es simplemente «el Señor, el
Dispensador de Vida».
Bien puede ese título asignársele á El, no sólo por la grandiosa obra que
realizó cuando el sistema solar vino á la existencia, no sólo porque de Él procede
toda vida de que tenemos algún conocimiento (porque el omnipotente fluido
vital es la manifestación de Su actividad en estos planos inferiores), sino
también por la obra igualmente estupenda que está llevando á cabo ahora. No
sabemos si el efecto de aquella primera gran emanación de energía está
terminado ahora, ó si algunos elementos químicos, de clase más complicada
aún, se encuentran todavía en proceso de producción, aunque existen muchos
indicios de que la última de estas hipótesis sea la verdadera; pero á lo menos
tenemos la seguridad de que á nuestro alrededor se está desarrollando una
evolución en una escala tan vasta en su totalidad, aunque tan infinitamente
minuciosa en sus métodos, que vivimos en medio de ella, sin la más mínima
consciencia de la misma.
No es la evolución espiritual del alma inmortal que está en el hombre,
porque ésa es la obra de nuestro Logos en Su Primer Aspecto; no es la evolución
que la ciencia reconoce estar en continuo progreso en los reinos animal y
vegetal, el desarrollo de la inteligencia y de la aptitud por medio de repetidas
experiencias, y de la correspondiente modificación de las formas exteriores que
es el resultado de esto; no es tampoco la evolución del poder de combinación en
el reino mineral, para que vengan gradualmente á la existencia compuestos
químicos de más en más complejos, porque esto es parte de la maravillosa
actividad de la Segunda Persona de la Trinidad; sino la evolución del átomo
mismo, que está dentro y detrás de todo esto.

El átomo

La explicación del método de esta evolución necesitaría más espacio del


que puede dedicársele aquí, y también se saldría del propósito inmediato de este
tratado sobre el Credo; pero puede indicar--se la manera en que se realiza este
trabajo á los que han leído el artículo de Mrs. Besant sobre «Química Oculta»,
que apareció en el número de «Lucifer» correspondiente á Noviembre de 1895,
ó han estudiado lo que dice ella sobre este particular en «La Sabiduría Antigua.»
Se recordará que en los ejemplos que allí se dan, se describe el átomo como
compuesto de una serie de tubos espirales dispuestos en un orden determinado,
y se explica que estos mismos tubos están á su vez compuestos de tubos más
finos enrollados en espiral, y que estos tubos más finos lo están de otros todavía
más finos, y así sucesivamente. A estos tubos más finos se les ha dado el nombre
de «esperillas», de primera, segunda y tercera clase respectivamente; y nos
encontramos que antes de llegar al filamento recto ó línea de átomos astrales
(porque el átomo físico está formado del enroscamiento de diez de estas líneas),
tenemos que desenrollar siete series de «esperillas», cada una de las cuales está
enrollada en ángulo recto con la que le precede.
Ahora bien; en el átomo físico perfecto, según estará á la terminación de
la sexta ronda, todas estas clases de «esperillas» se encontrarán completamente
vitalizadas y activas, corriendo por cada una de ellas una fuerza de distinta
clase; con lo que quedará realizada esta parte especial de la obra del Espíritu
Santo. En la actualidad nos hallamos en la cuarta ronda, y solamente cuatro de
estas clases de esperillas han entrado en actividad, así que aún la misma materia
física en que tenemos que trabajar está muy distante de haber desarrollado toda
sus facultades. El potente proceso de la evolución atómica, que compenetra todo
lo demás, y sin embargo se realiza con absoluta independencia de toda con-
dición, se lleva á cabo de continuo é invariablemente por el admirable impulso
de la Primera emanación del Tercer Aspecto del Logos.

Vislumbre de una grandiosa idea

Parece claro que toda esta maravillosa actividad está y ha estado


siempre, invariablemente, dirigida hacia la diferenciación, ó, por decirlo así, á la
individualización; y es asimismo evidente que la acción de la Segunda gran
emanación proporciona toda clase de nuevos poderes de combinación que pare-
cen tender al regreso hacia una clase de unidad más elevada, de manera que
tenemos aquí lo qua parece á primera vista una oposición entre la obra de estas
dos potentes fuerzas.
Ahora bien; como he dicho antes, es evidente que, dado el conocimiento
en extremo fragmentario que poseemos en la actualidad de todas estas mara-
villosas operaciones, á lo que se añade la desventaja de mirarlas desde un plano
tan bajo, examinando toda la acción desde abajo en vez de desde arriba, las
ideas que aun el más sabio de nosotros se forme del modo real en que se efectúa
la obra del gran esquema, han de ser tan incompletas que necesariamente
inducirán á error, y á menos de emitirlas con la debida reserva y modestia, es
probable que resulten también blasfemas. Sin embargo, me parece que aun en el
examen que nos es posible de esa maravillosa complejidad de evolución, obte-
nemos aquí y allá vislumbres de una parte de su bosquejo, indicaciones que
podemos comprobar aplicándolas á diferentes niveles de este proceso de
desarrollo.
Aquí, por ejemplo, nos parece ver con claridad en acción el amplio
principio de generar, ante todo, determinada serie de elementos y de dotarlos de
suficiente estabilidad é individualidad para que, en todas las condiciones
ordinarias de temperatura y de presión, puedan conservar su posición de
entidades separadas; así como que en una etapa posterior y francamente más
elevada de su evolución, se desarrolle en ellos la capacidad y el deseo de unión.
Es imposible que este breve bosquejo de la evolución en el reino mineral, no
traiga el recuerdo de lo que se dice, de que el Logos Mismo se ha hecho
manifiesto únicamente para que de Él pueda emanar una inmensa multitud de
individuos que, una vez suficientemente separados para convertirse en un
potente centro vivo, vuelvan á remontarse hacía la unión perfecta y realicen su
unidad perfecta con Él.
También al volver á examinar el desarrollo individual del hombre,
podemos continuar viendo el mismo principio en acción. Después que el
hombre, considerado como individuo dotado de un cuerpo causal, ha venido
definitivamente a la existencia, toda la fuerza que le rodea parece dirigida á
evolucionar en él la mente, la facultad discerniente y separativa, que en él, como
microcosmos, corresponde distintamente á Mahat, la Mente universal ó el
Espíritu Santo en el macrocosmos. Mucho después viene el desarrollo de la
sabiduría intuitiva, la facultad de combinar y unificar, que puede considerarse,
en distintas maneras como correspondiente al Segundo Aspecto del Logos en el
mundo más amplio.
En cuanto al antiguo texto que nos dice que el hombre fue hecho á
imagen de Dios, encierra una verdad maravillosa y bella, como puede verse en el
Diagrama II comparando la triada del alma humana con la trinidad que está
manifestada arriba. Se verá que la una reproduce á la otra con maravillosa
exactitud. Así como se ven los Tres Aspectos de lo Divino sobre el séptimo
plano, se ve que la Chispa Divina del espíritu en el hombre es triple en su
apariencia en el plano quinto. En ambos casos, el Segundo Aspecto puede
descender á un plano inferior y envolverse en la materia de ese plano; en ambos
casos, el Tercer Aspecto puede descender dos planos y repetir el procedimiento.
Así, pues, en ambos casos tenemos á la Trinidad en la Unidad, separada en sus
manifestaciones, y sin embargo una en la realidad, que está detrás.
En verdad, por más incomprensible que sea esto, por más falto de
esperanza que sea todo esfuerzo para explicarlo, es en realidad cierto que los
principios del hombre que llamamos espíritu, intuición, intelecto, no son
simples correspondencias, ni siquiera simples reflexiones ó rayos de las Tres
Grandes Personas del Logos, sino que en realidad vienen á ser ellos mismos esas
gloriosas entidades increadas, incomprensibles, el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo.
En las etapas de la evolución del mundo encontramos también aplicada
la misma ley general. En ella también, hasta ahora, la acción ha sido princi-
palmente creadora y separativa, principalmente relacionada con el desarrollo
del intelecto, y hasta ahora empieza escasamente á alborear el desarrollo de la
sabiduría intuitiva, la gran fuerza unificadora que es el verdadero Cristo en el
hombre.
De vez en cuando vemos algún ser que manifiesta un poco de esta
influencia, y los que saben leer los signos de los tiempos, pueden percibir
débiles indicios del futuro. Es más, puede ser que algunos de los aspectos más
terribles de nuestra condición social, aunque malos en su constitución, y en sus
resultados, por lo profundamente desfigurados que están por el egoísmo, la
ignorancia y el odio ciego que sus directores demuestran sentir en todas
ocasiones hacia quien sea más inteligente y mejor que ellos, no obstante su
iniquidad, puede ser, decimos, que encierren un reflejo de esperanza; pueden
ser quizá la primera manifestación de que hay una fuerza que les mueve, los
primeros tanteos vagos y mal dirigidos del ignorante en pos de la verdadera
unidad que ha de venir en su día, aunque por medios del todo opuestos á los que
se están empleando.
Debemos recordar que, después de todo, acabamos de pasar el punto de
vuelta de todo el sistema de evolución, que acabamos de penetrar en la poderosa
corriente ascendente que ha de terminar en la divinidad. Estamos todavía en la
cuarta jornada alrededor de la cadena planetaria, hablando propiamente, en la
ronda dedicada al desarrollo del cuerpo astral, y el hallarnos en posesión de
algún intelecto en esta etapa del proceso, se debe casi por completo á la ayuda y
al estimulo dados á nuestra humanidad por el advenimiento de los grandes
Señorea de la Llama en un período comparativamente reciente. El completo
desarrollo del intelecto no corresponde hasta la próxima ronda, así que la más
mínima anticipación del disfrute de este estupendo poder de la sabiduría
intuitiva es todo lo que podemos esperar por mucho tiempo aún.
Sin embargo, la naturaleza está adelantando lentamente hacia esa etapa,
y el futuro pertenece á los que desde ahora reconocen esto como un hecho y por
ello trabajan, dispuestos á esforzarse de todos los modos posibles, por ayudar al
adelanto del principio unificador, por derribar las barreras de la desconfianza y
del odio que desgraciadamente existen tan a menudo entre clase y clase, entre
nación y nación. Esa es, en realidad, verdadera obra teosófica, la obra de
nuestros Maestros, y el que se nos permita contribuir á ella en cualquier grado
por pequeño que sea, con cualquier carácter por humilde que parezca,
constituye el mayor de los privilegios.

La procedencia del Espíritu Santo

«Quien procede del Padre y del Hijo». A propósito de esta doctrina de la


procedencia del Espíritu Santo, tanto del Hijo como del Padre, ocurrió el mayor
de los cismas que ha separado á la Iglesia Cristianarla división entre Oriental y
Occidental, ó como las llamamos ahora, la Iglesia Griega y la Romana, que tuvo
lugar en el siglo xi. Es probable que esta controversia fuera un simple pretexto,
puesto que la Iglesia Griega no descubrió la enormidad de esta herejía hasta
después de más de cuatrocientos años. La progresiva centralización de la Iglesia
Occidental bajo la sede de Roma resultaba inconveniente en exceso para los
patriarcas orientales, y habían existido durante algún tiempo relaciones
tirantes, aunque la causa que determinó la separación final, parece haber sido
que los búlgaros dejaron de acatar á los patriarcas para prestar obediencia á los
papas, Sin embargo, que se haya empleado como pretexto en un acontecimiento
tan importante de la historia de la Iglesia, ha dado á esta cláusula “filioque” un
interés quizás mayor del que merece su importancia intrínseca.
El punto que se discutía era si la Tercera Persona de la Trinidad procedía
sólo de la Primera, 6 de la Primera y de la Segunda. Considerando, como lo
hacemos nosotros, el significado esotérico del símbolo, vemos que la Iglesia
Occidental en modo alguno añadió nada ó vició la doctrina primitiva con la
inserción de la célebre cláusula "filioque", sino que se limitó á expresar en
palabras lo que debió haber sido evidente desde el principio para todo aquel que
leyese algo más que la letra de la fórmula; y, sin embargo, tenía un significado
muy real la protesta de la Iglesia Oriental.
Si volvemos al Diagrama II comprenderemos pronto el punto de debate,
y nos será dable ver que, en un sentido muy real, ambos contendientes tenían
razón. Puesto que la manifestación del eterno Padre tiene lugar en el séptimo
plano, y la del Espíritu Santo en el quinto, es claro que si el último procede del
primero, sólo puede manifestarse así pasando por el nivel intermedio del sexto
plano, en el cual está la manifestación del Hijo. Apoyada en este hecho
perentorio, la Iglesia Romana insertó su «filioque». La Iglesia G-riega dio una
mala interpretación á esta adición inocente en apariencia, y supuso que indicaba
una confusión de las funciones, y manifestación de las Personas ó Aspectos
separados. Empleando el simbolismo de nuestro Diagrama, temieron que se
trataba de trazar por la Primera, Segunda y Tercera Manifestaciones la misma
línea diagonal que está dibujada en La Trinidad inferior humana, que une al
Espíritu, la Intuición y la Inteligencia; y con toda razón protestaron contra la
teoría de procedencia que eso hubiera simbolizado. No fue ciertamente de la
manifestada Persona del Padre por la Manifestada Persona del Hijo que
procedió el Espíritu Santo. La línea punteada á la derecha del Diagrama, que
indica como el Tercer Aspecto desciende desde el séptimo plano por el sexto y
finalmente se manifiesta en el quinto, da la clave de la verdadera línea de
procedencia, y armoniza por completo las dos opiniones en conflicto. Es claro
que si los que disputaban hubiesen honradamente deseado llegar á una
avenencia y si hubiesen tenido el aspecto de la verdad representada por los
símbolos tal como la Teosofía los da á sus estudiantes, el cisma no hubiera
tenido razón de ser.
De todas las versiones indicadas, la que más se acerca á la verdad es la
de San Juan de Damasco:
«Quien procede del Padre por el Hijo» (De Himno Trisag., n. 28);
no obstante, quizás hubiera sido aún mejor si en el documento original se
hubieran permutado las palabras empleadas para expresar la aparición del
Segundo y Tercer Aspectos, sí se hubiese escrito que el Hijo procedió del Padre
y que el Espíritu Santo fue engendrado del Hijo. Ya se ha explicado que el
significado real es «procediendo de uno sólo», y no de la interacción de un par.
Todo lo demás de que tenemos conocimiento en la naturaleza, se produce por la
interacción de dos factores, ya sea que esos factores estén constituidos por
entidades separadas, como lo están por lo general, ó simplemente dos polos
incluidos dentro del mismo organismo, como en el caso de la reproducción
partenogenética de las generaciones alternas de afides.
Lo que comúnmente se llama la procedencia del Espíritu Santo, no
constituye en modo alguno excepción á esta regla, porque la dualidad de la
Segunda Persona de la Trinidad ha sido siempre claramente reconocida, y
aunque en el sistema Cristiano moderno los dos polos ó aspectos se expresan
sólo como divinidad y humanidad, en religiones más antiguas y aún en las
tradiciones Gnósticos se consideraban á menudo como masculino y femenino
respectivamente, y se hablaba con frecuencia de la Segunda Persona como
encerrando dentro de Sí las características de ambos sexos, y hasta se le llamó
«El Padre Madre».
«Quien es adorado y glorificado junto con el Padre y el Hijo.» Esto
simplemente significa que los Tres Aspectos del Logos deben ser considerados
como igualmente acreedores á nuestra más profunda reverencia, como
igualmente apartados de todo lo demás dentro del sistema á que han dado naci-
miento; que «en esta Trinidad ninguno está antes ó después que otro, ninguno
es más grande ó menos que otro, sino que las tres personas son coeternas y
coiguales», por lo menos en lo que á este eón respecta, y deben ser igualmente
glorificadas por el hombre, puesto que una deuda de gratitud por la labor y el
estupendo sacrificio que implica su evolución, se debe por igual á todas las tres.

Quien se manifiesta por medio de sus ángeles

«Quien habló por loa profetas.» Esta cláusula, es una de las primeras
que se agregaron en el Credo en el Concilio de Constantinopla, encierra un
error muy antiguo que no es difícil comprobar, y aunque no se refiere
directamente á la leyenda de Jesús, no obstante debe atribuirse á la tendencia
que hemos llamado (c). El significado de la expresión original que representa,
puede quizás traducirse mejor al inglés (1) por «Quien se manifiesta por medio
de sus ángeles»; y al recordar que en griego las palabras «ángel» y «mensajero»
son idénticas, vemos como en la mente del traductor judío, ansioso de hacer
resaltar que la nueva enseñanza era una continuación de su propia religión, lo
que para él parecía ser un pasaje obscuro refiriéndose á «manifestación por
medio de sus mensajeros», vino á ser interpretado como indicativo de la
inspiración de los profetas hebreos.
La religión judía, corrompida y groseramente materializada como estaba,
conservaba todavía alguna tradición de los mensajeros por medio de los cuales
el Logos se manifiesta á Sí mismo en la materia, los siete grandes arcángeles,
llamados más tarde «los siete espíritus ante el trono de Dios», los siete Logoi
menores (menores sólo en comparación con el esplendor inefable de la
Trinidad) que son la primera emanación de la Deidad. Pero era de todo punto
imposible que la referencia que á ellos se hace en el pasaje que se está estu-
diando, fuese comprendida por una mente ya obsesa da con la idea de que todo
lo que se decía de la Segunda Persona de la Trinidad, debía tomarse únicamente
como descriptivo de un instructor humano. Si la Segunda Persona no era sino
un hombre, y la Tercera una vaga influencia procedente de él, entonces los
mensajeros por medio de los cuales esa influencia se había manifestado ante-
riormente, tenían que ser por necesidad hombres también, y fue muy natural
que la supuesta inspiración de sus propios profetas viniese en seguida á la
mente de un israelita. La grandeza del verdadero concepto estaba muy por
encima de su alcance; ya lo había vulgarizado y degradado más de lo que puede
expresarse en palabras, y, por tanto, no vio nada malo en considerar á los
predicadores errantes de su propia insignificante tribu como directamente
dirigidos por la influencia del Supremo,
Que esta «manifestación por medio de los ángeles» es una vivida realidad, lo
sabe todo estudiante de ocultismo. En cada plano encuentra los siete grandes
tipos, no sólo de materia, sino de vida ó energía. En el plano astral, por ejemplo,
encuentra que todas las múltiples variedades de la esencia elemental pueden
agruparse en siete grandes clases, no aquellas que vigorizan la materia de los
siete subplanos, sino otra división completamente aparte de ésta, y que la cruza,
por decirlo así, en ángulos rectos- Encuentra que estas grandes divisiones se
extienden por toda la materia astral, que la energía que anima todo elemento
astral pertenece á una ú otra de estas clases. De estas siete, por tanto, está
construida toda forma astral, hasta el cuerpo astral de la planta, del-animal, ó
del hombre; y según que prepondere uno ú otro de estos tipos de esencia en sus
cuerpos astrales, pueden clasificarse los hombres por temperamentos, san-
guíneo, linfático, etc., ó agruparse bajo planetas, como lo hace el astrólogo, que
habla constantemente del hombre de Venus, ó de Marte, ó de Júpiter, y así
sucesivamente.
El estudiante de ocultismo que busca la razón que se halla detrás de todo esto, la
encuentra en el hecho de que la Vida Divina emanó en siete poderosas
corrientes paralelas por siete grandes Canales vivos, que aunque son
seguramente entidades separadas, son no obstante, en un sentido muy real, cen-
tros de energía en el Logos mismo. Cada uno de estos grandes Canales ha
dejado su marca indeleble en todo lo que ha pasado por él, y ha impreso un
carácter individual en la corriente de vida al verterla en los planos inferiores.
Además, se da cuenta de que cada uno de estos grandes Canales ó
especializadores es un glorioso Espíritu viviente, y de que la vida que se
desborda por cada uno sigue siendo Su vida, parte integrante del mismo. Por
tanto, de ello se sigue otra vez que el cuerpo astral del hombre, que éste ha
supuesto suyo, pertenece en realidad también á esos Grandes Seres, puesto que
la vida de cada uno de ellos está siempre pulsando en él. Así se manifiesta
siempre en verdad y viveza la Vida Divina, no sólo fuera de nosotros, sino
también dentro de nosotros, y siempre *por medio de sus ángeles», aquellas
portentosas luces vivas que son centros en aquella Luz más grande aún, que no
se pone nunca, sino que brilla eternamente.

«La Iglesia católica en todo el mundo»

«La santa Iglesia católica.» Esta cláusula aparece en el Credo de Nicea


como <la Iglesia católica y apostólica», y se ha entendido siempre que signi-
ficaba la corporación de los fieles creyentes en todo el mundo, teniendo la
palabra católica sencillamente la acepción de universal. Esto, es en efecto, una
declaración de la fraternidad del hombre, porque proclama como la comunidad
de intereses en las cosas espirituales junta á los hombres de todos las naciones,
«sin distinción de raza, credo, casta, sexo ó color», como lo expresa el primer
objeto de la Sociedad Teosófica. Si descartamos las malas interpretaciones que
el sectarismo posterior ha acumulado alrededor de estas palabras, y pensamos
en lo que realmente significan, veremos en seguida todo lo bellas y expresivas
que son.
La Iglesia, el cuerpo de los que son "llamados fuera" de la vida mundana
ordinaria de mal dirigida energía, por el común conocimiento que poseen de las
grandes verdades fundaméntale» de la naturaleza, los que, porque conocen la
importancia relativa cíe todo, han «puesto su afecto en las cosas de arriba y no
en las cosas de la tierra», sea cualquiera la nación á que pertenezcan y el
nombre que puedan haber escogido para designar su fe en las cosas espirituales.
No importa que no reconozcan todos ellos todavía su hermandad, que
muchos desconfíen y se entiendan mal los unos á loa otros; por triste que sea, de
ningún modo altera la gran verdad de que por razón de fijarse en las cosas
espirituales de preferencia á las temporales, de haberse colocado defini-
tivamente del lado del bien y no en el del mal, de la evolución y no del retraso,
tienen entre ellos un lazo de comunidad de miras que es mucho más fuerte que
ninguna de las divisiones externas que los separan, más fuerte porque es
espiritual y pertenece á un plano más alto que éste.
Esta es la verdadera Iglesia de Cristo, y es católica, porque entre sus miembros
los hay de todas las razas y creencias bajo el cielo <de todas las naciones, y
castas y pueblos y lenguas»; es santa, porque sus miembros se están esforzando
para hacer sus vidas más santas y mejores; es apostólica, porque en verdad
todos sus miembros son apóstoles, «hombres enviados» (aunque muchos de
ellos no lo saben) por el gran Poder que todo lo guía, para que sean 8u expresión
en la tierra, Sus emisarios para que ayuden á sus hermanos más ignorantes, con
el precepto y e) ejemplo, para que aprendan la lección de importancia capital
que ya ellos han hecho parte de sus propias vidas. Y cualesquiera que sean sus
divisiones exteriores, esta Iglesia es fundamentalmente una «escogida de entre
todas las naciones, y, sin embargo, una sobre la tierra», una en esencia, aunque
pueden transcurrir muchos siglos antes de que todos sus miembros se den
cuenta de su unidad espiritual.
Porque la verdad es que hay sólo dos clases de hombres en todo el
mundo: los pocos que se han dado cuenta del poderoso esquema divino, y la
inmensa masa que todavía no lo conoce. Los últimos viven para ellos mismos, y
están muy esclavizados por sus pasiones; los primeros viven para Dios y para la
evolución, que es Su voluntad, ya se llamen budistas ó hindús, musulmanes ó
cristianos, librepensadores ó judios. Y estos hombres son la de la tierra, la santa
Iglesia en todo el mundo, que siempre reconoce su Cabeza, aunque puedan
designarla por muchos nombres y representarla en muchas formas.

La Gran Fraternidad Blanca

«La comunión de los santos». Esto se interpreta de dos maneras por los
ortodoxos modernos. En la primera se le considera como una simple extensión
de la cláusula anterior, la Santa Iglesia Católica (que es), la comunión de los
santos». Es decir que la Iglesia consiste de la asociación de los santos de cada
tierra, de manera análoga á la que se acaba de explicar, excepto; por supuesto,
que en el sistema ortodoxo sólo los cristianos de cada nación son reconocidos
como hermanos. La otra interpretación da un sentido algún tanto más místico á
la palabra comunión, y explica la cláusula como indicativa de la asociación
íntima entre los cristianos que están en la tierra y los que la han abandonado,
loa benditos muertos, y más especialmente los de virtud trascendente, aquellos
á quienes por lo común se lea llama los santos.
Como ocurre con frecuencia, la verdad incluye ambas hipótesis, y, sin
embargo, es mucho más grande que cualquiera de ellas, porque el verdadero
significado de la expresión de la creencia en la comunión de los santos, es el
reconocimiento de la existencia y de las funciones de la Gran Fraternidad de
Adeptos que tienen á su cargo gran parte de la evolución de la humanidad. Así,
pues, en verdad la creencia en la santa Iglesia católica implica una extensión de
la idea de la fraternidad del hombre; y, sin embargo, también encierra la más
estrecha asociación posible y hasta la comunión con los más nobles de los que
nos han precedido. Pero es mucho mas que todo esto; porque da á los que lo
perciben en realidad y empiezan á comprender, aunque sea débilmente, lo que
significa, un sentimiento de paz y seguridad absolutas más allá de toda
comprensión, que no puede quebrantarse ni perderse por los cambios de esta
vida mortal.
Una vez realizado esto, por más viva que sea la simpatía que se tenga con los
múltiples sufrimientos de la humanidad, por más que no se comprenda mucho
de lo que se vea á nuestro alrededor, el elemento de falta de esperanza que daba
á todo un aspecto tan terrible, ha desaparecido, y ha desaparecido para siempre.
Porque aunque se sienten terribles misterios, que' hasta ahora sólo se han
explicado parcialmente, ocultos en muchos actos del gran drama de la historia
del mundo; aunque á veces se presenten preguntas internas á las que el hombre
no puede dar respuesta alguna, y á las que los más altos poderes no han dado
ninguna hasta la fecha, se sabe, no obstante, con la certeza absoluta nacida de la
experiencia, que el poder, la sabiduría y el amor que guían la evolución de que
formamos parte, tienen más fuerza de la necesaria para conducirla á su glorioso
fin. Se sabe que ninguna simpatía humana puede ser tan grande como la de los
que están detrás; que ninguno puede amar al hombre como Ellos, que se están
sacrificando por él. Y Ellos lo saben todo, desde el principio hasta el fin, y están
satisfechos.

Emancipación del pecado

«El perdón de los pecados»; ó como pudiera traducirse más literalmente del
griego, «la emancipación de los pecados». Para el aspecto más místico de la idea
simbolizada en la doctrina eclesiástica del supuesto perdón de los pecados,
puede ver el lector el artículo de Mrs. Besant que apareció en «The Theosophical
review» correspondiente á Noviembre de 1897, ó el capítulo sobre el mismo
asunto que se encuentra en el «Cristianismo Esotérico». No tenemos que
considerar aquí los desarrollos posteriores del dogma, sino más bien el
significado que se atribuía á esta cláusula en la fórmula primitiva, que era
comparativamente sencilla.
No se relacionaba con él ninguna idea que se pareciese ni siquiera
remotamente á la que indica la palabra moderna «perdón»; era una sincera de-
claración de que el candidato reconocía la necesidad de liberarse del dominio de
sus pecados antes de hacer ninguna tentativa para entrar en el sendero de
progreso oculto, y su espíritu se indicaría con mucha mayor exactitud por una
expresión de creencia en la renuncia de los pecados, más bien que en su
remisión. Esto tuvo en su origen el propósito de servir como recordatorio
definido del principio que requiere el desarrollo moral como requisito previo
absoluto para el adelanto, y una advertencia contra el peligro del método de las
escuelas mágicas más negras, que no exigían la moralidad como una condición
necesaria para el ingreso.
Tenía también otro significado más interno, relativo á una etapa más
elevada en el desarrollo del hombre, á/la que se alude con mayor claridad en la
fórmula que tiene esta cláusula en el símbolo de Nicea, ^reconozco un bautismo
para la remisión de los pecados;». Debemos tomar otra vez aquí la idea de
emancipación para substituir la de perdón, y recordando que el bautismo ha
sido siempre el símbolo de la iniciación, tenemos el concepto que podría
expresarse en la fraseología budista con la cual están más familiarizados los
estudiantes de literatura teosófica, así: «reconozco una iniciación para arrojar
las trabas.» El candidato manifiesta, al decir esto, que se ha propuesto
definitivamente como meta la iniciación que coloca sus pies en el Sendero de
Santidad, una iniciación dada únicamente por la Hermandad una en nombre
del Gran Iniciador, en y por la cual adquiere el poder de arrojar por completo las
tres trabas de la duda, la superstición y de la ilusión del yo. (Véase Protectores
Invisibles, cap. XVI).

El verdadero bautismo

Digo intencionadamente, adquiere el poder, porque por más clara» que


hayan sido anteriormente sus convicciones intelectuales en estos puntos, no
alcanza la certeza que procede del conocimiento exacto, hasta que haya
experimentado ese toque de consciencia búdica que forma parte del ritual de la
primera iniciación el vestíbulo del Sendero de Santidad. Y en este toque, por
más momentáneo que sea, no sólo obtiene este gran aumento de conocimiento
que le hace ver bajo una nueva faz toda la naturaleza, sino que también entra
por el momento en relaciones mucho más íntimas con su Maestro de todo lo que
haya podido concebir con anterioridad. Y en ese relámpago de contacto recibe
un bautismo muy real, porque se vierte en su alma tal cantidad de poder, de
sabiduría y de amor, que se siente en seguida fortalecido para hacer esfuerzos
que antes le hubieran parecido inconcebibles. No es que el sentimiento ó la
actitud del Maestro hayan cambiado en modo alguno, sino que por el desarrollo
de esta nueva facultad, el discípulo se ha capacitado para ver más de lo que es
Él, y, por consiguiente, para recibir más de Él.
Esta primera gran iniciación es, pues, en un sentido muy verdadero, <un
bautismo para la emancipación de los pecados», y el bautismo administrado á
loa niños poco después de su nacimiento, sólo fue un símbolo y una profecía de
esto, una ceremonia aplicada como una especie de dedicación de la joven vida al
esfuerzo para entrar en el Sendero. Muy pronto después, la tendencia
materializadora que se aplicó al verdadero significado de todo esto, lo
obscureció, y entonces se hizo necesario inventar alguna razón para explicar la
ceremonia bautismal. Aún sobrevivía alguna tradición de su relación con la
limpieza de los pecados, y como era evidente hasta para un padre de la Iglesia
que un niño podía difícilmente haber cometido ninguna falta grave, se inventó
la extraordinaria doctrina del pecado original», que tanto daño ha hecho en el
mundo.
Reencarnación

«La resurrección del cuerpo». Aquí tenemos otra vez un caso análogo al
anterior, caso en que una doctrina muy sencilla y razonable en sí, cae
gradualmente en olvido y mala interpretación entre los ignorantes, hasta que se
erige para substituir á la verdad olvidada un dogma monstruoso y absurdo.
Cuantos libros se han escrito y cuantos sermones predicado en defensa de esta
enseñanza científicamente imposible de la resurrección del cuerpo físico, la
resurrección de la carne», como se le llama en un Credo inglés de allá por el año
1400, cuando siempre esta cláusula no ha significado nada más ni menos que
una afirmación de la doctrina de la reencarnación.
Esto, que en épocas más ilustradas era una creencia universal, había ido
desapareciendo gradualmente del conocimiento popular en el Egipto de los
tiempos modernos y en la Grecia y Roma clásicas, aunque por supuesto nunca
se perdió de vista en la enseñanza de los Misterios. Esto se menciona
claramente en la fórmula original dada por Cristo á sus discípulos, en donde se
hace una referencia á «la rueda de nacimientos y muertes»; y sólo fue la grosera
ignorancia de las épocas posteriores la que pervirtió la sencilla explicación de
que, después de la muerte, el hombre volvería á nacer sobre la tierra en forma
corporal, convirtiéndola en la teoría de que en una época futura recogería las
mismas partículas de las cuales su vehículo físico había estado construido en el
momento de la muerte y volvería otra vez á construir aquel cadáver con la
semejanza que entonces tenía.
Esa cláusula aparece ahora en el Credo de Nicea en una forma más
comprensible: «Espero la resurrección de los muertos», aunque en algunas de
las primeras variantes también se lee la resurrección de la carne. Sin embargo,
la sencilla idea que se quería indicar era la resurrección en un cuerpo, y no la
resurrección de aquel mismo cuerpo, en todas esas variantes. Considerando el
asunto con imparcialidad, parece cierto que ninguna otra cosa podía satisfacer
loa requisitos de la enseñanza que se daba. La razón nos lleva á suponer que el
cuerpo corruptible no puede volver á nacer; por tanto, lo que nace tiene que ser
el alma incorruptible. Puesto que esta alma debe nacer en un cuerpo, este tiene
que ser un cuerpo fresco, es decir, el de un niño.
No faltan pruebas aun en el plano físico, en apoyo de la teoría (que
nosotros sabemos por otros conductos que es la verdadera) de que la creencia
en la reencarnación era la de muchos en la supuesta época de Cristo, quien
también la profesaba y ensenaba. La metempsícosis de las almas era una de las
características distintivas de la Kábala judía, y tenemos el testimonio de
Josephus de que los Fariseos creían que las almas de los justos volvían á la
tierra en otros cuerpos.
Jerónimo y Lactancio atestiguan que la creencia en la metempícosis
existía en la Iglesia de los primeros tiempos. Orígenes no sólo expresa su
creencia en ella, sino que tiene buen cuidado de decir que sus opiniones sobre el
particular no están tomadas de Platón, sino de las instrucciones de Clemente de
Alejandría, quien había estudiado con Panteno, discípulo de los padres
Apostólicos. Todo induce á creer que la doctrina de la reencarnación constituía
uno de los «misterios» de la Iglesia primitiva, que se ensenaba por completo
sólo á aquellos que eran dignos de oiría.
Pero se encuentran pocas referencias á ella en los cánones de las escrituras,
tales como se aceptan en la actualidad, aunque hay algunas que no dejan lugar á
dudas. Una de ellas se encuentra en el relato del ciego de nacimiento que fue
llevado á Cristo para que lo curase. Loa discípulos preguntaron: «Maestro,
¿quien pecó, éste ó sus padres, para que naciese ciego?» Esta pregunta implica
en la mente de los que la hacían la creencia en gran parte de la doctrina
teosófica. Vemos que tenían un conocimiento definido de la idea de causa y
efecto y de la justicia Divina. Se presentaba el caso de un hombre ciego de
nacimiento, terrible dolencia, tanto para el hijo como para los padres. Los
discípulos se daban cuenta de que esto tenía que ser el resultado de algún
pecado ó locura; y su pregunta tenía por objeto averiguar de quién había sido el
pecado que había producido tan deplorable resultado. ¿Había sido tan malvado
el padre que hubiere merecido pasar por la pena de tener un hijo ciego? ¿O bien
era que el hombre mismo, en algún estado anterior de existencia, había pecado
y había merecido tan lamentable destino? Es claro que si este último era el caso,
los pecados que habían merecido este castigo tenían necesariamente que
haberse cometido antes de su nacimiento, es decir, en una vida anterior; así,
pues, las dos verdades fundamentales de las enseñanzas teosóficas estaban
claramente implicadas en esta pregunta. La respuesta de Cristo es muy digna de
tenerse en cuenta. Sabemos que en otras ocasiones no fue tardo en fustigar
doctrinas ó prácticas inexactas; muchas veces empleó palabras fuertes para
hablar á los Escribas, á los Fariseos y á otros. Si, por tanto, la creencia en la
reencarnación y en la justicia Divina fuesen falsas y tontas, debíamos
esperarnos á verle aprovechar esta oportunidad para increpar á sus discípulos
por tenerla; y sin embargo, vemos que no hace nada de eso. Acepta
sencillamente sus indicaciones como cosa corriente; no los increpa en modo
alguno y se limita á explicarles que ninguna de las dos hipótesis indicadas por
ellos es la verdadera causa de la enfermedad en este caso particular: «Ni éste
pecó, ni sus padres; sino para que las obras de Dios se manifiesten en él.»
Aquí tenemos una declaración clara y definida del mismo Cristo, que
naturalmente debe resolver el punto de una vez para todo el que crea en la
historia del evangelio y en la inspiración de las es-criaturas. Hablando de Juan
el Bautista, é inquiriendo cuáles eran las opiniones que se tenían generalmente
sobre él, termina la conversación diciendo con énfasis: «Y si queréis recibirlo, él
es aquel Elías que había de venir». Sé perfectamente que los teólogos ortodoxos
creen que Cristo no quiso decir lo que dijo en este caso, y desean que nosotros
creamos que trataba de explicar que Elías había simbolizado á Juan el Bautista.
En respuesta á tan falso argumento bastará preguntar ¿qué se pensaría del que
en la vida ordinaria tratase de explicar alguna cosa que se hubiese dicho de
modo tan burdo? Cristo conocía perfectamente bien la opinión popular que
existía sobre este particular; sabía muy bien que el pueblo lo suponía á él
mismo una reencarnación de Elías, ó de Jeremías, ó de alguno de los otros
profetas; no ignoraba que se había profetizado la vuelta de Elías, y que el pueblo
esperaba que llegase de un momento á otro. Por consiguiente, al hacer una
declaración directa como esta, tenía que saber perfectamente como habían de
entenderla sus oyentes. <Y si queréis recibirlo», es decir, si podéis creerlo, «éste
es el mismo Elías que estáis esperando.» Esta es una declaración absolutamente
inequívoca, y suponer que cuando Cristo la hizo, no quería decir lo que dijo, sino
que deseaba expresar algo vago y simbólico, es sencillamente acusarlo de
engañar á sabiendas al pueblo, haciéndole una declaración directa que tenía que
saber perfectamente bien que sólo podía tomarse en un sentido. O Cristo dijo
esto. Ó no lo dijo; si no lo dijo, ¿adonde va á parar la inspiración del evangelio?
Y si lo dijo, entonces la reencarnación es un hecho. Se encontrará este pasaje en
Mateo. XI, 14.
Algunas veces se da un significado mucho más alto á esta frase, «la
resurrección de los muertos», como se evidencia en el tercer capítulo de su epís-
tola á los Filipenses, en donde vemos á San Pablo describiéndose á sí mismo,
como < esforzándose» por alcanzar de alguna manera la «resurrección de los
muertos», ¿Qué puede haber sido esa resurrección por la cual él, el gran
Apóstol, encontró necesario esforzarse para poderla alcanzar? Es claro que no
podía ser lo que por lo corriente se entiende por ese término, porque el volver á
resucitar de entre los muertos el último día, es cosa que debe acontecer á todo el
mundo, tanto á los buenos como á los malos, y no había necesidad de esforzarse
para alcanzar eso, Lo que se está esforzando por alcanzar es, indudablemente,
aquella iniciación que libera al hombre tanto de la vida como de la muerte, que
lo eleva por encima de la necesidad de volver á encarnar sobre la tierra.
Veremos algunos versículos más adelante que estimula «á todos los que sean
perfectos» á que se esfuercen como se está esforzando él; no da este consejo á
los miembros ordinarios de la Iglesia, porque sabe que para ellos no es todavía
posible.
Resucitar de entre los muertos significa, pues, algunas veces
simplemente reencarnar, otras tomar. La primera gran iniciación, según el rito
egipcio, y otras tomar aquella iniciación aún más alta que permite al hombre
escapar por completo de la rueda de nacimientos y muertes, el samsará, como
la llaman los budistas.
"Y la vida perdurable". La forma semi poética que nuestros traductores
han dado á esta cláusula, ha llevado á los ortodoxos á ver en ello una referencia
á la vida eterna en el cielo, pero en realidad no tiene ese significado; es una
simple y sincera declaración de la inmortalidad del alma humana. En el Credo
céltico su forma es aún más sencilla, <Creo en la vida después de la muerte»; lo
que, en el símbolo de Nicea, se expresa por <la vida del mundo venidero», ó,
traduciéndolo más exactamente, «la vida de la edad venidera.»


CAPITULO V

El Credo de Atanasio

Examinadas las diversas cláusulas de los credos de Nicea y de los


Apóstoles, nos falta señalar algunos pantos del credo de Atanasio, que dejamos
en suspenso al considerar los primitivos símbolos.
Indudablemente, es el credo de Atanasio muy posterior á los otros, y
desde luego que no tiene nada que ver con Atanasio, si bien lleva este nombre
porque sus compiladores lo consideraron como expresión de las doctrinas que
tan vigorosamente había sostenido este doctor siglos antes. Parte del credo de
Atanasio se atribuye á Hilario, obispo de Arles, y parte también aparece en la
Profesión de Denebert, aunque conviene advertir que en ninguno de estos
fragmentos primitivos están las llamadas cláusulas damnatorias.
Considerado como credo, era el de Atanasio desconocido á fines del siglo
VIII, porque en el concilio de Friuli, celebrado el año 796, se advirtió la nece-
sidad de ampliar la primitiva Confesión de Fe, y es, por lo tanto, muy probable
que á consecuencia de las discusiones entabladas á la sazón sobre la materia,
apareciese el credo de Atanasio en su forma actual. Hay pruebas demostrativas
de que las dos partes en que tan notoriamente se divide (la primera relacionada
con la Trinidad y la segunda con la Encarnación), estaban separadas algunos
años antes, y parece cierto que no aparecieron relacionadas hasta el año 800.
Sin embargo, á despecho de la opinión de los críticos, el examen
clarividente demuestra que una misma mano escribió ambas partes, muchísimo
antes, en el monasterio marítimo de Lerins, por más que no se publicara el
manuscrito.
Lo transcribiremos aquí tal como aparece hoy día en el Breviario de la
Iglesia anglicana.

Quicunque Vult

Para salvarse es necesario, ante todo, sostener la fe católica.


Pues quien no la observe íntegra y pura, perecerá, sin duda,
eternamente.
Y la fe católica es ésta: Que adoramos á Dios trino y uno.
Que ni se confunde en Personas ni se divide en Substancia.
Porque una persona es el Padre y otra el Hijo y otra el Espíritu
Santo.
Pero una misma es la divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. Igual es su gloria y co-eterna su majestad.

Tal como el Padre es el Hijo y tal el Espíritu Santo.


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Increado el Padre; increado el Hijo; increado el Espíritu Santo.
Incomprensible el Padre; incomprensible el Hijo; incomprensible
el Espíritu Santo.
Eterno el Padre; eterno el Hijo; eterno el Espíritu Santo.
Y, sin embargo, no hay tres eternos, sino un solo eterno.
Como tampoco hay tres incomprensibles ni tres increados, sino
un solo increado y un solo incomprensible.
Asimismo, el Padre es omnipotente; el Hijo, omnipotente, y el
Espíritu Santo, omnipotente.
Y, sin embargo, no hay tres omnipotentes, sino un solo
omnipotente.
Así, el Padre es Dios; el Hijo es Dios; el Espíritu Santo es Dios.
Y, sin embargo, no son tres Dioses, sino un solo Dios.
Igualmente, el Padre es Señor; el Hijo es Señor, y el Espíritu
Santo es Señor.
Y, sin embargo, no hay tres Señores, sino un solo Señor.
Porque así como la verdad cristiana nos mueve á reconocer en
cada Persona por sí misma un Dios y un Señor,
Así también la religión católica nos prohíbe decir: hay tres Dioses
ó tres Señores.
El Padre no procede de nada, ni ha sido creado ni engendrado.
El Hijo procede sólo del Padre; no hecho ni creado, sino
engendrado.
El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo;
no hecho ni creado ni engendrado, sino procedente.
Así hay un Padre y no tres Padres; un Hijo y no tres Hijos; un
Espíritu Santo y no tres Espíritus Santos.
Y en esta Trinidad, ninguna persona es anterior ni posterior á
otra; ninguna es mayor ni menor que otra.
Sino que las tres Personas son juntamente co-iguales y co-
eternas.
Así es que, en todas las cosas, como ya queda dicho, se ha de
adorar la Unidad en la Trinidad y la Trinidad en la unidad.
Por lo tanto, quien desee salvarse ha de pensar así de la Trinidad.
Además, para la salvación eterna es necesario creer también
debidamente en la Encarnación de
Nuestro Señor Jesucristo.
Porque la verdadera fe es que nosotros creemos y confesamos que
Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, es Dios y hombre.
DIOS, de la substancia del Padre, engendrado antes de los mundos;
y Hombre, de la substancia de su Madre, nacido en el mundo;
Perfecto Dios y Perfecto Hombre, con alma racional y carne hu-
mana.
Igual al Padre por lo que toca á su divinidad, é inferior al Padre
respecto á su humanidad.
Y aunque sea Dios y Hombre, no son dos, sino un solo Cristo.

No por conversión de la divinidad en carne, sino por


transmutación de la humanidad en Dios,
No por confusión de Substancia, sino por unidad de
Persona.

59
Porque así como el alma racional y la carne son un
hombre, así Dios y el Hombre son un Cristo.
Quien sufrió por nuestra salvación, descendió á los
infiernos y resucitó al tercero día de entre los muertos.
Subió á los cielos, está sentado á la derecha del Padre
Todopoderoso, desde donde vendrá á juzgar á los vivos y á los
muertos.
A cuyo advenimiento todos los hombres resucitarán con
sus cuerpos y darán cuenta de sus acciones, y los buenos irán á
la vida eterna y loa malos al fuego eterno.
Esta es la fe católica, y nadie puede salvarse si no la cree
fielmente.

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Por lo general, se considera el credo de Atanasio como poco más de una


ampliación de las fórmulas primitivas, y según ya expusimos, la crítica fija
relativamente farde la fecha de su composición. Mucho se le ha vituperado en
estos últimos años por las que se dieron en llamar sus cláusulas damnatorias, y
muchas gentes, desconocedoras por entero de su verdadero significado, lo
miran con horror, como en efecto lea ocurre á algunos de los más ilustrados
clérigos anglicanos, que prohíben su rezo en las iglesias. La prohibición estaría
justificada si hubiese sido verdadero el significado atribuido á dichas cláusulas
damnatoriaa; pero á los ojos del estudiante de Teosofía son enteramente
irredargüibles, porque no proclaman blasfemamente la incapacidad del Logos
para llevar á término la evolución comenzada, sino tan sólo la afirmación de un
conocido hecho natural.
Examinemos, pues, el Quicunque vult, prescindiendo de cuanto
pudiera ser repetición de lo dicho, y contrayéndonos á loa puntos en que este
Credo es más completo que los otros dos.

El logro de la salvación

En la ordinaria interpretación de la frase inicial “Para salvarse”,


tropezamos con un error muy chocante, que consiste en suponer la «salvación
de la condenación eterna» ó de la «cólera divina» (No es posible llamar Dios á
un ser que se le suponga capaz de perpetrar tan enorme atrocidad como
infligir tormentos eternos en un acceso de cólera). Sin embargo, mejor
traducido estaría, y menos expuesto á tergiversaciones decir: «Quien desee ser
salvo» ó «Para ser salvo», pues en esta forma todo estudiante de ocultismo
advertirá su exacto significado.
En los primeros tratados teosóficos hemos leído lo que allí se dice acerca
del período crítico de la quinta ronda; y por lo mismo, sabemos que ha de llegar
un período en que una considerable porción de la humanidad quede
temporáneamente expulsada de nuestro esquema de evolución, porque no
habrán adelantado lo suficiente para aprovecharse de las oportunidades que por
entonces se le deparen al linaje humano, ni sería conveniente que encarnaran
egos atrasados.

60
Así llegamos á una definida división, á una especie de día del Juicio, en
que queden separadas las ovejas de los chivos para ir aquéllas á una vida cónica
y éstos á una muerte también eónica, ó por lo menos, á un estado en que,
relativamente, se suspende la evolución.
Repare el lector en que decimos cónica, esto es, un dilatadísimo período
de tiempo que durará toda aquella época de dispensación divina, pero que en
modo alguno se ha de considerar eterna.
Los que temporáneamente queden fuera de la corriente de progreso,
volverán á incorporarse á ella en la próxima cadena planetaria, precisamente al
llegar ésta al mismo nivel en que salieron aquéllos de la anterior; y aunque
perdieron el lugar que en esta evolución tenían, lo perdieron porque la
evolución se les adelantó, y hubieran desaprovechado el tiempo de seguir en
ella.
La situación de estos egos es exactamente la misma que la de los
escolares puestos en una clase inferior porque todavía no han aprendido debida-
mente cuanto en ésta se enseña, y no están, por lo tanto, en disposición de
seguir adelante con sus demás compañeros.
Conviene recordar que cuando un discípulo ha tenido la dicha de vencer
todas las dificultades del período probatorio y recibe la primera iniciación, ó sea
la puerta de entrada al Sendero propiamente dicho, se le llama sotapanna, esto
es, <el que ha entrado en la corriente»; significando con ello que ha transpuesto
ya el período crítico á que nos hemos referido, que ya ha alcanzado el punto de
perfeccionamiento espiritual requerido por la naturaleza para pasar á las
últimas etapas del plan de evolución á que pertenecemos. Ha entrado en la
corriente de aquella evolución que comienza á escalar su arco ascendente, y
aunque todavía le quepa retardar ó acelerar su progreso (pues si obra
torpemente puede malgastar un tiempo precioso), no puede substraerse en
definitiva de aquella corriente, sino que va conducido firmemente por ella hacia
la meta señalada á la humanidad.
De este modo se salva del mayor peligro que amenaza al género humano
durante aquel período, es decir, el peligro de quedarse fuera de la corriente de
su evolución, y por esto se le llama el «salvado» ó el colegido». En este
concepto, y sólo en este concepto, cabe interpretar la cláusula inicial del credo
de Atanasio, que dice: <Para salvarse es necesario, ante todo, sostener la fe
católica.»

La verdadera fe católica

No hemos de caer en el vulgar error respecto al verdadero significado de


esta última afirmación. La palabra católico significa, sencillamente, universal; y
la fe verdaderamente universal no es la forma en que la exponen los grandes
Instructores, sino la verdad en sí misma, subyacente en todas las formas; la
religión de Sabiduría, de la que todas las religiones exotéricas son expresiones
parciales. Así que esta cláusula, debidamente comprendida, entraña tan sólo la
innegable afirmación de que, para todo hombre deseoso de llegar en su
evolución al punto señalado, lo más importante es comprender con rectitud las
capitales enseñanzas ocultas respecto al origen de las cosas y al descenso del
espíritu en la materia.
Se ha objetado que esta afirmación es inexacta, diciendo que,
seguramente, la más importante enseñanza para un hombre es la que le educa
moralmente y le alecciona, no en lo que debe creer, sino en lo que debe hacer.

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Desde luego, es verdad; pero quienes tal objetan, ignoran ú olvidan que
todas las religiones exigen el mayor grado de-perfeccionamiento moral antes de
que sea posible alcanzar cualquier clase de conocimiento oculto. También
olvidan que tan sólo por medio de este conocimiento oculto pueden explicarse
loa mandamientos ó las sanciones del código moral, y que, en efecto, alguna
razón ha de haber para la existencia de un código moral,
Además, es preciso reconocer claramente, que aunque la moralidad es
condición necesaria para el verdadero progreso, no es suficiente. La bondad
indocta ahorrará al hombre muchas penas y tribulaciones en el trayecto de su
sendero ascensional; pero jamás le llevará en él más allá de cierto punto, pues
ha de llegar una etapa en que para progresar le sea absolutamente necesario al
hombre saber. Y aquí está esclarecida y justificada la segunda cláusula del credo
sobre la que se han suscitado tan calurosas controversias, y que dice: «Quien no
guarde íntegra y pura esta fe, sin duda perecerá eternamente.» Esta última
palabra no se ha de tomar en el antifilosófico y metafísicamente imposible
sentido ortodoxo, sino que ha de tomarse en el de eónico, ó sea en cuanto
concierne á la actual cadena planetaria.
No rodea á esta forma de expresión una aureola de especial antigüedad,
porque no aparece en la Profesión de Denebert, la más antigua forma de esta
primera parte del credo. Es probable que el primitivo autor emplease dicha
expresión, y que Denebert la omitiese por no comprenderla; pero sea lo que
fuese, no hay necesidad de asustarse de ella ni de torcer su notorio significado.
Esta cláusula es, después de todo, la recíproca de la última, y se contrae á
afirmar, algo más vehementemente, que puesto es importantísimo y en verdad
necesario conocer ciertos hechos capitales para transponer el período crítico,
quienes no los conozcan no lograrán transponerlo. Es una afirmación
verdaderamente seria y merecedora de muy detenida atención, pero no
espantable en modo alguno; porque cuando un hombre ha transpuesto la etapa
en que «confiaba débilmente en más amplia esperanza» y llega á aquella
ulterior etapa donde sabe que la esperanza es ya seguridad; ó lo que es lo
mismo, cuando descubre por primera vez algo de lo que realmente significa la
evolución, ya no puede sentir el desconsolado horror nacido de la desespe-
ración.

La Trinidad en la Unidad

El autor del credo de Atanasio nos dice después, muy cuidadosamente,


cuáles son los hechos capitales cuya comprensión (en tanto puede compren-
derlos nuestra finita mente) es tan esencial á nuestra esperanza de progreso.
«Y la fe católica es que adoramos á Dios trino en uno sin confundir las
personas ni dividir la substancia.»
Difícilmente podría expresarse en mejores palabras el misterio del Logos
para nuestra comprensión física. Apenas podría expresarse con mayor precisión
la eterna Unidad, que, no obstante, es siempre trina en sus aspectos. Y,
seguramente, es más necesaria la final advertencia, porque nunca será capaz el
estudiante ni aun de acercarse á la comprensión del origen del sistema solar á
que pertenece, ni nunca, por consiguiente, comprenderá en lo más mínimo la
maravillosa trinidad del espíritu, la sabiduría intuitiva y el intelecto, que son él
mismo, á no ser que con escrupuloso cuidado mantenga claras en su mente las
distintas funciones de los tres grandes aspectos del uno, sin que ni por un

62
momento corra el riesgo de «dividir la substancia» al perder de vista la eterna
Unidad subyacente.
Es imposible describir en modo alguno esta divina manifestación, porque
necesariamente está por completo más allá de nuestras facultades de
representación y comprensión. Sin embargo, algo de su actuación nos es dable
vislumbrar mediante sencillos símbolos, como los del Diagrama II. Vernos que
en el plano séptimo, superior de nuestro sistema, está simbolizada la trina
manifestación de nuestro Logos por tres círculos representativos de Sus tres
aspectos, cada uno de ellos con su propia cualidad y poder. En el primer aspecto
no se manifiesta el Logos más que en el plano superior; pero en el segundo
aspecto desciende al sexto plano, de cuya materia se reviste, para constituir con
ella una enteramente distinta é inferior expresión de Sí mismo. En el tercer
aspecto desciende el Logos á la porción superior del quinto plano, de cuya
materia se reviste para constituir con ella una tercera manifestación. Se
advertirá que estas tres manifestaciones en sus respectivos planos son
enteramente distintas una de otra; y sin embargo, no hay más que seguir las
líneas punteadas para ver que estas separadas personas son realmente aspectos
de una sola. Aunque consideradas como personas, están enteramente
separadas; y cada una en su propio plano, sin que diagonalmente, por decirlo
así, puedan relacionarse, tienen, no obstante, su particular conexión consigo
mismas en el nivel donde las tres son una.
Ciertamente que «hay una persona del Padre, otra del Hijo y otra del Espíritu
Santo»; porque persona equivale á máscara ó aspecto, y para que no quede ni
sombra de duda sobre ello, «la dad del Padre, del Hijo y del Espirita Santo es
una, la gloria igual y la majestad coeterna»; pues los Tres son igualmente
manifestaciones del inefable esplendor de Aquel en quien todo nuestro sistema
vive y se mueve y tiene su ser.
Verdaderamente «increados» son cada uno de estos aspectos con
relación á su propio sistema, y por lo tanto, distintos de cualesquiera otra fuerza
ó poder dentro de sus límites, puesto que todas las demás existen por ellos y en
ellos. Verdaderamente, son «incomprensibles», no sólo en la moderna acepción
de incognoscible, sino en la antigua de inabarcable, pues todo cuanto hay en
estos ínfimos planos, únicos que conocemos, no pasa de ser parcial é incompleta
manifestación de Su ineclipsable gloria. Verdaderamente, son eternos en cuanto
perduran mientras subsiste Su sistema, y probablemente, á través de algunos
millares de sistemas; y sin embargo, «no son tres eternos, sino un solo eterno;
no tres increados ni tres incomprensibles, sino un solo increado y un solo
incomprensible», porque en ellos lo increado, incomprensible y eterno no es el
aspecto, sino la sempiterna Unidad subyacente, una con el Todo.
«Porque así como la verdad cristiana nos mueve á reconocer que cada Persona
por sí misma es Dios y Señor (Esto es, reconocer que la omnipotencia del Logos
opera igualmente en cada uno de Sus aspectos.), así la religión católica nos
prohíbe decir que hay tres Dioses ó tres Señores»; esto es, considerar los tres
aspectos separados é contrarios uno de otro, como entidades desiguales ó
independientes. La historia nos enseña cuan á menudo se han desglosado estos
aspectos de la Divinidad para adorarlos separadamente como dioses ó diosas de
sabiduría, unión ó poder, con desastrosos resultados en los adoradores, que sólo
evolucionaban por ello parcial y unilateralmente. La advertencia contra error
tan fatal es suficientemente enérgica en la cláusula transcrita.

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Por otra parte, vemos que el credo de Atanasio aclara en cuanto cabe la
diferencia genésica de los tres aspectos del Logos, á que tanta importancia
atribuye el credo de Nicea.
»El Padre no fue hecho ni creado ni engendrado; el Hijo procede sólo del
Padre, pero no hecho ni creado, sino engendrado; el Espíritu Santo procede del
Padre y del Hijo, pero no hecho ni creado ni engendrado, sino procedente.»
No necesitamos repetir lo ya dicho respecto á las cláusulas del símbolo de
Nicea; pero sí diremos que las palabras: e el Hijo es sólo del Padre», son otra
vigorosa afirmación del verdadero significado del término tan groseramente
traducido por «unigénito».

Igualdad de los aspectos

El autor del credo de Atanasio trata de nuevo la magna cuestión de los


tres aspectos, diciendo:
“Y en esta Trinidad ninguno es anterior ni posterior á otro,
ninguno mayor ni menor que otro, sino qué las tres Personas son
conjuntamente co-eternas y coiguales.”
Se ha objetado contra esta proposición que es filosóficamente falsa, pues
lo que en el tiempo tiene principio ha de tener forzosamente fin; y si el Hijo
procede del Padre y el Espíritu Santo del Padre y del Hijo, tiempo ha de llegar
en que cesen estas dos últimas manifestaciones, por gloriosas que sean. Por lo
tanto, según la fórmula que familiarmente se le dio á esta objeción hace 1.500
anos:
«Aunque es grande el Unigénito, mayor es El que engendró.»

Parece apoyada la objeción por las enseñanzas teosóficas relativas á lo


que ha de suceder cuando, en un lejanísimo futuro, se sumerja en el Infinito
todo cuanto existe, y que <aun el mismo Hijo quedará sujeto al que puso todas
las cosas bajo Su dominio, para que Dios fuese todo en todo». Desde luego que
nada sabemos ni podemos saber de la consumación de los siglos; pero si
recordamos el conocido aforismo oculto: «Como es arriba así es abajo», nos
ayudará á encontrar en la historia micro cósmica analogías que, aunque estén-
aún más allá de nuestro alcance, nos proporcionan alguna prueba que tomada
en su más sublime y elevado concepto, justifique las atrevidas palabras del credo
de Atanasio, según vamos á ver.
Porque es evidente que esta expresión, como todo el resto del
documento, ha de interpretarse originariamente en relación á nuestro sistema
solar y á los tres aspectos de su Logos, que nosotros denominamos Logos
mayores y sin duda pueden considerarse como cónicamente eternos, pues en
cuanto alcanza nuestro entendimiento, ya existían, como aspectos distintos,
innumerables siglos antes de que apareciese nuestro sistema, y seguirán
existiendo durante innumerables siglos después de su desaparición.
Después de todo, menguado pensador sería quien tuviera necesidad de
que se le demostrase que por lo referente á la obra de la evolución humana, «en
esta Trinidad ninguno es mayor ni menor que otro»; pues aunque el espíritu del
hombre es don directo del Padre, puesto que llega á él en la primera emanación
cuya esencia es del primer aspecto del Logos, también es verdad que ningún
vehículo individual puede evolucionar hasta el punto de recibir el espíritu, sin
haber pasado antes por el largo proceso que supone el descenso a la materia de
la esencia monádica, ó sea la emanación del Hijo, segundo aspecto del Logos, y

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seguramente que no hubiera podido efectuarse este descenso, de no prepararle
el camino la maravillosa acción vivificante del tercer aspecto, el Espíritu Santo,
sobre la virgen materia del cosmos. Tan sólo así fue posible que por la salvación
de los hombres “encarnara el Hijo por obra del Espíritu Santo en la
Virgen María”.

Coeternos y coiguales

Así es que las tres modalidades activas eran igualmente necesarias á la


evolución humana, y por ello se nos enseña con toda claridad á reconocer que
entre ellos «ninguno es anterior ni posterior á otro», ni en tiempo ni en
categoría, puesto que los tres deben actuar igualmente durante todo el período,
á fin de obtener el resultado propuesto. Por lo tanto, debemos estar ligados á los
tres por los mismos lazos de profundísimo agradecimiento, y verdad es para
nosotros que «las tres Personas son conjuntamente coeternas y
coiguales», por ser la Triada superior que constituye la individualidad del
Logos solar.
Hemos dicho que parece haber alguna prueba demostrativa de que, en el
más sublime y superior concepto, esta gloriosa Trinidad permanecería con-
juntamente coeterna. Porque no hay duda de que loa principios humanos
correspondientes á las tres Personas, son los denominados: Atma-Buddhi-
Manas (Espíritu, Intuición é Inteligencia). No vamos á discutir ahora si estos
nombres sánscritos, están bien aplicados ni si su verdadero significado en
Oriente coincide con el que entre nosotros se les da. Los empleamos, tal como se
han empleado siempre en la terminología teosófica, para señalar conocidos y
distintos principios, y añadimos que aunque nada sepamos del cese de la
manifestación universal cuando todo cuanto existe se retraiga una vez más á su
punto céntrico, tenemos alguna prueba directa del análogo proceso de
retracción hacia el centro, en el caso del hombre, ó sea del microcosmos.

Como es arriba, así es abajo

Sabemos que después de cada encarnación se efectúa un parcial


retraimiento; y que aunque parezca desvanecerse totalmente la respectiva
personalidad, no se pierde la esencia resultante de las ganancias obtenidas, sino
que persiste á través de los siglos en una forma superior, esto es, la indivi-
dualidad ó ego reencarnante, que nos parece lo único en realidad permanente
entre las fugaces fantasmagorías de nuestras vidas. Sin embargo, en una más
adelantada etapa de nuestra evolución, nuestra fe en la subsistencia de la
individualidad, tal como la habíamos conocido, sufrirá un rudo y repentino
golpe.
Cuando el hombre llega en su camino á un punto bastante adelantado
para elevar su conciencia hasta el ego é identificarse con él, y no con las
transitorias personalidades cuya larga serie mira á la sazón como días de su vida
superior, entonces empieza á obtener, gradual, pero crecientemente, vislumbres
de la posibilidad de un todavía más sutil y glorioso vehículo: el cuerpo búdico.
Al fin ha de llegar un tiempo en que, completamente evolucionado á su
vez este cuerpo búdico, pueda el hombre elevarse en plena conciencia hasta él, y
utilizarlo como antes utilizara su cuerpo causal. Pero cuando, gozoso de
semejante amplitud de conciencia, eche una mirada á lo que durante tanto

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tiempo diputó por la suprema expresión de su ser, se sorprenderá en extremo de
ver que ha desaparecido. Lo que le pareció la única porción permanente de sí
mismo, se ha desvanecido como neblina, No lo ha dejado tras sí para reasumirlo
á voluntad, como durante tanto tiempo hizo con sus cuerpos mental, astral y
físico, sino que ha dejado de existir.
Sin embargo, nada ha perdido en sí el hombre, pues todavía es él mismo,
la misma individualidad con todas sus potencias, facultades y recuerdos de
aquel desvanecido cuerpo; pero ¡cuan mayormente intensificados! Pronto se
advierte que aunque ha trascendido aquel particular aspecto de sí mismo, no lo
ha perdido, pues no solamente es aún toda su esencia y realidad una parte .de sí
mismo, sino que desde el instante en que una vez más descienda en
pensamiento á su plano, aparecerá de nuevo en existencia como expresión de él
en aquel plano; pero no será rigurosamente el mismo cuerpo que antes tuviera,
pues sus partículas se disgregaron más allá de toda reintegración, sino otro
cuerpo absolutamente idéntico en todos conceptos y de nuevo puesto en
existencia objetiva, por haber dirigido su atención en aquel sentido.
Decir que este hombre perdió la inteligencia, sería error manifiesto.
Existe tan definidamente como siempre, aunque se haya espiritualizado hasta
alcanzar el plano búdico. Y cuando en una etapa todavía más ulterior, su
conciencia trascienda también el plano búdico, ¿cabe duda de que las potencias
intelectual é intuicional seguirán bajo su dominio, aunque incalculablemente
ampliadas?
Tal vez en este orden de juicios sea posible armonizar las dos ideas, en
apariencia contradictorias, de que todo cuanto existe debe cesar algún día de
existir, y sin embargo, que las tres Personas son conjuntamente coeternas y
coiguales, de modo que en todas las cosas, según ya dijimos, hemos de adorar la
unidad en la Trinidad y la Trinidad en la Unidad.
Así es que esta primera parte del credo de Atanasio concluye, como
empezó, con una clara y categórica afirmación que nada deja que desear: «Por
lo tanto, quien quiera ser salvo debe pensar así de la Trinidad.»

La doctrina del descenso

Pasemos ahora, como en loa demás credos, á una ulterior exposición de


la doctrina del descenso de la Segunda Persona, del Logos, en la materia, que
también se considera requisito previo para el progreso cónico. Dice así:
«Además, es necesario, para la salvación eterna, creer
firmemente en la encarnación de Nuestro Señor Jesucristo.»
El autor procede después á definir metódica y cuidadosamente este
importante punto, diciendo:
«Porque la verdadera fe es creer y confesar que nuestro Señor
Jesucristo, el Hijo de Dios, es Dios y hombre. Dios, de la substancia
del Padre, engendrado antes de los mundos; y hombre, de la subs-
tancia de su madre, nacido en el mundo.»

No hay necesidad de detenernos mucho en este punto, porque ya lo


examinamos plenamente al tratar del símbolo de Nicea, y no pasa de ser una
mas amplia y explícita afirmación del dual aspecto del Cristo, definiendo cómo
el unigénito, el primero de los eones ó emanaciones del Padre, es

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substancialmente idéntico al Eterno, mientras que en su aspecto humano se
reviste de materia inferior, y así “encarna por obra del Espíritu Santo en
la Virgen María “.
En su aspecto humano no existió «antes de los mundos» ó de las edades,
sino que «nació en el mundo», esto es, que descendió á la encarnación en un
período relativamente reciente de esta edad, ó sea de la vida del sistema solar.
La palabra latina soeculum no significa, en modo alguno, «mundo», sino
«período mundial» ó «edad».
Según sabemos por los relatos de la que, por miramiento, llamamos
«historia» de la Iglesia cristiana, hubo quienes tropezaron como en piedra de
escándalo en esta idea de la dualidad, diputando por imposible que tan opuestas
condiciones pudieran manifestar igualmente la misma potestad. Por ello insiste
vehementemente el credo de Atanasio en la identidad é indivisibilidad del
Cristo, diciendo que es «perfecto Dios y perfecto hombre, con alma racional y
carne humana», esto es, constituido por la inteligencia al par que por los
principios inferiores; que es «igual al Padre en cuanto Dios, é inferior al Padre
en cuanto hombre»; es decir, igual al Padre en todo menos en su descanso de un
peldaño, para manifestar allí durante limitado tiempo la plena expresión de lo
que siempre es en esencia.

La unidad subyacente

Al considerar la doctrina del descenso no debemos perder de vista, ni por


un instante, la Unidad subyacente, expresada en esta cláusula:
“Porque aunque El sea Dios y hombre, hay un solo Cristo y no
dos Cristos, Hay un solo Cristo por la transmutación de la
humanidad en Dios, y no por la conversión de la Divinidad en
carne.”
Por muy envuelto en la materia que esté el principio”Cristo», no deja de
ser tal principio «Cristo», de la propia manera que el yo inferior del hombre
está siempre fundamentalmente unido al Yo superior, y es uno de sus aspectos,
por muy separado de él que parezca cuando desde abajo lo miramos. El autor
del credo de Atanasio nos dice después, que esto se ha de considerar definitiva y
absolutamente probado, no principalmente porque su origen sea uno, como si la
Divinidad hubiese sido atraída al nivel humano, sino antes bien por el todavía
más glorioso acto de que en el porvenir volverán á unirse conscientemente,
cuando la verdadera esencia del yo inferior y cuantas cualidades latentes haya
actualizado, se refundan triunfalmente en el Yo superior, y de este modo se
cumpla el mayor concepto que jamás expuso doctrina alguna, la verdadera y
plena redención, <la transmutación de la humanidad en Dios».
Fundamentalmente, esencialmente, son los Tres uno, no por confusión (por
entreveración ó mezcolanza) de substancia, sino por unidad (Unidad que en
todo tiempo es un hecho en la Naturaleza, de la propia manera que el yo
inferior es uno con el Yo superior y el cuerpo físico es uno con el alma
infundida en él, pues al fin y al cabo es lo inferior, aunque defectuosamente,
una expresión ó aspecto de lo superior.) de persona, porque así como el alma
racional y la carne forman al hombre, así Dios y el hombre forman al Cristo.
Quien sufrió por nuestra salvación, descendió á los infiernos, resucitó al tercero
día de entre los muertos, subió á los cielos, está sentado á la diestra del Padre
todopoderoso, y desde allí ha de venir á juzgar á los vivos y á los muertos».

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No demandan aquí estas cláusulas especial atención, pues son las
mismas que ya comentamos extensamente al tratar de loa credos anteriores, si
bien podemos advertir de paso que no se mencionan aquí los mitos de Poncio
Pilatos y de la Crucifixión.
En conjunto, el credo de Atanasio, el más largo y acaso posterior á los
otros, está libre del corruptor influjo de la tendencia materializadora. Lo único
de esta índole aparece en la cláusula siguiente, que, sin duda, es una ciega
referencia al período crítico de la quinta ronda. Dice así:
A cuyo advenimiento todos los hombres resucitarán con sus cuerpos para
dar cuenta de sus acciones; y los buenos irán á la vida eterna (eónica), y los
malos al “fuego eterno”.
Tiene razón el autor del credo de Atanasio al suponer que en la quinta
ronda serán juzgados los hombres cuando resuciten con sus cuerpos, es decir,
cuando reencarnen; pero yerra al adulterar esta idea con el mecánico mito de la
vuelta de un Cristo personal. Tiene razón al afirmar que, durante el resto del
eón, les aguarda la vida á quienes salgan triunfantes de las pruebas; pero yerra
al condenar á los fracasados al fuego cónico, pues tal destino está únicamente
reservado á quienes se separaron definitivamente de su ego.
Estas desdichadas entidades, si así cabe llamarlas, pasan á la octava
esfera, donde se resuelven en sus elementos constitutivos que quedan dispues-
tos para el uso de mejores egos en una edad futura.
No es del todo impropio decir que estas entidades van al fuego eónico;
pero más exacto conocimiento hubiese demostrado el autor si dijera que esto
podía sucederles únicamente á las perdidas personalidades y en modo alguno á
las individualidades; y que el destino de los fracasados en la quinta ronda será el
de dilación eónica y no fuego eónico, pues permanecerán en un estado subjetivo,
pero desdichado, hasta que la naturaleza les ofrezca otra oportunidad favorable.
Termina el credo de Atanasio repitiendo la afirmación inicial:

«Esta es la fe católica que todo hombre ha de creer


firmemente para salvarse.»

En la edición Tréveris del Quicunque, aparece muy modificada esta cláusula;


pero como ya dijimos, cuando conozcamos su verdadero significado, no
tendremos razón para falsear la positiva afirmación de una importante verdad
de la naturaleza.
Y así nos despedimos de estas secularmente honradas fórmulas de la
Iglesia cristiana, con la esperanza de que la fragmentaria exposición que de ellas
nos ha sido posible hacer, consiga despertar en el lector un más vivo interés por
ellas cuando las rece ó escuche su rezo, á fin de que, mejor comprendidas, le
sirvan de mayor provecho que hasta entonces.


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