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El Sur
Jorge Luis Borges
ancewrina + bo ateg
EL hombre que desembarcd en
. , 0 de muerte romdntica. Un estuche con el
a hombre inexpresivo y barbado, una vieja
espada, la dicha y el coraje de ciertas musicas, el habito de estrofas
del Martin Fierro, los afios, el desgano y la soledad, fomentaron
ro nunca ostentoso. A costa de
habia logrado salvar el casco de
uma estancia en el Sur, que fue de los Flores; una de las costum-
bres de su memoria era la imagen de los eucaliptos balsimicos
y de la larga casa rosada que alguna ver fue carmest. Las tareas y# » yonee Luts wonces
acaso Ia indolencia Io retenian en Ia ciudad. Verano tras verano
se contentaba con la idea abstracta de posesién y con la cert
umbre de que su casa estaba esperindolo, en un sitio preciso
de Ja Hanura. En Jos dltimos’ dias de febrero de 1939, algo Ie
aconteci6,
Giego a'las culpas, el destino puede’ ser despiadado con las
‘suinimas distracciones. Dahlmann habia conseguido, esa tarde,
tun ejemplar descabalado de las Mil y Una Noches de Weil?
vido de examinar ese hallazgo, no esperé que bajara el ascenor
¥ subié con apuro las escaleras; algo en la ascuridad le rozé la
frente gun murciélago, un péjaro? En la cara de la mujer que
Te abrié Ja puerta vio grabado el horror, y 1a mano que se pasé
por 1a frente salié roja de sangre, La arista de un batiente! recién
pintado que alguien se olvid6 de cerrar Te habia hecho esa herida.
Dahlmann logré dormir, pero a la madrugada estaba despierto y
desde aquella hora el sabor de todas las cosas fue atroz, La fiebre
{o gast6 y las ilustraciones de las Mil y Una Noches sitvieron para
decorar pesadillas. Amigos y parientes lo visitaban y con exage-
rada sonrisa Je repetian que lo hallaban muy bien. Dahlmann
los ofa con una especie de débil estupor y le maravillaba que no
supieran que estaba en el infierno. Ocho dfas pasaron, como ocho
siglos. Una tarde, el médico habitual se presents con un médico
‘nuevo y lo condujeron a un sanatorio de la calle Ecuador, porque
era indispensable sacarle una radiografia. Dahlmann, en l coche
de plaza® que los Hevé, pensé que en una habitacién que no
fuera la suya podria, al fin, dormir. Se sintié feliz y conversador;
en cuanto tleg6, lo desvistieron, le raparon la cabeza, lo sujetaron
con metales a una camilla, Io iluminaron hasta la ceguera y el
vértigo, Io auscultaron y un hombre enmascarado le clavé una
aguje en el brazo, Se despert6 con néuseas, vendado, en una celda
gue tenia algo de pozo® y, en los dias y noches que siguieron a
Ja operacién pudo entender que apenas habia estado, hasta en.
tonces, en un arrabal del infierno. El hielo no dejaba en su boca
el menor rastro de frescura. En esos dias, Dahlmann minuciosa-
‘mente se odié; odié su identidad, sus necesidades corporales, st
German edition of the Thowand and One Nights
«+ « batiente: edge ofa doorway
coche de plas: taxi
Bisu 8
hhumillacién, la barba que Ie erizaba la cara. Sufrié con estoicismo
Js curaciones, que eran muy dolorosas, pero cuando el cirujano le
dijo que habia estado-a punto de mori de una septicemia,”
Dahlmann se eché a llorar, condolido de su destino, Las miserias
fisicas y Ia incesante previsién de las malas noches no Ie habjan
Acjado pensar en algo tan abstracto como la muerte. Otro dia,
€l cirujano le dijo que estaba reponiéndose y que, muy pronto,
podria ir a convalecer a la estancia, Increfblemente, el dia pro-
metido legs.
‘A Ia realidad le gustan las simetrias y Jos leves anacronismos;
Dablmann habia llegado al sanatorio en un coche de plaza y
ahora un coche de plaza lo Hevaba a Constitucién.# La primera
frescura del otofio, después de la opresién del verano, era come
un simbolo natural de su destino vescatado de Ia muerte y la
fiebre. La ciudad, a las siete de la mafiana, no habfa perdido ese
aire de casa vieja que le infunde la noche; las calles eran como
argos zaguanes, 1as plazas como patios. Dahlmann la reconocia
con felicidad y con un principio de vértigo; unos segundos antes
de que las registraran sus ojos,° recordaba las esquinas, las carte-
Jeras, las modestas diferencias de Buenos Aires. En la luz amarilla
del nuevo dia, todas las cosas regresaban a él.
Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia®
Dahlmann solia repetir que ello no es una convencién y que
quien atraviesa esa calle entra en un mundo més antiguo y més
firme. Desde el coche buscaba entre la neva edificacién, la ven-
tana de rejas, el lamador, el arco de la puerta, el zaguin, el
{intimo pati.
En el hall 4 de ta estacion advirtié que faltaban treinta mi-
nutes. Recordé bruscamente que en un café de la calle Brasil (a
pocos metros de la casa de Yrigoyen*) habia un enorme gato que
se dejaba acariciar por la gente, como wna divinidad desdefiosa
epticemia: blood poison ‘
msttucin: the ran station in Buenos Aftes fo po
segundos
Avenida Rivadevia, a major artery of Buenos Altes, bisecting
‘east west direction
854-1998), President of the Republic of Ar
pee spels ls name with a ¥, but the presi
elf used an T;boih spellings are come4» sonce uvis sonore
Entrd, Abf estaba el gato, dormido. Pidié una taza de café, la
endulzé lentamente, la probé (ese placer le habia sido vedado en
Ja clinica) y pens6, mientras alisaba el negro pelaje, que aquel
contacto era ilusorio y que estaban como separadios por un cristal,
jue el hombre vive en el tiempo, en la sucesion, y el magico
en Ia actualidad, en la eternidad del instante
A Io largo del peniiltimo andén el tren esperaba. Dahlmann
ecorrié los vagones y dio con'® uno casi vacio, Acomodé en la
red la valija; cuando los coches arrancaron, la abrié. y saCb,
tras alguna vacilacién, el primer tomo de las Mil y Una Noches
Viajar con este libro, tan vinculado a la historia de su desdicha,
era tna afirmacién de que esa desdicha habia sido anulada y un
Aesatio alegre y secreto alas frustradas fuerzas del mal
A los lados del tren, la ciudad se desgurraba en suburbios;
esta visiém y Iuego la de jardines y quintas demoraron el prin:
pio de la lectura. La verdad es que nn ey6 poco; la
montafa de piedra imén y el genio que ha jurado matar a su
bienhechor eran, quién lo niega, maravillosos* pero no mucho
mas que la mafiana y que el hecho de ser. La felicidad lo
distraia de Shahrazad y de sus milagros superfiuos;
cerraba el libro y se dejaba simplemente vivir.
El almuerzo (con el caldo servido en holes de metal reluciente,
en los ya remotes veraneos de la nifiez) fue otro goce tran.
quilo y agradecido,
Mafiana me despertaré en ta estancia, pensaba, y era como si
4 um tiempo fuera dos hombres: el que avanzaba por el dfa otoral
Y por la geograffa de la patria, y el otro, encarcelado en un sana-
torio y sujeto a metédicas servidumbres. Vio casas de ladvillo sin
revocar, exquinadas y largas,
twenes; vio jinctes
Dahimann,
infinitamente mirando pasar los
Jos terrosos caminos; vio zanjas y lagunas
y hacienda; vio langas nubes Iuminosas que parecian de mérmol,
y todas estas cosas eran casuales, como suefios de la Hanura. Tam.
bign crey6 reconocer rboles y sembrados que no hubiera podido
* dio con: happened
Bl Sur. 45
nombrar, porque su directo conocimiento de la campatia era
harto inferior a°" su conocimiento nostélgico y literario.
Alguna vez durmié y en sus suefios estaba el fmpetu del tren
Ya el blanco sol intolerable de las doce del dia era el sol amarillo
que precede al anochecer y no tardarfa en ser rojo. También el
coche era distinto; no era el que fue en ConstituciSn, al dejar el
andén: la Hanura y las horas lo hablan atravesado y transfign-
rado. Afuera Ia mévil sombra del vagén se alargaba hacia el
horizonte: No turbaban Ja tierra elemental ni poblaciones ni
‘otros signos humanos. Todo era vasto, pero al mnistno tiempo era
intimo y, de alguna manera, secreto. En el campo desaforado, a
veces no habia otra cosa que un toro. La soledad era perfecta y
tal vez hostil, y Dahlmann pudo sospechar que viajaba al pasado,
¥ no s6lo al Sur. De esa conjetura fantistica lo distrajo el in
spector, que, al ver su boleto, le advirti6 que el tren no lo dejaria
en Ia estacidn de siempre sino en otra, un poco anterior y apenas
conocida por Dablmann. (BI hombre afiadi6 una explicacion que
Dablmann no crat6 de entender ni siquiera de oir, porque el
‘mecanismo de los hechos no le importaba.)
EL tren Iaboriosamente se detuvo, casi en medio del campo.
Del otro lado de las vias quedaba la estaci6n, que era poco més
que un andén con un eobertizo. Ningin vehiculo tenlan, pero
4 jefe opiné que tal ver pudiera conseguit uno en un comercio
que Te indicd a unas diez, doce, cuadtras
Dahimann scept6 Ia caminata
Ya se habia hundido el sol, pero un esplendor final exaltaba la
viva y silenciosa Nanura, antes de que la borrara la noche, Menos
para no fatigarse que para hacer durar esas cosas, Dahlmann
caminaba despacio, aspirando con grave felicidad el olor del wé-
boat.
EL almacén, alguna ver, habia sido punz6, pero los affos
habfan mitigado para su bien ese color violento. Algo en an pobre
arquitectura le recordé un grabado en acero,8 acaso de una vieja
edicidn de Pablo y Virginia2® Atados al palenque habia unos
0 una pequefia aventura
* arto interior a: m
"grabado en acer: ste
" Pablo Virginia: Paul et Virginie,
(e7s7-1819). strongly infiuenced by
Jess than46 - yoncz Luis soners
caballos. Dahlmann, adentro, creyé reconocer al patrén; Inego
comprendis ‘bia engafiado su parecido con uno de los
empleados del sanatorio. El hombre, oido el caso,
acar Ja jardinera;® para agregar o
no una cosa,
un hombre muy viejo. Los muchos afios lo habjan reducid® y
pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los
hombres a una sentencia. Era oscuro, chico y reseco, y estaba
como fuera del tiempo, en una eternidad. Daltimann r
satisfaccién 1a vincha, el poncho de bayeta, el largo
bota de potro y i: > nities
gente de los partido:
de ésos ya no quedan m:
Dahlmann se acomodé junto a la ventana. La oscuridad fue
quedindose con el campo,* pero su olor y sus rumores aiin le
Hegaban entre los barrotes de hierro. El patrén le trajo sardinas
¥ después carne asada; Dahlmann las empujé con unos vasos de
vino tinto, Oci
dejaba evar la
fiolienta, La Iémpara de kerosén
irantes:* los parroquianos de la otra mesa
dos parecian peones de chacra;%-otro, de rasgos achina-
pes, bebfa con el chambergo™ puesto. Dal
intié wn level roce en Ja cara, Junto al
‘drio turbio, sobre una de las rayas del mantel, hi
de miga. Eso era todo, pero alguien se la habfa tirado,
*oldo al caso:
ine Northern
ovinee of Entre Rios, chat gauchos like thowe no longer
nov ma 8
Bi su - @
Los de la otra mesa parecian ajenos a él. Dahlmann, perplejo,
decidié que nada habia ocurride y abrié el volumen de
Una Noches, como para tapar la realidad, Otra
a los pocos
Cos, y esta ver los peones se Fi
ba asustado, pero qué
¢ dejara arrastrat*® por desconocidos a una
lr; ya estaba de pie cuando el patrén
t6 con vor alarmada:
—Sefior Daltlmann, no les haga caso a es0s mozos, que estan
medio alegres.®
Dahlmann no se extrafié de que el otro, ahora, Io conociera,
ppero sintié que estas palabras conciliadoras agravaban, de hecho,
la provocacién de los peones era a una cara
accidental,® casi a nadie; ahora iba contra él y contra su nombré
y lo sabrian los vecinos. Dahimann hizo a un lado al patron,
se enfrent6 con los peones y les pregunté qué andaban buscando.
‘Et compadrito de la cara achinada se paré, tambaledndose. A
un paso de
ann a pelear. El patrén objets con wémula vor
que Dahimann estaba desarmado. En ese punto, algo imprevisible
ocurrié.
Desde un rincén, el viejo gaucho extitico, en el que Dabl-
‘mann vio una cifra del Sur (del Sur que era suyo), le tiré una
daga desnuda que vino a caer a sus pies. Era como si el Sur
hubiera resuelto que Dahlmann aceptata el duelo. Dahlmann se
incliné a recoger la daga y sintié dos cosas. La primera, que ese
ivo lo comprometia a pelear. La segunda, que el
fen su mano torpe, no serviria para defenderl para
jcar que lo mataran. Alguna ver habfa jugado con un pufial,
10 todos los hombres, pero su esgrima no pasaba de una4 - yonex tuts wonces
adentro. No hubieran permitido en ef sanatorio que me pasaran
estas cosas, pensd,
—Vamos saliendo —dijo el otro,
Salieron, y sien Dahlmann no habla esperanza, tampoco
habfa temor. Sintié, al atravesar el umbral, que morir en una
pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una
liberacién para él, una felicidad y una fiesta, en Ia primera noche
del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintié que si él, em-
tonces, hubiera podido elegir o sofiar su muerte, ésta es la meferte
que hubiera elegido o sofiado.
Dalhmann empufia con firmeza el cuchillo, que acaso no sabré
manejar,* y sale a la Hanura.
i, Deseriba tos antepasados de Dahlmann.
2. (Qué recuerdos tenia del Sur?
3. iCbmose
4 Fue grave ta heride?
5. @Sufris muchot :
6. gAdénde fue para la vecuperacién?
7 sQué libra Hews consigot
8. Qué es lo que vio a lo largo det viajet
9 {Greta Dahimann que tainbidn harla un viaje al pasado?
40. Describa el almacén en gue entyé Deklmann,
42, (Por qud queria pelear el otro?
12. sQuitn tid una doge @ Dahimann?
13. (Qué sintié Dahman al salir del almacén?
[=No « «cosate ‘They wouldn't have let euch things happen to me in he
caso... manejar: perhaps won't knoy
0
Las tittimas frases det cuento indiean que Dahlmann va a morir—asi
que el cuento se desprende del mundo cronoldgico y espacial para luego
ax wn salto hacia to infinito. Por qué te resignd Dahlmann falabnente
4 To que crela ser su destino?