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LUZBELLA

El demonio es el representante, el
delegado del demiurgo, cuyos asuntos
administra aquí abajo. Pese al prestigio y
al terror unidos a su nombre, no es más
que un administrador, un ángel
degradado a una tarea baja, a la historia.

E.M. Cioran.
El Aciago Demiurgo.
Taurus, Madrid. 1979.

Genealogía monumental angélica

Habemos ángeles que carecemos de fe. Yo, incluso, carezco de intuición


religiosa. Y no es que seamos demonios, ángeles que se han entregado
a la vivencia inmediata del instante y han olvidado o pretendido olvidar
que existimos, es decir, que hemos caído en el tiempo desde las alturas
de la eternidad. No: dentro de nuestra especie habemos, al igual que los
seres humanos, quienes creen conocer el plan de Dios y actúan
conforme a él, y otros, los de difícil constitución, que sabemos que la
existencia de Dios y su plan cósmico es una posibilidad, más no una
necesidad. De hecho, no los ángeles, sea quizás los demonios quienes
más fervor religioso posean. Luzbel pecó por toda la raza de ángeles,
haciéndonos caer en la condición de separación. Todo lo “existente”, es,
por definición, “sin Dios”: vacío necesario para la determinación de
nuestros cuerpos como agentes “libres”.

A los ángeles no se nos da la filosofía como a los seres humanos, esos,


que por ser más concretos y menos generales, definen su identidad en
el intelecto merced a su descalabro de lo abstracto. Así, podemos
contemplar cómo el mayor dolor del ser humano es su singularidad, la
aspereza de su innecesaria presencia: todos los hombres, consciente o
inconscientemente, desean ser más generales y dispersos en sus
percepciones, o por el contrario, ser verdaderamente únicos y
necesarios (los extremos los satisfacen, pero la medianía los carcome).
Pero, aparte de contingentes, son demasiados, la explosión demográfica
los ha vuelto más mediocres de lo que comúnmente han sido (cada
hombre “único” puede ser sustituido por otro hombre “único”). Lo
exclusivo que nos alienta a nosotros como ángeles, es el consuelo que
podemos prestarles a ellos, quienes piensan que por nosotros ser de
cualidades distintas, estamos más cerca de Dios o de su posibilidad. No:

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Gadarea y otros relatos de ángeles

dentro del registro de lo creado no hay acercamientos a lo absoluto: o lo


comprendes y entonces eres Dios, o no lo comprendes y entonces eres
criatura. Sin embargo, a pesar de esta limitante que los ángeles
poseemos, he de esforzarme para humanizar la terrible verdad que
ahora intentaré exponer.

Recientemente, un ser extraño, mitad espíritu, mitad ser angélico,


proveniente de una región insular del cosmos, me explicaba todo esto
según sus propios términos profanos. La palabra, de uso no corriente en
la comunicación angélica, empezó a cobrar un auge tremendo virtud a la
presencia de este personaje entre las poblaciones heráldicas de la
última estación infinita. De hecho, fue él quien me enseñó a hablar y a
alentarme a la creación de un libro: el de la historia monumental
angélica. Y no sólo a mí sino también a un selecto grupo de ángeles,
quienes como yo nunca han estado satisfechos con las explicaciones
legendarias de los ángeles Generales.

Se dice que éste ser extraño, fue desechado por Dios inmediatamente
después de la caída mítica de Luzbel de los cielos. Él mismo provocaba
esa idea al contar la historia de un ángel que fue “probado por Dios”
debido una apuesta que éste hizo con el mismo Luzbel recién expulsado
de las alturas celestiales. La prueba consistía en lograr que uno de los
ángeles que no llegaría a formar parte de las huestes celestiales de
Satanás, se incorporase a las mismas, haciéndole creer que había
pecado, sin que esto fuese cierto. De esta manera Luzbel probaría que el
sentimiento de culpabilidad es producto de una condición impuesta y no
inherente a la constitución de ser caído. Según relata el ser misterioso,
Luzbel perdió, y con ello tuvo que cumplir su promesa de desterrarse de
todos los planes divinos: ya nunca iba a entrometerse, promesa que
terminó por convertirlo en aliado de Dios.

Esta Teología demonológica del ser extraño, es dudosa: sus fuentes


históricas no son muy fidedignas, cuanto más que existen otras
versiones de lo acontecido que nos hacen presuponer que Luzbel nunca
hizo tal “apuesta” con Dios, sino que desde su mítico origen, él se
desajenó por completo de la obra del Increado, o mejor dicho, de todo lo
existente: perdió la capacidad de albergar recuerdos, lo que lo hizo un
excelso vagabundo sin patria y sin propósito metafísico alguno. Se dice
que, en realidad, quien asumió el control de las huestes demoníacas era
otro ángel de identidad desconocida que obraba como el “enviado” de
Satanás. Con el tiempo, cuando el estado de amnesia permanente del
que adolecía Luzbel, empezó a ser un problema, nombró a otro ángel
caído y secuaz suyo, como “Luzbel”, instaurando de manera definitiva la
institución del ejército demoníaco que, supuestamente defiende la

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Luzbella

rebeldía de lo creado contra el Creador.

Para varios ángeles (dentro de los cuales me hallo) la conformación de la


historia oficial de ángeles y demonios es, hasta cierto punto,
intrascendente: no resuelve el problema principal de la gran soledad de
los existentes. Sin embargo, es importante, para el fin que me propongo
plantear, la posibilidad de que la existencia de Luzbella sea más que un
mero mito, sino que se trate de un ser real no ficticio que aún deambula
por las regiones Heráldicas actuales. Tal posibilidad me parecía, hasta
hace poco, ufana: Para mí Luzbel era lo que Adán y Eva a los hombres,
es decir, un mito. Pronto mi opinión cambiaría radicalmente.

Buscando al primer extranjero

El primer ser del que se podría sacar información para corroborar


nuestra hipótesis de investigación, fue el ángel caído que se hizo pasar
por el Vicario de Luzbel. Si lo contado por el ser extraño es cierto, éste
debió ser el segundo de los arcángeles al mando, al momento de la
diáspora angélica cuando la expulsión de los “rebeldes” del cielo. Quien
se hizo pasar por él, posteriormente a la “renuncia” del antiguo General
de todos los demonios, también como el anterior, debería encontrarse
en el mismo sitio y momento según reza la liturgia de los ángeles
ancianos:

“Dos son los necesarios para que el tiempo y espacio


germinen en una identidad,
al igual que la paradoja y el dilema
hacen la unidad de los contrarios”

Para resolver la incógnita sobre el lugar y tiempo posible en la que estos


dos personajes se encontraban, y como soy un ángel que nunca se ha
declarado partidario de las huestes demoníacas, tuve que recurrir al
líder del ejército angélico en la famosa Montaña del Silencio. Elevado
sobre las alturas y con la venturosa fisonomía de una colina intempórea,
el árbol antiquísimo plateado que se yergue como un legendario atalaya,
sereno testigo de cargo contra la mísera condición de la raza angélica,
franquea la entrada a la casa de campaña del Viejo Ángel Gilmard,
(árbol que se dice fue plantado desde el momento en el que Dios
estableció el plan de redención y la división de ángeles y demonios al
dejar como guardianes del mundo a los primeros). Aunque la población
“celestial” no es cualitativamente militar, la mayoría de los que la
componemos, son fervientes creyentes de que nuestra naturaleza es

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Gadarea y otros relatos de ángeles

marcial1. Tal suposición es infundada: la guerra permanente que


mantenemos contra las huestes demoníacas, es producto de una larga
tradición de agrios celos engendrados por las pretensiones de ambos
bandos por ostentar la verdad. Estas opiniones mías no me hacían ser
un sujeto grato ante los ojos de las altas jerarquías militares, quienes
opinaban que la conducta de los ángeles que se dedicaban a la
dialéctica u otra actividad distinta a la heráldica o marcial, no eran
dignos de confianza y estaban a punto de venderse al bando contrario.
Esta visión polarizada fue atenuada en gran medida por la intervención
del Ser extraño dentro del cuerpo de ángeles celestiales poco tiempo
hace.

Con la recomendación del Ser extraño me pude presentar ante el


General Gilmard, no sin antes hacerme esperar por largo tiempo (un
segundo), en medio de una sala recibidor, adornada de luces y sonidos
extraordinarios. Una fuente que brotaba del suelo se abrió y entró
velozmente el General. Muy serio, antes de dirigirle la pregunta que me
llevaba hasta su presencia, me comunicó (a base de sonidos, y con ello
me señalaba ser un auténtico correligionario de las antiguas
costumbres) que la presencia del Ser extraño reciente, formaba parte de
una profecía antigua que indicaba el fin de una era: el nacimiento de
nuevos seres que terminarían por desplazar a los ángeles.

“Toda la serie de discípulos que ha criado el Ser extraño, es producto de


una nueva concepción mesiánica sobre la llegada de nuevas eras. Sé
que es de tu interés crear un registro único que ponga a cuentas la larga
trama de acontecimientos que han forjado nuestra raza. Ese movimiento
sólo puede derivar de la mente del Ser extraño, y éste, a su vez, es el
resultado del mito antiguo que habla de la presencia de un ángel
expulsado del paraíso con el único afán divino de una prueba, cuya
esencia no es ni angélica ni demoníaca, sino simplemente algo distinto”.

“El ángel Safir”, le señalé al instante. Prosiguió con un movimiento de


cabeza que me indicaba que ese era el nombre. Me explicó que el Ser
extraño había venido en nombre, símbolo y representación del ángel
Safir para establecer una nueva clase de seres: apartados de las
tradicionales formas litúrgicas de adoración. Antes de proseguir es
pertinente hacer la aclaración (para los que no son muy observadores),
que tanto ángeles y demonios, no son seres que constitutivamente sean
distintos unos de otros, sino que son exactamente idénticos, con la única
diferencia de que, al tener ambos un control sobre su fisonomía al grado
de poderla cambiar según sus intenciones o capacidad de poderío, los
demonios han decidido ser de difícil aspecto, mientras que los ángeles

1 Ver Hechos 5, 18-20; 12, 1-11, II Cron. 32, 1 a 21, Is. 6, 2-3.

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Luzbella

tienen por máxima de su vida, el sentido armónico u ordenado de las


entidades, es decir, tienen por ideal a la belleza. No es que, como creen
los humanos, se traten los ángeles de seres muy bellos por sí mismos, o
que los demonios tengan un parecer extraño por sí, sino que ambos se
hacen distinguir de esa manera por voluntad propia.

El General Gilmard no comulgaba con estas mis ideas, lo que lo hacía


tener una interpretación propia sobre el fenómeno que estaba
ocurriendo. Tenía la ventaja a mi favor de que su interpretación de los
hechos involucraba una profecía de por medio. Finalmente me dijo:

“Sé que quieres saber dónde se encuentran los gobernantes de las


huestes demoníacas. Te lo diré”. Tomando un pedacito de cuero y una
pluma, apuntó algo y sin decir nada más me lo entregó y se marchó. Su
actitud extraña pronto me dejó de inquietar cuando vi al lugar y al
momento histórico al cual me había enviado. De la inquietud pasé al
estremecimiento.

Patíbulos de la Congregación del Santo Oficio,


Roma, algún día de enero de 1600

La cabeza que sustenta Occidente no es la de Cristo, sino la de


Aristóteles. Para este monje dominico encerrado en una mazmorra, el
multiverso de la realidad es mucho más que la limitada cabeza de un
griego taxónomo, misógino y homosexual de la Grecia clásica. “El
Nolano”, como algunos le llamaban, bien podía estar poseído, como el
Gadareno de los evangelios, por toda una legión de demonios blasfemos
y contumaces. Y es que, ¿de dónde este hombre sacaba tanta fuerza y
rebeldía para proseguir con su gesta intelectual vituperada por todos?
Filippo Giordano hacía mucho tiempo que no existía, en su lugar estaba
un espectro que cuando miraba, daba miedo, un ser proveniente de un
espacio cósmico hasta ahora desconocido, un ser que no era del mundo
de los hombres.

“¿Perteneces a este mundo, espectro?”, me dijo al momento en que


percibió mi presencia. Me quedé callado y lo miré: su bata de manta
hasta el suelo, aunque estaba afeitado y aseado en su pelo, tenía días
sin bañarse. A un costado, una pequeña mesa con tinta de bilis, pluma
de ganso, una vela encendida y varios papeles, que tenían días sin que
se registrara nada en ellos. “Has dejado de economizar tus velas, a ti
que te es de tanto valor la luz en medio de las tinieblas”, le dije sin
mediar presentación alguna. Me contestó que a pesar de su vista

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cansada, había aprendido a sensibilizar la pupila en la oscuridad “el ojo


humano es capaz de ver en la tiniebla, sólo es cuestión de hábito”,
susurró sereno y melancólico. “Tus verdugos-jueces quieren torturarte
con el desgaste de cada vela, como si cada una de ellas significara un
respiro para tu alma y tus ojos ¿no es así querido hermano Bruno?” Le
dije, temiendo ser impertinente. Se volteó, y repentinamente me dijo:
“¿a qué has venido?, la situación no es la más propicia para una
entrevista”. “A los pies del Vesubio, alguien se pregunta el porqué de la
inmensidad que subyuga”, le dije serio, “alguien se arrepiente de haber
nacido y con ello se entrega a los misterios de la vida, soñando con el fin
de ella de la misma forma en la que fue destruida Pompeya, Sodoma y
Gomorra”, me completó.

“He estado mucho tiempo en este cuerpo”, dijo, sentándose en una


piedra que hacía la función de cama, y pensativo prosiguió: “la realidad
que me ha enseñado la percepción de este ser que mora en mi interior,
o, lo contrario -con una risa irónica- ¿porqué no decirlo?: la realidad que
me ha enseñado este cuerpo temporal y extenso, me habla del reino del
cual provienes imago exquisito...¿eres un ángel no es así?...Sólo
mantente atento, fíjate muy bien...me ha dado muchas vueltas en la
cabeza, toda la posibilidad de que los males que sufrimos no sea más
que una vulgar y natural inclinación del ser humano, o de toda criatura,
hacia la tragedia...quizás y esto lo digo porque la hoguera ya me espera
en el Campo dei Fiori, pero no, esto es mucho más grande que mi propia
egoísta desgracia...Sabed que la verdad, esa, la “Verdad” con “V”
mayúscula, es tan harta diferente a lo que pregonan los metafísicos
torpes escolásticos, que no puedo menos que reírme de sus dogmas de
fe; como quiera que sea, he llegado a la conclusión que la existencia de
toda la realidad ni siquiera constituye el quid pro quo del asunto:
¡Imagínate cómo mira Dios todo lo que tiene ante sus ojos y no
constituye su ser! No solamente tiene acceso a las realidades que están
más allá del cosmos visible, de la extensión de los cuerpos, sino de las
posibilidades del devenir...”

Giordano Bruno, racionalista y místico, tus coqueteos con la Reforma


Protestante, tus heterodoxas ideas sobre la composición de la realidad,
te han hecho ser tildado de monje libertino y teólogo hereje...Poeta
blasfemo, la pira te espera el 17 de febrero. Tu muerte será terrible
ángel encarnado, demonio luminoso.

“Dime Giordano, ¿dónde está el origen del bien y del mal?”, e


inmediatamente me respondió como un relámpago: “En el tiempo...sí,
en la posibilidad, cuando por vez primera nos dimos cuenta que
existíamos, cuando tuvimos que elegir: fuimos como Dios porque Él, que

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Luzbella

sabe todo, conoce lo absoluto: lo que debió ser, lo que no fue, las
múltiples realidades factualizadas: yo ahora corriendo en Nápoles tras
alguna ramera para saciar mi intemperancia libidinal, yo siendo parte
del tribunal del Santo Oficio, yo perdonado por el Santo Padre después
de un proceso largo y penoso de toda una vida, yo en otro mundo, en
otra dimensión, en otro tiempo...todo lo que la posibilidad abarca ante
nuestras manos: eso, eso es el origen del mal porque no estamos
satisfechos con lo que hacemos, nunca estaremos satisfechos. Si
pudiéramos regresar el tiempo, retornar a la oportunidad de antaño,
agotar una y otra vez lo que el vértigo de la elección nos presentó: el
mal es la culpa por lo no realizado. Por eso ya no cuento los días, por eso
esta mazmorra es mi espacio infinito, por eso, me elevo por encima del
bien y del mal...” Exaltado, me miró y concluyó: “Tú eres Satanás, la
otra cara de Dios, el desdoblamiento que un ser supremo hizo de sí
mismo para darle continuidad a todas las cosas”.

Diciendo esto se abalanzó sobre mí, de manera sorpresiva me tomó del


cuello, ¿Cómo era posible que un ser humano pudiera someter a un
ángel como yo, de la forma en la que él lo estaba haciendo? Yo, casi
arrodillado, y él apunto del delirio, me soltó como arrepentido de su
acción...”No...no, eso no puede ser así...” dijo, bañado en sudor y
arrodillándose a orillas de su mesa, “has visto como interactuamos
físicamente, ángel?” Me dijo retomando su cordura, “eso es porque el
ángel que me posee ha hecho posible tal contravención de las formas
dimensionales de la realidad”. Se incorporó y tomó asiento de nuevo,
continuó: “Me ha enseñado que la multiplicidad de las formas existentes
derivan de un antecesor común, origen y fuente de todo lo ente”.
Mirándome con los ojos desorbitados me dijo: “¡¿Sabes lo que significa
eso ángel de Dios?! Que cada uno de nosotros somos parte de ese
primer gran ser creado, que cada personalidad suya inventada se ha
mantenido en la etapa histórica en que vivió bajo un nombre distinto...”

Conmovido, y agitado, susurró: “...Leonardo tenía un invento: un


laberinto de espejos en los que la figura que lograba filtrar se
multiplicaba en miles. Llegaba un punto en el que no sabías dónde se
encontraba la figura original, el juego consistía en identificarla y así
poder sacarla del laberinto. Era un juego casi imposible, siempre
terminabas por confundir la original con las copias”. El demonio que lo
poseía no le había dicho más, por lo que la mente atribulada de
Giordano pasaba horas meditando sobre el origen del universo en ese
punto de fuga original. Concluyó: “El ángel que gusta del fuego me ha
señalado que todo epicentro se halla en la periferia, que hallarás la
fuente del mal allá mismo donde se reveló la suprema grandeza del

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Gadarea y otros relatos de ángeles

hombre y de Dios...allá donde el temor y el temblor parió lo más terrible,


lo más infame, donde la muerte abrazó a la vida y todo se confundió en
un mar embravecido por la tormenta de la infinita soledad...” Diciendo
esto, se acostó, acurrucándose como un feto en la fría celda húmeda y
con olor a orines. Giordano cerró los ojos y me dijo: “desde un principio
siempre tuviste que buscar en el lugar en la que el misterio se reveló a
los hombres”. Y terminando de decir esto, se durmió. Ahora sabía a
dónde tenía que ir.

Al ver en ese estado al buen Bruno, pensé que después de todo no era
tan malo que los hombres desearan la inmortalidad, porque hasta por
los pecados que no cometieron serían juzgados, la potencia de su carne
es el motivo del largo proceso que es la vida, proceso inútil al igual que
el del monje de los universos infinitos: de todos modos les espera la
muerte, y es la posibilidad de pecado y no su actualización por lo que
serán castigados: porque son pecadores, no porque pequen, porque
tienen memoria, porque tienen que decidir.

Palestina, veintiocho después de Cristo

Existen dentro del reino físico de los ángeles varias regiones en las
cuales podemos transitar. Una de las más comunes cuando se quiere
lograr una intervención con el mundo de los seres humanos, es a través
de lo que la ciencia de los hombres llama ionosfera. Otra, la más usada y
con alto nivel de tráfico Angélico y demoníaco, es la llamada “región
Heráldica”: zona dimensional alterna a la espacio-temporal de los seres
humanos, donde comúnmente moran las huestes demoníacas. Por ello,
me pareció casi espeluznante el hecho de que los dos líderes del ejército
diabólico no morasen en los lugares “infernales” o en los limbos
tenebrosos del más allá, espacios donde la región Heráldica en frontera
con el Seol, hacen viajar a los muertos. No: los dos líderes, el Vicario de
Satanás y el antiguo Arcángel Ephrahím (segundo al mando desde la
legendaria rebelión), se encontraban bajo formas humanas en la
Palestina de Cristo. Ciertamente no hay mejor lugar para un ángel
rebelde que esconderse cerca de la mano del poderoso.

Una caravana de beduinos me vieron desde lo lejos. Nos acercábamos


poco a poco debido a la pesadez del aire caliente y a la lentitud de los
bueyes cargadores. Antes de verles los ojos, una serie de carneros me
rodearon los pies y rumiantes y contentos, no sé porqué, me llevaron
hasta sus pastores. En arameo les pregunté, sobre la presencia de algún
endemoniado por la región. No supieron escucharme. Les hablé en
hebreo, y más o menos pudimos comunicarnos. Me señalaron hacia la
zona desértica de Jericó, a varios días del lugar. Me dijeron que la zona

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Luzbella

estaba deshabitada, que era imposible que llegara sin cargar alforja o
bidón hasta donde pretendía ir. A pesar de que se mostraron
sorprendidos de que no llevara encima más que mis blancas vestiduras,
pronto me dejaron una pequeña bolsa con pan de cebada y agua,
despidiéndose de mí en medio de profundas reverencias. Pensaron que
era un ángel. Al momento de dejarlos, divisé el lugar en el que se
hallaba el endemoniado: una serie de cuevas a lo largo de un acantilado
formado por erosión de miles de vientos.

Debajo de la montaña que conformaba esa muralla natural, se


encontraba un pueblo deshabitado, que debido a alguna epidemia de
lepra, sólo recibía las presencias de enfermos terminales: leprosos,
roñosos, sarnosos...Pasé en medio de ellos y todos, con los ojos
desorbitados, pensaban que tenían una visión, que era un espectro. Les
arrojé el bidón y el pan que me habían dado los beduinos. Para sacarlos
de su estupor, les hablé: “... ¿dónde está el endemoniado?” e
inmediatamente, llenos de espanto se arrastraron hacia las esquinas de
las casas en ruinas, y ocultándose entre las sombras me gritaban: “El
santuario, el santuario”. Levanté la vista y al borde del escarpado de la
montaña, se encontraba un templo de piedra, oscuro y raído por las
grietas de una erosión terrestre. Voltee hacia mis señaladores y miré
esos ojos humanos, brillantes de infinita agonía, temor y temblor sacro:
creían que era su salvación. Uno de ellos, se me acercó a los pies y me
abrazó besándome las vestiduras blancas y diciendo: “señor, señor, deja
que la luz de la gloria ilumine nuestras llagas, cúranos la cicatriz de esta
inmundicia con tus manos de ángel”. Pero los ángeles no curamos, eso
es un mito más. No podemos curar. El don de la sanación solo se les es
dado a los hombres para los hombres mismos, pues sólo ellos pueden
experimentar la suficiente energía empática para poder regenerar
tejidos o contrarrestar cuerpos microbióticos. La propagación de la vida
está reservada a los caídos. Sólo les podemos arrojar nuestro llanto por
la comprensión de su grotesca condición: la de creer que curándose
habrán podido penetrar aún mejor la vida. El verdadero dolor es ese, no
la imposibilidad de su cura, sino de la ingenuidad de creer que con la
cura de la enfermedad se está completamente sano. La desesperación
por ser finito, es la muerte, primahermana de la enfermedad.

Sólo limitándome a acariciarle las llagas, dejé al moribundo para


encaminarme a un sentido más trascendente: el endemoniado del
santuario oscuro. Mi intención era liberar al demonio para poder rastrear
el nido del cual procedía, sin necesidad de interrogarlo, y así,
entrevistarme con el líder de la colonia de rebeldes, sospechando que
terminaría diciéndome, por la oferta que le iba a hacer, el lugar en el

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Gadarea y otros relatos de ángeles

que se encontraba el Vicario y Ephrahím.

Liberar a un endemoniado es mucho más fácil que vencer a un demonio.


Los demonios, aunque les resulta ventajoso para con los humanos
habitar un cuerpo físico de la dimensión intermedia, es sumamente
complicado, aún y con toda la fuerza que adquieren, vencer a uno de
nosotros medianamente capacitado para un combate. En mi caso, nací
con la potencia de un arcángel, lo que me facilitaba adquirir presencia
física sin necesidad de poseer cuerpo humano alguno. Esto me daba
gran confianza para encarar al legionario extraviado.

El endemoniado, desde lejos, me vio y empezó a dar grandes voces


mientras se tropezaba con sus propios pies. Salió corriendo del santuario
y se internó a las cuevas excavadas como salidas hacia la superficie,
hasta la parte más alta del acantilado. Del otro lado yacía el mar, lugar
peligroso por fobia artificial de los demonios. Estaba enloquecido y en
medio de grandes berridos me decía “¿Qué quieres maldito?, dime lo
que quieres y yo te lo daré, pero déjame en paz”. Solamente tuve que
extender mis alas e iluminarle el rostro al pobre hombre desnudo,
enclenque, casi del color de la tierra y despidiendo un olor fétido, para
que se retorciera en el suelo. Le dije: “las cosas no son contra ti, sino
contra ese otro tú que te ha desdoblado, que te ha hecho ser otro. Mira:
ningún sufrimiento de hombre es el verdadero sufrimiento, deja que tu
creación psíquica y yo, nos entendamos a través de las oscuras aguas
de lo inentendible”. Diciendo esto, el hombre se puso como una
serpiente en plena estocada de muerte. Proseguí: “Ven a mí, humano
pequeño, ven, deja que el mundo de los muertos se vaya con las alas de
los poderosos, deja que el fantasma que te habita se vaya al lugar al que
pertenece, deja que los muertos entierren a sus muertos y regresa a la
vida verdadera donde yace la luz de la liberación”. Entonces, el hombre,
se quedó tieso, paralizado como el segundo de un relámpago en plena
tormenta, ojo del huracán demencial en el que el nudo de un tormento
profundo, se concilia con la armonía del mundo. Finalicé: “calma hombre
pequeño, calma, que la luz de la nada arriba a ti con el profundo
misterio de las jerarquías existentes, descansa, duerme profundamente
que desde hoy ya eres libre de nuevo en el cántico libre de un coro de
ecos...”

El demonio, huyó a las regiones desérticas de la antigua Palestina. Lo


seguí, sin que se percatara de mi persecución. Pero quien sí se dio
cuenta fue el líder de su colonia que habitaba un palacio construido por
el imperio Seleúcida, antiguos conquistadores de la Palestina trescientos
años hace. Un ángel de apariencia extraordinaria, me recibió en su
santuario antes de que su inferior jerárquico cayera en cuenta de mi

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Luzbella

presencia. El corcel negro y brillante, con la musculatura portentosa, se


dirigió a mí, y en un lenguaje que han hecho suyo los demonios, me
habló entre música y poesía:

“Constará en tu libro monumental la presencia


magnánima de un rey de medio oriente, que tuvo a bien
ser la inversa estrella de Belén, luminosa, estridente
como una nota incómoda que te mostrará lo
inimaginable”.

El caballo, en medio de un suntuoso palacio adornado con exquisitas


alfombras, parecía más un dios reencarnado en un corcel de la india,
ostentoso y monárquico, o un caballo de algún sultán árabe, que un
demonio judío de la mil veces mancillada y conquistada Palestina. Me
dijo el semental: “sube a mi lomo y te mostraré algo”. Montándolo,
recorriendo exóticos sitios, campos de trigo y viñedos, el caballo llegó
hasta una zona desértica, en la que podían verse a las orillas de un río
un grupo de monjes esenios bautizando nuevos conversos. “He aquí la
penúltima estación de tu recorrido antes de platicar con el Vicario de
Satanás, querido Ser extraño”, me dijo el potro antes de que bajara de
su fuerte espalda. Le señalé que yo no era el Ser extraño, sino solo un
portavoz de su misión. Fue entonces cuando me dijo algo que me
inquietó sobre manera:

“Todos ustedes, forasteros conocedores, son el mismo


ente desechado del cielo a causa de una apuesta entre
Luzbel y Dios. Minará el universo entero la obra del libro,
pero quiero la gloria de la traición en la memoria
monumental de los ángeles. Cuando acabes tu magna
obra, se te revelará la verdad del mito y el mito de la
verdad. Cuando descubras que nunca debiste iniciar tu
recorrido ni desconfiar de las instituciones angélicas, la
verdad con toda su crudeza te quemará los ojos”.

Diciendo esto, se alejó velozmente el demonio en forma de corcel. Yo


voltee mis ojos hacia la procesión de monjes que se dirigían hacia las
alturas de un monte en el Neguev, cerca de Qumram. Me uní a la
procesión como un prosélito más, sin decir nada y repitiendo la oración
que los conducía a través de antorchas hasta la cima de una pedregosa
montaña. Guiaban a los recién bautizados hasta el “monasterio”. Arriba,
a lo lejos, se veían tiendas austeras, preparadas para albergar a los
miembros de la secta esenia, cuyo dirigente, me imaginaba, se
encontraba poseído por alguno de los líderes demoníacos.

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Gadarea y otros relatos de ángeles

Ephrahím y Judas

“Bienvenido seas, ser extraño”, me dijo Ephrahím a través de la voz de


un joven muchacho, novicio de la secta. “No quiero protocolos más, sé
que te urge dar con la verdad”. Sentándonos los dos en el interior de
una tienda sucia y vieja, con una hoguera al fondo del paisaje, el sol
dejaba ver sus últimos rayos de luz, al tiempo que la humedad de la
montaña podía ser respirada como espesa y fría. El joven judío me dijo:
“las cosas no son como tú te imaginas”. Invitándome a sentarme frente
a él, entonces, el ángel rebelde, inició su historia:

“Verás, que la eternidad es para nosotros una maldición, el aburrimiento


de la vida nos ha hecho obtener lo que tanto deseaban los humanos
para sí: sabiduría. Al cabo del tiempo, lo que se dice que ocurrió con
Luzbel, ocurrió con todos los que formamos parte de la secta
demoníaca. Quisimos olvidar nuestra procedencia, nuestro destino de
tener que vivir eternamente y sin ningún sentido. A veces, en el colmo
de nuestro éxtasis por el horror de esta nuestra condición, deseábamos
la vida mortal de los hombres: la estrechez del tiempo al menos nos
concentraría en un solo punto, y eso, eso es un sentido legítimo
suficiente para una vida.”

Sentado, con una túnica de una sola pieza, sin sandalias o cinto, la
mirada del joven novicio era pura y triste, ni siquiera melancólica, sino
humildemente triste. No podía evitar sentir su dolor, un dolor del que no
era ajeno y que en cierta manera me liberaba al ya saber de qué estaba
hablando, pero, sin haberme atrevido antes a hablar de ello ni siquiera
conmigo mismo, al proferir él sus palabras, extrañamente me hizo sentir
un poco menos solo.

“Los ángeles rebeldes tenemos la capacidad de no ser superficiales. A


eso se reduce toda nuestra esencia. Quisimos ser adoradores y nos falló
la fe, quisimos ser guerreros y perdimos el sentido por el cual luchar...”

De repente como saliendo de su estupor y adquiriendo un semblante


más jovial, dijo:

“...pero, no a eso has venido ¿no es así? Has venido para que te cuente
la realidad de las cosas. Quizás, si te contara la pequeña biografía rápida
aunque precisa de Luxbel, entenderías mejor muchas cosas...Resulta
que, después de que éste bello ángel fuese creado y extendido a lo que
él consideraba su prudente arbitrio, hasta un poderío casi ilimitado,
decidió partir del lugar del cual todos nosotros procedemos, (y no me

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Luzbella

preguntéis cuál es ni en dónde se halla), cansado de la inmortalidad que


poseía. Pensó, con la notable inteligencia que lo dotó la naturaleza, que
los seres que habitaban las regiones más bajas, debían aprender a no
desear la inmortalidad, pues pudiera que algún día la alcanzaran...el
árbol de la inmortalidad del Huerto del Edén ¿sabes?, entonces entrarían
a formar parte del castigo infinito que supone no morir...¿tú también
sabes eso verdad? Por tanto, Luzbella les enseñó a los primeros padres
de los hombres a adquirir identidad propia, a concentrarse, a olvidar sus
sueños de eternidad y hacerse de los recursos terrenos con la finalidad
de hacer de su fugacidad, la belleza perpetua de un instante...”

Diciendo esto, se levantó de su asiento y con un movimiento de cabeza


me invitó a seguirlo. Mientras hablaba, yo detrás de él, caminamos toda
la noche hacia una parte baja de la montaña, hasta llegar a un pequeño
poblado a las orillas del mar de Galilea.

“...Sin embargo, hubieron ángeles que no estuvieron de acuerdo” dijo, el


joven novicio con expresión de contrariedad. “Estos pensaban que el
hombre por naturaleza propia -y la palabra “naturaleza” es un término
muy querido para los ángeles- debería aspirar a la eternidad, a no morir
nunca. De alguna manera, a diferencia de nosotros los demonios, habían
aprendido a asimilar el devenir, se habían incorporado a ese fluido
metafísico y con el paso de los años pudieron ejercer cierto control
psíquico sobre él. Nosotros no, nosotros renunciamos a la resignación,
nos inconformamos con la forma de lo eterno: el suicidio fue la forma
mediante la cual nos convertimos en “demonios”, pues aunque
ciertamente no moríamos -tú sabes que nadie de nosotros puede morir-,
nuestra mente adquirió la capacidad para poder morir psíquicamente, y
posteriormente resucitar como un ser totalmente distinto...”

En esto, se detuvo el joven judío, y se volteó mirándome a los ojos


fijamente, y prosiguió:

“...¿Cómo tú sabes que soy Ephrahím?...La forma en la que yo lo sé, a lo


mejor no querrás saberla...” Dejó de mirarme y despreocupadamente
prosiguió su camino diciéndome: “Tenemos Historia, a diferencia de los
ángeles que lo llevan todo en la memoria (esa memoria que tú llamas
“mito”), nosotros tenemos que escribir nuestros antecedentes en un
registro, para poder recordar en dónde estamos y de dónde provenimos:
hemos renunciado a ser inmortales y por tanto, a tener memoria de lo
acontecido...”

Diciendo esto el demonio, mi cuerpo se empezaba a estremecer, de

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Gadarea y otros relatos de ángeles

alguna manera por mí desconocida, mi constitución corpórea se


adelantaba a mi espíritu y presentía que la razón por la cual quería
escribir una Historia Monumental angélica era porque yo formaba parte
de algo...del cuerpo, del ejército, de la filosofía demoníaca...qué sé
yo...o, ¡Dios santo, algo peor!...Prosiguió el demonio:

“...es así que, Luxbella (recordándote que de él es del que estamos


hablando), al enseñarles a los hombres a ser más terrestres, consiguió el
desprecio inmediato de los ángeles que no se habían revelado contra su
condición y se ufanaban de ser inmortales, y consiguió que estos
tuviesen contacto con los seres humanos a través de su historia antigua:
les enseñaron sobre la existencia de un Dios, les enseñaron que la
terrenalidad, la enfermedad y la muerte eran un castigo por su
desobediencia, les enseñaron que esta vida es pasajera y que existe una
postrera mejor, les enseñaron a soñar con la eternidad...Nosotros, a lo
largo de nuestra conformación como ejército demoníaco, tuvimos que
ser más inteligentes, y decidimos, por el bien de los hombres,
infiltrarnos entre ustedes para lograr un acuerdo...”

El demonio se detuvo a la orilla del mar, cerca de una barca grande en


la que se encontraban varios hombres durmiendo. Aún era de
madrugada, la neblina aún cubría las montañas desérticas que
enmarcaban desde la distancia al pueblo, un grupo de higos y granas
cubrían unas ruinas abandonadas, pretorio antiguo. Me sentía extraño,
aunque los ángeles no dormimos, me encontraba profundamente
cansado, como cuando los seres humanos quieren dormir.

“...Dicho acuerdo lo logramos. Sin darnos cuenta, a lo largo del tiempo,


las huestes demoníacas aprendimos a observar que el ser humano nació
“por naturaleza” con el afán por la eternidad, y nunca, por más que se le
enseñe lo contrario, va poder renunciar a sus ansias de infinito...Sin
embargo, también aprendimos los dirigentes de ambos “bandos” que el
exceso de la autosuficiencia del hombre, que la perdida del deseo por lo
absoluto, puede llevarlo a la perdición...entonces, optamos por el
equilibrio...”

Lo que decía el ángel, de alguna manera extraña me repugnaba.


Identificaba en mí las ansias por echarlo todo de cabeza: lo que yo
buscaba en el fondo era una auténtica naturaleza, ¿cual era el sentido
de todo esto? ¿Esta era la verdad del mito y el mito de la verdad a la
que el corcel negro se había referido? Mi raza me daba asco, no creía
como se habían podido poner de acuerdo en una farsa tan cínica.
¿Quienes se creían para poner al hombre entre la espada de lo eterno y
la pared de lo fugaz? ¿Quiénes se creían para inventar la existencia?

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Luzbella

Ephrahím, continuaba: “...Desde entonces intervenimos en la historia del


hombre para poner las cosas en su lugar. La historia del Ser extraño
forma parte del plan que tenemos los líderes de ambos bandos para
darle continuidad al devenir de todo lo creado. Hemos pactado por ello,
para evitar que el día de mañana seamos juzgados y ninguno intente
justificarse desde el escudo de su “verdad”, intercambiar nuestros
bandos: cada determinada era, ángeles y demonios traspolamos los
bandos, invertimos las posturas, y la forma mediante la cual lo hacemos
es por medio de una presencia que a manera de intervalo nos hace
transitar de un estado a otro…”

Ya no lo escuchaba, no me importaba lo que habían hecho o lo que


fueran a hacer, simplemente, odiaba todos los mitos, todos los
vislumbres de verdad y de historia, en suma, el instinto por conocer. Mi
soledad era la misma, mi situación no había mejorado, eso para mí era
el parámetro de medida que me aseguraba la mediocridad de los fines
de ángeles y demonios. Me repugnaba el universo y su pretendido
orden: sólo a unos chapuceros como a ellos se les abría ocurrido un
mundo como el nuestro.

“El Vicario de Satanás se encargará de cumplir con la misión de


equilibrar de nuevo la pérdida de fe de los hombres. Pero antes que te
lleve al lugar en el que se encuentra él, para que lo mires y tu intuición
angélica te certifique que se trata del genuino Vicario perdido, quiero
que sepas que en realidad formaste parte de nosotros algún día y ahora
eres la transición Ser extraño; dejarás de ser un simple espíritu sui
generis, para convertirte y retornar a la forma que hace mucho
poseíste...”

Lo último lo escuché como perdido en la distancia. Sopló una brisa tibia


anunciando el alba, al tiempo que un hombre con una túnica de dos
piezas, se levantaba de entre los que dormían en la barca en la que nos
habíamos apoyado Ephrahím y yo, y avanzó hasta un huerto repleto de
árboles frutales. Delgado, de semblante sereno, joven y triste, nos miró
y sonriendo se alejó de la playa.

Voltee hacía Ephrahím, y le dije: “es irrelevante mi origen, de igual


forma detesto a ángeles y demonios”. Desee seguir al joven judío, pero
una fuerza extraña me lo impedía. “Te explicará mejor con sus propias
palabras, el Vicario...ven”. Y diciendo esto, hizo levantar a uno de los
tantos que dormían en la barca. Este, un hombre delgado como de
cuarenta años de edad, de barba poblada y mirada profunda, nos miró a

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Gadarea y otros relatos de ángeles

ambos y dijo: “¿Ephrahím?... ¡pero si has venido con el Ángel!...”

La forma en la que dijo “el ángel” me hizo estremecer. Me voltee como


instintivamente hacia el mar, los primeros rayos del sol empezaban a
brotar del extremo del pueblo, detrás de las montañas donde yace el
campamento Esenio. Los esenios...Una vez formé parte de ellos. Ese
muchacho que se dirigía al Huerto...su mirada, no sé. Le pregunté al de
la barca“¿Eres un Sicario?”

“Sí”, me contestó. “Mi nombre es Judas”...Ambos, Ephrahím y Judas se


me quedaron mirando, como esperando que les dijera algo. Nada, aún
no lograba armar el rompecabezas. Algo me estaba haciendo falta, la
pieza clave. “¿Qué no entiende señor?, hemos hecho todo lo que nos
pidió” dijo el esenio. Juré que volvería. Sí lo juré. Veamos: Inicié mi
búsqueda de los líderes demoníacos con la finalidad de dar con la
verdadera historia de la raza de los ángeles. Bien. Si el Ser extraño
proviene de la raza del ángel a prueba, significa que el mito de la
“apuesta” de Dios con Satanás es cierta, lo que me lleva a la conclusión
de que al perder Satanás, Dios vio con agrado que esta estirpe de
ángeles fervientes en fe se multiplicara y diera origen a la raza de
ángeles que ahora conformo. Satanás entonces decidió desterrarse y
vagar por el universo. No puedo ser yo...

“No”, dijo fuertemente Ephrahím y Judas al mismo tiempo. “Usted no


nos ha escuchado”.

“Todo inició por su propia iniciativa. Satanás no necesitaba de convencer


ángeles para que se unieran a su causa: él solo es su propio ejército. Su
dominio sobre el espacio y el tiempo lo hizo capaz de desdoblarse a
través de varias vidas y así proliferar por todo el espacio y tiempo como
si de millares se tratara. Por eso, nosotros los demonios somos
reconocidos como “multiplicadores”, quizás nunca los defensores de la
claridad se han puesto a pensar que todos los demonios somos
desdoblamientos de Luzbella. Eso le explicará también lo siguiente:
usted llegó a convencer a las huestes angélicas de la necesidad de
constantes reformas y contrarreformas de las que se necesitaba que
estuviera hecha la historia del ser humano, pues solo así el sentido de
las cosas se revelaría y el hombre iba a poder quizás obtener un poco de
paz. La única condición que le impusieron los ángeles era que usted y
sus sombras, deberían en cada muerte y resurrección, asimilar la
personalidad contraria para que ellos tomaran su sitio: inteligentemente
los ángeles se percataron de la gran necesidad que tenían del reino
demoníaco, y para no ser inculpados ambos, de darse un juicio final ante
Dios (que en realidad no sabemos si le hay), por cada uno haber actuado

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Luzbella

según su “propia sabiduría”, es que pactaron que cada era del ser
humano, intercambiarían papeles, es decir, que nosotros en algún
momento anterior de la historia de la humanidad hemos fungido bajo el
papel de ángeles, olvidando nuestro partido original...”

De tal forma que el único inconveniente de poner a girar esa rueda de


intercambios demoníacos y angélicos, era que hacía falta un intervalo
inocuo: algo que no fuera ni demoníaco ni angélico, sino que por medio
de su transición, pudiera efectuar la inversión de los bandos celestes sin
que todo se colapsara...

El Ser extraño funge el papel de transición...por eso el Arcángel Gilmard


hablaba de una profecía, por eso el demonio con forma de corcel
hablaba del mito de la verdad...por eso...Ustedes ya no son demonios y
yo un ángel, ahora yo soy Satanás y ustedes los guardianes del
Galileo...y que ahora ora fervientemente en el huerto...El conocimiento,
la historia, son formas de efectuar cambios...

En ese momento, me descubrí a mi mismo solo, hablando conmigo


mismo, mis “subordinados” se habían marchado a hacerle compañía al
Nazareno. Recordé quién era. Es verdad: el ser extraño fue un invento
mío para convencer a mis contemporáneos sobre la necesidad de
emprender mi investigación. Comprendí que yo era aquél a quien
buscaba y me resultó indiferente tal situación: ¿cómo podía sentirme
identificado con un ser tan harto extraño, sino es a través de la vena
impenetrable de la soledad? Siempre estuve solo, todos estos ángeles
que se dicen mis compañeros, he sido yo mismo en algún momento
distinto de mi eterna vida, todos ellos son los recuerdos de mí mismo,
me he complicado en un laberinto de espejos sin salida con el único afán
de hacer más interesante la vida de los hombres a quienes amo. El
castigo que Dios me impondrá por haber hecho todo lo que he hecho, es
poder convivir conmigo mismo eternamente, y sin la posibilidad de
crearme personalidades distintas dentro de mí para soslayar la soledad.
El desdoblamiento fue mi forma de morir, de inventarme un destino
diferente: cada temperamento que me inventaba era a la medida de la
necesidad del momento, del área geográfica que habitaba, cada
demonio, hasta ese que poseía al loco en las ruinas de la ciudad de los
leprosos, representan una parte de mí, torpe y decadente, incapaz de
desear la simpleza que los demás poseen y revelándome ante el gran
envidiablemente Simple: Dios.

Camino ahora hacia el huerto ya que el sol ha levantado su vuelo. El


joven judío, se levanta de entre los dos ángeles Ephrahím y Judas...se

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Gadarea y otros relatos de ángeles

voltea. Lo miro y me mira. Su mirada dulce y serena, me dice algo: “la


soledad la tenemos todos”...

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