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Si la miseria te entrampa,
vende los de buena estampa.
Mas no des el caballejo
aunque te ofrezcan un tejo
o una faja colorada,
que él será tu camarada
en la tierra y el infierno,
te calentará en invierno,
te refrescará en verano,
pondrá un buen pan en tu mano
siempre que el hambre te apriete,
y si la sed te acomete
te brindará, atento y fiel,
sabrosa y dulce aguamiel.
Yo volveré a galopar
de las montañas al mar".
Llegóse el gobernador
donde el ganado mayor …
Centelleantes los ojos
como los rubíes rojos,
con los cascos de diamante
y colas de oro ondulante,
vio dos corceles de ley.
¡Para la silla de un rey!
Aunque el hombre no era un zote,
se rascó un rato el cogote.
Salió al fin de su estupor
y dijo aleccionador:
"¡Está la vida terrena
de prodigios toda llena!"
Respetuoso, ante el viejo,
se inclinó el gentil cortejo.
Se prohibió a los vasallos
vender o comprar caballos
mientras que, como era ley,
no se le anunciara al rey
la aparición en la villa
de tan grande maravilla.
Rápido, el gobernador
se presentó al rey señor
y, arrojándose a sus pies,
le disparó de una vez:
"Me tomo la libertad,
perdone Su Majestad,
de rogarle que me escuche".
Dijo el rey: "¡Vacía el buche!
Pero no seas cargante.
¡Al grano! ¡Venga! ¡Adelante!"
"Soy, señor, gobernador,
y con gran celo y ardor …"
"Te vas poniendo pesado".
"Hoy, señor, yo fui al mercado.
¡Dios mío, qué apretujones!
¡Gritos, risas, maldiciones!
Ordené, según costumbre,
dispersar la muchedumbre,
y al disiparse el gentío …
¡Santa Virgen! ¡Oh, Dios mío!
Centelleantes los ojos
como los rubíes rojos,
con los cascos de diamante,
las colas de oro ondulante,
vi dos corceles de ley.
¡Para tu silla, buen rey!"
Picó la curiosidad
a su augusta majestad.
"Hay que ver ese portento.
¡Eh, mi carroza! ¡Al momento!
Se lavó en un santiamén,
se vistió, se peinó bien
y se dirigió al mercado,
de su guardia acompañado.
Llegó el rey, y ante sus ojos,
todos cayeron de hinojos,
gritando: "¡Viva el señor!"
con mucho brío y calor.
Saludó el rey y, arrogante,
a tierra saltó al instante …
Los caballos contemplaba
y le caía la baba.
Entre risas y mohínes,
acariciaba sus crines,
sus lindos cuellos lustrosos,
sus lomos finos, sedosos,
y con el mejor humor
miró fijo alrededor
y preguntó: "¡Eh, vasallos!
¿De quién son estos caballos?"
Iván, los brazos en jarras,
con la cachaza de marras,
respondió de mala gana,
inflado como una rana:
"Son los dos, rey y señor,
de un seguro servidor".
"¿Me los vendes?" "Pues … verás …
Te los cambio taz a taz".
"¿Pides mucho por los potros?"
"Más te pedirían otros.
Diez veces cinco almorzadas
de monedas acuñadas".
"Es decir, serán cincuenta,
si no saco mal la cuenta".
"De plata de buena ley".
Ordenó pagar el rey
y, magnánimo, en un pronto,
seis rublos regaló al tonto
a más de lo convenido.
¡Era el rey muy desprendido!
Se repartieron la plata,
se casaron cosa grata
y comian miel con pan,
recordando al tonto lván
Ya recordaréis, hermanos,
buenos y fieles cristianos,
que nuestro Iván, muy despacio,
encaminóse a palacio
con los potros y el potrillo.
¡Qué suerte que tuvo el pillo!
Allí, en la cuadra real,
se sentía un general,
y en sus horas de vigilia
no pensaba en la familia.
¿Y quién hubiera pensado,
viviendo como un prelado?
Tenía cuanto quería:
botas, gorros, lencería …,
Casi diez arcas repletas
de jubones, chamarretas …
Dormía como un lirón,
comía hojuelas, salmón …
En fin, es cosa sabida
que se daba la gran vida.
Levantándose furtivo
corrió a palacio, muy vivo,
el malvado cortesano
y, besando al rey la mano,
muy humilde le decía,
con su voz de chirimía
"Me tomo la libertad,
perdone Su Majestad,
de rogarle que me escuche".
"Está bien, vacía el buche
dijo el rey con un bostezo,
mas habla sin aderezo.
Si me vienes con mentiras,
te arranco la piel a tiras".
Soltó la bestia dañina:
"Hoy, en tu real cocina,
por tu salud se brindaba,
mientras alguien nos contaba
la historia maravillosa
de una niña primorosa.
Pues bien, tu palafrenero
juró testarudo y fiero
que atraparla allá en el mar
era coser y cantar".
Se retiró el muy bandido,
y el rey gritó enardecido:
"¡Rápido! ¡Corriendo! ¡Pronto!
¡Traedme en seguida al tonto!"
Fueron en busca de Iván
diez pajes y un chambelán
y, como tenían prisa,
lo llevaron en camisa.
A la siguiente mañana
llegó la niña galana,
abandonó su barquilla
en la arena de la orilla,
entró en la tienda y, rendida,
la emprendió con la comida …
Dio fin la niña al yantar,
se puso luego a tocar,
y su voz, tierna, sedante,
dio sueño a Iván al instante.
"¡Te equivocas, condenada!
¡Esta vez estás copada!
¡No te dejaré escapar,
no me podrás engañar!",
pensó Iván y, presuroso,
la asió de su pelo hermoso
y gritó a grito pelado:
"¡Eh, potrito, la he atrapado!"
Presentóse el caballito,
al oír del tonto el grito,
y le dijo complacido:
"¡Bravo, mi amo, te has lucido!
Monta y sujétala fuerte!
¡Has tenido buena suerte!"
Regresaron a la corte.
El rey, con adusto porte,
disimulando su priesa,
salió a ver a la princesa
y, tomándole la mano,
la hizo pasar muy ufano
a su real aposento.
Después ofrecióle asiento
bajo un dosel muy lujoso
y, mirándola amoroso,
le dijo con voz melosa:
"Sé mi mujer, niña hermosa.
Una mirada ha bastado
para sentirme flechado.
¡Tus pupilas, de gacela
me tendrán de noche en vela
y me harán soñar de día,
mi tormento, mi alegría!
Di que sí, niña galana,
y nos casamos mañana".
Ta-ra-ra-rí, ta-ra-rá¡
¡Ve a saber qué pasará!
Los caballos se escaparon;
los labriegos los cazaron.
Toca un cuervo la bocina
en la rama de una encina;
si se cansa de tocar,
se pone el cuervo a contar:
"Eranse, debéis saber,
un marido y su mujer.
El hombre zapateaba,
la mujer lo jaleaba,
y se estaban de jarana
seis días cada semana".
Esto no es aún el cuento;
viene luego, escucha atento.
Una mosca, en la ventana,
canta de buena mañana:
"¡Una noticia casera!
La suegra pega a la nuera;
al palo del gallinero
la amarra con gran esmero;
luego la deja descalza
de un zapato y una calza,
para que tema los cardos
y no ande a picos pardos".
En fin, ya llega el momento
de comenzar nuestro cuento.
El potrillo, presuroso,
galopa sobre el coloso,
que suspira con pesar,
abriendo de par en par
su descomunal bocaza,
y dice con mustia traza:
"¡Buen viaje, caballeros!
¿A dónde van tan ligeros?"
"Vamos directos a Oriente,
donde mora el Sol naciente,
por encargo de su hermana,
una niña muy galana
que vive en la capital",
dice el potro al animal.
"¿No me harían el favor,
si ven al Sol, mi señor,
de preguntarle hasta cuándo
voy a estar aquí penando
y qué males cometí
para ser tratada así?"
"¡Descuida, no tengas pena!",
grita Iván a la ballena.
Implora el pez muy ansioso,
suspirando pesaroso:
"¡Ten la bondad, buen amigo,
ponle fin a mi castigo!
Si deshaces el conjuro,
seré tu esclava, lo juro …"
"¡Descuida, no tengas pena!",
grita Iván a la ballena.
Empezaba a clarear
cuando Iván llegó a la mar.
El potrillo, de la arena,
saltó sobre la ballena,
que preguntó acongojada:
"¿Por qué no me decís nada?
¿Cumplisteis mi petición?
¿Cuándo vendrá mi perdón?"
Gritó el potro jovialmente:
"¡No seas tan impaciente!"
Llegó el potrillo a la aldea
y dijo a la gente: "¡Ea!
¡Si queréis salvar la vida,
marchaos de aquí en seguida!
¡Al que se quiera quedar,
se lo tragará la mar!
Va a ocurrir un gran portento
en este mismo momento.
La ballena, con su cola,
levantará una gran ola …"
Gritaron los aldeanos:
"¡Sálvese quien pueda, hermanos!"
Cargaron en carretones
sacos, mundos y cajones
y salieron de estampía.
Antes ya del mediodía
quedó la aldea desierta,
desolada, triste, muerta …
El potrillo, presuroso,
gritó fuerte al pez coloso:
"Sufres tú, bestia marina
porque sin orden divina
tragaste de una sentada
treinta barcos. ¡Casi nada!
Si los devuelves al mar,
Dios te podrá perdonar.
Se cerrarán tus heridas
y vivirás cien mil vidas".
Gritó el potro: "¡Bien te vaya!",
y saltó luego a la playa.
Removióse la ballena,
dijo luego: "¡Norabuena!",
alborotó el verde mar
y se puso a vomitar
treinta barcos marineros,
con sus velas y remeros.
El barullo al rey del mar
acabó por despertar;
disparaban los cañones,
y las trompetas sus sones
esparcían altaneras;
ondeaban las banderas,
y adustos, graves, sin prisa,
los popes cantaban misa
en las treinta embarcaciones:
"¡Gracias;, Señor, por tus dones!"
Los remeros, a la par,
se pusieron a cantar:
"Surcan el mar los veleros
con sus bravos marineros,
y llegan al fin del mundo,
aunque el mar es muy profundo …
En un estanque apartado,
un grito desaforado
llamó al pronto su atención.
Torcieron sin dilación
al lugar del que salía
¡y qué vieron, madre mía!
Ante sus ojos, muy cerca,
pegaba el gobio a una perca.
Y gritaron los delfines:
"¡Quietos, quietos, matachines!
¡Nos pareció, por las voces,
que erais dos monstruos feroces!"
"¡Largaos con viento fresco
gritó el gobio rufianesco,
que si me sacáis de quicio
voy a armar un estropicio!"
"Eres, mal bicho, un veneno,
nunca se te ve sereno,
de la noche a la mañana
andas siempre de jarana
y nunca paras en casa.
¡Dios sabe lo que te pasa!
Pero, ¿a qué gastar razones
con rufianes y matones?
En virtud de este decreto
quedas preso. ¡Estáte quieto!"
A la mañana siguiente,
el potrillo, diligente,
despertó con prisa a Iván:
"íNo ronques más, haragán!"
Se rascó Iván la cabeza,
bostezando con pereza,
santiguóse con cachaza
y se fue luego a la plaza.
La princesa se adelanta,
luego la mano levanta
y, cuando calla el gentío,
declara con mucho brío:
"El rey, ese viejo inmundo,
ha pasado al otro mundo.
Decid si queréis ahora
que sea vuestra señora
y si en lugar del rey ido
aceptáis a mi marido,
a mi noble bienhechor,
a mi dueño y mi señor",
y señala a nuestro Iván,
tan hermoso, tan galán …
Gritan todos: "¡Sí queremos,
y ser fieles prometemos!
¡Y sea rey tu marido,
si lo tienes decidido!"
En el palacio, entretanto,
beben vino, beben tanto,
que los príncipes y nobles
las candelas las ven dobles.
¡Daba gusto, sí, señor!
Allí estuvo un servidor,
pero aunque empinó la bota,
no acertó a beber ni gota.