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El sexo oculto del dinero Clara Coria El sexo oculto del dinero Formas de la dependencia femenina Q PAIDOS Buenos Aires * Barcelona * México Cubierta de Victor Viano 3582 Cava, Cava cop Er 30x0 ccuto del ano: formas de fa ddependencin« 1 ed. 5 reine: Buenos Aes Pataes, 2008. 176 p. ; 22x16 em. (Diuigacion) IBN 9801225623 4. RolaionesInterpersonales 1. Tiulo 1986 1; icin, Grupo Baitorial Latinoamericano, Buenos Aires 1986 2: 3" edicisn, Grupo Eulitorat Latinoamericano, Buenos Aires 41987 & Baitore! Argo, Barcelona 1989 5: 4" edicion, Grupo Editorial Latinoamericano, Buenos Aires 1990 6: 5° edician, Grupo Editorial Latineamericano, Buenos Aires 49917: I" eicién, Baitorial Paidée (Argentina) 19939: 3° edieion, Editorial Paidoe Mexico! 1996 10: T° edicion, Rosa Dos Tempos (Brasil) 1997 11: 2° rimpresion, Etorial Poidds (Argentina) 2004 12: 4 reimpresin 2008 13: 5° reimpresn b 2 Bs 10854: 3° edictan, Grupo Bulitoral Latinoamericano, Buenos Aires 5 & 7 ewe one drach. Quan guano, i Inari nr stare ‘pyreh, bear tance entice las, rprouci6 pr tl esa pr uli ‘tei predic a epee y rans nation © 1961 de todas las ediciones Edorial Paidds SAICF Defensa 599, 2065 Buenos Aires-Argentina ‘email: LerariaGeditonlpaidos com ar vworw-psidosargentina.com.ar Queda hecho el depésito que proviene Ia Ley 11.728, Improso en Ia Argentina = Printed in Argentina Improso on Primesa Clase, California 1231, Ciudad de Buonos Aires, en mayo de 2008, ‘Trade: 1500 efemplares ISBN 90-12-9562 Sumario C. El contenido . D. Algunas aclaraciones importante: Referencias bibliogrétficas. 1. La dependencia econémica en las mujeres. 1. La dependencia econémica: una forma de subordinacién femenina 2. El fantasma Referencias bibliogrétficas. 2, Los beneficios de 1a dependencia econémica en las mujeres... 1. El boneficio primario: angustia frente a Ia libertad vivida como transgresién 2. Los benoficios secundarios de la dependencia econémica 3. La proteccién: un seductor canto de siren: 4, Una triada sugestiva: dinero chico, espacio restringido y tiempo indiscriminado Referencias bibliogréficas.. 8. Amor y dinero. Altruismo maternal versus especulacién varonil?. 1. Un paradigma femenino: el ideal maternal .. 2. *Poderoso caballero ex Don Dinero” 3. Los honorarios profesionales o el dinero “que se Un diloma diffe de resolver: ;mala madre o mujer pi- 4. Los dineros de Ia sociedad conyuggl «e- 1. Una sociedad en que unos son més iguales que otro 2. Dinero “chico” y dinero “grande” 8. El dinero de la dependencia Referencia bibliogréfica 5. Una particular distribucién del poder: “Los hijos son mfos y el dinero es tuyo” 1, La “reina” del hoger -. 2. @Son los hijos instrumentos de poder equivalentes al dinero? . Referencias bibliogréticas.. 6. Los hombres y el acopio de dinero 1. El dinero, un indicador de masculinidad’ 2, Time ig money... juna mentira piadosa? Referencias bibliogréficas.. 7. El dinero en los tratamientos psicol6gicos: rios para reflexionar 1. {Tienen los terapeutas la misma actitud frente a la de- pendencia econémica de sus pacientes varones que a la de sus pacientes mujeres? ... 2. La dependencia (econémica) femenina en los tratamientos. psicoterapsuticos de mujer . 3, Sugerencias para una propuesta al daje de 1a dependencia econémiea en mujeres Referencias bibliogréticas.. Igunos comenta- ‘dl abor- 8, Los grupos de reflexién de mujeres. . Antecedentes de los grupos de reflexién de mujeres La especificidad de los grupos de reflexién de mujert Criterios de seleccién: indicaciones y contraindicaciones . Encuadre 5; Modos de intervencién de la coordin . Bl cierre en los grupos de reflexién de mujere . La produccién y los grupos de reflexién de mujer Referencias bibliogréficas.. ReoseNE 9. Cuando las mujeres so expresan 1. Propuesta para una vida mejor. Hacia una identificacién con patrones propios 2. Carta abierta a mi hija. Bibliografia general complementaria... 6 81 81 83 88. 20 91 92 100 105 108, 109 2 us 123 125 125 128 135 138 139 139 142 148 153 155 159 161 163 165 165 169 113 Agradecimientos A mis compafteras del CEM, por sus aportes y estimulos. A las mujeres y hombres que participaron en los grupos de reflexién y dejaron en ellos muchas de las semillas que yo recogt. A mis pacientes, por lo mucho que me ensefiaron, A mi amiga Sonia, por su apoyo moral y afectivo. A mi hija Moira Abramzon, cuyo entusiasmo por vivir y participar activamente alienta mis bisquedas y ofrece la pro- mesa de un futuro distinto. ‘A Mabel Burin, compaiiera de ruta, integra, solvente y so- lidaria, por la cuidadosa lectura de este texto y sus valiosas observaciones. A mi companero en la vida, Alby Gellon, interlocutor agu- do, critico implacable y paciente lector, cuyos comentarios en- riquecieron mis reflexiones y cuyo aliento y amor fueron una compafifa constante. Ya todos aquellos que de manera directa o indirecta me ayudaron a enfrentar los fantasmas que inevitablemente irrumpian en esta experiencia de escribir. A Héctor Fiorini y a Elda Busacchio, quienes me ayudaron a enfrentar los fantasmas que, inevitablemente irrumpfan en esta experiencia de escribir. ALA DOCTORA ANDREE CUISSARD Quiero dejar sentado en este espacio mi profundo recono- cimiento a la doctora Andrée Cuissard, cuyo ejemplo de mu- jer luchadora, entusiasta de la vida y cuestionadora de pre- juicios alenté mi tarea. Para regocijo de ambas, acepté encantada prologar este li- bro, pero inconvenientes inesperados le impidieron hacerlo para la fecha de esta publicacién. ‘Nuestras charlas sobre el tema evocaron sus recuerdos. Re- cuerdos de mujer profesional que en la posguerra “debié ha- cer un escéndalo en Paris, donde vivia, para que le abona- ran sus honorarios profesionales en ausencia de su marido”. Recuerdos en los que resalta con énfasis el malestar y el do- lor de muchas mujeres por la falta de independencia eco- némica... y el esfuerzo personal que significé para ella de- fender sus derechos a ser independiente. Espero que muy pronto podamos contar con sus reflexio- nes sobre el tema. Depico Este LIBRO ‘A las mujeres que sufrieron y sufren la dependencia, a las que luchan por adquirir autonomfa, a las nuevas generaciones que ya lo estén logrando y a los hombres que toleran los cambios. Crear es transgredir un poco +0 mucho, vivir con autonomia también. Introduccién ‘A. ORIGENES Allé por 1981, preocupada e intrigada por haber descubier- to en mi propia persona obstéculos que me limitaban en las précticas con el dinero, resolvi indagar en mf y en otras mu- jeres este fenémeno. Me sorprendia, sobre todo, porque mi in- dependencia econémica —a la que accedi desde mi adolescen- cia—, no podfa justificar las limitaciones de mi autonomfa. En mi vida habia tomado decisiones, encarado situaciones nuevas y buscado horizontes divergentes de los patrones es- tablecidos... En fin, era lo que comiinmente se conoce como una mujer independiente... Y sin embargo no lo era en re- lacion al dinero. Taquicardias inesperadas me asaltaban cuando debia di- rimir cuestiones de dinero. Violencias internas que lograba disimular pero que, aun cuando pasaran inadvertidas para los otros, me costaban muchas energtas. Reclamar una deuda, precisar un contrato, adquirir un bien material significativo, defender un henorario, establecer con mi marido las 4reas de competencia econémica, plan- tear qué consideraba “mio” y qué “nuestro”, establecer crite- rios econémicos en la relacién con mis hijos, y todas esas “pe- quefieces” de la vida cotidiana no surgian con espontaneidad. Lejos de ello, dolores de est6mago, cuestionamientos éti- cos (“el dinero es denigrante”), malestares estéticos (“es su- cio y feo”), postergaciones indefinidas (“mafiana lo planteo”), me asaltaban sin pedir permiso. i Me paralizaban o me condicionaban a adoptar actitudes re- vanchistas y/o “a mi qué me importa”. Evidentemente yo era, y no era, una mujer independiente. Mi autonomfa tenfa patas cortas (como se dice de las men- tiras). Y no tuve més remedio que rendirme a la evidencia de que, en cuestiones de dinero, las cosas no eran como parecian, ni como muchos creian. Fue grande mi sorpresa, mezcla de alivio y de susto cuando, mirando a mi alrededor, me vi més que acompafiada. Eramos muchas las mujeres, con independencia econémica sin ella, que transitébamos por el mundo cargando una lu- cha interna, sin nombre, en lo que nos crefamos, ademés, ex- clusivas. Y alli empez6 todo. Decidf darle a mis indagaciones un marco te6rico que me permitiera reflexionar, comparar y extraer hipétesis para contribuir a esclarecer este misterio de la independencia sin autonomia |. Eleg{ como metodologia de trabajo la de los grupos de re- flexién 2, introduciendo algunas modificaciones pertinentes al tema y al hecho de ser grupos exclusivos de mujeres °. \ Partiendo de la observacién de que la independencia econdmica no es garantia de autonomfa resulta necesario definirlas y diferenciarlas. Defino {a independencia econémica como la disponibilidad de recursos econémicos ‘propios. Definola autonomia comola posibilidad de utilizar esos recursos, pu- iendo tomar decisiones con criterio propio y hacer elecciones que incluyan ‘una evaluacién de las alternativas posibles y de las “otras” personas impli- cadas, Desde esta perspectiva, la autonom{a no es “hacer lo que uno quiera” prescindiendo de lo que lorodea, sinoelegir una alternativa incluyendo loque To rodea. La independencia econémica resulta una condicién necesaria pero no suficiente para la autonomfa. 2 Se trata de una metodologfa de trabajo con grupos cuyos antecedentes son los “grupos operativos” deearrollados por Pichon Rivire en Argentina (1) ¥y los “grupos de trabajo” de Bion en Inglaterra (II), posteriormente profun- izados por Alejo Dellarossa (III). 3 Los grupos de reflexién con mujeres se iniciaron de manera sistemética «# institucional en el Centro de Estudios de la Mujer (CEM), institucién de la cual fui cofundadora y miembro de su Comisién Directiva hasta diciembre 12 Elaboré algunas hipétesis y escribi articulos que se difun- dieron en el pais y en el extranjero sobre la problemética que lamé, en sus comienzos, “Mujer y dinero”. Y finalmente —como habia sospechado y previsto desde un principio— realicé grupos de reflexion exclusivamente con hombres para agregar a este complejo mosaico de las précti- cas del dinero en nuestra cultura, algunas de las vicisitudes que también los hombres deben enfrentar. ¥ ademés, porque “como todo el mundo sabe” (y si no ésta es la oportunidad de enterarse) lo que afecta a la mitad de la humanidad afec- ta necesariamente a la otra mitad ‘+. Por tiltimo comencé la angustiante y excitante tarea de vol- ver a escribir y corregir reiteradamente los articulos y notas que durante los dltimos cinco afios habia acumulads con la intencién de difundir estas ideas en forma de libro. B. LOS MARCOS REFERENCIALES Nuestras incursiones en la vida y en la ciencia no son in- genuas, Detras de cada pregunta hay una respuesta previs- ta (aunque no conocida), en cada mirada una selecci6n per- ceptiva, en cada apreciacién una cantidad de prejuicios. ‘Todo un bagaje de vivencias, pensamientos y creencias que condensan nuestra historia personal, el marco histérico en que nos tocé vivir y los condicionamientos socioculturales, politicos, econémicos y religiosos a los que consciente o in- conscientemente adherimos. 4e 1985, Algunos do los grupos sabre “mujer y dinero” so llevaron a cabo en 1 CEM y otros en mi consultario privado. Duraron entre 6 y 8 meses, con la frecuencia de una reunién semanal. Los integraban de 6 a 8 participantes, mujeres de clase media, urbana, cuyas edades oscilaban entre los 95 y 76 afios. Todas ellas trabajaban fuera de su hogar en actividades remuneradas. "Mi decisién de realizar grupos separados por sexos responde ala hipéte- sis de que el tema dinero —entre otras muchas cosas—responde a un este- reotipo deidentidad sexual cuya imagen se defiende aultranza frente al sexo puesto. Los grupos heterosexuales incluirfan otras variables que hacen més complejo el tema central de investigacién. 13 Es por ello que cuando hablamos de “objetividad” debemos saber que es relativa, y que las conclusiones a que arribe- mos distan mucho de ser “la tnica explicaci6n posible”. En el mejor de los casos ser4 un aporte mAs que ofrezca, des- de una perspectiva nueva, otros elementos de juicio para com- prender el complejo mundo que nos rodea. De este modo desearia que se tomaran mis contribuciones sobre la problemética del dinero. No son nada més, ni nada menos, que un buceo tenaz y perseverante en un tema irri- tante y considerado con frecuencia un tema tabu. Consciente de su complejidad, he puesto todo mi empefio en presentar las ideas con la mayor honestidad posible, in- cluyendo reflexiones que pueden aparecer contradictorias en- tre s{ o divergentes de las hipétesis formuladas. El dinero, omnipresente en la vida cotidiana e inevitable en la interaccién social —en nuestra cultura—, es sin embar- go silenciado y omitido en muchos aspectos. Y estos silencia- mientos no son ingenuos y tampoco inocuos. Responden, por el contrario, a profundas y arraigadas creencias e intereses que considero necesario y conveniente explicitar. Intentaré, asf, poner de manifiesto algunos de estos inte- reses y creencias, comenzando con la explicitacién de los mar- cos teéricos referenciales que delimitaron y condicionaron mis buisquedas, percepciones, reflexiones y conclusiones en rela- cién al tema DINERO. Mi enfoque intenta articular ciertas variables psicol6gicas y socioculturales. Confluyen en el andlisis e interpretacién de los hechos, co- nocimientos provenientes de mi formacién psicoanalitica, de las teorias y précticas referidas a los grupos operativos y de Jo que se conoce como los Estudios de la Mujer (Women Studies) *. 5 Los Estudios de la Mujer surgen en los afios 60 como una necesidad de dar respuesta teérica a una serie de interrogantes y problemas que han afec- tado y siguen afectando la vida de las mujeres. Problemas referidos ala des- 14 Quiero subrayar expresamente que el eje centralizador de esta problemética, tanto para las mujeres como para los hom- bres, es el cuestionamiento de la ideologia patriarcal. Ideo- logia que se relaciona estrechamente con la cultura occiden- tal § judeocristiana ’, Asimismo, esta ideologia presenta pun- tos de unién con el modelo econémico capitalista. Expondré muy brevemente los lineamientos principales de la ideologia patriarcal s6lo con el fin de orientar al lector. Este igualdad en el terreno social, econémico, polfticoy legal; a su exclusién de las reas de ejercicio del poder; a la discriminacién social y cultural; ala perpe- tuacién de prejuicios y estereotipos en relacién al género femenino. Los Ec. tudios de la Mujer plantean la revisién eritiea ‘de los conceptos te6ricos y cientificos que avalan la actual eondicién femenina. Promueven el esclaro- cimiento de los aspectos ideol6gicos, sin fundamento racional, que subyacen en la vida cotidiana condicionando un lugar de subordinacién. Proponen Ia construccién de teorfas alternativas quo posibiliten un eambio en esta con- dicién, Los Estudios de la Mujer requieren y suponen un abordaje interdis- ciplinario. En las distintas disciplinas, los Estudios de la Mujer han hecho aportes muy esclarecedores. Han develado muchos de los prejuicios implici- tos y puesto de relieve el cardcter estructurante que tiene el “saber institui- do" sobre la formacién del sujeto humano. Gloria Bonder sefiala que “el saber instituido sobre las mujeres... reproduce y contribuye a perpetuar tn conjunto de prejuicos por omisin o por sancién sobre la condi fee. nina” (IV). Existe en la actualidad amplia bibliograffa al respecto en disciplinas ta- les como psicologta, sociologta, biologia, antropologia, economia, historia, de- recho, educacién. En la Argentina, los Estudios de la Mujer fueron difundi- dos desde 1979 por el equipo de profesionales que fundé el Centro de Estu- dios de la Mujer y por las que posteriormente se fueron incorporando. © La cultura occidental —siguiendo la concepeién de José Luis Romero (Vv) “surge como resultado de la confluencia de las tres grandes tradicion Ja romana, le hebreocristiana y la germénica. El legado romano se carac riz6, entre otras cosas, por un formelismo que tiende a crear sélidas estruc- turas convencionales que defienden un estilo de vida con valores absolutos en donde la riqueza y el poder acompafian a la idea de gloria terrena’. El le- gado hebreocristiano “consistié ante todo en la organizacién eclesidstica que el imperio habia alojado, en Ia idea de un orden jerarquico de fundamento divino y en Ia idea de ciertos deberes formales del hombre frente a la divi- nidad”. El legado germénico aport6 la idea de una vida menos elaborada. “que exaltaba sobre todo el valor y la destreza, el goce primario de los se tidos y la satisfaccién de los apetites”. Bl cristianismo, ademés de ser una religién, se constituye en un cuer po dogmético, conjunto de ideas absolutas e incuestionables. Estos dogmas, 15 tema ya ha sido estudiado y remito para su conocimiento a Jos autores que lo desarrollaron en profundidad. Entre ellos, Hamilton, Fidges, Oakley, Mitchell, Zaretsky, Groult, Aste- larra y Borneman (VD. La ideologia patriarcal es una ideologia en el sentido en que lo plantea Schilder: “Las ideologias son sistemas de ideas y connotaciones que los hombres disponen para mejor orien- tar su accién. Son pensamientos més o menos conscientes 0 inconscientes, con gran carga emocional, considerados por sus portadores como el resultado de un puro raciocinio, pero que, sin embargo, frecuentemente no difieren en mucho de las cre- encias religiosas, con las que comparten un alto grado de evi- dencia interna en contraste con una escasez de pruebas empiricas” (VID. Las ideas predominantes de la ideologia patriarcal giran alrededor de la suposicién bésica de la inferioridad de la mu- jer y la superioridad del varén. Esta suposicién basica leva ‘a plantear las diferencias entre los sexos como una diferen- cia jerérquica. En esta jerarquia los varones se instalan en el nivel superior y desde alli detentan el poder, ejercen el con- trol y perpetian un orden que contribuye a consolidar la opre- sién de las mujeres. Esta jerarquizacion de las diferencias justifica y avala la dominacién de la mujer por parte del varén, La suposicién bisica de la superioridad masculina se apo- ya en teorias biologistas, naturalistas y esencialistas. Expli- ca las diferencias jerdrquicas entre los sexos como el resul- tado de factores exclusivamente biol6gicos y, por lo tanto, los considera inmutables. Identifica sexo con género sexual, omi- tiendo los factores culturales que entran en juego en el apren- dizaje y adjudicacién del género sexual. Al mismo tiempo sos- ‘no naven eon el cristianismo, sinoque i orfgenes en las antiguas tra- diciones hebreas, alas que heredan ampliéndolas y haciéndolas més comple- jas. Esos dogmas han contribuide muy firmemente a nutrir y consolidar la jdeologia patriarcal que se instala en la cultura occidental. Es para resaltar ‘esta continuidad que, en este libro, me referiré a concepciones “judeocristia- nas” en lugar de cristianas solamente. 16 tiene que las maneras de ser femenina y masculina respon- den a una esencia y, por lo tanto, los roles sociales serian ex- presién de dicha esencia. Esta ideologia est4 presente en religiones monotefstas como, por ejemplo, el judaismo y el cristianismo. No sélo en la figura de su maximo exponente, Dios-Padre, sino también —y fundamentalmente— en las aseveraciones de los profe- tas y apéstoles que resaltaron la inferioridad de la mujer como resultado de un designio divino. Esta ideologia promueve una divisién sexual del trabajo por la cual los hombres son asignados a la produccién y al Ambito publico mientras que las mujeres lo son a la repro- duccién y al Ambito privado y doméstico. Esto lleva, entre otras cosas, a que las actividades femeninas giren alrededor de la maternidad y lo doméstico, contribuyendo a identifi- car a la mujer con la madre. Las caracteristicas atribuidas ala maternidad son consideradas como “esencialmente feme- ninas”. La ideologia patriarcal tiende a establecer un estricto con- trol sobre la sexualidad femenina, entre otras cosas, a través de instituciones familiares que exigen, por ejemplo, fidelidad a la mujer pero no al varén. En este sentido, el paso de la poligamia a la monogamia —como lo sefiala J. Mitchell (VIID— no significé igualdad de libertad sexual. En sintesis: |a ideologia patriarcal —sustentada en el bio- logismo— enfatiza las diferencias entre los sexos como esen- ciales. Convalida una relacién jerarquizada entre ellos. Esta jerarquizacién se expresa, en todas las dreas del funciona- miento social, bajo la forma de opresién hacia la mujer. Opre- sin sexual, econémica, intelectual, politica, religiosa, psi- col6gica, afectiva... ©. EL CONTENIDO Este libro est destinado a profesionales de distintas dis- ciplinas en ciencias humanas y a mujeres y hombres que se interesen por el tema. 17 Abarca temas referidos a la mujer pero ademés incluye un capitulo en donde se plantea un aspecto particular de la pro- blemética masculina en relacién al dinero. Otros capitulos, como el referido a los tratamientos psicoterapéuticos y a los grupos de reflexién de mujeres, presentan un mayor grado de especificidad para los interesados en un enfoque psi- col6gico. En relacién con las mujeres, las teméticas giran alrededor de la situacién de dependencia econémica y sus variadas ex- presiones. Esta dependencia se inserta en una problemética més amplia y compleja que es la de la marginacién econémica y la de los significados que adquiere el dinero para las mu- jeres. Los cambios culturales que les han permitido a algu- nas de ellas acceder a la educacién y al dinero no han mo- dificado dicha marginacién ni tampoco las actitudes de su- bordinacién en relacién al varén. Se desarrolla la hipétesis de que existe un conflicto inter- no —no consciente— entre el deseo de acceder a un ideal de mujer —que responde a la imagen de la MADRE con todos los atributos que le adjudica la ideologia patriareal—, y la necesidad de desenvolverse con eficacia y autonomia en el mundo actual, que le posibilité el acceso al ambito piblico y al dinero. Se trata de una ardua e incruenta lucha que padecen las mujeres sin conciencia de ello y de la que emergen con muy variados resultados. Esta hipétesis se completa con el andlisis de ciertos fan- tasmas °, fundamentalmente el fantasma de la prostitucién, que pretende explicar muchas de las dificultades que las mu- jeres presentan en sus précticas cotidianas con el dinero. © Al hablar de “fantasmas” me refiero a un conjunto de ideas y vivencias —en parte conscientes y en parte inconscientes— que adoptan la forma de una presencia incorpérea. Confluyen en el fantasma distintos temores. Unos provienen de fantasfas inconscientes terrorificas (como por ejemplo Ta fan- {asta de castracién). Otros son generados por las transgresiones culturales yel temor a su sancién. Tanta el fantasma dole prostitucién como el de impotencia, evocan y generan profundas vivencias persecutorias. 18 En relacién a los hombres se esboza la situacién de que- dar atrapados en la exigencia de “hacer dinero”. Dinero que es asociado a potencia sexual convirtiéndose, de esta mane- ra, casi en un indicador de masculinidad. Se explicita un par- ticular modelo de potencia sexual basado en la cantidad —que se entronca con los requerimientos consumistas del sis- tema econémico capitalista— °, y se analiza la expresion time is money como representativa de una situacién-trampa para os hombres con la cual se fomenta la ilusién omnipotente de inagotabilidad. Tlusién que pretenderia contrarrestar las an- gustias frente a la castracién entendida, ademés, en senti- do amplio, como finitud y muerte. Este primer libro sobre el tema intenta explicitar y trans- mitir las siguientes ideas: 1. Que en nuestra cultura, el dinero es un tema tabi. Om- nipresente y sin embargo omitido en las reflexiones. Fuera del 4mbito econémico-financiero se encubren, tras su méscara, complejos contratos interpersonales. Y llamativamente, aunque a casi todos interesa, no existen espacios para reflexionar sin las presiones ha- bituales. 2. Queen nuestra cultura el dinero aparece claramente se- xuado. De muy distintas maneras se adscribe al varén. Es asociado a potencia y virilidad, convirtiéndose casi en un indicador de identidad sexual masculina. 3. Que la ideologia patriarcal contribuye a avalar esta se- xuacién y, con ello, a perpetuar la subordinacién econémica de la mujer. 4, Que esta sexuacién tampoco es inocua para los varo- nes: el dinero aparece intimamente asociado a “vi dad” y su ausencia a un cuestionamiento de la identi- dad sexual. © Me refiero a la necesidad de adquisicién y recambio permanente de los bbienes de consumo que genera el sistema econémico eapitalista. 19 5. Que es posible contribuir a la transformacién de estos condicionamientos a través de la toma de conciencia re- flexiva. Por parte de las mujeres, conciencia de la mar- ginacién econémica y de la falta de autonom{a. Por par- te de los hombres, conciencia de la identificacién entre dinero y virilidad. En este sentido, los grupos de refle- xién son instrumentos privilegiados para ello. D. ALGUNAS ACLARACIONES IMPORTANTES Cuando comencé a indagar en esta problemética demar- qué mi radio de accién. Muchas cosas quedaron dentro de é1 (algunas de las cuales desarrollo en este libro) e infinidad de otras quedaron fuera. Curiosamente, cuando planteaba mis reflexiones sobre el dinero, los interlocutores, casi invariablemente, indagaban haciendo hincapié sobre aquello que habia quedado fuera de mi radio de accién. Toda persona con sentido comin —a menos que sea om- nipotente— tendré que aceptar que todo es mucho y que lo mucho generalmente excede lo posible. En efecto, muchos aspectos quedaron fuera de mi indaga- cién y no fueron excluidos por considerarlos poco merecedo- res de atencién. Me interesa remarcar expresamente que las reflexiones aqui planteadas no pretenden ser generalizaciones universa~ les. Tienen su punto de partida en un sector de la sociedad que es la clase media "°, porque el interés de este libro esta centrado en indagar sobre la autonoméa econémica dentro de una sociedad con ideologta patriarcal. Y para tender a esos objetivos, la clase media resulta ser un sector particularmen- te apropiado en lo fundamental por dos razones: 2 Me refiero a clase media y clases pobres y ricas en el sentido en que lo hace Evelyne Sullerot, os decir, haciendo referencia a la cantidad de ingre- sos econdmicos. En el capitulo 1 se caracteriza més ampliamente la pobla- cign de la cual partieron mis reflexions 20 La primera es que la independencia econ6mica es una con- dicién necesaria para la autonom{a. En este sentido, las cla- ses més pobres y més ricas incluyen variables que imposi- bilitan o dificultan muchisimo esa indagacién. En las clases pobres, cuyos padecimientos econémicos ni siquiera les permiten acceder a la independencia, resulta in- finitamente mas complejo indagar sobre la autonomia. Si ademds parto de la hipétesis de que la independencia econémica es condicién necesaria para la autonomfa, en las clases pobres el tema privilegiado deberia ser el primero y no el segundo. En cuanto a las clases ricas, el exceso de recursos econémi- cos puede encubrir falsas autonomias, dificiles de dilucidar (aunque no imposibles) detrés de las posibilidades que esos recursos les permiten. A esto hay que agregar que tanto en las clases pobres como ricas, la ideologta patriarcal esté mucho mas enraizada y des- embozada, por lo cual resultan ser terrenos que presentan mayores resistencias ™. ‘Ademés, en mi criterio resulta particularmente atractivo y Util desenmascarar los mecanismos patriarcales disimula- dos y encubiertos en la supuesta paridad entre los sexos que se da en la clase media, sobre todo a partir de la incorpo- racién de la mujer al mercado laboral significativamente ren- table. Este libro pretende, en todo caso, contribuir a romper el taba que rodea a este tema (tan omnipotente, tan antiguo y actual, tan omitido) y estimular las busquedas que respon- dan a los miltiples interrogantes que se generan. Finalmente, me importa mucho sefialar que reflexionar so- bre este tema no es inocuo. Es casi como levantar la alfom- bra en donde ocultamos precipitadamente aquella tierra que 1 Evelyne Sullerot comenta al respecto que “las relaciones entre Tos se- xos son més igualitarias en las clases medias y conservan formas més pa- triareales on Is clases més pobres y més ricas de la pablacién’, agrogando que “Ia igualdad de roles no se traduce siempre por igualdad de estatuto y ds poderes para los dos sexos” (0. 21 no sabemos dénde poner 0 cuyo traslado nos incomoda. Ine- vitablemente nos encontramos con lo que encubriamos. Hasta se podria decir —como previenen algunas pelfcu- Jas— que es un tema contraindicado para personas sensibles @ emociones profundas. Hablar de dinero es incursionar en todo: la pareja, los hi- jos, la familia de origen (padres y hermanos), los amigos, los ‘amantes, el credo, los principios éticos y estéticos, los proyec- tos, la evaluacién del pasado... Es un tema profundamente movilizador y excepcionalmen- te esclarecedor. Podria sintetizar diciendo que es un tema que hace emerger y pone en evidencia todos los contratos tdcitos e implicitos que invariablemente subyacen en nuestras rela- ciones. Es por eso que afirmo que el dinero es un alcahuete. Este es un libro para compartir, especialmente con perso- nas curiosas, que se animen a la atractiva e inquietante ‘isqueda de lo omitido, que se atrevan a cuestionar estereo- tipos y que crean que es posible construir nuevas alternati- vas para viejos problemas. REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS L. Pichon Rividre, E., Del psicoandlisis a la psicologta social, Galena, Bs. As, 1971. Il. Bion, W. R., Aprendiendo de la experiencia, Paidés, Buenos Aires, 1966. IIL, Dellarossa, A., Grupos de reflexién, Paidés, Bs. As., 1979. IV. Bonder, G., Los Estudios de la Mujer: historia, caracteriza- cién y perspectivas, publicacién interna del Centro de Estu: dios de la Mujer, Buenos Aires, 1980. Romero, J. L., La cultura occidental, Legasa, Bs. 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Sullerot, E., El hecho femenino, capitulo “Los roles de las mu- jeres en Europa a finales de los afios setenta”, Argos Verga- ra, Barcelona, 1979. 23 1 La dependencia econémica en las mujeres (E] fantasma de la prostitucién y su incidencia en ciertas in- hibiciones en las précticas cotidianas con el dinero) “el primero y mas indispensable de los pasos hacia la emancipacién de la mujer es que se la eduque de tal ma- nera que no se vea obligada a depender ni de su padre ni de su marido para poder subsistir: posicién ésta que en nue- ve de cada diez casos la convierten en juguete o en esclava del hombre que la alimenta, y en el caso niimero diez, en su humilde amiga nada més.” Joun Sruarr Mit (1) 1, LA DEPENDENCIA ECONOMICA: UNA FORMA DE SUBORDINACION FEMENINA. Son muchas y variadas las situaciones de dependencia que posible encontrar a nuestro alrededor. Los nifios dependen de los mayores, los incapacitados de os habiles, los enfermos de los sanos, los analfabetos de los letrados, los pobres de los ricos. Se trata de una amplia gama de dependencias. Unas ne- cesarias como la dependencia infantil; otras dolorosamente ineludibles como la dependencia de los enfermos e incapaci- tados. Una tercera, socialmente denigrante como la de los anal- fabetos y los pobres, es compartida con la dependencia de las mujeres hacia los hombres. 25 Estas tiltimas no pertenecen al orden de la naturaleza. Per- tenecen fundamentalmente al orden de la cultura y han sido pacientemente construidas a través de los siglos por sabios y pensadores que erigiéndose en representantes de un orden divino y de una verdad indiscutida condenaron a la mujer a una situacién de subordinacién. Este continuo, sutil e intencionado trabajo obtuvo su bro- che de oro cuando las sociedades comenzaron a normativizar el funcionamiento de sus miembros al salir de los regimenes feudales e incluyeron en sus legislaciones notmas precisas que subordinaban la mujer al hombre en lo social, cultural y econémico. El Cédigo Civil Argentino, heredero del eédigo romano y napoleénico, ubie6 a la mujer junto a los nifios y los ineay citados en una total dependencia del hombre (de su padre pi mero y de su marido después). ‘Sélo en 1968 la modificacién del Cédigo Civil Argentino in- cluy6 a la mujer como sujeto juridico. Esta subordinacién, que legé a formar parte constitutiva de una supuesta “condicién femenina’, ha sido transmitida ininterrumpidamente en forma manifiesta y latente, a través de todos los canales de transmisién de la cultura: fundamen- talmente a través de la educacién que utiliz6, ademés, a las mujeres —las madres y las maestras— como instrumento de su difusién. De generacién en generacién, de madres a hijas, de maes- tras a alumnos, fueron transmitiéndose los modelos de femi- neidad que inclufan —necesariamente— la subordinacién de la mujer al hombre *. La lucha de muchas mujeres y de algunos hombres que re- chazan la explotacion y la discriminacién entre seres huma- nos, ha promovido cambios tendentes a la igualdad. Se modificaron algunas legislaciones, se abrieron posi dades laborales, se permitié a las mujeres acceder al cono- * En este contexto, la dependencia econémica es una de las formas que adopta, en nuestra cultura, la eubordinacién de la mujer al varén. 26 cimiento y finalmente en algunas sociedades (no muchas) y ciertas clases sociales (no todas) algunas mujeres llegaron a disponer de iguales posibilidades de desarrollo que los varo- nes. En el mundo actual la mujer accedié al émbito publi- co, al trabajo remunerado y por lo tanto al dinero... Sin em- bargo, las mujeres siguen perpetuando actitudes de subordi- nacién econdmica. La independencia econémica que algunas de ellas lograron no ha sido en absoluto garantia de autonomia. En algunos casos han Ilegado a renegar de una independencia que les agrega jornadas de trabajo '. ‘Seria ingenuo pensar que el problema de la dependencia en las mujeres (y en particular la econémica) se acaba con el acceso al dinero. No s6lo hay que poder acceder al dinero (cosa nada fécil) sino también hay que poder sentirse con derecho a poseer- lo y libre de. culpas por administrarlo y tomar decisiones segtin los propios criterios. Y esto tltimo no es lo que ocurre con mayor frecuencia. A pesar del “mal negocio” que termina siendo la dependencia econémica para las mujeres, resulta sorprendente constatar las reticencias de las propias mujeres a promover un cam- bio en este sentido. Estas reticencias para el cambio estarian relacionadas en- tre otras cosas, y desde una perspectiva psicol6gico-social, con lo que denominé el “fantasma de la prostitucién” 2 Este fantasma sintetiza y condensa una cantidad de in- quietudes, pensamientos, vivencias y situaciones que reite- radamente surgian en los grupos de reflexién con mujeres. Este fantasma, junto con otros dos —el de la “mala ma- dre” y el de la “femineidad dudosa’— es la expresién de una Eltrabajo extrahogarefio femenine no ue seguido por una modifieacién de los roles. A causa de ello, la mayorfa de las mujeres que trabajan fuera del hogar suman a su jornada laboral las tareas hogarefias, cumpliendo asf ‘una doble jornada. 2 En el sentido en que fue definido ol concepto de “fantasma” en el capitulo introductorio. 27 mentalidad patriarcal y contribuye a favorecer y perpetuar la dependencia econémica. 2. EL FANTASMA DE LA PROSTITUCION El dinero, en calidad de moneda y valor de cambio, se ha caracterizado por circular fundamentalmente fuera de lo fa- miliar. Ha estado siempre asociado al ambito piblico y se ha constituido en el intermediario preferencial del intercambio econsmico. Historicamente, dicho intercambio ha estado en forma casi exclusiva en manos de los hombres. Los hombres, poseedo- res del dinero, accedfan a las mercancias deseadas, compran- do y recibiendo a cambio de su dinero cosas o personas. La esclavitud es el ejemplo mas contundente de cémo las per- sonas transformadas en objeto, son adquiridas a cambio de dinero. Dentro de esta categoria podria ser ubicada la pros- titucién. Una particular manera de comprar y de vender un servicio personal que previamente ha sido “cosificado” y transformado en objeto, factible de ser entregado y adquiri- do a cambio de dinero. No voy a referirme en esta oportunidad a la prostitucién en si como fenémeno psicosocial, politico-econémico e ideo- logico, temas de por sf harto complejos. Voy a referirme a la prostitucién en tanto ha sido una actividad siempre presen- te, constitutiva de la cultura occidental judeocristiana des- de los albores de la historia e intimamente ligada a la mu- jer y el dinero. La prostituci6n aparece como una actividad ligada funda- mentalmente a la mujer, en donde se focaliza a aquel int viduo que entrega algo personal “cosificado” a cambio de di- nero, dejando fuera de foco al otro de la transaceién: el que da el dinero. Si bien resulta obvio que toda transaccién implica y com- promete a todos los que participan de la misma, en el caso particular de la prostitucién se enfatiza exclusivamente a 28 aquel que entrega su sexualidad a cambio de dinero. Si bien existe también prostitucién masculina, es necesario destacar que los hombres, como objeto sexual, no han sido objeto de compras y ventas masivas, de reclusién en prostfbulos o de envios —al igual que ganado— como actualmente atin se rea- liza con las mujeres. ‘Ademés, como el dinero tradicionalmente ha estado casi con exclusividad en manos de hombres, la prostitucién ha sido considerada sinénimo de “mujer que vende su sexuali- dad” omitiendo, curiosamente, al “hombre que compra sexua- lidad”. Por lo tanto sexualidad y dinero tienden a identificarse mu- cho més con prostituta que con “hombre que paga por el in- tercambio sexual”. ,Cémo se le dice a este hombre? Por mu- cho que busquemos resulta dificil encontrar la palabra que lo identifique. No existe. {Es que acaso el lenguaje la ha omi- tido? Es ésa una manera de dejarlo fuera de foco y hacer- lo pasar desapercibido? Tal vez sea ésta una de las mane- ras utilizadas para reafirmar y avalar la creencia de que la prostitucién sélo tiene que ver con las mujeres. Noes casual que el idioma no disponga de una palabra que enuncie ({denuncie?) este aspecto de la realidad. Darle un nombre es darle existencia. Y esto no es inocuo. El lengua- je es uno de los dispositivos de poder. A través de la inexis- tencia de esta palabra se contribuye a falsear la realidad, ha- ciendo caer todo el peso de una actividad denigrada —la pros- titucién— sobre la mujer. El hombre, parttcipe ineludible de la prostitucién (que la hace posible porque dispone del dine- roy genera la demanda) es omitido en el lenguaje, con lo cual, entre otras cosas, queda a salvo “su buen nombre y honor” *. Curiosamente —y esto merece ser pensado con mayor pro- * Enun interesante trabajo acerca de algunas relaciones y significados inconscientes que se dan entre el dinero y quienes participan de una situa- cidn de prostitucién, G. Lancosme define ala misma como “el simbolo extre- ‘mo de la dominacién del hombre sobre la mujer, ya que el hombre, en nues- ‘tro tipo de sociedad, tiene el poder econémico y social” (V1). 29 fundidad— el lenguaje dispone de palabras que registran a aquel que usufructiia —generalmente un hombre— los bene- ficios econémicos de la prostitucién. Proxeneta, cafishio, son realidades sociales que no se ocultan. Si bien también exis- ten las madamas, son sélo comerciantes menores que en ge- neral quedan excluidas de los negocios de envergadura. Cuando los prostibulos son significativamente redituables, y/ © forman parte de una “cadena comercial”, siempre estén en manos de los hombres. Es asf como encontramos al proxeneta (encubierto en una tradicin cultural) tanto en el milenario Japén, que dispone de una magistral organizacién para controlar y usufructuar Ja actividad de miles de mujeres que, en su carrera de gei- shas, son ofrecidas como mercaneia incluso en las casas de 16 actuales, como en los empresarios cinematogréficos que in- ventan mujeres-objeto para su propio beneficio econémico. Tal vez. debamos pensar que no es necesario ocultar la exis- tencia de proxenetas, cafishios o empresarios de la prostitu- cién porque ello no resulta ni vergonzoso ni denigrante. El poder que deriva del dinero que obtienen los desagravia so- bradamente. Pagar por obtener una experiencia sexual es, en tiltima ins- tancia, un atentado al narcisismo masculino (pues gracias al dinero el hombre obtiene lo que no puede conseguir sin él). En cambio, hacer ostentacién de usufructo econémico por usar ala mujer como un objeto-fuente de ingresos, parece ha- lagar su capacidad de poder. zAcaso los diccionarios, construidos por Reales Academias, intentan a través de la omisién de ciertas palabras eludir aquellas realidades que hagan mella en la imagen masculi- na? El concepto popular de prostitucién quedarfa incompleto si, ademas de sexualidad y dinero, excluimos el 4mbito piblico. La prostitucién nunca fue vista como actividad privada ni doméstica. Se la ubica muy claramente como una actividad piblica, fuera del Ambito doméstico, ejercida por mujeres. De manera que cuando se unen los términos mujer, sexua- 30 lidad, dinero y ambito pablico, ello evoca y remite —conscien- te 0 inconscientemente— a la idea-vivencia-creencia de pros- titucion, De esta manera el consenso popular y académico llega a definir la prostitucién como una actividad fundamentalmen- te femenina que se desarrolla en el dmbito publico, por lo cual se recibe dinero a cambio de un servicio personal sexual. El consenso popular condensa claramente esta idea reco- giendo la tradicion oral, al referirse a ella como la “profesién femenina més antigua del mundo”. La sociologia deberia por lo tanto considerarla como la “prehistoria del trabajo feme- nino” en el émbito publico. El consenso académico, ademés, pareceria avalar esta tra- dicion oral. Los diccionarios, que son mojones referenciales, nos transmiten muy claramente eémo debe ser entendida la realidad a través de la definicién de las palabras. Asi, mien- tras la acepcién de hombre piiblico es: “aquel dedicado a fun- ciones de gobierno y a tareas que atafien a la comunidad”, la mujer publica es aquella que ejerce la prostitucién. Aén hoy, 1986, los diccionarios actualizados recogen, transmiten y perpetiian esta acepcién. En un diccionario actualizado (II) se define la palabra prostitucién de la siguiente manera: “Accién por la que una persona tiene relaciones sexuales con un niimero indeterminado de otras mediante remuneracién. Existencia de lupanares y mujeres publicas”. {No es sorpren- dente que se excluya de la definicién a la otra persona, la que paga para que la prostitucién sea posible? {No resultaria también risible —si no fuera por lo dramatico— que aunque en esta definicién actual (jde 1983!) se incluye a los dos se- xos al decir “accién por la que una persona...” se insista en lo de mujer pitblica como sinénimo de prostituta? A partir de aqui hay muchas preguntas que quedan sin respuesta. Por ejemplo, {qué nombres se les da a las mujeres como Indira Gandhi, Golda Meir, Margareth Thatcher, Simone Weil, etc.? iCorresponde Ilamarlas mujeres piiblicas? Para contribuir a una comprensién més acabada de esta compleja situacién, de- bemos agregar que la tradicién judeocristiana contribuye de- 31 cididamente a enfatizar y corroborar el concepto (que se con- vierte en creencia y luego es perpetuado como una “verdad”) de que: la mujer + dinero + dmbito publico = prostitucin La cristiandad, en lo que a la mujer se refiere, recoge, amplia y transmite con fuerza de “verdad” lo que el Antiguo Testamento y los Libros Sagrados judfos ya habfan sosteni- do. Las mujeres, por la palabra de Jehové, deben ser las sier- vas del hombre, ocupar un lugar de subordinacién y ser pa- sibles de los castigos y usos que el hombre considere darles. Se lo establecié como dogma, sin explicitar los fundamentos de dicha consideracién *. La cristiandad, continuadora legitima y heredera del ju- dafsmo, le va a dar formas més definidas y acabadas. Es asi como los prototipos de mujer que formaban parte de las nue- vas ensefianzas iniciadas por Jestis y consolidadas por sus continuadores son fundamentalmente dos: virgen 0 prosti- tuta. La virgen, representada por Maria, es fundamentalmen- te madre, ser asexuado, mticleo de la familia y alejada del di- nero. La prostituta, representada por Magdalena, es funda- mentalmente sexuada, desarrolla una actividad en el dmbi- to piiblico y se relaciona con el dinero. Maria y Magdalena —virgen y prostituta— representan los dos lugares posibles para una mujer, lugares que, ademés, se presentan como antagénicos y a los que se les atribuye ca racterfsticas especificas y valoraciones sociales muy defini- das. Mientras el lugar de madre —con sus roles especificos— va a estar coronado con la aureola de la bondad, generosi- dad, altruismo y resignacién, el lugar de prostituta va a soportar el estigma de un supuesto desafecto, interés, malig- nidad, etc. Un lugar va a ser enaltecido y el otro denigrado * Es posible hallar un estudio sistematizado sobre el tema en Et Diew maudit les femmes (IID). 32 (a menos que se redima con el arrepentimiento que implica reconocer su “innegable” culpabilidad). Uno va a ser la reserva de las bondades divinas y el otro, expresin de lo demoniaco. Es ast como el dinero, en relacién a la mujer, esté unido desde los albores de la historia a la prostitucién y va a man- tener, a través de los tiempos, un halo pecaminoso. A partir de la revolucién industrial, cuando la familia deja de ser una unidad de produccién y se reafirma la divisién en- tre émbito piblico y privado, se enfatizan también los roles y funciones masculinos y femeninos. El ambito publico apa- rece claramente asignado al hombre y el privado a la mujer. Segiin las vicisitudes econémico-politicas, los distintos gobier- nos usardn a las mujeres y usufructuarén los réditos eco- némicos de sus actividades (piblicas como domésticas). Bs asi como en época de guerra, en que los hombres van al fren- te 0 cuando deben colonizar zonas inhéspitas y desconocidas, las mujeres son llamadas al trabajo fuera del hogar para “con- tribuir econémicamente al desarrollo de la nacién”, recibien- do, a pesar de su dedicacién esmerada, retribuciones meno- res de las que reciben los hombres en iguales circunstancias. En cambio, en épocas de recesién y crisis econémica son obligadas a volver a los hogares para “combatir la desafec- tivizacién y evitar la destruccién de la familia’. En estas opor- tunidades se las aleja de los lugares de produccién remu- nerada para ofrecer esas vacantes a los hombres quienes, ademés, usufructian los beneficios econémicos del trabajo doméstico no remunerado ‘, Mientras tanto el siglo XX se caracteriza por un desarro- lo teenolégico que requirié la formacién especializada de gran «Al respecto, en un interesante trabajo y uno de los pocos dedicados a los problemas econdmicos espectficamente femeninos, Ramién Nemesio des- taca:(...)“en la posieién subordinada de la mujer hay ciertas actividades que se consideran propis y otras que se consideran impropias elas mujeres. En consecuencia, la participacién de la mujer en el proceso productive no doméstico es limitada, concentrada principalmente en actividades que se cuentan entre las menos constructivas o las més destructivas de la persona- lidad humana relativamente menos remuneradas que las del hombre” (IV). 33 parte de la poblacién femenina.'Al mismo tiempo, muchas mujeres, deseosas de un desarrollo personal que no se limita- ra a las satisfacciones hogarefias, han ganado la calle, acce- diendo al trabajo remunerado y al dinero. Y¥ volvemos al dinero, el famoso dinero; ese dinero que an- tes, en relaci6n a la mujer, era solamente patrimonio de pros- titutas. Ahora las mujeres también ofrecen sus servicios en el Ambito piblico, servicios por los cuales reciben dinero. Son médicas, arquitectas, ingenieras, psicélogas, mateméticas, enfermeras, maestras, profesoras, comerciantes, empleadas, obreras, etc. Y a pesar de la preparacién, experiencia y de- sempefio laboral sufren una serie de “contratiempos”, difici- les de explicar, con el dinero. Contratiempos de muy variado tipo (como se explicitan en detalle en el cap. 3) se presentan en situaciones laborales, familiares, afectivas, sociales, comerciales, etc. Por ello va- mos a intentar indagar sobre esas situaciones aparentemen- te inexplicables e incoherentes de muchas mujeres en rela- cidn al dinero. Y en este sentido incluimos aqui la hipétesis de la existencia de un fantasma: el fantasma de la. prostitu- cion. Este fantasma es totalmente inconsciente. Ha sido alimen- tado por siglos de discriminacién, oscurantismo y terroris- mo religioso. Sirve para perpetuar el poder de unos sobre otros, infiltrandose en las conciencias y en la estructura del psiquismo. 8. DINERO Y SEXO: UNA “TRANSGRESION FUNDAMENTAL" (PUDOR, VERGUENZA Y CULPA) El fantasma de la prostitucién esta presente de manera en- cubierta en la vergiienza y la culpa que muchas mujeres sien- ten en sus prdcticas con el dinero. Cuando prestamos aten- cin al discurso de las mujeres y reflexionamos sobre lo que dicen, es sorprendente la abundancia de referencias que es 34 posible encontrar en relacién a la vergiienza que sienten cuando se descubren a sf mismas gozosas por ganar dinero y con deseos de ambicién econdmica. La vivencia de culpa también es harto frecuente y la en- contramos preferentemente asociada con el hecho de traba- jar fuera del hogar utilizando sus energias en el émbito publi- co en detrimento de la tarea hogareiia. Es frecuente encontrar entre las mujeres que se desem- pefian en el Ambito puiblico y que han tenido la fortuna de trabajar en algo que les gusta, la tendencia a ocultar y di- simular su placer por trabajar fuera del hogar. Los siguientes son comentarios textuales de mujeres que participaron en los grupos de reflexién. “Yo podria trabajar medio dia y seria suficiente, pero no trabajo sdlo por la guita, sino por el placer que me da tra- bajar... Pero me da vergilenza decirlo y entonces invento que es imprescindible mi aporte econémico 0 genero necesidades para luego tener que cubrirlas... Eso no lo hago consciente- ‘mente, pero cuando me pongo a pensar me doy cuenta... Cuan- dono me da verguenza, me da culpa, y entonces cuando vuel- vo a casa me reviento haciendo cosas mientras mi marido lee el diario y los chicos juegan... Pero la verdad es que me di- vierto y disfruto con mi trabajo. Me excita y me mantiene en forma...” “Yo de chica tenfa una gran desvalorizacién del dinero. Mi padre era un bohemio que no le daba valor al dinero y las tres hijas somos no interesadas pero no nos gusta la mise- ria. Es dificil asumir que una quiere cosas que cuestan di- nero y que gustan. Me da cierta vergitenza que esto se vea y que los demds se den cuenta.” Son casi interminables los relatos que es posible encontrar con s6lo prestar atencién a lo que generalmente no ofmos: el discurso de las mujeres. Discurso que, previo prejuicio, es con- 35 vertido en chachara y no tomado en cuenta, o ignorado tan- to por hombres como por las demas mujeres. Generalmente las palabras en boca de mujeres son consideradas como un simple ruido o como una transmisién intrascendente. El pre- juicio sexista generalizado, inserto en el lenguaje y utiliza- do para avalar y perpetuar la discriminacién, se hace pre- sente con toda su magnitud cuando “todo el mundo” consi- dera “obvio” que, por ejemplo, “palabra de hombres es firma de escribano” mientras que “quien prende la anguila por la cola y a la mujer por la palabra bien puede decir que no tie- ne nada” ®, Y volviendo a la vergiienza por el placer que da el dine- ro y por el deseo de ambicién econémica debemos considerar que esté ciertamente influenciado por una tradicién cultural acerca de los roles sexuales en relacién al dinero. Deefa Amelia: “En mi casa, cuando era chica, el mundo de la femineidad estaba refido con ganar dinero”. Y Susana: “Mis padres le daban més dinero a mi hermano porque decfan que era varén y debia pagarles a las chicas cuando salfa. Era vergonzoso que no lo hiciera. Como lo era también que se de- jara, pagar algo por una chica’. En efecto, tradicionalmente, dinero y ambicin debfan ser distintivos masculinos. Con sélo volver la memoria sobre el pasado y encuestar a nuestras amigas recogeremos, sin duda alguna, una enorme cantidad de estas anéedotas. Las gene- raciones que en estos momentos atraviesan por la mitad de la vida dificilmente han escapado a esta tradicién sexual del dinero. Ciertamente las tradiciones socio-cultural y_politico- econémica tienen mucho peso. Sin embargo, es necesario re- conocer que no alcanzan por sf solas para explicar por qué la vergienza y la culpa en relacién al dinero se perpetian © Bate es uno de una larga lista de refranes populares que transmiten tuna imagen desvalorizada de la mujer on relacién a la palabra. “Los refra- nes, considerados el acervo de le sabiduria popular, reflejan nstidamente las ideclogias subyacentes al tiempo que las perpetdan” (V).. 36 en mujeres que pertenecen a una sociedad que lo valora. En mujeres que han sido preparadas para ganarlo, en mujeres a quienes se les reclama su participacién en el érea produc- tiva. Esto no alcanza a ser explicado exclusivamente en el ni- vel de los prejuicios sociales sexistas. Es necesario incluir otro nivel de andlisis, de orden psi- colégico, para intentar comprender por ejemplo qué inquie- tudes se ocultan detrés de esa vergiienza. {Cudl es el he- cho real o imaginario que la provoca? En los discursos femeninos la vergienza y la culpa fren- te al dinero aparecen relacionadas a temores, expectativas y fantasias intimamente ligadas a la sexualidad. A esa sexua- lidad exaltada en los medios de comunicacién y publicidad, enarbolada como baluarte del éxito, afiorada como fuente in- agotable de satisfaccién y placer, excluida de la imagen y con- cepto de familia, censurada para el sexo femenino, inhibida por las tradiciones fundamentalmente religiosas y reprimi- das por aquellas instituciones y grupos que suponen que el ejercicio de la violencia y de la autoridad despética es el me- jor instrumento pedagégico. La vergitenza y la culpa frente al dinero, tan frecuente en las mujeres y tan ocasional en los hombres, condena, encu- bre y expresa toda una gama de vivencias, pensamientos, de- 05, temores y expectativas de orden sexual. Estas vivencias no son conscientes. Son vivencias asocia- das a la sexualidad y desplazadas a las précticas con el di- nero. Gusto, placer, excitacién y vergiienza surgen en los discur- sos femeninos entrelazados y conectados. La vergilenza, ge- neralmente ligada a una desnudez culpable. La desnudez, que la cultura occidental judeocristiana colmé con atributos pecaminosos, asociada fundamentalmente al goce sexual. Podria decirse que para una mujer occidental judeocristia- na esta desnudez es hacer ostentacién de “deseos saténi- cos”, encarnando con ello la tentacién de la carne (nada nue- vo desde Eva). Por lo tanto, llega a ser responsable —al igual que Eva— de las tragedias supuestamente desencadenadas 37 por ella, en tanto se trata de una mujer desnuda que con su desnudez excita y provoca. Una desnudez pecaminosa que se transforma en fatidica cuando se hace ostensible, es decir, cuando se ve y se muestra. Por lo tanto, se espera y exige que una mujer cuide a los otros y se defienda de ella mis- ma de una ostentacién que condensaria tanto los deseos ex- hibicionistas como la posibilidad de una accién “pecaminosa” y “fatidica”. Asimismo, y por los efectos de la doble moral que impe- ra en nuestra cultura, el exhibicionismo sexual es fomenta- do en las mujeres. Resulta entonces la enorme paradoja de que las mujeres aspiran a una actitud exhibicionista que atraiga el deseo de los hombres al mismo tiempo que viven con culpa todo po- sible placer conectado con la sexualidad. En nuestra cultura, la ambicién econdmica ast como la au- dacia y la intrepidez han sido caractertsticas asociadas a la potencia sexual y atribuidas a la identidad serual masculi- na. El consenso popular llama “masculina” a una mujer am- biciosa y “triunfador” a un hombre ambicioso. Por extensién, la ambicién econémica pasarfa a ser una ex- presién de la sexualidad y una evidencia de su potencia. Po- tencia que adquiere distinta valoracién social segiin sea ex- presada por un hombre o por una mujer. Un hombre sexual- mente desbordante es visto como reafirmando su “virilidad”, mientras que una mujer con la misma cualidad es conside- rada como enferma psiquica o prostituta. Como dicen los ta- xistas de mi pafs: “Los hombres necesitan de eso mas que las mujeres, es su naturaleza... Si las mujeres lo hacen es por otra cosa”. Es casi redundante recordar que el placer sexual aparece cargado de tabiies y castigos. Adem4s, como ya hemos vis to, con discriminaciones. En relacién con las mujeres adquie- re un tinte pecaminoso, su exhibicién es vergonzante y su exa- geracién es considerada indice de enfermedad mental 0 so- Gial (loca prostituta). En relacién a los hombres se convier- te casi en una exigencia compulsiva. Su exhibicién es in 38 cio de una identidad sélidamente constituida y definida (es bien macho) y su exageracién es la expresién de su poten- cia. En este contexto el éxito econémico —producto de la am- bicién— adquiere distintos significados segtin de qué sexo se trate. Asf, en el caso masculino, se piensa en un “hombre rea- lizado” y, en el caso de la mujer, “que consiguié compensar un fracaso en su realizacién femenina’. Por ello no resulta tan contradictorio que una mujer tienda a ocultar su placer por ganar dinero, su ambicién econémica y en algunos casos sus éxitos financieros, y que presente comportamientos de in- hibicién, contradictorios 0 conflictivos en relacién al dinero. Podriamos decir, sintetizando, que el gusto por el dinero es vivido inconscientemente (por las mujeres “excitables”) como un goce sexual pecaminoso, indigno de una “mujer de bien”. ¥, consecuentemente, la ambicién econémica resultaria la os- tentaci6n exhibicionista de dicho goce. Debemos pensar muy seriamente que estas vivencias su- puestamente pecaminosas, asociadas con la sexualidad y des- plazadas a las prdcticas con el dinero, son uno de los mayo- res obstdculos internos con que tropiezan las mujeres (asi condicionadas) para acceder a prdcticas ms libres y auténo- mas en relacién al mismo. A partir de esta relacién, podria pensarse que aquellas mu- jeres que estn “liberadas” sexualmente también lo estarian en relacién al dinero. Esto serfa una conclusién simplista. No debemos olvidar que uno de los atributos constitutivos del nero es que sea, fundamentalmente, un instrumento de po- der. Con lo cual no s6lo es necesario dilucidar las impli- caciones sexuales en las précticas del dinero, sino también dilucidar el impacto que el poder genera en las mujeres: como lo viven, cual es el poder al que acceden, cuél es el que pre- tenden, qué poderes reales ejercen, cudles imaginan detectar, cémo se distribuyen los distintos poderes entre los hombres y las mujeres, c6mo vivencian las mujeres el poder en el émbi- to piblico, cudles ereen que son sus alcances, etc. Con lo cual seria imprescindible investigar qué les pasa a las mujeres con el ejercicio del poder. Esto nos evaria a un complejo y 39 exhaustivo andlisis acerca de cémo se distribuyen el poder los hombres y las mujeres, de qué poderes se valen unos y otras, cudnto hay de realidad en esos poderes y cudnto de ilu- sign. Finalmente, qué equivalencias se establecen entre el po- der econémico y el poder de los afectos, etc., ete,, ete. °. Es posible también encontrar toda una serie de comporta- mientos y creencias derivadas de este “complejo ideacional”. El pudor frente al dinero seria uno de estos comportamien- tos asociados y derivados de las fantasias de prostitucién en relacién al dinero: por pudor muchas mujeres “no hablan de dinero” o se sienten inedmodas cuando deben hacerlo. Hablar de dinero “impidicamente” (sin pudor) serfa como evocar una sexualidad prohibida y hacer ostentacién de ella. Tal vez la creencia encubierta es que un comportamiento pudoroso evita el contacto con lo prohibido y al mismo tiempo se evita —ella misma— convertirse en fuente de tentacién, al igual que una vestimenta pudorosa y austera que “pone a resguar- do de las excitaciones” —propias y ajenas— evitaria la ten- tacién y suprimiria el deseo sexual. Una extensién de esto puede llevarnos a pensar que el pu- dor frente al dinero evita el contacto con él, imponiendo asep- sia frente al placer y a la ambicién. De ninguna manera podemos pensar que las actitudes pu- dorosas frente al dinero son conscientes. Por el contrario, se trata de expresiones inconscientes que intentarian ocultar la tentacién por el dinero, Podria considerérselo como un sinto- ma (que reprime un deseo y al mismo tiempo lo expresa). Las personas pudorosas frente al dinero no serfan, por ello, las menos atrafdas, En todo caso estarfan expresando de ma- nera inconsciente su lucha interna. ‘De igual manera que sonrojarse es la expresi6n inconscien- te de un pensamiento o sentimiento vivido como vergonzo- 80, el pudor frente al dinero seria también la expresién de una atraccién vivida como vergonzosa. © En el capftulo 5 se analiza un aspecto particular de este tema r do ala distribucién de poderes entre hombres y mujeres. 40 Vergienza y culpa en nuestra cultura —en relacién a las mujeres— han estado fundamentalmente ligadas a transgre- siones sexuales. Transgredir el dmbito asignado a la mujer es motivo de cul- pa. Sia esto le agregamos el desempefio de una actividad @ cambio de dinero, estan presentes los elementos basicos para dar cabida al fantasma de la prostitucién. Los deseos de movilidad y libertad en las mujeres son fre- cuentemente alcanzados por el fantasma de la prostitucién. La libertad de accién que otorga el dinero es vivida (por la asociacién inconsciente dinero=sexo) como una libertad se- xual. Como tal, deseada y temida. Tanto més deseada por cuanto es reprimida en las mujeres y tanto mas temida por- que implica algo asi como una “transgresién fundamental”. La idea de que la mujer disponga de dinero parece reac- tivar los més profundos temores de la sociedad. Una idea apa- rentemente terrorifica es que la mujer utilice el dinero para hacer uso de su movilidad y libertad. Movilidad y libertad que vulgarmente se perciben como sexuadas. Una mujer con di- nero podria hacer uso de esa libertad impunemente, de la misma manera que lo hace un hombre con dinero. La idea de que una mujer Ilegue a ser capaz de pagar para obtener sexualidad resulta terrorifica. Lo lamativo es que lo que pareciera realmente impactar no es la idea de pagar (0 sea el mecanismo basico de la prostitucién) sino que quien pague sea una mujer. Curiosamente, el mundo no se conmueve ante la realidad de la prostitucién en sf, y de que esta prostitucién es casi siempre pagada por hombres que usufructéan a mujeres to- madas como objetos. Si quien posee el dinero es el hombre que compra los servicios sexuales de una mujer, la prostitu- cién resulta ser un hecho “incémodo pero necesario”, que no altera ningiin orden social ni perjudica el bienestar de la hu- manidad. Si, por el contrario, quien utiliza el dinero es una mujer que compra los servicios sexuales de un hombre, este fenémeno de prostitucién altera los més profundos cimientos 41 sociales y es vivido como una catéstrofe que amenaza de for- ma irremediable a la humanidad. La contaminacién e impureza que tan frecuentemente apa- recen asociadas al dinero en boca de mujeres, también pasa a estar asociada con el fantasma de la prostitucién. Desde una perspectiva psicoanalitica, podriamos agregar que esta impureza también deviene de que en el inconsciente el dine- ro es el equivalente simbélico de las heces. En esta oportu- nidad prefiero centrar el peso en la equivalencia dinero=sexo, pues ello me permite, ademés, incluir las connotaciones socio- culturales implicitas en el dinero. La perspectiva psicoa- nalitica explica el carécter anal de hombres y mujeres —con lo que estarian relacionadas las précticas del dinero—. Pero no explica por qué siendo posible tanto para hombres como para mujeres adquirir caracterfsticas anales, los varones ac- ceden al dinero y a su ambicién sin tanta carga de vergien- za y culpa como las. mujeres. En la actualidad los cambios sociales permitieron el acce- 30 al dinero para las mujeres, pero mantuvieron en vigor las connotaciones de prostitucién a él asociadas. Estas connotaciones de prostitucién estén profundamente arraigadas y se observan en los comportamientos de la vida cotidiana, desde los hechos més triviales a los més si cativos. Se las pueden encontrar unidas a expresiones tales como “me da vergienza hablar de dinero” y “van a creer que soy una interesada’, “es algo sucio”, “el dinero no es para una mujer”, “van a verme como comerciante si discuto el contra- to” (comerciante {de qué?), “si me pagan bien voy a tener que dar otras cosas a cambio”, etc., etc. En sintesis: Este es uno de los fantasmas (junto con el de la mala ma- dre y el de la femineidad dudosa) que reincidentemente es posible detectar en los grupos de mujeres que trabajan so- bre el tema. La naturaleza inconsciente del mismo, que ademés se une a una cantidad de fantasfas, también inconscientes (vividas 42 como prohibidas y profundamente reprimidas) le confieren un enorme poder en el condicionamiento de las actitudes coti- dianas. Abordar el fantasma de la prostitucién, al igual que las fan- tasias de prostitucién, como también el tema conereto de la prostitueién en el mundo, es atacar el corazén mismo de la doble moral, de la discriminacién sexual y de la represion se- xual. ‘Tres aspectos que son pilares indudables de un sistema so- cial, fundamentalmente opresor. Sistema que se ha perpetua- do durante siglos y que ha conseguido introducirse en la for- macién misma del psiquismo de los individuos —hombres y mujeres—. Esto explica, en parte, la gran resistencia que provoca el tema en general y las reticencias para encarar este fantas- ma de la prostitueién en particular. La explicitacién, desenmascaramiento y el trabajo conjun- to de las mujeres sobre el tema, contribuirian, indiscutible- mente, a posibilitar cambios en las précticas con el dinero. REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS I. Stuart Mill, John y Taylor Mill, Harriet, La igualdad de los sexos, Guadarrama, Madrid, 1973, Il, Gareia-Pelayo y Gros, Ramén, Espartol moderno, Larousse, Paris, 1983, III. Rocher, Yvon, Et Diew maudit les femmes, Trans-millenaires, Quebec, Canadé, 1981. IV. Durén, M. Angeles, Liberacién y utopfa, AKAL Universita- tia, Madrid, 1982. Cap. de Ramén Nemesio, “La mujer y la V. Coria, Clara, La imagen de la mujer en los dichos y refra- nes populares. Trabajo presentado en el Congreso interdis- ciplinario internacional sobre la mujer. Haifa, diciembre de 1981. VI. Lancosme, G., A propos de la prostitution et Vargent. Lesdo en el coloquio del CEFUP sobre “Mujer y dinero”, Aix-en Pro- venee, 1984, 43

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