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¿ESTAMOS DETERMINADOS

BIOLÓGICAMENTE?
BIOLOGÍA Y CULTURA
LA CRÍTICA A LOS DETERMINISMOS BIOLÓGICOS

Cuando hablamos de la finalidad de la cultura humana, decíamos que

esta era doble. Por una parte, era la herramienta adaptativa fundamental

para garantizar la supervivencia de la especie humana frente al medio

natural; por otro lado, la cultura nos permitía constituirnos como personas al

proporcionar un sentido global a la existencia humana en su conjunto. Es

gracias a la cultura y dentro de ella, con sus múltiples elementos, con lo que

sabemos vivir, soñar, amar, imaginar, aprender, hacer amigos, morirnos,

entretenernos, individualizarnos…

Toda cultura existente cumple a la perfección la primera de estas

funciones; de lo contrario,

desaparece. Ahora bien, ¿cumple

igualmente bien la segunda de las

funciones? Aquí la respuesta

tiene que ser negativa. Muy a

menudo, la cultura no cumple la

finalidad de permitir el

desarrollo personal de los

individuos. En estas ocasiones, la

cultura, tomada como un todo,

intenta evitar que los individuos

se desarrollen como personas si ello amenaza su estabilidad o su pervivencia

global. En general, los individuos que ocupan los puestos de poder o

preeminencia social, los lugares socialmente influyentes, intentarán a toda


costa evitar que las transformaciones sociales modifiquen estructuras de

poder y de dominio que les son favorables.

El mecanismo por el que intentarán realizarlo es lo que denominamos

represión cultural. Así pues, podemos adoptar la siguiente idea: la represión

es también una constante cultural. No se conoce ninguna cultura que en

algún momento o en mayor medida no haya reprimido los deseos, los valores

o las aspiraciones de algunos de sus miembros. En general, intenta impedir el

cambio y la transformación culturales porque pueden alterar el status quo.

Evidentemente, la represión cultural se suele plantear en la relación

dialéctica individuo-sociedad. Una sociedad cerrada, en la que imperan

modos de vidas colectivos y en la que apenas hay margen para la divergencia

y el establecimiento de valores alternativos, o diferentes, será altamente

represiva, y de forma directa: los individuos que deseen comportarse de

forma diferente serán castigados, encarcelados o asesinados; el todo social

se impone al individuo concreto. No cabe imaginarse que una mujer

yanomamo decida establecer unas relaciones feministas de poder en su


familia, porque ello se evitará de forma violenta. En este tipo de sociedades

las instituciones funcionan también para reprimir de forma violenta las

discordancias. No hay más que pensar en la brutal Brigada Político Social de

Franco, o la Gestapo de Hitler.

En las sociedades abiertas, como la nuestra, que son las que nos

interesa, la represión adquiere un carácter más bien ideológico que

directamente violento (al margen del hecho de que las sociedades abiertas

permiten un margen amplio de libertad y divergencia en la ideología y las

formas de vida, hasta el punto que los individuos son capaces de incidir
sobre el todo social): no se trata de evitar

que los individuos establezcan o luchen por

formas de vida diferentes; se trata más bien

de convencerlos de que no deben pensar de

esa forma, o que pensar así es erróneo y

equivocado. Dicho en lenguaje coloquial, no se

trata de impedir por las malas que aspiren al

cambio social, sino de que ellos mismos se

convenzan, por las buenas, de que las ideas

relativas al cambio social son descabelladas. En este apartado vamos a

hablar fundamentalmente de este tipo de represión, que es la que tiene un

carácter teórico y filosófico.

EL DETERMINISMO BIOLÓGICO

El determinismo biológico es un mecanismo típico de represión cultural en

las sociedades abiertas contemporáneas. Tal y como acabamos de comentar,

es un mecanismo ideológico, una forma “tramposa” de razonar que justifica

determinadas prácticas y situaciones sociales e intenta imposibilitar que se

plantee su cambio.

Vamos a comenzar a analizar el determinismo biológico de una forma

aparentemente indirecta se trata de un libro clásico acerca de la educación,

el Emilio. Este libro fue escrito por un famoso filósofo de la Ilustración,

Jean Jacques Rousseau (sobre este período histórico volveremos a hablar

líneas más adelante, cuando tratemos el asunto de la historicidad de los

valores). En este libro se plantea de forma resumida, clara y sintética,

como debería ser la educación ideal para las mujeres.


Los varones, efectivamente son hombres de bien por naturaleza. Esa

naturaleza que los dota de mayor fuerza, carácter, hombría y decisión, es la

que les lleva a ser cabeza de familia, a responsabilizarse del sustento y de

la manutención de los suyos, a la vez de protegerlos y tutelarlos, y tomar

todas las decisiones. Hombre de bien es quien lleva a cabo todas estas

tareas de forma abnegada y determinación. La mujer de bien es su

contrapunto. Mientras el hombre trabaja y ordena, ella se mantiene en la

retaguardia, dócil, fiel y obediente en el cuidado de los hijos y el hogar,

protegida, amparada y tutelada en su modestia y humildad por su marido,

padre o hermano mayor.

Es intentar violentar la ley de

la naturaleza pretender alterar

ese estado de cosas y cambiar

las leyes de la naturaleza,

siguiendo las cuales ha

pervivido sabiamente la

sociedad durante siglos.

¿Son éstas características propias de la mujer innatas, o son, por el

contrario adquiridas? ¿Cómo razona Rousseau a este respecto? En principio,

se trata de características innatas, que residen en la esencia natural de las

personas; la ley de la sociedad es también la ley natural. Y sin embargo, es

curioso en el razonamiento de Rousseau que la cultura no puede modificar ni

alterar este estado de cosas sino es para empeorarlo o deteriorarlo. Dada

una situación ideal de relaciones entre los sexos, tal y como la que se
presenta en la pregunta anterior, la educación si está bien encaminada

(educando al hombre se le en los valores masculinos y a la mujer en los

femeninos) sirve para reforzar ese estado de cosas; y estropea y pervierte

el funcionamiento social si va contra las leyes de la naturaleza (educando a

hombres y mujeres por igual, como personas o individuos).

Sin embargo, hay dos graves contradicciones en el razonamiento de

Rousseau que permiten desvelar con claridad su falta de fundamento. En

primer lugar: si ese tipo de relación entre hombres y mujeres es natural,

¿por qué necesita ser fomentado mediante la educación? En segundo lugar:

¿cómo puede la educación corromper ese estado de cosas? ¿Cómo pueden

los mecanismos culturales modificar las leyes de la naturaleza? Eso sería

contradictorio con la diferencia entre lo que es natural y por tanto innato, y

lo que es cultural y por tanto adquirido.

Desarrollando ahora las aportaciones de estas dos preguntas: ¿en qué

consiste el determinismo biológico, aplicado al caso de las mujeres? Pues en

argumentar de la forma siguiente: basar la situación social de la mujer,

tanto actual como presente (desigualdad, víctima de violencia, mayor

pobreza, menos estudios, escasa presencia social y casi nula capacidad de

decisión política, etc. y en general subordinación respecto al hombre) no en

circunstancias y dinámicas histórico-sociales, modificables y susceptibles

de transformación y mejoría, sino en sus condicionantes y limitaciones

biológicos, que pasan fundamentalmente por la maternidad y sus

servidumbres, con su repertorio de valores asociados. Y la biología

particular y específica de la mujer, evidentemente, es inmodificable.


En otras palabras, hacer pasar características culturales de la mujer

(ser más cariñosa, dócil, obediente, menos ambiciosa, más sacrificada a la

familia, con una escasa individualidad) por características biológicas

férreamente fijadas en su naturaleza (la esencia maternal de la mujer

condiciona su carácter). En concreto, hacer pasar las diferencias de género,

por diferencias de sexo; confundir el género con el sexo.

El género es cultural; el

sexo es natural: si la mujer

cree que su situación

cultural tiene un carácter

sexual, no experimentará su

situación como una

injusticia o una desigualdad,

sino que lo asumirá al igual

que asume el flujo de las

mareas o la sucesión de las

estaciones. La mujer

interiorizará así de forma

inconsciente y natural su

inferioridad social y su

papel subordinado, y se verá incapaz de tomar distancia crítica respecto de

su situación. (Si te paras a reflexionar, verás asomar nuevamente la

justificación mitológica detrás de estos “razonamientos” deterministas)

Vamos a comentar a continuación otros dos ejemplos característicos de

determinismo biológico. En ambos casos el mecanismo ideológico es el mismo

que acabamos de explicar: se trataría de hacer pasar circunstancias que


tienen un origen y fundamento histórico, social y político (es decir, que

tienen causas políticas, históricas y sociales susceptibles de ser

modificadas y alteradas) por circunstancias en cuya base se encuentran

elementos naturales, biológicos e innatos de la biología humana y por lo

tanto inmodificables.

El primero de ellos es el llamado darwinismo social, y fue desarrollado sobre

todo por sociólogos como Herbert Spencer. El darwinismo social es una

teoría que se enfrenta al problema social asociado a la Revolución Industrial

del siglo XIX: pobreza y miseria extremas como no se conocían en Europa

desde la Edad Media,

trabajo infantil,

alcoholismo, desnutrición,

mujeres embarazadas

trabajando hasta el final

de la gestación…; al lado

de una riqueza y una

suntuosidad como no se

había conocido, un

gigantesco abismo entre unos pocos multimillonarios y una masa de población

depauperada. Pues bien: según el darwinismo social este estado de cosas no

es susceptible de crítica social ni de intentos políticos de modificación

(como podría ser la política fiscal o laboral, la prohibición del trabajo

infantil o el salario mínimo) porque no responde sino a los mecanismos

biológicos explicados por Darwin: la lucha feroz por la supervivencia

(supervivencia económica en este caso, acumulando el más apto en los

negocios cuanto más capital mejor) y la idea de que el pez grande, el fuerte

y el poderoso se va a imponer sobre el más débil. No cabe luchar contra la


historia natural de la especie humana y nuestro pasado de competencia

evolutiva, porque la sociedad, como la naturaleza, es una lucha por la

existencia, sin tregua ni compasión.

Ni que decir tiene que este razonamiento elimina de un plumazo lo más

característicamente humano: la capacidad de superponer toda la compleja

estructura de la cultura a la base biológica, que es modificable siempre en el

sentido de nuestras aspiraciones sociales.

Una segunda versión de este darwinismo social más actualizada y sutil,

incorporando en sus reflexiones los omnipresentes genes (a los que alguno

de vosotros se refirió en un comentario como “los nuevos dioses del panteón

griego”), la constituye la llamada sociobiología. Fue desarrollada por biólogos

como E. O. Wilson. La sociobiología defiende la idea de que las

desigualdades sociales que existen entre las distintas poblaciones humanas

y entre los distintos individuos (por ejemplo: todos los presidentes de E.E.

U.U: han sido blancos y anglosajones; los negros son más pobres, y también

los hispanos y los indios…; escaso número de ellos son cirujanos, jueces del

Tribunal Supremo o están sentados en los consejos de administración de las

grandes empresas) se corresponden con el reparto desigual de los genes que

determinan el éxito social (inteligencia, creatividad, tenacidad, disciplina,

honradez…). Los genes son los responsables del éxito social, y por lo tanto,

todas las medidas compensatorias que se tomen para limar las igualdades

están condenadas al fracaso. Por ejemplo: es ridículo gastar dinero en

educación gratuita para todo el mundo, y gastar aún más en barrios

degradados como el Bronx o un suburbio de Los Ángeles. Los más estúpidos

lo son porque han heredado esos genes que determinan una escasa

inteligencia, e intentar mejorar su educación es derrochar el dinero… Y esto


es un solo ejemplo. (En EE.UU., donde surgieron estas reflexiones, todos los

sociobiólogos son blancos anglosajones y están bien instalados en la pirámide

social).

LA HISTORICIDAD DE LOS VALORES

Vamos a comentar otro nuevo mecanismo ideológico de represión. En

este caso se trata no de un determinismo basado en la biología, sino de un

determinismo basado en la historia. No obstante, como paso previo al

desarrollo de estas cuestiones, nos enfrentaremos directamente al texto.

La Ilustración, o Siglo de las Luces, es un período histórico que se

corresponde aproximadamente con el siglo XVIII y se cierra con la

Revolución Francesa, que sería su triunfo histórico, abriendo paso a la

Historia Contemporánea.

Todo este siglo posee una clara unidad cultural, sociológica y

filosófica. Frente a las tinieblas de la ignorancia, la irracionalidad, el

fanatismo, el clericalismo, la injusticia y la crueldad de todos los siglos

anteriores, la razón debe aplicarse directamente a la solución de los

problemas políticos y sociales. La misma racionalidad humana que iba

desvelando todos los secretos de la naturaleza (por ejemplo, las teorías de

Newton o los inicios de la teoría química del átomo) debía ser aplicada a

todos los ámbitos de la vida humana, sin limitaciones, para poder conseguir

que la humanidad alcanzara la felicidad, la libertad, la justicia y la dignidad

en la tierra.

Ideas características de la Ilustración son la difusión de la educación

y de la sanidad pública, el establecimiento de regímenes democráticos, la


separación de poderes, la libertad de prensa, la tolerancia en materia

religiosa, la separación Iglesia-Estado, el pago de impuestos por todo el

mundo, etc. No es extraño, por lo tanto, que revoluciones como la francesa o

la norteamericana (o, más modestamente, la de los esclavos negros en Haití)

fueran desencadenadas de forma directa por la ideología de la Ilustración,

con la que, dicho sea de paso, vivimos y pensamos hoy en día.

Pues bien: Rousseau es un clásico pensador de la Ilustración; incluso

de los más radicales y

revolucionarios. La misma

Constitución Española comienza

con sus ideas, cuando dice que el

Parlamento es expresión de la

voluntad soberana del pueblo

español. La idea del voto del

pueblo como expresión de la

voluntad general, fundamento

legítimo de todo gobierno, es

suya. Y sin embargo, ya vemos lo

que pensaba y opinaba de las


mujeres. La Declaración Universal
de los Derechos del Hombre, otro típico producto ideológico de la

Ilustración, fue pensada, tal y como su nombre indica, solo para los varones.

Y sin embargo, es un hecho que los valores cambian históricamente.

Los valores son cambiantes y relativos no solo al espacio geográfico, sino al

tiempo histórico. En las sociedades occidentales desarrolladas solo las

personas más brutales e ignorantes defienden los valores asociados a los


sexos de Rousseau. Entre nosotros, los valores de la Ilustración se aplican a

todos los individuos sin distinción; no hay pues una ley natural eterna que

establezca el tipo de relaciones entre hombres y mujeres que la sociedad

pueda seguir, ¿Qué factores posibilitaron estos cambios históricos? (En

este sentido, cabe destacar que en los lugares donde no se manifestaron

esos factores, como el mundo árabe, apenas hubo ese cambio histórico de

valores). Pues se trata de factores variados; por una parte, la lucha

ideológica de las mujeres (y de algunos hombres) más conscientes y

preparadas, como fueron, por ejemplo, las sufragistas y las pioneras de los

movimientos feministas, desde la segunda mitad del siglo XIX. Esa larga y

sorda lucha ideológica acabó por cristalizar en la sociedad occidental cuando

las necesidades de las Guerras Mundiales (los hombres estaban en el

frente) y del desarrollo capitalista llevaron a las mujeres a incorporarse de

pleno al mundo del trabajo y a la independencia económica que ello implicaba.

Y una mujer con dinero es una mujer que toma sus decisiones, a la vez que

una mujer con capacidad para consumir y llevar adelante su propia vida. En

el desarrollo de ese proceso, cada vez más acentuado, nos encontramos hoy

en día. (Esta aclaración sirve para retomar el asunto del idealismo –primera

explicación del fenómeno- y el materialismo –la segunda explicación-).

Así pues, la conclusión general que podemos sacar de la elaboración de

estas dos preguntas, que nos permiten apreciar la modificación de los

valores relativos al lugar social que ocupa la mujer, es que los valores

cambian históricamente; los valores se modifican a lo largo del tiempo y de

la historia: la historicidad de los valores es un hecho. Sin embargo, hay un

mecanismo ideológico muy típico de represión cultural: hacer pasar los

valores, siempre históricos, temporales y modificables, por valores eternos,


intemporales, estáticos e inmodificables. Según este punto de vista, los

valores serían el reflejo de una ley natural esencial de las cosas que no

admite ninguna modificación, naturales en lugar de culturales: el viejo

mecanismo del mito.

¿Cómo va ir la mujer a la universidad? Pero si la naturaleza hizo a la

mujer madre, y la mujer desde siempre se ha ocupado del cuidado del

hogar… Este es el caso que acabamos de ver; pero hay muchos otros

ejemplos. Franco, por ejemplo decía que la democracia no era un sistema

adecuado para los españoles, porque la raza española tenía una esencia

independiente y díscola, brava y aguerrida, una esencia que se había

manifestado a lo largo de su historia como pueblo, que no le permitía

desarrollar esa forma de convivencia (como si podían los ingleses, por

ejemplo, así que lo mejor, seguir con una dictadura). O cuando Unamuno

manifestaba que España, desde siempre, había sido tierra de poetas,

conquistadores, místicos y guerreros; no de científicos capaces de

reflexionar sobre el comportamiento de la naturaleza. Así, que, en sus

palabras, “¡que inventen ellos!”. La ciencia, por lo tanto, no es adecuada para

los españoles, dados nuestros históricos valores eternos.

Hay muchas críticas que manifestar ante este punto de vista. En

primer lugar, que la presunta eternidad histórica de los valores es falsa. La

historia no es eterna, es finita y temporal. Ningún valor puede ser eterno

aún cuando no hay cambiado desde la prehistoria. En segundo lugar: la

historia a la que se hace referencia, no es la totalidad de ella, sino el

momento histórico al que ideológicamente se sienten afines quienes quieren

impedir el cambio de valores. En las sociedades prehistóricas, la mujer no se

ocupaba del cuidado de la familia quedándose en casa con la pata quebrada;


salía a buscar el sustento, en forma de caza, rapiña y recolección junto con

otras mujeres y los hombres, cuidando los ancianos y las ancianas a los niños

pequeños. Y en las mejores épocas medievales de la cristiana Toledo y la

musulmana Córdoba, España era tierra de científicos y de avances en el

conocimiento que marcaban el rumbo de Europa. ¿Por qué los valores de

estos momentos históricos no se pretenden hacer eternos? Porque a quienes

quieren impedir el cambio de valores no les interesa porque no se

corresponde con sus prejuicios ideológicos.

En cualquier caso, y al igual que el

determinismo biológico, negar la

historicidad de los valores intenta

impedir a toda costa el cambio y la

transformación cultural, y sobre

todo: que el pasado gravite más

sobre el presente y lo determine en

mayor medida que el futuro y lo que

está por venir. (Recordemos aquí un

breve aforismo de Woody Allen:

“me preocupa mucho el futuro

porque es donde voy a vivir el resto

de mi vida”). En esto precisamente consiste ser un conservador;

conservador de algunos aspectos del pasado antes que constructores del

futuro.
Una última aclaración. Evidentemente, las sociedades abiertas están más

dispuestas al cambio histórico y se encuentran menos limitadas por los

valores del pasado. En este sentido, las sociedades cerradas son más

intemporales; apenas admiten el cambio y la transformación histórica de

valores, porque eso les lleva a desaparecer. Cuando las mujeres yanomamo

adquieran la igualdad práctica y real, seguramente la cultura yanomamo ya

habrá desaparecido absorbida por la occidental.

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