You are on page 1of 24
GS eons rng LaDonna op HRaIS ae 0879062 vouanae isso @21¥ZLoadvozy WOY NVvanHs oW’ETHAD, ap wopenuacarg eusapour BUBITXaUT vIsIod Bl ap ysojuy =| VISHNd ADUoL Primera Primera edicign en Lecturas Mexicanas, FQ7258 ASF (905 D. R. © Fonpo oe Cutruna Econowica, S. A. 8 C. V. ‘Ax. de la Universidad, 975; 03100 México, D. F. Impreso en México PRESENTACION Es sospechoso que un libro de eritica sea resomen- dado a causa de su pasién. Jonce Cursta, “La critica desnuda”. No crzo que pueda descartarse del todo la idea de que al grupo de escritores que, por comodidad y convencién, la- mamos los Contemporéneos, les gustara practicar hasia las conseouencias iiltimas el gartido —y, en México, tan fécil— arte de “epatar” a sus compatriotas, Si las leyendas que tienen a los Contempordneos como personajes pudieran tra- ducirse en libros vendidos con sus obras, los tirajes serian tan frecuentes como generosos. Es facil asustar si u1o se escapa de los comportamientos predecibles; no lo es menos si, sencillamente, hace uno bien lo predecible, como lo hicie- ron los Contempordneos. A la paradoja de que se les conside- rara traidores a la patria siendo patriotas (no nacionalistas), o criminales por ser criticos, habria que sumar esa.otra: su extravagancia sélo les viene de hacer bien lo que hicieron. ‘Aun asi, pienso que ademas se divertian con las reaccio- nes que sus designios suscitaban. Villaurrutia, que 2 fin de cuentas era un delicuescente y un dandy, afectado por la acedia que le provocaba el medio bastante provinciano de I cada de Mésico en 1926 selects (n conde) al Eugenio d’Ors que navegs en el ted un movimiento, ni un pensamiento, ni un sentimiento. spleen del altiplano no resultaba de la continuidad porfi- iana que.en materia de artes y letras —salvo el entremés estridentista— se tendia sobre ia ciudad? Los Contemporé- neos todo el tiempo quieren hacer algo. Sin citar la fuente, pero de manera textual, Villaurrutia y Novo dicen lo que 7 el Orfeo de Cocteau: Nada qué hacer, se ahoga uno: es ne- cesario echar una bomba. Sobre los erdteres que las bombas arrojadas por los Con- temporéneos dejaron, se iban a levantar algunos edificios perdurables de la actualidad mexicana: Ja tradicién de las revistas crfticas, el teatro de curiosidad, la critica social y cultural, la viva poesia. Una de esas sonoras bombas nutri- tivas fue la que hoy —ya atenuado su poder por un tiempo literario que sin embargo mucho le debe— tiene el lector en sus manos gracias a la presente reedicién, La Antologta de la poesia mexicana moderna, aparecida a principios de mayo de 1928, estallé en medio de una serie de atentados a la molicie que correspondia al impasse politico del cambio de gobierno. Un par de meses antes los periédicos habfan atizado una sincera campafia de rencor cont del grupo -que habian llevado a término | con lo que Mauricio Magdaleno llamé “‘raras piezas freu- dianas”; por esos mismos dias, Novo y Villaurrutia habfan perdido Ulises, su revista de curiosidad y critica, que tam- bién habia hecho lo suyo en materia de escéndalo; el afio anterior habian publicado casi en serie unas novelas van- guardistas que ofendieron a los narradores de Ia Revolucién ¥ a sus corifeos. La aparicién de Ia Antologia, pues, no sorprendié ni a esa prensa habitualmente antagénica, ni a unos contrincan- nacionalismo, el con- servadurismo y la obsesién de Ja literatura viril, parecian encontrarle sentido a su vida sélo en alegar que sus adver- sarjos no tenian derecho a ella. Todo lo que podia suceder y decirse sucedié y se dijo: la alegre “redoma de gargajos” del odio literario se agité como siempre. Vilipendiada por unos y glorificada por otros, se impone aquilatarla con objetividad: sacarla tanto del amarillismo de la anéedota como del azul deslumbrado de la leyenda. 8 No hay mejor manera de efectuarlo que poniéndola a circular Segin Xavier Villaurrutia, ponerse a elaborar una antclogia fue resultado directo de una idea de Alfonso Reyes. En 1927 el sonambulo escribe: 4Cuindo tendremos —me decia ‘no hace mucho Alfonso Reyes— tuna seleccién estricta de la obra de nuestros liricos? No las obras completas, sino las poesias mejores, Pienso que bastarian unas cuantas paginas. Othén ocuparia el mayor némero. Diaz Mirén, Nervo, Gonzélez Martinez, Tablada, Lépex Velarde tendrian de- recho'a figurar con algunas cuantas poesias, Gutiérrez Najera, por qué no decirlo?, a unos cuantos versos apenas. i siquiera en la forma extrema tuna antologia de versos. Torres arregla como siempre para to de la empresa y se hace ta, y por Ortiz de Mon- acompafiar por Villaurrut tellano y Gonsilez Rojo. Por su parte, Novo, que ciertamen- te no estaba entonces muy cerca del grupo, recuerda que la hicieron Owen, Cuesta y Villaurrutia sobre todo. Mi idea personal es que Villaurrutia y Cuesta fueron los primeros en considerar la idea y que posteriormente se unieron a ellos Torres Bodet, Ortiz de Montellano y Gonzélez Rojo. Pellicer y Gorostiza estaban fuera del pais y Owen nunca simpatiz6 mucho con Torres Bodet. ” La tarea era crear una antologia que, nueva en el tiempo, fuera también —para recurrir al término cercano a Villa- urrutia— actual: la puesta en ejercicio de un concepto so- bre una historia literaria, un trabajo que dejara en claro la actitud de los “jévenes” frente a su tradicién reciente. No 9 se puede dudar que se la deseaba controvertida, como toda antologia debe serlo, hasta el grado de lo que Re ria “una antologia con la temperatura de la crea un grupo que nunca quiso serlo —y por lo mismo lo fue tanto— y que nunca ensayé siquiera el més discreto manifies- to, una antologia podria hacer las veces de uno: juicio y pro- yecto, revaloracién y propésito a un tiempo. Como todo lo que hacfan Villaurrutia, Cuesta, Novo y Owen —los de un solo apellido— la antologia deberia tener un valor agrega- do: la diferencia: una lectura de la heredad poética dis- tinta al de recientes antologias: un inventario cabal de la casa del padre para dejarla luego y volver, hijos prédigos, ins seguroe de querer habitarla, antologias recientes de mayor prestigio eran las de Castro Leal, Toussaint y Vieques, dd Mercado, Las cien mejores poestas liricas mexicanas, publicada en 1914 por Porria (y refundida en 1935 y en 1945 por Castro Leal) ; los Poetas nuevos de México, de Genaro Estrada, con buenas noticias bibliograficas y erfticas, pero conciliatoria y festiva comfié un retrato de familia, que public también Porria en 1916; una muy buena y poco comentada, Ia Antologia de poetas sodernos de México (Cvltvra, 1920), que no tiene firma y cuyos autores son desconocidos hasta para Irving Leonard y José Luis Martinez. Gonzélez Rojo cree que pudo ser de Toussaint. Propongo que fueron Gonzalez Pefia, Gonzé- Jez Martinez y Lépez Velarde (0 alguna combinacién de dos de ellos), responsables de las colecciones literarias de Cvl- tvra que, como se sabe, trabajaron con asombrosa energia _ durante varios afios. Esta correcta antologia cabe dentro de las “objetivas ¢ histéricas” por su armazin y dentro de las ‘de coleccionista” por sus objetivos y su seleccién (los tér- minos son de Reyes): en efecto, esté elaborada a partir del criterio generacional (desde la Revista Azul hasta los “Poe- tas‘del Ateneo de la Juventud” —es decir Torres Bodet y sus “cuates”—, con seis grupos distintos surgidos de 1894 10 a 1919 en el que es quiz el primer catdlogo generacional posterior a la Revolucién) y logra, en sus 54 poetss, un panorama de tipo histérico agotador y objetivo. Por su se- leccién, se incliné a favor de algunos criterios desacostum- brados: expuls6 a los académicos y a los “seudoclasico traté de fijar una idea singular de la modernidad y su “‘cer- teza nacional”, unié a los consagrados con los jévenes en un afén de “dar a cada poema toda la responsabilidad posi incluyé por primera vez poemas en prosa y solicité in a los poetas vivos. La Revolucién triunfante convirtié a la antologia en un instrumento eficaz para salvar las lagunas informativas que el periodo armado generé en todos los campos. A partir de 1915 y después, con Vasconcelos en la cartera de Educacién, las antologias proliferarian. Junto a las citadas antes habria que recordar otra de Gonzilez Martinez y Fernandez Gra- nados, Parnaso de México, antologia general de poetas mexi- canos (Porréa, 1921) y Las cien mejores poesias mexicanas de Urbina; Cvltvra publicé algunas memorables, la Antolo- gia de poetas muertos en Ia guerra de Castro Leal y Requena Legorreta y la exquisita Antologia de Ja versificacién ritmica de Henriquez Urefia. Los jévenes que, con el tiempo, se reunirian para la comodidad de la historia con el nombre de los Contemporéneos, participaron de esas tareas: Novo publicé su Poesia norteamericana moderna en 1923 y sus Lecturas hispanoamericanas en 1925, mientras que Ortiz de Montellano preparé una Antologia de cuentos mexicanos que se edité en Espafia en 1926.** El cimulo de antologias recientes de poesia mexicana no estorbé en nada la idea de hacer una propia. La de Estrada, a més célebre, por ejemplo, le merecia a Torres Bodet esta opinién: “Gozaba de una autoridad que, en ocasiones, nos parecfa proceder mucho més de una prescripeién del gusto * Ver notas al final de esta Presentacién. u que del mérito intrinseco de los textos recopilados. Preten- diamos revisarla, modernizarla y, con palabras de Reyes, apuntalar nuestras simpatias merced a la ostentacién de nues- tras diferencias.” Ast que el grupo comenz6 a reunirse a trabajar en el estudio de Villaurrutia en la calle de Brasil entre enero y abril de 1928, meses en los que muere la re- vista Ulises, y Torres Bodet, Gastélum, Gonzélez Rojo y Or- tiz de Montellano preparan la aparicién, en junio de 1928. Son unos meses turbulentos por los reajustes internos del poder en el pais. Siguiendo otro consejo de Reyes, Villaurru- tia, Owen, Torres Bodet y Ortiz de Montellano asisten con regularidad a Relaciones Exteriores a llevar sus cursos so- bre derecho internacional con la intencién de hacer valer sus nombramientos si los cambios ministeriales del inminen- te gobierno obregonista no los favorecfan. Las sesiones en Brasil 42, departamento 10, fueron “t6- rridas”, segtin Torres Bodet. Habia quedado en claro, desde las primeras, que se encomendarfa a Cuesta la coordinacién de la parte antolégica y que también redactaria un “prélo- g0” que apareceria sin firma, si bien se le adjudicarfa a él puesto que su nombre seria el nico en 1a portadilla. Con informacién disponible hasta hoy resulta imposible des- idar con precisin las diversas responsabilidades de la Antologia, més allé de la del prélogo de Cuesta que, aun asf, podria haber sido alterado por un afiadido en sus pérrafos finales. gEn qué medida es Ja obra de todo el grupo? Al pa- recer si hubo un pacto en el sentido de que se presentaria a Cuesta como el responsable, puesto que asi lo hizo notar Ortiz de Montellano en una recen$ién publicada en el ni mero uno de Contempordneos dias después de impresa la Antologia: ada cuidadosamente por Ja editorial ‘Con- tempordneos’ acaba de aparecer con notas criticas y estricta seleccién de poemas de Jorge Cuesta, culto, inteligente escri- tor nuevo.” Los dos dltimos parrafos del prélogo, sin em- bargo, contradicen lo anterior: 12 La selecoién y las notas de Jos poetas agrupados en la 7 ‘meras seociones son fruto de una labor colectiva que casi quisiéra- ms Damar imperial , en mayors le porta que conten nal” que no quiera, con el tiempo o aun : tarregide; eno, al cntrerio, una obra “oon influencia siempre colectiva, siempre abierta a nuevas correcciones y prolongaciones. Cardoza y Aragén, intimo amigo de Cuesta desde su lle- gada a México, dice, con ambigiiedad apropiada al caso, que “son suyas algunas o todas las presentaciones” [de la Antologia] ; Efrain Huerta insists en que la Antologia ha- bia sido “perpetrada diabélicamente por Jorge Cuesta” y fe en vano, {Cuesta cortié con toda la responsabilidad porque era el tinico del grupo que no hab{a publicado su poesia en forma de libro?, o bien gporque a tormenta era el més preparado para caso creo pertinente proponer una revisién de un criterio damente: 3 quinaciones de los demés por debi 5 no sélo peor sino ofen¥ivo, por tonteria. Las dudas sobre misterio cuyos documentos despiden ya una ironfa tan { que raya en Ia crueldad, ya impecables actos de sinceridad prdctica. 13 hizo Abreu Gomez, ya perro de presa de los Pero de ahi a considerar, como muerto el poeta, que Cuesta era “ Contempordneos”, no queda sino advertir, en el intento por devaluarlo, la voluntad de devaluar también todos sus otros actos. Sin embargo, la idea de que Cuesta era victima cons- tante de los abusos de sus amigos se ha convertido en un lugar comin. No hace mucho, en el Itinerario de una disi- dencia, Louis Panabiére insiste en que “a sabiendas, Cuesta fue siempre el chivo expiatorio de los Contemporéneos y asumia la responsabilidad sin vacilaciones”. Ignorando en qué basa el critico la seguridad de que lo hacfa “‘a sabien- das”, seria injusto aceptar de Cuesta un acto tan contradic- torio con su propio rigor: él jamés lo hubiera admitido de nadie, menos lo hubiera hecho él mismo. Més tarde dice que Cuesta fue “a menudo el heraldo del grupo” y que “asu- i6 valientemente la paternidad de la Antologia aunque sélo habia redactado el prdlogo y algunas notas”. Ser el chi- vo expiatorio de alguien implica un vasallaje que importa recibir el castigo aun sin haber disfrutado aquello que lo causa, en la esperanza de una recompensa mayor, en el fu- turo, a la humillacién presente. Cuesta no era asf, a la luz de sus escritos al menos. Es imposible suponerlo un chivo expiatorio valiente, colmo de la ingenuidad, por no decir nada de un chivo expiatorio valiente y @ sabiendas. El gusto de Cuesta por la polémica no es misterio para nadie. Pocos como él han debatido con tal rigor, audacia y humor en la tribuna mexicana, Parecerfa, no obstante, que a su tes6n no corresponde la eficacia: decenios més tarde atin nos holgamos en aspectos de nuestea cultura que Cuesta hu- biera quetido cerrar para siempre’y, asi, ingresar en otros. Mas eso no obedece, quizé, a una falta de justeza de su par- te, sino a un exceso de molicie de la nuestra. Reducir la participacién de Cuesta a esas actitudes pasivas ofende su memoria viva y distrae la atencién de los verdaderos proble- mas que planted, 14 Mis allé de las discusiones sobre la paternidad del libro, convendria aceptar que la Anologia fue obra de un poeta y critico, Cuesta, que coordiné a un grupo de poetas entre los que habia algunos criticos. Trabajo de grupo, estaba sometido al rigor de Cuesta y al cardcter que éste quiso darle desde el principio: un cardcter polémico, que ibe més allé del deseo villaurrutiano de la bomba, consistente en de- purar (y, por tanto, criticar) el sentido de una tradicién poé- tica que estaba a punto de comenzar a pertenecerles. Cuesta abandera la Antologia en la conviecién de que era necesario un debate respecto a la tradicién que estaban viviendo: “Sélo dura la obra que puede corregirse y prolongarse; pronto muere aquella que sélo puede repetirse.” La Antologia era el corte a partir del cual este grupo de poetas jévenes (hay que recordar que Cuesta tiene 24 afios cuando aparece el libro) iba a tratar de precisar cémo prolongar en ellos esa tradicién, Sin embargo, entre la idea de Cuesta defendida en el prdlogo y el resultado final del tral en lo que se refiere a la tercera parte del libro, la de los jévenes, habria cierta desafinacién que comentaremos mas tarde, Para entender el sentido de la Antologia hay que leer con cuidado el prélogo. En una cultura tan asiduamente dada a la celebracién de si misma, reconforta un propésito tal de objetividad. No creo que se puedan despreciar del todo los argumentos que alegan que esa objetividad cede en Ie ter- cera parte mencionada y que daria pie a la fiscalizacién de los “elogios mutuos”. Cuesta pudo ser mas enérgico con la poesia de sus compafieros de generacién, por lo menos tan- to como 16 fue con las anteriores. Si la Antologia queria jévenes como los herederos y continuadores de —la que la misma antologia expurgaba— ya podria haberla dignificado para su propia causa exigiondo de sus propios responsables la responsabilidad que pedian ellos a otros..El hecho es que hay varios ejemplos en la poe- 15 sia de algunos de ellos que no merecian haber figurado en el libro. Cuesta no estaba solo, De haberlo estado, y de haber lle- vado a su final congruencia los postulados de su prélogo ahubiera sido muy diferente In antologia? Después de con- cortés energia con que Cuesta trataba, en materia de critica, a sus amigos, pienso que la respuesta serfa posi- ticiones ociosas, menos huecos y més diferencias necesa- . Previendo el esciindalo que causaria lo recortado de la némina, explica que los nombres de los ausentes “habria[n]... el mimero de sus piginas y el orgullo de su indice. La poesia mexicana se enriquece.. . con poseerlos. . . pero no se empobrece esta antologia con olvidarlos”. La ba- justo para ef la calidad poética. Més allé de todo espfritu histérico, generacional o pedagégico, de cualquier intento por fijar un prestigio incontestable o de ilustrar un parnaso para lectores turistas, Cuesta propone separar, hasta donde sea posible, a “cada poeta de su escuela, [y a] cada poema del resto de la obra”. Propone una especie de purismo se que haga para la antologia To que el purismo de Juan Ramén o de Valéry para la una seleccién, en fin, que se conservara limpia del anecdético y no se dejara alterar por ingredientes ex- traliterarios como el criterio de época, la circunstancia bio- grifica, el valor civil o la celebridad social. La antologia sus mecanismos prestigiantes, superfi general, La sombra de cada objeto, hecha de gloria imagi- 16 nada, celebridad sentimental, pietismo populachero o herois- mo legendario, otorgaba relieve al objeto poético convirtién- dolo en la secuela ceremonial de su protagonista, pero oculténdolo, sombra al fin, a la mirada objetiva. El buen poema tiene algo que pertenece a un mundo més amplio que el que le dio celebridad: el de lo poético que se muestra en el poema, mundo cambiante y ritual. Cuesta defiende la pensar que el arte no es un ejercicio progresi en nombre de esa progresién, de esa continua tr: prende en la Antologia una tentativa batalla contra esas som- bras: eligiendo a la obra sobre su autor, al poema sobre la obra y al poema sobre si mismo, por una parte, y depurendo de atenuantes generacionales, retdrieos e histéricos el indi ce de sus preferencias: “elegir, si no los poemas que traicio- naran el espiritu de la obra, sf los que, aisladamente, no tuvie- ran necesidad de recordarlo para sostener su vida propia”. La tesis de Cuesta, a pesar de su extremismo, no dej de estar aliada a la que, en vida y obra, diversos miembros del grupo o grupos de los Contempordneos habian estado ha- ciendo desde antes frente a la cultura nacional: sospechar de todo prestigio y revisar toda imposicién del pasado (de sor Juana en adelante). Para Cuesta esa duda sistemética merecié un nombre singular dentro de su nomenclatura pri- vada: libertad, la extrema voluntad de ser en sf de personas u objetos (“Para que cada poeta —cada poema— figure con libertad en ella [la antologia], debe figurar personalmente y no a expensas de otro, ni de ningéin ju ). En tanto que to- da seleccién es énfasis, la Antologia optaria por dejar que cada poema hablara por si mismo para no ensombrecerlo con- sigo ni con juicio alguno: el poema como pura presencia libre. Contra la fuerza apabullante de la publicidad, la leyenda, la trampa o el escdndalo que suelen vaciarse en el bulto de lo que se supone que es la nacionalidad, la Antologia planted, en su parte teérica, la posibilidad de decepcionar —término ae caro a Cuesta— a la poesfa mexicana y con ella a la comple- ja fabrica endogamica de su fama y su gusto —que en nada alteré Ja Revolucién— para buscarle un sitio més desintere sado. La Antologia buscaba a la poesia mexicana a costa del aparato de su celebracién (la historia de la poesia me xicana), los enemigos de los Contemporéneos leyeron en la An tologia un sabotaje fue porque no entendieron que iba di gida contra esa historia y esas costumbres interesadas, y a favor de la poesia. Donde habia desmitificacién prefirieron leer deturpacién. El deseo de situar en una perspectiva ci tica, depurada, la amplitud de la herencia poética mexicana obedecia una manera de ser peculiar del grupo que se con- virtié en una constante de su comportamiento ct ica desinteresada y febril de todo suceso ahi que resulte penoso que la firma de tales propésitos sea, en la Antologia, una poesia que, endeble en algunos casos, no haya tolerado el mismo rigor que aplicé a los de afuers El espiritu de la seleccién fue, por otro lado, el de actualidad, término favorecido por el grupo sobre moderni dad 0 vanguardia, Se pasé por el filtro del rigor lo que Fran cisco A. de Icaza lamaba “los dioses mayores de nuestra lirica” a partir del modernismo para recalear lo que sobrevi- viera a la prueba, Nadie la pasa del todo coil la excepcién de Gonzélez Martinez, (lo cual evidencia el peso de la opinién de Torres Bodet y Ortiz de Montellano). Si quien redacté a nota sobre Diaz Mirdn reconoce su “estética extraordina- i icta”, no deja de sefialar también que “el limite i ece siempre un poco fetima de su sinceridad; no sin ironia puede pensarse que éste fue su heroismo. .. el hombre acabé por destruir al art atis G. Urbina “ado- lece de una falta de pureza esencial en el verso y de un abun- dante prosaismo que dafia considerablemente la poesfa”, etcé- tera, La estética juanramoniana, que tanto habia prendido en 18 a, en Gorostiza y en Owen, y el purismo de Valéry, tan importante para Cuesta, se conjugan en los comentarios previos a la poesia, De ellos se entresaca una axiologia a partir de los términos més reiterados: limpidez, nitidez, cla- ridad, perfeccién, pureza, puro, verso nuevo, buen gusto, dis- crecién, elegancia, esencial, expresiones propias de la ret6- rica purista del moment La Antologia reconsidera aquella produccién poética pre- via cercana a ese ideal y no disimula su entusiasmo cuando se afina en la obra de quienes consideraron sus maestros nacionales: Gonzélez Martinez, Tablada o Lépez Velarde, El libro procuré ademas que se entendiera que la obra de los ignificativa més allé de las tipificaciones que desde la molicie critica: no sélo el erotismo de Rebolledo, ni el experimentalismo de Tablada, ni el mis. smo de Nervo, ni el tono nacional de Lépex Velarde jus- tifican su importancia; més alla de esas reducciones su poe- los comprueba como poetas complejos: el trabajo que Diaz Mirén invierte en “la unidad prosédica” del verso, la inesperada sensualidad de Urbina, la atin posible sinceridad de Nervo, la “renovacién lirica del material” de Gonzilez , la dedicaci6n de Lépez. Velarde a su propia alma, fs que a lo que sus prosélitos consideraron “el alma na- cional”. Esta actitud se sumé a la intriga que causé la An- tologia entre sus lectores: en una aparente contradiccién, se apreciaba en los poetas aquello que més los alejaba de lo que, en el favor del piblico, los habia consagrado original- ‘mente, La Antologia fue en, principio un ejercicio critico. El que pareciera estar hecha a contrapelo del gusto popular sélo es el resultado del espiritu critic que la presidié y de su ne- gativa a hacer concesiones importantes. Mas que iconoclas- ia, habria que ver en ella una reconsideracién del pasado en pos de aquello que el pasado puede ofrecer: una leceién y una advertencia, El trabajo buscaba simulténeamente una 19 raiz funcional y un desarraigo fatal, una conciencia de per- tenecer a una tradicién y una voluntad de continuarla o de negarla (que es Ia otra forma de hacerlo). En esa recons deraci6n no cabian los atenuantes. En su “Introduccién” a los Poetas nuevos de México, Estrada se enorgullecta de pre- sentar a los poetas del pais “en grupo armonioso y defi vamente consagrado”. Su antologia —en la que reunié a toda Ia familia en un ecumenismo conmovedor— justificaba con finura diplomética 1a presencia de poetas tan malos como Jesiis E. Valenzuela, “no porque haya traido influencia 0 novedad a la lira mexicana, ni realizado obra de bellez 10 porque fue un personaje popular, querido e ” Se trataba de una antologia que obedecta aiin (y asi lo reflejaba) a un mundo literario compacto ajeno a la fisura plural de la modernidad. Afios més tarde, Cuesta se complace, en la suya, de presentar a una familia dividida que cuestiona la pertinencia de algunos tfos, a veces, y, siem- pre, los méritos de sus padres. La Antologia, pues, carece de atenuantes y es ejercicio de modernidad en tanto que ha- bla de la guerra que se habia iniciado en México desde la muerte de la revista México Moderno de Gonzilez Martinez en 1923, La Antologia aparecié a principios de mayo de 1928, cuan- do Jorge Cuesta, por motivos personales, acababa de salir rumbo a Europa en un viaje de cuatro meses. La reaccién fue inmediata y, por lo general, adversa. Mas que espectacu: ares, sensatearon los comentaristas, las ausencias eran ofen- sivas: no estaban ni Juan de Dios Peza, ni Ferndndez Cra- nados, ni Gutiérrez Najera, “Es una insolencia a la historia de México que estos sensitivos decidan quiénes son nuestros poetas y, peor atin, que ellos mismos pretendan serlo”, co: menté un redactor de Excélsior, Jorge D’Aubisson, Pronto se generalizé la idea de que el grupito de jévenes habia creado un club de elogios mutuos —ya desde entonces lustrosa fra- 20 se— y alguien fragué con previsible ingenio la frase lapida- ‘La Antologia vale lo que Cuesta.’ vatorce afios mas tarde Andrés Henestrosa resumié la re- accién ante el libro (en opinién que hoy, eabe advertirlo, ya no sostiene): La misin de Contempordneos, que si tarea de sus redactores, aloanzé su ple tuna antologia fraguada més para denigr no eran de su devocién, que como referenci calidad de sus inventores. Esta antologia nima y nombrada. Es decir, incapaces de formu se valieron dolosamente de un muchacho de extraordinario talen. pero débil a los fueros de la amistad: Jorge Cuesta, para que Ja firmara. Las propias notas que anteceden a las sclecziones fue. ron redactadas muchas veces por los interesados. La antologia, de esta suerte, provocd desde su apariciSn justicieras sitiras que desvirtuaron atin més el escaso valor que la revestia. Aunque Henestrosa se confunde y cree recordar que la re- nacié antes, ¥ no después, de la Antologia, es un hecho que la coincidencia, exacta si no fuera por los dias que hubo entre ellas, colaboré a afirmar la nocién de grupo y a que, en Io sostenido de su actividad, sus detractores adivinaran a tun enemigo cada vez nis fuerte. Los ataques comenzaron a subir de tono y el affaire se convirtié en comidilla de ga- cetas, Llegé el momento en que un periodista, Manuel Hor- director del semanal Revista de Revistas (donde colabo- raba Novo) levanté una de esas encuestas de opinién oélebres en los veintes y en las que tanto se divirtieron los Contempo- r&neos, Las opiniones son Jas previsibles.* Pero en ocasiones se detecta una obnubilacién tal que refléja el grado de ira el libro suscité en algunos. Hay quien arremete contra antologia porque dejé fuera a Nervo, que estaba més que : “Ya siento muy significativo el error de sus inte- rrogados, pues es como si temieran que Nervo no deberia de figurar. Ellos no Jo vieron; yo todavia lo encuentro abi”, ar contesta desde Paris Cuesta, regocijado con el acto falli un mes més tarde, en carta dir La carta en la que Cuesta comenta brevemente la polé- mica es muy interesante. Es uno de los mejores ejemplos de esa forma de racionalismo fragmentario, d ciona cada etapa de su razonamiento a tal ofusca el mensaje final, que a veces caracte Cuesta se interroga sobre la naturaleza del juicio que su antologia impone a Ia poesia mexicana, Su respuesta es una defensa de Ia subjetividad y, a la vez, una precisién sobre ella. Declara que tanto Nervo como Rafael Lépez, incluidos en la seleccién, como Gutiérrez Najera y Nifiez y Dominguez, ausentes, le parecen “detestables poetas” y sin embargo a unos los incluye y a otros los exp Aquel [Gutiérrez Najera] no vive para mf, no atree mi interés, y éste [Nervo] apenas cuando me eafuerzo y me violento. Y como siempre me parece un poeta incvitablemente mediocre, no debo de atribuir mi eleccién a la manifestacién de mi gusto, sino, como se sospecha, a la conservacién de mi interés. Yes que, alega Cuesta, el rigor de una seleccién no puede depender de la volubilidad del gusto: "Lo cierto es que no depende mi gusto de mi tanto como quisier mi*oygullo, sino tanto como acepta mi humildad. Y pienso que sobre el gusto no se tiene poder y que donde menos puede estar Presente es en el compromiso de elegir, y no porque tema la pér ida de lo que no prefiero, sino porque sélo se ve obligado a elegir a esta indeciso de antemano; desde antes nacié su compro- No hay manera de ocultar que toda antologia es una elec- aosamente, es un compromiso, mientras que el gusto s6lo nace en ln libertad, — Frente a 1a poesfa mexicana reciente Cuesta confi tun gusto que, por libre, esté lleno de rareza y, por indeciso, atado a su interés, es decir, a su falta de libertad. La Antolo- 22 gia es una puesta en escena de un gusto imposible, li por el interés y cuya libertad se constrifie en la inde pero eso es lo que hace de ella un ejercicio eritico: No creo que sea otro el objetivo de la critica que libertar el gus- libertar el gusto no creo que sea distinto de comprometer el ‘Mi interés y no mi gusto era lo que alli se comprometia. que lo conservabs. Esa poesta, entrelinea Cuesta, no provoca tanto al gusto como al interés. ‘A los detractores los borra de un plumazo. Juzga que debe agradecerles lo que ellos deberfan reprocharle a sus inteligen- : “pues sus acusaciones serdn tan imbéciles para ellos cuanto resultan justas para mi”. La Antologia, sugiere, fue hecha para lectores libres de su interés y de sus opiniones. Cada poema incluido en ella esté liberado de sus intereses y cada uno de sus autores ha quedado en libertad de vivir Los autores que quedaron fuera, por su parte, quedan también en libertad, la de vivir en la admiracién de sus lec- .don Federico Gamboa, don Rafael Cardona, las horteras, las sefforitas cursis y las criadas cuyo gusto se ha dejado educar”. Contra la depravacién de su gusto y contra la perversién de su interés, termina Cuesta, siempre estard dispuesto a defenderse, mas que de sus atacantes.* Ese rigor, como ya adelanté arriba, no corrié parejo al del grupo. La Antologia se dividié en tres secciones. Sin sub- titulo ni razén explicatoria, se adivina que la primera parte recoge, en la representacién de Othén, Diaz Mirdn, De Icaza, Urbina; Nervo y Rafael Lépez,‘a la generacién intermedia jodernista” 0 clasicista de la Revista Moderna (Ia nacida entre 1850 y 1875); la segunda parte, con Rebolledo, Ta- blada, Gonzélez Martinez, De la Parra, el colombiano Are- les, Lépez Velarde y Reyes, contiene a los posmodernistas que estrechan ya la propia genealogia del grupo y que se 23 consideran poetas del Ateneo de México o de las revistas Nosotros y Pegaso (nacidos entre 1871 y 1889) ; y la tercer a los poetas que Ia Antologia de poetas modernos de México de Cvltvra llamé, en 1920, los “poetas del Ateneo de la Ju ventud”, es decir, Torres Bodet, Ortiz de Montellano, Gonzé- lez Rojo y Gorostiza, mas Novo y Villaurrutia, los poetas de Ulises, y tes heterodoxos: el contempordneo Owen, el estr centista Maples Arce y el poeta de la Revolucién —como lo considera, con razén, Zaid—, Carlos Pellicer. La tercera seccién modifica el tono de las precedentes y cae con frecuencia en una ingenua pedanterfa o en un esnobismo irritante. Un aire de pretendida objetividad, que nos recuerda de inmediato el tono doctoral de las conferen- cias sobre literatura mexicana de Torres Bodet o de urrutia cuando tenfan 18 afios, en las que solia haber una coda final sobre la obra de los jévenes, se filtra en cada linea: La obra de Torres Bodet pose una consistencia, una seguridad que quizé no tienen las de sus compafieros. Encuadrada en un ambiente musical, no desdefia por eso la pintura, y el decoro d Ja reflexién —esa rara avis de nuestras letras— Ia fortifica y noblece. De sus excursiones por la retérica de hoy, regresa ent gueside con un sentido mucro y un instrumento mejor pars el futuro. Las presentaciones de los novisimos.caen en una compla- cencia que descalifica el rigor anterior y que altera los pro- pésitos defendidos por Cuesta, El grado de inmodestia y el tono displicente podrian haber sido una treta que funcioné a la perfeccién, Se antoja que las irritables ausencias que algunos alegaron tenian su sobretasa en 1a arrogancia de la tercera seccién. Todos los incluidos en ella, menos Maples Arce —a quien se le reprocha, torpemente segiin Octavio Paz, su romanticismo—, coleccionan virtudes y se empefian en demostrarlas en una poesfa que sélo en contados casos las podian presumir. 24 La Antologia es contradictoria y somete a rigores diferen- tes productos semejantes con intenciones sobre las que, otra vex, s6lo se puede especular. Creo, como dice José Emilio Pacheco, que a Antologia fue por cierto “el afan de poner un nuevo orden en la estimacién del pasado”, pero no lo es menos que opt por estimar el presente con otra med Quizd era inevitable. Si una antologia no es un banquete que pueda asistir cualquiera que pague su cuota, como dice Gerardo Diego, tampoco es legitimo que los organizadores del banquete se sirvan con otra cuchara que los invitades. En cl caso de Ia Antologia, ademés, resulta que el banquete se preparé en cierta medida para alegria de los anfitriones: de sus 204 paginas, 100 estén dedicadas a los jévenes, casi el 50 por ciento. El primer grupo esté formado por seis poe- tas mientras que el segundo tiene siete; al tercero Io con- forman nueve, Los j6venes son, pues, el 32 por ciento de los, poetas en la némina, pero se reservan el 50 por ciento del espacio disponible. Una aplicacién, choteable y todo, de la “curva antolométrica de Zaid” muestra que los picos corres- ponden, casi de manera idéntica, a los poetas de la Revista Moderna y a ellos mismos, ni siquiera a Lépex Velarde, Gon- zélez Martinez y Tablada. (Por cierto que el az —“indice antolométrico de Zaid”— de la antologia es de 2.09, lo cual significa que, segiin ella, nacieron por afio dos poetas antolo- gables més una fraccién, quizé representada por Rafael Lépez.) 4Cémo entender esa actitud prepotente? La conciencia del Iugar que ocupa en Ia historia de las letras mexicanas le venia al grupo desde antes. Recordemos que desde 1924 Vi- laurrutia habla del grupo sin grupo como inaugurador de un “tiempo nuevo” gracias a “la seriedad y consciencia artistica de su labor”. En Torres Bodet, Gorostiza y Ortiz de Monte- . ano abundan Jas declaraciones en el mismo sentido desde 1925 en adelante (cf. en especial “Juventud y molinos de viento”, de Gorostiza). La lectura de esos trabajos tempranos 25 P.ede ayudar a entender desplantes como el de la Antologia, Quisiera, ademas, sugerir dos explicaciones parciales: prime. ra, que esta revisién de la tradieién reciente se hace después de la Revolucién instituei ida, desde una perspec va desquebrajada que habia producido una vision fraccio. nada y pluralista del pasa imiento del flujo de libros y icanas; segundo, la increible ién que el papel de la juventud habia tenido a causa revolucionario y, por otro lado, desde Europa, "a renovacién del siglo y Ia caracterizacién de la juventud como oréculo de la modernidad. Los jévenes en el México posrevolucionario, y sobre todo durante la décad: de Vasconcelos, se habfan convertido en los mensajeros de perfeccién y la pureza intelectuales. (Esta religién de lo jue venil Hegaria mas tarde a adquirir matices neuréticos en algunos miembros del grupo, como Villaurrutia,) Octavio Paz escribié que Laurel. Antologia de la poesia mo- derna en lengua espatiola (Séneca, 1941), realizada por Vi. Maurrutia, Prados, Albert y él mismo, con prélogo del pri. mero, cerré un movimiento que tuvo en dos antologias, una espafiola y una ‘sus manifestaciones mas radicales y lécidas: Contem- pordneos: Antologia de la poesia mexicana moderna de Jorge Cuesta (México, 1928) y Poesia espafiola, 1915-1931 de Gerarie Diego (Madrid, 1952). Estos dos libros fueron los antecedentes Ys hasta cierto punto, los modelos de Laurel. Las dos antologias, apartadas apenas en el tiempo, pero acereadas por dos generaciones semejantes en formacién y Proyectos, dieron en su momento una versién de la fisonomfa Poética de sus culturas, Las dos ponen en juego y ten en la empresa su gusto, sensibilidad, interés, est Para sumar los atributos que exigen Cuesta y Gerardo Diego. 26 emprendié su trabajo con Ia idea de armotizar su n Ia estimacién histérica y con el respeto a las creen- jones de cada momento, pues sélo asf la seleccién resultaré a un tiempo permanente y actual, serena y teivin- dicadora, famosa y nueva”. A Cuesta quizé no le hubiera gustado esa concesién a las ilusiones momenténeas (Zaid dice que una antologia debe saber aceptar “los lugares comunes y los poemas de omisién imperdonable”). De cualquier modo, ambos se quejaron de Ja necesidad antolégica. En la carta a Manuel Horta sefiala Cuesta que un paso nos falta para descubrir mi aversién por las antologias, pues no en- cuentro ninguna manera de ocultar que toda antologia es una eleccién forzosamente, es un compromiso, mientras que el gusto solamente nace en la libertad”. Por su parte, Gerardo cias 0 hecho hhistérico’ que ilustra y completa el conocimient de la 6poca. Cuesta por Ia injusticia que implica el propio obligarse a elegir y Diego por la que se comete contra el propio tiempo y su tradicién, ambos aportan las dos facetas que hacen de la antologia el instrumento para Ia discrepancia que debe ser. Al mismo tiempo las dos posturas ofrecen un elemento mas para distinguir a la antologia “de coleccionista” y a la de “criterio histérico y' objetivo”. Las dos antologias cumplen con su objeto primordial: pro- poner las condiciones higiénicas necesarias para que una literatura se debata a si misma y se obligue a una depuracién positiva, a asumir la responsabilidad de una sintesis que es también una afirmacién, Una antologia debe asumirse, tanto 27 por sus autores como por sus lectores, como un acto irreme- diable, Una buena antologia tiene, como una buena revista, una funcién ilativa, de Henado entre dos momentos; pero, al contrario de la revista, la antologia tiende a la sintesis y va contra Ia proliferacién, Como una buena revista, la antolo- gia sefiala una frontera que une y separa, operando sobre los lectores y sobre la historia de una literatura. Una antologia es un corte, un muestrario representativo dictado por leyes no necesariamente literarias (que pueden ser inform: sociales, etcétera) y para piblicos no necesariamente rios. Una antologia “objetiva e histérica” busca a ese pabli- co; una “de coleccionista” busca a los poetas, En todo caso la representatividad de una antologia no puede ser inocente porque ambiciona un imposible: significar al cuerpo que ha cortado y, a la vez, ser un cuerpo en si mismo. La antologia ¢ un indicio més que un objeto; de hecho es ef objeto (Ia literatura mexicana o espafiola, por ejemplo) y a Jo tinico que puede aspirar es a dar cuenta de él y, si es po- sible, vivir por si mismo (alcanzar, como dice Reyes de algu- nas antologias, la “temperatura de la creacién”). Una buena antologia debe desatar una buena polémica © ser consecuencia de una anterior, Las de Cuesta y Gerardo Diego iniciaron las suyas respectivas y actuaron como po- los alrededor de los cuales se tejieron sus correspondientes poesias nacionales modernas. Las dos fueron hechas por gru- pos, las dos expulsaron a los sospechosos y depuraron sus néminas, las dos funcionaron de acuerdo con nociones esté- ticas juanramonianas (si bien Gerardo Diego llevS su juan- ramonismo a un grado atin superior: la separacién de la poe- ya literatura: “Cada dia vamos viendo con mayor claridad que la poesta es cosa distinta, radicalmente diversa de la literatura, ..”) Que estas dos antologias puedan ser el modelo de Laurel no es lo que interesa destacar en este momento, sino lo que surge de la declaracién de Paz: que las antologias puedan 28 crear su propia genealogia, su propia tradicién. Eliot decia que cada generacién tenia que traducir a sus clisicos; quizé habria que pensar en que también deberia hacer su aniologia, al margen de cualquier criterio hist6rico y formal, La rela. cién que va de Ia Antologia de Cuesta a Laurel y a Poesia en movimiento ya sugiere un criterio paralelo al generacional para enfrentarse a la historia de la poesia en tanto que las tres obedecen a criterios de “coleccionista” (la de Cuesta es de un grupo; la de Laurel Ia hicieron dos poetas jévenes y dos maduros, lo mismo que Poesia en movimiento). En todo caso, y por lo pronto, la reedicién de esta Antolo- gia ya es una invitacién a considerar la posibilidad de hacer otra. Como dije antes, estamos esperando la de Laurel. Del otro tipo de antologfa, la histérica y objetiva, también estamos ayunos desde que se agotaron las de Pacheco y Monsivais, La poesia mexicana del siglo xix y La poesia mexicana del siglo xx, respectivamente. 1 lector que Cuesta precede su prélogo de un dtico de André Gide, Esta reedicién no premia Cuesta; oprime todo aquello que Cuesta consideré en su momento revisar y que nosotros, quiz, hemos tolerado dema- siado: un equilibrio roto. ;Seré hora de echar una bomba? GumLLeRMo SHERIDAN Centro de Estudios Literarios UNAM Noras + Una relacién detallada de las principales antologias mexicanes puede con- ¥ los geniecilos estudio de Gutiérrer Né- ‘de lor miximos poctas ira Cuesta y, por contagio, al grupo dura mis tarde la apeicin de la" Aniloga sigue lesan pgnay de peri6dioon 30 amis acremente condimentados ‘con ataques como el siguiente: “Los gusto como los de las nifias timidas.” ‘su parte, Maples Arce, furioso ‘Valéty Larbaud —inconforme eon laura se ofece marada per les ‘alsajes, naturalmeat El resto de Jas presentaciones es muy semejante, Cuando no habia homo- sexualidad que denunciar, opt6 por acusar al posta en euestin de simple re- traso mental 31 ApéNpICE UNA ANTOLOGIA QUE VALE LO QUE “CUESTA” Por Vento Gumein ‘une antologia que a si misma se dice mexicans, dos valores lte- tan indiscutibles como aquéllos, es x mi juicio imperdonable, senci que lejos de que abundemos en valores altos, todavia carece: jaseme una herejia y hace ya mucho tiempo que yo ‘rtodoxas, To mismo en literatura que en otras mu 0 un artieulo que ya habia sido publicado en una edbién ‘Sol de Madrid dedicada a México. A nosotros, pac lo ‘menos, no mos importe que determinado grupo no nos ‘Varios de lor poetas jévenes que en su Antologia exhibe Cuesta, tienen ine dudablemente mucho talento, y dentro de afas, cuando su gusto y su intell- gencia oe hayan depurado y estén maduros, serin de los buenos escritores de que México se enorgulleza. Tests S. Soro Un volumen que vale lo que Cuesta. defenderse, y los “vivos” no saben respetarlos.. avast, Canpowa DOS CARTAS ‘A Manuel Horta 9 de julio de 1928 2906480 Antologia de la poesia mexicana moderna PROLOGO Que Pun vienne & primer, il opprime; Péquilibre est rompu. Gwe La parctatipan del fotégrafo que sabe hacerse un instrumen- to de su cdmara y no la del pintor que quiere hacerse un instrumento del paisaje es la que formé y aspira obtener cierta unidad para esta antologia que hemos querido consi- derar como una perspectiva de la poesia mexicana. All foté- tanto como al pintor, importan J su cimara, haciendo depender de 1a eantidad de paisaje que barca, la calidad de los valores que pretende mostrar: problema consiste en hallar la més econémica, aquella que Jen un cémodo espacio le rinda menos repeticiones ociosas, Imenios huecos y més diferencias necesarias. No debe reducit ividualidad de cada objeto; no puede reducir, sin mu- que los contiene todos, y con el en el que cada cosa adquiera naturalmen- gar que le basta para dibujarse y en el que todo se ‘ibuya y se ordene sin violencia, habré de ensayar varios ios donde enfocar su lente y escoger, por tiltimo, aquel le exija los mas ligeros sacrificios. Muchos nombres dejamos fuera de esta antologia. Incluir- los en ella habria sélo aumentado prédigamente el néimero le sus pginas y el orgullo de su indice. La poesia mexicana enriquece, seguramente, con poseerlos; multiplica, indu- lablemente, su extensién; pero no se empobrece esta antolo- 39 gia con olvidarlos, Su presencia en ella o no le habrfa hecho ae nuevo o habria perjudicado la superficial coherencia que quiere, para su diversidad, el rigor th que la ha medido. oe 5naso8 STP las escuelas, se disuelven; slo quedan jpdividuos que las han superado, como si la funcién de aq las, cuando parece, al contrario, que a expensas de glimentan, fuera 1a de nutritlos y proteger su crecimient Durante un tiempo més o menos largo, son inseparables d is después, cuando ya no neoestan mds de Ie rovcins de que los rodea, se desprenden lo, Més fécilmente lo consiguen mientras mayor vigor a qhieren. Logran su madurez. cuando lo aleanzan, Quien no abandona la escuela en que ha crecido, luego, encadena su destino al de ella un cultivo nuevo. ;Qué error pensar que el arte ! Sélo dura la obra que puede onto muere aquella que s6 prolongarlas. Otras cu} ducen fuera de ellas més que initiles ecos, Considerando esto, nuestro nied propésito ha sido el de separar, hasta donde fue posible, cada poeta de su escue cada poema del resto de la obra: arrancar cada objeto de su Sombra y no dejarle sino la vida individual que posee. Y he. tmos tenido euidado de no prestarle una nueva sombra que Ip Proteja. _ De los poetas anteriores a la més reciente generacién aten- dimos exclusivamente a los poemas aislados; de los poetas Jévenes atendimos también al cardcter general de la obra, lo 40 que mostramos al reproducir de cada quien parecido nime- ro de poemas. Es facil justificarnos dentro de la intencién que sefialamos. Habiéndose ya definido la obra de aquéllos, habiendo adquirido, a las veces, una influencia, habiendo creado o pertenecido a una especie de escuela, el criterio que nuestro propésito nos impuso, nos exigia, en cierto modo, elegir, si no los poemas que traicionaran el espiritu de la obra, si los que, aisladamente, no tuvieran necesidad de recordarlo para sostener su vida propia, El cardcter ge- neral de la obra de los otros lo forma, con més 0 menos precisidn, la voluntad de no repetir ajenas voces. Quizé un solo poema no habria bastado para mostrar su personalidad naciente; quizé escoger sélo aquellos que respondieran a un estrecho juicio sobre su originalidad, habria conducido a un error. Preferimos, pues, colocando a todos dentro de yuna dimensién igual, dejar que la person: ' se desprendiera sola de sus poemas, que la in« cada poema se desprendiera sola de su personalidad. Pues si nuestra prevencién fue contra los poemas sobre Jos cuales pesa una opinién —o una anéedota— que, por decirlo asi, los sustituye y los suprime, més atenta la tu- vimos, més desconfiada, para no hacer pesar aqui una nueva wpinién sobre los seleccionados. Que cada cual figure como ‘esponténeamente y con libertad, Ningéin rigor exterior —nuestro— lo obliga, sino una to- leraitcia tanto nuestra, diremos, como suya. Una es una obra esencialmente colecti gg natural virtud. Para que cada poeta —cada poema— figure con libertad en ella, debe figurar personalmente y no a ex: -pensas de otro, ni de ningéin juicio. Nuestro papel fue prohi- birnos este juicio tanto como era necesario para conservar su libertad también. Dejar a cada quien lo suyo es la ‘inica manera de no perder lo propio y de poser lo justo. La seleccién y las notas de los poetas agrupados en las dos primeras secciones son fruto de una labor colectiva que 41 .si quisiéramos lamar impersonal, y, en sms) poetas que co in Ia ultima seccién del libro, Fon nuestra, seleccionaron algunas de las poesias que los tun lugar donde sélo puede figu- rars ‘es tinicamente para conse- eu ferancia y con una libertad Fgual, Lo que acaba de aclarar nuestro propésito de ne ha- er una obra “personal” que no quiera, con el tiempo o St inmediatamente, ser corregi al contrario, una obra “con influencia”, siempre cole jempre abierta a nue- vas correceiones y prolongeciones 42 al {NDICE GENERAL Parsentaciox, por Guillermo Sheridan. - + + + + + 1 ee 30 Apéndice na entologia que vale lo que “Cuesta”, por Vereo Gusmin 32 mae 33 He 39 I ‘Manvet, José OTH6N [1858-1906] 45 Tilo salvaje. 46 50 SL 52, 52 ‘Satvapor Diaz Mix6n (1858-1928). 6 ee et 4 Prsinine de Melancolias y céleras 58 56 87 st 63 63 oo 65 Tdilio [fragmento] . Francisco A. pe Icaza [1863-1925] En Ia noche Aldea andal Luts G. Unsina [1867-1934] Primer intermedio romént EI baiio del Centauro Noche clara... La balada de la vuelta Awapo Nenvo [1870-1919] Viejo estribillo . Tan rubia es la nifia que. No le habléis de amor En paz ‘Tejed en guimaldas las roses bellas Huelen t Manuel d ra Vo La vejex del sétiro | Tai no sabi En las Insomnio 242 Estancias. 2 2. 1. ‘Los desposados de la muerte Lamentacién de octubre Ram6n Lopez Vetarve [1888-1921] 123 Mi corazén se amerita.. 124 125 126 128 Te honro en el espanto - oes 1a, iemave Pattee 131 Atronso Reves [1889-1959] ‘La ameneza de Ia flor . Glosa de mi tierra . Por los deshielos de abril Manvet Marts Arce [1900-1982]... 2 2... 187 ie 158 Mifieds delhous oxen i) Tras los adioses tltimos. 2... 161 Cancién desde un aeroplane... 1 1 1 se 162 244 Saudade Segador Estudio ‘Bennanvo Onriz pz MonrextaNo [1899-1949]... . . 179 Impresién Croquis Los cinco Cantar — 198 José Gonosriza [1901-1973] 4Quién me compra una ni Le orilla del mar . Se alegra el mar . : CeCe ee ee 216 i 217 t a = | Iroc MES EE oa | fuoice DE POETAB. 6 6 ee ee ee ee BREE : 227 bald 247

You might also like