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Antonio Tabucchi Un batil leno de gente El hecho de que Antonin Tabucchi sea conocido en toda ie rope por su novelas Repu, Savon Peco nds ele 1a abc pride de Damacene Monto, es as que ba obi nl divers premios (Mélis, Frage, Vieggio © Canpie Maen oes hae gues elgue, se denne por cml 10, nu Fceta de etudioan de fa Lert Pore. ¥ dente «lc ta, u pain por Fenando Peso, el hombre que ha cee dana mali de vidas on ls qu ear ua vida, tel ‘4 vit aul como un pesonaje de Rein vino co po ta que muestra abicipadartene algunos de los ertinos que low exerted sg Estudos sobre“ ris earde recor Mariner’, “EL guardador de rebafos", 0 sobre la elaine sen Svevo, presenta un Pessox miltiple qu hacen de exe em pleado gris, que subsise naduciendo cartas comerciales dur: tun pubado de hors ala semana, une de los estitones ms cg de et siglo. A d se encomendard Tabucchi para que le gule por los sendstos del ducimevelscseatvo, Antonio Tabucchi Un bat lleno de gente Escritos sobre Fernando Pessoa i TEMAS ened marge TEMAS en el margen TEMAS en el margen Antonio Tabucchi Un batil leno de gente Escritos sobre Fernando Pessoa Traduecin Pedro Lats Ladedn de Guevara Mellado Temas Grupo Editoriat “Tl orginal Un rule pene di gene, 1980 © Anni Tabu (© Del tradccin: ed Las an de ‘Goevars Meld, (© Hucga 8 Fier dors SL Derechos easier de iin n Cat, (© Tamas Grupo Hiri SHL, 1998, ajo acolo con Hcg 8 Fito ions, SL ii exci pra el Coe Sue. “ikeabuano 1293 piso ro. 8 1094 Bacnos Aes Arsoina “Tk 6139386 y rors Fa BIS AS mil aime coma iso de abies eer Dig Bacon (Cone La rie Inspec Aegina po Inga 1a proce eden er de 2000 erp, ried in Agen ec, aga 1998, ISBN 997-9164.22.9 = ST8S479164228 rohibide le epruccion vot panda por cule wd sin emia cite de Eta Un bail Ileno de gente indice 11 Introduceién a la edicion en castellano 15 Nota del autor 19 Unt leno de gente 61 Una vida, tantas vidas 77 kivaro de Campos, ingeniero metafsico 85 Unni atraviesa el paisaje 95 Bernardo Soares, hombre inguietoe insomne 109 Un hilo de humo. Pessoa, Svevo y los cigarros 131. Sobre las cartas de amor 143. ELMarinero: cum acer esotrco? 153 ‘Traduciendo Ef Marinero 187 Nota al Fausto 159 Entrevista a Andrea Zanzotto 171 Apéndice “Textos de Pessoa especialmente mencionados cen este libro 173 Carta a Adolfo Casais Monteiro sobre la Génesis de los Heterénimos 191 El poema VIII de El guarildn de los rebaitos 199 Siete cartas a Ophélia Queiroz 211 Bibliografia fndce Introduccién a la edicién en castellano Tiene el lector en sus manos los ensayos que el es- eritor italiano Antonio Tabucchi dedicara al poeta portugués Fernando Pessoa, y que mds tarde recopi- {arta en el volumen titulado Un batil eno de gen: te. Bs éste un libro sobre Pessoa y sobre los heteré- nimos por él creados, a los cuales el poeta lisboeta dej6 en letargo, depositados en ese batil donde iban cobijdndose cartas, suetios, creaciones literarias.. esperando el viaje imposible que su creador nunca emprenderta, Pero no es éste un libro sélo sobre Pessoa, lo es también sobre el mds prestigioso de los escritores itatianos actuales, Antonio Tabucchi. En sus pdginas sale a relucir ta obsesién de éste por la duplicidad y el desdoblamiento, siguiendo una corriente literaria Invroduci que tiene sus ilustres precedentes en Pirandello (en personajes como Enrico TV, o Il fu Mattia Pascal), en Svevo (el mundo miiltiple e introspectivo de Ze- no en La coscenza di Zeno) o en Borges. La obse sidn, repito, de Tabucchi por ese otro mundo igual Y diverso que observamos reflejado en el espejo y que encuentra otro referente cultural en Las Meni- nas de Veldzques, tal y como él mismo nos seftala en Il gioco del rovescio. Mas a veces el reflejo no es tinico, sino multiple como los muchos Moscarda que son percibidos de forma diversa por las miles de per- sonas que conoce y saludan a Vitangelo Moscarda en la obra pirandelliana Uno, nessuno e centomi- la, y los muchos Pessoa que se esconden bajo la fi- gura de este aparente oficinista gris que en realidad es multicolor. La diferencia estd en que hasta ahora eran los demds (desde el exterior) tos que creaban 1a multiplicidad de to Uno, mientras que con Pessoa es algo interno, es & mismo el que decide crear otros Yo independientes del creador, con mundas y len- ‘guajes diferentes. Prueba del tridngulo Pirandello- Pessoa-Tabucchi es la obra de teatro de este tltimo I dialoghi mancati (Los ditogos frustradas) donde un actor fracasado, que interpreta a Pessoa, trata de hablar por teléfono con Pirandello. ‘No es la primera vez que Pessoa aparece en la obra de Tabucchi. La figura del poeta portugués se pasea por varios de sus libros: el fantasma de Pessoa reco- rre Requiem, ese libro sobre Lisboa que escribié en Un bad Heno de gente portugués; més directamente lo encontramos ent el “Suefio de Fernando Pessoa, poeta y fingidor”, del libro Suefio de suefios, y también rememora el ft nal de su vida en Los tiltimos tres dias de Fernan- do Pessoa. Ademds con el titulo Ml poeta € un fingi- tore recoge Tabucchi doscientas citas de Pessoa que reflejan su variada personalidad y riqueza intelec: tual. En todos ellos queda patente la fascinacién {que el escritor italiano siente por ese poeta encanta- do de jugar con los poetas que forman su propia poeticidad. Tabucchi nos ha dicho que no se puede hacer de la vida y la escritura una dicotoméa, porque para él escribir es vivir, la diferencia radica en que para Pessoa todo lo que le impida escribir no es vida, por eso renuncia a todo aquello que ménimamente le distraiga del mundo que estd creando. Hay en Pes- soa un sacerdocio y una dedicacién a la literatura que ningin escritor ha podido menospreciar, aun: que no es esto lo que mds atrae al escritor italiano de su colega portugués, sino la capacidad que tiene &te de jugar con sus varios Yo, después de todo el arte es juego y sin juego no habria arte. Ambos, por tanio, se bafian en un mismo rfo aunque en ori- las diferentes, pues los dos consideran inexistente {a vida sin literatura: la literatura, como todo ar- te, es la demostracidn de que la vida no basta. Qué duda cabe que si tras la lectura de este libro seguimos escarbando en el viejo batil legaremos Inerodosin quis a la conclusién de que Antonio Tabucchi, pro- ‘fesor en la universidad italiana de literatura portu- ‘guesa, tenta también hecha una ficha en el viejo ar- «in, junto a la ficha de Pereira, y que todas ellos ro son sino heterdnimos de un siglo que empexé Pessoa Y¥ que se niega a desaparecer Pedro Luis Ladrén de Guevara Mellado Murcia, 1997 Un badl Hleno de gente Nota del autor Hea escrito Maurice Blanchot que un libro, incluso cuando es fragmentario, tiene siempre un centro que lo atrae: “centro que no esté fii, sino que se ‘ueve por la presiGn del libro y por las circunstan- cias de su composicién. Centro fio también, que se mueve, si es un verdadero centro, permaneciendo como es y siendo cada ves mds central, mds recén dito, mds incierto e imperioso”. Parece casi pleondstco decir que en el inmenso y risterioso Libro que Pessoa nos ha dejado el centro ids recéndito, yciertamente el més imperioso, es la heteronimia, Heteronimia entendida no tanto como To spate leeraria, rd. alana de G, Zanobet- 1995, p. (Hl epaco ear, Paidesibéria, Barcelona, 1992). Nota del autor 6 ‘metaférico camerino de teatro en el cual el actor ‘Pessoa se cobija para asumir sus disfracs lterario~ estilistices, sino precisamente como zona franca, co- mo terrain vague, como tinea mégica que al erusar conyertiré a Pessoa en “otro” sin dejar de ser él mis- mo. ¥ realmente es evidente que la linea mdgica de Pessoa no estd situada en el terreno de la pura mis- tificacién, ni en el de la méscara a lo Pound o a To Browning para entendernas (“este hombre que ine venté las biografias para las obras y no tas obras para las biografias"),, ni en el terreno de la activi- dad modélica que parte de un juego (cierto que el arte es un juego, sin juego no habria arte). La hete- ronimia de Pessoa remite como mucho a la capaci- dad de vivir la esencia de un juego, por tanto no a tuna ficién sino a ta metafsica de la fiecin, 0 a un ‘ocultismo de la ficcién; quiad a una teasofia de la Jfiecién. La ficcién de Pessoa es siempre una ficcién “trascendente”, es palabra, pero en el sentido que ~ Sobre a cos, a ecient cnt do Prado Costo, Diverade¢ Unidad em R Psaa, Verb, Lisbon, 198, Ps Jorge de Set, The Men Who Never sel hemtnio volume ‘aletv a cago de G Monti, Gives Bown, Providence 1982, “La definiin es de A Casals Montero, abe Poesia Pessoa, Last gly Rl de fan, 1958, 81, Sabre a absracn pessoa y sobre sub elacioes con Heidegger y Wiegenstein remit preerentxente a Benedao Nt 1, Posi ¢ Fla na Obra de Fess, oly ea 20 (€970, pp. 224; y edema ark Inerpretacone dele ‘onimic Peso, Stl Melati wos, vl XE, 1975, pe 139.187, Un basi Heno de gente Ev drt 6 Abyos; y esta palabra no es ciertamente “el texto” literario. Bl logos de Pessoa, en su tras- cendencia, en su ser un metatexto, es un rechazo, se ‘evade del plano existencial-textual y actiia en el on- toldgico-metafaisico’. Con un calembour se podria decir que el juego de Pessoa es “jugar” el juego, re- solverlo al no plantearlo, pasando al terreno de ta pura Hipdtesis. De él se puede decir cuanto Benja- ‘min escribié sobre Kafka: que “toda su obra repre- senta un eédigo de gestos que a priori no tienen ya un claro significado simbélico para el autor, sino "Sobre el argument cs fndamental la vor Fcign de Cesare Se {gre en la Enciclopedia, Turin, Hina, 1979, ol. NY pp. 215-217 ‘Sobre el problema espetico de la ecin en Pesoa la bibliograia ‘sya vastisima. Me lino a citar algunas lertas indispensable: ier Hourcade, A propas de Beso, Bullen des Eades Port guises et de Tce Prangais au Portugal”, XV (1951), pp. 151- 179; A. Casas Monteiro, F Pena, 0 Insincere Verde, Inquéi, usboa, 1954; J. de Sena, 0 poeta € un Fingir, Ac, Lisbon 1961; Jk. Gaspar Simdes, iberdade do Esprit, Portugilia, Porto sd [1952]; J. do Prado Goeth, # Fesso, pensador map, en F Des 4, gas intima ede Ato nterpretagao, ica Lisboa, BX X10 Eduardo Prado Coleho, A Letra Litora, Moraes, Lisboa, 1979 (especialmente el capitulo “ess, Test, Suet, pp. 109. 135); Jooé Augusto Seabra, Amor eFngimerua, Sobre as Catas de de Pessoa, "Persana", 3 (1979), pp. 77-85. ‘Solve la "Zon en fn us se desrrlia I ccm metafisica del seit, su despersonalzacion, fe elcap, La soled erenca” de 1M. Blanchot, et Lo spi etterrio, op it, pp. 7-19: "Cand es cribiesdescubi lo lnerminable, leseor qe entra en es = ‘idm no se supra a smismo eno universal. No va hata un mn- ‘do mds real, major, ms justiieada, donde todo se ardene sgtin In clara de una luz jst, No descubre ol bello lenguaje que ba bla.condecoro a todos. hablar delle adic el hecho de que, de tuna manera w or, él noes 72 6 mismo, noes ningun’, p. 13. Nota del autor ‘que son mas bien preguntas al respecto en, ordena- mientos y combinaciones siempre nuevas”. En estos ordenamientos y combinaciones siempre nuevos, es decir, en la esencia del juego de Pessoa, su verdadera ficcién, se centra la mayor parte de los escrtos que aqut recojo. Kscritos que surgen con una periodicidad que dura muchos aiios y que me hha parecido util recoger en un tnico lugar: Estos no tienen légicamente la pretensién de dar una imagen definitiva del poeta de tas mil caras, pues ademés creo que Pessoa requiere lecturas que prescindan de interpretaciones prepotentes y que por el contrario sean capaces mds bien de seguirto en el terreno de 1a hipétesis. ¥ como hipdtesis criticas querrta preci- sammente que fuesen leldos estos escrito sobre el poe- ta. mds misterioso del Novecento. Recientemente la bibliografia erftica sobre Pes- soa se ha acrecentado notablemente. Algiinos de los presentes textos tendrian quizd necesidad de actualizacién en el texto y en las notas. Sin em- bargo he preferido dejarlos idénticos a como fue- ron publicados por vez primera, como testimonio de los afios en que fueron escritos, at. Ve ena, Angels Doves, wade itrod. de R. Sol, Tain, inaud, 1976, p. 270. (Angelus Novus, Barcelons, Haase). Un bad Meno de gente Un bail leno de gente A falta de pruebas Inmediatamente uno ve que hay algo de exce ‘vo en la biograffa de este portugués que con el pa- 0 de los afios corre el riesgo de convertirse en uno de los més importantes poetas del siglo »x: algo demasiado excesivo para no levantar sospechas, € incluso alarmar a quien siga sus huellas. Es un ex- ceso por defecto; es la total falta de indicios, 0 si se quiere, la evidencia hecha paradigma, la coar- tada perfecta: algo que leva a pensar en el escon- dite y la ostentacién de la carta robada de Poe y que en este caso significa un exceso de anonima- to, la quintaesencia de la banalidad. ¥ sin embar- 0 es verdad, hay una epidemia de banalidad en la gran literatura de nuestro siglo: de Musil a Bec- ‘Un bail leno de gente 9 kett, de Valéry a Svevo y a Montale con su vida “al cinco por ciento” (la expresién es del propio Mon- tale). Muchos de los mayores escritores de nuestro siglo viven una vida medida por el metrénomo de la costumbre y la grisécea cotidianidad. Sin em- argo, en Pessoa, los giros del motor biogtéfico caen al minimo, el rendimiento del cinco por cien- to montaleniano desciende posteriormente; en un. determinado momento parece no oirse ya ni tan siquiera el zumbido, y se tiene la sospecha de que Pessoa murié antes de su certificado de muerte, dejando disposiciones para que “todo” continuase ‘como antes. O bien, se tiene la sospecha de que Pessoa no existié munca, que es la invencién de un, cierto Fernando Pessoa, un hom@énimo suyo, alter ego de ese torbellino sin aliento de personajes que con Fernando compartié las modestas pensiones lisboetas donde él, durante treinta aiios, llevé la rutina de la mas banal, de la mas anénima, de la as ejemplar vida de empleado oficinista. La hipétesis de que Fernando Pessoa fue el alter ego de un Fernando Pessoa completamente idés tico al primero es realmente atrayente y quizé, absurdamente, la mas obvia, a pesar de que pue- de parecer viciada por la paradoja de sabor bor- gesiano (el Ménard que reescribe el Quijote), si Pessoa mismo, ya en 1931, no nos hubiera sumi nistrado 1a paradoja en Ia que basamos nuestras sospechas: Un bad leno de gente © poeta é um fingidor. Finge to completamente que chega a fingir que é dor a dor que deveras sente. (Bl poeta es un fingidor/ Finge tan completa. mente/ que llega a fingir que es dolor/ el dotor que de verdad siente). 2Y si Fernando Pessoa hubiese fingido ser preci- samente Fernando Pessoa? Fs s6lo una sospecha. Las pruebas naturalmente no Tas tendremos nun- ca, Ya falta de pruebas no queda sino creer (0 fin- ‘gir que se cree) en los datos biograficos de aquel que fue la ficcidn de un impostor idéntico a sf mis- ‘mo: o sea, Fernando Anténio Nogueira Pessoa, hi- {jo de Joaquim e Madalena Pinheiro Nogueira, em- pleado a media jornada como traductor de cartas comerciales en empresas lisboetas de importa yy exportacién. En las horas libres, poeta. Un bauil leno de gente Dijo en una ocasién Montale, hablando de poesta y celebridad con la argucia que lo caracterizaba, que en el palacio de la Inmortalidad (y especifica ba que entendia la inmortalidad terrestre que puede durar pocos segundos ¢ interesar sélo a diez “especialistas” a la vuelta de cada genera- ci6n) se puede entrar por la puerta principal 0 por Un bail leno de gente Ta puerta de servicio; e incluso hay quien entra por la ventana o por la chimenea'. Pessoa es cier- tamente uno de esos poetas que en el metafé co palacio montaleniano ha penetrado de modo extravagante y semiclandestino, no sabria decir si por descuido 0 célculo (0 por calculado des- cuido), haciendo que se introdujesen también, camuflados en una casera area de ajuar, sus mail tiples espititus bien empaquetados en faseieulos manuscritos, atados con hilo bramante y firma- dos con firmas diferentes. Hs atrayente imaginat, cediendo a las sugestiones de Ja literatura, 10 que habria sucedido si por un capricho de la for- tuna, navegando sigilosa a través de los siglos, el arca hubiese atracado en la orilla de una época en la cual de Pessoa, como personaje inserito en el registro civil, se hubiesen perdido las huellas: el estupor de esos hipotéticos y postreros descen- dientes por aprender que un pequefio y semides- conocido pafs del siglo xx, olvidado por Europa y por ella misma olvidado, conocié el esplendor de uuna extrafia edad de Pericles de la poesfa, dos dé- cadas (durante tal lapso acttian los Pessoa: de 1914 a 1935) en las cuales cuatro poetas, dife- rentes ¢ incltiso opuestos en voz. y temperamen- to, aunque todos igualmente grandes y fascinan- tes por la complejidad de los temas y la cualidad del verso, poetizan contempordéneamente, pole- mizan epistolarmente, discuten puiblicamente, s ‘Un bail eno de gente escriben unos a otros introducciones amigables y ‘muy cumplidas (siempre dandose el Usted, eran realmente otros tiempos), hasta que inexplica- lemente callan todos al mismo tiempo, desapa- reciendo en la nada, Quiz, si las cosas — sido asi, habria surgido un opuesto “caso Home- 10” 0 un opuesto “caso Shakespeare”: en ver de un tinico nombre receptéculo de muchas vidas y muchas experiencias, muchos nombres y muchas / experiencias en lugar de un tinico hombre. / En clase con los malos En 1942, siete afios después de la muerte de Fer- nando, cuando la casa editorial Atica de Lisboa decidié comenzar la publicacién de la obra com- | 5 pleta de Pessoa, bajo la atenta mirada de los ami- — g0s literatos y de los fildlogos que habian accedi- do al arca en la cual el poeta habfa custodiado sus ‘manuscritos, comenz6 a delinearse una de las per- sonalidades literarias més monstruosas del siglo xx, mucho més alld de cuanto podia hacer supo- ner la siempre sorprendente personalidad mostra da en vida, De hecho, Pessoa habia escarnecido desde las mejores revistas portuguesas de la épo: ca (‘A Aguia”, “Exilio”, “Centauro”, “Portugal Fu- turista”, “Presenga”), él mismo habia creado por Jo menos dos (“Orpheu” y “Athena”), habfa acli- matado en Portugal las vanguardias y las tenden- cias literarias europeas (orfismo, futurismo, cubis- ‘Un bal eno de gente ‘mo, el surrealismo de la escritura automatica) € incluso habfa inventado tres completamente nue- vas (paulismo, sensacionismo, interseccionis- ‘mo); en definitiva, habia importado lo mejor que Ja cultura europea habia producido en aquellos afios, del psicoandlisis a la fenomenologia. Su notoriedad como creador quedaba sin embargo en manos de la provisionalidad de un corpus poético aromizado en revistas de limitada difu- sin y dificiles de encontrar, en cuatro pequefios volimenes de poesias en inglés (ediciones semi- clandestinas y sin filigranas, a costa del autor), cen una plaquette editada un afio antes de su muerte y dictada por la contingencia de un pre- mio de poesia (que no gan6), Mensagem. Menu- dencias comparado con el tesoro péstumo. Es verdad que, respondiendo a la entrevista de un critico amigo, habia suscitado el asombro de los amigos de “Presenca” respecto a su caso poético cuando de ta heteronimia facilité un informe T ido y minucioso, a mitad de camino entre la se- sign psicoanaittica y la frialdad de la historia cli- nica’. Y sin embargo, es de suponer que Pessoa ocupaba un espacio en Ta cultura portuguesa de la época' mas como intelectual que como poeta, ademas de como polemista feroz y contradictorio (ya considerar con las debidas precauciones: se vvean como ejemplo sus provocativas teorias so- bre el Quinto Imperio y el lamentable articulo de Un basil Hleno de gente 1928, O Interregno, Defestt e Justificagdo da Dita- tura Militar em Portugal), Una valoracién satisfactoria de Pessoa como “in- telectual”, es decir, Ia implantacién cultural en sentido amptio de su obra tedrica y publicista, y por tanto de los entresijos, correspondencias, acuerdos 0 disidencias que tal implantacién cons- tituye en la cultura de su tiempo (portuguesa en particular, aunque también europea, dada la esta- tura del personaje), esta todavia muy lejos de rea. lizarse. Ello, creo, por tres comprensibles moti- vos: en primer lugar, la mole y la complejidad de 1a obra postica, que ha superado y ha dejado aun lado la actividad del teérico; después, el legitimo convencimiento de cualquiera de sus criticos de la hipoteca resultante por estar su obra todavia “abierta” (no sélo por motivos intrinsecos, que bi jo tal aspecto es “obra abierta” por excelencia en el siglo xx, sino por motivos extrinsecos ¢ incluso banales: quiero decir por los numerosos inéditos todavia existentes) lo que obstaculiza seriamente un juicio, si no definitivo, si al menos bastante atendible de Pessoa como intelectual y como hom- bre de cultura de su tiempo; y por tiltimo, motivo que no se debe infravalorar, el malestar de la «1 tica frente al personaje incémodo que es Pessoa: lo que dice mucho de los prejuicios y de las inhi- biciones de toda aquella critica que, mirando al poeta, ha sacado a la luz al politico y al fildsofo, ‘Un bad Heno de gente obrando una especie de division del personaje (como si Pessoa, ademas de todas sus propias di- visiones internas, tuviese necesidad de divisiones externas) y desembarazndose subrepticiamente del personaje, relegéndolo a la clase marginal, miltiple e indefinida, de los “malos” de nuestro si- glo. Como es bien sabido, esta clase est extraia y multiformemente lena: estén los de la rama he- geliana y los que se oponen a ellos, los totalitarios y los liberales, los anarcoides y los seudomisticos, estan, con las debidas distinciones, Nietzsche, Pound y Céline, Bataille y Kafka; y por tiltimo, las mayores sorpresas, las cosas mas dificiles: aque- los que se visten con los trajes de la burguesia aparentemente més conservadora y acomodada, ‘con chaqueta cruzada y chaleco, y después cuan- do llega el momento de los deberes escolares pro- ducen temas que son una auténtica y verdadera revolucién (los ejemplos ilustres son demasiados, comenzando por Carlo Emilio Gadda). Bien es verdad que junto a todos éstos, con los primeros de la clase, estén también los burros de los lti- ‘mos bancos, violentos y desordenados, que llenan las paginas de tachones y manchas de tinta, ¥ no obstante; quede claro enseguida que también en sus paginas mas malas e inquietantes, no sélo en la composicién libre sino también cuando trata de un tema de actualidad politica, Pessoa no tiene nada en comin con ciertos mediocres personajes, ‘Un bail leno de gente como por ejemplo algunos de los escritores de nuestra revista La Voce, de la que esta lena la cla se de los “malos” del siglo xx: éstos de voz. excesi- vamente alta, insolentes y agresivos en su juven: tud, déciles ¥ conformistas en la edad madura, re isos y fulgurantes por la conversién tras la jubi lacién. Pessoa es de diferente temple intelectual ¥ moral: en toda su vida se entregé a alborotos 0 declamaciones (y cuando le sucedié era incum: bencia de Alvaro de Campos: qué maneras aristo- exéticas en sus modos, como el sefior que encarga al mayordomo refir a los que molestan); él tan reservado, tan aparentemente imperturbable, tan fro y solo, detesta la vulgaridad, la ret6rica, la masa y las consignas. Sostiene la oportunidad de una dictadura militar y el precepto de la desigual- dad: y al mismo tiempo aborrece el fascismo y a Salazar, al que escarnece con su poesia; predica el Quinto Imperio y el Sebastianismo: y al mismo tiempo se mofa de Kipling, “imperialista y anti- cualla”; se proclama futurista y sensacionista, pe- ro desdefia los ruidos y las bombas, escarnece a Marinetti y canta la aséptica perfeccién del bino- mio de Newton. Quien esto escribe no se considera un histérico de la cultura, sino un simple practicante de la lite ratura: por tanto sus indicaciones sobre los que se suelen lamar los “contextos” culturales son in- iertas y aproximativas. Sin embargo, le parece Un aul tena de gente a8 uit ver la posieién de Pessoa (que después de to- do no es sino una feroz. polémica antiburguesa) como relativa a la maquinaria cultural de la P mera Reptiblica (1910-1926), expresion de una burguesfa que da fe politicamente, eso sf, de una democracia parlamentaria de tipo liberal, pero encerrada en una total y visceral indisposicién en relacién con los sectores intelectuales perturba- dores. Los motivos de tal indisposicidn es oportu- no dejarlos al andlisis de aquellos historiadores ‘con competencia en la materia; lo que simple mente se quiere resaltar aqui es que la burguesia portuguesa no llega al poder con una revolucién, sino a través de un regicidio y una expeditiva re- vuelta, la cual, aunque gozaba del apoyo popular, no posee ciertamente el esfuerzo cultural y la pro- blematica ideolégica de una auténtica revolucién. Yo diria que es precisamente esta carencia de ideologia, esta ausencia de una elaboracidn y de tuna maduracién cultural la que otorga a la revo- ucién en Portugal su flaqueza y fragilidad, ha ciendo que se parezca mds a un cambio de guar- dia que no a un periodo nuevo e innovador. Fal- téndole la robustez de un pensamiento legitima- dor (quiza porque nace precisamente en el mo- mento més agudo de la crisis de valores y de iden- tidad de la burguesia europea, en un perfodo de desconcierto e incluso de temor e histeria), es na tural que no se haya conquistado las simpatias de Un bad tleno de gente aquellos intelectuales portugueses més inquietos ¢ insatisfechos, traumatizados por el cataclismo de la Gran Guerra, nutridos de radicalismos y de ‘utopias, inseguros, neurdticos y revueltos. Un suefio portugués Yo diria que precisamente en este particularisi- ‘mo contexto, para volver al tema en cuestién, es necesario ver las posiciones ideolégicas de Pessoa, sus simpatias aristocréticas y los delirios imperia- listas, dado que el ideal republicano y progresista est personalizado en el viejo tipo de intelectual positivista (por ejemplo, el buen Tedfilo Braga, presidente de la Repiblica), honesto, optimista, dogmético y obviamente inadecuado para la com: plefidad de los tiempos. De hecho, la élite cultu- ral portuguesa de la época era generalmente aris- tocratica: eran tal los laico-nacionalistas de la Re- nascenca Portuguesa, impregnados de esa ideolo- sia metahist6rica ibérica que en la cultura espa- fiola coeténea, por ejemplo, encuentra sus repre- sentantes en Unamuno y Ortega y Gasset; eran tal los Saudosistas del movimiento capitaneado por Teixeira de Pascoaes (aunque también producirdn grandes jefes del antifascismo como Jaime Corte- so), procedentes también de las categorias seu- domisticas y metahistéricas como la Saudade y el Sebastianismo; por iltimo, era aristocrético “Orp- hu’, opisculo literario de la vanguardia historica ‘Un bil eno de gente portuguesa, clitista y antiburgués, que dirigia en Por- tugal lo que corresponderia a To que fue en Italia la ofensiva de las revistas Lacerba y La Voee contra el burgués “de zapatillas” (el lepidéptero tan denostado or Sé-Cameiro). Entendémonos: los muchachos de “Orpheu’ se consideraban revolucionarios, 0 quiz4, como buenos amotinados, no se plantea- ban ni tan siquiera el problema, Su revuelta iba dirigida tanto contra Ia cultura més retrégrada, como contra el positivismo estancado de una bur- guesia bien intencionada pero chapucera y terri- blemente atrasada, estancada estéticamente en os médulos del naturalismo zotiano. La revuelta de “Orpheu” conocia Europa: importaba y aclima- taba en la desembocadura del Tajo todos los ismos que sobresalfan por las orillas del Sena (el dadais- ‘mo, el futurismo, el cubismo, el orfismo, el siraul- tanefsmo) y fabricaba algunos en Portugal (el sensacionismo, el paulismo, el interseccionismo: vanguardistas pompas de jabén que estallan me- Iancdlicamente, entre el aplauso de los amigos de siempre, apenas salen de la pajilla de su inventor, siempre él, el inefable Fernando). Seria de espe- rar entonces que el elemento antidemocritico de la vanguardia histérica portuguesa fuese, dado los tiempos que corren, el germen de violencia laten- te (o patente) en la mistica de los gatillos y de las, culatas del manifiesto marinettiano: que después ‘mantiene lo que prometia. Y sin embargo no es ‘Un basil Heno de gente asi. El futurismo portugués, tan ajeno a la veloc dad, a las locomotoras, a los obuses y a las explo- siones en general (incluso a las de las palabras, que gozaron de escasisima libertad) es un futu- rismo totalmente interiorizado, psicologistico y paraddjicamente introverso, que quizés busca al hombre futuro como fuga o liberacién de un pre- sente en el cual probablemente el hombre de en- tonces se sentfa incémodo. Esta me parece la connotacién més curiosa de un futurismo muy excéntrico respecto al decélogo marine-ttiano, y que acttia precisamente como disuasor (e incluso como refugio) de toda una generacién de intelec- tuales que personifican la revuelta y la célera, el malestar y la melancolfa, a pesar de que no die- ron la cara para declarar la guerra confederada al odiado “lapidéptero” y a su estética, si bien Ile- varon a cabo muchos pequefios duelos aparta- dos, y a menudo privados, realizados (y perdi- dos) con un ceremonial dignisimo y un poco dé- ‘modé: el desastre financiero de “Orpheu” apenas alcanzado el segundo nimero, el “Portugal Futu- rista” que pasa de las rotativas a las sacas de la poliefa, Sé-Carneiro que se suicida en frac en una ‘modesta pensién parisina, Almaida Negteiros que toma el tren para Europa siguiendo las hue- llas de los ya profugos Souza Cardoso y Santa-Ri- ta Pintor; ademés de la derrota de Pessoa (pero la suya era una derrota ontol6gica, no existen- Un bai eno de gente cial), cada vez mas oculto en st modesto papel de oficinista Las gafas para el Gran Viaje Este es el clima cultural en el cual se inserta el discurso de Pessoa y que tendré consecuencias, en, el plano ideolégico, en la asuncién por su parte de las ideas nacionalistas, imperialistas,¢ incluso tatoriales. No se vaya con el pensamiento a una figura de nuestto tiempo que parece consti- tuir un paragén obligado: Borges. La poesta de Pessoa es el andlisis mas complejo, doliente y tré- ico, pero al mismo tiempo hicido e impecable, del hombre de nuestro siglo: un hombre atormen- tado que ridicutiza y se ridiculiza y que, en su ver~ dad y en su maldad, en el abuso y en la paradoja, en la capacidad de afitmar irénicamente el con- trario de un axioma ya irénicamente adoptado, realiza una poesia de las mas revolucionarias del siglo xx. Y por tanto, para no correr el riesgo de dar apresuradas y quizé inttiles etiquetas pol cas a un pensamiento tan controvertido, comple- ‘jo, ineémodo e incluso embarazoso, diremos mas bien que Pessoa pertenece a la literatura “negati- va'del xx, tratando eventualmente de descubrir las estructuras portadoras. Y entonces determina- remos antes la antirrazén (lo que significa, ta Ti beracién de lo onirico y del inconsciente) que sa- Je a la luz superando a la razén; y posteriormen- Un basil ene de gente te, gracias al mecanismo de la heteronimia que consionte a todos los Yo poetar contempordnea- mente, la afirmacin de la sincronfa sobre la dia- ‘ronia (lo que implica, plasmada en el plano poé- tico, la fragmentacién de las categorfas hegelia- nas). ¥ por iltimo, la afirmacin de una tempora- lidad y una espacialidad interiores que no corres- ponden a las exteriores, alas aristotélico-cartesia- nas: una no adherencia en el hombre, entre su dentro” y su “fuera”, En este siglo nuestro, tan filantrépico y abomi- rable, Pessoa les teme a todas las filantropias y a todas las abominaciones. No le gusta la caridad teorética y tranquilizadora y de ella presenta su cara oculta e inquietante; no le gustan las utopias solemnes y carisméticas, casi como si presagiase Ias infamias y las matanzas. Pessoa es una mili ple, monstruosa y mala conciencia: la mia, la nuestra, 1a vuestra, Ia de todos los hombres de buena voluntad, sea la que sea la buena voluntad de que se trate, Pessoa es un grito de dolor y un balido, un canto altisimo y un gesto, una wia que arafia la pizarra donde un buen profesor querrfa trazar la tranquilizadora demostracién de su teo- ema, Pessoa es una concrecién, una de esas eria- turas que parecen ungidas por el destino para asumir para si penas que pertenecen a los demés. “Morse transmitindo 0 no do sim”, Morse que transmite el no del sf, como dice el verso de una Un bau eno de gente poesia que le ha dedicado Murilo Méndez, quizé To “negativo” de Pessoa consiste en esto: en rehuir del signo que se afirma, en repudiar la preponde: rancia. Porque él comprendié que en cada sf, in- cluso en el mas pleno y rotundo, hay un mimiscu- o no, un corpiisculo portador de un signo contra- rio que gira en una érbita oscura creando precisa- mente ese sf que prevalece. Y ha decidido indagar Ja 6rbita oscura, como un raro eientifico que ex- plora el lado patol6gico de la salud. En ese no querer enseftar absolutamente nada, este “solem- ne investigador de las cosas fitiles’, como él dice de si mismo, énos envfa una advertencia o una in- timidacién, un guifio amigo o una carcajada en la oscuridad? Quizd se podria decir que Pessoa no consigue ‘pasar, o por lo menos no consigue pasar sin trau- mas, del plano conceptual al plano pragmatico; probablemente esté convencido de que en el ha- cerse el Verbo carne, hay implieita una cierta do- sis de vulgatidad. A Pessoa la gusta el gesto, pero no le gusta la mano a la que ese gesto pertenece (“iOh tocadora del arpa, si pudiese besar/ tu ges: to sin besar tus manos!..”). Quiz detesta el mun- do; ama sélo la idea platénica del mundo. ¥ qui- 24, algiin dia, alguien nos dir4, con mayor credi- bilidad de cuanto lo hayan hecho hasta ahora es0s criticos que han adoptado con él un apresu- rado psicoandlisis’, que su ser “negativo” consistia ‘Un basil leno de gente en el fondo en un hecho muy suyo, interior y pri- yado, algo secretamente casto y deshonesto: una obscenidad aparente y blanca que es participe de la impotencia,y que es un pecado (0 vicio) de la {nteligencia. Un pequeiio germen, que quiz4 na- ci en una dimensién estrictamente privada, tal ver. familiar e infantil, ciertamente existencial, y se transformé en Weltanschauung, asumié dimen- siones ontol6gicas, y encontré un favorable am- biente para su desarrollo en una época y en una cultura, y obstaculizé la recta linea aristotélico- cartesiana por la cual transcurria la civilizacién occidental; y ha creado estancamientos, empanta- namientos, desconocidas ramificaciones e inquie. tantes criterios de entender la relacién consigo ‘mismo y con los demés, individualidad e interin- dividualidad, socialidad y privacidad, normalidad ylocura. Lo que quizé fue en origen el oscuro ger- men del nifio Fernando, se ha transformado en el soberbio pecado de inteligencia del pocta Pessoa: la perversién de abdicar en lo real para poseer la esencia de lo real. Una radical, casi remocién dis- gustosa, que hace de Pessoa el-més sublime poe- tadel revés, de la ausencia y de lo negativo de to- do el siglo xx. Pero ahora, con independencia de las causas que pueden haber producido su visién negativa del hombre y del mundo, lo que més nos sorprende es constatar e6mo Pessoa ha sido siempre fiel a ‘Un bail eno de gente esta visidn, licida y de extrafia coherencia, sin buscar nunca refugio, ni siquiera en el lecho de muerte, en la coartada del arrepentimiento 0 de la conversién. Y cediendo por un instante a la su- gestién proveniente de la biografia, quiz no sea vano hacer referencia a la frase que segtin su més autorizado bidgrafo y amigo (su Max Brod), Joo Gaspar Simées, ese impertérrito y escamecedor teésofo pronuncié antes de espirar, él que era muy miope: “Dadme mis gafas". Pessoa, quién era este hombre? Pero si, no obstante su gélida y escéptica iro- nia, lo real no era ni inttil ni absurdo: es decir, si Pessoa encontré inesperadamente, “mas alla”, precisamente ese Real, con mayiiscula, siempre buscado, y desde el cual asomarse, como a un es- pejo, sobre “este” despreciable y marcescible real con mintiscula, quién sabe lo que se habré diver- tido, ese dfa de 1942, observando desde detris de ‘sus gruesas lentes a sus amigos luchando con su batil. Porque los inéditos ademas de confirmar y potenciar las tres mayores figuras heteronimicas hasta considerarlas cuatro obras poéticas distin- tas, de vasta y compleja articulacién (Caeiro, ‘Campos, Reis, més el orténimo), ademas de enri- quecer la figura del heterénimo prosador Bernar- do Soares, revelan la completa existencia de dos fil6sofos, Raphael Baldaya y Anténio Mora, dados Un basil Hene de gente a conocer sélo recientemente, conjuntamente con Ia mds insospechada actividad orténima: un Pes- soa diarista, estetdlogo, critico literario, autor de novelas policiacas. Y ademés comienza a tomar ‘cuerpo toda una muchedumbre misteriosa y fasci- nante: Jean Seul y Thomas Crosse, Charles Ro- bert Anon y Charles Search, Alexander Search y el Bardo de Teive, Pantaledo, A. A. Crosse, C. Pache- co... ¥ atin més: los autoandlisis de tipo psicoana- Utico, los autodiagnésticos en los borradores de cartas (émandadas?, o quizé no) a psiquiatras de 1a época, las provocadoras entrevistas de Campos, las disputas entre los heterénimos, sus reefprocas alabanzas 0 su critica mordaz, los horéscopos de Caeiro y de Campos; y todavia més: la tarjeta de visita de Raphael Baldaya, las pruebas caligrafi cas de un Robert Anon que no ha aprendido toda- via a escribir como Anon, la firma perentoria, vo- litiva e inequivoca de Campos, la serena grafia de Maestro Caeiro, Por tiltimo: los abismos esotéri- cos, las visiones astrales y el diario limpidisimo, de una objetividad increible y despiadado, como de historia clinica, Llegados a este punto quiza los pocos amigos que erefan conocerlo, que sabian de él no sélo los aspectos piblicos del intelectual sino también el aspecto privado del hombre, ese “tono menor de una condicién de empleado patolégicamente res- petuosa con el ritual” como ha dicho Luciana Ste- ‘Un bat leno de gente gagno Picchio’, los amigos al corriente del deam- bular de ese empleado de oficina tan previsible (el sombrero, el vestido oscuro, la habitacién al- Guilada, la parada en el café -siempre el mismo- para las cuatro charlas), probablemente habrén experimentado una cierta desorientacién, Pessoa: quién era este hombre? La locura, esa vieja amiga 1a pregunta sin respuesta llega hasta nosotros: y también el desasosiego que ella comporta. Quizd se la podria neutralizar compartiendo la presupo- sicién de uno de sus criticos mas agudos, que abre una reciente monograffa sobre el Poeta con una frase epigréfica: “El autor de estas paginas acepta previamente, y en toda su extensidn, que Pessoa es de naturaleza genial. Quien conoce la exégesis. suscitada por la obra del Poeta sabe que esta in- genuidad no es comin: pero no ignorard sin em- bargo que la aparente facilidad de esta aceptacién no resuelve ningtin problema". La genialidad (que no explica los problemas) ciertamente, pero querria aiiadir también la locu- a, Y no por la complementariedad de los térmi- 10s, por la conocida ecuacién de Lombroso entre genio y locura; sino precisamente porque la locu- ra aflora y desaparece, circula latente o al descu- bierto en la obra de Pessoa. En la vida circula ba- Jo varias formas. Surge inicialmente en la infancia ‘Un bau Hen de gente solitaria, cuando a través del imaginario persona je de Chevalier de Pas, el pequefio Fernando se es- cribe cartas a sf mismo; esta presente como trage- dia familiar cuando, antes de partir para Durban, la familia se ve obligada a hospitalizar a la abue- Ja paterna, afligida por graves perturbaciones mentales, en un hospital psiquidtrico de Lisboa; vuelve a aparecer en la adolescencia sudafricana con Ia ereacién del heterdnimo Alexander Search, el cual, evadido de la dimensién de la literatura y entrado en la vida, intercambia correspondencia con Pessoa; se dibuja abiertamente, aunque refte- nada por un liicido control, en aquella histeroneu- rastenia autodiagnosticada en una carta dirigida a dos conocidos psiquiatras franceses de la época, los doctores Héctor y Henri Durville; parece ex: tenderse de forma incontrolada en los periodos “exotéricos”, cuando Fernando anota sus visiones astrales y etéreas, los poderes radioscépicos de su vista y la sintonizacién interior sobre la longitud de onda de un Maestro desconocido. Pero la locura circula aparentemente también en. su obra, Y no tanto por esas inmersiones en el esoterismo, por el hermetismo casi nigromantico de ciertas poesias orténimas, sino precisamente por el hecho exierno, por el andamiaje de una obra que rige sobre unos personajes tan auténo- ‘mos, tan diferentes, a veces casi contrastantes. Sin contar la meticulosidad maniaca con la cual (Un bai eno de gente han comenzado a vivir, cada uno delineado en sy registro, en sus caracteristicas somaticas, en su fn. dole, en los tics, en las preferencias, $i todo ello puede parecer locura, ésta, sin embargo, coma. Eduardo Lourenco advertia para la genialidad, puede a su vez no resolver ningtin problema. De hecho, en su realizacién, la heteronimia funciona, alla perfeccién: puede dejarnos perplejos el meca- nismo que provoca la disociacién, cada personaje 5, Pues, un poeta auténtico, autosuficiente, per- fecto. La locura es, pues, extrinseca a la obra: trinsecamente es racionalizada y resuelta. Y legados a este punto, el discurso se traslada necesariamente al plano de la fiecién que preside el hecho literario. En la funcién literaria, es decir, en la creacién de personajes inexistentes, en este extrafio partido de tenis en el cual la pelota es lanzada s6lo por el autor, mientras que el perso- naje esté en la otra parte de la red con la misién, por decirlo de algiin modo, de que le sean lanza. das las pelotas, Pessoa ha aceptado jugar hasta el final. Con él el partido se ha movido en los dos sentidos: en un cierto momento aquel, es més, aquellos que estaban al otro lado de la red han respondido. Y Pessoa, Iealmente, ha jugado. No hay ningtin caso elinico que descubrit en la hete: ronimia de Pessoa, s6lo tna “simple locura”, co: mo quizes ‘simple locura” toda ta literatura, Pa. +a explicar a Pessoa, y quizé también para neutra- ne Un bail ene de gente Iizar la inquietud que él nos comunica, se ha ha- blado de perturbaciones y de traumas, de caren- cas afectivas, de complejo de Edipo, de homose- sualidad dejada de lado. Quizé haya todo esto 0 quizd nada de esto: pero no es e30 lo importante ni es Io que cuenta. Lo que cuenta es, como él sismo dijo, que “la literatura, como todo arte, es a demostracién de que la vida no basta’. La trampilla de los meandros ; ‘Con Pessoa una de las grandes preocupaciones de Ia literatura de nuestra época, el Yo, entra en escena y comienza a reflexionar sobre si mismo. ‘A través de un planteamiento meticuloso, como de informe psicoanalitico, la heteronimia no es 41 ms que la vistosa plasmacién en literatura de to- dos los hombres que un hombre inteligente y hi- cido cree ser. Es verdad que se podria afiadir que | ‘quiza en ninguna otra época como en la nuestra el hombre inteligente y Iicido ha sospechado tan- (o ser ottos hombres. Una sospecha que Nerval habia tenido tiempo de susurrarle a la platea (Je suis fautre”) mientras el telén cafa sobre el siglo xix, ¥ que el diablillo Rimbaud, atravesando el paleo literario como un meteoro, habla subversi- vamente gritado, en la carta a Paul Demeney, el 15 de mayo de 1871: ‘JE est un autre”. Pero es evidente que Pessoa, con el cuidadoso borrador de los diferentes guiones atribuidos a Un bai eno de gente cada uno de sus otros, obra no sélo en la dizeccién vertical de la ittesponsabilidad del creador, tipica de las poéticas roménticas tardias (no obstante este elemento irracional e incontrolable esté pre- sente en los puntos fundamentales de su obra, co- mo en el automatismo con el cual sostiene haber escrito el primer heterénimo) sino también en la direccién del creador que se hace responsable y dominador de un acto inicialmente irresponsable, ¥y que se mueve en el plano horizontal de un sis. tema. En tal sentido se puede decir que una de las més asiduas problemiticas de nuestro siglo Pessoa la habia resumido ya, anticipadamente, en la atribucién del juego de tas partes de su sistema, Digo anticipadamente porque “el dia triunfal de su vida”, cuando el oculto Caeiro (y después de él le tocard la vez. a Campos y a Reis) sale a la luz y comienza a poetar, es tin dia de marzo de 1914, y €l Novecento de los hombres que por la trampilla de la literatura se introducen en los subterréneos del Yo (Bret6n y sus seguidores por una parte; el ‘Svevo de La conciencia de Zeno, el Pirandello de Uno, ninguno y cien mil, el Joyce de Finnegans y el Machado de Juan de Mairena por otra), ese nue- vo siglo todavia estaba por inventar’. La heteroni- mia o el hombre multiple; o también, paradéjica- mente, la patologia y al mismo tiempo terapia de la soledad. Soledad que es también el otro aspec- to y significado del sistema heteronimico, y es Un bau Hene de gente también, conjuntamente con el Yo (y su directa consecuencia), el otro gran protagonista de nues- tro siglo, Porque, evidentemente, con el Yo secun- ‘dum non datur: el Yo es una mirada hacia dentro, y s6lo en esta direccién: el mierocosmos se trans- forma en macrocosmos, el sujeto excluye al obje- to, es més, el sujeto se convierte en el objeto de si mismo, se coloca a s{ mismo como otro diverso de si, No hay ya otro, sino el alter ego: el heteréni- mo. La heteronimia, en su multitud, es de hecho tuna soledad que puede asumir también dimensio- nes metafisicas y que constituye verdaderamente el otro gran nudo de Ia cultura de nuestro siglo (Kafka, Heidegger, Camus, Beckett) stow s6, como ninguém ainda esteve, aco dentro de min, sem depois nem antes. Estoy solo, como nadie To ha estado todavia,/ va- cio dentro de mi, sin antes ni después.) Asi sonaban dos versos de una de las primeras poesias (1917) de Alvaro de Campos. De aquel Campos que en Passagem das Horas nos revela grandiosamente, casi ferozmente, el secreto de su nica multitud: Un bail leno de gente |= Multipliquei me para me sentir, para me sentir, precisei sentir tudo, transbordei, nao fiz endo extravasar-me, despi-me, entreguei-me, hd em cada canto da minha alma un altar a um [deus diferente (Me he multiplicado para sentix,/ para sentirme, he debido sentitlo todo,/ estoy desbordado, no he hecho sin rebosarme,/ me he desnudado, me he dado,/ y en cada rineén de mi alma hay un altar a un dios diferente.) Peto la soledad metafisica es sélo el plano “al- to” de la soledad de este portugués enigmatico que al comienzo del siglo fijé en poesia los temas mas angustiosos de la literatura que le seguiria: en un plano “bajo” esté también la soledad del hombre, la monétona vida de un empleaducho asumida como metéfora de una soledad existen- cial que no prevee compaiifas de ningtin género, ni humanas, ni ideolégicas ni religiosas. Y quizé seria necesaria una incursién en su biografia, a pesar de que provoque una sensacién de males- tary casi de culpa, visitar Ia existencia de seme- Jante personaje, profanar aquel cuchitril griséceo tan pertinazmente elaborado bajo el cual Fernan- do Pessoa vivié su imperceptible vida de insecto pequefio burgués, Un bail Hene de gente Bscribir, vivir Pero, ¥ es necesario decitlo como preémbulo, ‘también esta existencia “hace Novecento”! Si se piensa que en aquellos afios en la escena literaria campean los oros y los damascos, la decadente suntuosidad de los Huysmans y los D’Annunzio, las figuras rimbombantes y superhumanas, nos damos cuenta de cémo son residuos de otra época, restos de un siglo xxx nauftagado. Y comprendemos tam- bién cudn contempordnea fue la existencia de Pes- soa, quintaesencia y paradigma de aquellas exis- tencias burguesas de los Valéry y de los Svevo, 0 ‘mejor, de Monsieur Teste y Zeno Cosini més que de valéry y Svevo mismos, més kafkiano que un per- sonaje de Kafka: prototipo del hombre-nulidad, del pobrecillo, de! empleaducho con una vida hecha de melancélicas habitaciones alquiladas, de uno ‘que un dia podrfa levantarse como Gregor Samsa. HH, Pessoa, es también en Ja vida un personaje ejemplar de Ia literatura de nuestro siglo. Se po- dria decir que Valéry con Monsieur ‘Teste, Svevo con Zeno, y Kafka con el Agrimensor 0 con K., han querido ejemplificar, de alguna manera, su propia vida bajando el tono en alguna octava, reducién- dola en literatura a infimas condiciones existencia- les. Pessoa dicho rol lo ha vivido realmente. 1a soledad de Pessoa es, al comienzo, un pro- dueto de las eircunstancias. En 1893 la desapari- ‘Un bal Meno de gente cin del padre tuberculoso, cuando Fernando tie- ne s6lo cinco afios: la muerte del hermano pe- queiio al afio siguiente (justamente ese aio apa- rece la figura de Chevalier de Pas); el silencio de luna casa marcada por el luto y la locura, el ingre- so de la abuela en un manicomio de Lisboa; y después el desarraigo, Ia partida para Durban donde reside el padrastro, el comandante Joao Miguel Rosa, cénsul portugués en Sudéfrica; por liltimo, la adolescencia y la juventud sudafricana que nunea, ni tan siquieta una vez, aparecen en su poesia; y sin embargo, fueron diez aitos, de 1896 a 1905. Viene en nuestra ayuda, para la evocacién de ese periodo por él nunca recorda- do, tan obstinadamente apartado de la memoria y desterrado de la poesia, la iconogratfia color se- pia del album familiar, las diversas fotografias, Una de ellas reproduce un exterior sin persona- Jes: la tosca capilla neogética y una parte del aus- tero instituto St. Josephis School de Durban don- de Femando asistia a las clases de primaria. Es una imagen andnima y comin, sobre la que la mi- rada podria pasar de largo: pero referida a la in- fancia de Pessoa nos habla de una educacién pu- ritana, de una pedagogia severa y represiva, de la época vietoriana vivida en un pais remoto, La se- gunda fotografia, una pose de estudio, es el car- net de identidad que toda familia burguesa deja ba, a través de la imagen de la prole, del propio Un baal Hleno de gente rol social, del gusto y estilo de vida, Fernando, de unos diez afios, viste el uniforme escolar, una blu- sa oscura con lazo en el cuello y bombachos con Ios calcetines hasta fa rodilla, media mano torpe- mente metida en el bolsillo. El retratista le ha co- locado el canotier con la cinta de sefiorito en uno de aquellos atroces troncos de érbol que a los es- tudios fotograficos de inicio de siglo les gustaba tanto, La tltima fotografia, la més leal, se sustrae al c6digo de la representacién social, La instanté nea sorprendi6 al grupo de familia en las escale- ritas de su casa de Durban. A la derecha esté el comandante Rosa, de paisano, ya grueso y madu- +0, con una rotonda cara arisea y pese a todo bon- dadosa, que sostiene al peniiltimo de sus hijos. A la izquierda Ia sefiora Magdalena, envejecida por sus precoces canas, con el titimo nacido en sus rodillas; y sentado en mitad de la escalera, al la- do de la hermana pequefia aunque distante de ella, Fernando adolescente, tn jovencito delgado con los hombros cafdos, las manos entrelazadas agarrando la rodilla, la boca apretada con tn im- perceptible gesto melancdlico y los ojos perdidos més alld del objetivo. Mantiene una postura ine6- moda, como impaciente, de quien se siente tran- sitorio y fuera de lugar: no es impensable leer en su rostro la saudade de Ia Lisboa de los afios en Jos cuales era “feliz.y nadie habfa muerto”. ‘Un bal eno de gente No tempo em que festejavam o dia dos meus anos eu era feliz e ninguém estava morto Na casa antiga, até eu fazer anos era uma tradi¢ao Ide hd sécolos, € a alegria de todos, ¢ a minha, estava certa como Fuma religiéo qualquer. En el tiempo en el cual festejébamos mi cum. Pleafios/ yo era feliz y nadie habfa muerto,/ En la gua casa, incluso mi cumpleafios era una tra- dicién seculat/ y la alegria de todos, y la mia, era segura como cualquier religién.) Alvaro de Cam. os, Aniversério, Se trata de una Lisboa que vive dentro de él en Ja imagen incontaminada de la memoria infantil: inrepetible ¢ irrecuperable (pero esto Fernando todavia no lo sabe, podré escribirlo sélo muchos aiios més tarde): Outra ves te revejo, Cidade da minha infincia pavorosamente perdida... Cidade triste e alegre, outra vez sono aqui Eu? Mas sow eu o mesmo que aqui vvi, ¢ aqui volte, E aqui tornei a voltar ea voltar E aqui de novo tornei a vottar? Un bast ‘Ou somos todas os Eu que estive aqui ou estiveram, ima série de contas-entes ligadas por um [fio-meméria ‘Uma série de sonhos de mim de alguém fora de mim? (De nuevo te vuelvo a ver/ ciudad de mi infan- cia temorosamente perdida.../ Ciudad triste y ale- gre, donde suefio una vez mis,./ 2Y0? éPero, soy yo el mismo que aqui vivié y que volvié, y que contimia volviendo y volviendo?/ 20 bien somos nosotro3 todos los Yo que aqui vivi o vivieron,/ tuna serie de perlas-entes ligadas por un hilo-me- moria,/ una serie de suefios sofiados por mi o por alguien ajeno a mi?), Alvaro de Campos, Lisbon Revisited -1926, Fernando regresa a Lisboa en 1905 para matricu- larse en la Facultad de Letras con su diploma y el Queen Victoria Memorial Prize obtenido en el exa: men de selectividad de la Universidad del Cabo. Evidentemente no ha sabido resistirse a la tenta- cién de las memorias infantiles, Pero ya su soledad Ia lleva consigo, incluso como formacién cultural. Bs la soledad del estrangeirado, del extranjero en su patria, del aldglota; una soledad semejante a la del “aleman” Kafka y del “francés” Becket. Bien es verdad que fuera de esto, como reaccidn, est el Portugués obstinadamente reaprendido, la lectura fatigosa y voraz de la literatura nacional, y tam- ‘Un bail leno de gente se bign la agitacién del intelectual, los proyectos edi. toriales (ruinosos), la aventura vanguardista. Pero dentro esta también la incapacidad de integrarse en la realidad, el sentido de la inutilidad de todo y la extrafieza de todo, el deseo de la seguridad y la costumbre, que se plasma, una vez. abandona- dos los apuntes universitarios, en el refugio que le confiere su condicién de empleado, caracterizada por el vaivén entre el horario de oficina y la habi tacién alguilada. Sus notas personales, que por Ia noche redacta en el idioma que le sirve para ha: blar consigo mismo (el inglés), rezuman soledad, Ademas del cuaderno miscelénea de apuntes di- versos (critica, filosofia, Iecturas, pensamientos varios), hay un pequefio diario redactado en ese estilo neutro e impersonal, de expediente, que a veces Pessoa emplea en los escritos que lo afectan en primera persona: es esa descarnada autocritica de sus jomnadas entre febrero y abril de 1913, y no necesita comentarios por la desolacién y la sole: dad que demuneia sin querer. Finalmente la fatidica noche de marzo de 1914, el arto del primer heterénimo, y por tanto de la lo- ‘cura ficticia. O, como he dicho antes, de la terapia de la soledad. Soledad de un hombre que se refle- Jaré a su vez en la imagen especular de tres hom: bres solos. De las partidas de nacimiento de Caci ro, Campos y Reis, redactadas con mucha minucio- sidad, falta cualquier tipo de compaiia, familiar 0 ‘Un bad Heno de gente sentimental. No s6lo eso: también ellos, como su padre, son desplazados, marginados: Reis vive en un exilio voluntario en Brasil, a causa de sus ideas monarguicas; Campos, ingeniero naval licenciado en Glasgow, vive sin trabajo en Lisboa; Caeiro, que tiene ya en st partida de nacimiento el certifieado de defuncién (era de 1889 y murié en 1915, un afio después de su nacimiento como heteténimo), vivid siempre en el campo, con una vieja tia. Y desde el momento en que la soledad se hace triple, cualquier posible valencia esta saturada: desde entonces Fernando Pessoa se convierte en un circuito cerrado, en un sistema autosuficiente Ia crénica literaria registra su confraternizacién con los intelectuales portugueses de la época (es- pecialmente con Mario de Sé-Carneiro): pero es una relacién que se circunseribe principalmente a la esfera intelectual y cultural, con un comporta: miento siempre comedido y reservado en el plano humano y afectivo; la erdnica privada registra su amistad sentimental con Ophélia Soares Queiroz, ‘una sefiorita de buena familia lisboeta, empleada en una de las empresas para las que él traducia, en inglés y en francés, cartas comerciales: y es tuna relacién que se desarrolla en un plano donde estd presente lo doloroso, lo motboso y quiz la autolesién, Pessoa le escribe cartas de amor que os asombran en un hombre como él por su tono de “noviazgo normal”, ¥ el juego prosigue asf, en ‘Un bad eno de gente st tuna atmésfera que podria ser s6lo tierna y patéti- ca sino se tuviese la sospecha de algo viscoso y absurdo. Por otro lado, es dificil juzgar la carta en 1a cual Fernando, que sabia que Ophelia era pia- dosa y creyente, le invita a rezar por el amigo A. A. Crosse, gran aficionado a resolver acertijos y que participaba en un millonario concurs de adivinanzas organizado por el Times de Londres: ‘ya que si el amigo Crosse resultase vencedor de la ingente suma, se comprende que generosamente le ha prometido a Fernando una parte del dinero con la finalidad de que él y Ophélia puedan com- prar cuanto necesitan para casarse. Sélo que A. A. Grosse existe en la misma dimensién en que exis- ten Reis, Campos y Caeiro. No obstante sea una simple broma, de la que evidentemente Ophélia esta al corriente, no es tan simple como se podria pensar, dadas las relaciones tan complicadas que existen entre Pessoa y sus heterénimos. Un hombre, muchas vanguardias Considero que la incursién en la biografia podria detenerse aqui. Por lo demas, no es tanto el nivel “bajo”, ni es tanto el hecho privado (también es ¢¢s0) lo que Pessoa comparte a través de la poesta; sino més bien al contrario, decantado por cualquier historia de lo individual, nos hace participes del pa- radigma de una condicién existencial que no lo afecta a él solamente, sino al hombre de su tiempo. ‘Un basi leno de gente Pero Fernando Pessoa, ademés de la vida privada hecha de oficina y pensién, de puntualidad y sole- dad, ha vivido también otra vida. Cuando vuelve a casa tras su jornada de horarios, quiténdose las ‘mediomangas de escribiente, el empleado Fernan- do se transforma. E inventa la vanguardia portu- guesa. Es més, las vanguardias. Durante veinte aitos, de 1910 a 1930, la vida cultural de su pais estuvo marcada por él, Primero se cubrié con los vestidos de poeta “patilico” (los textos claves: Im- pressées do Creptisculo, Hora Absurda, 0” sino da ‘minha aldeia): de dificil traduccién para otras lati- tudes culturales, pero que seguramente es cosan- ‘guineo del simbotismo tardio y del liberty: algo co- ‘mo una acentuacién morbosa y delicuescente del corfismo y que encuentra afinidades selectivas en ‘Campana, Klimt, Gaudi. Sin embargo, la parte del “pailico” lo cansa pronto. En 1914, volviendo a st mismo del primer viaje heteronimico (Alberto Caciro), codifica en Chuva Obliqua el interseccio- nismo: movimiento del que él sera el maestro y su tinico seguidor verdadero, y que cuaja en poesia los fermentos de la época: Delaunay, las descom- posiciones futuristas, la atonalidad y las teorias de Ia fisica en el espacio y en el tiempo. Como un Fre- goli ‘ afectado por el raptus del transformismo, el empleado Fernando se exhibe en una secuela de niimeros prodigiosos: es el hombre principal de “Orpheu’” y uno de los futuristas de “Portugal Fu- ‘Un bail Heno de gente turista”, es el movimiento sensacionista Alvaro de Campos que escribe un ultimdtum a los mandari. nes literarios de la época, es el escritor autométi- ‘co que compone bajo la dictadura de un Maestro desconocido, es el anticonformista més escandalo. 80, es el elasicista tranquilo y pacifico de “Athena”, es repetidamente invitado de honor, saludado co- ‘mo el jefe de una escuela, de la mas prestigiosa re vista de los afios treinta, “Presenca”, Evidentemen: te el empleado de oficina que es tiene siempre al: g0 para todos, su riqueza es inagotable. Pero sobre sus mondlogos est por caer el telén, La galaxia heteronimica Ciertamente bastarfa tener en cuenta la impor tancia de los problemas que Pessoa trata (la Con ciencia, el Yo, la Soledad) y la inquietante mane ta de plantearlos (la heteronimia), para hacer de luna de las piezas claves de la poesia contempo: rénea, una figura turbadora e imprescindible de nuestro siglo. Pero eso no es todo. Porque Pessoa no creé cuatro poetas (por referimos tinicamente a los personajes mayores) sélo para glosar st so- edad. En realidad, cada uno de ellos debate a su vez, y de forma dramatica, los grandes temas del pensamiento y de la poesia de nuestro siglo. El or. ténimo es lo exotérico y lo mistico de las poesias herméticas y de Mensagem, el esteta que desbare ta el paulismo para después experimentar en lt Un bad Heno de gente vanguardia interseccionista de Chuva Obtiqua las nuevas sugestiones de espacio y tiempo que el si- glo esta descubriendo; pero es también el escalo- frlo metafisico, el terror del hombre frente a las cosas, e! mal de vivir y la autognosis, el dolor de Ja guerra. Campos, el Futurista contradictorio, ar- diente y angustiado, es la e6lera gnoseolégica, cl hombre que busca “el anillo que no tiene” y que se entrega a la terrible plausibilidad de lo real. Caciro, el fenomenslogo, es el Ojo, el olimpico y al mismo tiempo tenebroso conocimiento del mundo. Reis, el mondrquico en el exilio que tiene a Horacio como libro de eabecera es, con su extra- iio neoclasicismo, la irénica aceptacién de un ‘mundo incomprensible e inmutable. Esto, en po- quisimas palabras, porque después cada uno de clos es un pocta contradictorio, dotado de com- plejos mecanismos, de intrincados cireuitos psico- légicos, de diversas y contrastantes ascendencias, culturales: un universo, como lo es todo hombre. Y junto a estos universos hay otros nebulosos sis temas, estrellas Iejanas de las que apenas si nos lle- ga una debil luz, pequerios satélites, meteoritos ‘que arden durante tn instante y desaparecen en la noche, fragmentos: se trata de Anténio Mora, fil6- sofo internado en la clinica psiquidtrica de Cascais, autor entre otras cosas de paginas ejemplares so- bre el paganismo; de Raphael Baldaya, especula- dor paradéjico y nihilista, autor de un Tratado da ‘Un bal leno de gente 5 Negaciio; de Bemando Soares, semiheterénimo por definicién, autor de un sublime diario titulado Livro do Desassossego (Libro del desasosiego, Barce- ona, Seix Barral, 1984, trad. de Angel Crespo), ‘que canta al Universo en las barberias. ¥ con ellos, otros personajes escurridizos que la critica ha la. ‘mado subheterdnimas, denominacién que revela, en la embarazosa terminologia, la fatiga de la exé- gesis frente a la complejidad de la obra, casi como si se tratase de un sistema de orden natural en el cual para aclarar es necesario crear categorias de familias, de especies y subespecies: A. A. Crosse, cespecialista en acertijos, que vivié para partipar en los eoncursos de adivinanzas del Times; Frederico Reis, primo del célebre Ricardo, critico y literario; Alexander Search, responsable de algunos cuentos cen inglés, de textos filos6ficos y exotéricos, del que también queda entre los papeles del bail una no- ta de un pacto con Satands; C. Pacheco, autor de ‘una composicién pottica, hasta ahora la tinica no- ta conocida en la estela de la tradicién automatica, Y ademés: Charles Robert Anon, Vicente Guedes, Abilio Quaresma, el Bardo de Tieve... Nombres, fr: mas perdidas, semejanzas. Llegados a este punto, el hecho heteronimico se convierte realmente en tuna galaxia en la cual se pierde Ia orientacién, de la que quizd se pierde el sentido. Sin duda, Pes- soa ¢s la heteronimia: hablar simplemente de art ficio literario serfa suficiencia y presuncién. ‘Un basi Heno de gente Falta siempre algo ¥ dei, como se ha dicho, que cada heterénimo (pero la cuestién seria valida s6lo para los heterd- nimos mayores, al menos por ahora) es un capiti- Jo de un tinico poema, un momento de vida, nos deja saisfechos sdlo parcialmente, porque el “Poe- 1a” de Pessoa actia en una dimensién sinerénica, todo acontece contemporéneamente, el tiempo parece extinguido, De hecho, cuando Pessoa pre- gunta a Caeiro la descripeién de un objetivo real en cuya apariencia creer, Campos ya ha devorado las apariencias y se ha rendido a su plausibilidad, Reis se ha contentado ya, epictireamente, con lo due To real le oftecia, y Pessoa orténimo ha esca- pado ya a ese mismo real para buscar en otra par- te una respuesta y una razén. De un modo seme- jante al Observador Inercal de la teorfa de la rela tividad de Einstein (a la cual Alvaro de Campos compara su Estétca no-aristotélica), Pessoa se con- vierte en Observador Inercial de su vida: consigue vivir sinerénicamente su diacronia, Es como decit que él vive toda su vida siempre y sibito, {Pero cusintas vidas hay en una vida? Probemos a ver la vida de una persona a través de las fotogra- fias de épocas diferentes: éno nos dard un escalo- frio de temor?

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