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En plena crisis financiera, frente al descaro de los grandes bancos, los líderes
políticos de los países capitalistas, golpearon la mesa. Los más audaces, ante
el temor a cuestionar profundamente el sistema, llamaron a una moralización del
capitalismo. Sin embargo, desde entonces, las promesas han desaparecido; sólo qu
eda la mistificación.
Con una perspectiva más extensa –ya que aquí está en juego el poder de la políti
ca–, lo que hay que rechazar es ese tipo de realidad que por lo general se adjud
ica a la economía: una realidad objetiva y absoluta, decretada independiente de
los hombres (cuando son ellos los que la hacen) y sometida a leyes implacables,
análogas a las de la naturaleza y que, por supuesto, no habría que juzgar: no se
critica la ley de la gravedad… incluso cuando ocasionalmente pueda hacer mal. E
sta deriva intelectual lleva un nombre: economismo, que no sólo consiste en erig
ir la actividad económica como valor primordial, subordinando a ella todos los o
tros, sino en considerar que está hecha en lo esencial de procesos sustraídos de
la responsabilidad política.
Sin embargo hay que comprender que, si bien existen muchas leyes de economía cap
italista, éstas son estrictamente internas a un cierto sistema de producción reg
ido por la propiedad privada; pueden ser modificadas e incluso, en un principio,
abolidas si se cambia de sistema. Por ello hay que ver en esas leyes reglas de
funcionamiento de un determinado tipo de economía (que no es el fin de la histor
ia), que organizan un cierto tipo de relaciones prácticas entre los hombres y qu
e tienen, ellas mismas, un estatus práctico. Fueron instituidas (hasta a nivel m
undial, en la actualidad), por lo que pueden ser modificadas. Lo cual significa
que las llamadas “leyes económicas” se someten directamente a la legislación de
las leyes morales, como todo lo que concierne a la práctica.
Por esta razón la propia “ciencia económica” no podría ser una ciencia pura, vir
gen de juicios de valor. Tal como las ciencias sociales en general, y de acuerdo
a la naturaleza de su objeto –están implicadas personas–, la “ciencia económica
” compromete valores, al menos de manera implícita; aprehende la actividad human
a y orienta el análisis de lo real en tal o cual sentido, que puede aprobarse o
no.
El economista estadounidense Albert Otto Hirschman lo señaló al subrayar la comp
lejidad, a menudo inconsciente, de la ciencia económica y de la moral. Observó q
ue “la moralidad… ocupa el centro de nuestro trabajo, a condición de que los inv
estigadores en ciencia social estén moralmente vivos” (9); formula pues el deseo
de que las preocupaciones morales sean explícita y conscientemente asumidas por
la ciencia social –volviendo a Marx, cuando afirma en los Manuscritos de 1844 q
ue la economía es “una ciencia moral real, la más moral de las ciencias” (10)–.
Queda por saber cuál es esta moral que nos pide que nos preocupemos por la econo
mía y no la consideremos como una realidad ante la cual la política debería incl
inarse fríamente. En primer lugar, conviene romper con una visión moral de lo hu
mano replegada a la esfera de las relaciones interpersonales y que sólo se inter
esa por las virtudes y los vicios individuales. En cambio, hay que admitir que,
distinguida de la ética y en consecuencia referida a las relaciones con el próji
mo (11), esta moral debe aplicarse al conjunto y por lo tanto a las relaciones s
ociales en su globalidad, es decir a la vida política (en sentido estricto, a la
s instituciones), social (siempre en sentido estricto, a los derechos sociales)
y económico.
Sin embargo, si bien empezó a ocupar los dos primeros campos desde la Declaració
n de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 hasta la de 1948, sería des
eable que se detuviera ante las puertas de la economía. Hay que eliminar esta pr
ohibición, considerando una política moral que sea también una economía moral, e
s decir una política que cumpla con los valores morales, incluso en el campo eco
nómico.
Pero entonces, ¿qué valores y qué política? La respuesta puede encontrarse en la
fórmula que enunció Immanuel Kant y que se une al sentido moral común: el crite
rio de lo Universal ordena respetar al otro y no instrumentalizarlo, y exige pro
mover su autonomía. Libre de cualquier segundo plano metafísico o religioso, exi
ge que suprimamos la dominación política (ejercida en parte a través de instituc
iones democráticas), la opresión social (hecha en parte a través de los derechos
que el movimiento obrero conquistó a partir del siglo XIX), pero al mismo tiemp
o la explotación económica: lo que todavía no se consiguió. Recién al hacerlo pr
otegerá y profundizará, mediante la política, las adquisiciones morales obtenida
s en los otros campos.
En verdad la moralización del capitalismo se revela rigurosamente imposible, ya
que este es en sí mismo inmoral, se pone al servicio de una minoría afortunada,
instrumentalizando a los trabajadores y negando su autonomía. En realidad, exigi
r su moralización debería llevar a exigir su supresión, cualquiera fuese la difi
cultad de la tarea.
Y.Q.