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La trastienda de La Reina del Sur: A la caza del narco, por ARTURO PEREZ-REVERTE Resulta extrafio c6mo pueden coincidir a veces la rea- lidad y la ficcién. José Luis Dominguez, el observador del pajaro, est4 atento a la pantalla del visor térmico de Argos, la nave del cielo que lleva un gran ojo nocturno en la proa. «Todavia no nos han visto», dice. En la pantalla, mientras el helicéptero de Vigilancia Aduanera vuela en la noche, acercdn- dose a la playa desde el mar, la goma es una mancha alargada en la orilla, y los malos una docena de siluetas que se mueven alrededor acarreando fardos de treinta kilos de hachis. La semirrigida de nueve metros a la que seguimos el rastro ha ido a varar en una playa oscura de Guadalmina Baja, a poniente de Marbella. Y mientras Javier Collado, el piloto, lanza el pajaro sobre ellos a ciento cincuenta nudos de velo- cidad, no puedo evitar una risa incrédula. Esos tios estan ali- jando el hachfs a pocos metros de la casa de Teresa Mendoza, alias la Mejicana, compruebo asombrado. Ni a propésito. Cualquiera dirfa que acaban de leerse la maldita novela, 0 que salen de ella. Veintinueve meses de trabajo concluyen esta noche, aqui mismo, sobre la playa. Quinientas cincuenta paginas que he querido rematar en uno de los escenarios de la historia, para recordar los tiltimos detalles —estoy a tiempo de corregir las galeradas— y también como excusa para salir una noche mis de caza con los viejos amigos, ahora que la realidad se mezcla en mi cabeza con la ficcién hasta el punto de que resulta imposible separar una de otra. En realidad nadie pone en una novela lo que no tiene. Ni harto de whisky. Yo, por lo menos, las construyo con lo que he leido, con lo que he vivid y con lo que imagino. Como cualquiera, supongo. Como cualquiera, naturalmente, que haya leido, que haya vivido y que sea capaz de imaginar juntando letras y palabras mientras lo hace. Cada uno es cada uno. En cuanto a la escena que vivo esta noche, suspendido entre ciclo y mar en la cabina del BO-105 de Vigilancia Aduanera, ya Ia vivi muchas veces como reportero, en otro tiempo, cuando entre viaje y viaje de la cosa bélica venia de caza al Estrecho; porque Gibraltar era la principal base contrabandista del Mediterraneo Occi- dental y las imagenes eran rentables y espectaculares, y habia adrenalina a chorros, y encima abriamos con esas imagenes los telediarios y nos lo pasébamos —Mrquez, Valentin, los viejos colegas de la Betacam— de cojén de pato. Pero de eso hace la tira, Desde entonces han cambiado las cosas; y ade- mis, esta noche, lo que hago no tiene fronteras claras entre lo imaginado y lo vivido. Gracias a los viejos amigos de Aduanas —la agenda de un antiguo reportero contiene de todo—, ahora no vuelo para la tele, como cuando era un mercenario mis 0 menos honesto, sino que vuelo para mi. Para la novela en Ja que trabajo desde hace veintinueve meses: la joven meji- cana que huye a Espaita y tras un largo y accidentado camino de doce afios se convierte en la reina del narcotrifico en el Estrecho de Gibraltar. Y lo paradéjico es que, en la historia que se cierra esta misma noche, el escenario que elegi hace mucho tiempo para la imaginaria residencia espafiola de la protagonista, Teresa Mendoza, la Reina del Sur, esté a menos de quinientos metros de la playa donde ahora el helicép- tero de Vigilancia Aduanera cae del cielo sobre la planeadora contrabandista. Lo que tiene mucha guasa, o al menos la tiene para mi. Y lo mas curioso es que ni los hombres que estén en tierra ni los que se encuentran en Ia cabina aqui arriba saben nada de eso. «Ya ves», me digo. Chaval. «Qué extrafias son las coincidencias y las bromas de la vida.» ‘Todo empez6 hace tiempo, en una cantina mejicana. Estaba con mis carnales de alla, dindole al tequila, y alguien puso en la rockola el corrido de Camelia la Tejana. Narcocorrido, para ser exactos. Nueva épica de esa fronte- ra que sigue estando, como dijo no sé quién, tan lejos de Dios y tan cerca de los pinches Estados Unidos. Alli, las canciones populares hablaban antes de Pancho Villa, de la Cucaracha y de Adelita; ahora hablan de avionetas Cessna y cuernos de chivo, de perico y de mota, de cargas de la fina en Ilantas de coches rumbo a la Unién Americana. «Veinte mujeres de negro al panteén van a llegar», dice una cancién. «La lealtad de un pistolero se respeta y se le admira», dice otra, Aquello es un mundo fascinante y terrible: el México duro, la violencia, la raya del Bravo, la mariguana de la sie~ rra y todo eso. Tipos bigotudos con botas de iguana, con pistolas fajadas a la cintura y con escapularios del santo Malverde, el patrén de los narcos. Tijuana. Sinaloa. Délares. Lugares donde morir de forma violenta es morir de muerte natural. Y mientras sigues vivo, compadre, pues lo disfrutas para cuando te den picarrén y todo te falte: buenos coches, vino, lujo, mtisica y mujeres. «Porque mas vale vivir cinco aiios como rey», me dijo en Culiacén, Sinaloa, el Batman Giiemes, con un plato de carne demasiado hecha en una mano y una cerveza Pacifico en la otra, mirindome muy fijo. «Mas valen cinco afios como rey», repiti6, «que cin- cuenta como buey. Chale.» Y eso es el narcocorrido, ni mas ni menos. Vas por la calle y, aunque esté prohibida su difasién, lo oyes todo el tiem- po en las tiendas, en las cantinas, en las radios de los coches. Pacas de a kilo. Carga Indeada. La muerte de un federal. ‘También las mujeres pueden. La banda del carro rojo. Todo real como la vida misma. Tres minutos de misica y palabras con las que los grupos nortefios, que salen en las cubiertas de los cedés con avionetas al fondo y pistolas del 45 en el cinto, cuentan historias estremecedoras y fascinantes de contra- bandos, pases de frontera, leyendas de hombres y inujeres muertos o que van a morir. Ese mundo me quedé ahf, en la cabeza. Archivado a la espera de quién sabe qué. A fin de cuentas, la trastienda de un novelista es una mochila donde vas echando cosas, y un dia las sacas y las ordenas y las mezclas con otras y te sale wna his- toria. O varias, El dia que of el corrido de Camelia la Tejana senti la necesidad de escribir yo mismo la letra de una de aquellas canciones. Pero no tengo ni idea de miisica, ni sé resumir en pocas palabras historias perfectas como las que esa raza cuenta. Carezco del talento de los Tigres del Norte o los ‘Tucanes de Tijuana, o de Chalino Sanchez, que era composi: tor, vocalista y gatillero de las mafias, y lo abrasaron a tiros, todo exquisitamente canénico, al salir de una cantina, en Sinaloa, por el narco o por una hembra. O por las dos cosas. Asi que, tras darle muchas vueltas al asunto, decidi escribir un corrido de quinientas paginas y mezclar en él dos mundos, dos fronteras, dos tréficos. El estrecho de Gibraltar y el norte de México. Recordar cosas viejas, aprender cosas nuevas. ‘Mezclar lo vivido con lo leido y lo imaginado. Vivir de nuevo y vivir més, Ser por fin uno mismo quien, frente a la hoja en blanco, escribe Ia letra de su propia cancién. Eso es agrada- ble, y hasta il, cuando a partir de cierta edad comprendes que hay més camino recorrido que por recorrer. Te permite encarar viejos fantasmas, serenar recuerdos y remordimien- tos. Comprender. En realidad es para eso para lo que uno lee, o escribe. Por lo menos es para lo que leo o escribo yo. «Vamos allé», dice el piloto. Abajo, en la playa, los malos no nos ven hasta que tienen el pajaro encima, cuando Ja sombra negra parece salir del mar y Javier les mete el foco en los ojos, y corren en desbandada, arrojando los fardos Maricén el iltimo. Los hemos pillado justo en el momento: demasiado pronto tiran el hachis al mar, demasiado tarde se largan por tierra y se escapan a bordo de la planeadora vaca. Las palas volando a dos metros del suelo levantan torbellinos de arena, y entre ellos se tira José Luis Dominguez, blan- diendo la linterna a modo de arma mientras grita, alto, Aduanas, alto, mientras los malos, que no le hacen por supuesto ni puto caso, corren como conejos y el oleaje atra- viesa la goma abandonada en Ia playa. Hasta hay un cojo, lo juro, que deja la muleta en Ia playa y sale zumbando a saltos sobre la pierna sana, Pero lo que interesa es asegurar el hachis: esta noche slo somos cuatro porque todo fue répido y no hubo tiempo de avisar a nadie en tierra, y ya me dirén cémo se para a once o doce tios alumbrindolos con una lin- terna. Ademis, si aparece ahora la Guardia Civil, teme José Luis, y te pillan descuidado, le echan mano a los fardos y se apuntan el servicio. «Que para eso los picos madragan que te cagas, oye.» Y Jesucristo dijo hermanos y tal, pero nadie dijo primos. Asi que los pilotos maniobran el pajaro acercéndolo mis a la playa, José Luis le pone un pirulo con destellos azules al hachis, y los malos, qué remedio, se piran por esta noche, porque lo que es yo no voy a ponerme a perseguir a nadie. Ni siquiera al cojo, que a estas alturas, salta que te salta, debe de andar ya por Estepona. El que suscribe es novelista y s6lo ha venido a mirar. Ademés, «qué carajo, también los malos son familiares», pienso mientras salto a mi vez del helicépt ro y me acerco a la planeadora para observarla de ceri, Varias de las escenas de Ia novela que acabo de termin transcurren a bordo de lanchas de goma como ésta, con cite gas similares a la que transporta. En otro tiempo mantuv@ también estrechas relaciones con los del otro lado de est frontera, a veces difusa, que solemos definir como la del deli« toy la Ley. Eso me ha permitido contar la historia de Teresi Mendoza precisamente desde ese lado: recrear las perse= cuciones nocturnas, la costa marroqui, las luces de los faros espafioles entrevistas en la marejada, cuando atin no habfi GBS y se navegaba a ojo, a puros huevos, del economato de Al Marsa derecho al norte, por ejemplo; 0 rumbo sesenta desde Ceuta, y al perder de vista el faro, rumbo norte, entre las farolas de Estepona y de Marbella. Narrar la forma de vida de los narcos del Estrecho, tal y como los conocf hace quit ce 0 veinte aos. Algunos de los viejos amigos de ese otto lado de la noche —entonces eran jévenes, y las planeadoras, el tabaco, el hachis y el mar suponian para ellos una gozosa y rentable aventura— ya no estén. Se han jubilado. Hola, adiés, Cémo pasa el tiempo, colega. Otros estin muertos: completa- mente RIP. Y a algunos, varios aiios en carceles marroquies Jos han vuelto casi irreconocibles, amargos y malos de verdad. En fin, Buenos y malos. «No mames», que dirfa Teresa Men- doza. En realidad es dificil hacer esa distincién a estas alturas de la novela y de la vida. Lo cierto es que ahora digo buenos © digo malos como referencia, porque de algiin modo tienes que llamar a la gente cuando te mueves entre ella. Pero la historia que acabo de rematar no juzga, ni define, ni nada de nada, No es una historia moral, entre otras cosas porque (ui reportero durante veintitin aiios, y si algo aprendi es a «lesconfiar de quienes dicen tener claro donde esta el bien y cl mal, y de las historias con fondo moral. Todo el mundo tiene razones para hacer lo que hace; y si uno se calla y mira ientando comprender, a veces comprende. En la historia de mi Reina del Sur imaginaria pero no tanto, el mundo del arco mejicano y espafiol es el escenario: el lugar donde transcurre la accién y por donde se mueven los personajes. Eso esté ahi, y cada cual puede sacar sus conclusiones. Yo me he limitado a contar la historia de una mujer. De una pava un poquito cabrona que al principio no sabe que lo es, o que puede serlo, y luego si. Doce afios de una vida sin ambicion y sin objetivos en la que, paradéjicamente, cada golpe, cada desgracia, puede empujarte hacia arriba. Qué cosas, no? Convertirte en leyenda. ‘También ellos son leyenda aunque no lo sepan, pien- so mientras observo moverse por la playa a los tripulantes del pajaro. Y también son cazadores natos, decido una vez més, Nadie se mete en una planeadora sélo por dinero. Ni loco. Nadie los persigue jugiindose la vida s6lo por sentido del deber. Ni borracho. Hay algo personal en todo esto. Reglas propias, eédigos intimos de cada cual. Hace muchisimo tiem- po que conozco a algunos de ellos, tanto dotaciones de heli- ‘Spteros como de turbolanchas HJ, y estos tios siguen asom- brindome. Vuelan de noche a ras del mar, empapados por el aguaje de las lanchas contrabandistas, se tiran en la oscuridad sobre planeadoras que huyen entre pantocazos a cincuenta nudos, aterrizan en playas estrechas y lugares imposibles, abordan mercantes cargados de cocaina en mitad del Atlintico. “Tengo un montén de cintas de video hechas con ellos en los vviejos tiempos: persecuciones increibles en Galicia, en el Es- trecho, a bordo del pajaro o planeando a cincuenta nudos en palmos de agua por la orilla, o entre las bateas mejilloneras, a oscuras y con la tnica luz del foco oscilante, los rostros de los contrabandistas mirando atrés, los fardos arrojados por a borda, el aguaje de la planeadora cegando al helicéptero, la adrenalina, el miedo, la caza. Chingale. La caza. Esa palabra acude constantemente a mi cabeza esta noche, y tal vez sea porque lo resume todo: lo que ellos hacen, lo que yo hago aqui; la novela que he escrito y de la que por fin, de esta forma casi simbélica y frente a tonelada y pico de chocolate fresco, acabo de librarme. A media historia, capitulo seis, necesité algo concreto. Imaginar sobre el terre- no, o més bien sobre el mar, el itinerario de una persecucién a lo largo de la costa espafiola, desde Punta Castor, cerca de Estepona —un sitio cojonudo para alijar hachis, dicho sea de paso—, hasta un lugar conocido como la Piedra de Leén. Anduve por la zona dandole vueltas, sin terminar de verlo del todo, hasta que la gente de Vigilancia Aduanera me sacé del apuro. Chema Beceiro, el patron de una HJ, me llevé de patrulla nocturna al mar, como en los viejos tiempos, y a bordo de esa embarcacién pude establecer, milla a milla, el itinerario que Santiago Fisterra alias el Gallego, el patrén de la planeadora Phantom en la que navega ‘Teresa Mendoza, sigue a lo largo de la costa en una escena de caceria nocturna donde sélo los nombres de los personajes son del todo fic- cién. Roooar. Como la vida misma. «Estoy sangrando como un jalufo.» José Luis, el obser vador del helicéptero, se ha cortado profundamente las manos con los cristales de una tapia al perseguir a los malos. ‘Tajos muy feos y sucios, asf que se enjuaga los cortes en el agua de la orilla antes de revisar el botin de hoy. «Por las aie infecciones», dice. El yodo y la sal y todo eso. Tan tranquilo. Hace un par de horas se tiré de noche en medio del Estrecho para revisar un pesquerillo sospechoso que se acercaba a la costa sin luces, y luego salié de allf agarrado al patin, en medio de una marejada que me hizo temer que terminara en el agua, Apenas subié a bordo le pregunté cunto cobra- ba por aquello, lo dijo, y todavia me estoy partiendo de risa. Atravesada, pero risa. Lo conozco hace mucho tiempo. Lo he visto tirarse a las gomas a oscuras, volando a cincuenta nudos sobre el mar, y liarse a hostias con los malos hasta que para- ban, o sacar a emigrantes de una patera volcada que se esta- ban ahogando, y hacerlo con una mar infernal, en la oscuridad. ‘Fambién cuenta unos chistes estupendos cuando tomamos copas © tapeamos por Algeciras, La Linea o donde Kuki, en Campamento. Ahora José Luis se pasea feliz entre los fardos captura- dos, revisa lo que han dejado atras los malos al poner pies en polvorosa. Ropa, comida, Me ensefia un permiso de resi- dencia espafiol a nombre de un marroqui, que en la foto pare- ce joven y guapo. «Mira este espabilao: foto de novia rubia espaiiola, que por cierto esta buenisima, y dentro, escondida entre una oracién del Corsn, foto de la novia seria que tiene en Marruecos, esta iiltima para casarse»... El foco del heli- céptero, que parece un monstruo detenido sobre la estrecha franja de arena, con las palas girando a dos metros escasos de las tapias y los érboles, alumbra los fardos de hachis. Mil dos- cientos kilos, calcula el veterano observador con un vistazo de experto, Pastillas de jabén, 0 sea aceite. Alta calidad. Un ter- cio en la playa, el resto atin a bordo de la planeadora. Subimos a bordo de la goma, a echar una ojeada cerca. El GPS de los malos todavia esta encendido, con la ruta marcada: de Cabo Negro, Marruecos, sur de Ceuta, en linea recta a la playa de Guadalmina Baja. Ahi lo tienes bien clarito, colega. Con points y con su puta madre. El bulevar del hachis. Javier Collado deja a Juan, el copiloto, vigilando el heli- céptero, y viene a reunirse con nosotros. Javier es mi amigo desde hace quince afios: desde aquella primera noche en que salimos juntos a cazar planeadoras gibraltarefias, él para Vigilancia Aduanera y yo para los telediarios, o para Informe Semanal, o para algo de la tele, ya no me acuerdo bien, y nos quedamos el uno con el otro para siempre. Durante mi vida como reportero volé muchas veces en helicéptero, en paz y en guerra, con pilotos militares y civiles, y jamas encontré uno como él. He tenido a pilotos espafioles, gringos y fran- ceses en casa, viendo los videos de sus cacerias nocturnas, y juro por mis muertos més frescos que los he visto ponerse palidos. Volando, Javier es fro como el hielo. Y doy fe con mi propio pellejo intacto. Como aquella vez que en plena noche, cegados por el aguaje de una Phantom gibraltareiia, pegados a su cabezén Yamaha de 250 caballos y al mar, Javier le par- ti6 Ia antena con el patin a la planeadora para incomunicarla dle quienes la estaban guiando por radio con unos prisméticos nocturnos y un walki desde lo alto del Pefién. Cirugia néuti- ca, se llama eso. O como aquella otra noche que, en plena persecucién, con mala mar, los malos nos hicieron una piru- Ja muy perra, tocamos con un patin una ola, estuvimos a punto de irnos todos a tomar por saco, se dispar6 un flotador y todas las alarmas, y Javier nos subi6 de alli con una sangre fria que todavia hoy me deja patedefud. La misma sangre fria que en otra ocasién —fuerte marejada, a oscuras y en mitad del Estrecho—, le permitié casi meter la panza del helicépte- ro en el mar mientras José Luis, de pie en un patin, sacaba del agua a los marroquies de una patera naufragada —ya se habia ahogado la mitad cuando los encontraron en plena noche— que al subir a bordo lo besaban, mud, mud, y José Luis se rebotaba porque para eso de los besos morunos es muy timi- do. La misma sangre fria con la que hace un afio, dejando la palanca al copiloto, Javier se tiré al agua para salvar a un con- trabandista cuya lancha habia zozobrado, y se ahogaba. O la que le hizo aterrizar hace unos meses en una playa persi- guiendo a otro traficante, varar el malo su lancha y salir zum- bando entre las dunas, bajarse Javier del helicéptero, correr tras él y darse una estiba de érdago —esta vez gané el bueno—, como quien deja un coche con las puertas abiertas en mitad de la calle. Tal cual. De las doce mil horas de vuelo que acaba de cumplir, las cuatro quintas partes las ha hecho volando de noche. Es leyenda viva, y yo he visto a los contra- bandistas, al reconocerlo, darse con el codo y mirarlo con respeto. Abf va ese hijoputa. Fijate, oye. El piloto del pajaro. Y quiero tanto a este cacerefio volador que hasta lo he meti- do en la novela, con nombre y apellidos. De personaje. Me lo prohibié, claro, porque todo lo agresivo que resulta cuando esti allé arriba lo es de timido en tierra firme, donde no habla por no molestar. Pero me importa un pito. Los amigos estén para joderlos, le he dicho. Y para compensar el mal trago de verse como personaje de ficcién, acabo de regalarle un dibujo de Joan Mundet, el ilustrador del capitin Alatriste, para las dotaciones de los helicdpteros Argos de Aduanas: el Jalufo. Un cerdo con casco de piloto y bufanda de Snoopy bajo un cielo estrellado, con la leyenda Venor Noctu: Cazo de noche. Con dos cojones. Asi que ya ven: cazadores y presas, narco- corridos, cocaina, hachis, Sinaloa, Gibraltar. Una mujer que juega en un mundo de hombres, con reglas que ella no eligié; y que sin pretenderlo, escribiendo la letra de su propia vida, sale de la nada para convertirse en leyenda... ¢Cémo no iba a escribir sobre eso una novela? El Pais Semanal, 2 de junio de 2002

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