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VIVIR LA HISTORIA PALABRAS DE INICIACION Me gusta la historia. No seria historiador si no me gustara. Cuando el oficio que se ha elegido es un oficio intelectivo resulta abominable dividir la vida en dos par- tes, una dedicada al oficio que sc desempefia sin amor y la otra reservada a la satisfaccion de necesidades pro- fundas, Me gusta la historia y por eso estey contento al hablaros hoy de lo que me gusta. Estoy contento y es muy natural. No me gusta mez- elar les géneros y sustituir la conferencia por la confi- dencia. Pero, en fin, as lo puedo decir; cuando en 1899 entré, como hoy vosotros, en esta casa después de un afio de servicio militar (el primero de los siete afios que por término medio entregaron los hombres de mi gene- racién a la vida militar) me inscribi en la seccién de Letras. Fue una traicién, porque yo tenia pegada al cucrpo desde Ja mds tierna infancia la vocacién de his- toriador. Pero Ja vocacién no pudo resistir ante dos afios de retérica superior en e Louis-le-Grand, ante dos afios de machacar el Manuel de politique étrangére de Emile Bourgeois (al que iba a volver a encontrar I, Estas observaciones iban dirigidas a los alumnos de la Es- cuela Nurmal Superior en el comienza de curso de 1942. Ante el mega de que hiciera tres emferencias de orientacién subre historia cconimica y social, pensé que podria darles los consejas que van @ leerse. a7 como maestro de conferencias en la Escuela), Anatole France cuenta en alguna parte que de niiio sofiaba en escribir una historia de Francia “con todo detalle”, Nuestros muestros, cn los institutos, parecian propo- nernos el ideal pueril del pequefic Anatole, Se ha dicho que hacer historia era para ellos, si no aprender todos, or 1o menos el mayor numero posible de detalles sobre fa misién de M. de Chamacé en las Cortes del Norte. Y naturalmente quien sabia un poco més sobre esos detalles se llevaba el gato al agna: jservia para his- toriador! Tengo un poco de miedo de que las cosas no hayan cambiado mucho desde mis tiempos. Con ese humor normalista que conservé hasta los ultimos momentos, el gran matematico Lebesgue, un colega que acabames de perder en el Collége de France, nos conflaba un dia que, segim él, habta dos clases de matematicos: una clase temible, la de los inspectores generales, que con- fesaba no entender bien; y otra accesible, la que cada dia avanzaba y ante la cual no se oponia ninguna difi- cultad. Paralelamente gno habra dos historias, la pri- mera de las cuales aprobaria todo el mundo igualmen- te? El problema es temerario. En cualquier caso no voy a hablaros de eso, sino de otra cosa. De Ja historia sin mas. La que yo intento hacer progresar, Ta que me gusta. I jHistoria sin m4s?, me preguntaréis. No, ya que anuncidis charlas sobre historia “econémica y social”. Precisamente por eso lo primero que debo deciros es que, hablande con propiedad, no hay historia econémica y social. Y no Unicamente porque la relacién entre lo econémico y lo social no es un privilegio — una exclusi- vidad, como diria un director de cine — en el sentido de que no hay razén alguna para decir econémica y 50- 38 cial en vex de politica y social, literaria y social, religio- sa y social o incluso Blosdfica y social. No fueron razo- nes razonadas las que nos habituaron a relacionar de forma natural y sin mayores reflexiones los dos epitetos de econémico y social, Fucron razones histéricas muy faciles de determinar — y, en definitiva, la formula que nos acupa no es mds que un residuo o wna herencia de las largas discusiones a que dio lugar desde hace on siglo lo que se denomina el problema de] materialismo historico —. Por tanto, cuando utilizo esa férmula co- rriente, cuando hable de historia econdémica y social, no debe creerse que yo albergue alguna duda sobre su va- lor real. Cuando Mare Bloch y yo hicimos imprimir esas dos palabras tradicionales en la portada de los Annales, sabiamos perfectamente que lo “social”, en particular, cs uno de aquellos adjetivos a los que se ha dado tan- tas significaciones en el transcurso del ticmpo que, al final, no quieren decir nada. Pero }o recogimos preci- samente por eso, ¥ lo hicimos tan bien que por razones puramente contingentes hoy figura sélo en la portada de los propios Annales, que pasaron a ser de econdédmi- cas y sociales, por una nueva desgracia, a sélo Sociales, Una desgracia que aceptamos con la sonrisa en los Ja- bios. Porque estabamos de acuerdo en pensar que, pre- cisamente, una palabra tan vaga como “social” parecia haber sido creada y traida al mundo por un decreto nominal de la Providencia histérica, para servir de ban- dera a una revista que no pretendfa rodearse de mura- llas, sino hacer irradiar sobre todos los jardines del vecindario, ampliamente, libremente, indiseretamente in- claso, un espiritu, su espiritu. Quiero decir un espiritu de libre critica y de iniciativa en todos los sentidos. eo oe ¢@ _ Repito, por tanto: no hay historia econdmica y so- cial, Hay la historia sin mds, en su unidad. La historia 3g que es, por definicidn, absolutamente social. En mi opi- nidn, la historia es el estudio cientificamente elahorado de las diversas actividades y de las diversas creacio- nes de los hombres de otros tiempos, captadas en su fecha, en el marco de sociedades extremadamente va- riadas y, sin embargo, comparables unas a otras (cl postulado es de la sociologia), actividades y creaciones con las que cubrieron la superficie de la tierra y la su- cesi6n de las edades, La definicién es un poco larga, pero yo desconfio de las definiciones demasiada bre- ves, demasiado milagresamente breves. Y ademas en sus mismos términos descarta, me parece, muchos pseu- doproblemas. A ello se debe, en primer lugar, que califique la historia como estudio cientificamente elaborado y no como ciencia; razén por la cual, igualmente, al trazar el plan de la Encyclopédie francaise no quise fundamen- tata, como exigian les ritos, en una clasificacidn general de las ciencias; principalmente porque hablar de cien- cias es, ante todo, evocar la idea de una suma de resul- tados, de un tesoro, si se quiere, mis o menos repleto de monedas, unas preciosas y otras no; pero no significa subrayar lo que representa el resorte motor del cientt- fico, es decir, la inquietud, el replanteamicnto no per- petvo y maniatico, sino razonado y metdédico de las verdades tradicionales, Ja necesidad de recobrar, reto- car y repensar, cuando haga falta y desde que haga falta, los resultados adquirides para readaptarlos a las concepciones y, mds aim, a las nuevas condiciones de existencia que nunca acaban de forjarse el tiempo y los hombres, los hombres en e! mareo del tiempo. Y, por otra parte, en Ja definicién se habla de hom- bres. Los hombres son el objeto tinico de la historia, de una historia que se inscribe en el grupo de las dis- ciplinas humanas de todos los drdenes y de todas los grados, al Jado de Ja antropologia, la psicologia, la lin- gitistica, etc; una historia que no se interesa por cual- 40 quicr tipo de hombre abstractu, eterno, inmutable en su fondo y perpetuamente idéntico a si mismo, sino por hombres comprendidos en el marco de las sociedades de que son miembros. La historia se interesa por hom- bres dotados de midltiples funciones, de diversas acti- vidades, preocupaciones y actitudes variadas que se mezelan, chocan, se contrarian y acaban por concluir entre ellas una paz de compromiso, un modus vivendi al que denominames Vida. Definido asi, se puede asir al hombre, por comodi- dad, de tal o cual miembro, por Ja pierna o por el braze, mas que por la cabeza. Es igual: siempre sera el hom- bre entero lo que se arrastra desde el momento en que se tira de él, No se puede descomponer a un hombre en trozos sin matarlo, Por eso el historiador no tiene que hacer pedazos de cadaveres. El historiador estudia la vida pasada — y Pirenne, el gran historiador de nuestra época, lo definia un dia: “un hombre que ama la vida y que sabe mirarla” —, En una palabra, el hombre de que hablamos es el Iugar comin de todas las activida- des que ejerce y puede intcresarse mds particularmente por una de éstas, por su actividad, por sus actividades econémicas por ejemplo. Con fa condicién de no olvidar nunca que esas actividades incriminan siempre al hom- bre completo y en el marco de Jas sociedades que ha forjado. Eso es, precisamente, lo que significa el epiteto “social” que ritualmente se coloca junto al de “econd- mico”, Nos recuerda que el objeto de nuestros estudios no es unt fragmento de lo real, uno de los aspectos ais- lados de la actividad humana, sino el hombre mismo, considerado en el seno de los grupos de cue es miembro. Me excuso por los aspectos un tanto abstractos que hay en estas observaciones. Y al formularlas no pierdo de vista mi verdadero proyecto ni la razén profunda 41 por la que estoy aqui en este momento. Ayer releia para vasotros textos curiosos y bellos. Hace afios, en 1914, Hauser public algunas notas de Michelet, como siem- pre, plenas de destellos, de destellos de adivinacidan y genio. Entre ellas hay una leccién profesada aqui mis- mo, e! 10 de julio de 1843, ante los alumnos de tercer curso que terminaban en la Escuela e iban a partir hacia las provincias, Michelet imprimia dnimos a aque- Ilos jévenes a los que esperaba el duro oficie de profesor en un colegio real, en una ciudad sin archivos organi- zaglos, sin bibliotecas catalogadas, sin facilidades para hacer viajes ni posibilidades de evasién. Ponia de ma- nifiesto como un historiador que quiere puede trabajar itilmente en todas partes. Hoy el problema ya no es el mismo, Pero, no abstante, yo quisiera intentar con ve- sotros — y salvando todas las diferencias —lo que in- tentaba Michelet con su autoridad, el ardor de su pa- labra y el resplandor de su genio. Consideraria que he pagado parte de la deuda contraida con esta casa si pudiera recuperar o consolidar alguna vocacién de his- toriador vacilante; si pudiera desmontar los prejuicios nacidos contra la historia a causa de un desgraciado contacte con Jo que muy frecuentemente se nos ofrece bajo ese nombre — con lo que se os ha ensefiado y fo ue se os reclamara todavia en Jos examenes hasta el doctorade, imico examen que escapa o, al menos, puede escapar al peligro—; si pudiera hacer vuestro el sentimienta de que se puede vivir siendo historiador. Y ucémo hacer vuestro ese sentimiento— la convic- cién de que se puede vivir siendo historiador — si no es examinando ante vosotros, con vosotros, algunos de los problemas vives que plantea hoy la historia a quienes se sitian en la vanguard de la investigacién, a aque- Mos que, en la proa del barco, interrogan continuamente al horizonte que se extiende ante sus ojos? _ Plantear un problema es, precisamente, el comienzo ¥ el final de toda historia. Sin problemas no hay historia. 42 Ahora bien, recordad que si bien no he hablado de “olencia” de la historia, lo he hecho, en cambio, de “es- tndio cientificamente elaborado”. Y estas dos ultimas palabras no Tas he pronunciade para hacer bonito. *Cientificamente elaborado”: la férmula implica dos operaciones, las mismas que se encuentran en la base de todo trabajo cientifico moderno, Plantear problemas y formular hipétesis. Dos operaciones que ya a los hombres de mi edad se nos denunciaban como las mds peligrosas, Porque plantear problemas oe formular hipé- tesis cra simplemente traicionar. Hacer penetrar en la ciudad de la objetividad el caballo de Troya de ia sub- jetividad... En aquel tiempo os historiadores vivian con un respeto pueril y devoto por el “hecho”. Tenfan la con- viccién, ingenua y chocante, de que el cientifico era un hombre que poniendo el ojo en el microscopic cap- taba inmediatamente un haz de hechos. De hechos que se le entregaban, que cran fabricados para él por una Providencia, de hechos que no tenia mas que registrar. Cualquiera de estos doctores en método hubiera tenido suficiente con echar una ojeada, aunque fuera breve, al ocular de un microscopio y mirar una preparacién de histologia para darse cuenta inmediatamente de que para el histélogo no se trata de observar, sino de inter- pretar lo que debe denominarse una abstraccién. Cinco minutos hubieran sido suficientes para medir, en la toma de posesién por el cientifico de lo que con ante- rioridad preparé larga y diffcilmente —en funcién de una idea preconcebida —, toda la parte personal del hombre, del investigador que sélo opera porque se ha planteado antes un problema y formulado una hipétesis. * ? o Lo misme ocurre con el historiador. No hay ninguna Providencia que proporcione al historiador heches bru- 43 tos, hechas dotades por lo extraordinario de una exis- tencia real perfectamente definida, simple, irreductible. Es el historiador quien da a luz los hechos histéricos, incluso los m4s humildes. Sabemos que los hechos, esos hechos ante los cuales se nos exige con taata frecuencia que nos inclinemos devotamente, son ubstracciones entre las que tenemos que elegir necesariamente —y abs. tracciones cuya determinacién obliga a recurrir a los mas diversos e incluso contradictorios testimonios —. Asi es que esa coleccién de hechos, que tan a menudo se nos presentan como hechos brutes «jue compondrian autométicamente una historia transcrita en el mismo momento en que se producen los acontecimientos, tiene también una historia, ¥ lo sabemos: la historia de los rogresos del conocimiento y de la consciencia de Es historiadcres. En tal medida que, para aceptar la leecién de los hechos, tenemos perfecto Nerecho a recla- mar que se nos asocie primero al trabajo critico que sirvié para preparar el encadenamiento de los hechos en el espiritu de quien los invoca. En el mismo sentido, me veo obligado a declarar cn bien del oficio, de la técnica, del esfuerzo cientifico, que si el historiador no se plantea problemas, o plan- teandoselos no formula hipotesis para resolverlos, esta atrasado con respecto al ultimo de nuestros campesinos. Porque los campesinos saben que no es conveniente Nevar a los animales a la buena de Divs para que pasten en el primer campo que aparezca: los campesinos apris- can ef ganado, lo atan a una estaca y le obligan a pacer en un lugar mejor que en otro. Y saben por qué. éQué queréis? Cuando por casualidad se descubre una idea en uno de esos gruesos libros cuya redaecién arece absorber Jas energias de nuestros mejores pro- esores de historia —-manuales honorables, consciente- mente preparados, cuidadosamente redactados, atibo- rrados de hechos, cifras y fechas, enumeraciones de cuadros, de relatos 0 de m&quinas —, en uno de esds 44 libros que tienen mds estampillas aduladoras para el Instituto, la Sorbona o las Universidades regionales que banderitas multicolores uno de nuestros buenos hoteles para turistas; y cuando Ja idea descubierta es la siguien- te: “El periodo que vamos a estudiar (uno de los mds vives de nuestra historia) continia al que precede y anuncia el que sigue; es importante por lo que suprime, pero también por lo que establece”, etc., ¢vamos a scguir pregunténdonos por qué se burlan de la historia, se alejan de la historia, censuran y ridiculizan la historia numerosos hombres sanos, decepcionados al ver tantes esfuerzos, tanto dinero, tanto buen papel impreso que no conduce ms que a propagar esa filosofia, a perpe- tuar esa historia papagayica y sin vida en la que nadie experimenta nunca (para decirlo con palabras de Paul Valéry, palabras que hay que citar por fuerza) “ese suspenso ante lo incierto en que consiste la gran sen- sacién de las grandes vidas: la de las naciones ante Ja batalla en que estd en juego su destino; Ja de los am- biciosos cuunde ven que la hora siguiente sera la de ja corona o Ja del ecadalso; la del artista que va a des- cubrir su escultura o a dar orden de que se quiten todos los puntales y apoyos que sosticnen atin su edifi- cio”? gCémo sorprenderse entonces de las violentas campafias contra la historia, de la desafeccién de los jovenes, del retroceso continuado y de Ja verdadera crisis de la historia que los hombres de mi generacién han visto desarrollarse lentamente, progresivamente, con seguridad? Pensad que cuando yo entré en la Escuela la partida estaba ganada. La historia habia ganado Ja partida. Demasiado; demasiado, porque no aparecia ni siquiera como una disciplina particular y limitada. Demasiado, porque la historia daba la impresién de ser un método univarsal aplicable indistintamente al ana- lisis de todas las formas de la actividad humana. Dema- siado, porque todavia hoy existen retrasados para definir la historia no por su contenido, sino per ese método, 45 que no es ni siquiera el método histérico, sino e] método critico sin mas. La historia conquistaba, una a una, todas las disci- plinas humanas. Gustave Lanson convertia Ja critica literaria en historia literaria. Y la critica estética pasaba a ser historia del arte con André Michel, sucesor dei tempestuosa Courajod, el Jupiter tonante de la escuela del Louvre. La vieja controversia se convertia en histo- ria de Jas religiones. La historia se dormia en sus laure- les, satisfecha de sus progresos, orgullosa de sus con- quistas, vanidosa por sus éxitos materiales. Frenaba su marcha. Volvia a decir, repetia, recogia, pero no recrea- ba, Y cada afio que pasaba la voz de la historia se Parecia mds ul sonido cavernoso de una voz de ultra- tumba. Sin embargo, se iban elaborando nuevas disciplinas. La psicologia renovaba a Ja vez sus métodos y su oh- jeto bajo cl impulso de Ribot, Janct, Dumas, La sacio- ogia se convertia 4 la vez en cicncia y en escuela a la Hamada de Durkheim, Simiand y Mauss. [a geografia humana, instaurada en Ja Escuela Normal por Vidal, desarrollada en la Sorbona por Demangeon y en el Collége de France por Jean Brunhes, satisfacia una necesidad de realidad que nadie encontraba en los es- tudias histdricos, orientades progresivamente hacia la mas arbitraria historia diplomdtica y absolutamente separada de la realidad —y hacia la historia politica completamente despreocupada por toda lo que no fuera ella, en el sentido estricto de la palabra—. La inclina- cidn de los jévenes hacia Jas nuevas disciplinas iba en aumento. Llegd la guerra y estallé Ja crisis — para unos representé el abandono, para otrés ¢l sarcasmo —. Ahora bien, la historia ocupa demasiado lugar en Ja vida de nocstres espiritus como para que und no se preocupe por sus vicisitudes. Y como para contentarse tan sélo con alzar los hombros ul hablar de ataques que pueden ser injustos en la formu, o mulintencionados —y que 46 lo son con freeuencia —, pero que traducen, todos, algo que es preciso remediar y rapido: un desencanto, una desilusién totale] sentimienta amargo de que hacer historia, leer historia es, en adelante, perder el tiempo. IT Hay que poner remedio, pero gedma? Tomando clara consciencia de las lazos que unen a la historia, lo sepa o no, voluntaria o involuntariamente, con las disciplinas préximas. Lazos de los que su destino no la separa munca. Michelet decia a sus alumnos en la leccién de 1834: “En historia pasa como en la novela de Sterne: lo que se hace en el salon se hace en la cocina, Absolutamente igual que dos relojes simpaticos, uno de ellos situa- do a 200 leguas sefiala la hora mientras que el otro da las campanadas”, Y afiadia el ejemplo siguiente: Lo mismo pasaha en la Edad Media: el filésofo Abelardo proclamaba la libertad mientras que las comunas de Picardia la sefialaban”. Frases muy inteligentes. Mi- chelet — le sefialo de pasada — no establecia una jerar- quia, una clasificacién jer4rquica cntre las diversas actividades dcl hombre; no tenia en su espiritu Ja sim- lista metafisica del albanil: primera hilada, segunda Pilada, tercera hilada —o primero, segundo, tercer piso—. Tampoco establecia una genealogia: esto de- riva de aquello, aquello engendra esto. No; tenia Ja idea de un clima comin — idea sutil e inteligente —. Y, entre paréntesis, es muy curioso comprobar que hoy, en un mundo saturado de electricidad, cuando la electricidad nos ofrece tantas metaforas apropiadas a nuestras nece- sidades mentales, todavia nos obstinamos en discutir con gravedad sobre metdforas antiguas que vienen del fondo de los siglos, cargantes, pesadas, inadaptadas, todavia nos esforzamos cn pensar sobre las cosas de la historia AT por hileras, etapas, escalones, bases y superestructuras, mientras que el paso de la corriente por el hilo, sus inter- ferencias y cortocircuitos nos proporcionarian facilmente todo un manojo de imagenes que se adecuarian con mas flexibilidad al marco de nuestros pensamientos, Pero siempre ocurre asi. Cuando un historiador quiere hacer teoria de la historia inspirandose en el estado de las ciencias, relee (si tiene un espiritu muy euriosa) la In- troduction ad la médecine expérimentale, de Claude Ber- nard. Que es un gran libro, pero con un interés exclu- sivamente histérico, (La norma es: un siglo de retraso m4s o menos.) El pobre Plattard eseribid, hace tiempo, un articulo en el que manifestaba su extrafieza porque el sistema de Copérnico no hubiera tenido mds influen- cia inmediata en su tiempo y no hubiera operado una brusca revolucién en el espiritu de los hombres. Hoy podria escribirse un hermoso libro sobre el sorprendente echo de que, desde hace treinta o cuarenta anos, todos los viejos sistemas cientificos sobre los que se apoyaba nuestra quietud fueron destruidos o invertidos bajo el impulso Te la fisica moderna. Hay que considerar de nuevo y volver a poner a punto no solamente los siste- mas sino las nociones de base. Y todas; empezando por la dei determinismo. Pues bien, yo pienso que dentro de cien afios, cuando se haya realizado una nueva revolu- cién, cuando hayan caducado las concepciones de hoy, los hombres inteligentes, los hombres cultos, los que hardn las teorias de las ciencias humanas y principal- mente la teoria de la historia, caeran en la cuenta, ima- gino, de que existieron los Curie, Langevin, Perrin, Bro- glie, Joliot y algunos mds (para no citar mas que cientificos franceses). Y utilizarén alyim resto de Jos es- critos tedricos de éstos para volver a poner al dia sus tratados de método, Una puesta al dia que tendré cien afios de antigtiedad, 48 La cosa tiene escasa importancia, por lo demas, Por- ué aunque los historiadores no se den cuenta, la crisis de la historia no fue una enfermedad que atacara tini- eamente 4 la historia. Fue y es uno de los aspectos, el aspecto propiamente histérica de una gran crisis del espiritu humano. Dicho mds precisamente: tal enfermedad no es mas que uno de los signos y, a la vez, una de las consccuencias de una transformacién muy clara y muy reciente de Ja ac- titud de los hombres de ciencia, de los cientificos, frente a la ciencia. En realidad es muy cierto que en el punto de partida de todas las nuevas concepciones de los cientificos (o mejor, de los investigadores, de los que crean, de los que hacen progresar la ciencia y con frecuencia se preocupan mas de operar que de hacer la teoria de sus acciones) es muy cierto, repito, que en ese punto de partida hay el gran drama de la relatividad que ha He- gado a sacudir, a socavar todo el edificio de las ciencias tal como se lo figuraba un hombre de mi generacién en los tiempos de su juventud. En aquel tiempo, viviamos sin temor y sin esfuerzo sobre nociones elaboradas lenta y progresivamente, en el curso de los aiios, a partir de datos sensoriales y que pueden ser calificados de antropomérficos. Con el nom- re de fisica se constituyé, en primer término, un blo- que de saberes fragmentarios que originalmente se con- sideraban auténomos y distintos y que agrupaban he- chos comparables en el sentido de que habfan sido proporcionados a los hombres por uno u otro de sus érgancs sensoriales, La dptica existia en funcién de la vista, La acdstica en Fimcién del oido. La teoria del calor en funcién del sentido t4ctil y muscular, Mas complicada ya, la mecinica era la ciencia del movi- miento de los cuerpos percibides a la vez por la vista 49 4, — FERVRE y por ef Sentido muscular, combinando asi datas senso- riales de diferente origen; m4s complicada, pero, a pe- sar de ello, mas rapida en su desarrollo, quizds a causa de una mayor riqueza de informaciones, de una mas amplia curiosidad de los hombres que se interesaban por la mecAnica debido a razones de orden prictico y técnico, es decir, pata Ja construccién de maquinas, molinos 0 serrerias, por ejemplo, lo que planteaba pro- blemas de hidrdulica cada vez m4s complejos; para la fabricacian y perfeccionamiento continuo de las armas de fuego, particularmente cafiones, cuya constriccién planteaba problemas de balistica cada vez mds arduos. Los otros capitulos de la Fisica, aquellos en Ios cuales la experiencia humana era menos inmediata, se desarro- Haron mas lentamente; y todavia mas lentamente los nuevos campos de la clectricidad y el magnetismo, en Ios que todo o casi toda escapaba a la aprehension directa de los érganos sensoriales. No puedo hablar, porque encontraria muchas difi- cultades para ello y portyue ademas seria bastante imitil pas mi proyecto, no pucdo hablar, digo, sobre cémo la mecanica se Janzé a conquistar poco a poco y a penetrar esos diversos capitulos. En primer lugar se anexioné la acistica interpretando las sensaciones so- noxas con ayuda de las vibraciones. Después, constituyé una mecdnica celeste, mediante la aplicacién a Ios as- tros de las Ieyes humanas de! movimiento —leyes del movimiento que el cerebro de nuestros antepasados ob- tuvo de su propio esfuerzo muscular —, Mas tarde, la mecanica extendid sus leyes y sus métodos a todo el terreno de la teorfa del calor y a tedo el campo de los fluidos. Quedaba, sin duda, la éptica, el magnetismo y la electricidad, pero se consideraba que se podia ya anunciar su conquista. Y por adelantado se celebraba el triunfo universal ¢ indiscutible de [a fisica cartesiana. geometria del mundo; se abrigaban inmensas esperan- zas, se anunciaba, se veia esbozarse, se predecia. siem- 50 | | pre sobre el mismo plano, la iriunfal rednecién de lo siquico a Io fisico. Y nosotros, los historiadores, esté- Pomos a gusto en este universo cientifico en que todo arecia sefialado por cifras conocidas, cuando, brusca- mente, se hizo Ja revolucién. Una revolucién en dos tiempos: en primer lugar, la imprevista revelacién do que la electricidad, el magnetismo e incluso la dptica se resistian a la anexién anunciada y celebrada por adelan- tado, ¥ después — sobre la base de Ja oposicién formal gee contra la mecdnica, edificada por Newton a partir le las observaciones de Copérnico, constituia la electro- dindmica fundada por Maxwell a partir de las experien- cias de Ampére y Faraday — se realizé esa prodigiosa sintesis que trastocando las nociones primordiales de “tiempo”, “extensién™ y “masa” abarcé por completo a la fisica y unié, en gavillas de leyes, los factores que habia separado la antigua concepcién. 2 . e Entetanto, una revolucién andloga se operaba en el campo de la vida — una revolucién engendrada por la microbiologia —, De Ja observacién se derivaba la no- cién de organismos compuestos por un nimero inmenso de células del ovien de Ja milésima parte de milimetro. Y mientras que los organismos vivos observados a simple vista aparecian cada vez mas como sistemas fisicoqui- micos, los organismos que revelaba Ia microbiologia eran organismos sobre los cuales Ja accién de las leyes mecdnicas, el peso, etc., parecia despreciable. Escapa- ban a Jas opiniones de Jas teorfas explicativas que habfan nacido en los tiempos en que también los organismes, por lo menos los organismos elementales, parecian re- zidos por leyes de Ia meeanica clisica, En cambio, los organismos que captaba la microbiologia eran organis- mos sin resistencia propia, en Ios que hay mis vacios 51 que llenos y que, en su mayor parte, no son mds que i espacios recorridos por campos de fuerza. De esta ma- neta, el hombre cambiaba bruscamente de mundo. Ante él, por una parte, organismos como su propio cuerpo, visibles a simple vista, palpables con la mano; organis- mos con grandes mecanismos a los cuales — pehsemos en la circulacién sanguinea, por ejemplo— eran y se- guian siende aplicables las leyes de la mecdnica clAsica basadas en la geometria euclidiana, Pero ante él tenia igualmente los millones y millones de células de que esta formado ese organismo, Células de una magnitud o de una pequefiez tal que no podemos representarnos- las. ¥ lo que ecurria al nivel celular desmentia claramen- te lo que pasaba al nivel de nuestras percepciones sen- soriales, Estos ultimoes organismos que captabamos de golpe, los organismos que nos tevelan los trabajos re- cientes, superaban, por decizlo asi, y chocaban con nues- tro “buen sentido”. ¥ los vacios de que estaban tejidos nos habituuban tambien, en el campo de la biologia, a la nocién de discontinue, que, por etra parte, se habia introducido en Ja fisica con la teoria de los quanta; cen- tuplicando los estragos ya causados en mestras concep- ciones cientificas por la teoria de la relatividad, la teoria de los quanta parecia volver a cuestionar la nocién tra- dicional, la antigua idea de causalidad, y al mismo tiem- po, en consecuencia, la teoria del determinismo, el] fun- damento indiseutible de toda ciencia positiva, el pilar inquebrantable de Ja vieja historia clasica. De un solo golpe se hundia toda una concepeién del mundo, toda la construccién de una representaciéa del munde abstracta, adecuada y sintética, elaborada por generaciones de cientificos a lo largo de siglos su- cesivos. Bruscamente nuestros conocimientos superaban a nuestra razén. Lo concreto rebasaba los marcos de lo abstracto, E] intento de explicacién del mundo per Ia mecanica newtoniana o racional terminaba con un fra- caso brutal. Se hacia necesario sustituir las antiguas 52 ‘ F i 4 teorfas por otras nuevus. Se hacia necesario revisar todas las nociones cientificas con las que se habia vivido hasta entonces. Seria demasiado largo indicar aqui en detalle lo que fue esta revisién. Senalemos que nada escapé a ella, Ni la concepeién del hecho cientifica, ni la concepcién de ley cientffica, ni la de azar. Ni tampoco la concepcién total o de conjunto de las ciencias particulares y de la ciencia, Ciencias que Augusto Comte presentaba antafio como jerarquizadas en una clasificacién cuyo doble defecto aparecia bruscamente. Defecto que consistia en desconocer la profunda unidad del trabajo cientifico y en transformar abusivamente el estado de hecho en estado de derecho; y que conducia, por ejemplo, a situar en Ja cumbre de las ciencias una geometria y una me- cAnica orgullosas, que se complacian con la imagen de su perfeecién y proponian sus leyes a las otras ciencias —sus leyes verdaderas, sus leyes abstractas, absolutas, universales y necesarias — como modelos y, por decirlo asi, como un ideal. Las ciencias eran campos de dislo- cacién, magmas. Todos los descubrimientos se hacfan, no en el seno de cada una de ellas, en su corazén, sino en los bordes, en los margenes, en las fronteras, alli donde se penetran entre si. Eso sucedia con las ciencias particulares. Pero la ciencia por su parte se aproximaba al arte y, en general, podia decirse de ella lo que decia Berthelot de ta quimica organica fundada ert la sintesis, en 1860, en el momento de Ja euforia de los primeros triunfos. Proclamaba Berthelot: “La qui- mica crea su objeto”. Y afiadia: “Esta facultad creadora, semejante a la del arte, Ja distingue esencialmente de las ciencias naturales c histdricas”. Porque estas otras ciencias, precisaba: “tienen un objeto dado de antemano e independiente de la voluntad y de la accién del cien- 53 tifico; no disponen de su objeto”, mientras que la nueva! uimica “tiene la capacidad de formar una multitud le seres artificiales, semejantes a los seres naturales y que participan de todas sus propiedades”. La distincién se hacia caduca en un momento en que, cada vez mas, lo que aparecia a Jos cientificos como e! término misma del esfuerzo cientifico no era el conocimiento sino Ja comprension. Distincién caduca en un momento en que, precisamente, nuestros sabios definen cada vez mas la ciencia como una creacién, nos la representan “constru- yendo su objeto” y advierten en ella, en todo momento, la intervencién del cientifico, de su voluntad y de su actividad. Tal es el clima de Ja ciencia hoy. Un clima que no tiene nada en comtin con el de fa ciencia de antafio, con el de la ciencia de cuando yo tenia veinte afios, Esta ciencia y Jos postulados sobre los cuales reposaba han sido destruidos, criticados, superados. Hace afios que los cientificos han renunciado a ellos y Jos han sus- tituido por otros. Me planteo, por tanto, una pregunta, una simple y inica pregunta; ¢Vamos a continuar siendo los historiadores las uinicos que reconocen como validos aquellos pastulados? Y, por otra parte de qué servi- ria esta reconquista si es cierto que tede el material de nociones cientificas que utilizamos lo hemos tomado prestado precisamente de los hombres que hace decenas de afios cultivaban las ciencias en el sentido napoled- nico de la palabra, las ciencias del mundo fisico y de la naturaleza? {Na es posible sustituir las viejas nociones caducas por nociones nuevas, mds exactas, més cerca. nas? Y al menos, ya que las ciencias de hace cincuenta afios no son mas que recuerdos y fantasmas dno es posible renunciar de una vez a apoyamos sobre las “eiencias” de hace cincucnta aios para apuntalar y justificar nuestras teorfas? Ese es el problema. Y res- ponder, significaria resolver la crisis de la historia, Si es cierto que las ciencias son todas solidarias, la res- 54 puesta se conace por adelantado. Es inutil proclamarla solemnemente. Ese es el gran drama que se desarrolla ante nosotros. Uno de los grandes dramas, porque hay muchos otros que se ligan y se desligan bajo nuestra mirada sin que les prestemos un minuto de atencién. Si tuviera tiempo, jcémo me hubjera gustado esbozar ante vosotros, a ti- tulo de referencia y comparacién, lo que puede denami- narse la Tragedia del Progreso! Cémo me bubiera gus- tado mostraros a los creadores, a los animadores de las solidas sociedades burguesas de! siglo xrx fundamen- tando sobre la razén los comienzos de su poderio, saste- niendo este poderfo con la ayuda de una filosofia clara- mente racionalista —-y después, hacia finales del si- glo xix, cuando se anuncian las dificultades sobre el reparto del munda, cuando las masas se organizan y re- claman cada vez mds imperiosamente un nivel de vida més elevado —, cambiando de camisa, echando a la ra- zon por la borda y, en el momento mismo en que de- dican sus vidas a las téenicas, a esas aplicaciones de la ciencia que antiguamente sus padres exaltaban bajo el mismo nombre de progreso — esas aplicaciones de la eiencia que ya no les servian, sino que les esclaviza- ban—, dejando de creer precisamente en la ciencia y en el progreso cuya derrota proclamaban... Contradic- cién patética pero que se resuelve, teniendo presente que debido a que esos hombres dejaron de creer en el valor humano de la ¢iencia pudieron ser esclavizados por sus técnicas, Cuando no existe un fin mayor que empuja a los hombres hacia los limites de su hori- zonte, los medies pasan a ser fines y convierten en escla- vos a los hombres libres. Gran leccién para nosotros, historiadores, La histo- ria es fa ciencia del hombre. No lo olvidemos nunca. 55 Ciencia del perpetuo cambio de las sociedades huma- nas, de su perpetuo y necesario reajuste a nuevas con. diciones de existencia material, politica, moral, religio. ” sa, intelectual. Ciencia de ese acuerdo que se negocia, de la armonia que, perpetua y espontineamente, se establece en todas las épacas entre Jas diversas y sinoré- nicas condiciones de existencia de los hombres: condi ciones materiales, condiciones técnicas, condiciones eg- pirituales. Por ahf es por donde Ja historia descubre la vida. Por eso deja de ser maestra de siervos y de per. seguir un suefio mortifero en todos los sentidos de la palabra: imponer a los vivos Ja ley dictada, preten- ciosamente, por los muertos de ayer. Y porque tengo la suerte de saber que en este sala hay jévenes decidi- dos a consagrar su vida a la investigaciOn histérica, les digo con plena consciencia: para hacer historia volved la espalda resueltamente al pasado, vivid primero. Mez- claos con la vida, Con la vide intelectual, indudable- mente, en toda su variedad, Sed gedgrafos, historiado- res. Y también juristas, y socidlogos, y psicdlogos; no hay que cerrar los ojes ante el gran movimiento que transforma las ciencias del universo fisico a una velo- cidad vertiginasa, Pero hay que vivir también una vida practica, No hay que contentarse con ver desde la oritla, perezosamente, lo que ocurre en el mar enfure- cido. Cuando el barco esté amenazado no sedis como Panurgo,* que se ensucié de varonil miedo, ni tampo- co como el pobre Pantagruel, que se contenté con elevar los ojos al cielo, abrazado al palo mayor, e implorar. Hay que arremangarse, como el hermano Juan.* ¥ ayu- dar a Jos marineros en la maniobra. Es eso todo? No. Eso apenas es nada si tendis que continuar separando la accién del pensamiento, la vida como historiador de Ia vida como hombre. Entre la . dei T.) 56 Personajes de Gargantia u Pantagruel, de F, Rabelais. (N. accién y el pensamiento no hay ningtin tabi ue, ningu- na barrera. Es preciso que la historia deje de Aparecer como una necrépolis dormida por la que sélo pasal sombras despojadas de sustancia, Es preciso gue 2 Pene- tréis en el viejo palacio silencioso don le h ola duerme, animados por la lucha, cubiertos de polvo e combate y de la coagulada sangre del monstruo ver. cide, y que, abriendo las ventanas de ar en par on sala llena de luz y restablecido el sonido, desper' is con vuestra propia vida, con vuestra vida caliente y joven, la vida helada de !a Princesa dormida... - No serdn intervenciones exteriores las que restable- ceran la unidad del mundo —de un mundo desgarra- do, roto, sangrante y que pide ayuda -. Correspone ‘ a cada cual rehacer el mundo en si mismo, a tray s del magnifico acuerdo entre su pensamiento profundo y su accién desinteresada, a través de ese don total que es el unico que puede liberar nucstras conciencias de ‘ muda interrogacién que yo recordabs al comenzar, a Ginico que ante Ia gran pregunta ‘atengo yo derec oP nos permitir4, con toda Ja seguridad recobrada, respon- 1 tonad el rumbo que han tomado estas observa- ciones. Hablo, ante toda, para los historiadores, xs estin dispnestos a pensar que hablarles asi no és bab lar como historiador, les conjure a reficxionar antes de for- mular tal critica. Porque es mortal. En la historia pasa como en cualquier otra disciplina, Necesita buenos obre- ros y boenos aparejadores, capaces de ejecutar correc: tamente los trabajos de acuerdo con planos de otros. Necesita también algunos buenos ingenieros. Y éstos deben ver fas cosas desde un poco mas arriba que el pie de Ja pared. Estos deben tener ta posibilidad de (azar planos, vastos planos, amplios planos, en cuya re liza- cién puedan trabajar después con provecho los menos obreros y los buenos aparejadores, Para trazar planos, vastas planos, amplios planos, hacen falta espiritus vastos aT y amplios, Se precisa una visidn clara de las cosas, Es necesario trabajar de acuerdo con todo el movimiento de su tiempo. Hay que tener horror de lo pequefio, de lo mezquino, de Jo pobre, de Jo atrasado. En una pala. bra: hay que saber pensar. Eso sto que, por desgracia, falta a los historiadores, sepamos reconocerlo, desde hace medio siglo, Y eso es lo que no debe faltarles ya. De lo contrario, a Ia pre- gunta “ghay que hacer historia?” yo os dirla muy claro: responded que no, No perddis vuestra vida. No tenéis este derecho, Por lo demas, una visién clara y amplia de las relaciones que unen a la historia con las demds Ciencias no es un impedimento para captar los proble- mas concretos y plantearlos de forma positiva y préc- tica. |Al contrario! Eso es lo que intentaré poner de ma- nifiesto la préxima vez. Y si acaso los historiadores to- man mas gusto ¢ interés por esas lecciones que por su introduccién, les pediria’ que pensaran, simplemente, que todo sirve. Y que una buena cultura general es para el arquitecto quizi mas ut] qne una buena prac- tica de los secretos de la albaiileria. Eso es Jo que yo queria deciros hoy sin afectacion. Y dar las gracias porque lo habéis escuchado sin fa- tiga. 58 x ae DE CARA AL VIENTO MANIFIESTO DE LOS NUEVOS “ANNALES” Desde 1929, los Annales han ido apareciendo con- tinuamente. : Ni un solo afio, fueran las que fuesen las calamida- des que se cernian sobre Francia y el mundo, los An- nales desertaron de su doble tarea cientifiea y educa- cional, ; , Los Annales continuan. En un clima nuevo, con fér- mulas nuevas. ¥Y un nuevo titulo. * * * “7Qué gusto por el cambio! Primero se Iamaron Annales d'Histoire Economique et Sociale. Después Annales d'Histoire Sociale. Mas tarde Mélanges d His- toire Sociale, Y ahora ANNALES sin mas. Con el lar- go subtitulo siguiente: Economies, Seciétés, Civilisa- tions.” Podriamos responder que esos cambios fueron en parte fortuitos. Pero gpara qué excusarnos? Bloch y yo quisimos, en 1929, unos Annales vivientes, Y yo espero que les que por largo tiempo atm profonguen nuestro es- fuerzo prolongaran también nuestro deseo. Porque vivir es cambiar. : Sentimos gran admiracién --y es para admirar — ante esas grandes revistas que se instalan en una parcela del saber con la conciencia tranquila, con la indiferente 59

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