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Fue el año en que pudimos comprobar que finalmente todas y cada una de las facultades que imparten la
titulación de geografía habían colocado en sus páginas Web la información completa de los estudios incluidos
los programas de las asignaturas. Para cursos académicos anteriores disponíamos de varias colecciones de
programas que habíamos solicitado a departamentos y profesores.
programas docentes. Estos documentos pueden ser una versión extremadamente esquemática
de los proyectos docentes y lo que en ellos se incluye depende de concepciones que el
profesor tiene no sólo con respecto a la materia que enseña o a la educación universitaria sino
respecto a su idea sobre la información que debe o puede contener un programa, sobre la
función que éste cumple. Quienes consideren, por ejemplo, que bastará con informar a los
estudiantes de los temas de estudio no incluirán quizás detalles significativos sobre las
capacidades o el tipo de aprendizajes que prevén fomentar. Lo que queremos decir es que no
podemos concluir que lo que no está presente en los programas está ausente del proceso de
enseñanza-aprendizaje. La información que sí está presente en los programas es la que
verdaderamente permite un acercamiento mayor a las concepciones y prácticas docentes de
sus autores.
En relación ya a los resultados del análisis, hay que decir en primer lugar que, pese a la
demanda explícita de las universidades en relación a la estructura y contenidos de los
programas, en 6 de las 36 asignaturas los profesores no incluyen ningún apartado destinado a
los objetivos del curso. En el resto de programas la atención que se les dedica es muy
variable; mientras en algunos de los programas los profesores despachan el apartado con una
o dos líneas lacónicas, en otros se aprecia un intento por ofrecer abundantes detalles sobre lo
que se espera del alumno al finalizar el curso. Los hay que plantean objetivos a nivel global y
a nivel específico; otros distinguen entre objetivos relacionados con los contenidos teóricos y
objetivos asociados a las actividades prácticas.
Una lectura más detenida de los objetivos nos muestra que pese al esfuerzo realizado en
muchos casos, en la mayoría de ocasiones (22 de los 36) en los objetivos se repite y/o amplia
los temas de estudio y no aportan por tanto información añadida o diferente a la que
desarrollan en el temario. Decir que queremos que los alumnos conozcan, aprendan, etc. los
métodos cuantitativos/estadísticos que se usan en geografía es algo obvio que no necesita ser
recordado. Si decimos, por ejemplo, que el objetivo de un curso es enseñar a los estudiantes a
recoger, organizar y sintetizar la información numérica no aportamos una información distinta
a la del programa de contenidos donde se indica que se estudiará estadística descriptiva. En
todo caso podríamos pensar que es posible recordar esta información en el apartado de
objetivos siempre y cuando no sea el único.
Sólo en 4 de los 36 programas analizados sus autores incluyen algún objetivo de carácter
formativo o algún tipo de mención que alude a la integración del curso en un programa
formativo general. De estos 4 programas, uno de ellos constituye una verdadera excepción y
sobre todo la muestra de una nueva forma de abordar la educación universitaria que se
constata aquí a través de la definición de los objetivos: la asignatura define su contribución al
fomento de las capacidades propias de un titulado universitario y a su formación geográfica.
Lo que su autor expresa no es una repetición más o menos extendida de alguno de los temas
del curso. Se trata, por el contrario, de expresiones que aluden a objetivos que orientan la
selección de temas y actividades a desarrollar en el curso. De ahí que temas y objetivos sean
cosas diferentes. En este caso, el contenido del curso, lo inmediato, está destinado al logro de
unos fines que trascienden lo que se enuncia en el listado de temas, al que proporcionan un
nuevo significado, una nueva dimensión.
El análisis de lo que habitualmente se conoce como el temario de la asignatura ha revelado
una abrumadora mayoría de los programas que presentan una secuencia de temas
estructurados según la lógica disciplinar tradicional de la estadística y la más habitual también
en los manuales de texto introductorios. Con niveles de detalle muy distintos los programas
repiten, una tras otro, los mismos esquemas de organización: estadística descriptiva,
inferencial, probabilidad, multivariable…. Las menciones que le recuerden al alumno que se
está formando para ser geógrafo aparecen, cuando lo hacen, en un tema introductorio que
revisa la relación entre la estadística y la geografía. Solamente 4 de los programas analizados
muestran una estructura propia, más relacionada con los objetivos del programa o con la
visión que su autor desea proporcionar sobre la relación entre las técnicas cuantitativas y la
geografía.
Por lo que respecta al tratamiento de la evaluación en los programas, lo más destacable es que
en la mayoría de los casos la referencia más habitual es el tipo de pruebas que se utilizarán
para obtener una calificación. Se mencionan los exámenes, los trabajos prácticos que recibirán
una nota y en algunos casos también cuestiones como la asistencia a clase o la participación
en el aula. Lo habitual también es que se especifique el peso que cada una de las pruebas
tendrá en la nota final. Se le informa por tanto al alumno del tipo de pruebas y el valor de cada
una pero no se le indica nada sobre los criterios que se utilizarán para asignarle la nota. Existe
lo que por otra parte es frecuente y es una confusión entre procedimientos de evaluación y de
calificación. Recordemos que al analizar los objetivos hemos podido constatar la ausencia
generalizada de especificaciones sobre las finalidades del curso o sobre el nivel de
conocimiento y comprensión que se desea alcanzar. Esta indefinición se consuma con el
silencio respecto al procedimiento de evaluación. Definitivamente, a la vista del programa los
alumnos no pueden saber si para cada una de las técnicas que se mencionan lo esencial es la
memorización de fórmulas, lo acertado de su utilización, la resolución correcta a nivel de
manipulación numérica, la interpretación de resultados…
Frente a la mayoría de los programas en los que se produce la situación descrita, están los
programas de seis cursos en los que los profesores respectivos sí han establecido las
diferencias necesarias entre los procedimientos de evaluación y calificación y proporcionan a
su vez información sobre los criterios que utilizarán para evaluar las pruebas. De los seis
programas uno destaca por el detalle de su exposición que a su vez refleja un cuidado proceso
de planificación. En este caso el profesor hace saber a sus alumnos, desde principio de curso,
cada una de las actividades que servirán para la evaluación y cuáles serán los criterios cada
caso para valorar los resultados y asignarles la calificación.
Si atendemos a la ausencia generalizada de objetivos formativos en los programas de técnicas
cuantitativas podemos concluir que no resulta extraño que la mayoría de los mismos no
incluyan tampoco los detalles sobre los aspectos o elementos que se tendrán en cuenta para
evaluar los resultados de aprendizaje. Decimos que no resulta extraño porque cuando no se
ha definido el modo en que esperamos o deseamos que los contenidos de un curso
contribuyan a la adquisición de determinadas capacidades, o los distintos niveles de
asimilación de los conocimientos que se trabajan, cuando no se han establecido en definitiva
los logros formativos, no se han creado los referentes para valorar los posibles resultados del
proceso.
Si nos fijamos sin embargo en lo prolíficos que son algunos de los programas a la hora de
informar sobre el tipo de pruebas de examen y el peso relativo que tendrá cada una en la
composición de las calificaciones sí podemos preguntarnos por qué el deseo manifiesto de
informar a los estudiantes no se ha extendido a los criterios de evaluación, sobre todo
teniendo en cuenta que sin lugar a dudas éstos existen en la mente del profesor, puesto que
todo aquel que evalúa y califica algo utiliza un patrón de comparación.
CONCLUSIONES
La investigación realizada nos ha proporcionado evidencias suficientes para perfilar un primer
esbozo sobre las concepciones educativas y la práctica docente de una parte del profesorado
de geografía. Pero lo que realmente nos ha permitido ha sido mostrar una de las maneras
posibles para empezar a trabajar si realmente quisiéramos llevar a cabo una transformación
no sólo de la imagen externa de la titulación sino del sistema formativo que la sustenta.
De todos modos para nosotros la aportación fundamental de la investigación no se sitúa tanto
en el capítulo final de los resultados como en la construcción de un marco válido para abordar
la problematización del modelo formativo todavía presente en las aulas en las que se imparte
la titulación de geografía. Se entiende así que la validez de sus resultados es una cuestión
todavía pendiente en tanto que se ha de demostrar en base a su capacidad para acortar la
distancia que existe entre los teóricos de la educación y los prácticos, que en este caso son
fundamentalmente los profesores de la titulación de geografía.
El análisis de los programas revela que las asignaturas analizadas, en su mayoría, constituyen
islotes o piezas aisladas en la estructura formativa de la titulación de Geografía. Nada hemos
podido encontrar en los programas que permita atisbar la articulación de las asignaturas de
métodos cuantitativos con el resto de materias de la titulación. Tampoco se detecta la
existencia de un proyecto formativo que respalde y fundamente la presencia de dichas
asignaturas en el plan de estudios. Aunque se trata de carencias visibles en los programas
docentes del profesorado, no podemos ni debemos responsabilizar de las mismas a los
docentes que han elaborado dichos programas. Sí podemos, sin embargo, hacernos
conscientes de que se trata de un problema cuya resolución apela al colectivo.2
Sería impensable que cada profesor tuviera que construir personalmente los fundamentos
teóricos y argumentaciones que explican la presencia de sus materias en el plan de estudios y
la coordinación entre las mismas. En primer lugar porque se trata de cuestiones que deben
resolverse necesariamente a nivel colectivo, en los niveles de planificación superiores en los
que se seleccionan los materias de estudio y se decide lo que cada una puede aportar al
proceso formativo. En segundo lugar porque se trata de elaboraciones cuyo desarrollo supera
generalmente las posibilidades de acción individual.
Es cierto que no somos originales al plantear los problemas relacionados con la falta de
proyectos formativos a nivel de las titulaciones y con las fatales consecuencias que esto
genera. El aislamiento de las asignaturas en los planes de estudio, la descoordinación entre el
profesorado o la incoherencia de los planes de estudio, entre otros, han sido objeto frecuente
de crítica en foros y publicaciones sobre la formación universitaria. Es también frecuente que
quienes realizan este tipo de críticas consideren que la solución a muchos de los problemas se
encuentra en la planificación, en la elaboración de verdaderos proyectos formativos para las
titulaciones. Miguel Zabalza, por ejemplo, es tajante respecto a la función del curriculum del
o plan de estudios, términos que considera sinónimos: cuando lo califica como el “nudo
gordiano de cualquier actuación educativa y formadora”, “el elemento central definidor de la
actividad formativa universitaria”.
Sin pretender pues ser originales, nuestra intención en este caso es confrontar los problemas
más acuciantes del modelo universitario todavía vigente y los procedimientos que se han
previsto para transformarlo.
Más allá de las reformas administrativas y estructurales que homogenizarán procedimientos
para garantizar la transparencia y facilitar la movilidad de estudiantes, la transformación
esencial que supone el proceso de Bolonia debería ser el paso de un modelo de formación
centrado en los contenidos y la enseñanza a otro modelo que priorice los procesos de
aprendizaje y la adquisición de competencias. Los responsables más directos (únicos?) de este
cambio serán los profesores universitarios, quienes a partir de 2010 están obligados a redactar
programas docentes acordes al nuevo modelo.
Dejando aparte el hecho de que un cambio de mentalidad como el que se busca actualmente
exige modificaciones de muchas de las prácticas actuales en todos los niveles de gestión y
organización, hay algo que todavía nos resulta más desconcertante. Nos referimos a la
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Somos conscientes de que la solución no es fácil porque el problema se desarrolla en un terreno sembrado de tensiones,
de intereses contrastados y de derechos sólidamente enraizados en la libertad que proporcionan la autonomía universitaria y
la libertad de cátedra. Pese a todo consideramos que la programación a nivel de departamento es una asignatura pendiente en
la universidad española y que.constituye el nivel medular del proceso de planificación, en tanto que supone el enlace o
bisagra entre las determinaciones institucionales relativas a la titulación y la acción del profesorado a nivel individual.
hipótesis subyacente de que un cambio en las formas traerá aparejado la transformación del
fondo. Cuando hablamos de las formas nos referimos a los productos o manifestaciones
tangibles en los que se materializan las concepciones -el fondo-, que una persona o un
colectivo tiene en relación a algo. Los programas docentes pertenecen, a nuestro entender, a la
categoría de elementos formales: serían documentos cuyo contenido es un reflejo y
materialización de las creencias del profesorado en relación al modo de concebir y organizar
los procesos de enseñanza-aprendizaje.
Partiendo de la separación entre forma y fondo, entre las ideas y sus materializaciones, lo que
nos cuestionamos son las posibilidades reales de modificar las costumbres en relación a la
elaboración de programas sin alterar las concepciones que constituyen sus fundamentos.
Formulado a modo de pregunta: ¿será suficiente con proporcionar al profesorado un conjunto
de principios y un formato de programa a realizar para que dicho profesorado pueda llevarlo a
cabo? ¿Llegará a comprender el profesorado en qué consiste la diferencia sustancial entre el
antiguo y el nuevo formato?
Aunque fuéramos optimistas en los pronósticos sobre la posibilidad reales de que el
profesorado sea capaz no sólo de redactar programas docentes sino de elaborar verdaderos
proyectos formativos, nos seguimos preguntando cuestiones como las siguientes: ¿con qué
referente contarán los docentes para que la elaboración de sus proyectos no sea un trabajo
individual y aislado? ¿De qué modo se abordará la coherencia interna de las titulaciones?,
¿qué ocurrirá con la coordinación entre docentes y asignaturas?, ¿de qué modo se superará la
estructura actual de las titulaciones, en general atomizada y producto de la mera adición de
materias de estudio?
Por nuestra parte no hemos encontrado respuestas a estas preguntas y a otras similares ni en la
teoría ni en la práctica que están materializando el proceso de transformación del modelo
universitario. Las respuestas las hemos encontrado en la teoría curricular que sí proporciona
herramientas teóricas y metodológicas para fundamentar e instrumentalizar un verdadero
proceso de cambio del modelo educativo. La alternativa que ofrece la teoría curricular puede
parecer similar a la estrategia que se está utilizando actualmente, por ser en ambos casos la
planificación y los proyectos o programas las herramientas estratégicas esenciales. Las
diferencias, sin embargo, son abismales. Hablar de planificación en el ámbito del curriculum
es hablar de un proceso que integra y coordina todos los agentes y niveles de organización de
un sistema y es también hablar de un proyecto educativo que surge de un proceso de reflexión
sólidamente fundamentado.
En relación con el último eslabón de la planificación curricular –los programas individuales
del profesorado- creemos que existen pruebas suficientes para solicitar una revisión sobre su
naturaleza y funciones y sobre su potencial como herramientas para la transformación del
modelo educativo. Empezamos a comprender su valor cuando nos hacemos conscientes de
que constituyen la herramienta de comunicación entre los profesores, como individuos y
como colectivo, los alumnos y la institución. Estamos convencidos además de que existe una
línea de investigación y trabajo en torno a los programas docentes que podría ser de gran
valor para avanzar en el cambio que muchos deseamos. Algunas sugerencias al respecto:
¿Cumple el programa, en la realidad cotidiana de las aulas, alguna otra función que la
de recoger, con mayor o menor detalle, los contenidos de un curso?
¿Tiene alguna repercusión el programa, el modo en que informamos a los alumnos, en
las actitudes de los alumnos ante el curso?
¿Pueden generar los programas concepciones en los alumnos sobre la materia objeto
del curso?
¿Pueden los programas contribuir de alguna forma en el fomento de actitudes y
costumbres que incrementen la participación de los estudiantes en su proceso de
aprendizaje?
No queremos terminar sin expresar nuestra opinión más sincera. Creemos que la teoría del
cambio de la universidad está incompleta. Ha desarrollado los aspectos relativos a los fines y
siguen en blanco los que se refieren a los medios y en general al proceso
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