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Abdel llamó junto a sí al joven Muchtar, que era de buen ver y de ojos vivarachos, de esos
que brotan inteligencia como cascadas de agua. Le hizo el gesto de que se sentara en la cama y
le rogó que le explicara muchas cosas, pero que primeramente él le contaría algunas otras.
—No sé qué es lo que sucede, hijo. Espero que tú me ayudes a salir de este embrollo.
Enseguida le pidió que le relatara, de nuevo, cómo fue que le encontraron, cayendo desde el
cielo en medio de una bola de fuego. Cuando le refirió cómo el Tambora había tenido una
explosión, y cómo lo vieron caer del cielo, y cuando concluyó esta parte, Abdel le preguntó
directamente:
—Por favor, dime: ¿en qué año estamos? Nunca me lo ha dicho nadie y, francamente, me
daba mucho miedo saberlo.
Muchtar sonrió, pero al instante comprendió que no era prudente hacerlo.
—Estamos a 21 de junio del año 2018 —fue su parca, pero precisa respuesta.
El hombre encajó aquello sin mostrar preocupación aparente y respondió al cabo de unos
segundos:
—Gracias. No sé qué significa exactamente. Verás, en mi mundo el calendario del mes
comenzaba con la Luna nueva, y duraba 29 ó 30 días. La última fecha que yo recuerdo era que
estábamos en el año 744 del Profeta.
—¿De Mahoma? —Inquirió el chico—. ¿Te refieres a Muhammed?
—Sí —respondió Abdel con una mirada expectante.
—Eso quiere decir que tú viviste, ahora verás… en el 1367 de nuestra Era.
—¿Cuál Era?
—La Era cristiana. Ahora se cumplen 2018 años del nacimiento del profeta Yéshua.
Nuestro año solar dura 365 días, y uno más para los años bisiestos. Ya te explicaré.
—El nuestro duraba 354 días. ¿Y cuál religión practicas tú, por ejemplo? —Preguntó el
paciente.
—La misma que tú, soy seguidor de Mahoma —respondió Muchtar con una alegría que
parecía como un rayo de Sol entre las nubes—. Por eso me has visto partir a ciertas horas, lo
hago para rezar mis tres oraciones diarias, sin molestarte.
—No entiendo.
—¿Qué no entiendes —preguntó el joven—, que, siendo mahometanos, usemos el
calendario cristiano?; ¿o que me tenga que salir del cuarto para orar hacia la Meca?
—Sí. Que, siendo mahometanos…, eso que dijiste.
—Bueno, es que vivimos en un mundo donde prácticamente todos estamos comunicados, y
aunque algunos siguen usando sus propios calendarios, a nivel del global usamos un solo
calendario, el cristiano.
—¡Aaahhh…!, ya entiendo. Pero no comprendo.
—¡Uh, ah, vaya! Y ahora el que no entiende soy yo —Muchtar mostraba cierto estupor en
su rostro.
—Ya sé… —intervino Abdel— ;… quieres saber cómo es posible que yo haya vivido en el
año 1367… y siga vivo aún.
—Sí. Es imposible.
—No lo sé, exactamente —respondió el hombre de edad madura, que cabe decir solía estar
casi todo el tiempo con una expresión de dolor en su rostro y una rigidez en su cuerpo—; lo
único que me viene a la mente es que para Dios nadie está muerto, y que para Él todo es
posible. Creo…, no puedo asegurarlo, que tengo una misión importante que llevar a cabo, pero
ni siquiera sé si tiene que ver con Él o qué…
De repente, dirigió su mirada hacia la pared de cristal (que en esta ocasión había solicitado
estuviera con las cortinas abiertas) y que daba al pasillo. Una religiosa de toga color vainilla y
de piel blanca como la leche cruzó la zona, y Muchtar alcanzó también a verla cuando giró a su
vez su rostro.
—¿Sabes quién es ella? —Preguntó asombrado.
Muchtar le respondió que no, que la había visto de aquí para allá, pero que no sabía si era
una enfermera (no lucía como tal) o familiar de algún paciente.
—¿Por qué me lo preguntas, Hamîd?
—Es que…, veo en ella una luz en su pecho, que me recuerda algo... Es una luz que no
parece de este mundo, que no he visto en nadie más. ¿Podrías averiguar quién es, por favor?
—¡Claro! —Contestó el adolescente, que hizo ademán de partir en busca de información.
Pero, antes de dar el segundo paso, el hombre le hizo una nueva solicitud:
—Escucha, quiero que me enseñes todo lo que sepas sobre este mundo. Habla con mi
médico, si no lo veo yo antes, y solicítale que te proporcione, si le place, cualquier recurso que
nos sirva para aprender todo, porque sigo profundamente maravillado. ¡Ah!, pero no le digas a
nadie lo de que yo te he contado que viví hace muchos, muchos años. ¡Otra cosa!, antes de
salir, ¿podrías correr las cortinas? ¿Sí?
—Seré prudente y diligente —respondió Muchtar, que partió raudo y alegre, luego de aislar
a Abdel de las miradas curiosas.
La televisión estaba encendida y mostraba las noticias nacionales del momento. Algo le
llamó la atención sobre un candidato a Gobernador (o Presidente, no lo supo con certeza) de la
provincia especial de Yakarta, perteneciente al partido oficialista musulmán, el Gorka (o
Gologan Karja). Le escuchó presentar algunas de sus propuestas, al tiempo que sentía un
profundo desagrado por él, sin saber el porqué, pero ya no pudo escuchar más, puesto que un
acceso de tos le sobrevino y comenzó a escupir sangre.
Coincidentemente, en ese momento entró una enfermera que dio la señal de alarma, y pudo
ser atendido de inmediato. Ella manifestó que escuchó claramente la voz de nuestro hombremîd
hablarle, como si estuviera junto a ella, en la recepción del piso, y que por eso había acudido a
atenderle. Pero Abdel se hallaba a más de 35 metros de distancia y no había pronunciado
palabra alguna.