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Néstor Guestrin
Perfume
Perfume
Cuando ella le dijo que sintiera el perfume del momento en verdad recordaría
después todos los perfumes por los que había transitado desde que su memoria
alcanzara. Como situado en un punto desde donde volvía hacia atrás fue reconstruyendo
cada paso en una revisión de aquello que lo llevara al instante donde esa sensación
aromática sugerida le llevaba de regreso a momentos anteriores. Quizás lo que vendría
se apoyaría en ella, imaginó.
El agua golpeaba en la orilla de piedras y algo de arena sobre la costa formada
artificialmente para ganarle un espacio al río. A pesar de ese artilugio, y como una
ratificación de lo natural, el viento tenue que venía del este empujaba con lentitud las
pequeñas olas rompiendo sobre los restos de bloques en el afán de corroer y desintegrar
lo que antes había sido algo sólido y con ambiciones de perpetuidad. Las aguas iban y
venían en un calmo acompasar sin tiempo de antes ni después socavando sin pausa la
dureza del cemento. Las nubes daban a la brisa un halo de frescura quitando en algo el
calor del verano que se aproximaba. Entre algunos pájaros que proclamaban su
presencia con su vuelo entre las aguas y el cielo, una gaviota de silueta blanca pasó de
lado a lado extendiendo su lánguido cuerpo y sus alas de posible magnificencia
demorando la visión del único paseante que por esa hora perdía su mirada hacia el
horizonte del ancho río, ése que los antiguos habían confundido con la entrada del
océano a la riqueza de la plata en el nuevo mundo por conocer. El paseante siguió el
vuelo. Un recuerdo de perfumes lo invadió en presagio de la propuesta a la que sería
convocado.
Ese mismo lugar, el único donde la barranca baja suavemente hasta fundirse con
el agua en una suerte de corta playa silenciosa, fue donde vio antes una extraña escena
de ceremonia ritual con gente envuelta en blancas y coloridas túnicas bailando al son de
2 Cuatro Relatos Breves: Perfume Néstor Guestrin
una tumbadora y una campanilla disipando por el aire una música insistente y singular.
Esos ritmos percusivos llegaban al promontorio donde ahora estaba instalado el
paseante convertido en esta circunstancia en testigo de algo inusual. Las personas del
grupo bailaban y al parecer oraban en conjunto abrazándose y luego abriéndose como
círculos en espasmos de contracción y dilatación. Por momentos elevaban sus brazos al
aire y después los bajaban hacia el agua conjugando en el movimiento una relación
entre los dos elementos. En el centro del círculo humano alguien enteramente de blanco,
la oficiante del rito o quizás la destinataria del mismo, se contorsionaba al son de la
música que le proporcionaban. Otro participante tenía entre sus manos una pequeña
barcaza amarilla adonde la mujer de túnica blanca, la elegida o la promotora de la
ceremonia, le dirigía lo que semejaba una plegaria. Palabras, o imprecaciones, le
dedicaba a esa barcaza, a veces con los brazos en alto, otras hacia abajo, hacia el agua.
Después de sucesivos cánticos, abrazos y rondas, el que tenía la barcaza amarilla fue
llevándola aguas adentro mientras los otros lo seguían en procesión ritual. Cuando
llegaron a cierta distancia de la playa los participantes de la ceremonia se detuvieron y
quedaron viendo cómo aquel otro iba internándose hasta una considerable distancia de
la costa. En ese momento con un fuerte empujón derivó la barcaza a lo profundo. El
viento fue llevándola hasta que se perdió de vista. Las personas volvieron a reunirse en
la playa, y con una última oración dieron por finalizada la ceremonia. De a poco se
fueron apartando hasta quedar nuevamente la pequeña playa despoblada y solitaria.
El paseante, testigo ahora de esta ceremonia, evoca quizás alguna fragancia de
recuerdos atávicos y lejanos.
Se van mezclando otros recuerdos del mismo modo que los aromas se fusionan,
se dispersan y se unen en mil combinaciones. Más lejanos, menos precisos. En una
espiral caleidoscópica aparecen, se borronean y desaparecen. Infinitos sonidos y
silencios, colores y luces, sensaciones y sentimientos, van y vuelven, vuelven y van.
Los bloques comenzaron a girar adoptando el amarillo y el blanco de las túnicas.
El agua golpeó con más fuerza sobre la playa alentada por una brisa que empezó a
soplar con mayor intensidad hasta transformarse en un ventarrón considerable. Las
nubes giraron sobre sí anunciando una tormenta de proporciones. Algunos de los
oficiantes de la ceremonia volvieron sobre sus pasos a recoger algo que habían dejado y
huyeron rápidamente en distintas direcciones. Los pájaros desaparecieron del lugar
transformados en sombras ululantes. La barcaza amarilla ya perdida de vista volvió
hacia la costa empujada por el viento que soplaba fuertemente aumentando sus
3 Cuatro Relatos Breves: Perfume Néstor Guestrin
dimensiones hasta hacerse un gran barco que encallaba estrepitosamente entre las rocas
de la costa rompiéndose en varias partes. Las túnicas abandonadas por los oficiantes
volaron cubriendo y enroscándose de mil formas entre los bloques de cemento
esparcidos en la playa partiéndolos en pedazos que volaban por el aire arrastrados por el
vendaval desatado. El paseante había desertado hace rato ya de tal escenario
presintiendo este final. La oscuridad fue ganando el paisaje mientras el polvo de las
rocas volaba enfurecido golpeando y erosionando lo que encontraba a su paso. Las olas
crecieron en tamaño cubriendo aquella pequeña playa llevándose todo tras de sí. Algún
cartel cayó con gran estruendo y en medio de la furia del vendaval voló arrastrado tierra
adentro. Un árbol giró abruptamente dejando sus raíces en desnudez mientras sus ramas
y hojas se esparcían como jirones a lo largo de la costa. Playa, rocas, bloques, todo se
disolvió en esa tormenta hasta quedar en nada. Sólo el agua y el viento que había
cobrado una inusual fuerza dominaron el paisaje hasta reducirlo totalmente. Desde el
fondo del ancho río surgió como un fantasma que nadie vio la silueta de una carabela
antigua con sus tripulantes buscando aun los tesoros de plata prometidos y nunca
hallados.
Lejos de aquel lugar recordó entonces el momento cuando ella le dijera que
sintiera el perfume. Reconstruyó en su imaginación la calma de la pequeña playa, los
pájaros que volaban entre el agua y el cielo, la brisa tenue del este, el paso raudo y fugaz
de una gaviota en vuelo posible, la ceremonia ritual de túnicas amarillas y blancas, la
barcaza perdiéndose lentamente hacia lo profundo. Creyó subirse entonces a esa antigua
carabela aparecida para seguir buscando junto a sus tripulantes el mítico camino hacia la
tierra de la plata.
Néstor Guestrin
22-Diciembre-2007
4 Cuatro Relatos Breves: Siete pasos al cielo Néstor Guestrin
siempre a la hora acordada, y tendrá que esperar, como siempre. Una paciencia agotada.
Y es cierto que nunca tuvo demasiada, no puede ser que ella haga siempre su voluntad
me molesta su pretensión de independencia que quiera hacer lo que quiere sin mi
consentimiento sino qué soy yo el que lleva los pantalones el que manda el que está
arriba porque eso es lo natural y así debe ser la mujer lo debe seguir el que pone las
cosas en su lugar es el varón qué tanto embromar y basta de discutir sino con una buena
cachetada se termina es la forma que uno tiene de hacerse valer por favor y nunca lo
entendió. Ella abre la puerta con algo de timidez, o quizás temor, y mira a la mesa de
siempre, sabe que él esta allí. Tendrá que ser fuerte se dice para darse valor. Recorre el
poco trecho con lentitud porque también sabe el discurso que tendrá que escuchar.
Reproches, quejas, y no más porque están en un lugar público, sino seguiría con algo
peor. Esta vez decidió ella y no él que deben seguir cada uno por separado, la forma de
preservarse después de tanto pasado sin ver ni aceptar. Mira… seria… firme… dice…
Basta.
semana tenías pensado hacer algo, dice él. Bueno, en realidad algo tenía, pero no es
seguro, como para dejar una posibilidad. Siguen con el programa del curso, hablan de
quién se ocupará de cada punto, cómo organizar el trimestre, y así también al descuido
la mano de él roza la suya, otro ligero temblor, ¿lo habrá notado? El la mira a los ojos,
ella los baja, él se sonríe, ella suspira sin que lo parezca. Ya no hablan de la materia ni
de temas ni de programas. El le toma las manos y se quedan un largo rato sin decir
nada. Ella dice que se le hace tarde, tiene alumnos esperándola. El se ofrece a
acompañarla. Salen juntos. Se verán el sábado con más tiempo.
Sueña…piensa…sola…nada…
todo lo puede conjeturar. Revuelve su taza de café e intenta leer el libro que ha llevado.
Siempre tiene alguno a mano, es una costumbre. El televisor que nadie ve ni escucha
colgado de una pared exhala imágenes de un remoto partido de fútbol. Pasan unos
minutos de la hora que habían establecido, él se inquieta, ¿vendrá? Ella baja de un taxi
en la esquina, al frente de la puerta del bar. El la ve, la reconoce enseguida. Con paso
ligero cruza la vereda, llega a la puerta y entra con decisión. Va directamente a la mesa
donde está él. Perdonáme me fui para otro lado, pero al fin por el taxista encontré este
lugar donde habíamos quedado. El sonríe, ¿cómo estás? es la pregunta inicial de una
conversación que va a recorrer durante largos minutos, quién sabe cuántos, tiempos,
lecturas, el pasado de cada uno, algún proyecto vago de escritura, la poesía de ella, los
sueños de él. Sus manos se cruzan, se tocan, se estrechan. Algo los llega a unir. Por
momentos no hay palabras, sólo mirarse el uno al otro, acariciarse con los ojos, llenarse
de la imagen del otro. Algo fluye entre los dos. Hablan de parejas anteriores, lo que ya
no es, lo que dejó de ser. También sin decirlo imaginan lo que puede ser. No, allí no.
Está el mozo atendiendo las mesas, el encargado detrás del mostrador, la otra mujer que
se ha reunido con la amiga, otro que entró después. Sólo hay lugar para una caricia con
las manos, con los ojos. El deja un billete sobre la mesa que el mozo enseguida viene a
recoger, y salen del bar con mucho más de lo que tenían cuando entraron.
6. Caminan por la vereda, la noche los envuelve, la luz de los faroles recubre su
intimidad. El la rodea con sus brazos, la abraza fuerte, ella siente ese calor y se deja caer
hacia él. Sin decir nada él la toma atrayéndola sobre sí y sus labios buscan los otros.
Ella cierra sus ojos, siente esos labios, abre los suyos para recibir y se pierde en un
laberinto de estallidos, fuegos y luces al reconocer su interior. El le recorre con sus
manos toda la espalda apretándola y ella balbucea alguna palabra de amor. Ella le pide
la acompañe a completar ese loco sueño de abrir y dar. Caminan muy juntos esas
cuadras sin que nada pueda llegar a perturbarlos. Siluetas de duendes antiguos saltan a
su alrededor con refulgentes banderines que surgen de su interior con la fuerza de
pasiones eternas, efluvios etéreos se arremolinan y danzan al son de sus pasos en
silencio cuando de los árboles parecen caer pequeñas hojas como una lluvia de cortos
sonidos en escalas descendentes y el todo se mezcla en una inmensa sensación de yacer
al subir y bajar en una rítmica de períodos que se alargan y se acortan con el fondo
nervioso de baquetas al golpear parches de diferentes alturas en saltos de aquí para allá
8 Cuatro Relatos Breves: Siete pasos al cielo Néstor Guestrin
fotónica produce una explosión más grande, con la consiguiente mayor descarga
energética, puede ser que algún paseante piense hasta llegar a decirlo entre dientes, qué
calor, con alguna otra exclamación irreproducible. Se trata de una queja y no del goce
estético que venimos tratando.
Otra forma de ver estas luces y sombras es imaginar la proyección de seres
reales o irreales, formas más allá de lo puramente geométrico, provenientes de lo
mitológico o del ancestro terrenal. Serpientes de dos cabezas, dragones fulgurantes,
dioses de barba enojada, bellísimas hadas, medusas pegajosas, rocas parlantes, guerreros
invencibles, insectos gigantes o una simple flauta cantarina. Anunciadores de catástrofes
o conquistas, desastres o victorias. Ya lo hacían los antiguos. No es novedoso. El modo
mágico de preservarnos del temor existencial, explican los entendidos. En los tiempos
actuales tal planteo suena anacrónico, irreal. Sólo a los fabricantes de espectáculos
enlatados puede ocurrírsele. Y a ninguno de los paseantes habituales que aquí vemos
podría ni siquiera cruzarle tal idea. En tal caso lo resolvería hablando con su analista, y
seguiría tranquilamente con su audífono cargado de música, palabras o datos corporales.
Para el observante atento, que es el personaje que nos interesa, tampoco suena
convincente, más preocupado en encontrar un goce estético que tal tipo de tribulaciones
fantasiosas y faltos de originalidad.
Hacia el anochecer, si bien la luz solar se diluye, es reemplazada por la luz
eléctrica de la iluminación municipal. También se observan sombras y figuras
proyectadas ahora por esas luces. Pero no es lo mismo. Se nota la ausencia de
naturalidad. La calidad, o el tipo de luz, es enteramente diferente. Ya no se produce ese
encantamiento de la hora diurna, sin embargo para ellos es igual. Se diría que hasta se
animan a salir más, y por eso los caminadores suelen incrementarse en número.
Pareciera que les resulta mejor esta luz. Se sienten más cómodos en el artificio. Lo
mismo que en los días nublados, donde desaparece todo esta referencia lumínica. Allí
están en mayor cantidad al anochecer, o en días nublados. No cuando llueve,
obviamente, porque mojarse es peor que recibir el bombardeo de fotones solares.
Que haya alguien que se deleite con las figuras producidas por la luz solar entre
las hojas de los árboles es excepcional, aunque no creemos que haya sólo un caso único,
como el que escribe este breve prospecto. Es probable que haya alguien más, pero no se
anime a decirlo. Puede ser tildado de ingenuo, extraño o fuera de lo normal. Y los
caminadores pueden excluirlo de su medio. Por eso quizás subrepticiamente,
sigilosamente, secretamente, alguno que otro al pasar mire aunque sea de soslayo,
12 Cuatro Relatos Breves: Luz entre las hojas Néstor Guestrin
rápidamente, hacia el piso, y hasta en un ademán sólo, en un golpe de vista, intente ver
la copa de los árboles tratando de ver de donde viene la luz entre las hojas.
Néstor Guestrin
6-Enero-2008
13 Cuatro Relatos Breves: Blues del Sábado a la Tarde Néstor Guestrin
La poesía es tristeza
Gabriela Yocco
Sentado en el banco queda él, pensativo. No ha querido tomar este tren para
prolongar el momento y acariciar sus recuerdos. Sólo le queda una larga ausencia.
De la radio del kiosco una trompeta deja escapar la melodía de un blues que se
dispersa por todo el andén.
a Graciela Vulpetti
Néstor Guestrin
31-Diciembre-2007