15 al 21 de agosto de 2010 ev: 17
San Juan
por las diócesis
MONSEÑOR ROBERTO González Nieves
Arzobispo Metropolitano de San Juan
Con esta celebración eucarística cumplimos
uno de los deseos de nuestra querida hermana,
doña Lolita Lebrón. Ella misma me expresó su de-
seo de ser traída a la Catedral como parte de sus
exequias fúnebres. Ella quiso que la despidiéramos
aquí, en esta Catedral en honor a San Juan Bau-
tista, precursor del Señor, profeta de la Verdad y
Mártir.
En la existencia surgen coyunturas muy difí-
ciles, en las que las circunstancias y los principios
entran en conflicto. Y a veces las mismas virtudes
provocan crisis de discernimiento: libertad o res-
peto a la vida, dignidad o fraternidad, patria o cos-
mopolitismo.
En mi carta pastoral Patria, nación e identi-
dad: don indivisible del amor de Dios abogué
por un equilibrio entre lo particular y lo universal,
es decir, entre cada nación y la humanidad entera.
Inspirado en el pensamiento social católico, subra-
yé el valor de la patria en el consorcio mundial de
las naciones.
El problema de la justa convivencia humana
no es nada nuevo. En esta parte del globo lo he-
mos vivido desde los albores de la colonización.
Resulta interesante el hecho de que Lolita naciera
un 19 de noviembre, efemérides del llamado “Des-
cubrimiento”, o más bien la fecha que marca la re-
lación entre dos culturas, en un camino de luces y
sombras.
También es la fecha que, en noviembre de
1969, el Papa Pablo VI designara y cito sus pala-
bras: “Solemnidad de Nuestra Señora de la Divina
Providencia, Patrona Principal de Toda la Nación
puertorriqueña”.
A Lolita se le conoce mayormente por su ac-
ción en el campo político durante los años críti-
cos del siglo XX. Nosotros la conocemos también
como mujer católica, de Misa y comunión diarias
la mayor parte de su vida.
Profundamente devota de su Patria y de su
Iglesia, se comprometió con el nexo inexorable
entre la cultura autóctona y la fe cristiana. Percibió
las raíces de dicha cultura en la Iglesia Católica, en
su relación inseparable con la identidad católica
puertorriqueña. En cierta ocasión me pidió que
quería que pusieran sobre su cadáver dos rosarios:
uno colgado a su cuello y otro sobre su corazón,
porque “Soy muy, muy, muy mariana”.
Esto me recuerda la imagen del jíbaro con el
rosario al cuello, según aparece en los escritos de
Fray Iñigo Abbad. Por feliz coincidencia, o mejor
dicho providencia, hoy celebramos una fiesta ma-
riana: Nuestra Señora de los Ángeles. Asimismo, la
doctrina social de la Iglesia fue fuente de inspira-
ción en la lucha por la libertad de su Patria.
Otros cristianos, en el presente y en el pasado,
se han visto apremiados por la llamada del patrio-
tismo, como por ejemplo Juana de Arco, Luis Rey y
Jacobo Kern. Lolita Lebrón, siendo emigrante, vio
crecer el amor a su País. Quiso demostrarlo públi-
camente, sin intención de matar a nadie como a
mí me lo expresó, pero sabiendo que podía morir.
Pasó largos años de prisión, hasta que recibió el
indulto del Presidente Carter en 1979. Fue arresta-
da nuevamente por defender la causa de Vieques.
Sufrió persecución y enfermedad, pero nunca re-
nunció al derecho fundamental de la libertad.
Ante una pregunta que le hicieron en el año
de 1998 sobre el derecho de luchar por la liber-
tad, ella respondió: “pienso que los tiempos han
cambiado, y no hay necesidad de matar por la li-
bertad”.
A este servidor le reafirmó en persona su total
repudio a la violencia como método de adquirir la
independencia. Nuestros procesos han de ser de-
mocráticos, en un contexto de autodeterminación,
mutuo respeto y no violencia.
En su vida terrenal, Lolita fue una fiel creyente
en un Dios Padre, Todopoderoso y Eterno, crea-
dor de todas las cosas; ella fue una fiel creyente en
Jesús, a quien nosotros los cristianos y cristianas
conocemos, amamos y adoramos como el Hijo del
Dios Verdadero. Ella creyó firmemente en la Re-
surrección de Jesús, creyó en que la muerte no
es el último acto en el drama humano, sino que
creyó en que después de la muerte humana, hay
una vida plena, totalmente libre, una vida eterna
en Jesús Resucitado.
Ésta era la fe de Lolita, la fe de esta insigne hija
de la Iglesia. Ésta era la fe con la cual se acogía al
juicio del Dios que es Amor y Misericordia infinita.
Según se acercaba a su muerte, Lolita oía por me-
dio de su fe las palabras de Jesús en el Evangelio:
“Yo soy la resurrección y la vida.”
(Para leer en su totalidad la homilía pronun-
ciada por el Arzobispo de San Juan durante la
misa de las exequias a Lolita Lebrón debe acce-
der www.elvisitantepr.com.)