You are on page 1of 20
10 LA DEFINICION DE REGIONES Y LAS NUEVAS DIVISIONES POLITICAS Ramon Maria Serrera jIMPULSO REFORMISTA © PROCESO NATURAL DE REGIONALIZACION? La centuria ilustrada contempla el afianzamiento y la consolidacién de un lento proceso de regionalizacién del territorio indiano, cuyos origenes hay que ras- trear en las décadas que siguieron la Conquista, con factores determinantes provenientes incluso del periodo indigena. Un sugestivo estudio del afio 1979 (Slicher, 1979: 54-70) presenta los resultados de una original investigacion, en la que se propone un disefio de zonificacién regional de todo el espacio indiano en torno al afio 1600, basado en el andlisis minucioso de la informacién demo- exafica, econémica y administrativa que ofrecen la Geografia y Descripcion Universal de las Indias del cronista oficial Juan L6pez de Velasco, con datos re- ferentes a los afios inmediatos a 1574, y el Compendio y Descripcion de las In- dias Occidentales del carmelita Antonio Vazquez de Espinosa, concluido en 1628 y con informacién de las primeras décadas del siglo xvul. Segiin el andlisis y la clasificacién de 85 variables econémicas y su concurrencia y distribucién territorial en las 36 Areas naturales en las que se parcel convencionalmente la geografia indiana, se establecieron cuatro grandes complejos territoriales en los ue se inclufan tres tipos de zonas: centrales o nucleares, intermedias y periféri- cas o marginales. Este cuadro presenta un panorama bastante fiel del grado de regionalizacién y articulacién interna que en tan prematura fecha ya manifesta- ba esa realidad que, en términos gencrales, fue conocida con la denominacion de Indias espafiolas; fendmeno este que se iria afianzando a lo largo del siglo del Barroco. Lenta y gradualmente, en efecto, se fue configurando este mapa regional de la geografia indiana, en el que se aprecia una evidente superposicién entre zoni- ficacién econémica y zonificacién administrativa, hasta el punto de que para al- gunos autores la frontera del espacio econémico se adelanta en el tiempo a la fi- jacién de los limites de los distritos oficiales. A esto hay que agregar una clara correspondencia entre la organizacién diocesana y las demarcaciones provincia- les del aparato institucional impuesto por la burocracia estatal. La ereccién de nuevos obispados vino a coincidir con la creacién de nuevas gobernaciones, de 232 RAMON MARIA SER forma que la consolidacién poblacional de una zona quedaba oficialmente san- cionada con el establecimiento de sus instituciones civiles y eclesidsticas. Cuando a principios del siglo xv, por ejemplo, Charcas es elevada al rango arzobispal (1609), completandose asi en Indias el nuevo mapa archidiocesano al quedar es- tablecidas las cinco sedes metropolitanas en México, Lima, Santa Fe de Bogota, Charcas y Santo Domingo, con jurisdiccién sobre sus respectivos obispados su- fragdneos, se vislumbra ya con claridad una prefiguracion de los limites de los cuatro futuros virreinatos existentes en las Indias en las tltimas décadas del siglo Xvi, con la excepcién del siempre auténomo ambito insular antillano. A lo expuesto vino a sumarse un paralelo y acelerado proceso de regionali- zacion de los espacios econémicos, los mercados, las escuelas artisticas, los na- cientes modismos e inflexiones del habla de cada zona, la expresi6n literaria, el folklore y la cultura popular, la crénica (la conocida provincializacién de la lla- mada «cr6nica de convento»), las devociones por los santos y virgenes locales, la cocina, la indumentaria, la expresién musical, etc., con el simultdneo surgimien- to de una clara conciencia de autovaloracién de lo propio en sus diversas mani- festaciones colectivas de expresién. Este proceso de criollizacion de la cultura del siglo XVII es consustancial y simultdneo, en realidad, al fenémeno mismo de re- gionalizacién de todas las manifestaciones de la realidad indiana, con la consi- guiente autoafirmacién de la nueva conciencia de identidad colectiva de sus ha- bitantes (Serrera, 1990: 432-445). Cuando franqueamos la frontera convencional del cambio de centuria y nos adentramos en el llamado «siglo de las reformas», el proceso de regionalizacion descrito se acenttia y se consolida atin més dentro del nuevo marco cultural de la Tlustracién. Esto resulta particularmente perceptible a partir de la subida al tro- no de Carlos Ill (1759) y, de forma més intensa, en el plazo temporal compren- dido entre 1770 y 1790, cuando los gobernantes ilustrados metropolitanos po- nen en marcha un ambicioso plan de reformas, por medio del cual intentaran transformar la realidad institucional de los reinos indianos. Inspirados en los principios de racionalidad y funcionalidad, sus objetivos se centraran en moder- nizar la administracién colonial y en disefiar un nuevo mapa administrativo mas homogéneo y més acorde con la nueva realidad americana, en el que se amorti- giien las diferencias entre las reas nucleares y las marginales, y se logre al mis- mo tiempo un afianzamiento del control del espacio en las zonas periféricas, en las mismas fronteras del Imperio. Las paginas que siguen pretenden abordar el estudio de algunas de estas re- formas ilustradas, sobre todo las que tuvieron relacién con las nuevas divisiones politico-administrativas surgidas en el nuevo siglo, con objeto de calibrar si, efectivamente, de ellas surgid una nueva definicidn del concepto de region o si, por el contrario, las reformas se limitaron a una simple superposicion espacial del nuevo aparato administrativo sobre el antiguo mapa institucional heredado de las dos centurias precedentes. Y, con un interés muy particular, intentaremos responder a una pregunta clave: gsupusieron estas reformas una ratificacién off cial del afianzamiento y maduracién del proceso natural de regionalizaci6n ini- ciado en la época de los Austrias, 0, més bien, se puede considerar que el impul- so reformista favorecié y estimulé dicho proceso con la creacién de nuevas LA DEFINICION DE REGIONES Y LAS NUEVAS DIVISIONES POLITICAS 233 unidades administrativas capaces de vertebrar también nuevos espacios y de do- tar de cohesién a territorios hasta entonces escasamente integrados? POLITICA DE DEFENSA Y NUEVAS DEMARCACIONES VIRREINALES Durante casi dos siglos, desde 1543 hasta 1739, en los territorios espafioles de Ultramar hubo tinicamente dos virreinatos, desde cuyas capitales, México y Lima, los sucesivos virreyes ejercieron su tedrico y casi mayestatico poder sobre dos extensisimas demarcaciones de dimensiones auténticamente subcontinenta- les, con el agregado, en el caso de Nueva Espaiia, de las areas insulares antillana y filipina. En el siglo xvm, el cambio mds Ilamativo que se produjo en el mapa de las divisiones administrativas indianas fue, sin duda, la creacién de dos nue- vos virreinatos, el de Nueva Granada (1739), con sede en Santa Fe de Bogoté, y el del Rio de La Plata (1776), con capital en Buenos Aires. Llama la atencién que las dos nuevas circunscripciones virreinales nacieran marcadas por los signos de la precariedad y de la provisionalidad respectivamen- te; algo que puede resultar paraddjico si consideramos que las dos iniciativas se adoptaron en respuesta a la agresion o presién que durante todo el siglo ejercié Gran Bretaiia sobre el litoral septentrional sudamericano y en aguas del Atlanti- co sur, donde los ingleses contaban con la cercana ayuda que desde Brasil les dispensaban sus aliados portuguese. La ocupacién britdnica de las Malvinas en- tre 1765 y 1774 es todo un simbolo de este peligro que las autoridades metropo- litanas consideraban alarmante y, sobre todo, muy préximo. Esta rivalidad entre el bloque hispanogalo y el angloportugués, en la que se dirimia el control de las rutas atlanticas en un siglo de creciente revalorizacién del espacio americano, se materializé en sucesivas confrontaciones bélicas for- males (Guerra de Sucesién de Espafia, Guerra de Sucesién de Austria, Guerra de los Siete Afios, Guerra de Independencia de Estados Unidos, etc.) 0 en incursio- nes 0 asaltos aislados en los que los antiguos bucaneros del siglo xvi han sido reemplazados en su protagonismo por grandes figuras de la Marina Real briténi- ca (Vernon, Anson, Knowles, Oglethorpe, etc.), que extendieron sus actividades por todo el escenario litoral indiano. Con el fin de hacer frente a esta planificada agresion y reforzar las defensas de la costa septentrional de Sudamérica, desde Panama hasta la Guayana, se cre6 en marzo de 1717 el virreinato de Nueva Granada. Inexplicablemente, has- ta finales de 1719 no Ilegé a Santa Fe el primer virrey investido de sus altas atri- buciones de gobierno, don Jorge de Villalonga, un mandatario ineficaz cuya ac- ruacion fue desautorizada por las autoridades peninsulares, hasta el punto de que en 1723 fue suprimida la recién creada demarcacién virreinal. S6lo la persis- rente agresiOn britdnica contra los principales enclaves de la zona obligarfa a la Corona, dieciséis afios mas tarde, a restablecer definitivamente el virreinato neo- granadino (1739), cuyos limites territoriales han suscitado siempre controversia entre los historiadores. Mientras algunos prestigiosos autores de conocidos ma- auales universitarios sefialan que el virreinato de Nueva Granada comprendié los territorios de las actuales reptblicas de Colombia, Panama y Ecuador, son 234 RAMON MARIA SERRERA mayoria los que a las tres areas citadas agregan también el territorio venezolano, en clara prefiguracién de lo que serian los limites de la futura Gran Colombia bolivariana (1821-1830). De hecho, en la real orden de reconstitucién, del 20 de agosto de 1739, se expresaba claramente que el nuevo virrey neogranadino no sélo serfa presidente de la audiencia de Santa Fe y gobernador y capitan general de su jurisdiccién, sino también de las gobernaciones que se le agregaban, cuya enumeracién deta- Ila el precepto regio: Caracas, Portobelo, Veragua, Darién, Chocé, Quito, Popa- yan, Guayaquil, Cartagena, Santa Marta, Rio de Hacha, Maracaibo, Antioquia, Cumana, Guayana, Rio Orinoco e islas de Trinidad y Margarita. De la relacién se desprende que quedaban incluidas las citadas gobernaciones venezolanas. La discrepancia entre unos y otros autores deriva de la real orden del 12 de febrero de 1742, en virtud de la cual la provincia de Caracas fue segregada administrati- vamente del nuevo virreinato. La circunstancia de que dicha provincia fuese co- nocida y mencionada en la época indistintamente como provincia de Caracas 0 de Venezuela, abri6 las puertas a la confusion, al adjudicarsele a esta segunda denominacién los limites territoriales que tendrian posteriormente, a partir de 1776 y 1777, la intendencia y la capitania general de Venezuela y, por asimila- ci6n, también la futura reptiblica homénima. Hay argumentos sobrados para de- mostrar que, salvo la provincia de Caracas, segregada, en efecto, en 1742, las otras gobernaciones venezolanas siguieron subordinadas al virreinato de Santa Fe. Sdlo asi se comprende la conocida real cédula del 8 de septiembre de 1777, en la que se decreté la «absoluta separacién» de las provincias o gobernaciones de Cumand, Guayana, Maracaibo, Trinidad y Margarita del virreinato neogra- nadino’y «agregarlas en lo gubernativo y militar» a la nueva capitania general de Venezuela; algo que deja de tener sentido si, como piensan algunos autores, tales gobernaciones no hubieran estado subordinadas al virrey de Santa Fe. Se- gun se aprecia, incluso, en medidas reformistas de importancia, como ésta de la ereccién del nuevo virreinato, las cosas no estuvieron tan claras ni para los go- bernantes de la época ni para los estudiosos de nuestros dias (Garrido Conde, 1965 y 1953). Mas que por el signo de la precariedad, la creacién del virreinato del Rio de La Plata estuvo marcada por el de la provisionalidad, aunque en alguna ocasién se ha puesto en duda esta caracteristica. En efecto, al primer virrey, don Pedro de Ceballos, se le otorgé a primeros de agosto de 1776 el titulo de virrey, con to- das las atribuciones inherentes al cargo, por el tiempo que durase la expedicion militar que comandaba contra los portugueses de la Banda oriental, concreta- mente «durante se mantuviese en la comisién a que fue destinado». Hasta fina- les de octubre de 1777 no se decidié que quedase «perpetuado ese Virreinato de las provincias del Rio de la Plata», para cuyo cargo fue designado, ya con caréc- ter permanente, don Juan José Vértiz, con los titulos de virrey, gobernador y ca- pitdn general. En cuanto a los limites, si en el nombramiento de Ceballos se ex- 1. _Eneste iltimo articulo (Garrido Conde, 1953) se transcriben las disposiciones por las que se crea el virreinato neogranadino y se sefialan los vinculos administrativos con el territorio venezolano. LA DEFINICION DE REGIONES Y LAS NUEVAS DIVISIONES POLITICAS 235 presaba que ejercerfa sus funciones «en todas las provincias y territorios com- prendidos en el distrito y jurisdiccién de la Real Audiencia de las Charcas» (atin no se habja restablecido la audiencia de Buenos Aires, algo que tendria lugar en el mismo afio 1776), en el nombramiento de Vértiz ya se especifica més detalla- damente que los distritos integrados en la nueva demarcacién virreinal eran las provincias de Buenos Aires, Paraguay, Tucuman, Potosf, Santa Cruz de la Sierra, Charcas y todos los corregimientos y territorios a los que se extendia la jurisdic- cién de dicha audiencia, afiadiéndose ademas el corregimiento de Cuyo con las ciudades de Mendoza y San Juan del Pico, que hasta entonces habfan estado su- bordinadas al gobernador de Chile y al obispo de Santiago, pero que a partir de este momento pasaban a depender de Buenos Aires «con absoluta independencia del virrey del Pera y del presidente de Chile». E] mapa administrativo del nuevo virreinato de Buenos Aires fue disefiado en una clasica decisién de gabinete, en la que se tuvieron en cuenta diversas y contrapuestas opiniones. Frente al dictamen del maximo mandatario peruano, don Manuel Amat, que defendié la anexién de Chile a la nueva institucién rio- platense, prevalecié la opinién del propio primer virrey don Pedro de Ceballos, que preferia la seguridad de la riqueza metalffera altoperuana para afianzar el soporte financiero del naciente virreinato, frente a la supuesta futura prosperi- dad chilena. Charcas, en efecto, terminé integrandose en el virreinato de Buenos Aires, junto con el resto de las provincias rioplatenses, incluido el citado corregi- miento de Cuyo. La cordillera andina se convertfa asf en linea divisoria natural entre la nueva demarcacién y la capitania general de Chile, tinico territorio que conserv6 bajo su teérica jurisdiccién el virrey limefio tras la segregacion de los vastos espacios que se integraron en los dos nuevos virreinatos creados en el si- glo xvm (Gil Munilla, 1949: 370-390). Si era verdad, como afirmaban los proyectistas ilustrados, que los caminos eran las venas y arterias del Imperio, y el trdfico la sangre que regaba y vivifi- caba todo el organismo indiano, quedaba claro que el panorama cambié sustan- cialmente en la América meridional, en perjuicio, légicamente, del antiguo y poderoso foco redistribuidor limeiio. Se ha dicho, y con raz6n, que la incorpora- cién de Charcas al virreinato del Rio de La Plata supuso una inversién de los vectores de circulacién de la riqueza argentifera altoperuana. La plata, que antes tomaba el camino del Pacffico para ser conducida desde Arica al puerto de El Callao, Panama y, ulteriormente, a la metrOpoli, seguiria a partir de ahora una nueva ruta de salida en direccién opuesta a través del puerto de Buenos Ai- res. A esto vino a sumarse la subordinacién de las tesorerias mineras del Alto Perti al recién creado tribunal mayor de cuentas de Buenos Aires y la obligatorie- dad de remitir sus excedentes anuales de caja a la tesoreria matriz bonaerense (Céspedes del Castillo, 1947: 173-206; Tandeter, Milletich y Schmit, 1994: 110- 115). A partir de entonces el virreinato del Rfo de La Plata pudo contar con au- tarquia financiera y sobrados recursos para asegurar el papel defensivo que se le habia confiado desde 1776; cometido que estuvo en el origen mismo de la deci- sion politica de su creacién. Tradicionalmente se ha sostenido que el nuevo mapa administrativo surgido 2 partir de 1776 con la creacién del virreinato rioplatense ocasioné la postracion 236 RAMON MARIA SERRERA del Perti al romperse sus seculares lineas de tréfico comercial con el territorio de Charcas y al quedar desprovisto de los recursos mineros altoperuanos. E igual- mente se suele afirmar que tampoco gané demasiado el virreinato de Buenos Ai- res con la anexién de unos yacimientos cuya produccién bordeaba por esos mo- mentos las cotas de decadencia. Sin embargo, estudios recientes demuestran que tales afirmaciones necesitan una seria revision. Ni el Per tuvo que mendigar plata al compensar en gran medida la pérdida de las minas de Charcas con la in- tensiva explotacién de los ricos filones argentiferos de Pasco, ni el trafico comer- cial entre el Alto y el Bajo Peri quedé interrumpido (aunque sf mermado), ni las minas de plata altoperuanas atravesaban la crisis que habitualmente se les atri- buye. Potosi, en concreto, tuvo desde 1730 un claro relanzamiento de la produc- cin argentifera, cuya alza se mantendria hasta la década de los afios noventa, con maximos entre 1770 y 1790, justo cuando se puso en marcha el nuevo vi- rreinato, A partir del diltimo afio citado, se aprecia un cambio de signo. Pero, al menos durante sus primeros catorce afios de vida, el virreinato rioplatense dis- puso de recursos holgados para desempefiar el cometido que originalmente se le habfa confiado (Tandeter, 1992: 19-23 y 29-33; y 1995: 13-17; Fisher, 1977: 213-233). De lo dicho, una realidad queda clara. A partir de 1739 (y mas atin desde 1776) la geografia de las grandes demarcaciones indianas habia experimentado una transformacién importante, alterando con esto un mapa administrativo di- sefiado doscientos afios antes. Otras reformas acometidas desde la metrépoli ter- minarian de perfilar, desde el punto de vista territorial, la nueva organizacién es- pacial indiana a escala mas restringida. UN INTENTO DE «RACIONALIZACION» DEL ESPACIO ADMINISTRATIVO INDIANO: EL REGIMEN DE INTENDENCIAS La historiografia americanista de las tiltimas décadas ha abordado con profusién uno de los temas mas sugestivos de entre todos los que integran el conjunto de reformas administrativas emprendidas en las Indias por los gobernantes borbé- nicos: la implantacién del régimen de intendencias. Tanto en aproximaciones de cardcter general como regional, los estudiosos se han interesado particularmente por temas como el origen de la institucién, su gradual implantacién en el Nuevo Mundo, las vicisitudes concretas de su establecimiento en distintos territorios, el estudio juridico comparativo de las sucesivas ordenanzas, las competencias de los nuevos funcionarios, los cambios que produjo en el antiguo sistema adminis- trativo, el cardcter centralizador o descentralizador de la medida, etc. Pero tene- mos la impresién de que falta todavia un estudio en profundidad sobre los tlti- mos objetivos que pretendieron los gobernantes ilustrados: un control mas efectivo sobre el espacio americano y sus pobladores, con fines fiscales, guberna- tivos y militares (en aplicacin del més puro espiritu del despotismo ilustrado) y al mismo tiempo, una reordenacién territorial de las posesiones de Ultramar ba- sada en los criterios ilustrados de racionalidad y homogeneizacion aplicados a la geografia administrativa indiana. LA DEFINICION DE REGIONES ¥ LAS NUEVAS DIVISIONES POLITICAS 237 No es el propésito de estas paginas emitir un juicio sobre el primer objetivo citado, aunque hoy pocos discuten el éxito de la imponente maquinaria fiscal que desde los aiios setenta del siglo xvi drené hacia la metrépoli sumas hasta entonces insospechadas de recursos, merced a la modernizaci6n de las prdcticas recaudatorias (administracién directa de las rentas, mayor cualificacién de los oficiales reales encargados de los ramos de la Real Hacienda, mejora de los siste- mas de contabilidad, supervision mas rigurosa por parte de los tribunales mayo- res de cuentas, etc.), y al aumento del nimero de impuestos y exacciones que gravaban la vida del contribuyente indiano, tanto en la esfera econémica como social. Todo esto, respaldado por un clima general de recuperacién marcado por el crecimiento de la poblacién y la reactivacién, mas 0 menos acusada segtin las zonas, de los distintos sectores productivos; a lo que vino a sumarse el papel de los nuevos funcionarios (intendentes de provincias y subdelegados de distritos) y el establecimiento de las superintendencias generales de Hacienda, que estimula- ron, mediante un control mds efectivo, la capacidad recaudatoria de las tesore- rias de sus respectivas circunscripciones fiscales. No en vano, la propia figura del intendente estuvo siempre asociada, desde su origen, a la actividad hacen- distica, como se puede apreciar en su precedente peninsular o en las dos pri- meras intendencias establecidas en las Indias (La Habana y Luisiana, ambas en 1765) y més tarde, en 1776, también en Venezuela (Navarro Garcia, 1959 y 1995)2, Pero si el nuevo régimen de intendencias resulté eficaz en su vertiente hacen- distica, mds dificil es valorar el sistema a la hora de analizarlo como un intento de racionalizacién del mapa administrativo indiano. Acercdndonos al tema con cierta, perspectiva, podemos afirmar que su aplicacién result desigual, incom- pleta, menos uniforme de lo que normalmente se considera e incapaz de crear un sistema administrativo realmente nuevo, libre de viejas adherencias instituciona- les. La doble calificacién de desigual y poco uniforme debe extrafiar, si tenemos en cuenta que en los territorios donde se aplicé el sistema, salvo las tres expe- riencias precursoras arriba citadas, sus reglamentos se promulgaron en el corto plazo comprendido entre 1782 y 1786, justo en los tiltimos afios de vida del se- cretario de Indias don José de Galvez, inspirador y promotor del plan, que su- pervis6 personalmente la implantacin del nuevo régimen administrativo. Lo de incompleta obedece justamente a la muerte del ministro, ya que sus sucesores separadas las competencias de su antiguo ministerio de Marina e Indias) opta- ron por no continuar el proyecto puesto en marcha por el eficaz politico mala- guefio. No cabe duda de que la demarcaci6n a la que mas pudo beneficiar el nuevo sistema de intendencias fue la del Pert, en su acepcién delimitatoria mas restrin- gida, coincidente en lineas generales con el territorio de la audiencia de Lima. Era un espacio caracterizado desde siempre por su escaso grado de articulacion 2. Eneste segundo trabajo (Navarro Garcia, 1995), que supone una actualizacién y puesta al ia, con criterio mas interpretativo y revisionista, de su anterior obra de 1959, se ofrece bibliografia ac- cualizada sobre el tema y una sintesis muy util sobre las distintas etapas de la implantacién del sistema. 238 RAMON MARIA SERRERA interna desde el punto de vista de la integracién territorial, cuya geografia fisica (con contrastes muy acentuados que separaban mds que unian) determiné su propia geografia administrativa. Del virrey de Lima dependia directamente algo mas de medio centenar de corregimientos, segtin cifra que insinta en su Diccio- nario (1786-1789) Antonio de Alcedo, sin gobiernos o provincias que sirvieran de escal6n intermedio en la pirdmide administrativa entre el virrey y los aludidos distritos menores. Era una singularidad peruana extraiia si la comparamos con el resto de las Indias espafiolas, donde existian gobernaciones de distinto rango y superficie territorial, que se situaban en la jerarquia de gobierno entre el virrey (0 presidente de audiencia) y los corregidores 0 alcaldes mayores. En este senti- do, si hay que afirmar que en Pert la implantacidn del régimen de intendencias en 1784 supuso una departamentalizacién mAs racional y homogénea de la geo- grafia administrativa al crearse originalmente siete provincias: Lima, Arequipa, Trujillo, Cuzco, Huamanga, Huancavelica y Tarma, a las que se agreg6 en 1796 la intendencia de Puno, transferida desde Charcas, para evitar disfuncionalida- des y lograr que siguiera integrada en la diécesis del Cuzco y en la recién funda- da (1787) audiencia de la antigua capital incaica, de la que dependié Puno desde su establecimiento (Fisher, 1981; Deustua Pimentel, 1965). Las capitales de las cinco primeras intendencias citadas eran también sedes episcopales, lo cual dotaba al territorio de una mayor concentricidad funcional a la hora de canalizar informacién y 6rdenes entre las subdelegaciones y la capital limefia, sede virreinal y arzobispal. Y otro tanto acontecié con la aplicacién del sistema en la capitania general de Chile. Por su singularidad geografica y estraté- gica, la primera intendencia fue fundada en Chiloé en 1784, aunque con un ca- racter institucional muy precario. Tres afios mas tarde, en 1787, se establecieron otras dos en Santiago y Concepcién, las dos cabeceras de obispado, y la primera sede también de la capitanfa general, de la superintendencia general de Hacienda y de la audiencia, cuyo presidente concentré en su persona los tres cargos més el de intendente de la nueva provincia. De nuevo la politica de concentracién insti- tucional, similar a la que se practicé en otros reinos indianos. No contribuy6 demasiado a configurar un nuevo mapa regional en México el establecimiento en 1786 del sistema de intendencias. Aunque las ordenanzas que regularon este proceso fueron promulgadas en diciembre de dicho afio con validez general para todas las Indias, sustituyendo a las anteriores de 1782 del Rio de La Plata (aplicadas al Pera en 1784 y a Centroamérica en 1785), la ver- dad es que el nuevo disefio territorial surgido de éstas de Nueva Espafia no hizo mas que consolidar un panorama ya preexistente, resultado de un largo proceso de regionalizacién cuyos origenes podemos rastrear en el siglo de la Conquista. Tras algunas modificaciones iniciales, finalmente fueron creadas doce intenden- cias, las mismas que describe Alejandro de Humboldt en su Ensayo Politico so- bre el Reino de la Nueva Espafia, fruto de sus estudios y observaciones durante su estancia en tierras mexicanas entre marzo de 1803 y el mismo mes de 1804. ‘A pesar de ser el proceso de implantacién de intendencias mas profusamente estudiado, pocas novedades —insistimos— ofrecfa el mapa administrativo mexi- cano surgido de la nueva ordenacién del territorio, dividido, ya a partir de 1787, en doce provincias con sus intendentes al frente: México, Puebla, Guanajuato, LA DEFINICION DE REGIONES Y LAS NUEVAS DIVISIONES POLITICAS 239 Valladolid de Michoacan, Antequera de Oaxaca, Veracruz, Mérida de Yucatan, Guadalajara, Zacatecas, Durango, San Luis Potosi y Sonora, esta ultima tam- bién llamada de Arizpe, creada unos afios antes con caracter experimental. A las dichas debfan sumarse las gobernaciones —que no intendencias— de Nuevo México, Nueva California, Vieja California y Tlaxcala. Si confrontamos los ma- pas de las divisiones territoriales de antes y después de 1786, se puede verificar que, ciertamente, hay escasas innovaciones sustanciales, salvo la agregacién de algunas antiguas provincias y gobernaciones en las nuevas intendencias (como, por ejemplo, Sonora y Sinaloa en la de Sonora; Chihuahua y Durango en la de Durango; Coahuila, Texas, Nuevo Leén y Nuevo Santander en la de San Luis Potosi; Campeche, Mérida y Tabasco en la de Mérida de Yucatan) o la desmem- bracion de otras unidades ya existentes (como el caso de la gobernacién de Nue- va Galicia, dividida en las intendencias de Zacatecas y Guadalajara; o el mas sig- nificativo atin de la inmensa gobernacién de Nueva Espafia, fragmentada a partir de 1787 en las intendencias de México, Puebla, Veracruz, Michoacan, Guanajuato y Oaxaca), todas ellas, a su vez, provincias con personalidad propia antes de la reforma, al igual que los cuatro gobiernos citados, que no Ilegaron a convertirse en intendencias y que conservar n el mismo rango que tenfan antes de aplicarse el sistema (Pietschmann, 1972 y 1992: 325-350). Hay que afiadir la complejidad que supuso para las intendencias septentrionales su inclusi6n en la comandancia general de la provincias internas del Norte de Nueva Espafia, que, unificada o desdoblada en dos e incluso en tres demarcaciones (cinco modifica- ciones experimenté desde su creacién en 1776 hasta 1812), perdieron parte de su autonomia militar al estar sometidas a la disciplina de los respectivos coman- dantes generales, que en algiin caso (Sonora y Durango, por ejemplo) desempe- iaron dicho cargo junto al de intendente de la provincia en donde se asentaba la capital de su comandancia. Poco operativa, a tenor de lo dicho, debié de ser en este caso la superposicién —mas que concentracién— de instituciones, una de ellas de caracter esencialmente militar, cuya autoridad se ejercia en tierras de frontera. Con el precedente de la creacién, en 1776, de una Gnica intendencia en el vasto territorio que un afio después integraria la capitania general de Venezuela de hecho, la intendencia de Caracas fue la mds extensa de todas las establecidas en las Indias), otro tanto se podia haber concebido para la dilatada franja cen- troamericana, que se inclufa en los limites de la capitania general y audiencia de Guatemala, cuyo marco englobaba las gobernaciones de Guatemala, Chiapas, Soconusco, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica. No fue asi, sin em- bargo, y se desaproveché la ocasién para dotar a este territorio de un nuevo fac- tor de integracién, que hubiera cohesionado con la nueva institucién una geo- graffa tan extensa como lIlena de contrastes. Santiago de Guatemala era, efectivamente, la capital de la capitania general, pero también era sede de au- diencia y de arzobispado; raz6n por la cual, de haberse erigido también una sola intendencia para toda Centroamérica con sede en Guatemala, coincidiendo sus limites con los de las otras instituciones citadas, se hubiera logrado un mas alto grado de concentricidad y uniformidad funcional. Al final, y en tres fases sucesi- vas (noviembre de 1785, noviembre de 1786 y diciembre de este ultimo aiio), se 240 RAMON MARIA SERRERA fueron creando las cinco intendencias de El Salvador, Chiapas, Guatemala, Co- mayagua y Nicaragua, las cuatro tiltimas con obispado propio, sufraganeo de la archididcesis de Guatemala, y con la intendencia de Nicaragua integrando den- tro de sus limites la antigua gobernacién de Costa Rica. Se consolidaba asi el proceso de fragmentacién del espacio centroamericano y se dejé pasar la ocasi6n de establecer una institucién que hubiera afianzado la cohesi6n territorial de un rea caracterizada desde la misma Conquista por la excesiva parcelacién admi- nistrativa de su geografia. Las consecuencias de lo dicho son bien conocidas. Tras su breve integracion en el Imperio de Agustin Iturbide (1822-1823) y poco mas de tres lustros de historia en comin, no exentos de dificultades y tensiones internas, finalmente las Provincias Unidas de Centroamérica terminaron des- membrandose en 1838 en cinco repiblicas independientes (Guatemala, Hondu- ras, E] Salvador, Nicaragua y Costa Rica), las mismas que hoy luchan afanosa- mente por encontrar la senda de un destino hist6rico tinico y solidario. EI Rio de La Plata habia sido la primera gran demarcacién pluriprovincial del continente donde se experimenté la aplicacién del régimen de intendencias. En enero de 1782, es decir, seis afios después de la creacién del virreinato de Buenos Aires y de la uniprovincial intendencia de Caracas, se aprobé la real or- denanza que regulé el proceso, cuyo contenido estuvo en vigor para todas las In- dias hasta la promulgacién, en 1786, de las destinadas a Nueva Espaiia. Origi- nalmente, el vasto marco territorial subordinado al virrey de Buenos Aires fue departamentalizado en ocho provincias o intendencias de desigual superficie te- rritorial: Buenos Aires, Paraguay, Santa Cruz de la Sierra, Potosi, Charcas, La Paz, Mendoza y San Miguel de Tucumén. Al afio siguiente, se realizaron algunos cambios para logear un mayor ajuste, en virtud de los cuales la intendencia de Santa Cruz de la Sierra traslad6 su capital a Cochabamba, ciudad que por tal motivo se segreg6 de La Paz. Igualmente, las dos intendencias cuyas capitales se fijaron en San Miguel de Tucumdn y Mendoza trasladaron sus sedes a Salta y Cérdoba, incluyendo esta ultima el distrito del antiguo corregimiento de Cuyo, que desde 1776 habia pasado a depender del virreinato de Buenos Aires. En 1784, hubo nueva modificacién, al establecerse una intendencia en Puno, que en 1796 fue transferida al Pert para evitar disfuncionalidades, ya que esta provin- cia (en el limite entre los dos virreinatos) habia seguido dependiendo, segtin se- fialamos, de la didcesis y audiencia del Cuzco. Asi quedé, pues, el nuevo mapa administrativo: cuatro intendencias altoperuanas no muy extensas territorial- mente (salvo Potosi, de dimensiones medias, con salida al Pacifico), pero de gran concentracién demografica, tres de ellas con didcesis propias (Santa Cruz de la Sierra, La Paz y Charcas, esta ultima con rango arzobispal); la intendencia para- guaya, heredera de la antigua gobernacion homénima, también con diécesis pro- pia en Asuncién desde el siglo xvi; y, finalmente, las tres vastisimas provincias propiamente rioplatenses, la de Buenos Aires (cuya capital era sede de virreina- to, gobernacion, audiencia, obispado y superintendencia mayor de Hacienda) y las de Cordoba y Salta, la primera con didcesis también desde el siglo xv1y la se- gunda que alcanzaria el rango episcopal a principios del siglo xrx. Analizando el tema desde el punto de vista de la geografia administrativa, podrfamos insinuar que la aplicacién del régimen de intendencias en el Rio de A DEFINICIGN DE REGIONES Y LAS NUEVAS DIVISIONES POLITICAS 241 La Plata, un extensisimo territorio con un grado medio de articulaci6n regional (més perceptible en Charcas que en las provincias platenses propiamente di- chas), no result6 tan innovadora como en el caso del Peri, que partia practica- mente de cero en el proceso de provincializacién. Pero ofrecié més originalidad de planteamiento en comparacién con lo realizado en México, donde se aplicé una clara politica de superposici6n de limites de las nuevas intendencias sobre las antiguas gobernaciones, con la tinica novedad ya sefialada, de desdoblar o agregar provincias ya existentes hasta configurar el mapa en 1787. Por lo de- mas, el hecho de que la experiencia rioplatense tuviera como escenario un virrei- nato de reciente creacién, con territorios de muy acusados contrates, subordina- dos hasta entonces a muy distintos focos de poder, acentiia el interés de su estudio en comparacién con otras areas continentales (Lynch, 1962). EL DETERMINISMO GEOGRAFICO: EL REINO DE QUITO No llegé nunca a establecerse el sistema de intendencias en dos territorios cuyo lento proceso historico de regionalizacién estuvo marcado siempre por la geo- grafia: el Nuevo Reino de Granada y el Reino de Quito. La tinica excepcién fue la creacién aislada de la intendencia de Cuenca en 1786. Pero el sistema no Ilegé a aplicarse por posiciones encontradas sobre el proyecto sostenidas por el maxi- mo mandatario de la audiencia de Quito, el presidente don José Garcia de Leon y Pizarro, y el arzobispo-virrey de Nueva Granada, don Antonio Caballero y Géngora. A lo dicho hay que agregar una raz6n personal de mucho mas peso: el fallecimiento en 1787 del todopoderoso secretario de Marina ¢ Indias don José de Galvez, inspirador del plan a escala continental. Con su muerte, acaecida cuando se discutia su aplicacién en Nueva Granada y Quito, desaparecia tam- bien el maximo valedor del proyecto, de modo que la medida nunca llegé a po- nerse en practica. Esta circunstancia nos conduce de nuevo a la reflexién clave que exponia- mos al comienzo de este capitulo: gsupusieron las reformas acometidas por los gobernantes ilustrados, sobre todo a partir de los afios setenta, la ratificacién oficial de un proceso natural de regionalizacién del espacio indiano, que tenia sus origenes en centurias anteriores?, 20 mas bien se puede considerar que el im- pulso reformista favorecié y estimulé dicho proceso con la creacién de nuevas unidades administrativas capaces de articular territorios y cohesionar espacios hasta entonces escasamente integrados? Ninguna de las respuestas posibles pue- de ser excluyente. Habria que responder con un «depende», segtin el caso anali- zado. Y, desde luego, no rechazamos la posibilidad de considerar que ambos procesos, el oficial y el natural, sean simultaneos, en una dindmica hist6rica en la que operan efectos de interaccion que terminan dando lugar al fendmeno es- tudiado, con la geografia siempre como factor determinante. En los casos de Nueva Granada y Quito, en donde la provincializacion ofi- cial no tuvo lugar, gse priv con esto a ambas demarcaciones de la posibilidad de consolidar un proceso natural de regionalizacién que todavia estaba en mar- cha en el ultimo tercio de la centuria ilustrada? Lo dudamos. En el caso del Rei- 242 RAMON MARIA SER no de Quito, objeto de nuestra atencién en estas paginas, la antigua ruta incaica del Chinchasuyo unié desde tiempos remotos el territorio peruano con la zona meridional de la actual Colombia y fue aprovechada durante todo el periodo co- lonial como eje vertebral que permitié la comunicacién por toda la espina dorsal andina, desde el Cuzco hasta el nudo de Pasto y, mas alld, hasta Bogoté, atrave- sando la audiencia de Quito, donde era conocida como el Camino Real de la Sie- tra o del Correo de Lima. Pero si fue posible siempre el desplazamiento por esta ruta serrana, mucho més problematico resulté ser el trdnsito entre el principal micleo portuario ecua- toriano, la ciudad de Guayaquil, y la capital quitefia. La geografia result6 ser un obstdculo casi insalvable para unir la costa y la sierra. Fueron —y siguen sien- do— los dos centros urbanos sobre los que gravité toda la vida econémica y ad- ministrativa del territorio que integraba el distrito de la audiencia. Guayaquil sera para los cronistas la «garganta», «llave» y «puerta de entrada» al pais, mientras que Quito serd considerada como el «coraz6n» y la capital politica del Reino, Sin embargo, estos dos enclaves, uno litoral y otro serrano, permanecie- ron a lo largo del periodo colonial practicamente incomunicados entre sf duran- te seis meses al afio, en razén de las condiciones orogrdficas y climatoldgicas de la geograffa ecuatoriana. La orografia dificultaba las comunicaciones en la mis- ma medida en que la hidrogafia las facilitaba. Todos los caminos que unian la costa con la sierra partian de los distintos puertos fluviales de la cuenca del Gua- yas. Desde esta zona, eran tres las rutas que permitian subir hasta el interior del Reino: la de Babahoyo a Quito por Guaranda y Riobamba, la de Yaguachi 2 Alausi y la de Naranjal a Cuenca y Loja. Las tres enlazaban con enclaves impor- tantes del Camino Real de la Sierra. De los mencionados, el itinerario que més nos interesa es el primero, que se consideraba el camino de Guayaquil por excelencia. Pues bien, si Jorge Juan y An- tonio de Ulloa tuvieron que emplear en 1739 nada menos que veintiséis jornadas de viaje para subir a Quito en pleno mes de mayo (demasiadas en esta estacién del afio para tratarse de la ruta que unja las dos principales ciudades de la audiencia), todavia a finales de siglo, en 1789, habia informantes que sefialaban que «este ca- mino s6lo se trafica seis meses del afio, porque en los otros seis lo impiden las aguas». E incluso en fecha tan tardia como 1814 disponemos de noticias similares acerca del itinerario de subida que unfa el pueblo de Naranjal (frente al puerto de Guayaquil) con Cuenca, del que los diputados de Guayaquil en Lima comentaban que seguia siendo transitable «solamente en cuatro o cinco meses del afio». Esta misma dificultad para comunicar en invierno Guayaquil con Quito existia también para desplazarse por tierra desde la costa sur hasta la costa norte de la actual repiblica ecuatoriana, Durante la época colonial, nunca se pudo franquear el cabo Pasado y, mucho menos, poner en contacto a través de una ruta costera Guayaquil con la septentrional provincia de Esmeraldas. El tiltimo punto al que se pudo llegar con regularidad era el pueblo de La Canoa, en la ba- hfa de Caréquez. A diferencia de lo que sucedia con el litoral peruano, la tupida ¢ intransitable selva tropical de la costa siempre fue un obstdculo para integrar, mediante un eje vial Norte-Sur, todo el sector occidental del Reino de Quito (Se- trera, 1992 y 1993: 108-114). A DEFINICION DE REGIONES Y¥ LAS NUEVAS DIVISIONES POLITICAS 243 Lo anterior explica los sucesivos intentos realizados en el siglo XVI para po- ner en comunicacién la costa de Esmeraldas y su puerto de Atacames con el res to del territorio de la audiencia. Aunque hubo una tentativa pionera en 1615, los proyectos presentados en la centuria ilustrada no estaban orientados a unir Esmeraldas con Guayaquil —lo que habria supuesto continuar el camino del li- toral—, sino a trazar una ruta que permitiera el transito regular entre la costa norte y la propia capital del Reino, Quito, que siempre aspiré a ejercer un con- trol efectivo sobre todo el territorio a ella subordinado. La extensa gobernacién de Esmeraldas siempre estuvo escasamente integrada en el resto del pais —tanto desde el punto de vista vial como en las esferas administrativa, religiosa, econd- mica y cultural— con poblacién indigena organizada en «naciones gentiles». Dos proyectos de los aiios 1735 y 1785 lograron parcialmente abrir ruta «en de- rechura» hacia la costa septentrional, algo que se consideraba en la época como la panacea para la plena integracién comercial del Reino de Quito en los circui- tos comerciales del Imperio, al poder traficar directamente por via maritima con Panamé (desde los puertos o fondeaderos de Atacames o La Tola) sin tener que descender a Guayaquil, hasta entonces «puerta obligada» para la entrada y sali- da de mercancias. La vieja aspiracién de los proyectistas quitefios, sin embargo, no se haria rea~ lidad hasta bien avanzado el siglo x1x, cuando qued6 definitivamente franqueada la ruta de Quito al puerto de Esmeraldas. Durante las postreras décadas del periodo espajiol, el fracaso de tales iniciativas favorecié los intereses de Guaya- quil, que mantuvo su exclusiva como puerto de salida para conectar con las li- neas de trafico del Pacifico. Siguid practicandose, como desde el siglo xvi, el co- mercio directo de Quito con el Nuevo Reino y con el Perti a través del Camino de la Sierra: Pasto, Quito, Latacunga, Ambato, Riobamba, Alausi, Cuenca, Loja, etc., con derivacién posterior hasta Charcas y el Rio de La Plata. Era la antigua ruta de los incas, que ejercid una funcién trascendental a lo largo de todo el pe- riodo colonial, a la hora de acercar mercados muy alejados (en realidad, desde Cartagena hasta Buenos Aires, la misma ruta que seguia el correo terrestre), al- canzando por tal motivo dimensiones auténticamente subcontinentales. Pero la vieja aspiracién de lograr una mayor integracién de la costa con la sierra siguié siendo un suefio inalcanzable, con la consiguiente bipolarizacién de la vida del territorio de la audiencia quitefia. Segiin lo expuesto, podemos considerar el abortado intento de implantar el sistema de intendencias en el Reino de Quito como una consecuencia de la reali- dad geogrdfica descrita, en el sentido de que resultaba dificil departamentalizar, en las nuevas unidades administrativas, un espacio con escaso grado de cohesion territorial?, gobedecié a una circunstancia coyuntural ajena a dicha realidad, como fue la muerte del ministro Galvez en 1787, la consiguiente paralizacién de su plan de reformas? Los historiadores hace tiempo que hemos dejado de lado la vieja cuestién de qué fue antes, si el huevo o la gallina. Y més al analizar un he- cho histérico en el que resulta dificil prescindir de cualquiera de los multiples agentes que operaban dentro de una realidad estructuralmente compleja, en la que ningiin elemento puede examinarse fuera de la malla de relaciones en la que se integra. 244 RAMON MARIA SERRERA LA CONFIGURACION DE UN ESPACIO «PRENACIONAL»: VENEZUELA El territorio indiano que sin duda se vio mas profundamente afectado por las re- formas administrativas de los gobernantes ilustrados fue el venezolano. Pero para comprender estas transformaciones, hay que remontarse a épocas anterio- res, concretamente al primer tercio del siglo xvm, cuando se inicia la consolida- cién de la capitalidad de Caracas sobre un ambito cada vez més dilatado. A esto contribuy6 la espectacular e ininterrumpida difusién del cultivo cacaotero y el control que sobre dicha riqueza ejercié la poderosa aristocracia mantuana, que desde Caracas fue ampliando su influencia, primero sobre su propia provincia, y mas tarde, en el siglo Xvi, sobre gran parte del territorio de la futura capitania general de Venezuela, cuando los crecientes voltimenes de produccién y exporta- cién de dicho fruto alcanzaron cotas hasta entonces insospechadas. Pero el proceso fue lento y gradual. Porque hasta el tiltimo tercio de la cen- turia ilustrada no podemos hablar con propiedad de Venezuela como una uni- dad geografica y administrativa uniforme, que prefigurara en cierto modo el fu- turo espacio «nacional», surgido a partir de la emancipacién. La capacidad de vertebracién territorial que ejercid Caracas sobre las provincias venezolanas fue una realidad que se adelanté a las reformas ilustradas, pero que se consolidé definitivamente con éstas, al lograrse un marco politico-administrativo relativa- mente homogéneo que Ilegé a integrar dentro de sus limites desde las difumina- das fronteras orientales de la Guayana hasta Maracaibo por el Occidente, y que se extendia desde el litoral caribefio hasta los imprecisos confines meridionales de los Llanos del Orinoco. Hasta entonces, sus gobernaciones y provincias me- nores eran unidades geograficamente aisladas, con escasos nexos entre si, pero que mantenian relaciones comerciales con mercados mds 0 menos préximos: Mérida, Trujillo y Maracaibo con Cartagena de Indias; Coro y las islas orienta- les con Santo Domingo; y los valles centrales con las Grandes Antillas, Canarias y la metrépoli (Lombardi, 1985: 107-110). El mapa de la red vial venezolana durante el perfodo colonial, que experimenté limitadisimas modificaciones en el siglo xvul, demuestra el grado de aislamiento que mantenjan las distintas regio- nes. Los caminos existentes se limitaban a unir nticleos urbanos cercanos, si- guiendo las condiciones favorables de la geografia de cada zona. A lo més, se aprecian algunas triangulaciones viales de limitado alcance espacial, sobre todo en el sector occidental del pais. Sin embargo, pocas rutas transitables permitian el enlace entre este sector y los valles centrales de la provincia de Caracas y, des- de luego, no habia posibilidad material de desplazarse por un itinerario terres- tre fijo desde la propia Caracas hasta ese inmenso espacio que entonces —y atin hoy— se denominaba el Oriente, cuyas comunicaciones habia que establecerlas recurriendo al flete maritimo, normalmente mas barato y seguro que el terrestre (salvo para las remesas pecuarias), excepto en periodos de conflictividad bélica, muy frecuentes, durante la centuria que nos ocupa en el litoral caribe. Por lo de- mas, Humboldt expresaba que tampoco en los Llanos habia «caminos como los de Europa». Y, a tenor de los abundantes testimonios disponibles del siglo xvul, los existentes no tenian de camino més que el nombre (Serrera, 1992 y 1993; 83-87). LA DEFINICION DE REGIONES Y LAS NUEVAS DIVISIONES POLITICAS 245 A lo expuesto hay que afiadir el alto grado de disfuncionalidad y excentrici- dad que presentaban las instituciones venezolanas, sobre todo en las tres provin- cias orientales, Nueva Andalucia, Nueva Barcelona y Guayana, integradas en la amplia gobernacién de Cumana. En épocas dependieron del virrey de Santa Fe en lo gubernativo y en lo militar, al menos tedricamente. En otros momentos vi- vieron de hecho como territorios independientes. Sin embargo, en lo judicial es- taban sujetas a la audiencia de Santo Domingo, salvo la Guayana, que dependid esporddicamente de Santa Fe. En lo eclesidstico, formaban parte de la didcesis de Puerto Rico. Las propias érdenes religiosas pertenecian a las provincias de las Grandes Antillas —y no a Caracas— para, mas tarde, convertirse en provincias autonomas. En la esfera fiscal, y a la hora de recibir los situados para financiar a sus tropas regulares y construir defensas, los fondos procedian de la tesoreria central de Santa Fe y, con mayor frecuencia, de la caja matriz de México. Esta total ausencia de concentracién institucional, que chocaba fuertemente con el principio de racionalidad que se quiso imponer desde Espaiia, llegé a desorientar a mas de un gobernador de la zona, entre ellos a don José Diguja, que en 1761 se extrafiaba de que «siendo esta gobernacién Tierra Firme con los Reinos de Santa Fe y Pera, y subordinada al virreinato del primero, se reciben los reales despachos del Consejo de Indias por la Secretaria de Nueva Espafia» (Serrera, 1977a: 2 y ss.). Contra todo este confuso y disperso panorama se encaminaron las medidas adoptadas durante el reinado de Carlos III, a propuesta del ministro Galvez. En- tre 1776 y 1786, en el plazo de una década, Venezuela contemplaré la vertebra- cién —teéricamente definitiva— de sus instituciones administrativas y la plena unificacién de sus érganos de gobierno, acordes con el progresivo grado de inte- gracion espacial que desde décadas antes venfa imponiendo el centro rector de Caracas. Frente a la yuxtaposicion de territorios, la unificacién centralizadora. Y frente a la excentricidad funcional, la concentricidad institucional. El primer paso fue la creacién de la intendencia de Caracas, en 1776, que aglutin6 con fines de organizacién hacendistica las distintas gobernaciones del territorio de la actual Venezuela. Al aiio siguiente, en virtud de la conocida real cédula fechada en San Ildefonso el 8 de septiembre de 1777, se decreté la «abso- luta separacién» de las provincias de Cumand, Guayana, Maracaibo, Trinidad y Margarita del virreinato de Santa Fe, para «agregarlas en lo gubernativo y mili- tar a la Capitanfa General de Venezuela, del mismo modo que lo estan por lo respectivo al manejo de mi Real Hacienda a la nueva Indentencia erigida en di- cha Provincia». En la misma disposicién regia se ordend igualmente romper la dependencia que en la esfera judicial tenfan la Guayana y Maracaibo con respec- roa la audiencia de Santa Fe, para pasar a depender desde entonces, como el res- to de las provincias venezolanas, de la de Santo Domingo. Y todo, con la finali- dad de que «hallandose estos territorios bajo una misma Audiencia, un capitan general y un intendente inmediatos, sean mejor regidos y gobernados». La siguiente medida, mucho mis decisiva para la consecuci6n de la plena unificacién administrativa, fue el establecimiento nueve afios después, en 1786, de la real audiencia de Caracas, con lo que se consolidaba definitivamente la ca- pitalidad caraqueifia sobre todo el territorio venezolano y se rompia la dependen- 246 RAMON MARIA SER cia que en la esfera judicial se tenia respecto a la audiencia de Santo Domingo No entra dentro de los objetivos de estas paginas describir como coexistieron en Caracas las tres autoridades que alli residieron desde entonces: intendente, go- bernador y capitan general, y presidente de audiencia. Lo que en realidad nos in- teresa es que, finalmente, en poco mas de una década, los principios ilustrados de racionalidad y funcionalidad habian sentado las bases para la configuracion de un ambito que no dudamos en calificar de prenacional, cuyas fronteras y con- flictos de limites serian heredados por la naciente Reptiblica de Venezuela. La creacién en 1793 del real consulado de Caracas, con atribuciones mercantiles sobre toda la capitania general, completé el proceso de unificacién descrito, tar- dio ciertamente en comparacidn con otras circunscripciones indianas, pero efi- caz a la hora de sentar las bases para la plena integracion del territorio venezola- no, con el consiguiente afianzamiento de la capitalidad de Caracas en su condicién de sede de las nuevas instituciones (Lombardi, 1985: 118-121; Mo- rn, 1977). CONCIENCIA REGIONAL Y TENSIONES CENTRO-PERIFERIA: GUADALAJARA Si en el caso de Venezuela las medidas ilustradas no habian hecho mas que ratifi- car oficialmente un proceso unificador que desde Caracas se habia ido impo- niendo gradualmente desde el siglo xv, situacién muy distinta es la que pode- mos contemplar en una provincia de México caracterizada por su antigua y bien afirmada conciencia regional: Guadalajara. De esta demarcacién puede afirmar- se que todas sus manifestaciones politicas, administrativas, culturales, econémi- cas y fiscales fueron reforzando a lo largo de todo el siglo xvi, y desde 1750, sus propios mecanismos de ajuste en el proceso de unidad y coherencia regional. Se consolidé asi una fuerte personalidad historica y cultural que en no pocas ocasiones desembocé en el ambito politico en deseos de auténtica autonomia. En este periodo la regién participa de todas las caracteristicas propias de un espacio que se encontraba en plena madurez de su proceso integrador. Su capital, Gua- dalajara, era sede de numerosas instituciones: ayuntamiento, caja real, aduana, intendencia, obispado, real audiencia y comandancia general de Nueva Galicia. A esto hay que aiiadir en la tiltima década del siglo xvi la creacién, en 1795, del real consulado de Guadalajara (el tinico no maritimo de los establecidos en las Indias) en respuesta a las insistentes peticiones de esa influyente oligarquia capitalina que apenas unos afios antes, en 1791, habia logrado también su maxi- ma aspiracién cultural, la fandacién de una real universidad en la propia capital tapatia. En realidad, salvo un virrey y un arzobispo, Guadalajara tenia practica- mente las mismas instituciones que la capital novohispana, tratando a México como a un igual o generando conflictos de competencias, algunos muy graves, que tuvieron que dirimirse en las més altas instancias de decisién metropolitanas (Serrera, 1974: 123-131). La rivalidad existente entre las universidades y los consulados de Guadalaja- ra y México es fiel reflejo de estas tensas relaciones. Pero también, y sobre todo, hubo conflictos en la esfera administrativa. Las continuas discrepancias entre el LA DEFINICION DE REGIONES Y LAS NUEVAS DIVISIONES POLITICAS 247 intendente don Jacobo Ugarte y Loyola y el virrey marqués de Branciforte —por no citar sino el caso mas Ilamativo— Ilegaron a ser famosas y proverbiales en la época. El mas minimo roce de atribuciones entre los dos mandatarios, como tra- mites de correspondencia con la metr6poli, nombramiento de subdelegados, ju- risdiccién del Tribunal de la Acordada, etc., provocé situaciones violentas y, a veces, contenciosos de incontrolada tensién en los que se llegé incluso al insulto personal. Ocasiones hubo, como acontecié en 1796, en que Ugarte solicit6 for- malmente la independencia administrativa de su provincia con respecto a la ca- pital virreinal. En la polémica tuvo que mediar personalmente el mismisimo Go- doy, claro partidario de Branciforte, y la peticién fue desestimada. Lo que es todo un sintoma. Las diferencias entre Guadalajara y México, un cldsico modelo de tensién centro-periferia, no estuvieron protagonizadas en exclusiva por los mandatarios de la altima década del siglo. En visperas del proceso emancipador, con otros gobernantes ejerciendo el poder en una coyuntura politica dificil, volvié a brotar de nuevo este deseo de autonomia. En 1817, el mismo afio en que el comandante general de Nueva Galicia e intendente de Guadalajara planteaba —segiin se re- sume en minuta del Consejo de Indias— «lo necesario y titil que juzgaba la sepa- racin de la intendencia que tenia a su cargo y lo ventajoso que serfa la indepen- dencia de aquella comandancia del mando del virreinato», nada menos que el cabildo eclesidstico de la catedral de Guadalajara se sumaba a estos anhelos au- tonomistas, al solicitar al monarca no sélo la creacién de una capitania general independiente, sino también la elevacion de la didcesis de Guadalajara al rango de arzobispado, con jurisdiccién sobre los mismos limites de la audiencia, de forma que —como expresaban— «goberndndose por si y con tal separacién de México, se logre la completa felicidad de este Reino». Esta doble peticién fue desatendida desde la metrépoli, maxime en pleno se- xenio absolutista tras la tormenta insurgente de 1810-1814, donde el control de la situaci6n se mantuvo gracias a un mando militar unificado. Pero, aun asi, con sus logros escalonados ya en la mano y con su continuo afan petitorio, Guadala- jara pretendia convertirse en la practica en el segundo virreinato mexicano, tilti- mo objetivo de sus nada velados suefios autonomistas. Era la expresién de una arraigada conciencia regional y de un profundo sentido de la autoafirmacién, que se sustentaba también en el momento de esplendor que por entonces vivia el territorio: auge demogréfico, equilibrado crecimiento econémico entre sus dis- tintos sectores productivos, consiguiente incremento de la actividad comercial, ajuste integrador entre la capital y su region, mayor cohesi6n espacial del terri- torio, merced a la ampliaci6n de la red vial interna, mejora de las comunicacio- nes con el exterior, proliferacién de instituciones culturales y asistenciales (uni- versidad, colegios, imprenta, hospitales, etc.), afianzamiento de la personalidad regional entre sus habitantes... y, por encima de todo, un sentimiento firmemen- te asentado —basado en datos objetivamente mensurables— de no deber nada a nadie, y menos a México (Galvez Ruiz, 1996). Esta maduracién de la conciencia regional tuvo también, en efecto, un so- porte fiscal, algo fundamental que con frecuencia se olvida. Si acudimos a las cuentas de la Real Hacienda de la Caja Real de Guadalajara, podemos verificar 248 RAMON MARIA SERA que del total de las sumas ingresadas por todos los conceptos y ramos en dicha tesoreria entre 1700 y 1799, 42000000 pesos, una vez deducidos los gastos in- ternos de administraci6n, obras publicas, subsidio eclesidstico, milicias y defen- sa, fueron remitidos 22000000 pesos como excedente regional a la caja matriz de México, lo cual supone aproximadamente el 52% de lo recaudado. Natural- mente, los gobernantes de Guadalajara eran conscientes de este superdvit, que les otorgaba cierta prepotencia, altanera a veces, a la hora de negociar asuntos de importancia con el virrey de México. Juzgamos que es ésta una vision nueva de un viejo tema, que ayuda a comprender el desenvolvimiento politico de la re- gion en los afios que siguieron a la independencia, cuando nuestro territorio se declaré en mas de una ocasién (en concreto en 1824 y 1846) Estado Libre y So- berano de Jalisco, como si sus politicos hubieran heredado los fervientes anhelos autonomistas de sus antepasados del perfodo colonial. Curiosamente, sin embar- go, Guadalajara seria la tinica sede de audiencia indiana (junto con la del Cuzco, de tardia creacién) que no terminaria convirtiéndose en capital de nacién inde- pendiente. Después de tres siglos de historia en comin, México era un pais sufi- cientemente vertebrado para evitar desmembramientos que hicieran peligrar (como ocurrié en Texas y pudo acontecer en Yucatan) su antigua unidad politi- ca y administrativa. LAS TIERRAS DE FRONTERA: EL CASO DE LA PATAGONIA ORIENTAL También para la llamada América marginal hubo medidas administrativas refor- mistas. Por lo general, eran zonas de frontera donde los espaiioles ejercieron un control més precario del espacio, con el presidio militar o la misién como sim- bolo de la soberania castellana en el territorio. Estaban pobladas por grupos hu- manos menos aculturados, desde el punto de vista del pueblo conquistador, con nticleos de asentamiento més inestables, niveles inferiores de concentracién de- mografica y escasos recursos econémicos, al menos de los que tradicionalmente atraian el interés de los espaiioles. Ninguna de estas dreas fronterizas —més que regiones naturales propiamen- te dichas— alcanzaron el rango de provincia, segtin el nuevo sistema de inten- dencias implantado en las Indias. Desde el punto de vista institucional, permane- cieron como gobiernos 0 gobernaciones sin que en ocasiones el término pueda precisarse mucho desde una perspectiva juridico-administrativa. Tal es el caso de las dos Californias, Nuevo México y Texas, de Nueva Espajia, o los gobiernos de Moxos, Chichitos, Misiones 0 Montevideo en el virreinato de Buenos Aires, el ultimo de los citados en raz6n de su condicién de estratégico enclave portua~ rio entre Brasil y el Rio de La Plata, en un siglo en que la rivalidad lusocastellana originé continuos cambios de soberania en una de sus més disputadas plazas li- torales, la Colonia de Sacramento. Una medida original fue la creacién, en 1776, de la comandancia general de la provincias internas del Norte de Nueva Espafia, con objeto de reforzar mili- tarmente la frontera septentrional del virreinato de México. Sin embargo, me- chos fueron los cambios que experimenté la institucién como para garantizar LA DEFINICION DE REGIONES Y LAS NUEVAS DIVISIONES POLITICAS 249 (subordinada al virrey mexicano o con total autonomia de actuaci6n, segin mo- mentos) el cumplimiento pleno de los objetivos para los que fue creada. Nacida como circunscripcién tinica en 1776, se desglosé en tres demarcaciones en 1785, se dividié en dos comandancias en 1787, de nuevo pasé a ser una sola unidad administrativa en 1792, y terminé desdoblandose otra vez en 1804, ratificando esta configuracién dual original el Consejo de Regencia, en 1812 (Navarro Gar- cia, 1964), Menos conocida, aunque igualmente novedosa, es otra iniciativa puesta en marcha en el territorio de la Patagonia oriental, motivada por la presencia de buques ingleses en las aguas del Atléntico sur y la temporal ocupacién britanica de las islas Malvinas (1765-1774). Los gobernantes ilustrados no tardaron en re- accionar ante la alarma, con objeto de preservar la soberania espafiola en las re- giones australes, en esa Patagonia que —como ocurria con el Septentrién no- vohispano— era mas una proyeccién mental que un espacio realmente definido en extensién y confines. Era, en realidad, un concepto tan amplio y cambiante como ambiguo geogréficamente, s6lo conocido y precisado conforme avanzaba la frontera, esa linea mévil que se desplazaba desde Buenos Aires hasta el estre- cho de Magallanes, conforme se consolidaba la ocupacién y el control efectivo del territorio, algo que no Ilegaria a producirse hasta bien entrado el siglo xIx. Por el momento, la medida adoptada fue el nombramiento, en noviembre de 1778, de dos comisarios superintendentes (un cargo nuevo hasta el momento) para ponerse al frente de las dos extensas demarcaciones territoriales en que se decidi6 dividir el dilatado espacio de la Patagonia oriental: la més septentrional, la de Bahia sin Fondo (hoy golfo de San Matias), con sede principal en la pobla- cién que se fundaria en la desembocadura del Rio Negro y un nticleo dependien- re en el Rio Colorado (que mAs tarde se cambi6 por el puerto de San José); y la més meridional, con sede principal en San Julién y fuerte subordinado en Puerto Deseado. En cuanto a los limites tedricos de las dos jurisdicciones, al principio no muy definidos, quedaron més adelante relativamente bien fijados. La prime- ra, del Rio Negro, se extendia desde el cabo de San Antonio hasta el puerto de Santa Catalina, y la segunda desde este tiltimo enclave hasta la Tierra de Fuego (Gorla, 1984: 10-21). Sin embargo, una orden general de abandono, dictada desde la metrépoli, promovié el desmantelamiento de estos asentamientos, a ex- cepcién del Carmen de Patagones, fundacién que atin perdura, no lejos de la de- sembocadura del Rio Negro. Aunque se quiso rectificar la medida, ya era tarde. Hubo nuevos intentos de instalacién en la zona, pero de corta vida. El control de este territorio seria una asignatura pendiente para la nueva reptblica surgida a raiz de la emancipacién. Mientras tanto, en visperas del proceso insurgente, s6lo se conservaha la citada fundacién del Rio Negro y la te6rica soberania espafiola sobre todo el territorio de la Patagonia oriental, materializada en anuales visitas de inspecci6n a las antiguas fundaciones litorales, practicadas por los buques de la Marina Real.

You might also like