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Las armas y la violencia son un problema para los hombres. ¡Cómo nos gustan
las cosas bélicas: las pistolas, los aviones de guerra, los desfiles militares. La
guerra y la masculinidad parecen estar incorporadas a la psiquis masculina.
Los hombres con demasiada frecuencia asociamos masculinidad con violencia,
peleas y guerras. En América Latina nos vendrá desde la Colonia, pero es un
fenómeno universal que toma formas propias en cada país, región y familia.[1]
También sería incorrecto asociar armas con hombría, con valentía o con valor,
porque mucho miedo y cobardía se esconden detrás de las armas. Cualquier
idiota se cree muy macho con un arma.
En el antiguo Medio Oriente, los carros tirados por caballos empezaron a usarse
a finales de la Era de Bronce.[2] Muy pronto se convirtieron en símbolo del
poder militar. No fue hasta la llegada del motor de combustión que los carros y
caballos fueron bajados de su lugar de honor en todo el mundo.
Al pueblo de Dios lo salva Dios. Israel nunca tuvo el ejército más poderoso del
mundo, ni fue un gran imperio, como se cree. Siempre llevaba las de perder
con Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Grecia y Roma. Siempre fueron menos en
números, en armas y en tecnología militar. ¡Hasta los cananeos y filisteos
estaban mejor armados que Israel! (Jueces 1:19; 4:3–16). Eso es lo que dice la
Biblia. No es cuestión de opinión.[3]
Algunos ejemplos más: los jinetes, caballos y carros de los egipcios fueron
derrotados con agua (Exodo 14–15); Dios le ordena a Josué (11:6) desjarretar
los caballos y quemar los carros de guerra de los cananeos; la lista de cosas
malas que haría un rey, advierte Samuel, incluye quitarle los mejores varones a
las familias para encargarlos de los carros militares, la caballería y la
fabricación de armas (1 Samuel 8:11–12); Adonías quiso usurpar el trono de
David con carros y caballos, pero fracasó (1 Reyes 1); David pecó por confiar
en las fuerzas militares (2 Samuel 24); Salomón tuvo muchos carros y caballos,
los cuales logró gracias a sus asfixiantes impuestos, los mismos que después
terminaron dividiendo el reino (1 Reyes 11–12). Podemos alargar la lista, pero
estos ejemplos bastan.
Por eso dice la Biblia (Salmo 20:7 y 33:16–17) que en los carros y caballos no
confía el que confía en Dios. Es decir, no se puede servir a Dios y a los caballos.
Debemos aclarar que los carros y caballos permanecen en la Biblia como
símbolo de poder. Elías ascendió al cielo en un carro de fuego tirado por
caballos de fuego (2 Reyes 2:11–12). Aquí la figura no es de un ejército, sino de
alguien superior a un ejército.
©2008Milton Acosta
Fuente : http://pidolapalabra1.blogspot.com/2008_08_01_archive.html