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La Caleta
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PRESENTACIÓN

spero disfruten este libro, como lo hice yo al escribirlo. Está basado en un hecho real que ocurrió en el Municipio

E de Tuluá, cuando un habitante de la calle se encontró una caleta con miles de dólares, en una mansión
abandonada, ubicada en una exclusiva urbanización de la Villa de Céspedes.
En este relato se destacan dos personajes de distintos estratos y por lo tanto, diferentes estilos de vida, que el
destino los unió mediante el dinero. Con el entierro del rico, comenzó la muerte del pobre.
Los hechos y protagonistas del mismo pertenecen a la ficción. Se recomienda que los menores que lean éste libro lo
hagan con la orientación de un adulto responsable, para que comprendan las situaciones que ocurren durante la
narración del mismo. Agregué una nota periodística que en mi consideración es muy importante, para que sirva de
ejemplo a los niños, jóvenes y adultos, y así eviten los peligros que existen en el medio social. También le hago un
reconocimiento a mi padre. Rodrigo Guzmán Gómez. Agradezco la colaboración de Juan y José, que
lamentablemente purgaron penas de 12 y 13 años en Estados Unidos y Francia por narcotráfico y hoy en día son
hombres de bien, útiles a la sociedad; al caricaturista Jorge Restrepo y a la Licenciada Margarita Maldonado de
Olaya.
Con este libro pretendo y recomiendo tanto a los niños, jóvenes y adultos, despertar el interés por la lectura y la
escritura. Escribir nuestras experiencias y vivencias no es difícil, sólo es proponérselo y darle vida a la palabra. Hay
mucho que leer y hay mucho más que escribir.
Este libro se lo dedico de todo corazón y con mucho cariño a mi gente tulueña, bugueña y a todos los colombianos.

RODRIGO GUZMÁN DÁVILA

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RODRIGO GUZMÁN DÁVILA, UNA VIDA DE NOVELA


Rodrigo Guzmán Dávila, hijo del físico y matemático Rodrigo Guzmán Gómez, una leyenda pedagógica en Tuluá, hace
una nueva incursión en el mundo narrativo. En nuestro medio, lo real excede al mundo de la ficción. Por ende, las
costuras de la realidad se ven rotas a menudo, ascendiendo y descendiendo y dejando a la imaginación en paños
menores.
Este carismático y exitoso empresario, hijo de una familia tulueña raizal del barrio Playas y célebre por su tesón
laboral, sencillez y su humildad en el trato social, años atrás había redactado un texto de matices cinematográficos
que relataba la vida del mítico estafador Mora Villamizar en las tierras no menos legendarias de Riofrío.
Con prólogo de Álvarez Gardeazabal, este libro mostró y demostró las habilidades narrativas del periodista y hombre
de negocios tulueño quien ahora presenta a la comunidad lectora un trabajo que parece un capítulo de la picaresca
española del siglo XVII y que no es más que la crónica, ordenada como masa de tiempo y espacio. La Caleta cuenta la
vida de dos hombres. Uno ostentoso enseñado al buen vivir y otro hombre humilde que al hallar en Tuluá una fortuna
del primero, en moneda extranjera, comenzó a tejer y destejer como Penélope telúrica, su propia telaraña de
desventuras.
A fuerza de golpes y martirios, de engaños y mofas, el personaje que Guzmán Dávila exalta al orbe literario, urde sus
propios males y como ciudadano fiel a la entropía del universo, se hace finalmente frio, oscuridad y desorden.
Para otros, hallar una llamada caleta hubiese sido el remedio para el cúmulo de sus males.
Para el Indio este guaquero forzado y circunstancial, los dólares de alta denominación que encontró en una mansión de
extraña ventura, fue el capital de su propia tragedia.
Como la vida no es sólo policromía sino claroscuro, el narrador tulueño nos hace cruzar zonas de luz y penumbra de esta
vida de los personajes, desdichada e intermitente. Por supuesto sin obviar lo jocoso.
Rodrigo enriquece de esta manera, con este abordaje vital, las letras de nuestro cultísimo departamento, fértil en
nombre y textos de alta literatura.

DANIEL POTES VARGAS

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Los nombres de los personajes que se mencionan en esta crónica hacen parte de la ficción, cualquier parecido con
la realidad es mera coincidencia.

Se recomienda a los menores de edad que quieran leer este libro, asesoría de una persona mayor responsable.

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CAPÍTULO PRIMERO

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arlos Eberto Ríos Frisneda, se desempeñaba como gerente del Banco del Progreso y Desarrollo (B.P.D) en la

C ciudad de Tuluá; quien llegó a ese cargo por sus méritos y haberse graduado en una de las mejores
universidades de la capital de la república, con varios postgrados y especializaciones referentes a la banca,
considerado un alto ejecutivo y quien se codeaba con toda la élite tulueña. Como buen antioqueño, hombre
de empresa y con una buena situación económica, su vida transcurría entre el lujo, el derroche y las buenas fiestas,
en compañía de mujeres bonitas o novias para no emplear el término moza. Aquí cabe recordar lo que dijo un
prestigioso ex alcalde tulueño y ex congresista de la república: “lo mejor del matrimonio es la moza”; todo esto lo
hacía, tratando de que su esposa Laura no se enterara.
Esta vida social le implicaba muchos gastos; sobre todo para quedar bien en los distintos eventos donde era invitado
y sostener el status que había creado a su alrededor. Para eso, había que llegar en un carro último modelo, vestir
ropa de marca tanto él y su mujer; tomar whisky y comer en los mejores restaurantes de la ciudad. La verdad era,
que ante éstas exigencias su presupuesto cada día escaseaba; sobre todo para sostener a las noviecitas, ya que era
enfermo por las niñas de 18 años y para que ellas se fijen en un hombre mayor de edad como él, le tocaba bajarse de
costosos regalos, aunque Carlos hábilmente como buen metrosexual usaba sus artificios personales para demostrar
menos años y a lo mejor las nenas se comían el cuento o se hacían las bobas para así sacar sus propios beneficios.
Había una niña en especial por la cual suspiraba éste ejecutivo llamada Rosmery, muy linda, de ojos verdes, cuerpo
escultural y en su afán de conquistarla quiso deslumbrarla con una moto, adquirida en un almacén de la ciudad para
pagarla posteriormente; lo que casi se convierte en un motivo para separarse de Laura. Ante la demora en el pago
llamaron a cobrarle, tan de malas el Gerente que quien contestó fue su esposa. Ésta recibió bien el recado, por
supuesto que preguntó todo y la ingenua secretaria entró en detalles. Y al hacerle el reclamo, como siempre los
hombres lo niegan todo, que cosita y es que tienen una facilidad para mentir. Y este era el campeón de todos. Carlos
ante cualquier reclamo tenía una disculpa y una justificación. Hasta tuvo el descaro de arrodillarse y hacer que
muchas lágrimas salieran de sus ojos.
A la rabiosa y herida mujer más contrariedad le daba, pero el hombre seguía negando y sin pensarlo dos veces para
salirse del paso, argumentó que el banco había rifado la moto y Rosmery había sido la feliz ganadora y más
estupefacta quedó la señora, quien contestó:
- Si estúpido, me crees pendeja. Me imagino que la boleta la pagó la culicagada con la cuca.
- Mija no seas grosera –dijo el Don Juan-
- No me digas que el banco no tiene plata con que pagar –gritaba la furiosa mujer-
- No mija, es que de Bogotá no me autorizaron -juraba Carlos-
Esa noche le tocó dormir en la alcoba de huéspedes. Y sin que su mujer se diera cuenta llamó al gerente de zona en
Cali, gran amigo de universidad y alcahueta de todas sus pilatunas para que lo ayudara a arreglar su matrimonio y
tramaron lo que se debía hacer.
Al otro día y más temprano de lo acostumbrado, Carlos salió a trabajar; haciéndose el ofendido no se despidió de su
esposa. El amigote como lo habían convenido, llama y contesta la entristecida mujer; después del saludo, pregunta
por Carlos, por supuesto, no se encontraba.
El gerente de zona le explicó a Laura que ya habían autorizado el pago de la moto que rifaron entre los mejores
clientes. Ella quedó de una pieza y con inmensa melancolía colgó el teléfono. Un sentimiento de culpa la invadió por
completo y lo primero que se le ocurrió fue llamar al banco. La secretaria de gerencia, por el citófono anunció la
llamada de Laura y éste a su vez, puso tremenda cara de satisfacción y una sonrisa dibujó en sus labios al pensar que
la llamada del gerente regional había sido un éxito.
-Qué más mijita –contestó por el auricular-
-Mijo, le pido perdón y disculpas –expresó la arrepentida mujer-

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Carlos no contestó y colgó el teléfono, como muestra de enojo. La mujer con temblor y llanto volvió a llamar. Carlos
volvió a contestar y en tono irónico:
-Qué pasó –preguntó-
-Mijito no me cuelgue que esto no vuelve a pasar se lo juro, por favor perdóneme –replicaba la mujer, una y otra vez-
Con el cinismo que lo caracterizaba, dijo:
-Bueno mija la perdono, pero deje esos celos enfermizos.
Esa noche cuando regresó a la casa, su esposa lo recibió con dos comidas especiales: la primera en el comedor, una
lasagna como a él le gustaba y la segunda en la cama, como dicen en la plazuela de Tuluá, en el sector de Renzo
Cardona, Mincho, los Mejía y todos sus amigos “sobrebarriga con capul”.
Pocos días estuvo juicioso el Doctor Carlos –como le decían los empleados del banco-. Este hombre era desesperado
por las hembritas, sardina que le diera papaya, era papaya partida. Gastaba sin control, sus tarjetas de crédito estaban
copadas, a los acreedores los enredaba con mucha astucia y como era el Gerente de un banco la gente le creía.
Las mujeres de la calle cuestan y la de la casa también. Esto lo tenía muy claro. Un día llega una niña muy hermosa a
pedir trabajo, éste por supuesto la hace seguir a su despacho; Carlos sin disimulo, observa sus tremendas tetas de
silicona talla 36, una cinturita de guitarra y un protuberante culo, seguramente relleno con la grasa que le sacaron al
hacerle la liposucción. Con su cara de morbo como un hambriento que ve a través de las vitrinas un delicioso pollo en
Rico y Pico, una sabrosa chuleta en Pica Piedra o en su defecto un perico encebollado, demostró de una lo que quería.
La muchacha aprovechándose de la ocasión, se le contorsionaba y le coqueteaba, lo importante para ella era obtener
el cargo.
-A dónde adelantaste tus estudios? –Preguntó Carlos-
- Me gradué en la Uceva, como contadora y empecé un postgrado en banca y finanzas en la Univalle, además, si Dios
quiere empiezo otro post grado en horario nocturno en la Universidad Remington –añadió la bella mujer-
-No se hable más, hay una vacante, déjeme la hoja de vida para mandarla a la regional Cali- dijo el gerente-
-Pero porque no me acepta una invitación a comer para que así discutamos el salario –agregó sin titubear Carlos-
La muchacha, sintiéndose casi contratada, de inmediato aceptó la invitación.
-Dime dónde te recojo y a las 7:30 nos vemos –propuso el hombre-
-No hay problema, yo vivo en el barrio La Graciela –respondió la buenona-
Carlos empezó a maquinar todo un plan perfecto para que su mujer no intuyera lo que estaba planeando para esa
noche, así fue que la llamó:
-Mija, tengo una rabia –expresó Carlos-
-Qué le pasa papito –pregunta Laura-
-Me llamaron hace 10 minutos de Cali y me toca llevar unos informes para mañana; o sea, mija que no me espere
temprano, y por favor no me llame que me interrumpe y pierdo el tiempo –aclaró en forma despectiva-
-No papito, eso me parece el colmo, como abusan de usted –dijo la ingenua mujer-
-Si mija, toca que más hago. Chao mija no me quite más tiempo hablamos en la madrugada
Con estas palabras terminó la conversación, hasta con bendición y muchos besos de despedida para el sufrido
gerente. Le estaba saliendo todo a la perfección, la picardía y la maldad sobresalían por sus poros como dice el
Chapulín Colorado “todo está fríamente calculado”.
Al salir a las 7:00 p.m., del banco, Carlos le recomendó al vigilante que si llamaba su mujer le dijera que tenía orden de
no pasar a nadie al teléfono, ya que se encontraban muy ocupados. No se le olvide, nos encontramos pero muy
ocupados –con tono de orden le recordó al vigilante-.
Efectivamente todo estaba saliendo a pedir de boca. Carlos se fue en su lujoso vehículo; de la guantera, sacó una
loción que tenía encaletada, se roció por todas partes incluyendo sus partes nobles, sometiéndose al ardor. Antes de
la hora convenida, recogió a la mujer; ella se encontraba muy pendiente, porque al primer pito, salió. La impresión

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fue tremenda para Carlos al verla con esa minúscula falda que traía puesta; galantemente y como todo un Don Juan,
se bajó rápidamente, le abrió la puerta, espero que se subiera y con una delicadeza impresionante le cerró la puerta.
La suegra desde una ventana y con cara de satisfacción, le mandó tres bendiciones a su hija, quien después de batir la
mano en señal de despedida, pregunta:
-Para dónde vamos?
- Para Buga –Contesta Carlos- y agrega:
-En el hotel Guadalajara hay una discoteca muy buena que se llama Flamingo
Es de norma que los casados o comprometidos de Tuluá se vayan para Buga o viceversa de Buga para Tuluá. En fin
son dos ciudades hermanas, a las cuales lo único que las separa es el peaje. Todos consideran que es mejor no correr
riesgo alguno e irse al otro lado del peaje.
Carlos y Marta llegaron a Flamingo, éste no disimulaba nada, no quitaba sus ojos de las destapadas tetas y de vez en
cuando sobaba su despampanante trasero; ya en esos momentos se encontraba como guadua de retén; sentía que
el cierre del pantalón estaba que cedía a cualquier movimiento. Con la quincena en el bolsillo estaba dispuesto a
pasar la mejor noche de su vida, así es que su sensibilidad daba para todo. Al que cuida los carros le regaló un billete
de veinte mil pesos, lo mismo hizo con el portero y al mesero le dio cien mil para que lo atendiera con exclusividad,
parecía traqueto recién coronado. Por otra parte, Marta estaba deslumbrada con este rico galán sin saber que
después de la bailadita, estaba asegurada la acostadita. De entrada pidió una botella de Bucanas con 4 Reb Bull;
trago viene, trago va, siempre tratando de emborrachar la hembra porque lo más seguro que mujer borracha pierde
el año, eso se traduce en culiada fija, claro no todas; pero en un 90%, hay efectividad, aunque algunas se precian de
manejar muy bien el tema del sexo. Pero cuando la prendida es general, no hay tu tía que valga.
Por varias horas bailaron y tomaron. La alegría iba subiendo de tono y más aún cuando sonó el tema “Eres” de Edgar
Moncada (q.e.p.d), lo hizo repetir tres veces y se lo dedicaba a la muchacha. Carlos ya tenía separada una suite en el
Hotel Guadalajara, sólo faltaba llegar al desnucadero porque el manitanteo iba muy bien, como quien dice, Martica
estaba listica. En la mesa también habían dos parejas de amigos de Tuluá, que llegaron después de ellos, así es que la
cosa se prolongó y los brindis se aumentaron. Cuando menos se esperaba, un incidente dañó todo lo programado.
En el escenario irrumpió Laura, que susto y lo peor del caso es que no les dio tiempo de nada, ni siquiera de moverse
y mucho menos de esconderse. Tal parece que una de las muchachas que compartía con ellos, conocía a una amiga
de Laura y en una ida al baño, la llamó y ésta de inmediato le pasó el chisme, como quien dice: “en cielo y tierra, no
hay nada oculto”.
Enfurecida, lo increpó:
-Descarado, así te quería coger, no dizque estabas trabajando?...
Carlos no contestaba nada, como si no fuera con él
Con lágrimas en sus ojos, Laura salió de allí hasta Tuluá y se dirigió hacia el Barrio El Príncipe, directamente hacia la
casa de la amiga que la había alertado. Ella para consolarla le aconsejó:
-Amiga, no llore más, los hombres no valen la pena, todos son iguales, camina y nos tomamos un trago, para que así
alivies tu pena.
Hasta allí le llegó todo a Carlos, la carpa se le bajó, la rasca se le quitó, salió sin despedirse. Martica trató de calmarlo
pero fue imposible. Cruzaron el peaje y cuando pasaban por el motel Zeus en San Pedro, pudo más la cabeza de abajo
que la de arriba, la cual le daba sólo preocupaciones, como quien dice, a lo hecho, pecho. Entró media hora, fue un
“polvo de gallo”, no pudo alcanzar el segundo ni disfrutar esas lindas tetas y el culazo de Martica, quien siempre
trataba de hacerlo reaccionar. Como buena consoladora, le decía:
-Mi amor yo te entiendo, tranquilízate, ojalá soluciones el problema con tu esposa no es mi intención perjudicar tu
matrimonio.

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Carlos deseaba llegar cuanto antes a su destino y de San Pedro a Tuluá se demoró cinco minutos, cuando llegó a las
inmediaciones de la cancha de la Graciela cerca a la casa de Martha, casi la tira del carro, la galantería de la recogida
paso a un lado, claro en esos momentos sólo pensaba en la reacción de su esposa. De la Graciela al barrio Entre Ríos,
se demoró dos minutos, a millón pasó por el paso nivel que comunica la Trinidad con el puente de Las Brujas. Cuando
llegó a su casa ubicada cerca a la Parroquia de la Sagrada Familia, se echó varias veces la bendición, puesto que el
único que podía salvarlo era Dios. Las luces estaban apagadas, abrió la puerta del garaje con el control remoto y se
preparó mentalmente para la cantaleta de Laura. Pero cuál fue su sorpresa, ella no estaba, Dios lo iluminó y en su
maliciosa mente se le ocurrió algo que tal vez no le fallaría.
Promediaban las 4:00 a.m., Carlos llamó al vigilante de la cuadra:
-Hola amigo, a qué horas salió la patrona –preguntó-
-Patrón, antes de las 2:00 a.m. –respondió el vigilante-
-Bueno mijitico, sosténgase en la raya y diga que yo llegué a las dos de la mañana en punto, no se le olvide –le
recomendó varias veces Carlos al vigilante con billete de 20 mil en mano.
- Listo Patrón, no se preocupe, yo me sostengo en lo dicho.
De inmediato, Carlos llamó al banco, allí le contestó el vigilante. La recomendación era evidente, decirle a Laura que
el Doctor había salido antes de las dos de la madrugada de una larga jornada de trabajo. Todo estaba calculado.
En el barrio El Príncipe, Laura estaba casi borracha tomando Aguardiente Blanco del Valle, repitiendo el tema “Nunca
me Quisiste”, del Charrito Negro y con su amiga cantaba a dúo:
Acabemos esta farsa de una vez que todo entre los dos se dé por terminado, estoy cansada de mendigarte amor y
veo que es un error seguir más a tu lado, no valoraste el amor que te brindé y me negaste el derecho de ser feliz,
porque has jugado con mis sentimiento y hoy me arrepiento de haber creído en ti…
…Ya comprendí que nunca me quisiste, tu lo que has hecho es hacerme sufrir…
Estaba tan afónica que no se le entendía lo que cantaba. Casi vomitando fue llevada a su casa por el esposo de su
amiga, éste como pudo la bajó a rastras, eran las 6:00 a.m., no se sabía que era peor si la rasca o la tusa y el
despecho. Carlos, quien no había pegado el ojo, se levantó y le abrió la puerta
-Usted, quién es? –le preguntó al acompañante-
-Soy el esposo de la amiga de Laura –contestó el hombre-
Haciendo una mala cara Carlos con un cinismo único, le dijo a su esposa:
-Qué son estas horas de llegar, venis borracha vagabunda –le gritó Carlos-
-Cuál vagabunda –contestó Laura-
-No te pillé en Buga con tu moza –gritaba la mujer enfurecida-
-Cuál moza, está usted loca, como se le ocurre, yo a Buga la última vez que estuve fue hace 15 días, te acuerdas?...
cuando visitamos al Señor de Los Milagros –contestaba, haciéndose el disgustado-
-Malparido, h.p, crees que estoy loca –repicaba a gritos la mujer-
-Pues, si estás loca –contestó Carlos-
-Quien sabe a quién viste, yo no era, esos celos te hacen ver cosas que no son. Si quieres llama al Banco al vigilante y
pregúntale a qué horas salí yo –agregó el dolido Carlos-
En medio de esa rasca que tenía, Laura entró en duda y llamó al banco, contestándole efectivamente el vigilante,
quien de acuerdo a lo convenido, repitió las órdenes dadas por su jefe.
-Eso fue que te pusiste de acuerdo con él, o si no, lo echabas –le gritaba Laura-
-No me joda más, averigüe entonces, con el que quiera, estoy mamado de vos –también gritaba Carlos-
Laura, se incorporó como pudo y se fue a preguntarle al vigilante de cuadra, quien era un hombre de su total
confianza. Al llegar a donde estaba, lo primero que le dijo fue que por favor no le dijera mentiras, y le contara a qué
horas había llegado Carlos. Éste, bien advertido y con los 20 mil en el bolsillo, corroboró la información y hasta le juró

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de rodillas que el patrón había llegado a las dos de la mañana. Laura quedó de una pieza, la rasca y la maluquera se le
desaparecieron, entró a la habitación donde estaba su esposo preparándose para ir a trabajar y de rodillas le dijo:
-Papito, perdóname, es que yo lo quiero mucho y como estaba tan oscuro en esa discoteca a lo mejor lo confundí,
que pena con ese señor y esa niña que estaba con él, les hice pasar un mal rato por mi desconfianza –expresó en
llanto Laura-
Además la apenada mujer le prometió que iba a cambiar, que eso no volvía a pasar y que desde ese momento no iba
a creer más en chismes, ni en lo que decían las amigas, que lo único que querían era dañarle el matrimonio.
Carlos, aprovechándose del momento, frunció el ceño y le dijo que por la noche hablaban. Y agregó:
-Si ve usted, siga creyendo en sus amigas, son una partida de chismosas, a lo mejor, es que están enamoradas de mí y
como yo ni las miro, te llenan de mentiras.
Mejor no le pudieron salir las cosas a Carlos, quedó como un rey mientras la pobre Laura seguiría llevando del bulto.
Pero, este hombre cada vez se enredaba más y más, su gusto por las mujeres sobrepasaba sus ingresos.
Esa misma noche y aprovechando el sentido de culpa que tenía la pobre Laura, Carlos la llamó y le dijo que no iría a
dormir a la casa porque se quedaría en un hotel para así pensar y meditar; mientras esto decía, por el otro celular,
llamaba a Martica para verse en horas de la noche y así terminar lo que la noche anterior se había iniciado. Así fue,
que amaneció con la nueva secretaria contratada en el Motel Caricias, feliz de ese encuentro idílico, en donde Eros
hizo de la suya, quedando en el ambiente que ambos fueron excelentes amantes. Lo que no se imaginaba Carlos, era
que esa noche de pasión y de placer le marcarían la vida pero no para bien sino para mal.
Muy a las 6:00 de la mañana Carlos llegó a su casa, a Martica la despachó en un taxi desde el cementerio Los Olivos
para evitar que los vieran juntos. Al llegar, su esposa con la sonrisa de oreja a oreja le demostró su amor invitándolo a
desayunar con suculenta arepa de choclo y cuajada, acompañada de un jugo de naranja. Haciéndose el rogado se
sentó a la mesa, necesitaba cargar baterías y por supuesto darle la cuota a su mujer por si se la pedía; como
efectivamente pasó.
Carlos llegó después de las ocho al trabajo, como era el jefe no había problemas. En el banco ya se encontraba la
nueva empleada recibiendo la inducción y pasó por su lado sin determinarla. Claro, él después que lograba sus
objetivos ya no le importaba más nada, o sea, indio comido, indio ido. Pasaron varias semanas y se hacia el de la
vista gorda cuando se cruzaban en la empresa, siempre la eludía. Así fue por lo general su comportamiento y nunca
sospechó lo que muy pronto se le vendría encima.
Otra de las pilatunas de Carlos fue para unas fiestas de Sevilla, las cuales se celebran en el mes de Mayo. Con miles de
mentiras salió de la casa un fin de semana muy perfumado con maleta en mano, arreglada cuidadosamente por la
ingenua Laura, quien como siempre no dudaba de su fiel marido. En su lujoso carro llegó al parque Boyacá, allí se
encontraban dos de sus amigotes.
- Muchachos caminen, vamos para Sevilla que hay fiestas, yo los invito -Propuso Carlos-
Los amigotes Nacho y Gilberto ni cortos ni perezosos se montaron en el carro. Era sábado a medio día cuando
llegaron a la Capital Cafetera de Colombia y como era hora de almorzar, Carlos invitó a sus acompañantes a un buen
restaurante. Cuanto estaban acabando con las deliciosas bandejas paisa, llegaron tres hermosas y despampanantes
mujeres, Carlos les clavó el ojo porque de seguro después les clavaría otra cosa.
Como todo un Don Juan las invitó a que degustaran el mejor plato del lujoso restaurante y disfrutaron del mejor y
más caro vino, después pidió el más sofisticado Whiskey, las mujeres no se hicieron las rogadas, los amigotes de
Carlos Nacho y Gilberto no creían en Poncio.
Carlos pagó la cuenta y para deslumbrar sacaba el fajo de billetes de alta denominación y así impresionar a la más
bonita de las tres siloconudas. Carlos ni corto ni perezoso las invitó para un bar y así poder darles traguito ventíao
para lograr más fácil sus objetivos. Según Carlos, “mujer borracha, pierde el año”. Esa noche fue de rumba total,
para Carlos, sus acompañantes y las tres damiselas. El hombre siguió gastando a manos llenas y como andaba en un

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buen carro sería todo más fácil y efectivamente a las dos de la madrugada se fueron las tres parejas para una finca
que alquiló. Fue una fiesta de trago y de pasión. Gilberto y Nacho felices porque nunca les había tocado mujeres tan
bonitas y pagadas por otro, les parecía imposible.
En Tuluá Laura pensaba que en el banco abusaban de Carlos, por esos horarios tan extenuantes de trabajo que tenía,
con esa tristeza, siempre pensando en la salud de su marido. Salió muy de mañana a mercar y no iba a los
supermercados sino al andén de la galería, para economizarle, donde todo era más barato (Qué injusticia y el otro
gastando a manos llenas).
Por la tarde Laura se atrevió a llamar al celular de Carlos quien estaba nuevamente enrumbado, y éste delante de
todos muy descaradamente contestó y con sarcasmo y cinismo después de dos timbradas, dijo:
- Qué se le perdió –pregunta Carlos gritando-
- No papito estaba preocupada por Usted
– Repica la acongojada mujer-
- No me moleste que estoy trabajando, lo que hago siempre, para que Usted viva como una reina – Con éstas irónicas
palabras Carlos le colgó a Laura sin despedirse-
Carlos y sus amigotes siguieron la rumba y hasta ropa les compró a todos. El lunes bajo la insistencia de sus amigos se
devolvieron para Tuluá. Carlos al primero que llevó fue a Gilberto, el cual vivía en el Barrio La Esperanza. Allí lo dejó
en la esquina de la casa de él para evitar verle la cara a la disgustada mujer de Gilberto.
- Don Carlos, yo si le pido un favor, lléveme hasta la puerta de mi casa que mi mujer viéndolo a Usted se calma –Le
solicitó Nacho-
Carlos a regañadientes aceptó. Cuando llegaron a la casa de Nacho ubicada en el Barrio Victoria, las puertas y
ventanas estaban cerradas y en una de las ventanas de la colchonería había un aviso que decía “Nos trasladamos a
Palmira”. Esos tres días de rumba le costaron a Nacho su hogar y el negocio de colchones.
Para Carlos era distinto, su mujer Laura lo recibió como un rey con juguito de naranja para la sed (guayabo) y con
tremendo almuerzo, a Laura ya la tenían adiestrada. Pero tanto va el agua al cántaro que hasta se rompe.
Un día, llegó de Medellín un amigo a proponerle un negocio de tráfico de drogas, lo escuchó atentamente y como lo
propuesto era atrayente y necesitaba seguir llevando la vida de rico que tenía, se concentró en las palabras del que
sería su nuevo socio: “Nicolás Segura, abriría una cuenta corriente, la cual sería manejaba responsablemente, Carlos
como Gerente, autorizaría un sobregiro de diez millones de pesos con un plazo de un mes para cubrirlo; con el dinero
se compraría un kilogramo de cocaína pura, un tiquete para Miami y lo indispensable para empacar los dedos de
coca y poder tragárselos para así llevarlos en el estómago hasta Miami, ya estando allí defecaría los dedos, los
desbarataría y los vendería a un primo de Nicolás, el cual estaba residenciado en Kendall”.
-Compañero camine, vamos le muestro todo, yo mismo me voy cargado –Aseguró Nicolás-
Carlos entró en duda y vacilaba para contestar, pedía nuevas informaciones al respecto y le preguntaba qué pasaría
si se fallaba en ese intento de introducir cocaína a los Estados Unidos.
-Viejo no lo piense dos veces, las ganancias son jugosas y usted puede darse el lujo que se merece, con el sueldo del banco
no va a poder vivir como quiere. Ajá y si lo sacan del Banco que va a hacer, de que va a vivir, para donde va a coger…
-Además usted va por mitad –propuso Niko-
-Cuánta ganancia queda? –Preguntó Carlos-
-Aproximadamente 20 millones de pesos para cada uno –contestó Nicolás-
- Además lo podemos hacer cada mes. Usted que es banquero, haga cuentas y verá que las ganancias son
extraordinarias –Replicó Niko-
El gerente, mentalmente hizo cuentas y se le iluminaron los ojos, se le convirtieron en signo pesos. Ya el trabajo de
Nicolás estaba hecho; éste sería un nuevo error que el codicioso hombre lamentaría el resto de su vida.

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Salieron los dos a finiquitar el convenio, y se dirigieron a Marandúa, (en otrora, finca Playas), agradable urbanización
donde antiguamente vivían los Guzmán Gómez. Cómo olvidar a doña Istmenia, la matrona de esa familia, quien tenía
unas vaquitas y unas gallinas que cuidaba con esmero para darles el sustento y los estudios a sus hijos. Allí en
Marandúa, vivía un pariente de Nicolás y en esa casa él tenía todos los implementos necesarios para empacar los
dedos o bolas, como: prensa, guantes, hilo dental, gramera y otros más.
-Si ve hermano, no le dé culillo, que vamos a la fija –Aseguraba Nicolás a Carlos-
Totalmente convencido de que el negocio sería un éxito, Carlos aceptó la propuesta y esa misma tarde abrieron la
cuenta corriente, con los mínimos requisitos y al otro día se hizo el sobregiro de los diez millones de pesos y en la
misma oficina del gerente Nicolás recibió la plata, quien muy contento de inmediato salió a comprar la mercancía y
los elementos que hacían falta, para preparar el viaje. El cual estaba previsto para los próximos ocho días.
Mientras tanto y con el incentivo de reponerse económicamente, Carlos seguía gastando a manos llenas,
conquistando mujeres y cada día se hacía una nueva adquisición, creando estrategias diferentes para que su esposa
le creyera los motivos de sus tardanzas para llegar a su casa.
Los ocho siguientes días pasaron rápidamente. Un sábado viajó Nicolás poseído de los nervios que atacan cuando se
está realizando algo prohibido. Ya dentro del avión y con casi una hora de vuelo, una de las azafatas le brinda un
refrigerio, el cual no aceptó por la carga que llevaba en su estómago. Esto llama la atención de la muchacha y lo
observa con disimulo, lo cual hizo que aumentara más su nerviosismo y se evidenciara en el temblor de sus manos.
Con la idea de que algo pasaba con éste pasajero ella informó al capitán de sus sospechas.
Nicolás, bajó del avión y un aire fresco lo reconfortó; pero ahora tenía que enfrentarse a las requisas de inmigración;
ya haciendo la cola, dos agentes lo tomaron por el brazo y sin darle ninguna explicación lo condujeron al cuarto de
rayos x. El trataba de deshacerse de las manos que lo aprisionaban y decía:
-Que pasa mano, yo no he hecho nada para donde me llevan
Con el mismo mutismo de siempre lo seguían conduciendo; ya en el lugar indicado procedieron a hacerle el examen y
en su intestino le detectaron el alucinógeno.
Nicolás no pudo dar ninguna justificación y le tocó confesar y prepararse para expulsar la droga. Una angustia se
apoderó de él, pensaba en su familia, en su amigo gerente y en la pena que le impondría la justicia americana. Aún
así, no involucró a Carlos en este frustrado negocio y se echó toda la responsabilidad, asumiendo el carcelazo.
Ahora sí, empezarían los problemas para el Gerente del Banco de Desarrollo oficina Tuluá. Bien endeudado y para
colmo de males tenía que cubrir el sobregiro para evitar que se descubrieran las irregularidades con que había
abierto esa cuenta corriente y la forma como se concedió el sobregiro. Se le puso la situación color de hormiga.
Martica por su parte, se sentía con malestares y procedió a hacerse una prueba de embarazo resultando positiva.
Qué problema para Carlos, cuando ella le informó casi le da un infarto. Ante tantos problemas que atravesaba,
primero optó por eludir el tema y después le propuso a la futura madre hacerse un aborto, ya él tenía planeado con un
especialista hacer la vuelta, pero Marta no quiso aceptar.
Uno de esos viernes llamado del banquero, Carlos llegó de madrugada como de costumbre a su casa, cuando prendió
la luz de la sala se asombró de ver a Laura con los ojos hinchados de llorar y a su lado tres maletas y dos chuspas de
basura, llenas con su ropa. Éste pidió explicación:
-Qué significa esto?...
-Por qué me vas a echar de mi casa, si yo no he hecho nada? –Argumentó Carlos-
Laura con voz entrecortada, sin contener el llanto y con mucha opresión en el pecho le dijo lo que pasaba.
Resulta que la noche anterior fue la mamá de Marta a que le respondiera por el estado de embarazo de su hija y
como no se encontraba, la visita la recibió Laura, la suegra, muy enfurecida con el resultado positivo en mano
comprobó lo que Laura nunca había querido aceptar: la infidelidad de su esposo. Carlos quiso como siempre, negar
todo, sin saber que muy cerca se encontraba Marta y su mamá. Laura las llamó. A Carlos se le quitó la rasca, la

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ofendida Marta le contó a la inocente Laura con pelos y señales todo lo que había pasado entre ellos, y le confirmó
que lo que ella vio en la discoteca Flamingo no fueron suposiciones, sino todo lo contrario. Ese momento se convirtió
en el fin del mundo para este personaje, las mujeres se le abalanzaron y lo golpearon, él se defendía como podía.
Esa noche Carlos no pegó el ojo pensando en todo lo que le había pasado, se unía a este problema el agravante de la
proximidad de la fecha para cubrir el sobregiro de Nicolás, que a pesar de los esfuerzos realizados, no pudo cumplir;
le abrieron una investigación y fue despedido al encontrar los supervisores muchas irregularidades. Para fuera como
pepa de guama.
Carlos quedó sin mujer, sin trabajo y endeudado hasta la coronilla. Le tocó vender su lujoso carro para pagar parte
de las deudas. La casa le quedó en los trámites legales de separación a Laura; como quien dice quedó en la olla.
Sin vehículo y andando a pie ninguna muchacha le paraba bolas, ya ni pasaba por la zona rosa; el desespero era
horrible. Su única salvación fue su mamá que vivía en Tuluá en el Barrio Sajonia, como siempre, la madre es la única
persona en el mundo que lo recibe a uno con plata o sin ella.
En su afán de hacer algo, repartió hojas de vida por todas partes, los amigos de farra se le negaban ni lo atendían
siquiera. Cansado de andar por todas partes y sobre todo adolorido de corazón, un dolor tan grande que ni siquiera
el Doctor Carlos Ávila con sus agujas y su acupuntura, le remediaría; acudió al gremio del transporte, quienes le
tendieron la mano y algunas veces le daban un taxi para que lo trabajara; para él eso era muy duro por el status que
siempre tuvo y la poca remuneración recibida, había días en que ganaba de cinco a diez mil pesos ya que había que
recoger la cuota del dueño, entregarlo tanqueado y lavado.
En su interior, planeaba que cuando le llegara la plata de la liquidación si es que le llegaba; compraría un taxi. En ese
medio conoció a muchos comisionistas de los que se ubicaban en el Parque Boyacá, quienes le hablaron del negocio y
lo entusiasmaron, eso lo hizo pensar que estos personajes son importantes para el comercio tulueño y por lo tanto
merecen buen trato.
De Nicolás se supo, que lo habían condenado en Estados Unidos a diez años sin derecho a rebaja de pena por no
colaborar con la justicia de ese país. Le tocaba mamarse todo ese tiempo encanado. Mientras tanto, el gerente
frustrado seguía rebuscándose ya sea como taxista o como comisionista y esperando su liquidación para invertirla en
algo, ya no pensaba como antes, en despilfarrar lo que llegara a sus manos, la lección estaba aprendida.
Un día cualquiera, recogió a un pasajero en la calle Sarmiento, éste le solicitó que lo llevara a Marandúa, Carlos lo
miró por el retrovisor y se dio cuenta que se trataba nada más y nada menos que de un pariente de Nicolás. Desde
ese momento entablaron una conversación que continuaron al llegar a la dirección indicada. El hombre lo invitó a
pasar y entre sorbo y sorbo de un exquisito café sevillano, estuvieron hablando de Niko y otros temas. El Cabezón
como así lo llamaban conociendo la ambición de Carlos, le propuso hacer otra vuelta, le mostró nuevas técnica de
empacado, de transporte, ya fuese en el estómago o no y así se pasaron toda la tarde en ese diálogo.
Le gustó mucho la idea, además porque el Cabezón tenía ya el cliente para transportar la droga con visa americana
listo para salir, en el momento en que hubiese el dinero para comprar la mercancía. Pero se preguntaba, de dónde
voy a sacar la plata?, ya que en sus bolsillos no tenía ni cinco mil pesos. Otra vez la suerte estaba de su lado, después
de esa visita, no transcurrieron dos días cuando fue llamado del Banco para entregarle lo que quedaba de su
liquidación.
El ex gerente llegó como cualquier cliente al banco. Algunos de los que fueron sus subalternos ni lo saludaron, otros
fueron más cordiales. Recibió lo que le quedó después de descontarle los 10 millones. Enseguida se le prendió el
bombillito cuando tuvo la plata en mano, aceptarle la propuesta al cabezón y de inmediato se dirigió hacia la casa de
su nuevo socio y allí llegaron a un acuerdo económico. Compraron el tiquete para un sábado por ser un día propicio.
Carlos pensaba o todo o nada. Además era un hombre acostumbrado a gastar el dinero a manos llenas. Escogió la
opción más fácil y más peligrosa, la del narcotráfico con el agravante de que la persona que se va por esta ruta, tiene dos
caminos: una larga temporada en la cárcel o la muerte y la mayoría de las veces, suceden las dos.

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Ya todo estaba coordinado y en la casa del Cabezón, empezaron a preparar el organismo de la mula. Durante tres
días el pasajero de nombre Oscar estuvo tragando uvas pequeñas, después mucho más grandes y las pasaba con té,
para darle amplitud a la garganta y a los intestinos. Debía llevar mil gramos. Carlos estaba pendiente de todo y
observaba con detenimiento el proceso. Dentro del embudo se introducía un dedo del guante, a este se le echaban 10
gramos de cocaína bien pesados, con una varilla que entra precisa dentro del embolo y con ayuda de la prensa, se
comprimía para que así quedara la pepa lo más duro y pequeña posible, a cada pepa le ponían cuatro dedos de
guante quirúrgico y lo amarraban bien con seda dental, para evitar que se reventaran, porque si esto ocurría, el
pasajero de seguro se moría.
Cada pepa quedaba tan dura que parecía un pedazo de hierro, imaginemos lo doloroso que debe ser tragarse una
varilla, pobres compatriotas que se someten a esta barbarie. La mayoría lo hace por necesidad y otros por la
ambición.
Se acercaba el sábado, lo único que faltaba era que el paciente la noche anterior, ya que el vuelo era a las 6 de la
tarde, se tragara las pepas; así se hizo, ya Oscar llevaba la sexta y cuando iba a tragar la séptima, se vino en vómito,
la presión se le bajó y empezó a ponerse pálido y frío. Carlos y el Cabezón se asustaron, ni modo de llevarlo a un
hospital, no sabían qué hacer con él y por sugerencia de la esposa del Cabezón empezaron a calentarle los pies y darle
masaje en todo el cuerpo, así fue que pudieron reanimarlo. Cuando se sintió mejor, se fue al baño y duró casi dos
horas para poder arrojar las pepas que ingirió. Al salir de allí, expresó que ya no viajaría porque le daba miedo, a
pesar de que necesitaba los doce millones de pesos que le pagarían por transportar el alcaloide hasta los Estados
Unidos. Tenía la casa hipotecada y en proceso jurídico; pero Oscar pensó bien las cosas. “es más difícil pagar la deuda
muerto o en una cárcel en el otro lado”.
Por mucho que le rogaron fue imposible convencerlo. Decidieron no insistirle más, no era prudente mandar un
pasajero que desde ya era presa de los nervios. Ante la urgencia de conseguir una nueva mula que tuviera visa y
poder cambiar el tiquete a tiempo, hicieron varias llamadas; pero todas fueron infructuosas. Carlos se quedó callado
por un tiempo y le dijo al Cabezón:
-No hay de otra, yo mismo viajo
El cabezón se quedó sorprendido con esta reacción de Carlos
-Cómo así hermano –Preguntó
-No se preocupe, Yo le hago, tengo mi visa al día, he viajado cuatro veces a Estados Unidos y no tengo problemas –
Aseguró Carlos-
Era cierto, él había viajado varias veces al país del norte y además a Europa. De inmediato se puso a practicar con las
uvas y así pasaron toda la noche. Siendo las 8 de la mañana, procedieron a cambiar el pasaje y a eso de las 10 de la
mañana con el estómago vacío empezó a tragarse las pepas, las primeras fueron muy horribles, ya las otras pasaron
con más facilidad; siendo la 1:00 de la tarde terminó de tragarse la pepa número cien. Ya era hora de salir para el
aeropuerto, un poco de nervios lo invadió.
A eso de las 2:00 p.m., lo recogió un taxi para trasladarlo al aeropuerto Alfonso Bonilla Aragón. Reclamó el
pasabordo, presentó la documentación ante el Das. Ese día el clima era benévolo, estaba lluvioso, pero a pesar de eso
a Carlos le corrían unas gotas de sudor detrás de la oreja las cuales se secaba con disimulo. Un perro pastor alemán y
un labrador sostenidos por dos agentes de la policía se paseaban por todos lados oliendo todo a su alrededor; esto,
puso más nervioso a Carlos. De pronto oyó que le preguntaban algo y reaccionó:
-En qué trabaja –le dijo un funcionario del Das-
De inmediato, mostró el carnet del Banco, que todavía conservaba y lo acreditaba como Gerente y sin problemas, le
dieron vía libre para viajar.
Carlos, en sus pensamientos dividió en cuatro etapas el viaje: la primera, la salida de Colombia; la segunda, la estadía
en el avión; la tercera, la llegada y la aduana en USA y la última, la expulsión o cagada de las bolas. Ya habiendo

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abordado fue muy sigiloso y estaba atento a no caer en la trampa de las azafatas, como le sucedió a Nicolás. Cuando
la muchacha le brindó el refrigerio se lo recibió, destapó el jugo Hit e hizo el amague que tomaba, además le metió
tremendo mordisco a un emparedado como para que la azafata lo viera y no tuviera ninguna duda, desafiando el
hambre que tenía; pero sabía que era caso de vida o muerte lo que hiciera en esos momentos. Sin que nadie se
percatara y amparado por una revista que había abierto de par en par y sostenía sobre su cara, Carlos muy
hábilmente devolvió el bocado a su mano derecha y lo guardó en uno de los bolsillos del saco, lo mismo hizo con el
resto del emparedado y el jugo.
Después de esta acción, se dirigió a uno de los baños y botó el jugo y el emparedado por el sanitario, cuidando de
dejar todo muy limpio para así no generar sospechas, volvió a su silla justo antes de que empezaran a recoger la
basura. Todo iba saliendo bien, se encontraba bastante tranquilo hasta que avisaron que el aterrizaje estaba a punto
de hacerse. Ya en el aeropuerto internacional de Miami a Carlos le entró pánico, no le provocaba bajarse del avión, se
sentía sospechoso y creía que todo el que lo miraba lo estaba acusando. Apretó las nalgas, le rogó al Señor de Los
Milagros de Buga que lo ayudara a salir bien librado de la aduana gringa y le pusiera las palabras adecuadas para
responder el interrogatorio que le hacen a todos y en especial a los colombianos, y por favor, no lo llevaran al
aparato de rayos x.
En tierra, le temblaban las piernas, hasta sintió que se le salían unas pequeñas gotas de orín, la ventaja era que no se
le notaba ninguna palidez por su misma blancura. Antes de llegar donde la Cónsul, respiró profundo, sacó el
pasaporte del saco y lo entregó en la ventanilla respectiva. La mujer lo observó, leyó que tenía varias entradas tanto
a Estados Unidos como a otros países de Europa y en la pantalla salió registrado como Gerente de un Banco, y le dijo:
-Bienvenido a los Estados Unidos
-Cuántos días va a permanecer en nuestro país? –Preguntó la Cónsul-
Carlos, de los nervios y apretando una mano contra otra no le escuchó, hasta que nuevamente la mujer volvió a
preguntarle.
-10 días señorita –Contestó Carlos-
Al sentirse aceptado, era tanta la emoción, que se veía caminando como en una nube, acompañado del resto de los
pasajeros. A dos colombianos que venían en ese mismo vuelo, los llamaron aparte para hacerles una requisa, bien
minuciosa. Carlos al ver esto apresuró el paso y rápidamente salió de la aduana. En el aeropuerto lo estaba
esperando un amigo, ex cliente del banco que trabajaba con droga. Rápidamente se dirigieron a la casa de ese señor
y Carlos presuroso entró directo al baño, nunca antes había tenido tantas ganas de hacer del cuerpo; con dolor y
todo depositó las 100 pepas, las cuales limpió bien, destapo y las volvió polvo y quedaron 960 gramos, los otros 40
los completaron con un detergente para limpiar piscina. Esa misma noche entregaron y les cancelaron 34.000
dólares. Después de esta osadía se metió una tremenda comida, llevaba más de 24 horas sin probar alimento y se dio
un merecido descanso. Contento, con los verdes en el bolsillo, mucho dolor en la garganta y el asterisco ardiéndole,
se quedó dormido. Pero éste sería el principio del fin.
Para disfrutar un poco de la ciudad, se estuvo cuatro días en Miami. Antes de su regreso a Colombia se consiguió un
cliente para que le comprara la heroína ya que esta era mucho más rentable. En su cabeza tenía claro lo que sería su
vida de ahora en adelante, pero sin saberlo, se metió en el infierno.
En menos de una semana estaba nuevamente en Tuluá, desde el aeropuerto se dirigió a casa del Cabezón para
entregarle su parte y a planear el nuevo envío. Este hombre era el encargado de reclutar gente con visa y entre los
dos las preparaban, hasta sicólogo se volvió Carlos. En esa búsqueda, se consiguieron a una señora que vivía en
Riofrío, la cual había viajado cargada para España, tenía experiencia. Esta sin ningún problema se tragó 1.250 gramos
de heroína. Estaba tan acostumbrada que podía comer en pequeñas cantidades. Las recomendaciones no sobraban,
la señora Olga viajó un sábado, en Miami la estaba esperando Alfonso, éste la recibió y la llevó a su casa. Allí la gorda

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se metió tremenda cagada con ruido y todo. Parecía un 31 de diciembre recibiendo el año nuevo. Esta vez, las
ganancias fueron superiores para Carlos y sus amigos.
La gorda se vino a los tres días y parte del dinero lo envolvió en fajos de billetes de 100 dólares como quien envuelve
cocaína y se los tragó. Qué gargantica y que tripas, al parecer, esta señora ya había viajado 6 veces cargada, era toda
una profesional, o sea, que ganó buena plata llevando y trayendo.
Carlos montó empresa, ilegal o no, estaba satisfecho y sólo pensaba en conseguir dinero como fuera para seguir con
sus lujosos gastos de otro tiempo, ya se había olvidado de los propósitos trazados cuando le tocó vivir como taxista;
pero todo era para dejar callado a más de uno que le habían volteado la espalda. Como era una persona que vivía del
presente, nunca pensó lo que le esperaba, al seguir con este negocio del traqueteo.
Iba pasando el tiempo y sus ganancias aumentaban, cada vez más mulas enviaban y más dólares acumulaban. Eso sí
cuando veía una niña hermosa o un peluche como él decía se le olvidaba todo, de entrada le regalaba moto y alcanzó
a regalar 12 en dos meses, como quien dice, gracias a estos obsequios se comió más de un saladito y muchos cascos de
buque. Todo es bien recibido en la viña del Señor.
A las muñecas que se hacían difíciles y que a Carlos le gustaban mucho, les mandaba a poner tetas de silicona y
tremendo culo. Sólo pensaba en gastar dinero en compañía de estas voluptuosas mujeres. Poco tiempo después,
volvió la gorda de Riofrío, Carlos la despachó cargada con otros 1.250 gramos de heroína para Miami. Esta canchera
mujer no necesitaba entrenarse para nada, llegó al aeropuerto internacional de ese país, en la aduana el cónsul vio
que tenía una entrada dos meses atrás; el gringo le preguntó que por qué estaba otra vez tan rápido en Estados
Unidos. Para salir del paso le dijo que había olvidado comprar unas cosas y había vuelto a hacerlo. El Funcionario no
se comió el cuento, empezó a hacerle nuevos interrogatorios hasta ponerla muy nerviosa. A ésta avispada mujer la
cogieron en la hora boba, de una se la llevaron al cuarto aquel donde llevan a los sospechosos y en la placa de rayos x
salió claramente el veneno, la pobre gorda se fue de talego. Carlos se dio cuenta el mismo día, le consiguió un
abogado para que la asistiera, meses después a la gorda le metieron 8 años en prisión, pero en esos momentos no lo
aventó ni a él ni al Cabezón.
Carlos se encontraba muy aburrido por la caída de la gorda, hasta pensó en retirarse –esto pasa con todos los
traquetos, cuando tienen un tropiezo-. Además el hombre estaba embilletado y podía trabajar sanamente, era la
mejor determinación que hubiese tomado en su vida, pero como dicen los viejos: “la ambición rompe el saco”. El
arrepentimiento del carcelazo de la gorda, le duró hasta que el Cabezón, le presentó a un piloto de una importante
aerolínea que viajaba de Colombia a Miami, la presentación no era para conocerse y mucho menos para charlar de
política, éste diálogo era con el único fin de coordinar más envío de heroína a través de pilotos. El Cabezón tenía toda
la malicia indígena y había empacado mercancías durante los años 80 a un grupo que trabajaba para un duro de
Bogotá llamado “El Cuate”; el piloto de nombre Rubén era el encargado de persuadir a los mismos compañeros y
azafatas para que transportaran los alijos. El Cabezón utilizaba todos los accesorios que llevaba el personal de los
aviones para mimetizar la heroína con destino a los Estados Unidos.
Algo que le llamó la atención a Carlos era que en la maleta de mano de los pilotos y las azafatas empacaban más de
500 gramos de heroína. En las ocho llantas, iban 25 gramos bien prensados, era un trabajo de genios. O sea 200
gramos. Los otros 300 lo repartían entre la agarradera y las esquinas internas de sus maletas. Era tal la perfección
del empaque que ni el Cabezón ni Carlos creían que dentro de ellas, hubiese alguna clase de alcaloide. El Cabezón no
escatimaba detalle alguno, se las sabía todas. Los rayos x no detectaban nada ni los perros se arrimaban a las
maletas, se les rociaba un líquido que utilizan los dueños de perras finas para que cuando estén en calor, no se le
arrimen los perros. Todo estaba muy bien planeado y lo que más le sorprendió, fue saber que en los mismos kepis de
los capitanes empacaban 100 gramos. En esa época, se coronaban los envíos fácilmente, los pilotos y sus ayudantes
llegaban como Pedro por su casa, no hacían la cola como todos los pasajeros, a pesar de que eran los últimos en salir
y los primeros en pasar la aduana, la revisión para éstos, por parte de las autoridades americanas era muy somera,

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prácticamente nada. En Miami estaba la organización bien montada, los que hacían el cambio de maleta con los
pilotos se hospedaban en el mismo hotel, donde pernoctaban los aviadores. El cambio era muy sencillo, de ésta
manera nadie sospecharía nada, además, los mismos capitanes eran los encargados de traer los dólares hasta
Colombia. Era un negocio bien redondo.
Carlos se convirtió en un hombre muy rico, en poco tiempo; sentó cabeza y empezó a hacer muchas inversiones, no
solamente en Tuluá sino en Cali y Bogotá, aunque por la persecución de las autoridades colombianas, el dinero
proveniente del narcotráfico era peligroso invertirlo en propiedades, por eso de la extinción de dominio; lo mejor y
poco ortodoxo, era imitar lo que hacían los integrantes de los carteles de la droga de Medellín, Bogotá y Cali:
encaletar el dinero. Con los dólares que Carlos se había ganado, podría vivir como un rey, pero entre más dinero se
acumule los compromisos crecen y algo que crecía en su interior, era el gusto por las reinas, éste hombre se
devoraba a las mujeres y a la que le echaba el ojo caía porque caía. Con los suntuosos regalos, como no iban a ceder.
Ya con tanto dinero estos eran más costosos, anillos con diamantes, relojes de oro y muchas otras prendas con
piedras sofisticadas. Al hijo que tuvo con Marta, le regaló un apartamento en un conjunto cerrado con piscina y
muchas más comodidades,
Un primo, le insistía que dejara ese negocio, le recordaba que esa plata era maldita y más la heroína, que los jóvenes
se inyectaban en las venas. No hay alegría que dure mucho tiempo y mucho menos si se está obrando mal. Los pilotos
cayeron cuando salían de Miami con la plata, eso fue un escándalo a nivel mundial, los medios de comunicación
registraron con inmensos titulares este lamentable y deshonroso hecho.
Ante esto, Carlos muy asustado, no tuvo más camino que esconderse por varios meses en una finca cercana a Buga.
Después que la marea bajó, volvió nuevamente a las calles. En un exclusivo restaurante de Cali, se encontró a un
amigo tulueño, empezaron a hablar del tema del narcotráfico y terminaron haciendo negocios. La propuesta era que
traficaran desde Saint Martín –Isla Franco-holandesa- ubicada en el Océano Atlántico. Este emporio turístico en los
años 80 y 90 fue totalmente del narcotráfico, la propuesta se veía muy fácil, era llevar mercancía muy bien
encaletada por tierra hasta Venezuela y de ahí a Curazao y desde esa isla por aire hasta Saint Martín; en el
aeropuerto Princess Juliana no había ningún problema ya que todo estaba arreglado y en Philipsburg capital de Saint
Martín, había gente de confianza para salir de la playa en un yate de excursión hasta Puerto Rico, ya estando en la
isla de los boricuas, se había coronado el viaje, puesto que es territorio norteamericano y el último paso era Miami.
Muchas vueltas de estas hicieron durante más de dos años. Dólares a montón le llegaban a Carlos, ya no tenía donde
guardarlos, varios amigos de confianza abrían cuenta corriente y de ahorros en los diferentes bancos para depositar
el dinero, el resto lo encaletaba en sus apartamentos, oficinas y con el Cabezón su socio, idearon unas caletas en las
paredes, difíciles de encontrar. Tenían una llave maestra, la cual se introducía, se viraba para un lado y abría
perfectamente. En esos escondrijos aseguraban además de los dólares, las joyas, escrituras y otros objetos de valor.
Para cerrarla volvía y se viraba y quedaba totalmente lisa, no se notaba nada. Los únicos que sabían de las caletas
eran los dos socios quienes la fabricaron, de esta manera era más seguro. No como otros traquetos, que ordenaban
construirlas, guardaban la plata y después asesinaban a los obreros con el único fin de que nunca fueran a abrir la
boca.
A Carlos no le gustaba matar a nadie, además, odiaba andar armado. Pero no falta el envidioso y necesitado, alguien
aventó a Carlos por la ambición de la recompensa. Le empezaron a hacer el seguimiento, Carlos ni se lo imaginaba, y
lo grave era que este seguimiento era coordinado entre la Policía Nacional y la DEA; para ellos, era sumamente
importante ya que se trataba de un personaje muy gordo.
Carlos compró una casa en un sector exclusivo de Tuluá, estaba ubicada dentro de una urbanización llamada Patio
Campestre muy cerca de la Escuela Simón Bolívar de la Polinal. Por cosas del destino, se enteró que estaban detrás de
él, esto lo preocupó mucho y decidió irse para Bogotá unos días pero el frío de la capital lo aburrió, además de la
congestión vehicular y regresó a Tuluá. Se instaló en la casa de Patio Campestre y como era tan malicioso pensó que

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enfrente de la Escuela de la Policía, nunca las autoridades iban a sospechar que él estuviera escondido allí. Pensaba
que era un sitio estratégico y que antes, la policía lo cuidaría de sus enemigos porque la plata si tiene enemigos. No se
sabe que es peor, si estar sin cinco o tener mucho dinero. Carlos en su nueva casa vivía muy bien. De todas maneras
desconfiando de todo el mundo no era conveniente comunicarse con la mamá que vivía en esa misma ciudad en el
barrio Sajonia, muy cerca de donde Don Saúl Mesa tuvo la tienda por muchos años.
La madre de Carlos vivía con todas las comodidades, dos señoras la cuidaban y estaban pendientes de que a la Seño
no le faltara nada. A Carlos se le estaba complicando la vida porque no podía visitar a su madre, al pequeño hijo,
únicos familiares que le quedaban.
Las autoridades lo estuvieron buscando por todas partes, ni pista de él, nunca se imaginaron que lo tuvieran tan
cerca a sus propias narices. Allí, una tarde lo llamó el Cabezón:
-Parcero, le tengo el dinero, que hago?
–Preguntó el Cabezón-
-Tráigamelo al comando –Contestó Carlos-
El comando, era la clave para decir que era la casa cerca a la Escuela de Policía Simón Bolívar. El Cabezón llegó hasta
Patio Campestre, bajó del vehículo dos cajas de cervezas, las que se encontraban vacías; cuáles vacías?.., llevaban
nada menos que la medio bobadita de 1.200.000 dólares, que estaban envueltos en varios rollos y dentro de los
envases, en vez del acostumbrado líquido. El Cabezón, no se demoró y Carlos tomó el dinero, lo desenvolvió y lo
guardó en una chuspa negra dentro del closet de su cuarto. En esos menesteres la noche se le vino encima.
Un hecho vino a turbar más a Carlos, uno de los que manejaba la lancha rápida se cayó haciéndole un viaje a otro
traqueto. El acontecimiento ocurrió muy cerca a Puerto Rico; a este fulano lo apretaron las autoridades
norteamericanas y cantó hasta el himno nacional, contó todo y aventó a varios patrones, el más perjudicado fue él y
para colmo de males como quien dice: “con paperas e hinchado”, la gorda, que se había caído tiempo atrás, abrió la
boca y también lo salpicó; lo hizo con el único fin de buscar su libertad. Ante tantas evidencias, al ex empleado
bancario rapidito le hicieron en Estados Unidos la solicitud de extradición. Más confundido que tanga brasilera no
sabía qué hacer; no solamente lo estaba buscando la policía, el ejército, la DEA, sino también los caza recompensas,
era una muy jugosa cifra la que ofrecían por su cabeza. Pensó en irse para otro país cambiando la identidad pero esta
no era la solución: tener que vivir huyendo toda la vida.
Pero antes de tomar cualquier determinación, debía encaletar los últimos dólares que había recibido y en el lujoso
baño de su habitación, despegó el inodoro y al lado del tubo del desagüe que conduce las aguas negras, con un cincel
hizo una abertura sin dañar la loza, allí introdujo un millón doscientos mil dólares, envueltos en chuspas plásticas
para protegerlos y con mucho cuidado pegó el inodoro, quedando tal como estaba. Pensó, que este ahorro había
que tenerlo intacto, por si se presentaba algún inconveniente.
Un teniente de la Policía le mandó a avisar que le iban a caer en la casa de Patio Campestre. Presuroso salió como
alma que lleva el diablo; cuando la policía llegó a practicar el allanamiento, Carlos se encontraba lejos, escondido en
una finca de verano en el Lago Calima. Allí recibió una triste noticia, la muerte de su madre de un infarto fulminante.
No pudo asistir al funeral, sabía que sus enemigos lo estarían esperando para echarle mano, efectivamente por todas
partes se encontraban parqueados, en las afueras de la funeraria San Martín había más de uno pendiente si
aparecía. Unos con el ánimo de capturarlo, otros para asesinarlo. Muy pocas personas acompañaron las exequias de
la difunta, quizás, por temor. Eso fue lo peor que le pudo pasar a este hombre, desde ese momento empezó a llorar
lágrimas de sangre, a pesar de tanto dinero se sentía impotente. Dos meses después a su socio y amigo el Cabezón, lo
asesinaron dos desconocidos que se movilizaban en una motocicleta de alto cilindraje propinándole 14 balazos.
Quedó dentro del vehículo con la cabeza llena de sangre sobre la cabrilla.
Las mujeres, la causa principal de las desgracias de Carlos, otra vez se hicieron presentes, sus problemas no eran
motivo para que no siguiera viviendo; fue así, que hasta la finca en el Lago Calima hizo llevar dos lindas chicas, para

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no decirles pre-pagos. Durante varios días disfrutó de los placeres mundanos, estaba en lo que más le gustaba. A las
chicas las apodaba Babys de Greña Larga y cuando quería tener sexo decía, quiero comer Filet Greñon o sobrebarriga
con pelos.
Por ratos se le veía preocupado y hasta nervioso, comiéndose las uñas. Estos estados de ánimo le costaron su caída;
las chicas no eran de Tuluá sino de Cali, una de ellas tenía un hermano policía y le comentó que aquel hombre que
estaba en la finca de Calima le parecía sospechoso, el policía ni corto ni perezoso montó la investigación en compañía
de un coronel y pronto le hicieron el operativo por aire, tierra y agua, llegaron al lugar campestre que bordeaba el
lago Calima. Él no se percato del hecho, porque estaba sólo, nunca quiso tener guardaespaldas para no despertar
sospechas, lo encontraron dentro del baño con los pantalones abajo, cuando quiso reaccionar tenía un fusil
apuntándole la cabeza. Le solicitaron la cédula y Carlos tenía una identificación falsa, las autoridades reconocieron el
documento y el detenido no tuvo otra alternativa sino confesar su verdadera identidad: afirmó que se llamaba Carlos
Eberto Ríos Frisneda.
El Coronel encargado del operativo le leyó sus derechos, además le comunicó que tenía una solicitud de extradición
por parte de las autoridades de los Estados Unidos a través de una corte de La Florida, la cual le formulaba muchos
cargos por narcotráfico y lavado de activos, unos eran ciertos y en otros Carlos nada tenía que ver. Con esas
denuncias en su contra fue traído hasta el Batallón Palacé de Buga, donde llegó en helicóptero y de allí trasladado a
Bogotá. Ningún abogado se hizo cargo de su defensa, el gobierno le nombró uno de oficio, la única preocupación del
extraditado era la suerte de su pequeño hijo, aunque le había dejado el futuro asegurado en dinero y dos
propiedades. La mayoría de sus bienes se perdieron, casi todas los expropiaron y otros quedaron en manos de
testaferros, al igual que dinero en cuentas ajenas.
En menos de 8 meses fue trasladado a los Estados Unidos. En pleno juicio recibió la más desagradable de las noticias,
una de sus mayores tragedias: su pequeño hijo, la única ilusión de su vida, por un descuido imperdonable se cayó a la
piscina y lamentablemente se ahogó. Carlos quedó muerto en vida. Se declaró culpable de todos los cargos, hasta de
los que no debía y lo condenaron a 30 años, que sumados a los 46 que tenía, significaba cadena perpetua. Fue
confinado en una cárcel de alta seguridad en el centro de los Estados Unidos, en una celda a 10 metros de
profundidad sobre el nivel del mar.
Como dijo hace muchos años uno de los primeros mafiosos tulueños, propietario de un parador turístico, la vida de
uno está escrita, el que no termina en la cárcel, acaba siendo cadáver. Carlos, no se encontraba muerto, sino
enterrado en vida sin poder ver la luz del día, en un espacio reducido y pensando y pensando que con la liquidación
del banco hubiese sido mejor comprar un taxi, como lo había planeado y no haberse metido en ese negocio que le
trajo dolorosas experiencias y una vida de lujo que no pudo disfrutar.

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SEGUNDO CAPÍTULO

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tra víctima tulueña de los dólares de Carlos, fue Gilderman Guevara Castro. Un humilde indigente que

O sobrevivía recogiendo chatarra y de vez en cuando llevándose lo que creía mal parqueado, y así tener para su
marihuana y cuando había más dinero comprar bazuco. Este era un personaje muy simpático y versado en
muchos temas, lo que la escuela de la vida le había enseñado; le decían “la biblia”. No se metía con nadie, su
enfermedad era la droga de la que nadie está libre de caer en sus garras, sea viejo o joven; pobre o rico; ésta no
distingue estratos sociales o género.
Gilderman era un hombre que recorría las calles de Tuluá, miembro de una familia humilde, pero con muchos
principios y sobre todo eran muy trabajadores, residentes en Cienegueta, un asentamiento de esta municipalidad,
que poco a poco se fue creando al lado de propiedades de ricos hacendados tulueños. Siempre disfrutaba del río que
había cerca a su casa, en compañía de Teresa su novia, más conocida como La Muerte por lo huesuda y flaca que era;
allí establecieron su nido.
Como todo indigente, siempre se le veía con sus desteñidos blue jeans o sus acabadas pantalonetas. Comúnmente,
las camisetas que llevaban, estos personajes eran regaladas y tenían estampados los colores políticos de algún
candidato o una corporación pública. Con sus amigos compartía el lecho del río.
-Qué hubo gonorsofias, que vamos a hacer, tirar nado o qué –Decía Gilderman a sus amigotes-
Pero antes de tirar nado, Gilderman armaba tremendo vareto y animaba a sus compañeros
-A ver muchachos, quienes se montan en el Chalenger -Replicaba Gilderman con el vareto encendido-
Todos empezaban a consumir la Chauma o a doña Bertha, como dicen otros; después de pegarle a la yerba Gilderman
y sus amigos se reían, gozaban como niños. Ese era el parche de casi toda las tardes. Gilderman cogió de la mano a su
novia La Muerte y se la llevó:
-Camine mija vamos a hacer guevito –Le propuso Gilderman a La Muerte-
Qué tipo tan ordinario…
-Y en dónde? –Preguntó La Muerte-
-Pues dónde va a ser, dónde Rosa –Contestó Gilderman, mostrando sus podridos dientes-
-Dónde cuál Rosa –Preguntó La Muerte-
-Pues donde roza el culo con la yerba –Contestó sonriente el Indio-
La Muerte, ni corta ni perezosa le cogió la caña y a bolear se dijo. Una de esas tardes ribereñas Gilderman hizo un
juramento:
-Vea Muerte, yo le juro que algún día la llevo a ese país de los Sanandreses –Prometió muy seguro de lo que decía-
-Si… Y con qué?, si eso vale mucho –Respondió La Muerte, entre risas y burlas-
En las noches Gilderman bajaba al centro de la ciudad, merodeaba por muchas partes, pero donde sentía que le iba
mejor era en una cafetería cerca del Hospital Tomás Uribe Uribe, allí los empleados, los motoristas y personas que
tenían enfermos, lo ayudaban generosamente, su propósito era conseguir unos pesos para comprarse una caneca de

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aperitivo De La Corte y si le quedaba algo, irse a soplar. Muchas veces se parqueaba en un bar donde hay mujeres
para atender a los hombres, ubicado en la curva, salida hacia el Occidente en la vía que de Tuluá conduce a Riofrío.
Allí había una gordita muy simpática que se llamaba o le decían Pegy, Gilderman soñaba con esta mujer, pero de
donde iba a sacar 20 mil pesos para conseguirse a Pegy, que era la tarifa que cobraba por un polvorete y si el cliente
tenía 50 mil pesos, se tiraba dos mujeres y le encimaban un caneco de aguardiente. Gilderman era un soñador, mal
vestido y andaba con su estopa colgada echando el ojo a ver que recogía, o que se encontraba para venderlo en la
chatarrería más cercana ya fuese unas botellas vacías, cartones, hierro u otras cosas de poco valor.
Él era conocido como el Indio, por sus pelos totalmente lacios, parados y su rostro sin afeitar. Su diario vivir era un
itinerario bastante cómodo, se levantaba a las 8:00 de la mañana, se iba de rebusque hasta las 3:00 de la tarde, a esa
hora almorzaba y después con el parche competía en puro nadado Cauca. Por las noches bajaba a la galería a ver que
tomaba o que fumaba, por lo regular llegaba a las 3 de la madrugada a dormir.
Un día andaba en La Plazuela, cuando le cogió un dolor de muela impresionante, muy cerca estaba ubicado el
consultorio de Gilberto Dávila Dávila. El Indio se dirigió hasta donde éste dentista, quien después de trabajar le
gustaba tomarse sus traguitos, lastimosamente no lo pudo encontrar. Desesperado con ese dolor, no sabía qué
hacer, pero lo que si deseaba era que alguien se la sacara como fuera, pues una pieza dental menos no se notaba ya
que le faltaban bastantes, tenía más dientes un pajarito. Uno de sus parceros al verlo tan desesperado le dijo que él
se la sacaba con un alicate mohoso que tenía. El indio le contestó:
-Listo, este H.P. dolor me tiene hasta la coronilla
Entre dos lo agarraron y el mocho tomó el alicate, prensó la muela y le decía a los compañeros:
-Ténganlo duro que no se mueva
De un solo tirón sacó la muela y el Indio botó un escupitajo de sangre, se desató de los que lo tenían maniatado y le
metió un puño al Mocho. Se juagó con chirrinche y el dolor se le calmó.
Al otro día muy temprano estuvo trabajando en la Hacienda La Margarita de propiedad de una de las familias más
distinguidas de Tuluá. La familia Dávila Libreros. El trabajo que ejecutaba en ocasiones el Indio, en dicha propiedad.
era en el cultivo de guanábana, donde demostraba una gran capacidad laboral. En una de esas llego don Ramón
Dávila al cultivo, se acerca hasta donde el Indio, este se queda mirando al patrón y en tono queda seguridad le dice:
“Jefe, jefecito yo muy pronto le voy a comprar esta hacienda”. Los compañeros de trabajo del Indio soltaron la
carcajada. Que equivocados estaban estos labriegos porque al Indio muy pronto le llegaría una gran fortuna. Al
anochecer se despidió de sus compañeros de trabajo y les dijo “muchachos hasta nunca, porque yo por aquí no
vuelvo ni a recorrer los pasos” como si el Indio predijera lo que cambiaría su vida.
De la hacienda la Margarita, la cual queda ubicada en frente de la escuela de Policía Simón Bolívar, salió para su casa
en Cienegueta, con la estopa en la mano, pasó mirando con detenimiento la casa campestre de Carlos, notó que el
vigilante de la entrada se mantenía ocupado y el otro, andaba recorriendo la urbanización, pero a ratos se echaba su
conversadita con una muchacha del servicio de una de las mansiones. Todo esto lo analizó el Indio, quien más de una
vez que transitaba por allí, tomaba atenta nota del terreno y la forma como los vigilantes actuaban; nadie sabía
cuáles eran sus intenciones pero de seguro que no eran buenas.
En una chatarrería se consiguió un cortador de alambre grueso, el objetivo de Gilderman era entrar a la mansión
desocupada y cada vez que pasaba cerca se arrimaba a orinar en un costado de la malla que consideraba propicia
porque los vigilantes estaban cada uno en lo suyo; con el cortador empezó a trabajarla y necesitó más de treinta
arrimadas para realizar un corte completo que le permitiera introducirse al patio de la mansión. Nadie sospechaba lo
que estaba tramando éste indigente, los vigilantes nunca se percataron del estado de la malla. Cada noche, el indio
diseñaba la estrategia que utilizaría para poder coronar su cometido, fue así como llegó el día de entrar a la lujosa
casa.

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Eran las 6 de la tarde, hora en que los vigilantes estaban atendiendo la entrada y salida de los residentes de la
urbanización Patio Campestre, era el momento propicio. Ya dentro del patio, el Indio forzó una ventana para poder
ingresar. Al estar dentro de la casa, su mala cara cambió y su sonrisa se reflejaba en los vidrios de las ventanas; la
casa no contaba con servicios públicos, estaban suspendidos por falta de pago, esto facilitaba las cosas para él. A lo
primero que le echó el ojo fue a una hermosa lámpara colgante y tan de buenas que había una escalera que le
permitió la descolgada, la desarmó y la guardó con mucho cuidado en la estopa que llevaba siempre consigo. Como a
las 10 de la noche salió con su botín. Como Pedro por su casa llegó al barrio Fátima y en la primera casa que la ofreció
se la compraron por 20 mil pesos.
Con la certeza de que había más lámparas y podía venderlas fácilmente se las ofreció a la misma persona y ésta, ni
corta ni perezosa, le dijo que se las trajera todas que se las compraba. De allí salió feliz como si hubiera hecho el
negocio de su vida, sin sospechar este ingenuo hombre que cada lámpara tenía un valor comercial de dos millones de
pesos. Con los 20 mil en el bolsillo se fue para el Barrio Chino de rumba hasta gastarse hasta el último peso.
Gilderman tenía seguro el desayuno en su casa, fueron siete días de farra y el mismo número de lámparas que éste
hombre sacó de la mansión. Todo salió a pedir de boca, nadie sospechó que algo pasaba allí; era muy normal verlo
por ese sector con su estopa al hombro.
Con la ambición de seguir dándole a la fiesta, entró nuevamente a la mansión y en esta oportunidad sacó los grifos
de los lavamanos, jacuzzis y cocina, que eran muy lujosos. Se acercó a una casa en construcción en el Barrio Fátima y
de una encontró el cliente ideal para esos accesorios; éste le compró todo por 30 mil pesos y le preguntó si por
casualidad le podía conseguir puertas interiores; el Indio de inmediato le dijo que sí tenía unas muy lindas talladas
en madera.
-Patrón se las traigo de una en una porque pesan mucho, pero si me las paga a 30 mil pesos –Exigió Gilderman-
-No mijo, se las pago a 25 cada una –Respondió el cliente-
-Listo patrón –Contestó el Indio-
Fueron 8 hermosas puertas sacó el Indio, una por cada día. Con el producido de ellas, el indigente tuvo rumba
asegurada por una semana. Ya se sentía con tanta confianza en la mansión que hasta se pegaba su siesta en uno de
los cuartos y en buena cama. Pero el hombre era muy inteligente y guardó su secreto son esmero, ni a sus parces les
contaba de donde salía el dinero para su derroche diario; pensaba que de pronto se le dañaba el negocio.
Un día, pasó por el Barrio Fátima y el señor que le estaba comprando las cosas, le dijo:
-Amigo, necesito unas instalaciones eléctricas, tráigame cables, tomacorrientes, todo lo que sirva
-Listo patrón, cuente con todo lo que necesite, mañana le empiezo a traer –Dijo el Indio-
Empezó a sacar lo que le habían pedido sin saber lo costoso que eran, ya que para la construcción de esa mansión se
utilizaron materiales de la mejor calidad. El Indio arrasó con todo, parecía una piñata. Cuando llegó con la primera
talegada, preguntó:
-Patrón, donde pongo todo este tripitorio?
-Hermano, échelo ahí –Contestó el cliente-
Al comprador se le pusieron los ojitos llorosos de la alegría con todo lo que veía prácticamente regalado. Mientras
que Gilderman, era el más engreído, creía que estaba haciendo una gran venta. Con plata en el bolsillo se fue de
Fumanchú y de tomada, en compañía de su novia la Muerte.
Ya se le volvió costumbre entrar a la mansión y salir con lo que encontrara a su paso, o más bien con lo que pudiera
obtener cualquier moneda, ya la casa estaba casi pelada, sólo le faltaban los sanitarios y se las ingenió para
despegarlos sin que se deterioraran y uno a uno se los fue llevando. Un sábado que llegó a la mansión por el último,
armado como siempre de su cincel y un pedazo de martillo oxidado, empezó a sacarlo; ya lo tenía ofrecido, y como
los otros, quedó en muy buenas condiciones. En eso sintió un torcijón en el estómago y unas ganas de cagar, como ya
no había inodoros, se acomodó justo por el tubo de aguas negras del último que acababa de arrancar; terminada la

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desocupación estomacal empezó a buscar un pedazo de papel con que limpiarse. En su pesquisa, al lado del tubo
sanitario, observó una chuspa negra, la cual se encontraba entre la losa y la plancha; de inmediato empezó a jalar un
pedazo de la bolsa y notó que no salía y se asomaban por algunas ranuras, a pesar del encintado que tenía, unos
papeles de color verdoso; creyendo que había encontrado lo que buscaba, seguía jalando y jalando y cada vez el
asombro era mayor, en medio de este trabajo inesperado, se limpio el asterisco con el dedo y después el índice lo
restregó por el piso y las paredes como para asearse un poquito.
Como no salía la bolsa decidió tratar de romperla por donde no tenía cinta, pero era más de una bolsa que envolvía
ese paquete, en el momento desconocido para él. Comparable a cuando un niño destapa un regalo, empezó a
despedazar con violencia las bolsas y con sorpresa empezaron a salir los papeles verdes, pensó que eran caramelos
para una planilla de colección; eran muchos fajos. Escasamente leía, pero observó que los billetes tenían el número
100, fue lo único que entendió. Como no sentía que se había aseado bien el chiquito, cogió tres de esos papeles y se
acabó de limpiar. ¡Qué cagada tan cara!, costó 300 dólares. El Indio no sabía lo que se había encontrado ni tenía idea
de que desde ese momento era un nuevo rico, esa caleta era toda una fortuna, había la medio bobadita de un millón
doscientos mil dólares. En total cien fajos y cada uno contenía 120 billetes de 100 dólares, por fajos serían 12 mil
dólares. Hasta esas manos llegó la caleta de Carlos, la que había guardado con mucho cuidado pensando en volver
algún día.
Pensando y pensando, al fin dedujo que era dinero por el tamaño y el papel con que estaban fabricados, pero no
estaba seguro. Una brisa fría soplaba en esos momentos en Tuluá, decidió entonces tomar unos cuantos de esos
billetes y armar una fogata para calentarse un poco; después metió la mitad en la estopa y la otra la guardó en un
desagüe que llega a la lujosa piscina. Estos dólares los envolvió lo mejor posible, nunca se imaginó que llevaría tantos
en la maltratada estopa, porque lo único con que la llenaba, era con papeles y cartones. El Indio empezó a saltar de la
alegría, afuera de la casa se encontraban las escobitas de Urbaseo. El Indio les gritaba desde un extremo de la
mansión “soy millonario”, los aseadores no le creyeron pensando que este hombre estaba más loco que una cabra y
siguieron con su ardua labor. Salió de allí con su carga al hombro, hizo un pare en el camino y de la estopa sacó 10
fajos y los guardó entre la cintura y la pretina del pantalón, estaba tan feliz pero no tenía ni idea del valor de los
mismos. Varios transeúntes que pasaban por el sector se vieron sorprendidos por que el Indio como todo un patrón
regaló muchos billetes de cien dólares, inclusive un incrédulo recibió dos billetes. Los arrugó y los botó.
Cuando bajaron los escobitas después de una dura jornada laboral de barrer toda la lujosa urbanización y el sector les
contaron la gran noticia, la cual ellos habían ignorado estos angustiados se echaban la culpa uno al otro de no
haberle creído al habitante de la calle. Salieron a buscarlo por todas partes pero ya era tarde el Indio no estaba por
ningún lado las lamentaciones de estos trabajadores eran por montón y hasta nombraron muchas veces a nuestras
madrecitas queridas.
Como era sábado día de fiestas en Tuluá, claro que en ésta ciudad se puede hacer rumba cualquier día. Los jóvenes de
Secundaria de los distintos colegios, los universitarios de la UCEVA y los de la Universidad del Valle, esperan con
ansias este día para irse a las discotecas. En cambio el Indio lleno de verdes y de los de 100 como de costumbre llegó a
su casa en Cienegueta, la estopa la escondió bien dentro del piso de madera, dejando varios fajos para esconderlos
en un guadual, cerca a su casa. Después, salió rápido hacia el centro de la ciudad para la calle Sarmiento y en pleno
centro comercial se compró un pantalón, una camisa, calzoncillos, medias, correa, zapatos y por cada artículo dio un
billete de 100 dólares o caramelos, como él creía, en total dio 6 billetes. Al dueño del almacén se le abrieron los ojos,
inclusive con voz entrecortada le dijo que ahí le sobraba dinero, el respondió que dejara así, como quien dice le
regalo la devuelta. Imagínense pagando por artículo con un billete de cien dólares. El Indio se encontró un pariente,
éste le aconsejó que cambiara los caramelos, donde un joyero. El comerciante de inmediato le cambió cada caramelo
de 100 dólares por un billete de 2.000 pesos, en total fueron 60 mil dólares, hizo el negociazo.

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Al volver a casa, se cambió de ropa, botó la raída que traía puesta, ni siquiera se baño, los calzoncillos viejos tenían
más rotos que un colador y tremenda mancha amarilla en la mitad. El dueño del almacén quedó tan contento por esa
espectacular venta, que hasta una loción le encimó. El Indio salió bien titino, estrenando de pies a cabeza y con harta
plata en los bolsillos y con un canguro que compró en las afueras del teatro Sarmiento pagado con otro billete de
100. Lo único que le incomodaba eran los zapatos, que le tallaban, como era la primera vez que se estrenaba un par
de tenis.
En una joyería del sector preguntó por una cadena de oro, que cordonazo, costaba 1.000 dólares, con la ayuda de la
vendedora sacó 10 billetes de 100 y los pagó. El joyero no dijo nada, se quedó atónito por la clase de cliente que
habían atendido. Cuando salió de la joyería vio en una de las vitrinas, otra cadena, pero ésta era de plata, llamó de
nuevo a la vendedora para preguntar:
-Parcera, esta cadena de qué es?
-Señor, es de plata –Contestó la vendedora-
-Cámbiemela por la que compré –Exigió el Indio-
-No señor, no se da cuenta que la que usted tiene en el cuello es más costosa –Replicó la muchacha-
-Usted, me cree bobo, si usted misma está diciendo que la de la vitrina es de plata y con la plata se compra todo,
entonces cámbiemela y punto –Exigió el Indio-
Para el administrador, esta propuesta era mejor y ante la exigencia del comprador y como el cliente siempre tiene la
razón, hizo el cambiazo. El Indio con su pinta, oliendo bueno se fue para donde las niñas de la curva, cerca al Centro
Comercial La Herradura. Allí llegó mirando a todos con disimulo, pero ninguno de sus amigotes recicladores que
andan por este sector, ni los dueños de los establecimientos que lo identificaban por su estopa y su vestimenta, lo
reconocieron; que se iban a imaginar que ese era el mismo Indio, que recogía basura en los alrededores y quien
siempre pedía cien pesos a todos los que llegaban a estos lugares de diversión para pegarse su voladita y su
maracachifa.
Pero antes de irse para ese lugar, se acercó a una casa del Barrio El Principe y empezó a cambiar algunos dólares, los
astutos comerciantes al notar su ignorancia sobre cambio de moneda extranjera, envolvían puros billetes de 1.000 y
2.000 pesos y encima le ponían los billetes de 10.000 y de 20.000, para que creyera que estaba haciendo un
estupendo negocio.
Como un gran señor, entró a un establecimiento de la curva, pidió trago para todo el mundo, de caneca de
aguardiente para cada mesa. Sintiéndose con poder, por los billetes que cargaba, hablaba duro y muy duro.
Gilderman se había convertido en el centro de atracción, hasta le ordenó al dueño del negocio que no dejara entrar a
nadie más, los mismos clientes que muchas veces despreciaron al Indio y que le negaron los cien pesitos, se sintieron
contentos y respetaban las decisiones del patrón porque así lo empezaron a llamar para darle cepillo, darle
importancia e inflarlo y siguiera gastando a manos llenas. Cuando ya estaba un poco ebrio, se le dio por repartir
algunos dólares. Los gotereros estaban felices, tomando gratis y fuera de eso con dólares en el bolsillo.
Uno de los tantos patos, que se gotereaban a El Indio, llamado Víctor se estaba chupando un bombón y le insinuaba
a una morenaza que se metiera el bombón por la horqueta. Después de tanta insistencia, la mujer coge el bombón y
se lo pasa por las partes nobles y en un descuido de Víctor se lo mete en la boca, y éste pato no sabía que hacer, si
echarse a llorar o reír, los que si gozaron y hasta al suelo se tiraron fueron los acompañantes de la mesa. El indio ni le
paró bolas a este suceso, él estaba concentrado en su Pegy.
Uno de los propósitos de ir a ese lugar era ver a Pegy y desde que llegó le echó el ojo, ella al ver la generosidad del
cliente empezó a coquetearle y en menos que canta un gallo, el Indio la había sentado en sus piernas y la gordita de
una empezó con el trasero a sacarle brillo a la chapa. El Indio, siguió tomando, a raticos bailaba, enamoraba a Pegy,
pero nunca descuidó los dólares que llevaba en los bolsillos y mucho menos los que tenía en el canguro. Pasada la
media noche, se encerró con Pegy en una de las habitaciones y le decía:

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-Mami empelótese que la voy a bolear como a una rata


-Bien pueda, después que haya billete hágale –Contestó Pegy-
Esa noche sintió que había hecho realidad un deseo hace rato reprimido, gracias a don billete. Pegy, le cobró 40 mil
pesos por el salto, él le extendió un billete de 100 dólares pero ella no lo quería recibir, quería dinero colombiano y
decía que ese billete era falso y la estaba tumbando. El Indio le encimó otro dólar más de la misma denominación del
anterior y le dijo que le preguntara al del bar para que viera que eran buenos porque él si se los había recibido. La
muchacha le hizo caso y dialogó largamente con el que estaba detrás de la barra y con una sonrisa, le decía al Indio,
que cuando quisiera ella personalmente lo atendería.
Este hombre parecía que estuviera en Miami, Panamá, Ecuador o cualquier otro país donde circula el dólar. En ese
bar, el Indio prolongó la bebeta por cuatro días, eran 20 personas tomando y comiendo, fumando y oliendo y por
supuesto boleando kika, como le decía él a las muchachas. Cuando se acabó el bazuco, salió a comprar donde
habitualmente conseguía el vicio. Cuando fue a pagar con dólares, el jíbaro no se los quiso recibir, aduciendo también
como Pegy que eran billetes falsos o caramelos.
Después de esa gran juma, volvió al centro de la ciudad y compró varios electrodomésticos y regaló en cantidades a
los amigos de Cienegueta, El Rumor, La Rivera y el Picacho; entre ellos distribuyó televisores, ventiladores, equipos
de sonido y a una señora llamada Rosa, le regaló una nevera y lavadora, ya que a Doña Rosa le daba pesar del Indio y
muchas veces le calmó el hambre. Este gesto del Indio a doña Rosa, fue de agradecimientos; además a otros les
regaló plata. A José, un conocido volquetero que de vez en cuando lo llevaba a que le ayudara a sacar material del
río y le pagaba el día, quien tenía una volqueta Ford modelo 60 en muy mal estado, la cual no se sabía de qué color
era, las puertas no tenían chapa, había que amarrarlas con un lazo, a las llantas de lo lisa se le veían los alambres y en
tan mal estado que cuando pisaba un chicle, se sabía su sabor; el Indio le regaló un fajo completo de dólares donde
habían 120. Don José no lo podía creer, casi le da un infarto, este viejo conocía el valor de los dólares, muy agradecido
le echaba bendiciones por todas partes. Con lágrimas de alegría se despidieron, fue la última vez que este volquetero
vio al Indio. Con el dinero compró dos volquetas Chevrolet C-70, trocadas, con motor Díssel, mejor dicho unas
chimbas de vehículos y le quedó plata para comprar una buena casa y hasta para guardar unos ahorros. La vieja
volqueta la regaló a otro amigo y por sus buenas obras, le cambió la vida. Esto que le pasó es una recompensa divina.
Al que actúa bien, bien le irá. El viejo vino a Buga para encomendar al Indio y agradecerle al jefe de los jefes “El Señor
de Los Milagros”.
El Indio después de ayudar al viejo José, sacó su estopa llena de otros dólares y se dirigió hasta donde unos familiares
los cuales vivían en el Barrio Victoria, llegó muy contento como cosa rara, estando en el interior de la casa mostró
todos los dólares y los arrojó al piso y la tía del Indio y demás familiares quedaron perplejos y casi les da un yeyo.
-Tía coja plata que yo tengo más guardada –Decía el Indio-
La reacción de la tía no se hizo esperar, pues lo sacó con rabia y le exigió que se largara de la casa con los dólares y
todo.
-Usted a quien robó, de dónde sacó eso
–Decía preocupada la tía-
La mujer con esa cara de angustia le exigió al Indio que se fuera lejos, al pobre le tocó obedecer la petición y salir
como gato cuando coge gata. Al verse despreciado se enrumbó hacia su casa y en el camino se acordó de la Muerte,
su fiel compañera de trabas y sueños, que en su sentir, muy pronto se harían realidad. Antes de verse con la Muerte,
el Indio se fue a una casa de citas, allí habían mujeres para todos los gustos: gordas, flacas, muecas, chuncas y
tuertas; estaba el Indio en su salsa:
-A ver muchachas a empelotarse –Dijo-
-Y cuánto nos paga –Preguntó una de las mujeres-
-Voy a tirarles de estos caramelitos bastantes –Respondió -

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-No se hable más –Agregó una de las mujeres-


Sin pudor alguno, se quitaron la ropa, los brasieres y calzones, todas esas mujeres quedaron como Dios las trajo al
mundo. El indio se paró encima de una mesa y empezó a tirar billetes a la topa tolondra y estas mujeres se tiraban al
piso a recogerlos, volaban tetas y gordos para todos los lados y algunas se alcanzaron a mechonear, peleando por la
monis.
-No muchachas, no peleen que para todas hay –Decía el Indio, tocándose el pene-
Esa fue otra noche de rumba y de sopladera. Pero él no sabía lo que le vendría pierna arriba, pues el rumor de que un
indigente andaba con muchos dólares ya corría por toda la ciudad, y no solamente en Tuluá, ya que una de las niñas
buenonas era de Medellín y hasta la capital de la montaña llegó el chisme a unos buscadores de fortuna y éstos al
saber el cuento de los dólares, empezaron a planear el viaje hacia Tuluá, en busca de los verdes. De igual forma, en El
Corazón del Valle, otros grupos también decidieron buscar al poseedor de esa fortuna. Gracias a Dios, el Indio quería
cumplir un sueño en compañía de su amiga, el cual era ir a los países de los Sanandreses. Con la plata en el costal,
todo era más fácil.
Él y la Muerte se citaron en el Parque Boyacá, fueron de compras: ropa, vestidos de baño, pantalonetas, shores,
blusas y uno que otro suéter o chaqueta, creyendo que allí podrían pasar frío y en dos maletas que también
adquirieron, metieron todo. Se dirigieron a una importante agencia de viajes en el centro de la ciudad “Cirus Viajes”,
y sin preguntar mucho, ya que ellos tenían claro lo que querían y para donde iban:
-Oye nena, véndeme dos pasajes para los países de los Sanandreses –Dijo el Indio-
-Será para la Isla de San Andrés –Contestó una de las vendedoras-
-No señorita, yo quiero ir es a los países de los Sanadreses –inquirió el Indio-
-Señor, San Andrés es una isla colombiana –Contestó la vendedora-
Para evitar la discusión y asegurar la venta, el administrador de la agencia, Ciro González, se paró rápidamente, le
picó el ojo a la trabajadora y entrecortadamente le recordó a la muchacha que el cliente tiene la razón. Allí le
ofrecieron al Indio y a la Muerte, el plan más barato creyendo que no tenían capacidad para responder
económicamente a uno más caro. Pero que equivocados estaban, pudieron haberle brindado el mejor plan, pero la
opinión de los vendedores cambió cuando éstos pagaron con dólares. De inmediato se llevaron otro plan que incluía
pasajes, transporte terrestre dentro de la isla, alojamiento con todo incluido, tres comidas estilo bufet, bar abierto
las 24 horas, licor ilimitado y en una de las mejores cadenas de hoteles. El Indio, pensaba para sus adentros, esto es
pan comido para mí, acá yo cerré el bar del cruce y no fueron 24 horas sino 4 días, hasta con nenas incluidas y acá me
toca con la Muerte, y que será eso de bufet?...será un cambuchito para soplar, si es así, esto está muy bueno. Pero
por fin vamos a conocer el mar.
El viaje resultó ser para el mismo día, el hombre, contrató un taxi para que los llevara desde Tuluá hasta el
aeropuerto Alfonso Bonilla Aragón, en el trayecto este par de novios se notaron muy nerviosos y aprisionaban los
tiquetes en sus manos, cuando llegaron al terminal aéreo, como siempre el Indio pagando con billetes de 100 dólares,
le entregó uno al chofer y además le dijo, quédese con la devuelta. El Indio, ya estaba conociendo el valor de los
billetes, la felicidad del taxista se reflejaba en la sonrisa que tenía, nunca le habían pagado tanto por una carrera. Se
despidió de los pasajeros y les deseo mucha suerte en los Sanandreses y les extendió una tarjetica para que lo
llamaran cuando regresaran, que él iría a recogerlos al aeropuerto.
La Muerte llevaba en sus manos una maleta ordinaria, deportiva, de color fucsia y negro; mientras que la del Indio
era un poco más grande, también deportiva pero de color zapote y verde, eran colores sicodélicos. Al primero que
pasó por su lado, el Indio le preguntó:
-Señor dígame, dónde despegan los aviones, que vamos para los Sanandreses
El hombre lo miró extrañado y le dijo:

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-Señor, primero tiene que hacer esa fila y mostrar la cédula y los tiquetes, para que le den el pasabordo y entregar las
maletas, que como son grandes tienen que ir en la bodega del avión.
-Pero yo tengo ya los tiquetes, no necesito sino llegar al avión, además nosotros no le damos la maleta a nadie, y si
nos las roban? –Expresó el Indio-
A la vez que le decía a la Muerte, corre rápido, que de pronto nos quedamos sin asiento en el avión. Qué ingenuidad
la de esta pareja, seguro creían que coger avión es como subirse a alguna de las chivas que se parquean en La
Plazuela y van para La Marina o Barragán y Santa Lucía. El se fue hasta el muelle nacional detrás de otros que iban
para coger el mismo vuelo. Cuando llegó a la entrada arrastrando las dos maletas, la autoridad de turno le pidió el
pasabordo. Hasta ahí llegaron los dos; el agente notó la falta de conocimiento sobre todo del procedimiento para
abordar un avión y de inmediato llamó a un auxiliar y se los encargó para que los ayudara a realizar el proceso para
tal fin. El Indio se puso más nervioso, no sabía que eso era así tan complicado pero resuelto el caso, pudieron entrar a
la sala de abordaje número tres. Aunque algunas veces les tocó preguntar a los viajeros:
-Cuándo es que nos van a llamar, para montarnos al avión?...hace rato estamos aquí y no nos llaman, hasta ahora no he
escuchado mi nombre.
Una señora, gorda ella, con mucha paciencia le decía:
-Tranquilo, a nadie llaman, ahorita por esa puerta que usted ve, entramos, pero primero una señorita, nos mira los
pasabordos, esos cartoncitos que tiene usted en la mano, y les ponen una raya verde o de otro color y nos invitan a pasar.
Esté tranquilo, que ella ahorita aparece. Tenga paciencia.
-Es que vamos para los Sanandreses y de pronto no encontramos camas en el hotel.
La señora miraba a la hija que estaba a su lado y ambas contenían la risa. Por último le recordó, si ustedes tomaron
un plan, nadie les puede quitar la cama, esa está allá esperándolos. En esas la Señorita encargada, llama para visar los
pasabordos e invitarlos a seguir al avión, que hacía poco había aterrizado.
Así pudieron ingresar a ese monstruo, que los llevaría hasta el país de los Sanandreses como decía el Indio. Una
azafata miró que puesto tenían, los llevó hasta el sitio y les indicó como había que ajustarse los cinturones de
seguridad. Desde el mismo momento que llegaron al aeropuerto, llamaron la atención por su ropa ordinaria y los
colores fosforescentes de la blusa de la Muerte.
Cuando dieron la orden de colocarse los cinturones, el Indio, miró a la Muerte
-Hay que colocarse la Cincha –Dijo el Indio-
Efectivamente ambos se colocaron la Cincha, pero ya se les había olvidado la recomendación de la azafata y se la
colocaron por el cuello, casi se ahorcan, si no fuera por una de las azafatas, ni el Indio ni la Muerte hubieran
alcanzado a despegar, serían los primeros ahorcados por un cinturón de seguridad en el mundo. Todo en ellos era
muy típico hasta la forma de comer. Por ejemplo, al refrigerio, un jugo y un emparedado no le quitaron el plástico
trasparente y se lo comieron con todo eso.
-Qué cosa tan maluca –Dijo el Indio-
A la pareja se le hizo cortico el viaje, a las que se les hizo largo fue a la gorda y a la hija, que estaban en las sillas de al
lado, ya que la fragancia o el Pachulí les llegada directamente a ellas, no era el más agradable y fuera de eso
desesperaban por su ordinariez en el modo de hablar. Cuando aterrizó el avión y el piloto expresó que el aterrizaje se
había realizado con éxito y que podían desabrocharse el cinturón, no pudieron hacerlo, buscaban por todos lados a
ver donde era que se zafaba la Cincha, miraban a los otros a ver como lo hacían, buscó en su canguro si traía una
navaja para cortar la correa, pero no la encontró. Todos los pasajeros bajaron, los únicos que permanecían en el
avión eran ellos, no habían podido abrir el cinturón. Una azafata empezó a revisar y los encontró apurados, los ayudó
y los llevó hasta donde se recogen las maletas, no tuvieron problema para cogerlas ya hacía rato estaban dando
vueltas sin que aparecieran los dueños.

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El Indio se sintió libre sin esa Cincha que no lo dejaba respirar y lo había torturado todo el tiempo durante el viaje. Ya
afuera no vieron el transporte del Hotel, sabían medio leer, les tocó coger un taxi y casi por dos horas volteando; el
taxista les miró el plan que traían y así fue que pudieron llegar a su destino. Estuvieron en la sala de recibo por dos
horas esperando que los llamaran y como no se acercaban a la recepción, nadie los atendía; ya estaba oscureciendo y
tenían hambre. Al fin un botón, que hacía rato los observaba, se acercó y les preguntó que a quién buscaban o
estaban esperando. El Indio le explicó que había comprado dos pasajes en Tuluá para los Sanandreses y que el taxista
los había dejado allí. El botón los llevó hasta la recepcionista y ella amablemente le pidió los tiquetes y el plan que
traían, buscó en el sistema y efectivamente tenían reserva en ese hotel; aunque por la pinta que llevaban era como
difícil creer. Además, ella les recordó todos los servicios que incluía el plan.
El mismo botón trató de coger las dos maletas, pero el Indio casi le pega, cómo iba a permitir ¿si allí iban guardados
los dólares?, en el avión dejó hacerlo porque de lo contrario no lo dejaban subir, pero allí tenía el deber de cuidar con
esmero, su dinero. De todas maneras, sólo le dejó llevar la maleta de la Muerte. Ya en la puerta de la habitación, el
botón había decidido no pedirle propina pero al final se decidió y valió la pena, porque el Indio le dio un billete de 100
dólares. Cuando entraron a la habitación, la pareja se quedó perpleja ante tanto lujo, ni siquiera se imaginaban que
tanta belleza existía.
-Que gurubeta (hambre) la que tengo –Dijo el indio, tocándose la barriga-
-Miremos a ver que hay en ésta neverita.
–Contestó la Muerte-
Abrieron la neverita, dentro de ella había galletas, salchichas, gaseosas, jugos, licor, chocolatinas, entre otras cosas;
barrieron con todo, parecían pirañas. Lo que no cupo en el estómago lo guardaron en las maletas, seguramente
creían que esto no se lo cobrarían. El botón que los había atendido subió para recordarles que el bufet, estaba ya
listo. Se acordó que esa palabra rara, no sabía que era, pero ya iba a descubrir, que querían decir con eso. Bajaron al
restaurante, cuando llegaron allí, la gente que estaba comiendo, los miraba como a bichos raros. Quizás por la
vestimenta que se habían puesto minutos antes. El Indio bien flaco llevaba una camiseta grande de esqueleto con la
imagen del Che Guevara y una pantaloneta también amplia estampada con girasoles y calzaba unas chanclas de
caucho, color café, de esas que son bien baratas. Por su parte, la Muerte tenía un short verde y una camiseta blanca
de esas desmechadas por todos lados y llenas de chaquiras. Ambos ante ver tanta comida mostraron sus muecas
dentaduras y repitiendo lo que veían, tomaron un plato y no sabían que coger de todo ese menú que les presentaron:
distintas clases de carnes, postres, arroces, ensaladas, bebidas. Al fin se atrevieron a preguntar, si podían tomar de
allí lo que quisieran, a lo que les dijeron que si. El Indio y su acompañante se lo tomaron muy en serio, les parecía
mentira, ellos que pasaban tanta hambre. Tomaron otro plato ya llevaban uno en cada mano y se los llenaron de lo
que ellos pedían; después que barrieron con lo que tenían fueron por más comida para guardarla en un bolso tejido
que llevaba la Muerte, colgado a su hombro, y lo que es peor, el Indio llenó los bolsillos de la pantaloneta también
ante los ojos de asombro de los demás turistas.
-Hay que comer y guardar comida –Dijo el Indio-
-Seguro Parcero –Contestó la Muerte-
Ellos tenían razón, hoy puede que haya comida, mañana, no se sabe. Por lo tanto, es mejor asegurarse. De inmediato
con ese cargamento se fueron a la playa a meterse al mar, a pesar de las prohibiciones que existen de no hacerlo en
horas de la noche.
Muy contentos estaban pasando en los Sanadreses esta especial pareja, sin pensar lo que se estaba maquinando en
Tuluá, toda una persecución por parte de distintos grupos, e incluso, ya la gente de Medellín andaba en su búsqueda
con el mismo objetivo: encontrar al hombre humilde que andaba con miles de dólares en un costal.
En los Sanandreses, la estaban pasando a las mil maravillas. La Muerte y el Indio parecían niños chiquitos, no pasaban
de la orilla le tenían mucho miedo a las olas, ya era demasiado tarde y también habían consumido la comida que

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cargaban. Regresaron al hotel, se ubicaron en un bar y como no conocían de trago fino, se pusieron a tomar cervezas
hasta que se emborracharon, fueron los últimos en salir del bar. Pero antes de subir, se metieron a la piscina con
vestido y todo; allí el Indio, empezó a hacer alarde de su nado, como si estuviera en el río La Rivera y la Planta cerca a
su casa. La Muerte, no pasaba de la parte bajita porque sabía que se ahogaba. Ya tenían la mente más despejada, el
agua fría los hizo despertar. Esa noche se acostaron tan cansados que no tuvieron tiempo de bolear. El Indio se
levantó muy temprano, afuera del hotel un promotor de viajes le ofreció ir al Hoyo Soplador, se imaginó una olla del
vicio, llegó corriendo hasta donde la Muerte y la despertó:
-Muerte, Muerte, camine, vamos a soplar –Le dijo el Indio-
-Y a dónde –Preguntó la Muerte-
-Si camine, no pregunte tanto, que ya me enteré. Unos manes allá afuera me dijeron que si quería ir al hoyo soplador
y yo les dije que sí.
Ya les estaba haciendo falta y como alma que lleva el diablo bajaron corriendo, buscaron al señor que les ofreció el
viaje y se montaron en un taxi que los llevaría al Paraíso. Ya se imaginaban la ida que se iban a pegar en tremendo
hoyo, e iban a conocer a otros parceros, que a lo mejor les harían otras invitaciones de éstas. Iban bordeando, por
una avenida el mar y oyendo al promotor y al taxista que les indicaban los colores del mar, les oían que eran siete
pero ya ellos iban pensando que con esos dólares, la rumba iba a ser larga. Cuando llegaron al sitio, preguntaron:
-Donde está el hoyo soplador? –inquirió el Indio-
-Está allí, Señor, allá donde están esos turistas, ellos también vinieron a verlo –Contestó el Taxista
-Yo no veo nada, sólo unos parceros que rodean algo –Dijo el Indio-
Con mucha desilusión se acercaron a mirar de cerca que era y sólo observaron una grieta en una roca, la cual con la
marea alta expulsa agua a presión hasta una altura de dos metros. El Indio miró a la Muerte y alzó los hombros y con
las ganas de soplar bazuco, ya que llevaba un poquito en el canguro, se acercó a unos morenos que vendían
artesanías y bisuterías hechas de materiales de mar, les preguntó qué dónde había un sitio bien oscuro, los nativos
les hablaron de la Cueva de Morgan y ellos pensaron que Morgan era el dueño del lugar o un vicioso; además, les vino
a la mente la cueva de Tuluá que está cerca al puente de Las Brujas.
Entonces, se dirigió a la Muerte:
-Camine mija, vámonos para la cueva de Don Morgan
-Estoy seguro que allá conseguimos vicio, ya que la que cargo no alcanza ni para empezar a volar –Agregó el indio-
-Pa las balas –Respondió la Muerte-
Tomaron otro taxi, para que los llevara a la Cueva de Morgan, cuando llegaron, el indio observó otros turistas, pensó
que sería otro sitio turístico, se emocionó un poco cuando vio una cueva y se le veía que era muy oscura. Quiso entrar
pero no lo dejaron, un guía estaba contando la historia del Pirata Morgan, sólo alcanzó a escuchar que este señor
asaltaba las embarcaciones y en ese lugar tenía su escondite y allí guardaba todas las riquezas. El Indio tenía un
desespero por fumar que no se aguantaba, se acordaba lo que llevaba en el canguro, pero entendía, a pesar de su
escasez mental, que ese no era el sitio que andaba buscando.
Días atrás, antes de que se encontrara la Caleta, un pastor cristiano que tenía el templo llegando al aeropuerto
Farfán, en la vía que de Tuluá conduce a Riofrío, lo quiso ayudar para que se reformara y muchos hermanos de esa
iglesia colaboraron brindándole comida, ropa y sobre todo apoyo moral. Lastimosamente no resistió y no se dejó
ayudar y al primer papayazo de estos hermanos se les voló.
Después de visitar la cueva de Don Morgan, el Indio y su acompañante regresaron al hotel. Como no conocían los
sitios de distribución de droga de los Sanandreses, encomendó a uno de los botones del hotel, de averiguarle donde
estaban las ollas en ese país mostrándole uno de los dólares que portaba. Este muy comedidamente, le hizo el favor y
salió con mil dólares en el bolsillo y como buen paisa compró doscientos dólares en bazuco y marihuana y los otros

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ochocientos dólares se los guardó en el bolsillo por el mandado, o sea que se cobró la comisión para no decir que se
los robó.
Después de disfrutar en la playa y meterse tremenda comilona con las repeticiones de siempre y llenos como gatos
de tienda, se dedicaron a soplar y fumar dentro de la habitación. Era tanto el sahumerio, que algunos de otras
habitaciones protestaron, alegando que creían que ese era un hotel decente; otros estaban llenos de resentimiento
porque no les compartían y sólo se lamentaban, diciendo: qué egoísmo. Esa noche de vicio y sexo se prolongó hasta
el amanecer y sería la última porque el Indio se aburrió de tanto lujo y sobre todo extrañaba las calles de su hermosa
Tuluá y decidieron venirse. Antes de salir de la habitación, este par arrastró con lo que pudieron: ceniceros, una
lámpara de tocador, toalla, papel higiénicos, jaboncitos o pastillas como los llamaron. Debido a las buenas propinas
que dejó en verdes no les pusieron problema alguno para salir. Eran órdenes superiores.
Si el Indio, se hubiese imaginado lo que le esperaba en Tuluá, se hubiera quedado en los Sanandreses. Pagaron lo que
correspondía por adelantar el regreso. En el aeropuerto Alfonso Bonilla Aragón consiguieron un taxi que los
transportó al Corazón del Valle, como siempre nunca preguntó cuánto costaba la carrera, cancelaba con un billete y
todos se iban contentos y dichosos. Ya el dinero estaba escaseando, le quedaban muy pocos pero pensaba que tenía
más en las otras caletas, la de la mansión, la de los guaduales y la de la casa. Cuando el taxi que los traía pasaba por
San Pedro, en la doble calzada había un trancón producido por una tractomula que se había volteado e iba cargada
con papel higiénico, el cual quedó esparcido por todas partes, resultó gente de todos los alrededores incluyendo a
Buga para recogerlos, faltaban era brazos. El Indio y la Muerte no fueron la excepción, hasta unas señoras de la alta
sociedad tulueña que iban para la Ciudad del Cristo Milagroso, dejaron el pinche y en compañía del chofer cargaron la
Toyota Prado.
Después de dos horas de parada y el taxi lleno hasta la bodega se abrieron paso hacia Tuluá, estando en la Villa de
Céspedes, el Indio se bajó en La Variante le dio 200 dólares al taxista y a la Muerte le regaló 15 billetes de 100 dólares
y le recomendó al del volante llevarla hasta su casa, con el cargamento de papel higiénico, sin saber que ésta era la
última vez que se vería con su novia.
Lo único que sacó de su maleta fueron los dólares restantes que metió en el canguro y la cadena de plata que
portaba un dije del Señor de los Milagros. Estando en la cuarenta o variante, se metió a una casa de citas llamada
Pieles, mujeres muy hermosas y por supuesto costosas. Allí se estuvo dos días gastando en compañía de una linda
chica, la cual le sacaba dólares a montón, a pesar de que el sitio era elegante y por supuesto muy bien atendido. Al
cabo del par de días, se aburrió y se fue para La Plazuela y el Barrio Chino. Ojos por todas partes estaban pendientes
de su aparición. Y mientras él se encontraba en un bar de esa zona, a la casa de la mamá en Cienegueta, llegó una
lujosa camioneta roja en donde se movilizaban cuatro desconocidos. Preguntaron por el Indio, la mamá muy
asustada ya que vio las armas que portaban, contestó la verdad, y era que no sabía nada de Gilderman.
Toda la comunidad de éste asentamiento sabía que el Indio se había encontrado una caleta con muchos dólares, lo
mismo que la gente de Tuluá. Por eso se había convertido en una persona muy importante sobre todo para los caza
fortunas. Los de la camioneta siguieron su camino e hicieron una parada en Pieles, pero llegaron tarde porque el
Indio ya no estaba allí. Siguieron hasta Tuluá, pero tampoco lo encontraron. Para su fortuna él se encontraba en un
bar de poco pelo, en El Chino y a puerta cerrada. Pero muchas personas estaban como sabuesas, buscándolo para
que les indicara donde estaban encaletados los dólares y hasta algunos policías se soñaban con ese botín. En todas
las esquinas, cafés, tiendas de Tuluá y sus alrededores, no se hablaba de otra cosa, sino del hombre que se había
encontrado una caleta, los más orgullosos eran los que se daban el lujo de decir que conocían el Indio, eran sus
amigos o que alguna vez le habían dado algo de dinero para ayudarlo.
El chisme se fue regando a tal magnitud que se comentaban diferentes cifras de dólares encontrados, unos que
veinte millones, otros que más, en fin no se ponían de acuerdo con la cantidad. Mientras que sus perseguidores lo
que querían era apretarlo para que cantara donde estaba la fortuna. Un grupo de empresarios más diplomáticos

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también lo estaban buscando pero para negociar los supuestos 20 millones de dólares, ésta negociación sería sin
violencia, lo importante era encontrar a este personaje fuera como fuera y costara lo que costara.
Tres días estuvo de farra en el barrio Chino y como se quedó dormido, terminó sin un dólar y hasta ese momento
llegó la buena atención para él. Después de gastar y regalar propinas ni una cerveza le brindaron para el
desenguayabe. De allí salió a pie para Cienegueta a sacar unos poquitos dólares que tenía encaletados en el piso de
madera de su casa. Cuando pasaba por Puente Negro, se encontró con un familiar y siguieron avanzando juntos; los
hombres que lo buscaban en la camioneta roja los alcanzaron a divisar y emprendieron su persecución. El pobre Indio
y su pariente, no alcanzaron ni a suspirar, porque en menos de lo que canta un gallo ya los habían subido al vehículo
y además los tenían encañonado con dos pistolas apuntándoles a la cabeza, más un R15 en el pecho al lado del
corazón.
-Habla malparido, donde tenés los dólares –Preguntaba el conductor de la camioneta-
-Yo no tengo nada de dólares
–Contestaba angustiado el Indio-
-Nos crees guevones
-respondió uno de los desconocidos-
-Si has estado gastando a manos llenas y en todas partes con billetes de 100 dólares –Gritaba el hombre que
apuntaba con el R15-
El conductor del carro era el que mandaba. Dijo vociferando: vamos con este H.P para el puente del Cauca y allá lo
tiramos al río. Efectivamente, se dirigieron de Tuluá a Riofrío y cuando pasaban por el Río Cauca, ya al amanecer
detuvieron el vehículo en toda la mitad de la estructura. El Indio estaba en la parte trasera vigilado por dos de los
hombres, uno a cada lado, no lo dejaban mover.
El que se encontraba al lado derecho, se bajó, cogió por el brazo al Indio y de un solo jalonazo ya lo tenía contra la
baranda del muro de contención. El familiar estaba custodiado por otro de los hombres dentro del carro. El
conductor le puso las estacionarias al vehículo, la vía se encontraba sola, no se oía sino el croac, croac de los sapos y
fuui..fuii..de los grillos y los sollozos del Indio pidiendo clemencia, y que no los mataran.
Uno de los hombres le puso el revólver sobre la cabeza, mientras montaba el gatillo.
-Qué hubo…Canta doble H.P. –Gritaba-
-Te voy a descargar los 6 tiros en la cabeza y de una te tiramos al Cauca; te abrimos primero la barriga, y nunca vas a
aparecer, si acaso vas a parar a La Virginia por guevón y pendejo y no decir nada –Decía el que lo apuntaba-
En una de esas, el hombre accionó el gatillo y el Indio sintió que se moría.
-Vas a decir dónde tienes los dólares y en qué parte los cambiaste, o te damos piso – Alzaban más la voz, estos
hombres, mientras con un palo le pegaban en la cabeza y el resto del cuerpo-
Está bien, dijo el Indio, Tengo unos dólares en mi casa pero no es mucho, se los juro; los otros los cambié en una casa
en el Barrio El Príncipe y en una joyería –Decía el Indio llorando una y otra vez-
Los hombres, al final creyeron y analizaron la situación y en el vehículo dieron reversa rumbo a Cienegueta, en el
camino le preguntaban por la cantidad de dólares que tenía guardados, él muy hábilmente les hizo creer que no eran
muchos, que lo único que sabía era, que esos verdes le alcanzaban para poder comprar un ranchito. Él no era ningún
bobo, nunca les habló de los otros dólares que tenía encaletados en la mansión, ni en el guadual. Si el revólver
hubiese tenido tiros cuando le martillaron, el secreto de los dólares hubiese quedado enterrado con el Indio.
Cuando llegaron a Cienegueta, se estacionaron a 50 metros antes de llegar a la casa y le advirtieron que si se
demoraba más de cinco minutos le tirarían una bomba a la casa y además matarían a su pariente. El Indio se bajó
como perro regañado llevando consigo cualquier cantidad de amenazas. Dentro de la humilde vivienda la mamá lo
recibió entre preocupada y contenta y le dio cientos de bendiciones por verlo vivo. Pensó volarse por la parte trasera
de la casa, la cual colinda con una hacienda vecina pero más bien dejó los santos quietos porque los hombres que

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estaban afuera no amenazaban en vano, hablaban y actuaban seriamente; lo mejor era coger el poco dinero que le
quedaba en el piso y llevárselos y no exponer a su vieja ni a su familiar.
Cuando cogió la plata, sacó tres billetes de 100 dólares y los dejó en una parte visible debajo del catre donde dormía.
La pobre madre le insistía que no saliera más, la calmó diciendo que estuviera tranquila que más tarde volvía. Salió
con los dólares envueltos en una chuspa de arroz, a los hombres se les veía la cara de satisfacción, recibieron el
dinero y lo montaron nuevamente a la camioneta, pero una vez más apuntaron al pobre indigente quien
nuevamente temió por su vida. Dos de ellos opinaban que lo mataran ahí mismo para no dejar rastro alguno,
mientras los otros decían que no había necesidad, para ellos el indio era insignificante y no representaba amenaza
alguna. Después de varios minutos los hombres los bajaron cerca al cementerio Campo de Paz Los Olivos, cogieron
rumbos distintos, el primo la vio negra y no quiso acompañar más al Indio. En agradecimiento los delincuentes le
tiraron 200 dólares que gustosamente recogió del suelo y le dio gracias a Dios por haberse salvado de esta. De ahí
estos hombres se devolvieron hasta el Barrio El Príncipe, fueron a la casa que les indicó, encañonaron a los que se
encontraban en el lugar, y recuperaron los 30.000 dólares.
La camioneta partió rápidamente por la vía a Cali y en el interior del vehículo procedieron a repartirse las ganancias.
La sacó barata el Indio porque estaba con vida y lo más importante, tenía casi la mitad de la plata muy bien
escondida en la piscina de la abandonada mansión. Gilderman, de ahí se trasladó a Patio Campestre para sacar el
resto de los dólares; cuando llegó, la malla estaba tal como la había dejado, pero esta vez había un pequeño
problema, más bien dos. En una mansión que colindaba con la abandonada estaban de fiesta y había gente a los
alrededores, los dos perros dóberman que cuidaban esa casa, estaban afuera y le mostraron sendos dientes y tomó
la determinación de desistir por esa noche.
No todo era malo, con los 200 dólares que le dejaron se fue a celebrar su suerte en el Barrio Chino, creyendo que el
peligro había pasado; pero no era así, lo seguían buscando. La gente de Medellín había llegado a Tuluá, andaban en
una Toyota de color negro y estos paisas estaban dispuestos a no perder la venida hasta la Villa de Céspedes. Eran
dos hombres y una mujer, tenían la descripción completa del Indio y hasta un retrato hablado; habían comprado a
muchos que lo conocían para que les avisaran su paradero, hasta unos ex policías andaban en su búsqueda y lo
hacían en sitios exclusivos, creían que con esos dólares el Indio andaba en la zona rosa de Tuluá.
Los paisas le apuntaron a buscarlo en sitios más populares y sobre todo en las ollas donde se presume iría para
consumir fumanchú, como efectivamente sucedió cuando acabó con los 200 dólares, y fue muy cerca a La Plazuela.
Al verlo lo reconocieron inmediatamente y lo alzaron. En un principio se desilusionaron ya que no portaba ni un solo
peso en sus bolsillos y lo más grave, por el aspecto que tenía era difícil imaginar que ese pobre hombre que llevaban
tuviera los dólares que se decía había encontrado. Pero ellos venían a lo que venían y rápidamente empezaron a
apretar a Gildermán, quien aseguraba y aseguraba que no tenía plata, reconoció que si se encontró unos dólares en
la mansión pero que unos hombres de una camioneta roja lo iban a matar y le tocó entregarles la plata.
Uno de los paisas era el más insistente, y le decía:
-Vos nos estás enredando guevón
-Se lo juro patrón, yo no tengo nada, a mí ya me quitaron lo que tenía –Aseguraba el Indio-
Que noche tan larga para este pobre hombre, en tan poco tiempo cayó en manos de dos bandolas y pudieron haber
sido más ya que en contra de éste personaje se había establecido una cacería de brujas. Los paisas habían alquilado
una finca campestre por días cerca a San Pedro, llegaron a la finca en compañía del Indio y lo bajaron del carro a
empujones:
-A ver, si no decís donde están los verdes, te morís aquí mismo –Le gritaban-
-Se los juro, yo ya entregué lo que tenía
–Aseguraba el Indio-
-Canta o te pico –Lo amenazaban-

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El indio estaba muy asustad pero lo que tenía claro era soportar lo que fuera para no entregar el dinero, con la
diferencia que los de la camionera roja tenían un poco de corazón y no abusaron de la violencia, en cambio a los
antioqueños no les importaba llegar hasta las últimas consecuencias para conseguir lo propuesto. Sacaron un lazo y
lo amarraron muy bien a la altura de los tobillos.
-Que me van a hacer –Preguntaba el Indio-
-Gonorrea, sabes nadar? –Le decía uno de los hombres-
-No patroncito, yo no sé nadar, no me vaya a meter a la piscina –Suplicaba-
-Al agua pato –Dijo la mujer-
Efectivamente de cabeza tomaron al indio y lo introdujeron hasta lo profundo de la piscina, del otro extremo del lazo
lo alzaban y lo sumergían. El pobre indio tragó agua como un alambique. La mujer sugirió que lo sacaran para que no
se fuera a ahogar.
-Este perro tiene que hablar –Aseguraba el más despiadado de los paisas-
El Indio ya estaba morado, no alcanzaba un resuello a otro.
-Qué hubo perro, habla, di dónde tenés los dólares –Decía un hombre en tono amenazante, mostrándole un arma-
-Patroncito, les juro por mi madrecita santa que yo no tengo nada de dinero –Suplicaba el indio-
Ante la negativa, los paisas nuevamente lo sumergieron por varias ocasiones a la piscina y el indio en ningún
momento hablo. Llegaron a pensar que el indigente no tenía nada de dólares. Pero aún así decidieron continuar con
el interrogatorio.
Uno de ellos, dijo:
-Si con el agua no quiere hablar ésta gonorrea, estoy seguro que con la energía sí
De la Toyota macho sacaron una extensión larga de color blanco, le pelaron las puntas y le dieron vueltas a los
alambres que quedaron sin aislante, la conectaron y uno de los paisas juntaba las dos puntas y al hacer contacto
echaba chispas, esto lo hacían con el fin de aterrorizarlo y la verdad, lo lograron, hasta el punto de que Gilderman se
orinó y defecó en el acto.
-Ahora sí vas a hablar o no H.P. –Le decían, acompañando las palabras con patadas contra su abdomen-
-Se los vuelvo a jurar, por mi madre que yo no tengo más dólares –llorando repetía una y otra vez-
Estos desalmados hombres le abrieron la boca y en la lengua le pusieron las dos puntas con energía. Esta descarga le
provocó unas fuertes contusiones que hacía que todo el cuerpo temblara, parecía que tenía ataques epilépticos. A
pesar de todos los oprobios el hombre no hablaba, era más importante para él asegurar los dólares, confiaba que
ellos como los otros le iban a perdonar la vida. Pero lo que no sabía era que estos paisas no estaban charlando ni
perdiendo el tiempo. Y como no quería hablar le echaron agua dentro de la boca, éste precioso líquido es buen
conductor de la electricidad, de seguro que más fuerte iba a ser el pringonazo. Efectivamente fue fuertísimo, el Indio
recibió cinco descargas, convulsionó tan fuerte que parecía que iba a quedar listo allí de un infarto. Uno de los
hombres le hizo señas al otro, que no más. Por el momento pararon las torturas, los paisas entendieron que había
que tener paciencia para poder lograr que el Indio hablara y compartiera la fortuna que tenía guardada en la
mansión. La mujer que andaba con los hombres se le metió por las buenas al Indio, trataba de persuadirlo para que
cantara.
-Amigo no se haga maltratar, más bien díganos donde está la platica, vea es muy fácil, podemos negociar con usted,
lo que tenga lo partimos entre los cuatro –Le insinuaba con voz melosa-
-Señorita, yo no tengo más dólares –Contestaba con voz gangosa, el Indio, ya que todo le dolía-
-Piénselo y mañana hablamos –Agregó la mujer-
No contestó nada, lo dejaron amarrado de pies y de manos a una silla de madera en un cuarto de rebrujos en
completa oscuridad.

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Afuera los dos paisas y la mujer murmuraban, discutían y estaban alterados por la resistencia de éste lánguido
hombre. La conclusión era que había que tener mucha paciencia porque uno de los paisas tenía una corazonada y era
que el Indio les estaba mintiendo y por ende tenía muchos dólares. A la mañana siguiente entraron a seguir dándole
el tratamiento al indigente, le abrieron la ventana para que entrara un poco de luz, le llevaron desayuno: huevos
revueltos con mortadela, arepas y una jarra de jugo de naranja bien frío. El Indio al ver esto no hacía sino que
saborearse con la lengua hinchada.
-Va a desayunar –Le dijo la mujer-
El Indio con un movimiento de la cabeza de arriba abajo dijo que sí. Como iba a decir que no si el hambre y el susto lo
estaban agobiando.
-Si vos querés comerte todo esto, es sencillo, habla y dinos dónde están los dólares –Dijo el hombre que acompañaba
a la mujer-
-Créanme que yo no sé nada, la plata que me encontré una parte me la gasté en los Sanandreses, otra la regalé y otro
poquito que quedaba se la llevaron los hombres de una camioneta roja –Decía-
-Hay le dejamos el desayuno para cuando decida hablar
Le dejaron la ventana abierta para que entrara luz y así el Indio pudiera disfrutar o torturarse, viendo tremendo
desayuno y la jarra de aluminio sudando por fuera debido al frío y oír el derretir de los hielos. Qué desespero y con el
hambre que tenía, era peor que todo los latigazos del mundo y que cualquiera de las infamias recibidas. Sin embargo
el indio, nada que hablaba, estaba aferrado a algo que para él no tenía valor verdadero en esas condiciones.
Por la noche los paisas volvieron con comida: carne asada, papas, arroz y un litro de gaseosa; todavía el desayuno
estaba allí inalcanzable para él. Claro que las cucarachas, las hormigas, los ratones, ya habían pasado por allí y se
habían dado su festín. La mujer recogió lo que quedó y rápidamente limpió. Uno de los hombres le pasaba suculento
plato por la nariz y la gaseosa se la frotaba por el pecho y la espalda.
-Mijitico hable pues, dónde están los dólares, no nos haga perder más tiempo ni agote nuestra paciencia, porque no
va a vivir para contar el cuento –Decía el hombre-
El Indio pensaba que la única forma de disfrutar de esa comilona era entregándoles el dinero y como no quiso, le
dejaron en el suelo la comida para que el aroma lo ablandara. Otra noche más en esa incómoda silla. Qué noche tan
larga, pues si él no quería ceder, los paisas mucho menos, el objetivo era llegar a Medellín con el billete en sus bolsillos.
En la mañana el Indio esperaba a sus captores para que al menos lo dejaran orinar y defecar, ya no podía apretar más
el chiquito ni retener la orina. Éstos habían salido para Tuluá a aprovisionarse y hacer algunas averiguaciones sobre el
cautivo. Compraron varios pollos asados para la comida de esa noche. No se demoraron en llegar a la finca y era
bueno que no los vieran haciendo visajes en esa ciudad y muchos menos que identificaran el carro por ser las placas
de Medellín. Estuvieron preguntando por el Indio, se comentaba que tenía varios días de estar desaparecido, su
madre había entablado la denuncia y sus parceros lo estaban buscando por todas partes. Además supieron que otros
grupos al margen de la ley guardaban la esperanza de encontrarlo para quitarle los dólares. Los paisas llegaron
rápidamente a la finca campestre y de entrada lo primero que hicieron fue dirigirse hasta el cuarto del olvido y
cuando ingresaron sintieron un olor nauseabundo, el pobre Gilderman no aguantó y se orinó y poposió. El más
desalmado de los paisas lo agarró a punta pies en cambio la mujer y el otro hombre lo desamarraron, lo bañaron con
una manguera, le pusieron un pantalón de jean desteñido y una camiseta rota y lo dejaron comer algo de pollo y
tomar gaseosa, para calmarle un poco el hambre, a pesar de la oposición de uno de ellos. De nuevo lo amarraron a la
silla, la mujer le daba un poco más de gaseosa y le hablaba.
-Señor, no se deje matar, díganos dónde está la platica –le decía con cariño-
-Patrona, si yo la tuviera hacía rato les hubiera dicho –Aseguraba el Indio-
-No diga más mentiras que Usted, tiene más plata y no haga enojar a mis compañeros porque o le dan bala o lo tajan
con la navaja –Le advirtió-

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El Indio no contestaba nada, sólo tragaba saliva. Dentro de las cosas que ellos compraron, trajeron juegos de
parques, naipes y otros entretenimientos, esta gente estaba dispuesta a esperar. Pero uno de ellos era de muy malas
pulgas y precisamente el que tenía la navaja, constantemente le sacaba filo en las barbas del asustado indigente.
Amaneció, llegó la noche y sólo le permitieron tomar agua que le llevaba la mujer, lo desamarraron un poco para que
hiciera del cuerpo y no les diera otra sorpresa como el día anterior. Ya un poco desesperados, uno de los hombres lo
cogió del cuello con una mano y con la otra sostenía la filosa navaja.
-Habla ahora mismo, o si no te pico –Gritaba el paisa-
El Indio estaba viendo la cosa muy peliaguda y no contestaba nada, ni siquiera para negarse, lo que aumentaba la
rabia del hombre.
-De mañana en adelante te empiezo a cortar dedo por dedo pero de que cantas, cantas –Decía el paisa, con los ojos
enrojecidos por la cólera-
-Y si me toca cortarte los pies y las manos lo hago –Añadió el energúmeno hombre-
Gilderman entendió que estos hombres no hablaban por hablar, por primera vez tuvo conciencia del peligro en que
se encontraba. La mujer lo presionaba mucho para que entregara ese dinero y le endulzaba el oído diciéndole que no
le iban a quitar todo y le iban a dejar una tajadita. Tal parecía que las propuestas de la mujer fueran en vano.
Muy por la mañana recibió desayuno, frijolitos recalentados con arepa y chicharrón. En ese momento entró el
energúmeno hombre al cual apodaban caraebomba.
-Qué hubo H.P., no vas a cantar hoy tampoco, cómo quieres que te saquemos la verdad, por las buenas o por las
remalas –Añadió el enfadado caraebomba-
-Si ésta noche no hablas, juro que te corto el primer dedo –Advirtió el bandido con la navaja puesta en el cuello del Indio-
-Y vos no sigas consintiendo a esta pecueca
–Le dijo a la mujer-
El Indio, pensó que esa era pura bulla, que si lo mataban no podían apropiarse de los dólares y de seguro estos
tampoco lo iban a ejecutar, como hicieron los de la camioneta roja.
Ya oscurecía y los paisas se dedicaban a jugar parqués, no habían terminado una mano cuando caraebomba se paró
muy furioso, ya el hombre no aguantaba más.
-Ya me quiero ir para Medallo y ese H.P. no canta. Si necesita ver sangre para hacerlo, va a ver sangre este condenao
–Añadió el paisa-
Sacó la navaja, la afiló nuevamente y se dirigió con los otros dos acompañantes hasta el cuarto donde se encontraba
amarrado el Indio.
-Qué hubo perro, vas a hablar –Preguntaba furibundo el caraebomba-
-Patroncitos se los juro yo no tengo más dólares
–Contestó el Indio-
-Con ese hueso, a otro perro, ya estamos enterados que sí tienes más dólares.
Dio una patada al asiento de madera, éste cayó al suelo con el indio, quedando en posición fetal. Caraebomba,
vociferando le dijo que le daba la última oportunidad, para que hablara o de lo contrario le empezaba a cortar los
dedos. El indio no creyó, uno de los hombres lo aprisionó para que no tuviera la más mínima opción de moverse,
caraebomba le cogió la mano izquierda y con la navaja le arranco de un tajo el dedo índice. Un grito ensordecedor se
escuchó y de una el Indio se desmayó del dolor. Cuando se despertó, vio su dedo tirado a un lado y un río de sangre
manando del muñón que le quedó. Los compañeros levantaron la silla con el lndio, y le dieron agua.
Caraebomba con alma y espíritu de hielo, le echó el dedo a un perro que estaba amarrado en el patio, por ser muy
bravo. Este animal de una mordida consumió el dedo. En la herida le echaron aguardiente y la taparon con un pedazo
de franela, para que no se fuera a desangrar. Antes de dejarlo abandonado en ese cuarto y a su suerte, caraebomba
lo sentenció.

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-Mañana vengo y si no cantas, te arranco otro dedo. Ya viste que no estamos jugando –Aseveró el desalmado-
Mientras tanto en Tuluá, los buscadores de fortunas, seguían sin pista del Indio, se encontraban desesperados
porque al parecer, los dólares se les estaban escapando de las manos.
La familia de Gilderman estaba sumamente preocupada, en especial su madre, por la preguntadera de gente extraña
sobre el paradero de su hijo. Ya hasta los periodistas de la región, nacionales e internacionales estaban en busca de la
chiva del año. Gilderman se había convertido en un personaje y hasta ese momento todo era especulación. Inclusive
trataron de entrevistar a su novia la Muerte para que les contara sobre la existencia de los dólares pero como
siempre, se encontraba en una traba de señor mío, nunca pudieron sacarle ni una palabra. Además ella no conocía
del tema porque el Indio, guardó el secreto celosamente.
En la finca campestre donde estaba el indio soportando el dolor y la pérdida del dedo, todo estaba en completa
calma y hasta a caraebomba se le notaba el pesimismo, ya que el Indio no quería hablar y a ratos dudaban si el
hombre decía la verdad de no tener dólares. De todas maneras ideaban otras formas de tortura para realizar el
último intento a ver si coronaban o no el negocio.
Al otro día en horas de la tarde, volvió caraebomba a insistirle que dijera la verdad, mostrando su filosa navaja.
El indio se encontraba muy débil por la cantidad de sangre que había derramado. Cuando oyó los pasos de sus
enemigos y al verlos entrar y reflejarse en sus pupilas la navaja en manos de caraebomba, se impresionó mucho. Un
reflejo de sol sobre el acero la hizo más visible y más tenebrosa y por lo tanto empezó a vivir el martirio del día
anterior, con palabras soeces y golpes, caraebomba lo increpaba.
-Habla cabrón, si no te corto otro dedo o la mano entera –Dijo amenazador-
-No por favor, no me vaya a cortar nada –Suplicaba el Indio-
-Habla perro, te ganaste esto por porfiado. Quieres que te corte la mano derecha, entonces –Dijo caraebomba-
-Porque si te corto la izquierda te hago un favor con ese saco que te quedó por dedo –Añadió caraebomba-
Mientras las otras dos personas lo agarraban, caraebomba rastrillaba la navaja contra un pedazo de correa de cuero;
esto ponía más nervioso al Indio, que temblaba como condenado a la silla eléctrica haciéndolo suplicar e implorar
que no le quitaran la vida. Tan terco era que prefería la muerte que entregar los dólares.
Con la navaja colocada cerca a la muñeca de la mano derecha del Indio, algo se le ocurrió a caraebomba.
-No será que tenés la plata guardada en la misma mansión –Preguntó el maleante, mirando al Indio a los llorosos ojos-
-Segurito que allí la tenés –Agregaba-
Esto hizo cambiar de parecer al Indio y pensó que más hacía, si ya habían descubierto su secreto. La navaja
aprisionaba, ya estaba empezando a cortar las venas de la mano, el pánico empezó a hacer de las suyas, un sudor
intenso lo empapaba, sus ojos estaban vidriosos, nuevamente un hilo de orina corría por sus flácidas piernas y con
voz entrecortada y sacando fuerzas donde ya no tenía, les gritó:
-Esperen, esperen, no sigan torturándome por favor –Decía-
-Que pasó perro, te entró al fin el culillo, si me quitaste el impulso que sea por algo bueno, o si no lo que va a rodar es
tu cabeza con tu greñuda cabellera
–Agregó caraebomba-
-Yo les voy a decir dónde está la plata –Contestó-
Los paisas se miraron unos a otros y una chispa de alegría y de triunfo se notaba en sus ojos, pero caraebomba seguía
con su intento y ahora era el momento de apretar al indigente para que soltara la verdad.
-Y dónde tienes los dólares
–Volvió a preguntar caraebomba-
-Ya se los voy a decir, pero primero prométanme que los vamos a dividir en cuatro partes iguales –Exigió el Indio-
-Parcerito cuente con eso, así será, seremos socios y usted con esa plata puede mandarse a poner el dedo nuevo, no
se preocupe –Le contestó el otro paisa-

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El Indio, de perro y gonorrea pasó a ser socio; cómo cambian las cosas cuando hay plata de por medio, hasta comida
le trajeron, lo soltaron, le curaron el muñón. Pero eso sí lo tenían apuntado y vigilado para que no se les volara. Les
explicó muy bien donde se encontraban los dólares en la mansión y les advirtió que no fueran en ese momento
porque era de día y que para pasar la malla, esperaran las horas de la noche.
Después de una buena explicación regresaron a San Pedro a esperar que cayera la noche, todo estaba planeado ya
estaban más eufórico y se sentían cerca de la fortuna. En un principio, el mismo caraebomba quería ir pero al pensar
que por su obesidad a lo mejor no podía meterse por la malla, desistió y aceptó que el otro que era más delgado
fuera el que ingresara, en esos momentos todos tenían las agallas bien abiertas. A la hora señalada salieron la mujer
y el otro paisa con miles de recomendaciones por parte de caraebomba, que se quedó vigilando al Indio; y lo
principal, era que no se le fueran a volar con el dinero porque los buscaba por cielo y tierra y los liquidaba sin
compasión y si no los encontraba, les mataba la familia.
Antes de llegar a la mansión, se bajó el paisa; la mujer siguió en el vehículo. El paisa encontró el sitio descrito por el
Indio y penetró en el lugar, mientras tanto, la mujer daba vueltas, algunas veces se parqueaba discretamente para no
levantar sospechas ya que se sabía por los informes de prensa que era en esa mansión donde se halló el dinero y a lo
mejor muchos estaban rondando por allí. Pasaban y pasaban los minutos y el paisa no salía. Hubo un momento en
que la mujer se llenó de nerviosismo, se encontró de frente con un carro de la policía que estada a un lado de la
entrada de la mansión y hacía fuerza para que el compañero no saliera todavía. El Indio había encaletado tan bien los
dólares que el paisa tardó casi una hora para encontrarlos.
En la finca de San Pedro el Indio y caraebomba, los nuevos socios, también estaban preocupados. El maleante
pendiente de que sus compinches se habían volado y el Indio, que se quedaría sin dedo y sin dólares. Al fin salió el
paisa de Patio Campestre, en su espalda traía un morral con los dólares, caminó hacia la escuela Simón Bolívar, muy
cerca de allí se encontró a la mujer quien lo recogió y velozmente partieron a San Pedro. Caraebomba, no estaba lejos
de la realidad, estos cuando se vieron con los dólares pensaron en desaparecer; pero se acordaron de las amenazas y
ante todo, que ponían a la familia en peligro.
Cuando llegaron a la finca, sacaron la plata del morral ante la mirada complaciente de todos, en total habían 720.000
dólares, más de la mitad de lo que ya se había gastado el Indio.
-Patroncitos, miren que no los engañe ya tienen la plata en sus manos, denme mi parte y yo me voy bien lejos para
que nadie sepa de mi ni de ustedes –Decía una y otra vez, el Indio-
-Tranquilo parcerito que a Usted le vamos a dar su parte y bien sustanciosa –Contestó caraebomba-
Efectivamente dividieron el dinero en cuatro partes iguales, o sea 180.000 en cada paquete. Los dólares del indio se
los empacaron en una chuspa y este se arregló la camiseta dentro del panatalón y metió la plata en la camiseta.
-Ahora si me voy –Les dijo el adolorido Indio-
-Para dónde va –Preguntó caraebomba-
-Voy para Tuluá a despedirme de mi madre, porque ahora si me voy a perder, para que no me vuelva a pasar otra vez
lo mismo –Dijo-
-Espere y lo llevo hasta donde pueda coger el bus, ya que usted está muy débil y de pronto le da algún mareo en el
camino –Sugirió caraebomba-
El indio muy confiado, porque los consideraba sus socios, se montó en el carro y mucho antes de salir a la doble
calzada entre Buga y Tulua, nota que caraebomba se desvía por un callejón; el Indio entró en malicia, pensó en lo
malo y se puso nervioso.
-Para dónde vamos patroncito –Pregunta-
-Tranquilo parcero que por aquí salimos mucho más rápido a Tuluá –explicó caraebomba-
De un momento a otro se detuvo el campero.
-Bájese, que ya no lo voy a llevar –dijo caraebomba-

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-Por qué patroncito –Pregunta el Indio-


-Bájate perro, pero ya –exigió-
Ya en tierra, el delincuente le colocó un silenciador a la pistola y le apuntó, éste al ver el arma trató de correr pero
fueron más rápidas las balas asesinas. Un primer disparo le entró por la parte media de la espalda, el otro impacto le
perforó una pierna; éste último disparo hizo caer al indio. Se le acercó caraebomba con toda la paciencia del caso,
aprovechando la soledad del sector y la oscuridad y le propinó cinco disparos más que penetraron por la parte
trasera de la cabeza, ya que él cayó boca abajo. Sin remordimiento alguno, lo volteó y le sacó los dólares. En ese
momento, el Indio, lo miró con sus ojos entreabierto, arrojó una bocanada de sangre y murió. Caraebomba, quiso
terminar su trabajo, arrastró el cuerpo hacia un caño y lo arrojó allí.
El paisa guardó su pistola, montó en su carro, se devolvió para la finca. Los otros dos compinches ya sabían que el
Indio era hombre muerto desde que aceptó irse en el vehículo, para esto no se necesita ser adivino. Se repartieron lo
del indio, entregaron la finca y esa misma noche se marcharon para Medellín con su botín.
En Tuluá la incertidumbre de los familiares era evidente y la expectativa de la comunidad y periodistas crecía con las
horas que corrían, las especulaciones iban y venían, nuevas informaciones se tejían y los reporteros cada media hora
mandaban informes a sus medios de comunicación. El Alcalde, el Secretario de Gobierno, decían lo que se les ocurría,
el comandante de la Policía expresaba otro tanto; en fin ya las autoridades andaban tras la pista del hombre de los
dólares y muy pronto se sabría su paradero. De pronto a un suboficial se le alumbró el bombillito y sugirió que se le
pusiera vigilancia a la mansión, pero esa idea no cuajó porque el comandante dijo que allá no había ningún riesgo porque
ya no había caleta. Les interesaba era el hombre de los dólares y a ese era el que había que buscar.
Otros no pensaban lo mismo, algunos soñadores acudieron a la mansión y comprando a los vigilantes, porque ahora
sí rondaban y cuidaban y la cuidaban, se prestaron para que los caleteros o buscadores de fortunas ingresaran a
esculcar para ver que encontraban. Pero si la mansión fue dejada por el Indio en ruinas, estos sí que la acabaron por
completo, hasta el techo se lo llevaron.
Dos días después de que asesinaran al Indio, unos labriegos de San Pedro sintieron un olor desagradable y guiados
por el mismo llegaron hasta el caño y allí observaron el cuerpo de un hombre, que entre otras señas, tenía el pelo
lacio y parado, vestía un pantalón de jean desteñido y una camiseta posiblemente de color blanca. Ellos dieron aviso
a las autoridades, las cuales no tardaron en llegar e hicieron el respectivo levantamiento del cadáver. El cuerpo sin
vida fue trasladado hasta medicina legal en Tuluá, la cual está ubicada en el hospital departamental Tomás Uribe
Uribe, en calidad de N.N., ya que no portaba identificación alguna. Pero en el cuello relucía la cadena de plata con el
Cristo del Señor de los Milagros de Buga que a lo mejor no se la llevaron los delincuentes porque creían que era
abalorio. Fue lo único que le quedó del millón doscientos mil dólares.
Después de practicarle la necropsia, el cadáver fue guardado en la nevera y la noticia de un muerto corrió por la
ciudad, pero nadie pensaba que sería el Indio. Un conductor de una ambulancia por curiosidad observó el cadáver y
efectivamente confirmó que era el indigente que portando una estopa, se ubicaba en una cafetería cerca a éste
hospital. Y que efectivamente se trataba del Indio, el hombre de los dólares.
Empezaron los noticieros a informar que una persona había dado las primeras pistas sobre la identidad del N.N, de
acuerdo a los datos, correspondía al llamado Indio que merodeaba el hospital. De inmediato algunos vecinos de
Cienegueta conocedores de la desaparición del Indio, avisaron al papá de éste y lo acompañaron hasta medicina
legal y efectivamente, su padre dijo que se llamaba Gilderman Guevara Castro.
La noticia corrió como pólvora y de inmediato el Indio fue asociado con el hombre de los dólares y a nivel nacional e
internacional empezó a difundirse la noticia; los titulares en la no se hicieron esperar, en todos los idiomas se
comentaba lo mismo; algunos de sus amigos se volvieron importantes, eran entrevistados por radio y televisión.
Pero el secreto del dinero seguía más vigente que nunca. Todos se preguntaban: ¿Dónde están los dólares?...

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Los dólares no son dólares cuando están conseguidos en esta forma, son dolorosos, porque tanto Carlos Eberto Ríos
como Gilderman Guevara Castro, popularmente El Indio, sufrieron en carne propia y fueron víctimas de esta falsa y
dura ilusión. De igual forma, tanto el que cambió los dólares en El Barrio El Príncipe y el joyero, también. A éste
último dos hombres en moto lo atracaron saliendo de su negocio y lo despojaron de los dólares y de muchas joyas de
valor.
Que difícil fue darle cristiana sepultura al Indio y que ironía de la vida, no había plata con que enterrarlo, si no
hubiera sido por una colecta de los vecinos de Cienegueta que dieron de 500 en 500 pesos, del Padrecito Palacios que
donó un cofre descolorido, hubiese sido imposible hacerlo como Dios manda. El Indio fue velado en la Caseta de la
Junta Comunal de ese mismo asentamiento. Allí la comunidad se unió en torno a ésta humilde familia.
Los dólares que el Indio había dejado en el guadual, estaban intactos. La suerte fue para un vecino del lugar que un
día buscando material para sus artesanías elaboradas en guadua, se tropezó con un envoltorio y en primera instancia
creyó que era una bomba y pensó avisar a las autoridades; pero pudo más la curiosidad. Camino a su casa, desvió
por un atajo y empezó con mucho cuidado a destaparlo, encontrándose con esa fortuna. Acordándose de lo que le
pasó al Indio llegó a su vivienda, le dijo a su esposa y a sus dos hijos que harían un viaje y se fue sin decir nada y nunca
más volvió a Cienegueta. Como quien dice: “anocheció y no amaneció”.
Las caletas se han creado por seguridad desde nuestras abuelas, que guardaban el dinero en una chuspita o bolsa y
después la refundían entre el brasier y los senos. Esto era todo un misterio y cuando les tocaba sacar esa platica no la
dejan ver, la escondían entre sus dedos para que nadie se diera cuenta cuanto tenían. También encaletaban la plata
debajo de los colchones o entre la ropa del armario y si la necesitaban nunca la encontraban.
Hay caletas en las paredes, detrás de los cuadros, también en grandes excavaciones. En Colombia hay muchos
ingeniosos y profesionales en éste arte. Encaletar es seguridad y protección. Y han sido creadas también para otros
menesteres por la persecución de las autoridades y por distintas organizaciones al margen de la ley y otros factores
legales: el 4X1.000 que cobran las entidades bancarias. Muchas familias con dineros bien habidos se han visto en la
necesidad de encaletar la plata. Cálculos no oficiales, estiman que con estos dineros se podría pagar la deuda externa de
Colombia y construir miles de viviendas en todo el territorio nacional y aliviar en esta forma la crisis existente.

UN DÍA,
UNA VIDA EN EL INFIERNO
Por: Rodrigo Guzmán Dávila

En el año de 1986 llegaba de Bogotá a Tuluá como acostumbraba todos los fines de semana con la ansiedad de llegar
al pueblito a recibir calor humano de amigos y familiares. Era sábado no recuerdo la fecha, aproximadamente las

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10:00 p.m., cuando pasaba por La Paila (Zarzal), en mi cabeza estaba la de llegar al Restaurante Picapiedra a
comerme un perico encebollado antes de llegar a donde mi familia.
Promediaban las 10:30 cuando ingresé a Tuluá por la carrera treinta a coger el puente de Las Brujas y subir por la
carrera veintiséis para así llegar a dicho cenadero. Cien metros después de haber pasado el Puente de Las Brujas
observé a un hombre semidesnudo, en calzoncillos, acurrucado, con un cigarro prendido y tapando con las manos
como para que el humo no se saliera; avancé quince metros más, frené en seco el veloz vehículo en que me
desplazaba porque reconocí al hombre que a mi entender se encontraba en precarias condiciones. Retrocedo
rápidamente y lo que no quería que fuera, resultó cierto. Era, mi gran amigo de colegio hijo de una de las familias
más distinguidas de Tuluá, propietarios de grandes empresas. Qué tristeza, no quería mencionar su nombre, no
estaba fumando cigarrillo sino Bazuco, él se sorprendió al verme y no me saludó hasta que acabó con la colilla.
-Viejo Rodri cómo estás? -con pena me sonrió-
-Hermano qué le pasa, qué pasó con la ropa por qué esta casi desnudo –pregunté-
Con sus ojos enrojecidos me miró y contestó con la voz apagada.
-Rodri la empeñé por Bazuco –Me respondió-
-Y por qué hiciste eso, -le pregunté a mi amigo-
Entrecortadamente, me contestó que era porque ya se le había acabado el dinero y que estaba embalado, es decir,
con ganas de consumir más Bazuco. Abrí la cajuela del carro, de mi maleta saqué una camisa, un pantalón y unos
tenis, que inclusive le quedaron un poco estrechos.
Este hecho tan lamentable marcó mi vida para siempre, cómo era posible que el Bazuco produjera todas estas cosas
tan horribles y lo más grave hacer perder el respeto de uno mismo.
-Amigo, por cuánto dejaste empeñada tu ropa –le pregunté-
-Por diez mil pesos –Me dijo-
Fuimos al lugar que me indicó, era cerca donde estábamos, toqué la ventana para recuperar la ropa, la persona
que me atendió me dijo que la ropa ya la habían vendido, al parecer mi amigo dejaba las cosas por droga y
nunca volvía por ellas. Las prendas que dejó esa noche eran de marca, mi amigo me lo confirmó, zapatos Bally,
camisa Cristian Dior, pantalón Pierre Cardin y correa Lacoste. Lo invité a comer chuleta en Picapiedra, él me
sugirió que le diera la plata que él más tarde se la comía.
-Ni de fundas -Le dije-
Al fin aceptó comer conmigo, él se comió una chuleta y yo un perico en salsa. Le pregunté qué cuánto llevaba
consumiendo drogas, me dijo que tres meses y que en la casa ya sabían. Me aseguró que no sabía qué le pasaba,
que eso era como si se le metiera un demonio dentro de sí, que él no sabía por qué hacía eso, que la mamá y la
familia estában sufriendo mucho. Después de hablar y aconsejarlo por dos horas lo llevé al Barrio Sajonia, lo dejé
en la esquina de su casa, asegurándome de que ingresaría a su vivienda. Desde ese momento empezó una gran
preocupación en mi vida sobre esta horrible adicción al BAZUCO y a los alucinógenos en general.
Otra preocupación surge dentro de mí cuando me tropiezo otro caso similar. Esta vez fue un compañero del Colegio
San Francisco de Asís que encuentro afuera de la casa de mi mamá.
-Rodriguito casi no lo encuentro –Me dijo-
-Y a usted que le pasó con la prótesis -le pregunté –
Unos años atrás cuando prestaba servicio militar, un fusil se le disparó baleándole una de sus piernas y tuvieron
que amputársela.
-Rodri, le cuento que caí en el Bazuco y como no tenía más dejé la pierna e mpeñada en la olla.
Qué tiene esta droga que domina todas las voluntades, en mi mente quedó la imagen grabada de este amigo
quien fue uno de los mejores basquetbolistas de Tuluá, rubio, una presencia de artista de Hollywood y además

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miembro de una buena familia Tulueña. Mi familia y yo fuimos víctimas de este cáncer ya que perdimos al mejor
hermano, papá e hijo del mundo.
La mayoría de las familias en Colombia tenemos una víctima de este flagelo. Años atrás y como Gerente de El
Periódico tomé la determinación de hacer una nota periodística sobre los efectos de los alucinógenos, fue muy
difícil tomar la decisión, pero quería vivir una experiencia que a lo mejor le podía servir a los jóvenes y a dultos
para que nunca se les ocurra probar, ni consumir el Bazuco (base de coca), ni ninguna otra sustancia psicoactiva.
Unos compañeros periodistas de Buga me enseñaron la zona de distribución y consumo en la Ciudad Señora. Y un
buen día tomé la decisión, me vestí con ropa en muy mal estado, barba protuberante, unas largas y sucias uñas, salí
de las oficinas de El Periódico un sábado a las 10:30 de la noche; además llevaba una estopa llena de papeles y
una descolorida cachucha. La primera prueba era la esquina de El Periódico en la panadería donde se
encontraba Leonel y sus amigos, los miré y no me reconocieron, al parecer pasé el examen. Luego bajé por
toda la carrera octava buscando el norte de la ciudad, en ese trayecto sentí el desprecio de algunas personas al
encontrármelos en el andén preferían bajarse y exponerse a que los atropellara un vehículo. Un niño me llamó y
me regaló una moneda $ 500 más los dos billetes de $ 5.000 que llevaba envueltos en la pretina del deteriorado
pantalón completé $ 10.500, no me demoré mucho para llegar a la afamada cueva, dejé la estopa a un lado,
toqué la ventana recomendada, un hombre se asomó y me dijo con voz despectiva “no hay limosna”, no
parcerito, yo vengo a comprarle un bazuquito”, mostrándole los dos billetes de $ 5.000, el hombre me los
recibió y me trajo la merca asegurando que era de primera calidad; salí rápidamente con el Bazuco encaletado.
En la esquina, me encontré otro con el mismo aspecto mío pero todavía más sucio. Me dijo “ñero me hacen
falta quinientos pesitos, préstemelos o regálemelos por favor, saqué l a moneda de $ 500 y se los di, espéreme
un momentito, yo caminé despacio y el hombre de acento extraño y de peluquiado de un árbol fue a la misma
ventana donde yo había comprado, rápidamente me alcanzó.
-Listo –dijo el hombre-
- Tienes Susto (Bazuco) -Me preguntó-
-Si -Yo le contesté-
-Camine vamos, que yo tengo una caleta cerca de la carrilera y allá no nos molesta nadie, ni la Policía Concluyó
el hombre-
Eran aproximadamente las 12:00 p.m., cuando íbamos llegando al cementerio, preciso, llegaron los uniformados
en una motocicleta, el parrillero me miró y me dijo:
-Qué se robó, que lleva en esa estopa
-Pues papeles, va a mirar? -Le dije-
Volvió el Policía a intrigar.
-Y el vicio dónde lo llevan?
Sentí un poco de miedo y me provocaba decirle que yo era el Gerente de El Periódico y que estaba haciendo una
nota periodística para que dejara de molestarnos. Después de unos minutos se marcharon y proseguí mi
camino con mi acompañante al que yo llamé “Pelo de Choza”, gracias a Dios no encontraron el Bazuco.
Pelo de Choza era muy simpático, en sus ojos se veía mucha tristeza, yo me imaginé que era chileno porque me
hablaba de que su familia eran propietarios de unos viñedos y además por su acento sureño. En el trayecto
hasta llegar a la caleta, muchos personajes observamos y al parecer, todos con la misma intención de consumir
droga y los que cuentan con poco dinero, oler pegante. Pelo de Choza me decía:
-Camine rápido para que nos encaletemos
A unos 6 metros de los rieles, mi ahora amigo levantó unas ramas y debajo de éstas una tapa de triplex forrada en
plástico, rápidamente nos metimos en el hueco; en el cual había un olor bastante molesto. Ya eran como la 1:00
a.m., a mí me provocaba salir corriendo. Había quedado un pequeño orificio para que entrara un poco de aire.

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Pelo de Choza sacó dos paquetes de cigarrillos, empezó a sacarle la picadura y a revolverlo con el Bazuco,
sacudió el cigarro con el polvo, le hizo un torniquete y a fumar, yo observaba que entre más fumaba más lo
disfrutaba, yo de una u otra forma también estaba consumiendo, me estaba afectando el humo; ya que no tenía
por donde salir, me tocaba aguantar y yo he sido enemigo número uno de cualquier clase de humo, sea en una
oficina, en un sitio de diversión, en mi casa o dentro de mi carro, no permito que nadie fume, porque me dan
ganas de vomitar. Aproximadamente a las 3:00 a.m, Pelo de Choza ya había terminado con lo que había
comprado en la cueva ni siquiera me ofreció Bazuco, sus labios temblaban, se mordía la lengua, habló para
decirme que sacara mi manca, en ese momento comprendí porque me había invitado.
-Listo, pero primero quiero que conversemos –Le dije-
-Y cómo de que vamos a conversar
-Me preguntó Pelo de Choza-
-Cuénteme usted, cuánto tiempo lleva fumando Bazuco
-Ocho años, desde que llegué a Bogotá y cuando arribé a Buga, llevo seis meses, pero voy de paso, claro que yo en
mi país fumaba yerbita y no pasaba nada con el Bazuco es distinto, yo trabajaba en una multinacional y fui
trasladado a Bogotá, no sé a qué horas me metí en el vicio pero fue rapidito, no me di cuenta, lo único que
recuerdo es que acabé con todo, con mi familia, con mi vida, esta situación no se la deseo ni a mi peor enemigo -
Con voz entrecortada me explicó Pelo de Choza- Y agregó: son pocos los que pueden salir del Bazuco, y por eso
estoy en Buga, ya que el Señor de los Milagros me va a hacer el milagrito.
Nuevamente este hombre me reclama la manca; cuando la saqué se le llorosearon los ojos de la alegría, de
pronto pensé que yo no tenía nada, le pregunté que por qué le daban tantas ganas de seguir fumando, me
contestó que él no sabía que sería por la ansiedad, y me explicó que este Bazuco que estaba consumiendo no
era puro, que los expendedores le agregaban ladrillo, mejoral, aspirina y hasta cloro para pisc inas, además me
contó que cuando él tenía mucho dinero en Bogotá, compraba Bazuco puro y duraba hasta 15 días seguidos
consumiendo y solo tomaba leche.
Pelo de Choza me brindó Bazuco, se acordó de que yo era el que había comprado lo que estaba fumando,
ustedes se preguntan si acepté fumar, pues sí acepté y di varias aspiradas, sentí miedo; ya que yo soy hipertenso
y años atrás tuve un problema renal, el cual gracias a Dios me curé totalmente. Iban a ser las 5:00 a.m., le dije a
Pelo de Choza que me iba, me dio mucho miedo porque sentí desespero.
Antes de salir del hueco, Pelo de Choza me ofreció un pedazo de hamburguesa, traté de no despreciarlo, me la
metí a la boca pero sabía a podrido quien sabe cuánto tiempo llevaba, no pude comer, casi me vomito. Y l es
aseguro que estoy acostumbrado a comer hasta piedras.
-No se preocupe Ñero, no coma, yo se que usted no está acostumbrado eso nos lo comemos como manjar pues
tenemos estomago de gallinazo –Dijo en tono conciliador-
Me despedí nuevamente, salí casi vomitando con el corazón a mil me vine caminando, porque un taxi que traté
de parar no se detuvo, me miraba por encima del hombro. Otro taxi si paró y me llevó rápidamente. Llegué a
casa, mi mujer me estaba esperando, lo primero que hice fue tomarme la presión , la tenía 170 – 120, bastante
alta; me tomé un vaso de jugo de maracuyá sin azúcar, acompañado de una pasta de Enalapril de 20 mg., 20
minutos después y mucho más tranquilo, volví y me tomé de nuevo la presión, ya había mejorado, estaba 135 –
90, media hora después me quedé dormido hasta las 6:00 p.m., y de mi mente no salía Pelo de Choza, ni tantos
amigos y familiares que han caído en esta enfermedad de la que nadie está libre porque no diferencia sexo, clase
social o si es buena o mala persona, es la peor pesadilla que le puede pasar al ser humano.
A los jóvenes y adultos les recomiendo que no prueben el Bazuco ni ninguna otra droga, nunca por nada en el mundo. A
las personas que han caído en esta horrible pesadilla pido ayudarlas no dándoles dinero, es mejor un consejo, un plato de

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comida, un abrazo fraternal... porque cualquier persona, la que sea, puede caer en esta horrible enfermedad. Que noche
más larga... ¿Qué tal días, meses, años o toda una vida? Dios los ayude, Dios nos ayude y nos proteja.

HOMENAJE A MI PADRE
A través del Libro La Caleta, quiero pedirles a ustedes lectores me den la oportunidad de rendirle un homenaje y un
tributo a mi padre Rodrigo Guzmán Gómez, quien con sus enseñanzas no solamente fue el padre para mi, sino padre
de muchos tulueños; como lo fueron sus miles de alumnos durante tantos años y sus compañeros de trabajo en los
diferentes plánteles educativos.
Hablar de Rodrigo Guzmán Gómez es hablar de un poeta, un matemático, un científico, un profesor de Inglés,
Francés, Alemán, Latín, un caficultor, un ganadero; pero sobre todo es hablar de un amigo, porque de seguro que a
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todos los que tuvimos que ver con él nos dejó sus enseñanzas grabadas; las cuales nos han servido en la vida
cotidiana tanto en lo laboral como lo personal.
Rodrigo Guzmán Gómez, muy joven queda huérfano de padre, siendo el mayor de nueve hermanos le toca oficiar de
hermano y padre en compañía de su madre Istmenia. Se levantaron en la casona vieja que había en el Barrio Playas
(hoy Marandúa, donde actualmente es el Palacio de Justicia). Por su inquietud e inteligencia, se gradúa como uno de
los mejores bachilleres de Colombia en el Colegio Gimnasio del Pacífico, gracias a esto se ganó una beca para estudiar
en la Universidad Holly, la más grande de Alemania en la ciudad de Colonia, también tiene la oportunidad de estudiar
y prepararse en otras universidades de España, Italia, los Estados Unidos de Norte América y Francia donde tuvo la
fortuna de ser alumno del gran Michel Valero.
A Tuluá llegó con muchas inquietudes, siendo docente con la ayuda de varios compañeros de trabajo fundó
Coprocenva (Cooperativa de profesores del Centro del Valle), siendo su primer Gerente. Siempre visualizando el
futuro de los jóvenes se inclinó por la educación y buscando un futuro halagüeño para adultos, fue el cofundador del
nocturno del Instituto Julia Restrepo y Gimnasio del Pacífico; para así darles la oportunidad a las personas mayores
que trabajaban en el día, la oportunidad de educarse por la noche. Esta misma idea, pero en el nivel de educación
superior, se realizó a través del Doctor de Los Ríos, que viajó de Cartago hasta Tuluá se la propuso a Rodrigo Guzmán
y se creó una Institución de Educación Superior Nocturna, en compañía de Marcelino Ayala, Alcalde de la época, el
Doctor Ramón Elías Giraldo, el Doctor Ciro Morán y otros ilustres tulueños. El sueño de Guzmán y de Los Ríos se
convirtió en una realidad llamada Unidad Central del Valle del Cauca, Institución de la que han egresado hombres de
proyección como el Doctor Néstor Grajales, el Doctor Lozano, el Doctor Israel Moreno y el Doctor Jairo Gutiérrez y
toda la importante planta de docentes que ha trasmitido sabiduría a través de todos estos años, aportando a la
comunidad distinguidos profesionales para servirles a la sociedad tulueña y colombiana.
Los inicios fueron difíciles, a Don Rodrigo Guzmán y sus compañeros les tocó matricular los alumnos gratis para
completar los cupos y poder abrir los programas con los que arrancaron (Derecho, Ciencias Sociales, Educación
Física). Dios bendiga esta gran Institución.
Rodrigo Guzmán Gómez también fue Fundador del Colegio Céspedes, en compañía del profesor Roldán y el Profesor
Aristizabal.
A principios de los años 70 es trasladado por la Secretaría de Educación Departamental como Rector al Colegio Julián
Trujillo del municipio de Trujillo, estando allí y viendo la necesidad de educar a los jóvenes de los distintos
corregimientos, fundó los Colegios de Salónica, Andinapoles, Venecia y Robledo, entre otros. Fueron muchas obras
las que concretó Rodrigo Guzmán Gómez para Tuluá y el Centro del Valle de Cauca. Del Julián Trujillo pasó como
docente al Instituto Eleazar Libreros de Andalucía, donde también deja una huella imborrable. A los 59 años de edad
y con ganas de seguir dando más para los jóvenes y adultos, le truncan la vida y le cortan la carrera como docente y
como maestro de maestros. El 16 de enero de 1991 es secuestrado y posteriormente asesinado. Su cuerpo fue
hallado en un cañaduzal por unos jornaleros del Ingenio San Carlos, cerca al Corregimiento de San José. Allí se
observaban varios gallinazos rondando su brillante cabeza.
Muchos reconocimientos muy gratificantes a la labor que desarrolló durante tantos años, recibió Rodrigo Guzmán
Gómez. Este reconocimiento lo han hecho sus compañeros de trabajo, políticos importantes y amigos. Actualmente,
varios honorables concejales de la ciudad de Tuluá han manifestado la intención de hacerle un reconocimiento. Y
como olvidar a sus ex – alumnos, y en especial uno del Corregimiento de Barragán, y que años atrás mandó una
postal desde la Madre Patria España “Gracias a la Matemática que me enseñó Don Rodrigo, me ha permitido hacer
los cálculos para que mis operaciones de transplante de corazón sean un éxito”, Firma: Medico Científico Saúl García.
El Doctor García es uno de los cientos de alumnos distinguidos e importantes que ha dejado en alto a nuestro país,
gracias a las enseñanzas del Profesor Rodrigo Guzmán Gómez.

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Dios bendiga a mi Viejo. No queda más que darle mil gracias por los valores y enseñanzas que dejó a su familia y a los
miles de hijos en Tuluá y sus alrededores.
Muchas herencias me dejó mi Padre, como son la del trabajo, la disciplina, la perseverancia y su mismo nombre, que
implica una gran responsabilidad, es por eso que a través de muchos años, de servicio a Tuluá y a mis amigos, he
venido armando un rompecabezas, es por eso que de todo corazón pongo mi nombre a consideración de ustedes
para uno de los Cargos Públicos de elección popular más importante del Valle del Cauca, y así poder servirle a mi
amado pueblo Tulueño, como en otrora lo hizo mi Padre Rodrigo Guzmán.

PD: Madrecita hermosa, no te sientas mal, no te he olvidado, tu también mereces los mejores homenajes y
reconocimientos, Dios nos da la oportunidad de tenerte viva, y estés segura que te aprovecharemos día a día. A ti no
te quiero, te adoro, me has dado muchas enseñanzas, me has dado todo.

Juan María Céspedes Vivas


Fue bautizado el 26 de agosto de 1776, sus padres fueron Carlos Céspedes y Josefa Vivas. el 30 de mayo de 1825, a los
18 años de edad, se posicionó en el primer concejo municipal . En 1804 recibe en Popayán el Doctorado en Derecho, y
en 1805 recibe las órdenes sacerdotales por el Obispo de Popayán.
Influyo en el pensamiento científico y literario de los integrantes de la expedición botánica.
Juan María Céspedes, ilustre héroe Tulueño, sumido en una pobreza absoluta fallece el 21 de enero de 1848 en Guasca
Cundinamarca.

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BIOGRAFIA
RODRIGO GUZMÁN DÁVILA

Nació el 13 de marzo de 1965 en la ciudad de Tuluá. La Primaria y parte de su Bachillerato, la estudió en el Colegio
“Céspedes”, de propiedad de su padre Don Rodrigo Guzmán Gómez y su madre Dascy Dávila Vargas; además estudió
en el Colegio San Francisco de Asís, bajo la orientación del Padre Armando Salas y Fray Darío Uribe. Por el amor que
profesaba al Gimnasio del Pacífico, bajo la dirección de Ramiro Devia, Don Rodrigo Guzmán Gómez convence a su hijo
Rodrigo, para que termine su bachillerato en ésta Alma Mater. Lastimosamente tres meses antes de terminar el
Grado Sexto (Once hoy día), se le desprende la retina del ojo derecho y no pudo terminar, y tuvo que esperar varios
meses, mientras se recuperó satisfactoriamente.
Al año siguiente, o sea en el año 1983, sale egresado como bachiller del Instituto Julia Restrepo. Su primer título
universitario es otorgado por el Centro de Educación Superior Antonio Nariño, a través de la Facultad de Sistemas;
además es especialista en Administración de Empresas, tiene varios Diplomados en Investigación, Argumentación y
Comunicación, ha tenido la fortuna de participar en talleres referentes a Técnica de Escritura y Oratoria, ha escrito
varios libros entre los cuales se destacan “Fiestas Turísticas del Bofe, la Fritanga y los Inocentes”, “Mamá Blanca y
Negra” y “Pasaporte al Purgatorio”. Aspira que con la ayuda de Dios, con cualquiera de estos libros muy pronto
estará en la pantalla chica.
Don Rodrigo Guzmán lo enseñó a trabajar muy duro y a que las cosas tienen un valor, ya que nada es gratis en la vida.
Cuando era muy pequeño sembró un lote de cebolla en la finca de su padre, cuando estuvo la cosecha lista, Don
Rodrigo le insinuó para que él mismo vendiera la cebolla en la plazuela y evitara intermediarios. Rodriguito, como
todavía le dicen sus amigos por cariño, ni corto ni perezoso con la cebolla en un costal y una báscula, empezó a
vender cebolla en un andén en la galería, como quien dice hizo su agosto. Una vez que viajaban para San Andrés, a la
edad de 11 años, Don Rodrigo le insinuó nuevamente que llevara naranjas y guayabas, que en la Isla eso era oro, siete
cajas de guayaba llevó y cuatro bultos de naranja, Don Rodrigo tenía razón, a buen precio vendió estas frutas.
También en las vacaciones le tocaba pintar todos los pupitres del Colegio Céspedes. Todas estas experiencias y
enseñanzas de su Padre, lo llevaron a ser una persona de bien y un empresario con presente y mucho futuro. Se hace
este recuento para que los jóvenes tulueños lo miren desde un punto productivo.
Después de la lamentable y trágica muerte de Don Rodrigo Guzmán, su padre; ocurrida el 16 de enero de 1991,
ingresó como Coordinador Deportivo del Colegio Céspedes, donde logró importantes triunfos deportivos a nivel
departamental y nacional con esta Institución, estando allí le tendió la mano amiga a muchos estudiantes cuando lo
necesitaron, no solamente del Colegio Céspedes, sino de otros plánteles educativos de la ciudad, siempre pensando
en el bienestar de la juventud. En esta Institución trabajó hasta el año 2000, pero sus sueños van más allá, inclinado
por las letras y el periodismo funda el Semanario El Periódico, en el cual nadie creía, ni nadie daba un peso, el primer
año fue bastante duro, buscó socios para esta quijotesca labor y nadie se le apuntó, y estuvo cerca de cerrar esta
ilusión. En la vida no hay nada fácil, hay que perseverar, replanteó varias cosas y se acordó de cuando tenía 10 años,
cuando vendía cebolla larga cerca a la plazuela de Tuluá, de ese mismo modo, sin pena alguna y con ganas de salir
adelante, en compañía de su incondicional esposa Tatiana, salieron como boxeadores a vender el periódico, en
cualquier esquina de los diferentes municipios vallecaucanos. Esto fue muy importante, porque El Periódico empezó
a darse a conocer, y así se les facilitaría la venta de publicidad a Rodrigo y a Tatiana. Todo esto sumado a una
importante cuadrilla de colaboradores, El Semanario El Periódico, que nació en Buga, se ha extendido a pasos
agigantados, y hoy en día es uno de los principales medios escritos del Valle del Cauca.

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Gracias a su abuelo materno Daniel Dávila Agudelo (quien en compañía de sus hermanos Horacio, Anastasio y Jesús
fueron cofundadores del corregimiento de Barragán), y gracias a su permanencia en la montaña, Rodrigo Guzmán
lleva en la sangre el campo, el ganado y los caballos de paso fino (Tatiana su esposa comenta que no ronca, sino que
relincha y muge ).
Líder Cívico de Tuluá y el Valle del Cauca, Dirigente Deportivo, de lo cual se siente muy orgulloso; ya que fue uno de
los gestores en aportar un granito de arena para que Tuluá hubiese conseguido tan importante triunfo en los Juegos
Departamentales de Jamundí en 1997, porque Tuluá fue el Campeón. Cali participó con campeones nacionales al ver
el poderío deportivo de la Villa de Céspedes. Gracias a esto, el movimiento nacional por la recreación y el deporte,
hace un reconocimiento muy especial, nombrándolo Vice – Presidente del mismo. Pensando en la juventud Tulueña,
se consigue un lote prestado en la Cra. 30 con Calle 16, y en compañía de niños, jóvenes y la ayuda del Licenciado
Giordanelly Arbeláez, construyen la Pista de Bicicross en el Barrio Entre Ríos, inaugurándola con un Campeonato
Zonal Nacional. La Pista funcionó por varios años, lamentablemente hoy día funciona un parqueadero de carros. con
la ayuda del Licenciado Edmundo Posada, convierten a Tuluá en un municipio poderoso en el basquetbol.
Con la ayuda del Todo Poderoso, espera ponerse el overol, para servirle a su pueblo, a sus hermanos; como alcalde de los
Tulueños, los cuales lleva dentro de su CORAZÓN.

Rodrigo Guzmán un alcalde con sentido social.

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