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II Encuentro de grupos de investigación en teoría política

ESPACIO, DEMOCRACIA Y LENGUAJE

Autor: Lic. Santiago Boggione (Facultad de Ciencia Política y Relaciones


Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario).

Título: Creencias y migraciones internacionales.

Eje: (II) Política, Espacialidad y Comunidad: Configuraciones Identitarias y


Subjetivas.

Resumen

En nuestra contribución, analizaremos el rol de las creencias como


elemento co-constitutivo de política, haciendo hincapié en el papel que juegan
las mismas en tanto constituyen identidades. De este modo, analizaremos
cómo estas creencias, cual rostro de Jano, por un lado, motorizan el proceso
de asignación de riesgos en grupos calificados como “asociales”, como es el
caso que asumen muchas veces los migrantes internacionales y, por otro lado,
cómo son indispensables en el proceso de domesticación de la dimensión
antagónica del conflicto social.

Para ello, y en función de la brevedad sugerida para la presentación,


estructuraremos nuestro trabajo en tres apartados. En el primero, daremos
cuenta del proceso de mundialización y los cambios que el mismo acarrea. En
el segundo apartado, avanzaremos en algunas consecuencias que conllevan
aquellos postulados pospolíticos que dan lugar a una nueva modernidad
signada por la moralización de la política. Finalmente, rescataremos la relación
entre política y creencias, en un contexto de sociedad de masas, para así
poder aportar algunos elementos que ayuden a dar cuenta del surgimiento de
nuevos fenómenos propios de este momento histórico, en particular, el de las
migraciones internacionales.

Palabras clave: creencias, pasiones, mundialización, migraciones


internacionales, riesgo.

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Paper corto

El fin de la década del 80 trajo consigo profundas transformaciones en el orden


político y económico internacional, no sólo configurando un nuevo escenario
mundial post-keynesiano, cuestionando los presupuestos del Estado de
Bienestar, del sistema de pensiones y de la ayuda social, del gasto público y
del sistema impositivo, del poder organizado de los sindicatos y de las políticas
salariales (Beck, 2006), sino también modificando las condiciones materiales
que le dieron inicialmente sentido. Se trata de un momento de mutación epocal
(Gilly et al., 2006), cuyas transformaciones, producto de lo que ha dado en
llamarse globalización, han trastocado el sentido en el cual se piensa y se
articula la política (Yannuzzi, 2007:5), transformando las relaciones entre
individuos e instituciones sociales (Rosanvallon, 1995), y afectando los clivajes
de todas y cada una de las sociedades particulares, desde las fuerzas sociales,
políticas y económicas hasta las nuevas tecnologías, los transportes y la
comunicación. A pesar de la complejidad que implica conceptualizar y
aprehender el multidimensional proceso de globalización, el mismo se puede
entender –en una primera aproximación- por una serie de cambios en varias
áreas, incluida la producción, el orden económico mundial, la forma del Estado,
así como la cultura y la identidad (Neufeld, 2001). Estos cambios, en la
medida que han vaciado de sentido muchos de los conceptos y categorías
utilizados hasta ahora para comprender y explicar la realidad, han sido
abordados y aprehendidos desde diversas perspectivas, en especial desde
enfoques consensuales y posadversariales en los cuales el reconocimiento del
peso de la conflictividad social no es el factor determinante ( Sandóval Garcia,
2006:190).

Así, estas transformaciones, y la consiguiente percepción e interpretación de


las mismas, lejos de contribuir a una democratización de la democracia, tal
como nos planteara Mouffe (2003, 2007), nos han dejado en los umbrales de
un mundo cuyas bases se encuentran ahora cimentadas en una visión
pospolítica. Visión que no sólo niega la dimensión antagónica de lo político, al
intentar superar la discriminación nosotros/ellos, sino que también contribuye a
potenciar la emergencia de antagonismos, paradójicamente a través de un
acuerdo o cálculo racional de intereses (modelo agregativo), o de una forma
consensual de democracia (modelo deliberativo), que propone erradicar el
conflicto de la vida social.

Es en este sentido como podemos observar en el campo de las identidades


colectivas la redefinición de la confrontación nosotros/ellos, ya no a través de
categorías políticas, sino morales, que nos desplaza de la lucha entre
izquierdas y derechas hacia una lucha entre el bien y el mal, en la cual el

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oponente sólo puede ser percibido como un enemigo absoluto que debe ser
exterminado (Mouffe, 2007:13).

Las consecuencias de este desplazamiento, de esta moralización de la política


en el escenario internacional, pueden verse plasmadas, por ejemplo, en la
asignación de riesgos1 a los migrantes internacionales por parte de los
llamados países centrales, en tanto receptores de estos flujos.

Así, la predicada existencia de nuevos riesgos, y la consecuente utilización del


riesgo como dispositivo biopolítico en la gestión de la incertidumbre y en la
gestión calculada de la vida, se ha traducido en la justificación de un estado de
emergencia íntimamente ligado al desarrollo de prácticas iliberales (Bigo &
Tsoukala, 2007). Es más, a partir de los sucesos del 11 de Septiembre, se
profundiza este proceso de securización de las migraciones, dando lugar en
las sociedades de recepción, consecuentemente, a políticas migratorias cada
vez más restrictivas y represivas que, redefiniendo el binomio inclusión-
exclusión, cuestionan libertades y garantías, y quiebran las fronteras entre lo
privado y lo público (Fernández Bessa et al., 2010).

Al preguntamos porqué esta inmigración internacional es leída a través del


prisma de la seguridad, y cómo se puede explicar la fuerza de un discurso que
a través del “il faut défendre la societé” se empeña en vincular crimen,
desempleo, terrorismo, fanatismo e inmigración, a pesar de que no existan
estadísticas ni datos fiables que den cuenta de esta correlación (Bigo, 2009),
encontramos en el rol desempeñado por las creencias y las pasiones algunos
indicios para responder dichos interrogantes, en tanto las creencias definen
prácticas políticas específicas que devienen, a su vez, una tecnología política
propia de la gobernabilidad contemporánea y que, en su intento de moldear la
figura polivalente del inmigrante al calor del riesgo, reflejan los intereses de un
modelo particular de relaciones sociales, en la mayoría de los casos sin
respetar los principios del Estado de Derecho.

En este sentido, paradójicamente –y en cierto modo irónicamente-, quienes


han contribuido al establecimiento de la perspectiva pospolítica han terminado
creando las condiciones para la revitalización del modelo de política antagónica
al que han declarado obsoleto (Mouffe, 2007:83). Así, son aquellos que quieren
abandonar las pasiones, intentando recuperar visos de racionalidad, quienes

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Partiendo del carácter socialmente construido de la noción de riesgo, lo definiremos como un
fenómeno propio de esta modernidad, como una amenaza de autodestrucción total de la vida,
no de algunas sociedades o personas, sino de manera global a toda la humanidad (Beck, 2006,
Luhmann, 1992). Según Beck, el riesgo es una manera sistemática de manejar los peligros y
las inseguridades inducidos e introducidos por la modernidad, que tienden cada vez más a
escapar a las instituciones de control y protección de la sociedad industrial (1999:32).

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pasan a ser parte activa de un proceso de racionalización de las creencias y
pasiones.

La configuración identitaria de un nosotros sólo puede existir de modo


relacional, en tanto exista un ellos, por lo que la democracia requerirá, según
Mouffe (2003, 2007), justamente trazar una distinción nosotros/ellos sin
adoptar formas violentas, donde las exclusiones sean pensadas en términos
políticos, no morales, a través de un reconocimiento de los pluralismos que
pueda traducirse, a su vez, en una “domesticación” de la dimensión antagónica
del conflicto, es decir, en domesticar la violencia inscripta en la posibilidad
siempre latente de eliminación física del enemigo (2002: 8). Para ello hay que
revalorizar el papel que juegan creencias y pasiones en tanto co-constitutivas
de la práctica política, ya que la política democrática no puede entenderse sólo
en términos de razón, moderación y consenso, o limitarse a exaltar la
tolerancia y la pluralidad de valores, sino que necesita tener un influjo real en
los deseos y fantasías de la gente (Mouffe, 2007: 13), y que en lugar de
oponer los intereses a los sentimientos y la razón a la pasión, deberían ofrecer
formas de identificación que conduzcan a prácticas democráticas (2007:35).
Así, a modo de conclusión provisoria, podemos decir que en la medida que
contemplemos el rol co-constitutivo de la política que desempeñan creencias y
pasiones, no tendremos el poder de eliminar los conflictos de la vida social,
pero sí tendremos el poder de crear las prácticas, discursos e instituciones que
permitirían que esos conflictos adopten una forma agonista (Mouffe, 2007:138).

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Bibliografía

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