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Una sensacin cclica invada la atmsfera. La naturaleza haba echado a andar de manera
ordenada e indiferente, una rueda de variaciones climticas que estaba a punto de
recomenzar, y las bestias podan palparlo con cada centmetro de su ser. Una compensacin
natural impeda que pudieran tomar en consideracin la situacin en la que se encontraban y
por lo mismo, marchaban todas maquinalmente hacia su destino.
Haba una criatura especial a quin la divinidad, errando sin darse cuenta o favoreciendo
ventajosamente, omiti asignarle un depredador que la mantuviera en alerta constante,
circunstancia que, adems de hacer emerger en ella una inteligencia superior, todas las noches
la suma en un secreto y profundo sueo, donde experimentaba algo parecido a la paz o a la
resignacin y en el que se perda o se olvidaba de s misma, hasta que el ajetreo del vecindario
la despertaba.
Su actividad diurna era una caricatura montona. A pesar de que la mantodea haba sufrido
seis permutaciones corporales a lo largo de su existencia, su vida cotidiana se resolva
normalmente entre la rutina de la caza y el reposo desmesurado, que por supuesto daba lugar
a la reflexin. Artrpodos, crustceos, ciempis, milpis, paurpodos y sinfilos danzaban sin
advertirlo hacia el estmago del animal, quien esperaba pacientemente encriptado entre la
maleza. Al terminar su festn, ste se paseaba jactanciosamente por los alrededores sin temer
ningn acecho, salvo quiz las inclemencias del tiempo, o la hora de su natural perecer. En
ocasiones se interrogaba, casi de manera involuntaria, si acaso se encontraba solo en el
mundo. El abandono materno y la ausencia de cualquier recuerdo sobre su padre sembraron
stas y otras interrogaciones similares en lo ms profundo de su ser. Durante la sucesin
ordenada de climas dispares y transformaciones corpreas que conformaban su vida, err
siempre en meditabunda soledad y en sus paseos jams divis si quiera ningn pariente
lejano.
Alan Arguello