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Universidad de Santiago de Chile

Magíster en Historia

INFORME DE LECTURA N° 6:

José Sierra Álvarez: “El obrero soñado: Ensayo sobre el paternalismo


industrial”

John Garner: “The Company Town: Architecture and society in the


early industrial age”.

Docente: Hernán Venegas Valdebenito


Estudiante: Jorge Benítez Saavedra
Fecha: 12/05/2016
La tesis principal que sostiene José Sierra en su libro “El obrero soñado” es
que el paternalismo industrial y sus prácticas asociadas constituyen un verdadero
programa de conjunto, aplicado de manera sistemática y consciente por algunos
representantes de la burguesía industrial para responder a las necesidades que
giran en torno a la gestión de la mano de obra, principalmente en lo que refiere a
su reclutamiento, adaptación productiva y reproducción.
De esta manera, el carácter programático que asume el fenómeno del
paternalismo puede apreciarse claramente en el capítulo cuarto del libro. En él se
aborda en profundidad un elemento que constituye uno de sus nudos
estructurantes: La cuestión de la vivienda y su relación con la constitución de la
familia obrera. En relación a este aspecto uno de los principales argumentos que
desarrolla el autor refiere al hecho de que la vivienda por sí misma no es el blanco
de la estrategia paternalista, ya que en el fondo es la familia lo que permite
asegurar el sentimiento de arraigo en el trabajador. En efecto, la estructura
familiar opera como un modelo legitimador de la estructura fabril, y al mismo
tiempo permite garantizar la estabilidad del mercado de trabajo y la transmisión
de los saberes profesionales. Pero además, y más fundamental, la familia se
constituye en el centro de un proyecto de moralización y disciplinamiento más
general orientado a promover el “sentimiento de hogar” e “intimidad”, es decir,
promover la “vida familiar”.
En este sentido, la vivienda obrera se transforma en un instrumento táctico
de la estrategia paternalista sólo en la medida en que se identifica con el proceso
de constitución familiar y en cuanto permite direccionarla hacia al ámbito de lo
privado. La construcción de la intimidad es por tanto el objetivo último de la
política de familiarización, operativizando la reproducción de la fuerza de trabajo
pero también alejando al obrero de los vicios y los tumultos del espacio público,
es decir, de las amenazas de la taberna y el sindicato. Por lo tanto, para los
patronos paternalistas el problema de la fijación del trabajador no se resuelve con
la construcción de viviendas, ya que no es un simple problema de “alojamiento.
Fijar no es solo “retener”, en sentido material, sino sobre todo “arraigar”, en
sentido subjetivo: es afianzar nuevas formas de reproducción, nuevas relaciones
sociales y nuevas formas de vida. Es, en definitiva, moralizar y disciplinar.
En este marco, la vivienda obrera pasa a constituirse en una especie de sub-
dispositivo al interior del programa paternalista, que responde a un diseño
plagado de disposiciones técnicas y discursivas funcionales a los objetivos de la
familiarización y la intimidad: adecuación de los tamaños a la constitución celular
y unifamiliar, prohibición de construir y subarrendar, separación de espacios y
sujetos, independización de los accesos, incorporación del jardín y el huerto
como bisagra entre espacio público y privado y como espacio para satisfacer las
necesidades de ocio al interior del hogar, etc. Todo ello revestido de un régimen
jurídico orientado a la tenencia condicional; a la “expectativa de la propiedad”
más que la propiedad misma.
Son estas disposiciones técnicas y su grado de coherencia global las que
permiten a Sierra fundamentar y ejemplificar la tesis de que el paternalismo
constituye un programa voluntario y no una acomodación espontánea. ¿Pero nos
está diciendo con ello que el programa paternalista corresponde a una especie de
tipo ideal weberiano? Sierra es explícito en señalar que no, Para ello debemos
remitirnos a la introducción que desarrolla el autor en el capítulo uno, donde
justamente nos advierte que se trata de un proceso históricamente constituido,
plagado de escaramuzas y aplicaciones sucesivas, de éxitos parciales o
derechamente de fracasos que hacen al paternalismo un fenómeno de “contornos
imprecisos”, “difícil de encasillar interpretativamente”.
Un ejemplo de lo anterior podemos encontrarlo en el texto de John Garner
“The Company Town: Architecture and society in the early industrial age”. En
efecto, la exposición que introduce este libro nos da cuenta claramente de las
dificultades que afectaron el despliegue del paternalismo en los asentamientos
industriales norteamericanos y británicos. De esta manera, a pesar de las
inversiones realizadas por los patronos paternalistas por mejorar las condiciones
de sus obreros, éstos no acudieron al llamado de la beneficencia y, por el
contrario, respondieron muchas veces con huelgas y sublevaciones. Esta
reconstrucción histórica rompe con el imaginario del paternalismo como un
reducto de total control patronal y ausente de conflictos. Por el contrario, nos
permite comprenderlo como un proyecto de resultados dispares, ya sea por las
características propias de los distintos contextos, porque la clase patronal no
siempre aplicó las prácticas paternalistas de manera planificada y sistemática, o
por el papel modulador que juegan las características culturales, sociales y
políticas de la propia clase trabajadora.
En esta línea es que Sierra nos propone una perspectiva que recoja la
historicidad del paternalismo industrial, interrogándolo no sólo de manera
sincrónica o como producto ya constituido; sino también en su dimensión
diacrónica, escrudiñando en los enigmas de su génesis y proceso de formación. Es
necesario problematizar lo que se nos aparece como evidente, nos dice Sierra ¡hay
que volver a encontrar el paternalismo industrial como problema! Esa es la única
manera de comprender su relevancia histórica.
En efecto, la necesidad histórica de estudiar el paternalismo radica
justamente en que éste constituye una de las primeras respuestas de la burguesía
a los problemas, contradicciones y tensiones suscitados en el seno del régimen
liberal. Hay que inscribirlo, en definitiva, como parte de una serie de ensayos y
esfuerzos conscientes orientados a romper el nudo gordiano del desarrollo
capitalista: el problema del reclutamiento y la adaptación productiva de la fuerza
de trabajo.
En este sentido, como señala Sierra, estamos de acuerdo que la simple
concentración de los obreros en la fábrica y la mera apropiación de los medios de
producción no son capaces por sí mismos de ofrecerle a la burguesía el control
del proceso de trabajo y no resuelven, por lo tanto, el problema de la adaptación
productiva del trabajador. Pero al mismo tiempo, y este es el giro que introduce
Sierra, debemos convencernos de que el simple despojo de los trabajadores y la
mera coerción económica del salario no aseguran por sí mismo el reclutamiento ni
mucho menos la “reproducción” de la fuerza de trabajo. La paradoja en que está
entrampado el régimen liberal estriba en su necesidad de escindir el trabajo de la
vida, y al mismo tiempo darle continuidad a los procesos de producción y
reproducción,
Lo que hace Sierran entonces es visibilizar sobre todo este segundo
problema, rechazando la tendencia a reducir la cuestión del disciplinamiento
exclusivamente a las “disciplinas del trabajo”. Lo que ha sido invisibilizado, para
Sierra, son justamente las “disciplinas del no-trabajo”, es decir, las disciplinas de
la reproducción y el papel que juegan en el ciclo de desarraigo, movilización,
atracción y fijación de la mano de obra. Es en relación a esta dialéctica entre el
trabajo y el no trabajo donde el estudio del paternalismo tiene algo que decir y
donde éste puede establecer relaciones de diálogo con el fenómeno de la política
social, la filantropía y la intervención estatal. La contribución de Sierra es
precisamente relocalizar al fenómeno del paternalismo industrial dentro de las
coordenadas generales del desarrollo capitalista, sacándolo de su aislamiento y
del estatuto marginal al que estaba relegado en cuanto objeto de estudio. De esta
reflexión Sierra nos delega entonces dos grandes principios epistemológicos:
En primer lugar, nos sugiere oponernos a una perspectiva teleológica que
considere la racionalización taylorista como el destino final e inexorable de la
disciplina industrial, de modo que estas puedan ser divididas de manera simplista
entre formas disciplinarias tayloristas y pre-tayloristas. En este sentido el
paternalismo industrial no es ni una etapa precursora del taylorismo pero
tampoco una simple desviación en el camino hacia él; sino más bien un referente
que dialoga con otras alternativas, instrumentos y estrategias ensayadas por las
clases dominantes para hacer frente a las contradicciones del capital, que fue
pertinente en circunstancias donde la racionalización maquínica no fue posible de
implementar, y que tuvo aplicaciones frustradas y exitosas según ciertas
circunstancias particulares. Sierra nos señala por ello que es necesario abandonar
el determinismo y las perspectivas secuenciales del cambio histórico, rechazando
la visión del taylorismo como un modelo de validez universal. La historia de la
disciplina fabril no es por lo tanto una línea recta sino una nube de puntos más o
menos dispersos de los cuales se podría abstraer o no algunas tendencias
aproximadas, algo más parecido a la noción de ciclos disciplinarios propuesta por
Gaudemar.
Pero además Sierra nos ofrece orientaciones metodológicas para
aprehender tanto las tendencias como la dispersión entre los puntos: para lo
primero nos sugiere atender a las formaciones sociales en base a métodos
comparativos y al análisis de las características ideológicas nacionales, del
mercado mundial y de la división internacional del trabajo. Pero es claro en
advertir que este ejercicio solo nos permitiría un “bosquejo simple”. Para lo
segundo, propone un abordaje de acuerdo a las especificidades de las diferentes
ramas productivas o de los mercados locales y regionales. Esta última
aproximación requiere de un tratamiento monográfico que pueda dar cuenta de
los problemas concretos que tuvieron que enfrentar los patronos para gestionar la
mano de obra industrial. Sumado a esta distinción metodológica según las
diferentes escalas y niveles de análisis, el autor nos ofrece un conjunto de
categorías heurísticas que podrían ayudarnos en el análisis de las estrategias de
disciplinamiento industrial de acuerdo a las diferentes temporalidades
involucradas en la investigación. En el “tiempo largo” es la composición técnica de
la clase obrera la que tendría un peso explicativo mayor; mientras que en el
“tiempo corto” es necesario poner el lente fundamentalmente sobre los
comportamientos del mercado de trabajo. Por último, el papel de la clase obrera
actúa en todos los casos como factor modulador de dichos procesos. Estas
orientaciones son de valiosísima utilidad, como instrumental analítico, para el
abordaje de casos concretos. Podría, por ejemplo, ayudar a comprender los duros
vaivenes del paternalismo norteamericano, o el éxito relativo que tuvo en Francia,
Italia o España.
En segundo lugar, Sierra nos advierte contra las perspectivas funcionalistas
que naturalizan la reproducción social como si se tratase de un asunto de
“necesidades sociales” objetivas, derivadas mecánicamente de la evolución de las
fuerzas productivas. Para Sierra estas concepciones caerían en el economicismo y
finalmente en la reducción del obrero a pura mercancía, forcluyendo las
resistencias que se derivan de la conflictividad entre “reproducción” y “vida”. El
autor nos recuerda que la “vida” del obrero no deviene naturalmente en
“reproducción de la fuerza de trabajo” a partir de la pura relación salarial, sino
que es un proceso en tensión sobre el cual concurren elementos de poder y
resistencia. Esto explica por qué los obreros no necesariamente acuden a los
incentivos paternalistas y es consistente con la tesis de que el éxito del
paternalismo está directamente asociado a su capacidad de operar de forma
programática, es decir, no solamente intuyendo las necesidades de los
trabajadores y ofreciéndoles remedio de manera unilateral, sino instalando la
necesidad misma, construyendo al mismo tiempo la oferta y la demanda
paternalista.
Hasta aquí todo se nos hace más claro, pero Sierra es todavía más
categórico: “las necesidades sociales se revelan ahora, más que como condición de
la política social, en su producto, en su invención, la invención de los reformadores
burgueses…civilizar un pueblo no es sino hace nacer de en él necesidades nuevas”
¿son las necesidades sociales, orientadas hacia la reproducción de la fuerza de
trabajo, “invenciones” que la burguesía resuelve a su antojo y en contraposición a
la voluntad de los trabajadores? Y por el contrario ¿son los elementos que no se
dirigen hacia la reproducción la expresión de la “vida”, es decir, la condición
verdadera y auténtica de la clase obrera? En este plano nos encontramos ya en
terreno minado, plagado de peligros teóricos de fondo. Pareciera ser que Sierra,
en su intento de alejarse del funcionalismo, ha caído en una especie de
maniqueísmo metafísico que esencializa la subjetividad proletaria, de tal manera
que la esencia de la condición obrera sería la vida, mientras que la esencia de la
condición burguesa estaría dirigida hacia la reproducción de la fuerza de trabajo.
Este esquema maniqueo queda claro en la siguiente cita: “la condición obrera y las
necesidades que de ella surgen, de un lado, y las estrategias burguesas de
reproducción de la fuerza de trabajo, de otro, se enfrentan en el terreno de la
definición misma de las necesidades sociales”
Para evitar caer en este tipo de riesgos debemos recordar que lo que se
opone como resistencia a la reproducción de la fuerza de trabajo en el contexto
de la expansión capitalista no necesariamente es la “vida”, sino también la
“muerte”. Expresiones como el pauperismo, las enfermedades contagiosas, la
mortalidad infantil, la migración descontrolada, el hacinamiento, el alcoholismo,
la falta de planificación urbana, etc., determinan objetivamente el deterioro de la
clase como sujeto social. Por eso parece inverosímil pensar que la intervención
estatal se desarrolle totalmente en contra de una “condición obrera” pura e
incorruptible. En el contexto del capitalismo la capacidad de reproducción pasa a
constituir efectivamente para de la condición obrera misma; su relación dialéctica
con la vida – y con la muerte – ocurren al interior de la condición obrera y no
desde un espacio exterior.
De hecho, la forma en que Sierra plantea la dicotomía entre vida y
reproducción - oponiendo la “voluntad de autonomía” de las mutuales a la
“voluntad de poder” de los reformadores burgueses- es tan inverosímil que luego
se ve obligado a reconocer que “en un determinado momento, el movimiento
obrero parece haberse apropiado – y parece haber reivindicado la satisfacción – de
algunas de esas necesidades definidas, para los trabajadores, por los reformadores
burgueses y el Estado”. Frente a esta evidencia indesmentible Sierra se ve forzado
a acomodar su argumentación de manera totalmente ad-hoc, apelando a la
hipótesis del “segundo filtro”, pero manteniendo el esencialismo metafísico en el
fondo de su interpretación al señalar que fueron “algunas organizaciones de
vocación obrera las que habrían actuado como agentes de la reformulación de las
necesidades obreras en términos definidos por las políticas burguesas”. Leyendo
entrelíneas, podemos interpretar que para Sierra, estas “organizaciones de
vocación obrera”, pero que no son auténticamente obreras, traicionaron la
“esencia” de las necesidades obreras, su “voluntad de autonomía” y de “vida”,
actuando como “segundo filtro” mediante el cual las “verdaderas” necesidades
populares pasaron a traducirse al lenguaje de la clase dominante.
De esta manera, varias interrogantes quedan en estado de suspensión
dentro de la atmósfera interpretativa de Sierra: ¿no es acaso el lenguaje de la
“regeneración del pueblo” una retórica compartida tanto por la burguesía como
por el mutualismo? ¿Es la autonomía de las mutuales y sociedades de resistencia
una verdadera elección? ¿En qué medida podríamos hablar de una “voluntad de
autonomía” en un contexto donde el Estado todavía se muestra incapaz de
hacerse cargo de la conducción del proceso de reproducción social? ¿Acaso los
llamados “derechos sociales” no son también conquistas del movimiento obrero?
Pareciera ser que mientras se trate de la solidaridad mutual Sierra se
conforta apelando a la “resistencia”, la “vida” y la “condición obrera”; pero en
cuanto la reproducción pasa a ser asumida por la intervención estatal éste no
tiene problemas en defender una explicación derechamente funcionalista, es
decir, lo que tanto se había esforzado por rechazar. En este sentido, parece
inverosímil - por lo menos para el caso chileno - la idea de que la filantropía
transitó de manera pacífica hacia el Estado de compromiso. El autor nos intenta
convencer de que súbitamente la filantropía burguesa se dio cuenta de que “ya era
Estado”, así que luego solo se cambió de nombre. Con la extinción del fenómeno
del mutualismo Sierra declara, con el mismo tono que alguna vez lo hiciera
Fukuyama, el “fin de la lucha de clases”. De ahí para adelante es la historia de una
farsa: ¡La clase obrera ha sido desviada de su rumbo por “algunas organizaciones
de vocación obrera que se han vendido a la burguesía”!.
Creo que para una interpretación contextualizada por lo menos debemos
tomar en consideración las transformaciones en la composición de clase y el
reacomodo de las fuerzas al interior del escenario político chileno: la creciente
presión orgánica y politizada de la clase obrera, la crisis de legitimidad que
arrastra a la oligarquía decimonónica y sobre todo la irrupción de una nueva clase
dirigente compuesta por sectores medios y por parte de la burguesía provincial, la
que logró copar el aparato del Estado en un contexto de completa falta de
conducción del proceso capitalista chileno. La no consideración de este contexto,
acompañada de una concepción metafísica sobre la lucha de clases, tiene entonces
por resultado una identificación arbitraria del mutualismo pre-moderno con “el
verdadero espíritu obrero”, mientras que la acción política del proletariado
moderno se nos presenta como una lamentable impostura y deformación.
Para poder compensar esta inclinación maniquea y esencialista sugiero
comprender la cuestión de la reproducción de la fuerza de trabajo como un
problema inscrito dentro de un determinado “campo de fuerzas”, de acuerdo a la
noción acuñada por Edward Thompson. Este campo de fuerzas actuaría como una
especie de marco común, que va definiendo los límites sobre los que se puede
expresar el conflicto social y sobre los cuales se despliega la acción de los agentes.
No se trata por tanto, como pretende Sierra, de desplazar la estructura para
colocar allí a la “agencia”. Se trata más bien de un “proceso de estructuración”,
para parafrasear a Anthony Giddens.
De esta manera, en la medida que el capitalismo va superando las
resistencias que se le presentan, se van cristalizando ciertas circunstancias que se
imponen a los sujetos como una realidad de hecho, constituyendo una condición
objetiva para las resistencias que habrán de desplegar las generaciones futuras:
Son las condiciones a las que se tienen que restringir tanto dominantes como
dominadores. Llevando esta afirmación al caso de la política social, podemos
darnos cuenta de que ésta no es, por tanto, la que “inventa” las necesidades
sociales; sino que es el instrumento a través del cual la burguesía disputa sus
sentidos posibles dentro de determinados contornos que son compartidos tanto
por la clase obrera como por la clase dominante.
Para concluir, creo que la gran contribución de Sierra es justamente haber
abierto el debate, ubicando el fenómeno del paternalismo dentro de una
problemática más general que tiene que ver con las necesidades concretas de la
reproducción de la fuerza de trabajo dentro del proceso de producción capitalista.
Este enfoque me parece que enriquece la discusión, permite entablar diálogos con
la política social, la filantropía y el Estado, y facilita la elucubración de hipótesis
de trabajo en diferentes direcciones. Si en este ensayo he impugnado parte de la
interpretación de Sierra - exagerando tal vez su extremo contrario - ha sido
precisamente con la intención de desprender su propia “instancia de refutación”,
como diría Popper, o si se quiere, de traducirla a su “hipótesis nula”, como se
diría en lenguaje estadístico. Se trata en definitiva de mostrar el carácter
provisorio que pueden asumir las hipótesis acerca del tema del paternalismo
industrial en particular, y del disciplinamiento en general.

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