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 POLÍTICA

 HUMBERTO CAMPODÓNICO

 CRISTAL DE MIRA
Lenin, el “ultraimperialismo” y Trump

11 Oct 2017 | 6:00 h

Humberto Campodónico
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Ahora que estamos a 100 años de la Revolución Rusa, es interesante recordar uno de los
planteamientos centrales de Lenin. En 1916, en plena Guerra Mundial, tuvo una
polémica con el socialdemócrata alemán Carlos Kautsky que tiene mucha importancia
hasta hoy, ahora que Trump se bajó el TPP y quiere renegociar todos los TLC, habiendo
ya comenzado con Corea del Sur y con México y Canadá.
La polémica era acerca del carácter del imperialismo, etapa alcanzada por los más
importantes países capitalistas, tales como Inglaterra (potencia hegemónica), Francia,
Alemania y, más recientemente, EEUU. Todos son Estados-Nación –construidos durante
procesos históricos por siglos– al servicio de sus clases industriales y dirigentes. Y, debido
a divergencias económicas y políticas, se habían declarado la guerra. Claramente, eran
Estados-Nación enemigos.
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Pero Kautsky dijo que no estaba descartada una nueva fase del capitalismo: la aplicación
de los cárteles a la política exterior, la fase del ultraimperialismo, de la unión de los
imperialismos y no de la lucha entre ellos: la explotación general del mundo por el capital
financiero unido internacionalmente.
Lenin dijo que no (1): “Supongamos que todas las potencias imperialistas constituyen una
alianza para el reparto “pacífico” de los países asiáticos: ése será “el capital financiero
unido a escala internacional”. En la historia de Siglo XX hallamos casos concretos de
alianzas de este tipo: tales son, por ejemplo, las relaciones actuales de las potencias con
respecto a la repartición de China (el protocolo de 1901)”. Lenin dice que puede haber
esas alianzas, pero son temporales y no eliminan las fricciones, pues cada cual busca
defender sus intereses como Estado-Nación. Ya.
La discusión de fondo es: ¿puede haber un gobierno universal que supere al Estado-
Nación? Eso se pensó después de la II Guerra Mundial y dio lugar a las Naciones
Unidas: todos los países tendrían voz y voto en la Asamblea General (pero los “grandes”
se zurraron siempre en ella).
Hacia eso iban los organismos de Bretton Woods en 1944: el Fondo Monetario
Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio (OMC, que
comenzó como GATT). Lo mismo con los organismos de integración regional (ALADI,
ASEAN), siendo el más importante la Unión Europea (UE), que ahora constituye un
mercado común y tiene al Euro como moneda. Le faltó la Constitución –fue rechazada
en votación hace algunos año– para que puedan constituirse los Estados Unidos de
Europa.
Desde 1945 hasta hace poco, el comercio mundial creció más rápido que el PBI,
haciendo a los países cada vez más interdependientes. También ayudó la caída del
bloque soviético en 1989-1991, que puso fin a la revolución rusa, ingresando a la
economía mundial. Y, sobre todo, el cambio de política económica en China, planteando
una economía mixta (estado y mercado con diversificación productiva) y entrando a la
OMC en el 2001.
El proceso de globalización cuestionó otra vez al Estado-Nación, pues la liberalización
comercial ahora tenía una segunda generación: propiedad intelectual, servicios, medio
ambiente, leyes laborales, compras gubernamentales, arbitraje internacional para las
controversias, etc. Esta “integración profunda” hace que las medidas arancelarias
tradicionales (“de frontera”) se vuelvan obsoletas (no abarcan a la segunda generación). Se
abre paso la armonización de políticas, que tienden a estandarizarse internacionalmente.
Ojo.
Ante el boicot de los países industrializados de llevar a cabo ese proceso, en la OMC
surge la iniciativa de los TLC, primero por EEUU y luego por la UE. Allí se podría
conseguir esa integración profunda sin la piedra en el zapato de los “nuevos chicos del
barrio” (China, Brasil, Rusia, India). Después de 10 años, el TLC pasó a su “etapa
superior”: el TPP de Obama agrupó a 11 países, excluyendo a China, potencia
económica en ascenso.
El TPP se cayó por donde nadie creía: Trump tiró a la basura los “principios del libre
comercio”. El argumento es simple y en parte cierto: “para hacer a EEUU grande otra
vez, hay que terminar con esos TLC que se llevan los empleos al extranjero” y, también,
con las políticas permisivas para los migrantes. Los intereses de América vienen primero
(que no fastidien los europeos) y no se consiguen con negociaciones.
Se trata de “imponer las condiciones para que América siga siendo la potencia
hegemónica del Siglo XXI y no ninguna otra” (¿cuál será?). Con matices, en Europa
tenemos una vuelta al apoyo de los Estados-Nación, comenzando por el ya oficial Brexit,
seguido por los procesos no exitosos en Austria, Holanda, Francia y ahora Alemania
(Cataluña es de otra categoría, pero algo dice).
Volviendo al inicio: ¿puede haber un “ultraimperialismo”? Parece que no y hasta Kautsky
retiraría su tesis. Y, claro, Trump le da la razón a Lenin. Pero hay una pregunta clave: si
bien los Estados-Nación siguen vigentes y no hay tendencia a que desaparezcan, como
dicen nuestros neoliberales, ¿le conviene al mundo un EEUU “a la Trump”? Juzguen los
lectores.
(1) Vladimir Illich Oulianov, El imperialismo, etapa superior del capitalismo, 1916.

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