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M | R E N O , el “Bandolero Pocas veces —siquiera en comentarios de tertulia— hemos parado los caudetanos a analizar, est resarnos por In personalidad y sus reacciones, por Ia presencia en nuestros “Episodios Caudetanos” de casi hinguno de los personajes que son protagonistas. De los te segunda 0 tetcera fila, muchisimo menos. Entre ellos, entre ese ramillete de personajes que d2n sentido de honda dimensién a los “Ep’sodios”, me he fjado desde niflo en uno que siempre atrajo mi atencién y mi simpatfa: es Mireno, el Bandolero. Sobre su vida y su obra —que poseemos en hermosos versos— he tejido siempre una aureola de simpatia. Sobr= sus sentimientos he meditado infinitas veces. Sobre su muerte no he dudado ni un s6lo instante en calificarls de heroica, y en su tumba hubiera puesto imperecedera inscripcién de caudetanismo auténtico; de caudetanism> defendido, incluso —como é1 lo hizo—, con su pro- pia vida. Todos los afios esperamos con verdadera ansiedad su aparicién en “el Castillo”. Todos los afios aplaudimos a Mireno, porque conocemas lo que nos va a decir, y nos gusta. No sé si alguna persona habré profundizado su espi- ritu, y por si la hay la ha habido, hago Ia excepcién. Pero puedo afiadir que casi nadie —una vez salido de los “Episodios”— recuerda mas allé que la declamacién airosa o la hermosura de los versos, el especticulo poli- eromo de sus ropajes....y nada més. Y Mireno nos dice mucho. Mucho en el fondo y mu- cho en Ia forma. Yo dirfa que es un ejemplo renovado constantemente, con la esperanza de que alguien se fije en : porque Mireno ya asombré a sus contemporineos con sus hechos, de latrocinio y bandidaje, primero, y con su sincero arrepentimiento y muerte heroica, més tarde. Es un clisico del sentimiento. Es un clésico del espafio- lismo. De 0 que después seria Hamado porque Cervantes. tan cristiano como espafol, entendid —y nos hizo entender— lo que Mireno nos dijo varios siglos antes. Mireno es arrogante, bravo, varonil de aspecto —nos dejan entrever sus versos—, recio de espi fen sus decisiones. Nada de ye-yé. El es “todo un hom- bre”. Un hombre en la més amplia acepcién de la pala- bra. Si ha tomado una decisién, la Hevard a cabo, cueste lo que cueste; sea buena o mala. Es terco. Arriscado por oficio a nadie teme, ni a Dios ni al Diablo. Para ¢l, ‘en sus primeros afios de bandolero, “su dicha es la es- tafa, la corrupcidn...”. No ha tenido otro norte ni guia Vive ebrio de hazafias de mat6n, y confiesa, después —muy lealmente, como corresponde—, todas sus fecho- rias, sus bajezas, toda su inmundicia Pero Mireno era un predestinado. En lo mas hondo de su corazén, sin saberlo siquiera, como rescoldo bajo humeante ceniza, alienta un sentimiento noble. Un sen- timiento que ha olvidado ya hace mucho tiempo, y que s6lo en las noches claras, llenas de estrellas rutilantes, en ‘que sentado en un pefiasco, rodeado de profundo silencio y contemplando el hermoso cielo, ha entrevisto como un ‘meteoro rasgando Ia también negra noche de su alma. Son momentos que le Henan de duda. {No habri es- peranza para él? ;Tendri que seguir siempre asi, con esta vida Tena de sobresaltos y traiciones, luchas y hui- das sin cuento? Con esta vida que es pura espinia cla- vada en lo mas profundo de su coraz6n...? En esta hora que le ha deparado el acaso; en esta hora que sus ojos contemplan el guifio burlén de las estrellas, mostrando la impenetrable sombra del mas alld, su corazén se reblandece como cera al fuego y en un momento —de los que Uamaré mas tarde “de debili- dad”— profundiza su pensamiento, adentréndose cons- itemente, comparativamente, hasta el iltimo rincén de su joven vida. Ve su dulce nifiez y su despreocupada ado‘escencia como si nada tuvieran que ver con él. Como si de un ser extraiio se tratara... Pero no, Es la suya... Son suyos aquellos grandes ojos oscuros de limpio mirar; son suyas aquellas blaneas manos infantiles que, otrora, se alzaton juntas en muda adoracién, cuando recibié a Dios por vez primera ; suya también aquella cristalina risa, y suyo también aquel pequeito pueblecito:, suya aquella iglesia con su esbelta torre, a cuya sombra ha jugado tantas veces, oyendo el alegre repiqueteo de sus cantarinas cam- panas que le ayudaban a repartir alegria y fantdsticas ideas entre sus infantiles compafieros... Adin resuena en su coraz6n el sonido tempranero Mamande = ta misa de alba. El ansfa la paz, pero mo puede alcanzarla, Ninguna autoridad se 1a darfa en estos momentos. La sociedad misma Je esté escupiendo sin cesar sus hazafias entre salivazos que le hieren como a fiera acorralada, y contrae con odio, por un momento, su curtido rostro con sdlo el recuerdo. iNo! No puede volver a su Caudete porque allf le espera la afrenta, el tormento y la muerte en ignominioso cadalso que han levantado sus muchas fechorfas y tendré que seguir asi. Bandolero de por vida: defendiéndola de asechanzas, persecuciones y, triste es decitlo, de traicio- nes a cada paso... No encontrar nunca un rayo de luz que ilumne su negra soledad? Esta pregunta que le martillea su mente devorando su esperanza, no tiene por ahora ninguna contestacién, y su rostro refieja por un instante el mas profundo cesen- aiio. Es sdlo un momento de duda, porque entre el largo rosario de sus recuerdos y esperanzas ha encontrado, de pronto, esa luz que ansiaba. Es algo que daba por irre- misiblemente perdido: es la fe que mamé en los pechos de su madre. Es su esperanza en la Madre de los ciclos. Es la esperanza en su Virgen de Gracia que le esté es- perando siempre... En su Virgen de Gracia que derrama todos los dias una ligrima por cada hijo que se ha of dado de Ella Repentinamente, como es su costumbre, toma una re- solucién que nadie impedira: la de volver a su pueblo, Quiere recoger en sus pecadoras manos, en el céliz im- puro de sus palmas clevadas, la tiltima légrima que Hora su Virgen por él. Esta légrima ser el maravilloso trans formar de su alma, y no la dejaré caer —como tantas y tantas otras— al suelo y mezclarse con el polvo. Esta Serd su consuelo hasta la muerte, porque Ella le son- reird, esta seguro. Un acontecimiento —para él providencial— va a fa- cilitarle el camino que ha de Hevarle en rapida mutacin desde bandolero a héroe. Tarik y Muza han invadido la Patria, vendida por don Julidn desde Ceuta, y la batalla del Guadalete deja expedito el campo a las ambiciosas conquistas érabes. Don Rodrigo, iltimo rey godo, ya no existe. Dicen que ha muerto ahogado en el rio, y su blanco caballo es reconocido galopando sin jinete. La pérdida es tremenda | y los Grabes van invadiendo Espaiia como un terrible aluvién, Toda una nacién ve cémo ta planta del invasor se alza ante su rostro, hasta ahora altivo. Don Oppas y los hijos de Witiza todavia estarin paladeando las mieles de su sucio triunfo, en oriental orgia, con los caudillos dra- bes. Espafia carece de fuerzas regulares, y los tltimos soldados supervivientes d= Guadalete, con’ los que quie- ren seguirles, se encaminan hacia Asturias. {Qué sucederd en su Caudete? {Qué pasard a estas horas —se pregunta inttilmente— en el Monasterio de Sahagtin? ;Habré sufrido algun dafio su Virgen? ;Si asi fuera, él sabré vengarla! ;EI sabré hacer pagar cara esta afrenta a los aborrecidos invasores sarracenos sin tem- blarie el pulso! Ya no pierde tiempo. Con insdlita agilidad y pron- ttud avisa a su gente —que le ama como a capitin va- liente— y se ponen en marcha. No estin muy lejos. peio la impaciencia pone alas a su corazin y a sus caballos en la vertiginosa carrera. Quiere ver otfa vez —aunque sea la ultima— al pueblo que le vio nacer a él. Quiere —si llega a tiempo— defenderlo contra los moros. De rodillas pediré esta gracia al Gobernador del castillo Al coronar un alcor, su aguda vista descu litario moro y cautelosamente se acerca. Astuto por oficio, indaga primero. Ya vendré la muerte si es preciso. Primero saber, esa es Ia cons'gna que mudamente transmite a su cuadrilla. Deja hablar al moro y sabe asi de su linaje, su al curnia y sus intenciones. Es Tarik, que quier= conquistar su Villa, Es Tarik, que quiere sojuzgar la belleza ce su tierra. Es Tarik, que quiere someier a Ald lo que es Dios de los cristianos; mudar el Evangelio por el Coran Resuelve matarlo, pero la escolta arabe lo impide apareciendo de pronto. No hay tiempo. Debe escurrirse ‘con astucia y avisar a Caudete y emprende veloz el ca- mino, presentdndose jadeante, cubierto de polvo ¢ in- quieto, ante los muros, pidiendo audiencia. Su valor, mil veces probado. va a sufrir la prueba més dura, Su altivez fanfarrona debe caer por el barro de sus mismos pies: su interés de brillo personal en la guerra debe dejar paso al interés comin. Desnuda su alma de torpezas, a exigencias del Gobernador y al ser reconocido, a punto ha estado de ir al cadalso, porque don Gonzalo no quiere a un bandido mezclado en las altas tareas de Ia defensa de la Patria. Mireno pone tanto ardor, tanto fuego y lealtad en sus palabras que don Gonzalo ya no duda y es admitido en el punto de mayor peligro y d2 mayor responsabilidad en Ia defensa. Mireno s6lo quiere —con su gente— gue- rrear, pelear hasta la muerte defendiendo su patria chica, y Malacara, su segundo, asiente con leve gesto a todas las 6rdenes. Saben lo que se juegan, pero no les importa. Por lo menos esta vez lo haran por algo grande, por algo hermoso: su Virgen y su Patri La historia caudetana trocé sus espinas en laureles dz gloria, El suelo iiltimo de Mireno seri guardado cternamente por nuestra gratitud, que lo revive todos los afios como una permanente ieccién del mas noble amor por la més noble de las causas. ANDRES BARON Caudete, julio de 1966, MOROS yY CRISTIANOS PTs

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