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“Muéstrame cómo te comunicas y te diré quién eres”.


¿Influye nuestro estilo comunicacional en la construcción de nuestra identidad?
Autora: María José Morales Gutiérrez

Los seres humanos como el resto de los seres vivos, somos seres
comunicacionales, como decía Smith, protagonista de la novela 1984, el ser humano “es
esencialmente un animal que se comunica; la comunicación es una de sus actividades
más antiguas” (Smith, 1984, p.63).

La comunicación es el medio de conexión entre los seres de una misma especie,


de vital importancia para transmitir e intercambiar información relevante para nuestra
propia supervivencia.

Cada vez que nos comunicamos, da igual con quien, nuestra familia, amistades,
compañeros de trabajo, gente de la calle, etc. Lo hacemos con una finalidad de poder
intercambiar información significativa para nuestras vidas.

Pero, ¿Qué significa comunicarse? ¿Cómo influyen los procesos comunicativos


en la construcción de la propia identidad?

Comunicarse es "Ese comportamiento que ocurre siempre que el significado se


atribuye a la conducta o al residuo del comportamiento. Cuando alguien observa
nuestro comportamiento o es residuos y le da sentido, la comunicación ha tenido lugar
independientemente de si nuestro comportamiento fue consciente o inconsciente,
intencional o involuntaria (Samovar, Larry, Richard Porter, 2009, p16)

El proceso de comunicación se rige por 5 principios básicos (William B.


Gudykunst, 1997):

1. La comunicación es una actividad simbólica, es decir, es una actividad


construida socialmente por las personas que comparten una determinada forma de
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cultura. La heterogeneidad cultural no impide que existan significados universalmente


comparticos en los procesos de comunicación.
2. El proceso de comunicación es un proceso de transmisión e interpretación de
mensajes. Es un proceso dinámico y bidireccional, transmitimos e interpretamos
mensaje al mismo tiempo ya que las personas son emisoras y receptoras de manera
simultánea.
3. El proceso de comunicación no tiene una única función intencional. Es posible
enviar mensajes sin haber tenido la intención de hacerlo, de la misma manera que
podemos recibir e interpretar mensajes que no fueron enviados de forma voluntaria.
Entra aquí en juego multitud de conducta nos verbales que trasmiten un mensaje.
4. En el proceso de comunicación, el emisor hace predicciones sobre los efectos
que van a producir los mensajes, se eligen estrategias de trasmisión de significados, esto
es, qué quiero decir y cómo lo voy a decir para que se trasmita realmente lo que quiero
decir.

Este principio será fundamental a la hora de analizar los diferentes estilos


comunicacionales de las personas y cómo la forma de comunicarse, influye
directamente en las relaciones interpersonales que establecen las personas.

5. Todo proceso de comunicación contiene dos dimensiones, una que incluye el


significado concreto del mensaje y, otra, que se denomina dimensión social, es decir,
que incluye características del tipo de relación social que mantienen el emisor y el
receptor, Qué digo y cómo lo digo.

De estos principios que rige el proceso de comunicación, se deriva su propia


complejidad. No basta con querer comunicarse, se necesita del conocimiento de la otra
persona para saber cómo comunicarse.

En el libro “La Comunicación Intercultural” (Rodrigo, 1999) se expone que los


seres humanos adquirimos una serie de competencias comunicativas que nos permite
relacionarnos con el entorno en el que nos movemos. Es importante pues que para que
se dé un proceso de comunicación hay que tener en cuenta numerosos elementos como
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son las formas interpretativas, el contexto de recepción del mensaje y los diferentes
estilos comunicativos que puedan existir.

De todos estos elementos a tener en cuenta a la hora de la comunicación, los


estilos comunicativos son de especial relevancia para que el acto de comunicar pueda
alcanzar el más alto grado de significación.

Habiendo quedado claro cómo se construye el proceso de comunicación, hay


que hablar ahora de cómo influye nuestra forma de comunicarnos en la construcción de
la propia identidad, identidad que debe ser analizada desde una doble dimensión, desde
la identidad cultural, la idiosincrasia del grupo social al que se pertenece y la identidad
individual, esa forma única de comunicarse de cada persona.

Imaginemos diferentes situaciones de interacciones grupales. Imaginemos un


grupo de personas tomando té. Una de las personas le pregunta a otra por sus hijos, ésta
le contesta amablemente “están muy bien, gracias”, el tono de voz utilizado por ambas
es bajo, calmado. Siguen hablando entre ellas sobre diferentes temas de forma
armoniosa, pero apenas se les oye hablar, incluso a veces se hace el silencio entre ellas
mientras siguen tomando té. Visto desde fuera podríamos pensar que se trata de una
reunión aburrida y anodina, sin embargo, si pudiéramos preguntarles, recibiríamos de
ellas la contestación de que se sienten a gusto en esa reunión y que las personas que
están con ellas con agradables y simpáticas. ¿Podríamos decir que se están
comunicando? Evidentemente sí. Para algunas culturas, las asiáticas o las del norte de
Europa por ejemplo, lo importante de la comunicación no está en lo que se dice
verbalmente, hay un intercambio de información que tiene que ver más con el lenguaje
no verbal, con un intercambio emocional, su forma de comunicarse es indirecta, el
placer de comunicarse está en la propia reunión y en la armonía que reina.

Imaginemos ahora una situación distinta, imaginemos la terraza de un bar,


alrededor de una mesa hay un grupo de personas que hablan sin parar, con un tono muy
alto de voz, se oye a alguien decir “hoy hace un día radiante”. Efectivamente, es un día
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de sol con una agradable temperatura, parece obvio pues que el día es radiante,
entonces, ¿Qué necesidad tienen de decir algo que parece obvio?

Si volviéramos a la situación anterior, este mensaje hubiera sobrado, no se


hubiera hablado por hablar. Sin embargo en esta reunión se oye conversaciones de lo
más variopinto, algunas incluso rozan lo absurdo y superfluo. En la misma reunión hay
alguna persona que no habla, está callada y el resto da por hecho que no se siente a
gusto o que es una persona aburrida y sin gracia. Si esta persona hubiera estado en el
grupo anterior que tomaba el té, sería una más del grupo y nadie pensaría de ella que se
siente mal en la reunión, es la forma de comunicarse que tiene algunas sociedades, la
española por ejemplo y la estadounidense.

Evidentemente estamos hablando de dos formas diferentes de comunicación y


estas diferencias de comportamiento comunicacional entre ambos grupos se explican
por las diferencias culturales que existen entre ambos (Hofstede, 1980).

La teoría de las Dimensiones Culturales de Hofstede ofrece un espacio de


reflexión acerca de cómo los valores culturales afectan al comportamiento
comunicaciones de las personas.

En las investigaciones llevadas a cabo por Hofstede se puede ver cómo por
ejemplo las culturas de carácter colectivista como las orientales poseen un estilo
comunicativo implícito, se valora menos la comunicación verbal y se pone más énfasis
en la comunicación no verbal. En contrapartida, culturas consideradas individualistas
como puede ser EEUU, se perciben de forma más positiva a las personas que son
habladoras (Fernández Sedano, Itziar; Carrera Levillain, Pilar; Sánchez Fernández,
2005). Las culturas individualistas se caracterizan por mantener un estilo de
comunicación directa y explícita. Lo importante en el proceso de comunicación es el
contenido del mensaje, lo que se dice, son culturas que le gustan hablar por hablar, la
argumentaciones.
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Las culturas consideras colectivistas, en contrapartida, poseen un estilo de


comunicación indirecta, ponen el énfasis en el proceso de comunicación más que en el
contenido, en el carácter retórico del acto de comunicación.

Son dos formas diferentes de manejar el acto de comunicación, una explícita de


la cultura individualista (dan importancia a la consecución de los objetivos personales)
y otra implícita de la cultura colectivista (los objetivos del grupo y su bienestar se
valoran por encima de los del individuo). La Comunicación explícita se orienta hacia el
proceso de codificación del mensaje, pone el énfasis en el emisor, mientras la
comunicación implícita está orientada hacia la decodificación, pone el foco de atención
en el receptor.

Sin embargo, estamos hablando sólo de la dimensión cultural. Hofstede apunta a


que esta dimensión es tan sólo una forma de evaluar a una cultura en concreto, una
forma de ayudar a comprender cómo las diferencias culturales son un factor que influye
sobre la construcción de la identidad comunicativa de las personas que pertenece a un
mismo grupo social (distancia de poder, individualismo versus colectivismo, evitación
de la incertidumbre, masculinidad versus feminidad, orientación a largo plazo versus
corto plazo, indulgencia frente a contención), pero no es lo único, hay que tener en
cuenta además los comportamientos individuales de las personas, sus formas concretas
de comunicarse que están directamente relacionadas con las distintas personalidades.

A la hora de hablar de cómo influye los estilos comunicativos en la construcción


de la identidad individual no hay que dejar de obviar en todo momento los factores
culturales antes mencionados, somos lo que somos en gran parte por el contexto cultural
donde nacimos y vivimos, pero también es cierto que dada la subjetividad de la propia
realidad, cada ser humano desarrolla a lo largo de su vida, unas características propias
fruto de sus propias experiencias y percepciones de la vida, del tipo de relaciones
personales que haya ido forjando por el camino.

En este sentido toca hablar entonces de las teorías de de la Identidad Social y de


la Auto-categorización del yo.
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En el ámbito de la Psicología Social, la identidad se puede definir como la idea que cada
persona tiene acerca de su individualidad y de su pertenencia o no a ciertos grupos.

Habiendo quedado claro que uno de los elementos decisivos en la construcción


de la identidad es el componente cultural, toca ahora definir cuáles son el resto de los
elementos que participan también en esta construcción.
Estos son, por un lado, el origen genético de cada persona (familia, raza, etnia). Por otro
lado hay que tener en cuenta también otros elementos socio demográficos (nivel
económico, educación, religión, etc., incluyendo también incluso la identidad de género
(Farías, 2007).

La Teoría de la Identidad Social (Tajfel & Turner, 1979) sirve para ordenar estos
elementos mencionados en la construcción de la propia identidad desde un punto de
vista comunicativo y de relaciones interpersonales.
Esta teoría se compone de cuatro elementos (Turner, Oakes, Haslam, & McGarty,
1994):
 Categorización: Los seres humanos suelen clasificarse y clasificar a los demás
en función de diferentes categorías (cultura, nacionalidad, ocupación,
habilidades sociales, profesión, etc.)
 Identificación: Los seres humanos se asociación a determinados grupos
específico con los que se identifica y reafirman su identidad.
 Comparación: Los seres humanos tienden a comparar su grupo de pertenencia
con otros grupos diferentes y suelen calificar el propio con un sesgo que le
favorece.
 Distinción Psicosocial: Cada persona suele desear que su identidad sea distinta a
la identidad del resto de las personas y, al compararla, hay una tendencia a
valorar la propia de forma más positiva que el resto.

En definitiva, el elemento clave de la Teoría de la Identidad Social está en la


premisa de que “por muy rica y compleja que sea la imagen que los individuos tienen de
sí mismos en relación con el mundo físico y social que les rodea, algunos de los
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aspectos de esa idea son aportados por la pertenencia a ciertos grupos o categorías
sociales” (Tajfel, 1981: p 255).

Por ello Tajfel propuso también la Teoría del Auto-concepto del Yo, “el
conocimiento que posee un individuo de que pertenece a determinados grupos sociales
junto a la significación emocional y de valor que tiene para él mismo dicha pertenencia”
(Tajfel, 1981; p255).

La pregunta que cabe ahora es entonces la de ¿Cómo construimos nuestra


identidad a través de nuestro comportamiento comunicacional?

Hasta ahora se ha reflexionado sobre los diferentes estilos o comportamientos


comunicacionales desde una dimensión cultural. La idea clara que ha quedado de este
análisis es que las diferencias entre estilos comunicaciones están determinadas por los
diferentes entornos culturales a los que se pertenece, las variaciones de estilos
comunicativos tienen su origen en cuestiones de índole cultural, los diferentes patrones
de construcción conjunta de significados están determinados por el entorno cultural de
las personas.

Paso a analizar ahora la dimensión individual a la hora de reflexionar sobre


estilos comunicacionales e identidad.

En todo acto comunicacional hay que diferencias entre lo qué se dice


(comportamiento adaptativo) y el cómo se dice (comportamiento estilístico) (Allport,
1961). Según esto, un comportamiento estilístico se refiere a la manera que tienen las
personas de comportarse adaptativamente al medio.
Allport planteó que todo acto del ser humano tiene una faceta expresiva que no es
intencional, que surge de manera espontánea y que es muy difícil de cambiar. Esta idea
enlaza con el concepto de hábitos comunicativos (Triandis, 1977).
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Estas facetas expresivas se relacionan directamente con los diferentes estilos


comunicativos que marcan los comportamientos comunicacionales de cada persona, su
idiosincrasia personal.

Siguiendo la línea de los hábitos comunicaciones de Triandis, cada persona


presenta al menos un patrón habitual de comportamiento comunicacional. Los estilos
comunicativos son constructos que describen las diferentes tendencias (conscientes e
inconscientes) del comportamiento comunicativo (Horvath, 1995)

Desde esta idea de los hábitos comunicacionales, pueden observarse don


tendencias generales de estilos de comunicación: La activa y la pasiva.

En la línea de la comunicación activa, se encuentran las personas que ponen el


foco de atención en el propio hecho de comunicar, prestan más atención en lo que van a
decir que en la forma de cómo lo dicen, son lo que comúnmente conocemos como
personas habladoras. Las personas con tendencia a la comunicación pasiva son aquellas
que ponen la atención más en el receptor, por lo tanto son las que cuidan más las formas
de cómo comunicarse.

Desde esta perspectiva general de estilos de comunicación, se pueden identificar


hasta 10 estilos diferentes de comunicación (Norton, 1983), las seis primeras pertenece
al tipo activo de comunicación y las cuatro últimas al estilo pasivo:

1. El Dominante: Se caracteriza por la tendencia a asumir el protagonismo de las


relaciones interpersonales y controlar la situación.
2. El Dramático: Es la persona que actúa de manera ostentosa para expresar sus
ideas a través de expresiones emocionales exageradas.
3. El Polemista: Persona que tiende a polemizar en sus actos comunicacionales,
suelen retar siempre a sus interlocutores.
4. El Animado: Se caracteriza por ser una persona que gesticula mucho en sus
actos comunicacionales.
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5. El Penetrante: Es la persona que quiere causar un impresión memorable entre


sus interlocutores.
6. El Abierto: Se identifica a esta persona por su tendencia a revelar información
personal y expresar abiertamente sus emociones.
7. El Relajado: Es la persona sobria, ecuánime a la hora de interactuar.
8. El Atento: Se caracteriza por estableces un tipo de escucha activa mandando
señales para mantener la conexión con su interlocutor.
9. El Amigable: Son las personas que siempre dan respuestas positivas a su
interlocutor para reforzar su comportamiento positivo.
10. El Preciso: Es una persona que habla de forma muy concreta y clara para no da
pie a ambigüedades.

Sin embargo esta categorización de estilos comunicacionales de Norton presenta


la ambigüedad que resulta de que estos estilos comunicativos no se suelen presentar de
forma homogénea en las personas, sino que normalmente éstas se caracterizan por la
mezcla de varios estilos, normalmente pertenecientes a la misma línea de forma de
comunicar, activa o pasiva, pero en otras ocasiones incluso pueden presentar estilos de
ambas líneas dependiendo de las circunstancias contextuales en las que se encuentre.

De esto se desprende que no existe una única forma de comunicar en las


personas, que nuestros comportamientos comunicacionales se establecen en relación a
diferentes elementos que influyen en todo acto comunicativo, como son nuestra
intención de comunicar, las emociones, nuestros mecanismos habituales a la hora de
comunicar y las limitaciones contextuales (Triandis, 1977).

Las intenciones se refiere a las órdenes que nos damos a nosotros mismo acerca
de cómo debemos comportarnos comunicacionalmente, son constructos cognitivos que
nos formamos. Estas intenciones dependen en menor o mayor grado de nuestras propias
motivaciones, conocimientos y habilidades sociales que poseemos. A veces incluso,
aunque no tengamos ninguna intención de comunicar, lo estamos haciendo.
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En cuanto al papel que juega nuestras emociones en nuestro comportamiento


comunicativo, depende de la evaluación que hagamos de la situación en la que nos
estamos comunicando, depende del posible “daño” o beneficio que percibamos en el
acto de comunicación (Lazarus, 1991).

Existen dos formas de afrontar nuestras emociones dentro de nuestro


comportamiento o estilo comunicacional, de manera conflictiva, “removiendo el
problema” como se diría en boca de Lazarus y, otra, cambiar la forma en que
interpretamos nuestras emociones, lo que implica saber manejar cognitivamente
nuestras reacciones emocionales. Ésta última es la forma más correcta a la hora de tener
una intención de comunicación efectiva, sobre todo, si lo que queremos es
comunicarnos con personas que nos son ajenas.

El elemento de mecanismos habituales se refiere a nuestros hábitos


comunicacionales. A la hora de comunicarnos, solemos tirar de los diferentes “guiones
cognitivos” que tenemos incorporados de manera automática en nuestro pensamiento.

Pero entonces, ¿cómo se relaciona la idea de identidad y comunicación?

Existen tres tipos generales de identidades (Turner, 1987): La Identidad humana


que se refiere a la imagen que tenemos de nosotros mismos como seres humanos, La
Identidad Social referida a cómo esa imagen de nosotros mismos la compartimos con
nuestros grupos de pertenencia y, por último, La Identidad Personal que hace mención a
la visión que tenemos de nosotros mismos diferenciándonos del resto de las personas,
son las características concretas que nos definen como seres únicos e irrepetibles y que
hacen referencia a nuestra personalidad.

Nuestro estilo comunicacional puede estar basado en cada una de estas


identidades. Dependiendo de las circunstancias y de las personas con las que estamos,
podemos elegir cómo definirnos comunicacionalmente hablando, podemos hacerlo
desde nuestra identidad personal, así es cómo me veo y así es cómo me comunico, o
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bien, podemos elegir nuestra identidad social y humana, me comunico de la manera que
creo que mis grupos de pertenencia esperan que lo haga.
En cualquier caso, nos posicionemos desde una u otra identidad, éstas siempre influirá
en nuestros estilos comunicacionales.

Volviendo a la idea del papel que juegan las emociones en nuestros estilos
comunicaciones y de cómo éstas dependen de la posible amenaza o beneficio que
intuyamos en nuestros actos comunicativos, vemos como el auto concepto que tenemos
de nosotros mismos también cambia.

Rescatando aquí de nuevo la Teoría de la Auto-categorización del Yo (Tajfel,


1978), cuando percibimos que los objetivos de nuestra intención comunicacional están
amenazados, tenemos una tendencia a intentar mejorar la forma en que nos vemos para
mejorar la forma en que nos ve los demás.
Tajfel afirma que una de las formas que tenemos de compararnos positivamente con el
resto de las personas es sintiéndonos inferiores a ellas cuando sentimos que nuestro
intención de comunicar está amenazada. Por el contrario, si intuimos el beneficio de
nuestra intención comunicativa, tendemos a sentirnos superiores. Esta dualidad de
inferioridad/superioridad tiene que ver con la propia personalidad y carácter
desarrollado.

Otro estilo de comunicación es el que se refiere al grado de hostilidad que


expresamos cuando nos comunicamos. Tendemos a volvernos más agresivos
comunicacionalmente hablando con las personas que no pertenecen a nuestro grupo o
cultura. Aquí se pone en juego nuestras habilidades sociales para intuir las necesidades
de los otros grupos y rebajar nuestro grado de hostilidad comunicacional, esta idea
enlaza de nuevo con el elemento de categorización de la Teoría de la Identidad Social
de Tajfel.

Concluyendo y haciendo una síntesis de todo el ensayo, podemos afirmar que la


construcción de nuestra identidad y nuestra forma de comunicarnos van de la mano, se
retroalimentan y, que ambos elementos, están directamente influenciados por una doble
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dimensión. Gran parte de lo que somos, de cómo nos relacionamos y comunicamos va a


depender siempre del contexto en el que hayamos crecido, de la identidad cultural del
grupo al que pertenezcamos y, al mismo tiempo, de la idea de que nos hayamos forjados
de nosotros mismos en relación a esos grupos con los que interactuamos
constantemente, podemos ser del grupo que toman té tranquilamente y en armonía, o del
grupo que vociferan a “grito pelado”.

Nuestro instinto gregario nos invita, en otras ocasiones casi nos obliga, a
relacionarnos y comunicarnos primero con los que son de nuestra especie (identidad
humana) y con los que son de nuestros grupos, nuestra cultura, ideas, creencias…
(identidad social).
Y todo eso puesto en relación con la propia identidad personal, con la imagen que yo
tengo de mí misma, de cómo me percibo, cómo me siento, qué emociones surgen en
cada contexto comunicativo. Y esa identidad propia comunicativa va a depender mucho
de cómo me sitúe yo como emisora con respecto al receptor o receptores, de cómo los
perciba, entrando en juego aquí la dimensión emocional.

Poniéndome yo misma como ejemplo, el auto concepto de mi yo depende


totalmente de esta relación emisor-receptor. Si le preguntáramos al grupo con el que he
compartido el máster, seguramente dirían que soy de aquellas personas que decía
Lazarus que “remueven los problemas”. Si, lo reconozco, mi estilo comunicacional en
muchas ocasiones es demasiado directo y con buenos tintes de conflictividad, podría
pasar por un perfil de agresiva.
Y es que mi hábito comunicacional cuando percibo al grupo como algo hostil, tiende a
esa forma de comunicarme, tajante, rotunda, poco empática quizás.

En otras ocasiones, cuando el contexto se presta, puedo ser lo que se suele decir
como “políticamente correcta”, manejo bien mis reacciones a nivel cognitivo y tengo la
gran habilidad de adaptarme de los diferentes receptores que me rodean.

Y en otra muchas ocasiones, me percibo como una mujer con un estilo


comunicacional afectivo, tierno, respetuoso… son esos momentos en los que no me
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siento amenazada por nada ni nadie, siento la atención empática del receptor, su escucha
activa y afectuosa y rápidamente mi cuerpo, mi mente y mi alma se ablanda y se abre a
dar y recibir desde ese mismo lugar.

Y es que en realidad, como diría Jorge Drexler, “cada uno da lo que recibe y
luego recibe lo que da”.

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