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Teología (del griego θεος [theos], ‘Dios’, y λογος [logos], ‘estudio’, ‘razonamiento’, por lo
que significaría ‘el estudio de Dios’ y, por ende, ‘el estudio de las cosas o hechos
relacionados con Dios; es el estudio y conjunto de conocimientos acerca de la divinidad.
- Fuentes: sus criterios de verdad son la razón humana y la Revelación divina, que es la
Palabra de Dios1, transmitida e interpretada por la Iglesia (comunidad de creyentes) bajo
la autoridad del Magisterio2 y acogida por la Fe.
La fe y la razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano
se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el
deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y
amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo (cf. Ex 33, 18; Sal 27
[26], 8-9; 63 [62], 2-3; Jn 14, 8; 1 Jn 3, 2).
1.d) Dimensión antropológica: ¿Qué es el hombre? ¿Quién soy yo? 1.e) El ser humano es
un sujeto personal. Deseo de Infinito. La cuestión del sentido.
Para hablar de Dios hoy tenemos que partir de nuestra propia experiencia de ser
hombres. Para adentrarnos en este tema de la introducción, les propongo leer del libro,
El Catecismo de la Iglesia Católica (CEC 27- 30) afirma que: El Hombre es por naturaleza
y por vocación un ser religioso. El deseo de Dios está inscripto en el corazón del hombre,
porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no deja de atraer al hombre
hacía sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar:
De múltiples maneras, en su historia, y hasta el día de hoy, los hombres han expresado
su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos
(oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las ambigüedades que
pueden entrañar, estas formas de expresión son tan universales que se pueden llamar al
hombre un ser religioso.
Pero esta “unión íntima y vital con Dios” puede ser olvidada, desconocida e incluso
rechazada explícitamente por el hombre. Tales actitudes pueden tener orígenes muy
diversos:
- la actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta de Dios (ver Gen 3, 8- 10) y
huye ante su llamada (ver Jon 1, 3).
Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a
buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el
esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, un corazón recto, y también el
testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios.
Nos has hecho para ti Señor y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti
(San Agustín).
La palabra “religión” viene del latín “re-ligio”, y tiene que ver con “ligar”, “ligamento”.
Significa entonces el hecho y el modo en que Dios y el hombre se “ligan”, se relacionan y
se comunican.
Es un hecho de que existen religiones, desde que hay seres humanos sobre la tierra. La
historia muestra que ni las persecuciones más crueles pudieron acabar con ellas. Un
ejemplo es la fe que, a pesar del adoctrinamiento ateo y las amenazas y torturas,
sobrevivió en los países de la ex Unión Soviética, o también en China.
Ya el antiguo escritor romano Cicerón afirmó que no existe una nación sin religión. El
hombre no se puede entender a sí mismo sin Dios. En el fondo, nadie puede vivir sin
Dios. Toda la vida del hombre es una búsqueda de Dios. Esta relación con Dios puede ser
ignorada, pero jamás puede ser eliminada. Hasta los abversarios que combaten la
religión, hacen ver, justamente con su agresividad, que, interiormente, no han terminado
el capítulo que trata de Dios. A ellos también les inquieta el tema de Dios.
La pregunta que surge es: Si Dios es el mismo, y todos los que tienen fe creen en el
mismo Dios ¿Por qué entonces hay tantas religiones distintas?
Mas allá de las divergencias, todas la religiones tienen en común el hecho que son un
intento de buscar a Dios, de adorarlo yde orientar la vida según su voluntad. Por eso
todas las religiones merecen respeto. La Iglesia “no rechaza nada de todo lo que hay de
verdadero y sagrado en esas religiones” (Concilio Vaticano II).
Las religiones no son un problema sino la solución. Con facilidad nos damos cuenta de
que hoy es urgente que todas las religiones unan sus esfuerzos para favorecer la justicia,
la solidaridad y la paz en el mundo. Esto exige el compromiso común por el desarrollo
integral de todos los pueblos.
Santo Tomás de Aquino (teólogo del S. XIII) en el artículo I q 2 art III de su Suma
Teológica, argumenta la existencia de Dios como Creador, con un razonamiento que parte
de la forma de ser y actuar de las cosas y personas creadas. Las criaturas no son sólo
huella del Creador, sino que lo reflejan, nos dicen cómo es Dios. Por la razón podemos
entonces conocer a Dios como Creador. Como el conocimiento está limitado por una
naturaleza dañada por el pecado puede caer en el error. Por ello será necesaria la
revelación divina para conocer sin error lo que el hombre de por sí puede conocer de Dios.
También será necesaria la revelación para penetrar en el misterio de Dios en sí.
En este artículo plantea cinco vías para llegar al conocimiento de Dios por un razonamiento
que va de lo más conocido a lo más desconocido.
No resulta fácil encontrar sinónimos para reemplazar “de lo más conocido y a lo más
desconocido” sin un conocimiento básico de filosofía. Se advierte a los alumnos que NO
usen sustitutivos. Solo para la reflexión les indico algunas comparaciones aceptables: de lo
más particular a lo más esencial, de lo visible a lo invisible, de lo más complejo a lo más
simple, de lo múltiple a lo uno. No sería admisible reemplazar con expresiones como de lo
concreto a lo abstracto o de lo particular a lo general, ya que Dios no es una idea abstracta
o general.
1º Si de dos contrarios uno fuese infinito, el otro se destruye todo. Pero bajo el nombre de
Dios se entiende un Bien infinito. Por consiguiente, si Dios existe, el mal no puede existir;
más, como el mal existe en el mundo, Dios no existe.
2º Lo que puede explicarse con pocos principios, no debe explicarse por muchos. Pero
parece que cuanto vemos en el mundo puede ser explicado por otros principios, supuesto
que Dios no exista; porque las cosas naturales se reducen a un principio, que es la natura;
y las morales se reducen a un principio, que es la razón o la voluntad humana. Luego, no
es necesario admitir la existencia de Dios.
Contra esto en la Escritura Sagrada dice Dios (Ex. 3,14): Yo soy el que ES.
Respondo diciendo que la existencia de Dios puede demostrarse por cinco vías:
La primera y más evidente vía es la del motor, porque es cierto y es visible que en el
mundo algo se mueve, es decir, cambia. Todo lo que se mueve, se mueve por otro. Nada
en efecto se mueve si no está en potencia a aquello para donde se mueve. Y nadie mueve
sino en cuanto está en acto. Pues mover no es otra cosa sino educir de potencia en acto,
como lo actualmente cálido, por ejemplo, el fuego, hace que lo potencialmente cálido,
como la leña, se vuelva cálido en acto; y esto haciendo la mueve, es decir, la altera. Mas
no es posible que el mismo ser esté a la vez en acto y en potencia, a no ser en planos
diferentes; porque lo que es cálido en acto, no puede serlo al mismo tiempo en potencia,
pero es frío en potencia. Por consiguiente, es imposible que el mismo ser mueva y sea
movido en el mismo concepto y del mismo modo, o sea que se mueva a sí mismo; y por lo
tanto es necesario que todo lo que se mueve sea movido por otro. Si pues el que mueve él
mismo es movido, es preciso que lo sea de otro, y éste de otro. Mas no es posible ir así al
infinito; porque en este caso no habría primer motor, y por consecuencia tampoco habría
moto; porque los segundos motores no mueven, sino en cuanto son movidos por un
primero. Así un bastón no se mueve, sino cuando le mueve la mano que se sirve de él. Por
consiguiente, es preciso remontarse a un primer motor, que no sea movido por otro, y este
primer motor es el que todo el mundo llama Dios.
ni es posible que para las causas eficientes se remonte uno de causa en causa en serie
infinita; puesto que en todas las causas eficientes ordenadas la primera es causa de la
media, y ésta de la última; ya sea que las causas medias sean muchas, o que solamente
haya una. Pero quitada la causa, se quita también el efecto: luego, si en las eficientes no
se admite una primera causa, no hay ni puede haber última ni media. Ahora bien: si por
medio de las eficientes se remonta uno de causa en causa hasta el infinito, no habría
causa eficiente primera, y por consecuencia no habría ni último efecto, ni causas eficientes
medias: lo que evidentemente es falso. Luego es necesario admitir una primera causa
eficiente, y ésta es la que todo el mundo llama Dios.
La quinta vía está tomada del gobierno del mundo. En efecto: vemos que seres
desprovistos de inteligencia, como los cuerpos naturales, obran de un modo conforme a un
fin; pues se les ve siempre, o regularmente, obrar del mismo modo, hacia lo mejor: de
donde se ve que no por casualidad, sino por intención llegan a su propio fin. Los seres
desprovistos de conocimiento no tienden a un fin, sino en tanto que son dirigidos por un ser
inteligente, que lo conoce; como la flecha es dirigida por el arquero. Luego, hay un ser
inteligente, que conduce todas las cosas naturales a su fin; y éste llamamos Dios.
Conclusión:
A la objeción 1ª diremos, que como dice San Agustín ( In Enchirid. c. 11), siendo Dios
soberanamente bueno, no permitiría que hubiese nada malo en sus obras, si no tuviese
suficiente poder y bondad para sacar del mal el bien. A su bondad infinita pertenece, pues,
permitir que exista el mal, y obtener el bien.
A la objeción 2ª, que , obrando la natura por un fin determinado bajo la dirección de un
agente superior, es necesario que se refieran a Dios, como a su causa primordial, todas las
cosas hechas por la naturaleza. Del mismo modo, todo cuanto se hace deliberadamente,
debe estar en relación con una causa más elevada que la razón y la voluntad humana;
porque éstas son mudables y defectibles, y todo lo que es movible y defectible debe
reducirse a un primer principio inmóvil y necesario por sí, como lo hemos demostrado.”
CAPÍTULO 1
¿Qué es el hombre? ¿Quién soy yo?
1
Quisiera traducir aquí en términos lo más claros posible lo que el teólogo alemán Karl Rahner (1904 1984) ha llamado «la
experiencia trascendental» del hombre es decir la experiencia que cada uno de nosotros tenemos de un dinamismo interior de una
«trascendencia» que nos traspasa y supera sien pre Cf su libro Curso fundamental sobre la fe Herder Barcelona 1989.
2
B PASCAL Pensees 200 (Lafuma) o 347 (Brunschvicg).
3
No es una afirmación gratuita puesto que existe en este punto un consenso muy amplio en los medios científicos Haría falta
todo un libro para explicar estas cosas y no es el objetivo de este.
4
Hoy la angustia ecológica anida en todos nosotros El hombre se enfrenta a su responsabilidad y a su libertad en el uso de los
descubrimientos y de la naturaleza Pero, ¿no nos olvidamos de que en los países llamados desarrolla dos estamos en presencia de
una naturaleza casi completamente domesticada y «humanizada» por muchos milenios de trabajo humano7 Basta ir a ciertos
lugares de África o Asia para tomar contacto con la naturaleza llamada «virgen» Su carácter salvaje causa a veces miedo Pero hoy
estamos descubriendo que los mejores progresos científicos y técnicos chocan con la limitación de los recursos naturales,
reservándonos para un próximo futuro decisiones difíciles.
5
Pongamos todavía otro ejemplo de la manifestación de este polo subjetivo (podría decirse originario, puesto que es el origen
de todos nuestros estados de conciencia) y de este desdoblamiento del yo Supongamos un novio que está escribiendo a su novia
Quiere expresarle los sentimientos profundos que ella le inspira Pero esos sentimientos son muy difíciles de expresar Al cabo de
algunas frases, el joven siente la tentación de romper la carta pensando no es esto lo que yo quería decir, lo que he escrito es
ridículo, ¿qué va a pensar de mi? Quizá intente hacerse poeta no, es peor aún Algo en el le advierte de la distancia que hay entre
sus sentimientos y la expresión de los mismos Ocurre lo mismo con el pintor decepcionado con su cuadro, con el científico
insatisfecho con su experimento, con el escritor descontento con el comienzo de su novela La conciencia de la inadecuación entre
la realización y la intención pone de manifiesto la existencia en nosotros de ese polo indefinible, que se nos escapa y que al mismo
tiempo nos sirve de medida para juzgar lo que hacemos.
6
B PASCAL, Pensees 131 (Lafuma) o 434 (Brunschvicg).
7
R. ARON, Mémoires, Julliard, París 1983, 751 (trad. esp., Memorias, Alianza, Madrid 1985).
8
Quien decía en síntesis no arriesgo nada optando por Dios y la vida eterna si existen, he seguido la opción adecuada, si no
existen, en nada salgo perjudicado.
9
H. DE LUBAC, Le mystere du surnaturel, DDB, París 1965, 149 (trad. esp., Misterio de lo sobrenatural, Encuentro, Madrid
1991).
10
ID Sur les chemms de Dieu Cerf París 1983 11 (trad esp Por los caminos de Dios Encuentro Madrid 1993).
11
Ib 19 20.
12
SAN AGUSTÍN, Confesiones I, 1 1, San Pablo, Madrid 1998.
13
El análisis propuesto se ha dirigido ante todo al individuo, pero es claro que vale igualmente para las sociedades humanas
Así, mismo podría haberse hecho partiendo de la dinámica de nuestra acción como hiciera ya Maurice Blondeí a finales del siglo
XIX.
________________________________________________________________________________________________________
Introducción a la Revelación Divina
I- La revelación de Dios.
Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de
sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún
modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación Divina.
1
Concilio Vaticano II, Dei Verbum,2.
“A sí mismo”.
En consecuencia, por esta revelación Dios invisible, habla a los hombres como
amigos, movido por su gran amor, y mora con ellos, para invitarlos a su comunicación y
recibirlos en su compañía.
2
Concilio Vaticano II, Dei Verbum,2.
Desde el principio, Dios se manifiesta a Adán y Eva, nuestros primeros padres, y les
invita a una intima comunión con Él. Después de la caída, Dios no interrumpe su
revelación, y les promete la salvación para toda su descendencia. Después del diluvio,
establece con Noé una alianza que abraza a todos los seres vivientes.
Dios escogió a Abraham llamándolo a abandonar su tierra para hacer de él “el padre
de una multitud de naciones” (Gn 17, 5), y prometiéndole bendecir en él a “todas las
naciones de la tierra” (Gn 12, 3). Los descendientes de Abraham serán los depositarios de
las promesas divinas hechas a los patriarcas.
3
Cf Jr 31, 31-34; Hb 10, 16.
4
Cf Ez 36.
5
Cf Is 49, 5- 6; 53, 11.
“La economía cristiana, por ser alianza nueva y definitiva nunca cesará y no hay que
esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro
Señor Jesucristo”7. Con la venida del Hijo y el don del Espíritu, la Revelación ya se ha
cumplido plenamente, aunque no está completamente explicitada, la fe de la Iglesia
deberá comprender gradualmente todo su alcance a lo largo de los siglos.
6
Hb 1,1- 2.
7
Concilio Vaticano II, Dei Verbum,4 b.
Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”
(1 Tim 2, 4), es decir, al conocimiento de Cristo Jesús. Es preciso, pues, que Cristo sea
anunciado a todos los hombres, según su propio mandato: “Vayan, entonces, y hagan que
todos los pueblos sean mis discípulos …” (Mt 28, 19). Esto se lleva a cabo mediante la
Tradición Apostólica.
“Dispuso Dios benignamente que lo que había revelado para la salvación de los
hombres permaneciera íntegro para siempre y se fuera transmitiendo a todas las
generaciones. Por eso Cristo nuestro Señor (…) mandó a los apóstoles que
predicaran a todos los hombres (Mt 28, 19- 20; Mc 16, 15) el Evangelio,
comunicándoles los dones divinos. Este Evangelio, prometido antes por los profetas, lo
completó El y lo promulgo con su propia boca, como fuente de toda verdad salvadora y de
la ordenación de las costumbres. Lo cual fue realizado fielmente, tanto por los
apóstoles, que en la predicación oral comunicaron con ejemplos e instituciones lo
que habían recibido por la palabra, por la convivencia y por las obras de Cristo, o
habían aprendido por la inspiración del Espíritu Santo (…)8.
8
Concilio Vaticano II, Dei Verbum, 7 a.
9
Concilio Vaticano II, Dei Verbum, 7 b.
La Tradición de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite lo que
éstos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el
Espíritu Santo.
Escritura, Tradición y Magisterio están estrechamente unidos entre sí, que ninguno
de ellos existe sin los otros. Juntos, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen
eficazmente, cada uno a su modo, a la salvación de los hombres.
Decimos que la Sagrada Escritura enseña la verdad porque Dios es su autor: por eso
decimos que está inspirada y enseña sin error las verdades necesarias para nuestra
salvación. El Espíritu Santo ha inspirado, en efecto, a los autores humanos de la Sagrada
Escritura, los cuales han escrito lo que el Espíritu ha querido enseñarnos. La fe cristiana,
sin embargo, no es una religión del libro, sino de la Palabra de Dios, que no es una
palabra escrita y muda, sino el Verbo encarnado y vivo.
La Sagrada Escritura debe ser leída e interpretada con la ayuda del Espíritu Santo y
bajo la guía del Magisterio de la Iglesia, según tres criterios: 1) atención al contenido y a la
unidad de toda la Escritura; 2) lectura de la Escritura en la Tradición viva de la Iglesia; 3)
respecto a la cohesión entre las verdades de la fe.
Los cristianos veneran el Antiguo Testamento como verdadera Palabra de Dios: todos
sus libros están divinamente inspirados y conservan un valor permanente, dan testimonio
de la pedagogía divina del amor salvífico de Dios, y han sido escritos sobre todo para
preparar la venida de Cristo Salvador del mundo.
La Sagrada Escritura proporciona apoyo y vigor a la vida de la Iglesia. Para sus hijos,
firmeza de la fe, alimento y manantial de la vida espiritual. Es el alma de la teología y de la
predicación pastoral. Por eso la Iglesia exhorta a la lectura frecuente de la Sagrada
Escritura, pues “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo” (San Jeronimo)
PROEMIO
1. El Santo Concilio, escuchando religiosamente la palabra de Dios y proclamándola confiadamente, hace cuya la
frase de San Juan, cuando dice: "Os anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y se nos manifestó: lo que
hemos visto y oído os lo anunciamos a vosotros, a fin de que viváis también en comunión con nosotros, y esta
comunión nuestra sea con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn., 1,2-3). Por tanto siguiendo las huellas de los
Concilios Tridentino y Vaticano I, se propone exponer la doctrina genuina sobre la divina revelación y sobre su
transmisión para que todo el mundo, oyendo, crea el anuncio de la salvación; creyendo, espere, y esperando, ame.
CAPÍTULO I
LA REVELACIÓN EN SÍ MISMA
2. Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los
hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la
naturaleza divina. En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por
su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. Este plan de la
revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por
Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las
palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas. Pero la verdad íntima acerca de
Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y
plenitud de toda la revelación
3. Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas,
y, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros
padres ya desde el principio. Después de su caída alentó en ellos la esperanza de la salvación, con la promesa de la
redención, y tuvo incesante cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación
con la perseverancia en las buenas obras. En su tiempo llamó a Abraham para hacerlo padre de un gran pueblo, al que
luego instruyó por los Patriarcas, por Moisés y por los Profetas para que lo reconocieran Dios único, vivo y verdadero,
Padre providente y justo juez, y para que esperaran al Salvador prometido, y de esta forma, a través de los siglos, fue
preparando el camino del Evangelio.
4. Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los Profetas, "últimamente, en estos días, nos
habló por su Hijo". Pues envió a su Hijo, es decir, al Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que viviera
entre ellos y les manifestara los secretos de Dios; Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, "hombre enviado, a los
hombres", "habla palabras de Dios" y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió. Por tanto, Jesucristo -
ver al cual es ver al Padre-, con su total presencia y manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros,
y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío del Espíritu de
verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino que vive en Dios con nosotros para librarnos de las
tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna.
La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará, y no hay que esperar ya ninguna
revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Tim., 6,14; Tit., 2,13).
5. Cuando Dios revela hay que prestarle "la obediencia de la fe", por la que el hombre se confía libre y totalmente a
Dios prestando "a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad", y asintiendo voluntariamente a la
revelación hecha por El. Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que proviene y ayuda, a los auxilios
internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da "a todos la
suavidad en el aceptar y creer la verdad". Y para que la inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo
Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones.
6. Mediante la revelación divina quiso Dios manifestarse a Sí mismo y los eternos decretos de su voluntad acerca de la
salvación de los hombres, "para comunicarles los bienes divinos, que superan totalmente la comprensión de la
inteligencia humana".
Confiesa el Santo Concilio "que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con seguridad por la luz
natural de la razón humana, partiendo de las criaturas"; pero enseña que hay que atribuir a Su revelación "el que todo
lo divino que por su naturaleza no sea inaccesible a la razón humana lo pueden conocer todos fácilmente, con certeza
y sin error alguno, incluso en la condición presente del género humano.
CAPITULO II
7. Dispuso Dios benignamente que todo lo que había revelado para la salvación de los hombres permaneciera íntegro
para siempre y se fuera transmitiendo a todas las generaciones. Por ello Cristo Señor, en quien se consuma la
revelación total del Dios sumo, mandó a los Apóstoles que predicaran a todos los hombres el Evangelio,
comunicándoles los dones divinos. Este Evangelio, prometido antes por los Profetas, lo completó El y lo promulgó
con su propia boca, como fuente de toda la verdad salvadora y de la ordenación de las costumbres. Lo cual fue
realizado fielmente, tanto por los Apóstoles, que en la predicación oral comunicaron con ejemplos e instituciones lo
que habían recibido por la palabra, por la convivencia y por las obras de Cristo, o habían aprendido por la inspiración
del Espíritu Santo, como por aquellos Apóstoles y varones apostólicos que, bajo la inspiración del mismo Espíritu,
escribieron el mensaje de la salvación.
Mas para que el Evangelio se conservara constantemente íntegro y vivo en la Iglesia, los Apóstoles dejaron como
sucesores suyos a los Obispos, "entregándoles su propio cargo del magisterio". Por consiguiente, esta sagrada
tradición y la Sagrada Escritura de ambos Testamentos son como un espejo en que la Iglesia peregrina en la tierra
contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta que le sea concedido el verbo cara a cara, tal como es (cf. 1 Jn., 3,2).
La Sagrada Tradición
8. Así, pues, la predicación apostólica, que está expuesta de un modo especial en los libros inspirados, debía
conservarse hasta el fin de los tiempos por una sucesión continua. De ahí que los Apóstoles, comunicando lo que de
ellos mismos han recibido, amonestan a los fieles que conserven las tradiciones que han aprendido o de palabra o por
escrito, y que sigan combatiendo por la fe que se les ha dado una vez para siempre. Ahora bien, lo que enseñaron los
Apóstoles encierra todo lo necesario para que el Pueblo de Dios viva santamente y aumente su fe, y de esta forma la
Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo
lo que cree.
Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo: puesto que va
creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los
creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya
por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la
Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se
cumplan las palabras de Dios.
Las enseñanzas de los Santos Padres testifican la presencia viva de esta tradición, cuyos tesoros se comunican a la
práctica y a la vida de la Iglesia creyente y orante. Por esta Tradición conoce la Iglesia el Canon íntegro de los libros
sagrados, y la misma Sagrada Escritura se va conociendo en ella más a fondo y se hace incesantemente operativa, y de
esta forma, Dios, que habló en otro tiempo, habla sin intermisión con la Esposa de su amado Hijo; y el Espíritu Santo,
por quien la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia, y por ella en el mundo, va induciendo a los creyentes en la
verdad entera, y hace que la palabra de Cristo habite en ellos abundantemente (cf. Col., 3,16).
9. Así, pues, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo
ambas de la misma divina fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es
la palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la Sagrada Tradición
transmite íntegramente a los sucesores de los Apóstoles la palabra de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el
Espíritu Santo para que, con la luz del Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la expongan y la difundan con su
predicación; de donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas
las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad.
10. La Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios,
confiado a la Iglesia; fiel a este depósito todo el pueblo santo, unido con sus pastores en la doctrina de los Apóstoles y
en la comunión, persevera constantemente en la fracción del pan y en la oración (cf. Act., 8,42), de suerte que prelados
y fieles colaboran estrechamente en la conservación, en el ejercicio y en la profesión de la fe recibida.
Pero el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al
Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no
está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y
con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este
único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer.
Es evidente, por tanto, que la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el designio
sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que,
juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas.
CAPÍTULO III
11. Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por
inspiración del Espíritu Santo. la santa Madre Iglesia, según la fe apostólica, tiene por santos y canónicos los libros
enteros del Antiguo y Nuevo Testamento con todas sus partes, porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo,
tienen a Dios como autor y como tales se le han entregado a la misma Iglesia. Pero en la redacción de los libros
sagrados, Dios eligió a hombres, que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando El en
ellos y por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que El quería.
Pues, como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado por el Espíritu
Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que
Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación. Así, pues, "toda la Escritura es divinamente
inspirada y útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea
perfecto y equipado para toda obra buena" (2 Tim., 3,16-17).
Cómo hay que interpretar la Sagrada Escritura
12. Habiendo, pues, hablando dios en la Sagrada Escritura por hombres y a la manera humana, para que el intérprete
de la Sagrada Escritura comprenda lo que El quiso comunicarnos, debe investigar con atención lo que pretendieron
expresar realmente los hagiógrafos y plugo a Dios manifestar con las palabras de ellos.
Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que atender a "los géneros literarios". Puesto que
la verdad se propone y se expresa de maneras diversas en los textos de diverso género: histórico, profético, poético o
en otros géneros literarios. Conviene, además, que el intérprete investigue el sentido que intentó expresar y expresó el
hagiógrafo en cada circunstancia según la condición de su tiempo y de su cultura, según los géneros literarios usados
en su época. Pues para entender rectamente lo que el autor sagrado quiso afirmar en sus escritos, hay que atender
cuidadosamente tanto a las formas nativas usadas de pensar, de hablar o de narrar vigentes en los tiempos del
hagiógrafo, como a las que en aquella época solían usarse en el trato mutuo de los hombres.
Y como la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió para sacar el
sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender no menos diligentemente al contenido y a la unidad de toda la
Sagrada Escritura, teniendo en cuanta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe. Es deber de los
exegetas trabajar según estas reglas para entender y exponer totalmente el sentido de la Sagrada Escritura, para que,
como en un estudio previo, vaya madurando el juicio de la Iglesia. Por que todo lo que se refiere a la interpretación de
la Sagrada Escritura, está sometido en última instancia a la Iglesia, que tiene el mandato y el ministerio divino de
conservar y de interpretar la palabra de Dios.
Condescendencia de Dios
13. En la Sagrada Escritura, pues, se manifiesta, salva siempre la verdad y la santidad de Dios, la admirable
"condescendencia" de la sabiduría eterna, "para que conozcamos la inefable benignidad de Dios, y de cuánta
adaptación de palabra ha uso teniendo providencia y cuidado de nuestra naturaleza". Porque las palabras de Dios
expresadas con lenguas humanas se han hecho semejantes al habla humana, como en otro tiempo el Verbo del Padre
Eterno, tomada la carne de la debilidad humana, se hizo semejante a los hombres.
CAPÍTULO IV
EL ANTIGUO TESTAMENTO
14. Dios amantísimo, buscando y preparando solícitamente la salvación de todo el género humano, con singular favor
se eligió un pueblo, a quien confió sus promesas. Hecho, pues, el pacto con Abraham y con el pueblo de Israel por
medio de Moisés, de tal forma se reveló con palabras y con obras a su pueblo elegido como el único Dios verdadero y
vivo, que Israel experimentó cuáles eran los caminos de Dios con los hombres, y, hablando el mismo Dios por los
Profetas, los entendió más hondamente y con más claridad de día en día, y los difundió ampliamente entre las gentes.
La economía, pues, de la salvación preanunciada, narrada y explicada por los autores sagrados, se conserva como
verdadera palabra de Dios en los libros del Antiguo Testamento; por lo cual estos libros inspirados por Dios conservan
un valor perenne: "Pues todo cuanto está escrito, para nuestra enseñanza, fue escrito, a fin de que por la paciencia y
por la consolación de las Escrituras estemos firmes en la esperanza" (Rom. 15,4).
15. La economía del Antiguo Testamento estaba ordenada, sobre todo, para preparar, anunciar proféticamente y
significar con diversas figuras la venida de Cristo redentor universal y la del Reino Mesiánico. mas los libros del
Antiguo Testamento manifiestan a todos el conocimiento de Dios y del hombre, y las formas de obrar de Dios justo y
misericordioso con los hombres, según la condición del género humano en los tiempos que precedieron a la salvación
establecida por Cristo. Estos libros, aunque contengan también algunas cosas imperfectas y adaptadas a sus tiempos,
demuestran, sin embargo, la verdadera pedagogía divina. Por tanto, los cristianos han de recibir devotamente estos
libros, que expresan el sentimiento vivo de Dios, y en los que se encierran sublimes doctrinas acerca de Dios y una
sabiduría salvadora sobre la vida del hombre, y tesoros admirables de oración, y en los que, por fin, está latente el
misterio de nuestra salvación.
16. Dios, pues, inspirador y autor de ambos Testamentos, dispuso las cosas tan sabiamente que el Nuevo Testamento
está latente en el Antiguo y el Antiguo está patente en el Nuevo. Porque, aunque Cristo fundó el Nuevo Testamento en
su sangre, no obstante los libros del Antiguo Testamento recibidos íntegramente en la proclamación evangélica,
adquieren y manifiestan su plena significación en el Nuevo Testamento, ilustrándolo y explicándolo al mismo tiempo.
CAPÍTULO V
EL NUEVO TESTAMENTO
17. La palabra divina que es poder de Dios para la salvación de todo el que cree, se presenta y manifiesta su vigor de
manera especial en los escritos del Nuevo Testamento. Pues al llegar la plenitud de los tiempos el Verbo se hizo carne
y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad. Cristo instauró el Reino de Dios en la tierra, manifestó a su Padre
y a Sí mismo con obras y palabras y completó su obra con la muerte, resurrección y gloriosa ascensión, y con la
misión del Espíritu Santo. Levantado de la tierra, atrae a todos a Sí mismo, El, el único que tiene palabras de vida
eterna. pero este misterio no fue descubierto a otras generaciones, como es revelado ahora a sus santos Apóstoles y
Profetas en el Espíritu Santo, para que predicaran el Evangelio, suscitaran la fe en Jesús, Cristo y Señor, y congregaran
la Iglesia. De todo lo cual los escritos del Nuevo Testamento son un testimonio perenne y divino.
18. Nadie ignora que entre todas las Escrituras, incluso del Nuevo Testamento, los Evangelios ocupan, con razón, el
lugar preeminente, puesto que son el testimonio principal de la vida y doctrina del Verbo Encarnado, nuestro
Salvador.
La Iglesia siempre ha defendido y defiende que los cuatro Evangelios tienen origen apostólico. Pues lo que los
Apóstoles predicaron por mandato de Cristo, luego, bajo la inspiración del Espíritu Santo, ellos y los varones
apostólicos nos lo transmitieron por escrito, fundamento de la fe, es decir, el Evangelio en cuatro redacciones, según
Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
19. La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que los cuatro referidos Evangelios, cuya
historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y
enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo. Los Apóstoles, ciertamente,
después de la ascensión del Señor, predicaron a sus oyentes lo que El había dicho y obrado, con aquella crecida
inteligencia de que ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de
verdad. Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se
trasmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las Iglesias,
reteniendo por fin la forma de proclamación de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de
Jesús. Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes "desde el principio
fueron testigos oculares y ministros de la palabra" para que conozcamos "la verdad" de las palabras que nos enseñan
(cf. Lc., 1,2-4).
20. El Canon del Nuevo Testamento, además de los cuatro Evangelios, contiene también las cartas de San Pablo y
otros libros apostólicos escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, con los cuales, según la sabia disposición de
Dios, se confirma todo lo que se refiere a Cristo Señor, se declara más y más su genuina doctrina, se manifiesta el
poder salvador de la obra divina de Cristo, y se cuentan los principios de la Iglesia y su admirable difusión, y se
anuncia su gloriosa consumación.
El Señor Jesús, pues, estuvo con los Apóstoles como había prometido y les envió el Espíritu Consolador, para que los
introdujera en la verdad completa (cf. Jn., 16,13).
CAPÍTULO VI
21. la Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de
tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo,
sobre todo en la Sagrada Liturgia. Siempre las ha considerado y considera, juntamente con la Sagrada Tradición, como
la regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican
inmutablemente la palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y
de los Apóstoles.
Es necesario, por consiguiente, que toda la predicación eclesiástica, como la misma religión cristiana, se nutra de la
Sagrada Escritura, y se rija por ella. Porque en los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a
sus hijos y habla con ellos; y es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de
la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual. Muy a
propósito se aplican a la Sagrada Escritura estas palabras: "Pues la palabra de Dios es viva y eficaz", "que puede
edificar y dar la herencia a todos los que han sido santificados".
22. Es conveniente que los cristianos tengan amplio acceso ala Sagrada Escritura. Por ello la Iglesia ya desde sus
principios, tomó como suya la antiquísima versión griega del Antiguo Testamento, llamada de los Setenta, y conserva
siempre con honor otras traducciones orientales y latinas, sobre todo la que llaman Vulgata. Pero como la palabra de
Dios debe estar siempre disponible, la Iglesia procura, con solicitud materna, que se redacten traducciones aptas y
fieles en varias lenguas, sobre todo de los textos primitivos de los sagrados libros. Y si estas traducciones,
oportunamente y con el beneplácito de la Autoridad de la Iglesia, se llevan a cabo incluso con la colaboración de los
hermanos separados, podrán usarse por todos los cristianos.
23. La esposa del Verbo Encarnado, es decir, la Iglesia, enseñada por el Espíritu Santo, se esfuerza en acercarse, de
día en día, a la más profunda inteligencia de las Sagradas Escrituras, para alimentar sin desfallecimiento a sus hijos
con la divina enseñanzas; por lo cual fomenta también convenientemente el estudio de los Santos Padres, tanto del
Oriente como del Occidente, y de las Sagradas Liturgias.
Los exegetas católicos, y demás teólogos deben trabajar, aunando diligentemente sus fuerzas, para investigar y
proponer las Letras divinas, bajo la vigilancia del Sagrado Magisterio, con los instrumentos oportunos, de forma que
el mayor número posible de ministros de la palabra puedan repartir fructuosamente al Pueblo de Dios el alimento de
las Escrituras, que ilumine la mente, robustezca las voluntades y encienda los corazones de los hombres en el amor de
Dios.
El Sagrado Concilio anima a los hijos de la Iglesia dedicados a los estudios bíblicos, para que la obra felizmente
comenzada, renovando constantemente las fuerzas, la sigan realizando con todo celo, según el sentir de la Iglesia.
24. La Sagrada Teología se apoya, como en cimientos perpetuos en la palabra escrita de Dios, al mismo tiempo que en
la Sagrada Tradición, y con ella se robustece firmemente y se rejuvenece de continuo, investigando a la luz de la fe
toda la verdad contenida en el misterio de Cristo. Las Sagradas Escrituras contienen la palabra de Dios y, por ser
inspiradas, son en verdad la palabra de Dios; por consiguiente, el estudio de la Sagrada Escritura ha de ser como el
alma de la Sagrada Teología. También el ministerio de la palabra, esto es, la predicación pastoral, la catequesis y toda
instrucción cristiana, en que es preciso que ocupe un lugar importante la homilía litúrgica, se nutre saludablemente y
se vigoriza santamente con la misma palabra de la Escritura.
25. Es necesario, pues, que todos los clérigos, sobre todo los sacerdotes de Cristo y los demás que como los diáconos y
catequistas se dedican legítimamente al ministerio de la palabra, se sumerjan en las Escrituras con asidua lectura y con
estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte "predicador vacío y superfluo de la palabra de Dios que no la
escucha en su interior", puesto que debe comunicar a los fieles que se le han confiado, sobre todo en la Sagrada
Liturgia, las inmensas riquezas de la palabra divina.
De igual forma el Santo Concilio exhorta con vehemencia a todos los cristianos en particular a los religiosos, a que
aprendan "el sublime conocimiento de Jesucristo", con la lectura frecuente de las divinas Escrituras. "Porque el
desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo". Lléguense, pues, gustosamente, al mismo sagrado
texto, ya por la Sagrada Liturgia, llena del lenguaje de Dios, ya por la lectura espiritual, ya por instituciones aptas para
ello, y por otros medios, que con la aprobación o el cuidado de los Pastores de la Iglesia se difunden ahora
laudablemente por todas partes. Pero no olviden que debe acompañar la oración a la lectura de la Sagrada Escritura
para que se entable diálogo entre Dios y el hombre; porque "a El hablamos cuando oramos, y a El oímos cuando
leemos las palabras divinas.
Incumbe a los prelados, "en quienes está la doctrina apostólica, instruir oportunamente a los fieles a ellos confiados,
para que usen rectamente los libros sagrados, sobre todo el Nuevo Testamento, y especialmente los Evangelios por
medio de traducciones de los sagrados textos, que estén provistas de las explicaciones necesarias y suficientes para
que los hijos de la Iglesia se familiaricen sin peligro y provechosamente con las Sagradas Escrituras y se penetren de
su espíritu.
Háganse, además, ediciones de la Sagrada Escritura, provistas de notas convenientes, para uso también de los no
cristianos, y acomodadas a sus condiciones, y procuren los pastores de las almas y los cristianos de cualquier estado
divulgarlas como puedan con toda habilidad.
Epílogo
26. Así, pues, con la lectura y el estudio de los Libros Sagrados "la palabra de Dios se difunda y resplandezca" y el
tesoro de la revelación, confiado a la Iglesia, llene más y más los corazones de los hombres. Como la vida de la Iglesia
recibe su incremento de la renovación constante del misterio Eucarístico, así es de esperar un nuevo impulso de la vida
espiritual de la acrecida veneración de la palabra de Dios que "permanece para siempre" (Is., 40,8; cf. 1 Pe., 1,23-25).
Todas y cada una de las cosas contenidas en esta Constitución Dogmática han obtenido el beneplácito de los Padres
del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de la potestad apostólica recibida de Cristo, juntamente con los Venerables
Padres, las aprobamos, decretamos y establecemos en el Espíritu Santo, y mandamos que lo así decidido
conciliarmente sea promulgado para gloria de Dios.
Adaptada de José Luis SICRE, Introducción al Antiguo Testamento (Verbo Divino, 1993)
En pocas páginas pretendo ofrecerles una visión de conjunto de la historia de Israel. Casi nada. El tema es
delicado, porque hay períodos de los que sabemos mucho y otros que desconocemos casi por completo.
Desgraciadamente, cuando tenemos muchos datos, como ocurre en los orígenes y primeros siglos, son
muy poco de fiar desde el punto de vista histórico.
Para que tengan una idea clara desde el comienzo, les trazo el siguiente esquema:
Una distinción que deben tener muy clara es la de los períodos “preexilico”,” exilico” y “postexilico”.
Como pueden imaginarse el punto de referencia son los 48 años del exilio, a mediados del s.VI, que
cambiaron por completo el curso de la historia de Israel, su cultura, su teología. Lo anterior (las seis
primeras etapas reseñadas más arriba), lo conocemos como período preexilico (aunque generalmente se
piensa en la época monárquica, etapas 5 y 6). Todo lo posterior (etapas 8 y 9) es período postexilico.
Otra cuestión capital es la terminológica. Generalmente se habla del “pueblo de Israel”, reflejando la
unidad de todas las tribus. Sin embargo, deben tener presente que, desde el punto de vista político,
durante los siglos X- VIII, “Israel” era el Reino Norte, mientras el Reino Sur recibe el nombre de “Judá”. Es
decir, el término “Israel” puede usarse en dos sentidos: religioso (entonces se refiere a todo el pueblo de
Dios) y político (se aplica a las tribus del norte ò al Reino Norte).
La Biblia ofrece una cantidad ingente de datos sobre esta época, contenidos especialmente en los Libros
del Génesis (patriarcas), Éxodo, Números, Deuteronomio(salida de Egipto y marcha hacia la tierra
prometida), Josué (conquista de Canaán y reparto del territorio entre las tribus) y, jueces. Sin embargo,
estos libros están escritos desde una perspectiva más teológica que histórica, y no podemos aceptar sus
datos a la ligera.
Israel tiene su origen en unas emigraciones arameas que, hacia el siglo XVIII aC, descendieron del norte
para establecerse en Palestina. El Génesis nos habla concretamente de Abraham, primer patriarca, que
viene con su familia desde Ur pasando por Haran. Con él comienza el período patriarcal, que abarca desde
los siglos XVIII al XIII aproximadamente. En esta época no podemos hablar todavía de un “pueblo” de
Israel, mucho menos de nación. Se trata de grupos seminómadas, que se trasladan con sus rebaños de
ganado menor (ovejas, carneros, etc.), buscan pastos apropiados y mantienen relativo contacto con las
ciudades por las que pasan, aunque sin llegar a establecerse en ellas.
Según el relato bíblico, las cosas fueron bien al comienzo. Al cabo de los años cambiaron. Quizás fueron los
faraones Seti I y Ramses II los que obligaron a los israelitas a trabajos forzados para llevar a cabo la
construcción de grandes palacios y graneros. En este momento de opresión surge un personaje
fundamental, Moisés, a quien Dios encarga liberar a su pueblo.
Después de la marcha por el desierto (donde el acontecimiento capital es la alianza del Sinaí), se llega a la
estepa de Moab, frente a la tierra prometida. Allí muere Moisés, y Josué toma el relevo. Tras cruzar el
Jordán y conquistar Jericó, en tres rápidas campañas se apodera del centro, sur y norte de Palestina,
repartiendo luego la tierra entre las tribus.
Esta presentación esquemática sigue los datos bíblicos, pero hay que matizar algunas cosas. La idea de que
todos los futuros israelitas proceden de Abraham carece de fundamento histórico. A Palestina bajaron
grupos muy distintos, en épocas diversas. Remontar el origen de todos ellos a Abraham es un recurso para
expresar la unidad de todas las tribus.
Como consecuencia de lo anterior, podemos decir que no todos los antepasados de Israel bajaron a Egipto.
Muchos se hallaban instalados en el norte (Galilea) y en Transjordania y no se movieron de allí. Algunos
historiadores piensan incluso que estos grupos fueron los más numerosos.
El asentamiento en Palestina de los grupos procedentes de Egipto se produjo más bien en forma pacífica,
estableciéndose en territorios desocupados o estableciendo alianzas con los habitantes cananeos. Aunque
debieron de darse conflictos locales, no se trató de una gran campaña militar, como dice el libro de Josué.
La biblia ha dado un tinte épico a este momento.
Tres rasgos caracterizan este período. Primero, la falta de cohesión política, ya que cada tribu se organiza
independientemente y resuelve como puede sus problemas. Segundo, un profundo cambio en la forma de
vida, al menos en los grupos procedentes de Egipto, ya que se sedentarizan y se convierten en agricultores;
este cambio tendrá graves repercusiones sociales, económicas (posesión y reparto de la tierra cultivable) y
religiosas (difusión del culto cananeo a Baal, dios que garantiza la fecundidad de la tierra). Tercero, la
continua amenaza de los pueblos vecinos; unas veces se trata de bandas medianitas que arrasan el
territorio, destrozan los sembrados, y roban cuanto encuentran; otras de conflictos con Edom o Moab, que
les imponen fuertes tributos. Pero la principal amenaza la constituye un pueblo joven, que se ha
establecido en la costa poco antes, los filisteos.
Aunque pequeños en número y con un territorio muy reducido, su perfecta organización política y militar,
junto con su elevado grado de industrialización para aquella época, le permite atacar y dominar
continuamente a Israel. Esta amenaza filistea culmina, el año 1050, con la derrota de los israelitas en Afec y
la destrucción del santuario de Silo.
Por una reacción típica, es precisamente esta derrota la que marcará el futuro de Israel. Las tribus caen en
la cuenta de que es imposible defenderse de este poderoso enemigo si no se unen y organizan de forma
nueva. En el espacio de pocos años se va a producir un cambio fundamental, la instauración de la
monarquía.
Los comienzos de la monarquía son difíciles, porque muchas personas, defensores a ultranza de la
tradición, piensan que esta institución significa un atentado contra Dios, único rey de Israel, y se oponen
decididamente a ella. A pesar de las oposiciones, Saúl es elegido rey y libra al pueblo de la amenaza filistea,
al menos temporalmente. Más tarde obsesionado con la idea de perseguir a David para que no le usurpe el
trono, descuida los auténticos problemas de gobierno, permite que los filisteos se refuercen, y terminará
derrotado por ellos en la batalla de Gelboé, suicidándose ante la derrota inevitable.
A Saúl le sucede David. Su nombramiento como rey revela un hecho interesante. Primero es elegido rey del
sur; solo al cabo de siete años, le piden las tribus del norte que reine también sobre ellas. Esto demuestra
que la unión conseguida en tiempos de Saúl era bastante superficial y no había eliminado las tensiones
entre estos dos grandes bloques.
De cualquier modo la amenaza filistea pudo más que los antagonismos, y las tribus volvieron a unirse. La
primera decisión de David refleja gran inteligencia política. Necesita un capital para gobernar. Si escoge
una ciudad del sur, los del norte se ofenderán; y si elige la del norte, molestará a los del sur. Decide
conquistar una ciudad cananea, que no pertenece a ninguna tribu, Jebus, conocida después como
Jerusalén. A partir de este momento, será la capital del reino unido y la ciudad personal de David.
Su obra posterior podemos sintetizarla en dos puntos. Primero, termina de conquistar todas las ciudades
cananeas existentes en territorio de Israel y las anexiones a su reino. Segundo, lleva a cabo una política
expansionista, conquistando y, sometiendo a una serie de pueblos vecinos. Así consiguió formar el imperio
más poderoso de Siria- Palestina durante el siglo X aC.
La sucesión de David está marcada por una serie de intrigas y derramamiento de sangre entre sus propios
hijos. Le sucede Salomón, que reina cuarenta años (971-931). Este reinado es uno de los momentos más
gloriosos de la historia de Israel. Abandonando las guerras exteriores, se dedica casi por completo a
construir grandes edificios, como el templo de Jerusalén y su palacio; asegura la defensa nacional mediante
la construcción y restauración de fortalezas; organiza el ejército y aumenta notablemente el número de
carros de combate y la caballería. Pero, sobre todo, fomenta el comercio, controla el paso de las caravanas
árabes, construye una flota para traer de África productos exóticos. La riqueza alimenta de forma
inesperada, las ciudades crecen, y se produce un fuerte fenómeno de inmigración.
Pero, sin darse cuenta, Salomón está poniendo piedra a piedra el fundamento de la división y la catástrofe.
Sus grandes empresas constructoras le obligan a utilizar abundante mano de obra y exigen mucho dinero.
Los primeros en tener que trabajar son los cananeos; luego obliga también a treinta mil israelitas a trabajos
forzados. Y los impuestos crecen día a día. El pueblo comienza a cansarse de esta prosperidad conseguida a
base de los más pobres; se harta de trabajar para mantener una burocracia absurda y al montón de
parásitos que pululan por la corte.
Las tribus del sur que ven en Salomón un rey de su propia sangre, no protestan demasiado. Pero las del
norte no están dispuestas a soportar esta situación. Estalla la revuelta, capitaneada por Jeroboam, jefe de
las brigadas de trabajadores del norte (algo así como un enlace sindical en nuestros días). Salomón tiene
fuerza suficiente para dominar la rebelión, y Jeroboam debe refugiarse en Egipto.
Pero, a la muerte de Salomón, la situación no ha cambiado. Cuando su hijo Roboam acude a Siquem para
ser aceptado por las tribus del norte como nuevo rey, están plantean claramente el problema:
“Tu padre nos impuso un yugo pesado. Aligera tú ahora la dura servidumbre a que nos sujetó tu padre y el
pesado yugo que nos echo encima, y te serviremos”.
“Si mi padre les impuso un yugo pesado, yo les aumentaré la carga, si mi padre los castigo con azotes, yo
los castigaré con latigazos”.
La respuesta de las tribus del norte no se hace esperar “¡A tus tiendas Israel!” Que el descendiente de
David se las arregle como pueda. En este momento del año 931 se rompe la obra comenzada por Saúl. La
monarquía unida ha durado menos de un siglo. A partir de ahora, existirán dos reinos, el del norte Israel, y
el del sur Judá.
Es imposible sintetizar estos años, que recuerdan en parte a la historia de la reconquista española, con sus
reinos paralelos de Castilla, León, Navarra, etc. Son años difíciles, con escasos momentos de esplendor en
ambos reinos y con frecuentes épocas de decadencia y de grandes conflictos internos y externos.
La suerte de ambos reinos no corre paralela. El del norte, Israel desaparece de la historia el año 722,
cuando Salmanasar V de Asiria lo conquista. En sus 209 años de existencia, Israel tuvo nueve dinastías
distintas y 19 reyes, de los cuales 7 eran fueron asesinados y uno se suicidó. Algo así como la época de los
godos en España. Un desastre.
En cambio, Judá que consiguió sobrevivir hasta el 586, en sus 345 años de existencia solo tuvo una dinastía
(la de David) y 21 monarcas. Esta estabilidad se debe a un hecho importantísimo. En el sur la dinastía
davídica cuenta con el respaldo ideológico de la religión oficial, formulado en la promesa de Natán a David
de que su dinastía duraría eternamente. Por otra parte los Judíos siempre parecen más estables- también
menos creativos- que los israelitas.
La información bíblica sobre este período se encuentra en los dos libros de los Reyes. Son una fuente muy
especial, ya que omiten intencionalmente, los datos de tipo político, económico y social, para centrarse en
una visión teológica. De todos modos son esenciales para conocer la época.
5- El destierro (586-538)
Sin embargo los judíos también sucumbirán a la tentación de rebelarse contra la gran potencia militar de
finales del siglo VII, Babilonia. El año 597 tiene lugar la primera deportación. Pero los acontecimientos más
graves ocurrirán en el 586, cuando Nabucodonosor conquista Jerusalén, la incendia y deporta a numerosos
judíos a la Mesopotamia. Entonces comienza el período del exilio, el momento más triste, semejante al de
la opresión en Egipto.
El pueblo queda dividido en tres grandes grupos: los que han quedado en Palestina, campesinos pobres;
los que han marchado a Babilonia; los que han huido a Egipto.
El más importante por formar la elite intelectual y religiosa es el de Babilonia. El Salmo 137 nos recuerda
los sentimientos de los deportados, emigrantes forzosos en tierra extraña: “Junto a los canales de
Babilonia nos sentamos a llorar, acordándonos con nostalgia de Sion”.
Pero es una época también de gran creatividad desde el punto de vista literario.
La pesadilla del destierro termina en el año 538, cuando Ciro, rey de Persia, conquista Babilonia y promulga
un decreto liberando a los cautivos y permitiéndoles volver a Palestina.
Un grupo de judíos se pone en marcha hacia Jerusalén. Cuando llegan a la tierra prometida el panorama no
puede ser más desalentador. Ciudades en ruinas, campos abandonados, murallas derruidas, el templo
incendiado. El pueblo sigue sin libertad política, dominado por los nuevos señores del mundo antiguo, los
persas. Pero Judá va cobrando poco a poco nueva vida, y el año 515 se termina de construir el templo de
Jerusalén. Los años siguientes, casi un siglo, son muy oscuros y no tenemos casi ninguna noticia de ellos.
Solo podemos añadir que hacia 445 llega a Jerusalén Nehemias, que termina de construir las murallas y
lleva a cabo una reforma social, corroborada más tarde por la reforma religiosa de Esdras en el 428.
Después de estos dos grandes personajes, pasa otro siglo del que tampoco tenemos datos, hasta que el
año 333 Alejandro Magno conquista Palestina.
Este período abarca desde la conquista de Palestina por Alejandro Magno hasta la conquista de Jerusalén
por Pompeyo. Los datos que sobre él tenemos están repartidos en forma muy desigual; son escasos los
referentes al siglo III y muy abundantes los del II (gracias a los Libros de los Macabeos y a Flavio Josefo).
Aunque hablamos de la época griega, recuérdese que el imperio de Alejandro se dividió a su muerte en
cuatro partes. Las que afectan a los judíos son Egipto (gobernado por los tolomeos) y Siria (dominada por
los seléucidas). Palestina, dada su excelente posición estratégica y comercial, será victima de las envidias y
luchas entre estas familias por poseerla. Durante el siglo III dominan los tolomeos; durante el II los
seléucitas.
Precisamente contra estos últimos tendrá lugar el gran levantamiento de los macabeos. Aunque al
principio las relaciones con los sirios fueron buenas, la situación cambió por completo el año 175, cuando
subió al trono Antíoco IV Epifanes. Este rey, gran entusiasta de la cultura griega, se propondrá como meta
la helenización de su reino. Este hecho, y el despojo continuo de los tesoros para subvencionar sus deudas,
harán que los judíos se les enfrenten enérgicamente. Ya el año 169, volviendo de una campaña contra
Egipto, saqueó el templo de Jerusalén, apoderándose de los utensilios y vasos sagrados arrancando incluso
las láminas de oro de su fachada. Pero la gran crisis comenzará el 167, cuando decida llevar a cabo la
helenización de Jerusalén.
Como primer paso, su general Apolonio atacó al pueblo, degollando a muchos y esclavizando a otros; la
ciudad fue saqueada y parcialmente destruida al igual que las murallas. Luego, viendo que la resistencia de
los judíos se basaba sobre todo en sus convicciones religiosas, prohibió la práctica de esta religión en todas
sus manifestaciones. Fueron suspendidos los sacrificios regulares, la observancia del sábado y de las
fiestas, mandó a destruir las copias de la ley, y prohibió circuncidar a los niños. Cualquier transgresión de
estas normas era castigada con la muerte. No contento con estas medidas represivas, Anticono IV levantó
al sur del templo una ciudadela llamada el Acra, colonia de paganos helenizantes y de judíos renegados,
con construcción propia; la nueva Jerusalén era considerada probablemente como territorio de esta
“polis”. Además se erigieron santuarios paganos por todo el país y se ofrecieron animales impuros, los
judíos fueron obligados a comer carne de cerdo bajo pena de muerte y a participar de ritos idolátricos.
Como coronamiento de todo, en diciembre del 167 fue introducido dentro del templo el culto a Zeus
Olímpico.
Los judíos piadosos no podían soportar estas ofensas continuas a su religión y se negaron a obedecer estas
normas. Anticono respondió con una cruel persecución.
Entonces es cuando estalla la rebelión de los macabeos. La pone en marcha el anciano Matatías, apoyado
por los jasidim (los “piadosos” de los que descienden los fariseos y los esenios). Cuando muere al cabo de
pocos meses, le sucede su hijo Judas (166-160), y más tarde los hermanos de éste, Jonatán (160-143) y
Simón (143-134). La dinastía asmonea se completa con Juan Hircano (134-104), Alejandro Janeo (103-76),
Salomé Alejandra (76-67) y Aristóbulo II (67-63).
La presentación anterior sigue el informe de Mac 1,10-64. Pero conviene dejar en claro que la visión de
2Mac 3-6 resulta mucho más interesante y menos simplista. La culpa inicial no es de los sirios, sino de las
profundas tensiones existentes dentro de la sociedad judía, especialmente por motivos económicos y por
las ambiciones de ciertos personajes (Jasón, Menelao, Lisímaco).
Los datos que poseemos de esta rebelión de los macabeos son tan abundantes que resulta difícil
sintetizarlo. Además están profundamente relacionados con la política interna de Siria. Esto hace que se
acumulen fechas, acontecimientos y nombres que difícilmente se puedan retener. Por eso me limito a
recordar algunos detalles importantes:
- La revuelta de los macabeos significa una lucha dentro del pueblo judío, un enfrentamiento entre
dos grupos claramente delimitados: el de los partidarios de la tradición y el de los defensores del
helenismo. En principio, la revuelta no se dirige contra Siria. Solo más tarde, cuando los sirios
ayuden a los helenistas, terminará convirtiéndose en una guerra contra la potencia invasora.
- Lo que comenzó como una lucha por la libertad religiosa, terminó en una batalla por el poder
político. Quizás era inevitable, porque resulta imposible garantizar la observancia de la ley y de las
tradiciones mientras no se tuviese plena independencia. Pero conviene recordar que no todos los
contemporáneos de los macabeos pensaban del mismo modo. Algunos se sintieron insatisfechos
del matiz político que iba tomando la rebelión y dejaron de prestar su apoyo. Surgen entonces las
profundas tensiones internas que podemos constatar todavía años más tarde, en tiempos de Jesús.
- La rebelión macabea, capitaneada inicialmente por hombres de profunda valía, terminará llevando
al poder a gente inepta, ambiciosa, vengativa. Las luchas dinásticas y las tensiones internas
terminarán provocando la intervención de Roma, señora del mundo antiguo. El año 63 aC,
Pompeyo conquista Jerusalén y anexiona Palestina a la provincia romana de Siria.
En este período no faltan la corruptela ni las intrigas palaciegas, tendientes a asegurarse el favor de los
nuevos dueños de la situación. En el año 40 Ac Herodes logra- por amistades hechas en Roma- ser
nombrado “Rey de Judea”.
Tres años después entrará en Jerusalén ayudado por las tropas romanas. En su largo reinado (37- 4 AC)
demostró gran astucia política, capacidad de gobierno, inteligencia militar y crueldad, todo junto. Fue sin
duda el mejor rey que tuvo Israel en siglos, pero no era judío, sino edumeo (lo que hoy llamaríamos un
árabe), y por ello nunca fue mirado con buenos ojos. Reconstruyó el templo de Jerusalén, adornándolo
magníficamente.
Aún hoy se admiran los restos de sus soberbias fortificaciones en los puntos clave de Israel, especialmente
en Maqueronte y Massada. Tuvo diez esposas y terminó medio loco, asesinando a sus propios hijos por el
temor de que conspiraran contra él. Cuando muere tres sobrevivientes se repartirán el reino: Arquelao
(que heredará la mejor parte, Judea y Samaria), Herodes Antipas (Galilea) y Filipo (regiones al norte y al
este del mar de Tiberiades).
- Arquelao era tan malo que en el año 6 DC los mismos romanos lo destituyeron (como sería) y
pusieron la región de Judea y Samaria directamente bajo el gobierno de un procurador romano. El
más conocido por nosotros es el 4, Poncio Pilatos (26-36)
- Filipo fue un buen gobernante (construyó las ciudades de Betsaida y Cesaria de Filipo, mencionadas
en los evangelios) y al morir sin herederos en el año 34, los romanos anexaron su territorio a la
provincia romana de Siria.
- Herodes Antipas es el Herodes ante quién compadece Jesús el Viernes Santo. Fue desterrado por
los romanos en el año 39, y lo sucedió su sobrino Herodes Agripa I, quien apoyó el partido de los
fariseos. No es de extrañar que persiguiera a la iglesia naciente: mandó a decapitar a Santiago y a
apresar a Pedro. Muerto repentinamente en el 44, lo sucede su hijo Marco Julio Agripa II, ante
quién compadecerá San Pablo prisionero. Agripa II no reinará en Jerusalén, sino en el norte (Galilea
y Perea). Después de la revuelta judía se mudó a Roma, donde terminó sus días sin pena ni gloria.
El último de los procuradores romanos fue Gesio Floro (64-66), comparado con el cual todos los anteriores
resultaron un dechado de virtudes. La paciencia de los judíos llegó a su límite y estalló la sublevación
abierta en el año 66. Gesio Floro se retiró de Jerusalén a Cesarea, y Nerón envió a su mejor general,
Vespasiano al mando de tres legiones. La represión fue brutal. A mediados del 68 a las puertas de
Jerusalén, llegó la noticia de que Nerón había sido asesinado, y Vespasiano esperó los acontecimientos.
Tres emperadores sucedieron a Nerón en el lapso de un año (Galba, Otón y Vitelio). Finalmente el 1º de
julio del 69 las tropas aclamaron a Vespasiano como imperator, y éste se dirigió inmediatamente a Roma,
dejando la conquista de Jerusalén en manos de su hijo Tito. La ciudad santa fue tomada en septiembre del
70: el templo fue destruido por el fuego, las murallas arrasadas y la ciudad saqueada. El último bastión
judío Massada (al oeste del Mar Muerto), resistirá cuatro años el asedio romano, cayendo en el 74. Sus
defensores prefirieron suicidarse antes de caer prisioneros de los romanos.
Una segunda revuelta (132-135) también fracasó y los romanos decidieron poner punto final al problema.
Jerusalén fue arrasada y sobre sus ruinas se edificó un templo pagano. Desde entonces los judíos tuvieron
prohibido por decreto no solo habitar Jerusalén, sino incluso “acercarse a todo distrito alrededor de la
ciudad, de modo que ni a la distancia puedan ver su antigua patria”. Más de dieciocho siglos debieron
pasar antes de que volviera a existir una nación Judía en Palestina.
9- Bibliografía.
En el volumen 5 del comentario Bíblico San Jerónimo encontrarán una buena síntesis de la historia de
Israel (p. 445-523).
Entre las diversas historias de Israel publicadas en castellano, la que más me gusta es la de J. Bright,
editada por Desclèe, ya que presta atención no solo a los problemas políticos, sino también a los religiosos
y culturales. Si es posible consulten la tercera edición, ya que en ella Bright cambia un poco su postura con
respecto a los orígenes de Israel. La reciente obra de González Echegaray, El creciente fértil y la Biblia
(Verbo Divino, Estella 1991), puede ser también muy útil e interesante.
Introducción módulo 3: La fe, respuesta del hombre a la revelación
Por su revelación: “Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor
y mora con ellos, para invitarlos a su comunicación y recibirlos en su compañía.” 1 La respuesta
adecuada a esta invitación es la fe.
Son muchos los modelos de obediencia en la fe en la Sagrada Escritura, pero destacan dos
particularmente: Abraham, que, sometido aprueba, creyó en Dios y siempre obedeció a su
llamada; por eso se convirtió en el “padre de los creyentes” (Rom 4, 11. 8). Y la Virgen María,
quien ha realizado del modo mas perfecto, durante toda su vida, la obediencia en la fe, “hágase en
mi según tu palabra” (Lc 1, 38).
Creer en Dios significa para el hombre adherirse a Dios mismo, confiando plenamente
en Él y dando pleno asentimiento a todas las verdades por Él reveladas, porque Dios es la
Verdad. Significa creer en un solo Dios en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en Aquel que Él ha enviado, “su
Hijo amado”. Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne: “A Dios nadie lo
ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, El lo ha contado.” (Jn 1, 18)
No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu Santo quien
revela quien es Jesús. Porque “nadie puede decir: Jesús es el Señor sino bajo la acción del
Espíritu Santo”. (1Cor 12, 13)
1
Concilio Vaticano II, Dei Verbum, 2.
2
Rm 1, 5; 16, 26.
El acto de fe es un acto humano, es decir un acto de la inteligencia del hombre, el cual, bajo
el impulso de la voluntad movida por Dios, asiente libremente a la verdad divina. Sólo es posible
creer por la gracia y los auxilios del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto
auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la
confianza en Dios y adherirse a las verdades reveladas por El.
La fe es un acto personal en cuanto es respuesta libre del hombre a Dios que se revela. Pero
al mismo tiempo, es un acto eclesial, que se manifiesta en la expresión creemos, porque,
efectivamente, es la Iglesia quien cree, de tal modo que Ella, con la gracia del Espíritu Santo,
precede, engendra y alimenta la fe de cada uno: por esto la Iglesia es Madre y Maestra. Dice San
Cipriano: “Nadie puede tener a Dios como Padre si no tiene a la Iglesia por Madre”.
La Iglesia, aunque formada por personas diversas por razón de lengua, cultura y ritos, profesa
con voz unánime la única fe, recibida de un solo Señor y transmitida por la única Tradición
Apostólica. Profesa un solo Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) e indica un solo camino de
salvación, por tanto creemos con un solo corazón y una sola alma, todo aquello que se contiene
en la Palabra de Dios escrita o transmitida y es propuesto por la Iglesia para ser creído como
divinamente revelado.
185 Quien dice "Yo creo", dice "Yo me adhiero a lo que nosotros creemos". La comunión en la fe
necesita un lenguaje común de la fe, normativo para todos y que nos una en la misma confesión
de fe.
186 Desde su origen, la Iglesia apostólica expresó y transmitió su propia fe en fórmulas breves y
normativas para todos (cf. Rom 10,9; 1 Cor 15,3-5; etc.). Pero muy pronto, la Iglesia quiso también
recoger lo esencial de su fe en resúmenes orgánicos y articulados destinados obre todo a los
candidatos al bautismo:
187 Se llama a estas síntesis de la fe "profesiones de fe" porque resumen la fe que profesan los
cristianos. Se les llama "Credo" por razón de que en ellas la primera palabra es normalmente :
"Creo". Se les denomina igualmente "símbolos de la fe".
188 La palabra griego "symbolon" significaba la mitad de un objeto partido (por ejemplo, un sello)
que se presentaban como una señal para darse a conocer. Las partes rotas se ponían juntas para
verificar la identidad del portador. El "símbolo de la fe" es, pues, un signo de identificación y de
comunión entre los creyentes. "Symbolon" significa también recopilación, colección o sumario. El
"símbolo de la fe" es la recopilación de las principales verdades de la fe. De ahí el hecho de que
sirva de punto de referencia primero y fundamental de la catequesis.
189 La primera "profesión de fe" se hace en el Bautismo. El "símbolo de la fe" es ante todo el
símbolo bautismal. Puesto que el Bautismo es dado "en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo" (Mt 28,19), las verdades de fe profesadas en el Bautismo son articuladas según su
referencia a las tres personas de la Santísima Trinidad.
190 El Símbolo se divide, por tanto, en tres partes: "primero habla de la primera Persona divina y
de la obra admirable de la creación; a continuación, de la segunda Persona divina y del Misterio
de la Redención de los hombres; finalmente, de la tercera Persona divina, fuente y principio de
nuestra santificación" (Catech. R. 1,1,3). Son "los tres capítulos de nuestro sello (bautismal)" (S.
Ireneo, dem. 100).
191 "Estas tres partes son distintas aunque están ligadas entre sí. Según una comparación
empleada con frecuencia por los Padres, las llamamos artículos. De igual modo, en efecto, que en
nuestros miembros hay ciertas articulaciones que los distinguen y los separan, así también, en
esta profesión de fe, se ha dado con propiedad y razón el nombre de artículos a las verdades que
debemos creer en particular y de una manera distinta" (Catch.R. 1,1,4). Según una antigua
tradición, atestiguada ya por S. Ambrosio, se acostumbra a enumerar doce artículos del Credo,
simbolizando con el número de los doce apóstoles el conjunto de la fe apostólica (cf.symb. 8).
192 A lo largo de los siglos, en respuesta a las necesidades de diferentes épocas, han sido
numerosas las profesiones o símbolos de la fe: los símbolos de las diferentes Iglesias apostólicas
y antiguas (cf. DS 1-64), el Símbolo "Quicumque", llamado de S. Atanasio (cf. DS 75-76), las
profesiones de fe de ciertos Concilios (Toledo: DS 525-541; Letrán: DS 800-802; Lyon: DS 851-
861; Trento: DS 1862-1870) o de ciertos Papas, como la "fides Damasi" (cf. DS 71-72) o el "Credo
del Pueblo de Dios" (SPF) de Pablo VI (1968).
Entre todos los símbolos de la fe, dos ocupan un lugar muy particular en la vida de la Iglesia:
194 El Símbolo de los Apóstoles, llamado así porque es considerado con justicia como el resumen
fiel de la fe de los apóstoles. Es el antiguo símbolo bautismal de la Iglesia de Roma. Su gran
autoridad le viene de este hecho: "Es el símbolo que guarda la Iglesia romana, la que fue sede de
Pedro, el primero de los apóstoles, y a la cual él llevó la doctrina común" (S. Ambrosio, symb. 7).
195 El Símbolo llamado de Nicea-Constantinopla debe su gran autoridad al hecho de que es fruto
de los dos primeros Concilios ecuménicos (325 y 381). Sigue siendo todavía hoy el símbolo
común a todas las grandes Iglesias de Oriente y Occidente.
196 Nuestra exposición de la fe seguirá el Símbolo de los Apóstoles, que constituye, por así
decirlo, "el más antiguo catecismo romano". No obstante, la exposición será completada con
referencias constantes al Símbolo de Nicea-Constantinopla, que con frecuencia es más explícito y
más detallado.
197 Como en el día de nuestro Bautismo, cuando toda nuestra vida fue confiada "a la regla de
doctrina" (Rom 6,17), acogemos el Símbolo de esta fe nuestra que da la vida. Recitar con fe el
Credo es entrar en comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, es entrar también en
comunión con toda la Iglesia que nos transmite la fe y en el seno de la cual creemos: