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La mentalización, su arquitectura, funciones y aplicaciones

prácticas

Gustavo Lanza Castelli


www.mentalizacion.com.ar/

[Presentado para su publicación en Aperturas Psicoanalíticas]

Los trabajos que toman en cuenta el concepto mentalización (o función reflexiva) como
base para el abordaje terapéutico, o como medida para evaluar los resultados de la
psicoterapia, han visto incrementado su número de modo significativo en los últimos años.
Por otra parte, el concepto mismo mentalización ha tenido un desarrollo considerable, tanto
en lo que hace al conjunto de conocimientos a los que se refiere, como en relación al
ámbito de aplicaciones que abarca.
Respecto al primer aspecto sólo cabe mencionar aquí que hoy en día la mentalización es
entendida como un constructo multidimensional cuyo complejo desarrollo ha sido
establecido en sus lineamientos esenciales y cuyas relaciones con la teoría del apego y las
neurociencias han sido claramente establecidas.
En lo que hace a su ámbito de aplicación, podemos ver que el mismo se ha extendido
considerablemente, desde su inicial focalización en el tratamiento de los pacientes
borderline hasta su aplicación a una serie de dominios, que van desde la psicoeducación
hasta la prevención de la violencia en las escuelas, pasando por la terapia familiar breve, el
tratamiento grupal de profesionales en crisis, la terapia de parejas, etc. (Allen, Fonagy,
2006; Younger, 2006; Allen, Fonagy, Bateman, 2008).
En el presente trabajo me propongo trazar un panorama de la mentalización, de su
arquitectura y funciones, como así también caracterizar algunas de sus aplicaciones
prácticas, con lo cual intento brindar una perspectiva que dé cuenta de la riqueza y utilidad
de este constructo.
En lo que sigue comienzo por una definición sucinta de qué es la mentalización y continúo
luego describiendo su arquitectura, funciones y aplicaciones prácticas. En este trabajo, por
razones de espacio, no podré explayarme sobre el desarrollo de esta función y sólo llevaré a
cabo algunas referencias sobre el contexto en el que el mismo tiene lugar.

A) Definición de mentalización:

El concepto mentalización se refiere a una actividad mental, predominantemente


preconsciente, muchas veces intuitiva y emocional, que permite la comprensión del
comportamiento propio y ajeno en términos de estados y procesos mentales.
En un sentido más amplio, alude a una capacidad esencial para la regulación emocional y el
establecimiento de relaciones interpersonales satisfactorias.
También podemos definirla diciendo que este constructo se refiere a una serie variada de
operaciones psicológicas que tienen como elemento común focalizar en los estados
mentales. Estas operaciones incluyen una serie de capacidades representacionales y de
habilidades inferenciales, las cuales forman un mecanismo interpretativo especializado,
dedicado a la tarea de explicar y predecir el comportamiento propio y ajeno mediante el
expediente de inferir y atribuir al sujeto de la acción determinados estados mentales
intencionales que den cuenta de su conducta (Gergely, 2003).

B) Arquitectura de la mentalización:

La arquitectura de la mentalización incluye tres componentes y cuatro polaridades.


Los componentes son: un grupo de habilidades cognitivas específicas, determinados
conocimientos, un sistema representacional específico.
Las polaridades son: la polaridad procesos automáticos/procesos controlados; la polaridad
procesos cognitivos/procesos afectivos; la polaridad procesos centrados en el self/centrados
en el otro; la polaridad procesos basados en lo externo/basados en lo interno.
En lo que sigue caracterizo cada uno de estos componentes y polaridades, posteriormente
enumero algunas de las funciones del mentalizar, a renglón seguido me refiero al contexto
en el que tiene lugar el desarrollo de la mentalización y en la última parte reseño algunas de
las aplicaciones prácticas de la misma.

B.1) Los componentes de la mentalización:

B.1.a) Las habilidades cognitivas: la mentalización está sustentada por un gran número de
habilidades cognitivas específicas. Entre ellas encontramos el control atencional, la
comprensión intuitiva de los estados emocionales ajenos, la capacidad para representar los
estados mentales de los demás con contenido epistémico (creencias), la habilidad para
representar estados mentales causales con contenido ficcional (imaginación, fantasía).
Asimismo, encontramos la capacidad para representar los estados mentales ajenos junto a la
capacidad de diferenciarlos de los propios, la capacidad de realizar juicios acerca de los
estados subjetivos propios y ajenos, así como para pensar explícitamente acerca de los
estados y procesos mentales, etc. (Fonagy, 2006; Fonagy, Gergely, Target, 2007).
En el conjunto de estas actividades cognitivas, hay dos que merecen una consideración
especial: la atención y la imaginación (Allen, Fonagy, Bateman, 2008).
La importancia de la atención para el mentalizar se advierte en el hecho de que los procesos
atencionales facilitan, mejoran, o inhiben otros procesos mentales (como la memoria, la
percepción, la reflexión) asignando recursos cognitivos que permiten que la tarea que se
lleva a cabo se realice de manera eficaz.
Prestar atención a los estados mentales es ya mentalizar, a la vez que es condición de
posibilidad para reflexionar sobre dichos estados, realizar inferencias a partir de los
mismos, etc.
El monitoreo de los estados mentales y la reflexión sobre éstos requiere de las tres
variedades atencionales que cabe distinguir: atención selectiva, atención sostenida, control
atencional (Burin, Drake, Harris, 2007).
La atención selectiva se refiere a la necesidad de seleccionar, de entre la gran cantidad de
estímulos simultáneos, aquellos que son significativos para el objetivo del momento (por ej.
registrar los matices de un sentimiento, o los pensamientos que lo acompañan, etc.), al
tiempo que se mantiene a raya a la recepción de otros estímulos que no son relevantes para
dicho monitoreo.
La atención sostenida implica la capacidad de sostener la atención en dicha tarea por un
intervalo de tiempo dado.
El control atencional, por último, constituye el nivel jerárquicamente superior de las
variedades atencionales y requiere de la orquestación de las habilidades atencionales
descriptas (focalizar, y sostener la atención) para poder llevar a cabo tareas complejas que
demandan inhibir la respuesta automática prevalente.
Así, en el empatizar deliberado tenemos que deponer activamente nuestra tendencia
egocéntrica natural –que tiende a hacer prevalecer la perspectiva propia y a asumir que los
otros comparten nuestra perspectiva, conocimiento y actitudes.
Por lo demás, cabe señalar que una parte importante del trabajo clínico tiene que ver con
ayudar al paciente a prestar atención a lo que él y los otros piensan y sienten, al modo en
que funciona su propia mente, a la forma en que suele categorizar las actitudes de los
demás para con él, etc.
Por último, vale la pena señalar que hay una relación entre la atención y el apego, tal como
ilustran diversos estudios que muestran la correlación entre el apego seguro y el control
atencional, y el apego inseguro y los déficits en dicho control (Allen, Fonagy y Bateman
2008, pp. 36-37).
En lo que hace a la imaginación, podemos decir que también esta capacidad es central en el
mentalizar, ya que es necesario imaginar lo que los demás pueden estar pensando,
sintiendo, deseando, etc. El empatizar deliberado, por ejemplo, requiere una actitud
consistente en imaginar activamente el escenario mental del otro.

B.1.b) Los conocimientos específicos: la mentalización implica también una serie de


conocimientos y supuestos acerca de los estados mentales, que son de dos tipos: generales e
idiosincráticos. Entre los primeros encontramos, entre otros, el conocimiento del tipo de
experiencias que están en el origen de ciertas creencias y emociones, de las actitudes y
comportamientos esperables dado el conocimiento de determinadas emociones,
motivaciones y creencias, de las relaciones transaccionales esperables entre emociones y
creencias, como así también de los estados mentales propios de determinada fase del
desarrollo. Este conocimiento no está organizado en forma declarativa, sino en forma
procedural, por lo que no es de esperar que las distintas personas puedan articularlo de
modo explícito, pero sí que incida de modo implícito en el desempeño mentalizador que
tiene lugar en las relaciones interpersonales (Fonagy et al., 1998).
Entre los idiosincráticos encontramos el conocimiento de los estados mentales habituales de
tal o cual persona particular, de su modo de funcionamiento mental, de su forma de
reaccionar a determinadas situaciones interpersonales, etc. que le son propias. La
experiencia muestra que cuanto mayor conocimiento tenemos de una persona, mayor es
nuestra capacidad para entender su comportamiento en términos de sus estados mentales y
su modo de funcionamiento mental.

B.1.c) El sistema representacional específico: para focalizar en los estados mentales y poder
reflexionar sobre ellos, necesitamos contar con un sistema representacional simbólico para
los mismos, que es diferente del conjunto de representaciones con las que pensamos el
mundo de los objetos materiales. Así, el niño de tres años de edad posee una serie de
símbolos para operar en el mundo físico, pero no posee aún símbolos para sus propios
procesos mentales (Fonagy, 1991). Estos símbolos se construyen a lo largo de un complejo
proceso, que comienza por la construcción de representaciones secundarias para significar
los afectos. En dicho proceso, el reflejo parental de los estados emocionales del niño juega
un rol cardinal (Lanza Castelli, 2010b).
B.2) Las polaridades de la mentalización:

B.2.a) Procesos automáticos y controlados: Para conceptualizar esta polaridad Fonagy et al.
se apoyan en diversas hipótesis sobre los procesos automáticos y controlados que han sido
propuestas en el campo de la cognición social, particularmente por Matthew D. Lieberman
y Ajay B. Satpute (Lieberman, 2000; Satpute, Lieberman, 2006; Lieberman, 2007), quienes
diferencian sistemas neuronales específicos para cada uno de dichos procesos. La
mentalización automática incluye la amígdala, los ganglios basales, la corteza ventromedial
prefrontal, la corteza lateral temporal y la corteza cingular dorsal anterior, que son circuitos
cerebrales más antiguos que se basan primordialmente en la información sensorial.
La mentalización controlada se basa en la corteza lateral prefrontal, la corteza prefrontal
media, la corteza parietal lateral, la corteza parietal medial, el lóbulo temporal medial y la
corteza cingular anterior rostral, que son circuitos cerebrales filogenéticamente más
recientes implicados en el procesamiento de material lingüístico y simbólico.

Procesos automáticos: La mentalización implícita o automática es no consciente y no


reflexiva. Tiene un tiempo de procesamiento rápido y procesa estímulos en paralelo,
requiriendo poco esfuerzo, atención concentrada o intención.
Una manifestación habitual de la misma es la intuición, a la que Lieberman (2000) define
como “un correlato fenomenológico y conductual del conocimiento obtenido a través del
aprendizaje implícito” (p.110) y que incluye sentimientos, juicios, pálpitos que
experimentamos en ciertas situaciones sociales acerca de los estados mentales que
subyacen al comportamiento propio y ajeno -y que nos llevan a adoptar determinadas
actitudes interpersonales- sin que tengamos razones bien articuladas para justificarlos.
La mentalización automática supone la percepción en paralelo de diversos indicadores
sensoriales (postura, tono de voz, gestos, modo de hablar y de mirar, etc.) que son
procesados simultáneamente.

Procesos controlados: La mentalización controlada es consciente, verbal, deliberada y


reflexiva. Implica un procesamiento serial y lento que requiere atención concentrada,
intención, conciencia y esfuerzo.
La mentalización explícita es simbólica (por ejemplo, componer una canción para expresar
un estado de ánimo, poner los sentimientos en palabras, etc.), el lenguaje es el medio
electivo para ella y gran parte de la misma toma la forma de narrativas.
Al mentalizar explícitamente podemos intentar inferir deliberadamente las motivaciones y
condicionamientos de las conductas de los otros, discernir qué comportamientos se vuelven
esperables a partir de tal o cual situación, anticipar cómo reaccionará el otro al modo en que
le comuniquemos determinada noticia, le expresemos determinado deseo, etc. Vale decir,
nos encontramos aquí con un amplio conjunto de procesos interpretativos e inferenciales
que son llevados a cabo de manera consciente y voluntaria con diversos objetivos, entre
otros, anticipar y predecir el comportamiento ajeno.
En relación con el sí mismo, la mentalización controlada incluye las actividades reflexivas
(focalización deliberada de la atención y automonitoreo, reflexión sobre la propia mente,
etc.), que toman como objeto a los propios procesos y contenidos mentales, permitiendo
con ello una distancia psicológica respecto de los mismos y propiciando el discernimiento
de la diferencia entre el pensamiento y la realidad efectiva (discernimiento que implica la
posibilidad de relativizar el propio punto de vista y considerar puntos de vista alternativos).

B.2.b) Procesos cognitivos y afectivos: En lo que hace a esta polaridad, cabe señalar que si
bien en algunos casos la mentalización puede implicar primordialmente creencias y
reflexiones acerca de los estados mentales, en otros el foco puede consistir en los estados
afectivos.
De hecho, en su mayor parte la mentalización consiste en una reacción emocional rápida e
intuitiva. Nuestros propios sentimientos y la intuición de los sentimientos de los demás, nos
proveen de considerable información acerca de los estados mentales que subyacen al
comportamiento (Bateman, Fonagy, 2006).
Ambos aspectos (cognitivos y afectivos) suelen funcionar conjuntamente en la comprensión
social habitual, si bien pueden disociarse en la patología. En trabajos anteriores, Fonagy y
colaboradores denominaron “afectividad mentalizada” a la interacción efectiva entre los
dos sistemas (Fonagy et al., 2002).
En cuanto a sus bases neurológicas, las proposiciones cognitivas están posiblemente
basadas en diversas áreas de la corteza prefrontal, mientras que los aspectos afectivos del
mentalizar son procesados en la corteza ventro medial prefrontal (Fonagy, Luyten, 2010).

B.2.c) Procesos basados en lo externo o en lo interno: En lo que hace a esta polaridad,


podríamos decir que esta diferenciación se encuentra también asociada a distintos sistemas
neuronales. Así, los procesos focalizados en lo externo se asocian con la red
frontotemporoparietal, mientras que los focalizados en lo interno lo hacen con la red medial
frontoparietal (Lieberman, 2007).
Los procesos focalizados en lo externo son aquellos en los que la atención se centra en las
características externas, físicas y a menudo visualmente perceptibles de los demás, de uno
mismo o de la interacción. Entre las actividades cuya fuente se encuentra en lo exterior,
podemos incluir la observación de las acciones, el reconocimiento visual de emociones e
intenciones perceptibles en el rostro, gestos y posturas de los demás, la reevaluación basada
en hechos perceptibles, la denominación de los afectos a partir de la expresión de las
emociones, etc.
Los procesos focalizados en lo interno, en cambio, son aquellos que centran la atención en
las características experienciales internas (mentales, emocionales) de uno mismo y de los
demás. Incluye actividades tales como la empatía, la autorreflexión, la memoria
autobiográfica, las reevaluaciones basadas en la relación personal con un objetivo, etc.

B.2.d) Procesos focalizados en el self, focalizados en el otro: En lo que hace a esta


polaridad cabe decir que si tomamos en cuenta el punto de vista de la neurociencia (que es
el que utilizan Fonagy y colaboradores en sus últimos trabajos), vemos que no es posible
plantear acá una dicotomía self/otro, ya que hay una notable comunidad entre los procesos
cerebrales que subyacen a ambos polos. Estudios de neuroimágenes han mostrado que
cuando nos focalizamos sobre nuestra propia mente o sobre la de los demás, se activan los
mismos circuitos cerebrales (Fonagy, Luyten, 2009), pertenecientes a dos redes neurales
diferentes.
La primera de ellas es la frontoparietal de las neuronas espejo, mediante las cuales cuando
observamos las acciones de los demás, se activan en nosotros las partes correspondientes de
nuestra corteza motora y cuando percibimos la expresión de sus emociones, se activan
nuestros centros visceromotores.
La comprensión de la experiencia de los otros posibilitada por las neuronas espejo, tiene
una cualidad inmediata e intuitiva. Por lo demás, es posible que la representación de dicha
experiencia esté fuertemente fusionada con nuestra propia autorrepresentación.
La segunda red incluye la corteza media prefrontal y otras formaciones corticales y procesa
información acerca del sí mismo y el otro de un modo más abstracto y simbólico.
Es este sistema el que inhibe las respuestas automáticas e imitativas y permite la
diferenciación entre el sí mismo y el otro. A partir de esta diferenciación, la atención podrá
focalizar en uno u otro de estos polos.
Cabe señalar que en algunas condiciones clínicas y situaciones interpersonales podemos
observar un pasaje de un polo a otro dentro de cada polaridad y/o una interacción entre las
mismas, que favorecen un desempeño fluido en las relaciones interpersonales, como así
también una adecuada regulación emocional o, por el contrario, que contribuyen a los más
diversos desenlace problemáticos.

C) Funciones de la Mentalización:

Las funciones de la mentalización son aquello por lo cual ésta es tan importante, aquello
que la misma permite al sujeto, lo que éste logra en su relación consigo mismo y con los
demás gracias al mentalizar. En lo que sigue realizo un listado -que no pretende ser
exhaustivo- de algunas de estas funciones, con la intención de brindar un panorama de las
mismas y subrayar la importancia del mentalizar en diversos ámbitos del funcionamiento
mental e interpersonal.

C.1) Mediante el expediente de atribuir estados mentales a los demás (creencias,


sentimientos, motivaciones), el comportamiento de los mismos se vuelve entendible (en
términos de dichos estados), lo que torna posible la relación interpersonal, así como el
llevar a cabo los múltiples intercambios intersubjetivos en los que es importante la sintonía
afectiva e intelectual con el otro. De igual forma, reduce la dependencia consistente en que
la otra persona tenga que explicar la razón de cada una de sus acciones.

C.2) El atribuir estados mentales a los demás permite también predecir su comportamiento,
lo cual es importante a los efectos de prepararnos para una actitud que conjeturamos
amistosa u hostil.

C.3) Mediante el mentalizar es posible anticipar cómo determinada actitud (o


verbalización) propia impactará en el otro, lo cual posee la mayor importancia para regular
la propia conducta en función de la reacción probable del otro que podemos prever.

C.4) La mentalización adecuada promueve y mantiene el apego seguro, tanto en el niño


como en el adulto. En lo que hace al primero, múltiples estudios han mostrado la
correlación existente entre la capacidad reflexiva de los cuidadores y el apego seguro del
hijo. Así, el buen desempeño mentalizador de una mujer embarazada, es predictor del
apego seguro de su hijo evaluado al año de edad, como así también de su desempeño
adecuado en la capacidad para mentalizar, evaluada a los cinco años (Fonagy et al. 1998).
En lo que tiene que ver con el segundo, cabe señalar que cuanto mayor sea la captación que
se tenga del sentido del comportamiento del otro, mayor será la adecuación y sintonía con
que se pueda responder al mismo. Por otra parte, ante una conducta ajena que produzca
malestar, la posibilidad de entender por qué el otro actuó como lo hizo, ayuda a disipar el
sentimiento negativo producido por su acción o sus palabras (advertir, por ejemplo, que el
otro no tuvo intención de herirnos cuando dijo tal o cual cosa, ya que desconocía nuestra
sensibilidad para con ese tema, o que estaba alterado por algo que le había ocurrido, etc.).
Tanto la sintonía mencionada como la posibilidad de disipar malestares surgidos en el
vínculo, ayudan a consolidar la relación de apego.

C.5) La mentalización dirigida hacia el otro, que aprehende su estado emocional y despierta
una reacción afectiva acorde al mismo, es lo que llamamos empatía. Hay dos formas de la
misma: automática y deliberada.
La empatía automática se basa en las neuronas espejo, que se activan ante la percepción del
estado emocional de otra persona, permitiendo la captación intuitiva e inmediata de ese
estado así como una resonancia con el mismo.
Por su parte, la empatía deliberada supone la decisión voluntaria de imaginar el escenario
mental y emocional del otro, poniendo entre paréntesis (inhibiendo) nuestra propia
perspectiva. En su grado más elevado implica la posibilidad de entender las razones que
han motivado las emociones ajenas (Allen, Fonagy, Bateman, 2008).

C.6) La mentalización optimiza la comunicación, ya que para mantener un diálogo fluido es


necesario monitorear el estado mental de nuestro interlocutor. Según ha sido puesto de
manifiesto mediante diversas investigaciones, el ceder turnos en una conversación supone
tener en mente el estado mental del otro de un modo implícito y sin tener que pensar
deliberadamente sobre ello (Barker, Givon, 2005).
De igual forma, se ha demostrado que en todo intercambio interpersonal se produce un
espejamiento automático de los estados emocionales del interlocutor, a los que se ajustan
(de forma inconsciente y automática) la propia postura, el tono de voz, las expresiones
faciales, etc. (Bateman, Fonagy, 2006).

C.7) La mentalización ayuda a procesar las actitudes de los otros hacia el self. En el caso
del niño sujeto a maltrato cuya mentalización aún no se ha desarrollado, el abandono o
maltrato por parte de sus padres suele ser tomado como testimonio del poco valor propio
(“si no me quieren es porque no soy querible”). Por el contrario, si el niño es capaz de
atribuir dicho comportamiento a estados emocionales de los padres que tienen que ver con
ellos y no con él, podrá sortear la experiencia sin un daño permanente en la visión de sí
mismo.
En el caso del adulto, la posibilidad de descentrarse y advertir que, por ejemplo, el
malhumor del otro tiene que ver con problemas laborales que lo aquejan, ayuda a no
interpretar dicha actitud como expresión de una hostilidad hacia el self.

C.8) La posibilidad de conectar el mundo de la fantasía y la emoción con el


comportamiento, tanto en uno mismo como en los demás, favorece la riqueza y
profundidad del vínculo con el otro, tornando significativo el intercambio interpersonal.
Cuando falta esta posibilidad y el otro es tomado como un objeto físico, desprovisto de
espesor subjetivo, la relación con el mismo pierde profundidad y significación y se torna
utilitaria o desconsiderada.

C.9) La posibilidad de registrar, identificar y denominar los propios deseos y emociones es


una función importante del mentalizar. Dicho registro dota de riqueza a nuestro mundo
interno y de significación a nuestra vida, a la vez que nos permite orientarnos en la toma de
decisiones que nos representen. Las perturbaciones en esta función nos producen un
sentimiento de vacío y nos dejan sin una brújula que nos oriente en la acción.

C.10) La simbolización de la vida emocional a través de la construcción de


representaciones secundarias de los afectos, está en la base del registro mencionado,
permitiendo la adecuada identificación, diferenciación y denominación de las emociones.
Por su parte, la puesta en palabras de las mismas ayuda en la clarificación y discriminación
de la vida emocional (Lanza Castelli, 2010).

C.11) La identificación precisa de los propios deseos y sentimientos favorece la posibilidad


de regularlos y tomar decisiones respecto a la expresión de los mismos. La regulación
emocional puede referirse al incremento o decrecimiento de la intensidad de la experiencia
emocional, a la modificación de dicha experiencia y al mantenimiento de un determinado
nivel de activación emocional. Incluye la reevaluación de los afectos y del componente
cognitivo de los mismos.
La regulación de su expresión implica la decisión acerca de inhibirlos, dejarse ir,
expresarlos en forma indirecta o modificada, teniendo en cuenta, por ejemplo, la
oportunidad para dicha expresión, el modo en que impactará en los demás, etc.

C12) La mentalización permite diferenciar los pensamientos de la realidad efectiva y


moverse en el espacio representacional conectando los pensamientos con los hechos pero
sabiendo de su diferencia. Gracias a ello es posible amortiguar el efecto de pensamientos
angustiantes, autocríticos, autodesvalorizantes, etc. al discernirlos como “meros
pensamientos”. Esta posibilidad es un logro del desarrollo que se alcanza cuando es posible
integrar los modos prementalizadores que la anteceden: el modo de “equivalencia psíquica”
y el modo de “hacer de cuenta”.
El primero de ellos tiene vigencia en el niño de hasta tres años de edad. Consiste en que
éste no considera que sus ideas sean representaciones de la realidad, sino más bien réplicas
directas de la misma, reflejos de ésta que son siempre verdaderos y compartidos por todos.
Hay, por ende, una equivalencia entre pensamiento y realidad, lo que es fuente de
inevitable tensión, ya que la fantasía proyectada sobre el mundo exterior es sentida como
totalmente real.
El niño no es capaz de advertir el carácter meramente representacional de los estados
mentales, lo que le permitiría diferenciarlos de la realidad efectiva y hacer que pierdan su
carácter eventualmente abrumador. De igual forma, esta diferenciación abriría a la
posibilidad de admitir que el propio punto de vista es diferente de otro, relativo, parcial y
eventualmente equivocado.
Por su parte, en el modo de “hacer de cuenta”, el niño puede identificar los pensamientos
como tales mientras juega, sin confundirlos con la realidad, con una condición: que estén
claramente desacoplados del mundo real (personas y cosas), que no tengan conexión con él.
El logro de la mentalización se produce cuando ambos modos pueden integrarse, lo que
implica que el pensamiento se diferencia de la realidad, pero conservando su conexión con
la misma. Esta conquista permite el monitoreo y la reflexión sobre los estados mentales,
advirtiendo su carácter de tales (Fonagy et al., 2002; Bateman, Fonagy, 2004).

C.13) De igual forma, al mentalizar podemos amortiguar el efecto de las atribuciones


disfuncionales con que interpretamos el comportamiento de los otros en forma automática,
en la medida en que podemos discernirlas como tales y advertir la forma en que nuestra
mente construye el significado de las actitudes del otro (Lanza Castelli, 2011).

C.14) La mentalización permite discernir que nuestro modo de ver la realidad es sólo un
punto de vista entre otros posibles, ya que no consiste en un reflejo de aquélla. Esto da pie
para que podamos relativizar nuestro modo de ver las cosas y admitir -mediante una actitud
abierta y flexible- que el mismo hecho puede ser visto desde distintas perspectivas.

C.15) La mentalización nos permite advertir que los estados mentales propios y ajenos son
opacos por naturaleza y que la aprehensión de los mismos es siempre conjetural,
eventualmente confusa y poco clara.

C.16) Una expresión elocuente de la mentalización es el interés genuino y no compulsivo


por los estados mentales propios y ajenos, junto con la apertura a la perspectiva ajena y la
expectativa de que la propia comprensión del otro se ampliará con lo que éste tenga para
aportarnos.

C.17) La mentalización nos permite adoptar una perspectiva del desarrollo, lo cual implica
aprehender que con el crecimiento la comprensión que tenemos de los demás se profundiza
y complejiza. Esta profundización nos permite, por ejemplo, comprender mejor a nuestros
padres a medida que nos volvemos mayores.
La perspectiva del desarrollo tiene también que ver con el discernimiento de que el
pensamiento del niño es distinto al del adolescente y al del adulto, lo que posee la mayor
importancia en la relación con los propios hijos.

C.18) La mentalización es una pieza clave en la constitución y el desarrollo del self. De un


modo harto esquemático podríamos decir que cuando la figura de apego se representa al
niño como un ser con estados mentales intencionales, y manifiesta de algún modo (en
forma verbal o preverbal) que se lo representa de esta forma, el niño percibe este reflejo de
sí mismo como un ser intencional, e internaliza esta visión de sí que tiene su figura de
apego. Con ello va poniendo los primeros mojones para la construcción del self psicológico
y para el desarrollo de la capacidad de mentalizar (esto es, para comprenderse a sí mismo y
al otro como seres intencionales).
Por lo tanto, el self psicológico se constituye a través de la percepción de sí -como un ser
con estados mentales- en la mente de la figura de apego. El niño ve que su cuidadora se lo
representa como un ser intencional, y esta representación de sí, que su cuidadora posee, es
internalizada para la formación del self.

C.19) Si el paciente tiene una capacidad mentalizadora suficiente, podrá trabajar


adecuadamente en la psicoterapia utilizando dicha capacidad con el objetivo de monitorear
sus estados mentales, lograr el insight, simbolizar los conflictos y las situaciones
traumáticas, diferenciar el presente del pasado, reconocer y remover las proyecciones que
distorsionan la comprensión del otro, etc. (Holmes, 2006; Allen, Fonagy, Bateman, 2008).
Si no es éste el caso y presenta fallas en esta función, será tarea de la psicoterapia focalizar
en ellas y buscar remediarlas, tal como propone la “Psicoterapia basada en la
mentalización” (Bateman, Fonagy, 2004; 2006).

D) La relación entre la arquitectura de la mentalización y las funciones de la misma

Cabe relacionar ahora los dos temas hasta acá expuestos y mostrar cómo las funciones de la
mentalización derivan de una conjunción y articulación entre los componentes y las
polaridades mencionadas, lo que podemos representar en el siguiente gráfico.

Componentes

Arquitectura Funciones

Polaridades

Podemos ilustrar esta idea con una función específica y una breve viñeta que la ejemplifica,
a los efectos de ver cómo confluyen en ellas las variables mencionadas.
Consideremos la función que figura en el listado precedente, C.3) “Mediante el mentalizar
es posible anticipar cómo determinada actitud (o verbalización) propia impactará en el otro,
lo cual posee la mayor importancia para regular la propia conducta en función de la
reacción probable del otro que podemos prever”.
El ejemplo que sigue a continuación está tomado del comentario hecho por una paciente,
mientras hablaba en sesión de una reunión con amigos en la que había estado con su pareja.
Refiere que en un momento, en medio de un intercambio de ideas, él tuvo para con ella un
comentario desvalorizante y algo hostil, del cual dice lo siguiente:

No me gustó la actitud que tuvo conmigo y estuve a punto de mandarlo al diablo, pero
sabía que si le decía algo delante de todos se iba a poner más agresivo y nos íbamos a
pelear en serio, porque a él le importa mucho su imagen y se siente humillado si yo le
retruco en público. Así que preferí no decirle nada en ese momento y hablarlo a solas
cuando estuviera más tranquilo.

La secuencia discursiva comienza con una función de la mentalización consistente en la


capacidad para registrar las propias emociones (C.9). En este caso, el enojo por el
comentario hostil del novio y el impulso a responderle de manera agresiva (mandarlo al
diablo). A los efectos de las consideraciones que realizaré, y con el objetivo de no recargar
la exposición, dejo de lado el análisis por separado de esta función y solamente consigno
que es habitual que en una secuencia narrativa concreta confluyan varias de las funciones
mencionadas en C.).
Tras el registro del enojo y del impulso al cual impele, se pone en juego la función C.3),
mediante la cual se interpola un trabajo mentalizador entre el estímulo (comentario de su
pareja) y la respuesta, que queda en conato de reacción hostil. Dicho trabajo implica:
1) La habilidad cognitiva de prever lo que le sucedería a su pareja si ella reaccionaba (se
iba a poner más agresivo), así como las consecuencias que esto tendría (nos íbamos a pelear
en serio).
2) Para poder hacer esta previsión, la paciente utiliza un conocimiento idiosincrático, según
el cual a él le importa mucho su imagen y se siente humillado si ella le contesta en público,
lo que lo llevaría entonces a ponerse más agresivo. Asimismo, utiliza también un
conocimiento sobre sí misma: que sus reacciones irían aumentando en función del
incremento de las de él. Hay también en juego, por tanto, un conocimiento del self en
relación con el otro.
3) Suponemos que este conocimiento se relaciona con un sistema representacional para los
estados mentales, ya que es de esa forma como ella se representa a su novio (que le
importa mucho su imagen y se siente humillado) y a sí misma.
Vemos, por tanto, en juego los tres componentes de la arquitectura de la mentalización:
habilidad cognitiva, sistema representacional, conocimientos. Estos tres componentes están
presentes en esta función, que es la que permite inhibir la acción (la respuesta hostil
inmediata que habría surgido) y elegir una acción alternativa, más funcional.
A su vez, las polaridades se ponen en juego en la misma situación, de la siguiente forma:
Polaridad procesos centrados en el self/ en el otro: la paciente se mueve con flexibilidad de
un polo a otro y los articula (cuando registra su enojo está centrada en el self, cuando piensa
que él se pondría más agresivo, está centrada en el otro, y cuando dice que se pelearían en
serio, está centrada en la relación).
Polaridad procesos controlados y automáticos: prevalecen los procesos controlados (la
reflexión deliberada que realiza y el control que ejerce) que inhiben la respuesta automática
que se gestó en su interior (mandarlo al diablo) y están en la base de la decisión que toma
de responder en forma diferida y de otra manera (hablarlo a solas, cuando estuviera más
tranquilo).
Polaridad procesos cognitivos y afectivos: prevalece el proceso cognitivo (prever, anticipar
consecuencias, elegir la conducta considerada como más funcional) después del proceso
afectivo inicial.
Polaridad procesos centrados en lo externo o en lo interno: prevalece el polo procesos
centrados en lo interno, ya que lo que se pone en juego es el conocimiento que tiene de
cómo a él le importa su imagen y se siente humillado.
Vemos entonces cómo los elementos mencionados (componentes, polaridades) se articulan
entre sí en el ejemplo propuesto: en la paciente se pone en juego una habilidad cognitiva
específica que utiliza un sistema representacional y una serie de conocimientos particulares.
Estos componentes se combinan con las cuatro polaridades simultáneamente del modo que
ha sido indicado para cada una de ellas y que podríamos sintetizar diciendo que a la vez que
focaliza en el otro, el reflexionar (y anticipar) es predominantemente cognitivo, controlado
y basado en lo interno.
De esta forma, podríamos decir que en cada función se ponen en juego, de modos variados
y en combinaciones diversas, los distintos ingredientes de la arquitectura de la
mentalización (componentes, polaridades).
Por lo demás, en cada una de las funciones puede producirse una falla que impida que ésta
tenga lugar en forma adecuada, dando lugar a diversos déficits en el funcionamiento mental
e interpersonal del sujeto (cf. sección F).

E) El contexto para el desarrollo de la mentalización:

La mentalización se desarrolla a lo largo de dos vías: el reflejo parental y el juego, en el


interior de un contexto de apego seguro.
Hay diversos estadios en este desarrollo -íntimamente unido al desarrollo del self- y sobre
él inciden múltiples variables (como la organización familiar, el tipo de educación, la
relación con el medio social, etc) entre las que se revela como fundamental la actitud
reflejante de los padres y las interacciones mentalizadoras que mantienen con sus hijos.
Dada la complejidad de este proceso, sólo deseo consignar acá que el apego seguro es el
contexto en el que se desarrolla adecuadamente la capacidad de mentalizar.
Utilizando la Entrevista de Apego Adulto y a través de una codificación especial de la
misma, Peter Fonagy y sus colaboradores descubrieron que era posible predecir que una
mujer embarazada que tenía un alto desempeño en su funcionamiento mentalizador (en
dicha entrevista) antes siquiera de dar a luz, tenía mucho más posibilidades de tener un niño
que estuviera apegado de modo seguro a ella a los doce meses de edad, que otra mujer con
un puntaje bajo en su capacidad para mentalizar (Fonagy et al., 1998).
A su vez, el niño con apego seguro tenía más chances de desempeñarse correctamente en
tareas que evaluaban su capacidad mentalizadora a los cuatro años, que otro niño con apego
inseguro, ya que “…el apego seguro puede ser un elemento facilitador clave de la
capacidad reflexiva” (Fonagy, 1999).
Estos hallazgos llevaron a indagar con mayor detalle cómo era que la capacidad
mentalizadora elevada de la madre (o de los padres) favorecía el apego seguro y la posterior
capacidad mentalizadora del niño. La respuesta señala dos variables importantes: el reflejo
parental y las interacciones mentalizadoras.
E.1) El reflejo parental: en los primeros tiempos de la vida los afectos consisten para el
bebé en una activación fisiológica y visceral que no puede controlar ni significar. Para ello
hace falta la respuesta de la figura de apego a la exteriorización de dichos afectos. Esta
respuesta, cuando es adecuada, consiste en un reflejo del afecto en cuestión: la madre
manifiesta su captación y empatía con expresiones faciales y verbales acordes al afecto
experimentado por el niño, de forma exagerada o parcial y con el agregado de algún otro
afecto combinado simultánea o secuencialmente (por ej. el reflejo de la frustración del niño,
combinada con preocupación por él) y con claves conductuales, como las cejas levantadas
que encuadran la expresión ofrecida a la atención del infans. La observación de este reflejo
parental ayuda al niño a diferenciar los patrones de estimulación fisiológica y visceral que
acompañan los distintos afectos y a desarrollar un sistema representacional de segundo
orden para sus estados mentales, mediante la internalización de dicho reflejo. Como dicen
Bateman y Fonagy “La internalización de la respuesta reflejante de la madre al estrés del
niño (conducta de cuidado) viene a representar un estado interno. El niño internaliza la
expresión empática de la madre desarrollando una representación secundaria de su estado
emocional, con la cara empática de la madre como el significante y su propia activación
emocional como el significado. La expresión de la madre atenúa la emoción al punto que
ésta es separada y diferenciada de la experiencia primaria, aunque -de forma crucial- no es
reconocida como la experiencia de la madre, sino como un organizador de un estado
propio. Es esta “intersubjetividad” el cimiento de la íntima relación entre apego y
autorregulación” (2004, p. 65).
E.2) Las interacciones mentalizadoras: En esta línea de indagación se encuentra la obra de
Elizabeth Meins (1997), quien acuñó el término mind-mindedness para aludir al
“…reconocimiento por parte de la madre de su hijo como un agente mental, y su
proclividad a emplear términos que denotan estados mentales en su lenguaje” (p. 127). En
trabajos posteriores (citados en Allen, Fonagy, Bateman, 2008), junto con un grupo de
colaboradores, evaluó esta capacidad de la madre en las interacciones con su hijo de 6
meses de edad en situaciones de juego, empleando un índice que reflejaba el grado de la
mentalización explícita de la misma, en comentarios tales como: “¿Estás pensando?” “¿Lo
reconoces?” “¡Me estás burlando!”. Estos comentarios daban cuenta de la propensión de la
madre a usar su lenguaje para enmarcar la interacción con su hijo en un contexto
mentalista, e indicaban por tanto la inclinación de la misma a relacionarse con aquél en
base a sus propias representaciones del estado mental del mismo (Ibid).
Estas investigaciones mostraron que la evaluación de la actitud mind-mindedness por parte
de la madre a los 6 meses de edad de su hijo, predecía el grado de apego seguro del mismo
a los 12 meses de edad, así como su buen desempeño en tareas que evaluaban su
funcionamiento reflexivo a los 4 años. Meins y colaboradores concluyen que “…los
comentarios apropiados de la madre acerca de los estados mentales de su hijo pueden
proveer un andamiaje lingüístico y conceptual en el interior del cual los niños pueden
comenzar a entender cómo los estados mentales determinan el comportamiento” (Ibid, p.
95). Dado que estas interacciones tienen lugar antes de la adquisición del lenguaje y de la
capacidad mentalizadora por parte del niño, cabe suponer que las mismas proveen un
fundamento interactivo para el posterior desarrollo de la mentalización.
Otro rasgo importante de estos comentarios mentalizadores de la madre es que estimulan la
atención conjunta (de ella misma y de su hijo) hacia los estados mentales de este último,
con lo cual el niño es ayudado a tomar conciencia de la existencia y características de sus
estados y procesos mentales. A medida que el niño adquiere el uso del lenguaje, cabe
suponer que en el seno de estas interacciones tendrá mayores oportunidades de integrar la
información subjetiva sobre sus estados mentales con signos lingüísticos provistos por la
madre. Es sabido cómo la traducción de la experiencia subjetiva en palabras incrementa el
desempeño mentalizador (Lanza Castelli, 2010a).
Parecería haber una relación recíproca entre el apego seguro y las interacciones
mentalizadoras mencionadas: por un lado, el apego seguro proporciona un clima relacional
que estimula y favorece dichas interacciones; por otro, las respuestas mentalizadoras
maternas favorecen la regulación emocional del niño que, a su vez, consolida el vínculo
emocionalmente seguro. El vínculo y las interacciones, a su vez, favorecen el desarrollo de
una adecuada capacidad mentalizadora en el niño.

F) Aplicaciones prácticas de la teoría de la mentalización:

F.1) La psicoterapia para el trastorno límite de la personalidad:

Esta psicoterapia surge en los trabajos tempranos de Fonagy como la primera aplicación
clínica de la mentalización (Fonagy, 1991). Consiste en un tratamiento orientado
psicodinámicamente, que ha sido manualizado (Bateman, Fonagy, 2006), que se aplica
principalmente a los pacientes borderline y a los trastornos de la personalidad (Allen,
Fonagy, Bateman, 2008) y que focaliza en la capacidad para mentalizar de los mismos y en
sus fallas.
Las fallas en la mentalización en estos pacientes se relacionan con traumas en la relación
de apego temprana, consistentes en situaciones de abuso o abandono (en sus múltiples
formas). Es habitual que los mismos tengan lugar en forma conjunta y sus consecuencias
son de dos clases:
Por un lado, encontramos aquellas que consisten en perturbaciones en los patrones de apego
y que dan lugar al apego desorganizado/desorientado, que conlleva alteraciones en una
serie de variables como la conformación de los modelos internos de trabajo, las emociones
que se vuelven predominantes, las perturbaciones en el sentimiento de sí, los conflictos en
las relaciones interpersonales, etc. (Allen, 2005).
Por otro lado, se encuentran aquellas consistentes en perturbaciones en la calidad de la
mentalización. En relación a estas últimas, cabe decir que si el contexto para el adecuado
desarrollo de la misma es la relación de apego seguro, en el interior de la cual tienen lugar
la actitud reflejante de los padres y las interacciones mentalizadoras, la violencia por parte
de éstos, el abuso, el abandono impedirán que estén dadas las condiciones para el
surgimiento adecuado del mentalizar. Éste se verá entonces perturbado y se establecerá de
un modo precario, de forma tal que ante una situación suficientemente estresante fallará y
dará lugar a la reemergencia de modos de funcionamiento mental prementalizadores.
Dichos modos son el modo de “equivalencia psíquica” y el modo de “hacer de cuenta”,
mencionados en C.12, a los que podemos agregar el “modo teleológico”, que consiste en
que el sujeto sólo reconoce la existencia de estados mentales cuando se evidencian de modo
físico y concreto (así, por ejemplo, el paciente sólo podrá creer en el interés de su terapeuta
por él si éste se lo expresa a través de visitas domiciliarias, disposición casi incondicional
para atender llamadas telefónicas, u otras formas concretas de comportamiento) (Bateman,
Fonagy, 2004).
Por lo demás, si en la relación de apego seguro el niño puede encontrarse a sí mismo en la
representación que el cuidador construye de él como un ser con estados mentales
intencionales e internalizar esta imagen de sí como núcleo de su self psicológico, cuando
este reflejo falla tienen lugar, entre otras, dos consecuencias importantes:
a) Por un lado, se produce una carencia en la imagen orgánica y auténtica del self agentivo
representacional, un trastorno en la identidad, con lo cual pasará a primer plano un self no
mentalizador que trabaja bajo principios teleológicos, lo que deja al niño (y posteriormente
al adulto) con una comprensión inadecuada de los estados y procesos mentales propios y
ajenos, con afectos pobremente diferenciados y denominados, difíciles, por tanto, de
regular. Asimismo, la capacidad de control atencional, que permite la moderación de la
impulsividad, también se verá comprometida (Bateman, Fonagy, 2004).
El predominio de este self no mentalizador y la vigencia de los modos de funcionamiento
mental prementalizadores implican fallas en todas las funciones referidas en C) y se
manifiestan como pensamiento concreto, dificultad para formar una representación del
propio mundo mental y del ajeno, prevalencia de esquemas de atribución rígidos y
estereotipados en las relaciones interpersonales, impulsividad, desregulación emocional,
propensión al acting out, etc.
b) Por otro lado, debido a la falla de un reflejo adecuado de sus propios estados
emocionales, el niño se verá llevado a internalizar representaciones del estado del cuidador
como parte de su representación de sí mismo, lo que crea una experiencia ajena en su
interior. De este modo, ideas y sentimientos que no parecen pertenecer al self, son
experimentados como parte del mismo. Esta imagen coloniza al self y trastorna su sentido
de identidad y coherencia, por lo que debe ser proyectada en un intento de restablecer la
continuidad de la propia experiencia.
En función de estas consideraciones, el tratamiento para el paciente borderline busca
favorecer la reactivación de la mentalización en un contexto de apego seguro (el terapeuta
como “base segura”). Por esta razón se propone un proceso terapéutico en el que la
percepción por parte del paciente de los estados y procesos mentales propios y ajenos se
convierte en el foco del tratamiento.
El objetivo será que el paciente transforme los modelos teleológicos en intencionales, que
integre los modos de equivalencia psíquica y de hacer de cuenta para acceder a un
pensamiento con valor representacional (que no se confunda con la realidad, pero que se
mantenga en conexión con la misma), que pueda unir el afecto a su representación o
construir representaciones secundarias de sus afectos con las que pueda simbolizarlos y
regularlos, que logre desarrollar un intermediario entre los sentimientos y la acción y
contener sus impulsos antes que lo desborden, que pueda monitorear y entender los estados
mentales propios y ajenos para tomar decisiones que lo representen y lograr relaciones
interpersonales más satisfactorias. Todo ello implica la recuperación de las funciones
mencionadas en C) (Fonagy, Target, 2008; Eizirik, Fonagy, 2009).
Las estrategias y técnicas del tratamiento han sido expuestas con detalle por Bateman y
Fonagy (2004) y manualizadas en un texto posterior (2006). Su extensión impide mayores
precisiones al respecto en este lugar.
Hasta el momento han sido utilizadas dos variantes del tratamiento. Una incluye un
programa de hospital de día, de 5 veces por semana y una duración que oscila entre los 18 y
los 24 meses. En el otro el paciente se maneja en forma ambulatoria y asiste a dos sesiones
semanales, una individual y otra grupal, a lo largo de 18 meses.

F.2) El trabajo con madres primerizas “Minding the Baby”:

Basándose en la teoría de la mentalización, Arietta Slade y colaboradores desarrollaron un


programa para asistir a madres primerizas jóvenes en situación de marginación social y
pobreza, la mayoría de las cuales tiene una historia de abandono, traumas precoces y
pérdidas. Muchas de ellas sufren estados de ansiedad, depresión, estrés post-traumático,
abuso de alcohol y de substancias, etc. y la mayoría tiene una capacidad mentalizadora muy
disminuida (Sadler, Slade, Mayers, 2006).
El programa se extiende desde el embarazo de la madre hasta que el hijo cumple dos años
de edad y consiste en visitas domiciliarias semanales llevadas a cabo por trabajadoras
sociales y nurses practicantes avanzadas, capacitadas en la teoría del apego y la teoría de la
mentalización. El objetivo del mismo consiste en la promoción de: a) la salud física y
mental del niño y de su madre, b) el desarrollo del niño y c) el establecimiento de vínculos
sanos entre las madres, sus hijos y la familia extendida.
Si bien este programa de visitas domiciliarias tiene muchos puntos en común con otros ya
existentes en distintos países, con los cuales comparte diversas técnicas, su particularidad
reside en que su foco específico consiste en promover el desarrollo de la capacidad
mentalizadora de los padres y en ayudar a los mismos a tener a su niño in mente en sus
aspectos físicos, emocionales y de desarrollo. Según la autora, este incremento de la
mentalización parental es crucial para promover relaciones de apego sanas y una serie de
desarrollos en lo físico, social y emocional, tanto en el niño como en la madre y en los otros
miembros de la familia.
El desarrollo de la capacidad mentalizadora de la madre, permitirá que ésta establezca una
relación de apego seguro con su hijo. Por lo tanto, uno de los objetivos principales en este
abordaje es que la cuidadora desarrolle una posición reflexiva, esto es, que se vuelva capaz
de focalizar en sus propios estados mentales y en los de su hijo. Dicha posición comienza
en tanto aquélla se vuelve capaz de identificar estados mentales básicos, tales como
pensamientos, sentimientos, deseos, intenciones y creencias, en sí misma y en los demás. A
partir de aquí emergerá la capacidad para pensar e imaginar sobre dichos estados.
El programa tiene cuatro fases: a) el desarrollo de una relación terapéutica, b) la provisión
de servicios concretos, c) el desarrollo de la capacidad de reconocer y tolerar estados
mentales, d) el acceso a la mentalización.
Dada la complejidad y extensión de este proceso, me limitaré en lo que sigue a consignar
solamente algunas de las técnicas que se utilizan para lograr optimizar la mentalización de
la madre, dejando en claro que este objetivo sólo puede lograrse a partir del establecimiento
de una relación de confianza y apego seguro entre esta última y el personal que la visita en
su domicilio, el cual se constituye en una base segura con una actitud básica de
disponibilidad, compromiso, aceptación, escucha, contención, cuidado, afirmación,
ausencia de crítica, etc. Por lo demás, en esta relación se incluye la ayuda en los más
diversos asuntos prácticos, que abarcan conexión con los servicios de salud, tanto médicos
como de servicio social y educativos, provisión de ropa, medicinas y alimentos, enseñanzas
respecto a cómo preparar comidas nutritivas, etc.
Desde el principio las profesionales tratan a la madre como a un ser mentalizante, cuyas
experiencias internas son tolerables, significativas y comprensibles; de este modo modelan
la posición reflexiva de esta última. Por su parte, la madre se experimenta a sí misma como
significativa en la mirada de las profesionales, y la experiencia de ser tenida in mente como
una persona intencional, coherente, que trata de dar lo mejor de sí, favorece que comience a
sentirse (a sí misma y a su niño) de igual forma.
Como fue dicho más arriba, la mayoría de las madres tienen un mentalizar muy pobre y su
funcionamiento mental transcurre en una modalidad en la que describen sus propias
experiencias y la de los demás en términos de acciones concretas y propiedades físicas
(“Tiene una mala simiente” “Mi madre es una cerda”). Por lo demás, poseen pocas palabras
aptas para denominar sus experiencias emocionales más básicas. Cuando, por ejemplo, se
les pregunta cómo reaccionaron al enterarse que estaban embarazadas, responden de un
modo difuso y no específico. Son respuestas habituales “loca”, “shockeada” “rara” que
expresan la experiencia de ser sobrepasadas por una fuerte emoción. Tienen una
apreciación escasa de la relación entre pensamientos, sentimientos y acciones, y tienden a
ser impulsivas y poco flexibles en su comprensión de las cosas.
Por esta razón, para ayudar a cada madre a que comience a identificar sus sentimientos y
necesidades más básicas las profesionales nombran constantemente dichos sentimientos, en
el contexto de conversaciones acerca de la salud, el cuidado de la casa, la educación, la
crianza del niño, etc. que forman lo esencial del intercambio verbal entre ellas (además de
otros relatos que la madre haga sobre problemas familiares, hechos de su historia, etc.).
Una vez que la madre comienza a identificar sus sentimientos, las profesionales la ayudan a
que los afronte y regule, mediante diversas técnicas (Allen, Fonagy, Bateman, 2008). En el
corazón del modelo se encuentra esta propuesta: “identificar un sentimiento y entonces
desarrollar un medio para contenerlo y regularlo” (Sadler, Slade, Mayers, 2006, p. 280).
“En la medida en que uno de los objetivos primordiales de nuestra intervención es ayudar a
la madre a tener a su niño en mente, el trabajo siempre comienza con el hallazgo por parte
de ésta de las palabras para denominar sus propias experiencias internas y su propia historia
de vida. Sólo entonces puede comenzar a tolerar y regular la experiencia de su hijo. Para
muchas de estas madres es un logro comprender que sus hijos tienen sentimientos y deseos”
(Ibid).
Otra técnica consiste en que las profesionales hablen como si fueran el niño y lo imiten, lo
cual es un modo de hacer patente ante la madre que el niño posee sentimientos,
expectativas, necesidades y deseos, y que éstos pueden ser detectados y entendidos en la
medida en que se esté atenta y se sea receptiva a los indicios de los mismos.
Asimismo, las profesionales estimulan constantemente a la madre a que se pregunte qué es
lo que está sintiendo y qué es lo que supone que el niño está sintiendo.
De la mayor utilidad resulta la utilización de filmaciones de la interacción entre la madre y
su hijo, que son vistas en forma conjunta por la madre y la trabajadora social a intervalos
apropiados. En estas sesiones la profesional habla como si fuera el niño y la madre puede
entonces pensar en los sentimientos de éste y en los suyos propios, libre de la presión de
tener que responder a las demandas concretas del niño.
Por último, las visitadoras sociales estimulan el juego de la madre con el niño, el cual
optimiza el vínculo madre-hijo, así como las capacidades mentalizadoras de ambos (Allen,
Fonagy, Bateman, 2008).
Los resultados obtenidos hasta el momento mediante la puesta en práctica de este programa
son muy alentadores. Slade y sus colaboradores encontraron una significativa mejora en la
salud, bienestar y calidad de vida de madres, hijos y familiares que habían participado en el
mismo. Asimismo, se advirtió un significativo incremento en las capacidades
mentalizadoras de las madres que se beneficiaron con este abordaje.
Por lo demás, aspectos nucleares de este enfoque, como la inclusión de los padres en el
tratamiento de los niños y el foco en la optimización de su capacidad para mentalizar, han
sido incluidos por Slade en su trabajo en la psicoterapia con niños (Slade, 2008a, 2008b)

F.3) Terapia familiar breve relacional y basada en la mentalización, para niños y


adolescentes:

Esta terapia tiene su base en la teoría y la clínica de la mentalización, utilizadas como un


marco para el trabajo clínico con niños, adolescentes y sus familias.
Se propone como breve en tanto busca que los integrantes de la familia adquieran o
redescubran capacidades que les permitan contenerse mutuamente de un modo más
adecuado y afrontar los problemas que los aquejan en el corto y el largo plazo. El objetivo
del tratamiento no es, por tanto, sólo la resolución de los problemas identificados sino que
consiste en que la familia logre sentir que está en condiciones de resolver las dificultades
por sí misma y que se encuentra mejor equipada para afrontar los problemas futuros que
puedan presentarse.
Se la considera relacional en tanto la mentalización es central en la capacidad de las
personas para vincularse (cf. C.1 a C.8) y se halla en la base del sentimiento de estar
conectado psicológicamente con los demás, entenderlos y ser entendido, etc.
Esta terapia se basa en tres conceptos centrales:
El primero dice que los problemas familiares derivan, al menos en parte, de problemas en el
mentalizar, por lo cual el terapeuta y los miembros de la familia tratarán de entenderse unos
a otros con mayor claridad, discutiendo los nexos entre los pensamientos, los sentimientos
y las acciones de cada uno.
El segundo concepto afirma que diversas clases de estrés, y el consiguiente arousal
emocional que conllevan, interfieren con el mentalizar. A partir de este dato, los miembros
de la familia pueden entender mejor las dificultades para entenderse debida a los estresores
presentes en la misma.
El tercer concepto consigna que hay una relación entre estrés, comportamiento y
mentalización, lo que puede llevar a interacciones insatisfactorias y problemáticas.
El principio general de la terapia postula que los problemas en la mentalización hacen que
el comportamiento propio y ajeno sea difícil de entender, lo que socava la posibilidad de
brindar una respuesta adecuada.
A su vez, las interacciones cargadas de afecto dificultan la posibilidad de incidir en el otro
por medios psicológicos, lo que lleva a intentos de controlar el comportamiento ajeno. Esto
es percibido por el otro como una acción hostil o coercitiva, lo que, a su vez, despierta en él
sentimientos intensos que dificultan su mentalizar y lo llevan a acciones no mentalizadas,
con lo que se pone en juego un ciclo negativo similar, y así sucesivamente.
Estos circuitos de alto voltaje afectivo, no mentalizados e inductores de acciones
problemáticas y de fallas en la mentalización del otro, suelen ser repetitivos y altamente
perturbadores de las relaciones familiares.
El terapeuta focaliza en ellos, explica a la familia el modelo de la mentalización y de los
circuitos interpersonales, utilizando las interacciones efectivamente ocurridas en la consulta
como ilustración. A su vez, exhibe una actitud mentalizadora, mostrando su interés en los
estados mentales y respeto y consideración por los mismos. El profesional puede, por
ejemplo, decir: “Me doy cuenta, Sara, que has estado muy callada desde el principio de la
hora y me preguntaba en qué estarías pensando”.
En lo que hace al curso del proceso terapéutico, en la primera etapa se busca llevar a cabo
una evaluación de cómo funciona la mentalización en la familia y cómo este
funcionamiento correlaciona con las interacciones más significativas presentes en la misma.
De igual forma, se busca establecer: a) la naturaleza y emergencia de los problemas
referidos, incluyendo ejemplos recientes de los mismos; b) las características contextuales y
las fluctuaciones de dichos problemas; c) los intentos del niño derivado o de la familia para
lidiar con ellos; d) la comprensión que cada miembro de la familia tiene de dichos
problemas; e) los efectos de los síntomas en la familia y en otros; f) la ayuda que han
buscado afuera, así como lo que ha ocurrido en los tratamientos anteriores.
Mientras releva esta información el profesional presta especial atención a la capacidad
mentalizadora de cada miembro de la familia en su relación con los otros, a la vez que
busca indagarla mediante una serie de preguntas apropiadas (al estilo de “¿Qué piensa usted
que su hijo estaba pensando cuando se enojó?” “¿Qué pensaba y sentía usted en esa
situación?”).
A lo largo de la evaluación el profesional busca comprender las fortalezas y debilidades de
la mentalización en la familia, así como la naturaleza de los principales problemas
relacionales y el modo en que ambos aspectos se conectan.
Una vez que ha llegado a construir su hipótesis, la comparte con la familia para obtener
feedback y para contar con su acuerdo en cuanto a que será útil para ellos trabajar en esa
línea.
En cuanto al abordaje terapéutico, su núcleo consiste en la postulación de que lo esencial
del mentalizar no consiste tanto en la habilidad para discernir con precisión los estados
mentales propios y ajenos, sino más bien en un modo de encarar los vínculos que incluye la
expectativa de que el propio sentir y pensar se verá esclarecido, enriquecido y modificado
por lo que se pueda conocer acerca del estado mental de los demás. En este sentido, la
mentalización es más una actitud que una habilidad, una actitud que es interrogativa y
respetuosa de los estados mentales ajenos, consciente de los límites del propio
conocimiento de los demás y convencida de que la comprensión de los sentimientos de los
demás es necesaria para mantener relaciones mutuamente satisfactorias y saludables.
El terapeuta, por tanto, intenta siempre actuar bajo el supuesto de que toda acción
individual en el interior de la familia es entendible si se puede reconocer con claridad el
sentimiento que la motiva, e intenta transmitir a la familia esta actitud mentalizante.
A través de una serie de técnicas intenta ayudar a la familia a que tome conciencia de los
sentimientos que experimenta cada uno de sus miembros, de los pensamientos que están
conectados con estos sentimientos, de cómo estos últimos son comunicados entre los
distintos integrantes del grupo familiar. De igual forma, intenta ayudarlos a ver de qué
maneras los malos entendidos o la falta de comprensión de dichos sentimientos, así como
diversas interacciones no mentalizadas conducen a formas de vincularse que mantienen los
problemas familiares.
Su objetivo es, en suma, ayudar a que se incremente el nivel de mentalización de la familia
en relación a las interacciones problemáticas vinculadas con los problemas por los que se
consultó. Para ello, además del trabajo en sesión, se vale de tareas y juegos que el grupo
familiar habrá de realizar en la semana (Fearon et al., 2006).

Razones de espacio me impiden agregar a estos tres ejemplos consideraciones sobre la


terapia basada en la mentalización para parejas, el trabajo para la prevención de la violencia
en las escuelas, los grupos de psicoeducación, etc. Estas aplicaciones, así como las
reseñadas y otras no mencionadas aquí, muestran la fecundidad de este concepto.
Por ese motivo ha sido mi interés mostrar a lo largo de este escrito cuál es la arquitectura de
la mentalización, cuáles son algunas de sus funciones y de cuántas diversas maneras se
puede utilizar en el trabajo clínico.

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