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El momento afectivo
del acto médico
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1. La amistad médica
Dándole uno u otro nombre, entendiendo como pura naturaleza o como
auténtica persona la realidad del enfermo, como amistad médica han visto la
vinculación afectiva entre el médico y el enfermo los mejores clínicos de Occi-
dente. Muy claramente lo expresan los textos antes transcritos. Pero acaso sea
uno de Séneca, que no renuncio a copiar, el que mejor ha expresado el carácter
amistoso, médicamente amistoso, de la afección correspondiente a la relación
médica, cuando ésta es de veras correcta: «¿Por qué al médico y al preceptor
les soy deudor de algo más, por qué no cumplo con ellos con el simple salario?
Porque el médico y el preceptor se convierten en amigos nuestros, y no nos
obligan por el oficio que venden, sino por su benigna y familiar buena volun-
tad. Así, al médico que no pasa de tocarme la mano y me pone entre aquellos a
quienes apresuradamente visita, prescribiéndoles sin el menor afecto lo que
deben hacer y lo que deben evitar, nada más le debo, porque no ve en mí al
amigo, sino al cliente... ¿Por qué, pues, debemos mucho a estos hombres? No
porque lo que nos vendieran valga más de lo que les pagamos, sino porque hi-
cieron algo por nosotros mismos. Aquél dio más de lo necesario en un médico:
temió por mí, no por el prestigio de su arte; no se contentó con indicarme los
remedios, sino que me los administró; se sentó entre los más solícitos para
conmigo y acudió a mí en los momentos de peligro; ningún quehacer le fue
oneroso, ninguno enojoso; le conmovían mis gemidos; entre la multitud de
quienes como enfermos le requerían, fui para él primerísima preocupación;
atendió a los otros en cuanto mi salud se lo permitió. Para con ése estoy obli-
gado, no tanto porque es mi médico, como porque es mi amigo» (de beneficiïs.
VI, 18). Cualquiera que fuese la eficacia real de los remedios que el médico ro-
mano empleaba, y teniendo muy en cuenta que esa impresión debe darla el te-
rapeuta a todos los pacientes a, no sólo a Séneca o a quien, leyendo ese texto,
por Séneca se sienta hoy representado, apenas es posible describir de mejor
modo el ideal de la relación médica.
Pero la vinculación entre el médico y el enfermo, ¿es real y verdaderamen-
te amistad? ¿Es en rigor amistosa la cuasi-díada de la asistencia médica, cuan-
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2. La camaradería médica
Convencidos, cada uno a su modo, de que la plena realización social de la
justicia iba a hacer inútil el modo de la relación interhumana tradicionalmente
llamada amor, Hegel y Marx entendieron la amistad como la relación coopera-
tiva que se establece entre dos hombres para el mejor logro de un bien objeti-
vo; por tanto, como «camaradería». La vieja concepción homérica de la amistad
-«dos marchando juntos»- adquiría así nueva forma.
La camaradería médica será en consecuencia la vinculación entre el tera-
peuta y el paciente, en tanto que uno y otro persiguen juntos la salud de este
último, y en tanto que la salud, desde fuera de ambos, sea de algún modo un
bien objetivo. A este respecto, dos posibilidades pueden darse.
Para ilustrar la primera de ellas, supongamos que un representante típico
del modo de ser hombre por Riesman llamado «hombre intradirigido» padece
una enfermedad cualquiera. El enfermo quiere ser -en alguna medida, e s - un
hombre consciente de sí mismo y seguro de su propia persona: conoce perfec-
tamente sus fines, se siente dueño de los recursos que le permitirán alcanzar-
los, gobierna con lucidez y firmeza su conducta, no comparte íntegramente con
nadie el secreto de su intimidad personal. ¿Qué será para ese hombre la salud?
Evidentemente, la libre y cómoda disposición de su propio cuerpo para alcan-
zar las metas que él se ha propuesto en su vida; por consiguiente, un bien
instrumental y objetivo, no muy distinto de lo que para el automovilista es la
integridad funcional del automóvil que conduce. ¿Qué será en consecuencia
la enfermedad? Antes que cualquier otra cosa, un desorden del más central y
más indispensable de los instrumentos que exige el logro de sus fines vitales:
su propio cuerpo. Pues bien: si así siente y hace su vida y si esto es para él la
enfermedad, el médico será en principio un técnico en la reparación de los de-
sórdenes del cuerpo; y la relación con el médico, una leal cooperación para el
rápido logro de la salud perdida. Si el terapeuta es lo que de él espera, nuestro
hombre quedará, sin duda, afectivamente vinculado a su persona; pero tal vin-
culación -la propia de la camaradería médica- no pasará ordinariamente de
ser la afectuosidad externa y conmutable que nos une con quien está prestán-
donos un servicio eficaz y oportuno.
Por otra parte, la camaradería médica puede también ser un ideal político y
social. Imaginemos una sociedad en cuyo seno el individuo debe ajustar ínte-
gramente su vida a los fines que le propone el Estado. Dentro de ella, la salud
será tan sólo un bien y una capacidad al servicio de esos fines, el médico, el
funcionario encargado de cuidarla, y la relación entre el terapeuta y el enfer-
mo, la que existe entre quienes deben atenerse a los imperativos ideales de la
sociedad y el Estado a que uno y otro pertenecen. Ambos habrán de vincularse
entre sí como colaboradores en la tarea de reconquistar una salud que por
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todo para el paciente y éste confiará en la persona que para él está poniendo
en práctica sus saberes técnicos y su buena voluntad. Cuando el médico, en
suma, es lo que debe ser, su relación con el enfermo siempre será en mayor
medida amistad médica.
3. La transferencia
La creciente vigencia del psicoanálisis ha conducido a bautizar con un nom-
bre nuevo -Ueberfragung, transferencia- y a entender de manera inédita la ín-
dole del nexo que vincula entre sí al terapeuta y al enfermo. He aquí el texto
de Freud en que por vez primera {Síudien iiber Hysterie, 1895) se alude a ella:
«En los enfermos que se deciden a entregarse al médico y a poner en él su
confianza, por supuesto que voluntariamente y sin ser requeridos a ello, no
puede evitarse que por lo menos durante algún tiempo aparezca inconvenien-
temente en primer plano una relación personal con el médico, y hasta parece
que tal influjo del médico sea condición indispensable para la resolución del
problema». La confianza del enfermo en el médico es ahora concebida como
una transferencia de carácter últimamente erótico, a la vez inevitable, conve-
niente y perturbadora; y la voluntad de ayuda del médico, como la respuesta
técnica a la relación transferencial que con él, sin quererlo uno ni otro, ha en-
tablado el paciente.
Tanto Breuer, cuyo rapport sugestivo era muy acusado, como Freud, obser-
varon ese hecho. Perturbado por él, el honrado y pacato Breuer cortó sus trata-
mientos psicoterápicos y abandonó para siempre el camino hacia el psicoanáli-
sis. Freud, en cambio, supo aliar el decoro moral con la curiosidad científica,
advirtió la importancia del fenómeno y logró hacer de él uno de los más im-
portantes sillares de la terapéutica y la doctrina psicoanalíticas.
A cuatro puntos principales pueden ser reducidas las primitivas expresio-
nes de Freud acerca de la transferencia:
b. Vinculación no amistosa
Puede viciarse o corromperse también la relación médica cuando ei afecto
que vincula ai sanador y al enfermo no es módicamente amistoso, o no lo es en
medida suficiente. Las posibilidades más frecuentes son:
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