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Stefan George
Peregrinaciones Visita
De Heliogabalo Dando las gracias al
Himnos amanecer
Oh madre de mi madre El año del alma
El señor de la isla La Lucha
Llamas Los Signos
La alfombra La Estrella de la Alianza
Ellora [Proemio]
La Palabra Con pálido celo buscaba…
Las palabras engañan Primaveras de jardín
Desde el gluten púrpura… El día del aniversario
Cada obra me lleva hacia El libro de los jardines
la muerte colgantes
Recorremos en el rico Maximin
oropel… Mi niño volvió a casa
Vengan al parque… Estaban tan lastimados
Hyperion
ANTOLOGÍA POÉTICA
STEFAN GEORGE
PEREGRINACIONES
Mi mano huyó
y mi patria nunca ganó el tesoro...
1.
Bajo el techo de espesas frondas
donde las estrellas blanquean en pequeños copos,
tiernas voces murmuran sus sufrimientos.
Las oscuras gárgolas de monstruos fantásticos
arrojan chorros de agua en los cuencos de mármol,
de los cuales escurren arroyos lastimeros.
Candelas suben a abrazar a las ramas de los arbustos,
formas blancas que hienden las ondas.
2.
Las frondas en esos paraísos
alternan con las praderas en flor
y los pórticos de pavimento irisado.
Los rostros de delgadas cigüeñas
encrespan estanques iridiscentes de peces.
Vuelos de pájaros de pálido esplendor
trinan sobre las oblicuas vigas del techo
y los juncos murmuran entre ellos.
Pero mi sueño persigue únicamente su meta.
3.
Entré como un novicio en tu recinto.
Mis rasgos no delataban ninguna sorpresa,
ningún deseo había en mí antes de verte.
Bondadosamente acoge la súplica de mis manos juntas;
elígeme, pues soy tu servidor,
y considera con misericordia
a un ser perdido ante una senda nueva.
4.
Sólo ahora, que mis labios inmóviles arden,
veo adónde me condujeron mis pasos,
hacia el espléndido dominio de otros señores.
Sin duda, aún era posible partir,
y, al cruzar a través de las altas rejas,
los ojos por los cuales me prosterné
me interrogaban, llamándome.
5.
Dime sobre qué senderos
deberá pasar ella hoy.
Que en las arcas más ricas
pueda poner yo suaves sedas,
y elija rosas y violetas
para humildemente ponerlas
como alfombras a sus pies.
6.
Para cualquier cosa estoy como muerto.
Quiero con mis sentidos evocar tu presencia,
bordar contigo palabras nuevas,
trabajos, recompensas, gracias y rechazos.
De todas las cosas sólo ese deseo me queda,
y lamentar la fuga incesante
de las imágenes surgidas de la sombra envolvente,
cuando amenaza la mañana clara y fría.
7.
Angustia y esperanza alternadamente me oprimen.
Mis palabras se pierden en suspiros,
una vehemente languidez me atormenta,
no encuentro, ni sueño ni reposo,
y mi lecho está inundado de lágrimas.
Me aparto de toda alegría
y no espero ningún consuelo de amigo.
8.
Si hoy no toco tu cuerpo,
la fibra de mi alma se romperá
como la cuerda demasiado tensa de un arco.
Que los crespones de duelo sean las señales del amor,
porque sufro desde que te pertenezco.
Juzga tú si soy digno de tal tormento.
Que la paz me libere de la fiebre
al esperarla ansioso ante su puerta.
9.
La felicidad es áspera y severa.
¿Quién podrá darme un breve beso?
Un desierto, desolado y ardiente,
que absorbe una gota caída
sin apenas degustarla,
no está tan sediento de llamas nuevas
como yo.
10.
Mientras espero, contemplo un bello parterre
cercado de espinas purpúreas y sombrías.
Cálices brotan de las espuelas moteadas,
los helechos inclinan sus plumas aterciopeladas,
los matorrales, verdes de agua, se redondean vaporosos.
En el centro, dulces campanillas blancas.
Un perfume emana de sus labios húmedos,
suave fruto de celestes campos.
11.
Franqueamos el portal florido
no sintiendo más que nuestra propia respiración.
¿Encontramos las felicidades soñadas?
Recuerdo ese silencio, frágiles cañas.
Habíamos comenzado a temblar
al menor roce de nuestras manos.
Recuerdo que nuestras lágrimas corrían
y tú permanecías largo tiempo a mi lado.
12.
Cuando en lo más profundo del sagrado reposo
se juntan nuestras manos sobre las sienes,
la adoración mitiga el fuego de nuestros miembros
y no pienso más en las sombras monstruosas
que se mueven ondulando sobre la pared,
ni en los escollos que podrían separarnos,
ni que al otro lado de la pared,
la arena blanca se apresta a beber nuestra tibia sangre.
13.
Te apoyas en el tronco de un sauce plateado.
Las puntas rígidas de tu abanico
rodean tu cabeza como relámpagos
y haces girar tus alhajas como jugando.
Estoy en la barca bajo volutas de follaje.
En vano te he invitado a subir...
Veo a los sauces inclinarse cada vez más,
y a las flores, esparcidas, arrastradas por el agua.
14.
Deja de hablar siempre
de las hojas
que el viento arranca,
de los frutos maduros
calcinados por el sol,
de los pasos
que destruyen
al acabar el año.
Del temblor
de las libélulas
en las tempestades.
Y de los fuegos
de las estrellas
errantes.
15.
Habitamos los túneles sombríos,
los templos claros, los senderos, los parterres.
Alegremente ella, sonriendo, mientras yo murmuraba.
Ahora, es cierto, ella partirá para siempre.
Las grandes flores palidecen o se quiebran.
Palidece y se quiebra el espejo de las aguas,
y yo tropiezo en la hierba que se pudre.
Las palmas me lastiman con sus puntas agudas.
Manos invisibles se agitan como ráfagas.
Las hojas marchitas silban girando a mi lado.
Afuera, alrededor de los pálidos muros del Edén,
la noche es sofocante y nublada.
MAXIMIN
FIN