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XVII.

HACIENDO NEGOCIOS - Cine

Viernes, 3 de septiembre de 2010 - josemari20 46 5 visualizaciones

Una de las premisas de cosecha propia que siempre seguía Berget Alster, a la hora de hacer negocios, se basaba en un antiguo proverbio chino
que decía: "Todos los ríos desembocan en el mar y el mar no se desborda".

Era una premisa que había asumido para sí durante sus años de estancia en Saint Petrs of Hungary, tanto en Hungría como en Manhattan. Ahora
se encontraba en su apacible hogar, a pie de playa. Estaba sentada en uno de los asientos playeros que tenía instalado en el jardín, al lado de la
piscina, contemplando el mar y escuchando el sonido de las olas al estallar contra la tierra, mientras cerraba los ojos y respiraba un aire fresco,
marino, que le proporcionaba el ya frondoso árbol plantado en el jardín. El árbol le regalaba su sombra como si fuese una sombrilla de playa.

Bruscamente le asaltó un pensamiento que le arrancó de su placidez, obligándole a abrir los ojos. Ahora sabía cómo habría de perpetrar su
venganza. Ahora tenía un plan. Muchas veces ya le había rondado por su cabeza, en muchas ocasiones, la idea de regalar en vida una casa a
Zurich. Había pensado en una propiedad de Manhattan, donde ella había concebido las mejores ideas de negocio que lograron sacarle adelante
en la dura vida que le tocó vivir.

Así que su plan comenzaría a tomar sentido una vez le hubiese donado su casa. Se lo había prometido, allí, en su casa de playa. Intentó dejar sus
pensamientos en blanco. Pero esta vez no lo conseguía. Algo en su interior pugnaba por salir. Le quería dar vida propia a aquello que corroía su
interior. Pero era más grande que su propia idea y no sabía qué era. Simplemente estaba allí. Había acabado de aparecer. Con signos de
permanencia. Y debía negociar si quería que lo le absorbiese su existencia por completo. Quería evitar obsesionarse, pues le nublaría su visión.
Y ahora necesitaba tener las ideas claras.

Entonces recordó, una vez más, el antiguo proverbio chino que le había sido siempre de utilidad. Pareció reconocer en sus neuronas a los
neurotransmisores. Solo que esta vez se habían alocado más que nunca. La información fluía por todas partes. A borbotones. Debía canalizar
tanta información. Pero no tenía espacio suficiente para almacenarla. Y entonces contempló el mar, cuando sus sienes parecían explotar. Y allí
halló la respuesta. Sería el propio Zurich quien ejecutara su venganza. Entonces pudo escuchar, a sus 63 años, "We Shall Overcome" en la voz de
Joan Baez, tras el cristal de la casa, a su espalda.

Ahora vislumbraba una luz en el túnel vital de su existencia. Extendió su mano izquierda, la que aún conservaba sus huellas dactilares de origen,
suavemente hacia la mesa, deseando atrapar un libro de poemas. Una vez conquistado el pequeño libro, lo abrió por la marca de lectura y leyó:

La vida debemos llevarla


de instante a instante
para poderla culminar.

En la vida hay muchas cosas


que debemos realizar:
una, diferente de otra.
Somos habitantes esperanzados
en encontrar el amor.

La vida nos da una batalla,


nos da una constancia
y acepta con una sonrisa
las dificultades
que nos brinda a cada paso
el alegre marchar.
Abstraer para comprender los mensajes.
En la vida interna se halla todo.

Dos puntos recorren


armoniosamente hacia el Infinito:
la visión y el Ser,
acompasados con el tiempo.
La vida es buena
porque te brinda tiempo para vivir.

La vida es un escalón de la Magna Escalera


que nos conduce, paso a paso,
a la Realización. Vivimos el presente.

Una vez leído el poema, depositó el librillo nuevamente sobre el Codex Sinaiticus, sin tapas, sino con colofón que indicaba el nombre del autor,
título del libro, lugar de elaboración, nombre del impresor, fecha de edición y una frase de acción de gracias a Dios. Acto seguido, se sintió
cansada, pesada, agotada. Y cerró los ojos, intentando recuperarse. Y allí comenzó una batalla con su conciencia, que una veces le mostraba y
otras ella dirigía, con sus imágenes, que unas veces conducía y otras se perdían, llegando a coronar un nuevo día que comenzó aquel atardecer.

Al abrir los ojos nuevamente, notó que el aire nocturno marino había lanzado el pequeño libro de poemas sobre el césped del jardín, dejando al
descubierto el interior del Codex Sinaiticus, y a simple vista, notó que no tenía paginación ni signos de puntuación, con caracteres góticos, con
una amplitud de márgenes que contenía apostillas, explicativas y anotaciones, que llamaban poderosamente su atención sobre algún fragmento
del texto. Estaba escrito a cuatro columnas. Y su curiosidad le incitó a leerlo. Se inclinó sobre la mesa y comenzó a pasar delicadamente sus
hojas. Estaban llenas de dibujos y escritura gótica, con tinta china. Conforme pasaba páginas, el texto se comprimía en dos columnas, hasta
mostrar unas páginas en que el texto estaba a una columna. Entonces detuvo su búsqueda. Buscó algo de interés. Y notó que había pasajes en
los que se había basado "Messiah", de Handel, o dibujos que le recordaba los trabajos de Leonardo Da Vinci. Siguió buscando los dibujos de Da
Vinci y encontró 29 páginas. Retrocedió al penúltimo dibujo y allí estaba: era una cruz con un gran círculo central y, en mitad de éste, el signo
igual. Alrededor de la cruz había otros cuatro círculos que llenaban los vacíos que dejaba la cruz. Todo en aquel dibujo, en suma, parecía
conformar un cuadrado. Por fin tenía el modo de realizar su plan.

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