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Desde el primer momento en que comencé a pensar este trabajo, tuve presente a algunos
pacientes que durante mucho tiempo para mí fueron difíciles de abordar, de llegar, de
tocar. Mucho más difícil era tener la sensación de poder producir alguna modificación
perdurable en su funcionamiento y menos en su padecimiento.
El título del trabajo ya sugiere que se me ha presentado alguna herramienta para llegar
hasta donde antes me parecía imposible. La posibilidad de utilizar el vínculo como una
herramienta sanadora. El vínculo como una forma de presencia particular, que posibilita
que se produzcan modificaciones en el funcionamiento estructural, como re-ediciones
de elementos antiguos o como inscripciones de elementos que directamente no estaban
presentes.
Estas situaciones de alto voltaje emocional pueden producir un arrasamiento parcial del
yo en construcción. A su vez esto puede resultar en una alteración permanente del
procesamiento de las representaciones propias de esa situación así como en una
alteración de la cualidad emocional que podría despertarse a partir de ella.
Cuando, como terapeutas corporales, observamos una respiración restringida por zonas
de bloqueo muscular, sabemos que allí hay historias congeladas y contenidas. Tenemos
que estar preparados y disponibles para la irrupción de toda la intensidad emocional de
esas historias cuando acompañamos a nuestros pacientes a “abrirlas” para revivirlas
“emocionalmente”, aquello que no sucedió en el tiempo en que tales historias
acontecieron. Esta revivicencia durante el proceso terapéutico es un momento necesario,
pero no suficiente, para integrar tales historias de manera tolerable al self de paciente.
Lo que hace esta revivicencia tolerable es: la presencia de un terapeuta empaticamente
conectado; la existencia de un vínculo terapéutico confiable para el paciente; un
terapeuta que tolere la intensidad emocional que pueda abrirse, logrando manejar sus
propios sentimientos ; que sea capaz de traducir las sensaciones o las emociones
somáticas en palabras, poniéndolas en consonancia con la historia conocida por el
paciente. Es decir, que pueda conducir un proceso de re-maternaje seguro que permita
lidear con las deficiencias de la crianza infantil.
También en este punto del proceso puede trabajarse sobre la contrastación de las
percepciones y emociones del paciente y las del terapeuta. Que nosotros podamos
hablar de lo que esa historia nos produce en términos de sentimientos , de manera no
proyectiva y no invasiva, sino como un modo de “prestar” la propia emocionalidad para
que el otro pueda “sentirse” en ese reconocimiento externo.
Bob Hilton dice que mediante nuestro toque estamos invitando a la persona “a
modificar el delicado equilibrio energético que estableció (a manera de defensa) cuando
debió adaptarse al medio, y estamos invitándola a responder de un modo que podría
resultar aun amenazante” (en el sentido de la revivicencia y de la expresión de las
emociones y representaciones congeladas). Tenemos que saber que lo que hay que
restituir es el derecho por los sentimientos que no pudieron ser “sentidos” ni
“expresados” en su momento: odio, dolor, terror, tristeza. Esto es abril la historia
congelada. En este sentido, siempre que tocamos estamos invitando a una respuesta
transferencial regresiva”. O, estamos inscribiendo algo no que no estaba: el calor, el
contacto de una mano sobre el cuerpo, el despertar de una vieja añoranza, y todo el
movimiento emocional que puede surgir a partir de esto.
Viñeta Clínica:
Se trata de un paciente mayor. Puedo decir que lo que caracteriza a este hombre es la
vivencia de no tener un lugar en el mundo, de sentirse inadecuado en la mayoría de las
situaciones de interacción con otro, de sentir enorme dificultad de sostener encuentros
sociales (un encuentro mayor a dos personas para él es una multitud). Su situación
familiar es muy poco satisfactoria. Funciona con conductas impulsivas, en donde el
estallido de odio por frustración es el común denominador, cayendo en situaciones de
soledad y depresión culpabilizante profundas.
Es una persona muy exitosa , aunque no puede encontrarse en esa percepción. Aún hoy
funciona con jornadas laborales extenuantes y su sensación es que todo el tiempo está
equivocándose o que tiene riesgos de hacerlo por lo que él piensa como un déficit de
atención crónica. Tiene un nivel de autoexigencia y de exigencia hacia el otro muy
difícil de tolerar. Y también una enorme dificultad para encontrar un ritmo de
funcionamiento adecuado que incluya momentos de movimiento y momentos de
quietud. Toda su vida está signada por el funcionamiento constante entre polos
opuestos.
Ese día llega quejándose de un profundo dolor en la cintura. Según él dice, “un dolor
que lo parte al medio”. Comienza, como siempre, relatando cuestiones de la semana de
manera un poco desordenada, como con dificultad de trazar un foco que lo organice.
Yo atiendo a su dolor, no a sus palabras. Le pido entonces que se acueste en el colchón
que oficia de diván y coloco unos almohadones debajo de sus piernas para permitir que
su cintura apoye lo más completamente posible.
Le pido que tan sólo respire y que se olvide por un momento de lo que tiene como
pensamientos repetitivos. Comienza a respirar. En varias oportunidades voy diciendo
pequeñas frases que le ayuden a concentrarse en su respiración como un modo de que
pueda comenzar a centrarse en sus sensaciones. Observo que la respiración es corta, lo
que nosotros llamamos respiración toráxico. Por esto coloco una de mis manos sobre su
diafragma, como un modo de ayudarlo a contactar con esta zona. En poco tiempo
comienza un llanto silencioso pero profundo. Yo lo aliento con algunas palabras suaves.
El llanto va cobrando en intensidad y en profundidad hasta que comienza a salir un
sonido que me recuerda el llanto de un bebé “desolado”. Sigo invitándolo a profundizar
en esto. El llanto se va haciendo cada vez más intenso y yo permito que lo despliegue
con una presencia confirmante, habilitante de esa situación.
Cuando lo creo oportuno, le pregunto qué siente (como un modo de ir en busca de sus
propias sensaciones o emociones). Me dice que una profunda soledad. Yo solamente le
respondo que lo entiendo.
Yo no puedo más que confirmar su percepción. Es una escena que muchas veces pude
haber fantaseado con este paciente presente conmigo. Y realmente no coincide este
contacto con sensaciones tan primarias, con la persona adulta con características tan
confusas.
En esta confirmación le permito su derecho a sentirse triste por haber estado “tan sólo”.
En forma indirecta, le estoy acercando un elemento que puede traerle alguna respuesta
de porqué todavía hoy le resulta tan amenazante estar con otros: básicamente por su
miedo a y su bronca por un profundo estado de soledad y abandono, vivido realmente.
El trabajo en este sentido, va dando el espacio de coherencia que este paciente necesita
para construir experiencias que no pudieron construirse como tales, dada la época tan
temprana en las que ocurrieron y las condiciones ambientales desfavorables en las
cuales él fue acogido. Va dando la posibilidad de que se construyan, ordenen y
sedimenten todos los elementos necesarios para la construcción de un self enraizado en
la experiencia de vivir.