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EDITORIAL ANAGRAMA
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© Max Gluckmann, 1944
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■\1ricüii l'j'aiül imial Thought and Western Science (versión
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«Afyi.-a». vol. .‘i7. 1967
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2. — C1RKCM V BRWüRfA
una plaga, o cuando, mediante la adivinación, descubre
que lo amenaza en el futuro, no se resigna a soportarla
de forma indefensa. Tiene que suprimir sus efectos
dañinos. Cosa que hace usando ensalmos contra ellos,
que eliminarán la brujería y posiblemente matarán al
brujo, o recurriendo a un adivino para descubrir quién
es el brujo, y poder así neutralizarlo o convencerlo para
que haga cesar la brujería. El adivino no busca al brujo
al azar. La mayoría de los métodos de adivinación admi
ten una de dos respuestas posibles, «si» o «no», Con
respecto a una pregunta formulada. Por ejemplo, los
azande administran un «veneno» {naturalmente,; no;
saben que se trata de un veneno) con propiedades: Se
la estricnina a aves cuya muerte o supervivencia cons
tituyen el «sí» o «no», respectivamente, a una pregun
ta formulada de este modo: ¿es A el brujo que me
está perjudicando? Así, un hombre que esté intentando
descubrir cuál de las personas que le quieren mal: es
el brujo, puede obtener finalmente la respuesta <<sí»
referida a una de ellas. Este oráculo en concreto queda
fuera del control humano: otros, entre ellos los exorcis-
tas, son menos dignos de confianza para los azande
por estar expuestos a las intrigas humanas. Pero, inclu
so el exorcista zande, aunque se base en las habladu
rías locales, pocas veces hace trampa deliberadamente,:
Puede buscar, o puede que su cliente le haya pedido
que busque, el brujo entre, por ejemplo, cuatro hom
bres: éstos son los nombres de los enemigos del clien
te, y, aunque el exorcista puede escoger entre ellos, u
otros que sepa quieren mal a su cliente, mediante la
selección inconsciente, llega un momento en vque por
sensación corporal Sabe que losensalmos,sq^e JeJeo®
fieren su poder adivinador, dicen: A es el brujo, y
no B. O bien el adivino señalará a alguien en general,
sin especificar el nombre — por ejemplo, «una de tus
esposas», «una mujer vieja»— y el cliente escogerá una
persona determinada, de entre sus vecinos, que respon
da aesásearactéristieas, que, en su opinión, tenga ra
zones para desearle mala suerte. Por tanto, las acusa
ciones de btuje£k-^«dlejaa4a8' relaciones y pendencias
personales. Con frecuencia un hombre acusa, no a al
guien que lo odíe, o que esté envidioso de él, sino
a alguien a quien, odie .o de quien sienta envidia. El
africano sabe esto, y puede recalcarlo, cuando no esté
implicado en el pleito o cuando se vea acumulo; pero
lo olvida, cuando está haciendo la acusación. En Zulu-
lahdía un hombre acusó a su hermano de haberlo em
brujado porque sentía envidia" de él. Un adivino viejo,
conocedor de la proyección psicológica, me dijo: «Des
de luego, es evidente que el demandante es quien odia a
su hermano, a pesar de que piense que es el hermano
quien lo odia a él». Pero aquel adivino creía firme
mente en su propia capacidad para detectar la bru-
jería.
Evans-Pritchard insiste en que, por esa razón, los
azande no pueden exponer las bases inte!ec¡ nales de
su teoría; ése es el resultado de su observación de cen
tenares de situaciones en las que intervenían acusa
ciones de brujería, discusiones sobre ella, etcétera.
Mientras estaba haciendo su trabajo de campo,
Evans-Pritchard escribió este pasaje para resumir las
ideas y opiniones de los azande: «Todos los próximos
allegados a un príncipe o a un europeo se convierten
en objetos de la envidia, de la mala voluntad, y de toda
clase de malevolencias. Los príncipes no se aman mu-
mamante. Temen los ensalmos y la invasión Je sus
dominios por pune de sus hermanos. Los cortesanos
compiten emre sí para obtener el favor de su príncipe
y sienten envidia unos de otros. Los jóvenes temen y
envidian a los viejos. Los viejos temen y envidian a los
jóvenes. Cada hombre tiene sus enemigos, aquéllos
contra los que siente antiguos rencores. Está conven
cido de que alguien lo está perjudicando. Dentro de
las casas hay disgustos frecuentes, aunque pueden
quedar ocultos: celos entre las esposas, entre los her
manos, entre las hermanas. En la propia familia, mu
chas veces la esposa odia y engaña a su marido, y el
marido siente unos celos inacabables de la esposa y la
amedrenta. Los hijos odian y a veces temen al padre. La
cosecha de un hombre es próspera, sus redes están
llenas de caza, sus termitas pululan, y está convencido
de que se ha convertido en el blanco de las envidias
de sus vecinos y de que lo embrujarán. Sus cosechas
fallan, sus redes están vacías, sus termitas no pululan,
y mediante esos signos sabe que su vecino envidioso
lo ha embrujado. ¡Cuánto agradan a un zande las des
gracias de los demás! Nada es tan agradable, para él,
nada le tía tanta seguridad, nada adula tanto su amor'
propio, como la ruina de otro. La pérdida del favor de
su príncipe abate a un hombre, y sus amigos se mues
tran solícitos a la hora de consolarlo, pero no de com
padecerlo. Con una susceptibilidad casi morbosa, consi
deran cualquier observación, cualquier alusión de los
otros en la conversación como un ataque velado contra
ellos, como un dardo de malicia disimulada. Y, si efecti
vamente la brujería acompaña a escondidas a la mala
voluntad, al insulto, al chismorreo, a la envidia, a los
celos, en ese caso tienen perfectas razones para temer
a sus vecinos y para indignarse por su hostilidad, pues
¡a desgracia Jos perseguirá con toda seguridad».
En esa situación, como las relaciones y los rencores
personales determinan quién será el acusado de embru
jar a un hombre, vemos que en diferentes sociedades
tipos diferentes de personas se lanzan mutuamente la
acusación de brujería. Como la brujería es hereditaria,
los príncipes azande, que están todos emparentados, no
se lanzan mutuamente la acusación de brujería, como
tampoco otros parientes, si bien un acusador de su
hermano podría evitar que la mácula recayera sobre
él mismo diciendo que su hermano es un bastardo. En
todas las sociedades africanas los cortesanos sospechan
unos de otros, y los celos de las familias poligínicas
estallan de esa forma. Mientras que los azande no acu
san a sus parientes, los lozi prácticamente sí lo hacen,
por razones que he explicado en mi libro lia»;',¡/¡y
of the Central Barotse Plain. Entre los bantúes del su
deste, : por razones determinables, con frecuencia la
acusada es la nuera. Si un sociólogo puede descubrir
sobre qué personas, recaen las acusaciones de brujería
en una sociedad determinada, casi podrá reconstruir
las relaciones sociales de dicha sociedad.
La teoría de la brujería resulta ser racional y lógica,
aunque no sea cierta. Como explica la intersección de
dos series de acontecimientos mediante la enemistad
entre personas dotadas con poder maligno, opera en
campos que nuestra ciencia moderna deja sin explicar.
Así, el africano no puede ver que el sistema es falso
y, además, tiene que razonar en función del sistema,
como nosotros en función de nuestras creencias científi
cas. En todos los casos en que el sistema podría entrar
en conflicto con la realidad sus creencias son vagas y
tratan de hechos trascendentes imposibles de observar:
el brujo opera de noche con su espíritu, el espíritu del
oráculo del veneno (que no está personificado, pero
tiene conciencia) descubre la brujería. La teoría es una
totalidad, en que cada parte sostiene a las demás. La
enfermedad es una prueba de que un brujo está actuan
do: se lo descubre mediante la adivinación y se lo con
vence para que suprima su brujería. Aunque él mismo
puede sentir que no es el brujo en cuestión, por lo
menos mostrará que no tiene intención de perjudicar
al enfermo. O bien se le ataca con la magia. Al africano
le resulta difícil encontrar un defecto en el sistema. El
escepticismo existe, y no se lo reprime socialmente;
l.vans-Priichard escribe que la «ausencia de una doc
trina formal y coercitiva permite a los azande afirmar
que muchos, la mayoría incluso, de los exorcistas son
impostores. Al no presentarse oposición alguna contra
esas afirmaciones, dejan intacta la creencia principal
en los poderes proféticos y terapéuticos de los exor
cistas. En realidad, el escepticismo va incluido en la
forma de la creencia en los exorcistas. La fe y el escep
ticismo son igualmente tradicionales. El escepticismo
explica los fallos de los exorcistas y, al ir dirigido contra
exorcisias particulares, contribuye a mantener la fe en
los demás». Incluso el exorcista que opera mediante
prestidigitación cree que hay otros que no necesitan
utilizar esta última porque disponen del poder mágico.
. «En esa red de creencias cada hilo depende de los
\demás, y un zande no puede salir de sus Mallas, por-
\que ése es el único mundo que conoce. La red no es
'■fina estructura exterior que lo rodee. Es la textura de
^u pensamiento y no puede pensar que su pensamiento
sea falso. A pesar de ello, sus creencias no están esta-
Mecidas de forma absoluta, sino que son variables y
fluctuantes para permitir la existencia de situaciones
diferentes y hacer posible la observación empírica e in
cluso las dudas». Dentro, de dicha red, el africana-
puede razonar de forma tan lógica como nosotros den
tro de la red deí pensamiento científico. Si hemos pro
tegido con pararrayos nuestra casa y, a pesar de todo,
una rayo cae en ella, diremos que el obrero tío hizo bien
la instalación, que los cables eran de mala calidad o que
se han roto. Si el africano ha mandado proteger su
aldea con ensalmos contra las tormentas y un rayo cae
en ella, dirá que el mago no era bueno, que sus ensal
mos eran de mala calidad o que se ha transgredido un
tabú. Ese método de razonamiento, dentro de un sis
tema, quedó admirablemente ejemplificado en un
libro que publicaron los nazis. Consistía en una co-
leción de caricaturas contra Hitler procedentes de los
periódicos de todo el mundo, muchas de ellas obra de
David Low. Dichas caricaturas no mostraron al pueblo
alemán lo que el mundo decente pensaba de TTitler,
pues le demostraron que si los otros gobiernos per
mitían semejantes ataques contra el dios TTitler. esos
otros países habían de ser viles y hostiles a Alemania,
como afirmaba Hitler. De forma que, en su sistema,
la ■mentalidad del africano opera igual que la del
europeo.
En mi artículo sobre The Difficulties, ÍJnñtations
and Achievements of Social Anthropology he dado
más ejemplos para mostrar que el análisis que hizo
Evans-Pritchard de la brujería ilustra el funcionamien
to de la mente humana en otras esferas. Por ejemplo,
hace la siguiente comparación. Los azande, como hemos
visto, excluyen la brujería como causa de deslices mo
rales. «De ¡¿nal forma que en nuestra sociedad una
teoría científica de la causalidad resulta, ya que no
excluida, por lo menos improcedente para cuestiones
de responsabilidad moral o legal, así también en la
sociedad zande la doctrina de la brujería resulta, ya que
no excluida, por lo menos improcedente en las mismas
situaciones. Aceptamos las explicaciones científicas de
las causas de las enfermedades, e incluso de las causas
de la demencia, pero las rechazamos con respecto al
delito y al pecado porque en esos casos se oponen a
la ley y a la moral que son axiomáticas. El zande acepta
una explicación mística de las causas de la desgracia, de
la enfermedad y de la muerte, pero no admite dicha
explicación, si entra en conflicto con exigencias sociales
expresadas en la ley y en la moral».
Voy a insistir en un último detalle, en respuesta a la
frecuente afirmación de que las acusaciones de brujería
se basan en el engaño. Evans-Pritchard insiste en: qué
el paciente, que desea anular la brujería que le está
perjudicando, es quien menos desea engañar: ¿de qué
le serviría acusar de brujo a la persona que no lo sea?
Pero, lo que sí hace es acusar a sus enemigos perso
nales.
Cuando el africano, partícipe de dichas creencias,
trata con europeos, existen muchas formas en que
aquéllas afectan a su comportamiento, con lo cual nos
parece incomprensible. Por ejemplo, pregunta: ¿es ver
dad que los doctores blancos son muy buenos a la hora
de tratar la enfermedad, pero que, si bien curan ésta,
no tratan la brujería que la causa, y, así, esta última
sigue haciendo daño? Evans-Pritchard muestra que los
oráculos del zande son «su guía y consejero», al que
consulta con respecto a cualquier proyecto. El propio
Evans-Pritchard vivió así, y descubrió que era una
forma tan buena como cualquiera otra de organizar sus
asuntos. Pero, a causa de ello, muchas veces los euro
peos no pueden cnu-mler ci compon.¡mimio de los
azande: por qué ha de marcharse un zande de su
casa repentinamente para refugiarse en el bosque (a
causa de la brujería), por qué ha de mudarse de casa
una familia de repente (porque la brujería la está ame
nazando en ;ese lugar), etcétera. Con frecuencia sus
huéspedes, se marchaban sin decirle adiós, y se enfada
ba, hasta que comprendió que los oráculos les habían
dicho que la brujería los amenazaba. «Descubrí que
cuando un zande se comportaba para conmigo en
forma que nosotros llamaríamos ruda e indigna de con
fianza, muchas veces sus acciones debían explicarse en
función de la obediencia a sus oráculos. Normalmente,
los azande me han parecido corteses y dignos de con
fianza de acuerdo con los criterios ingleses, pero a veces
su conducta: es incomprensible, hasta que no se tenga
en cuenta sus conceptos místicos. Muchas veces los
azande son retorcidos en sus tratos mutuos, pero no
consideran censurable a un hombre que se.: reservado
o que-actúe? en sentido contrario a sus intenciones de
claradas. Al contrario, -elogian su prudencia por tener
en cuenta la brujería en cada iniciativa que toma...
E! caso de los europeos es diferente. Lo único que no
sotros sabemos es que un zande ha dicho que haría
determinada cosa y no la ha hecho, o ha hecho alito
diferente, y naturalmente lo censuramos por haber men
tido y haber sido indigno de nuestra confianza, pues
los europeos no comprenden que los azande tienen que
tener en cuenta las fuerzas místicas, que los europeos
no-conocen.» Evans-Pritchard dio una fiesta a la que
un príncipe prometió acudir; mandó decir que no iría.
De repente, se presentó. Quedó en pasar la noche allí,
y por la noche desapareció. Le habían dicho que la
brujería lo amenazaba, y fue un cumplido enorme el
hecho de que asistiese a la fiesta; sus acciones contra
dictorias estaban destinadas a engañar a los brujos.
Yo misino tuve un informador competente que respon
dió una y otra vez a mis invitaciones en el sentido de
que acudiría, pero no lo hizo hasta que me cambié de
casa. Le habían amenazado con brujería en el primer
lugar, no en el segundo. Pues las ideas de lugar y de
tiempo en la brujería difieren de las nuestras; la bruje
ría puede amenazar a un hombre de ahora en adelante,
con lo cual el presente abarca el futuro, y hay que
eludirla al no adoptar una línea de conducta prevista,
como, por ejemplo, continuar un viaje, o bien un hom
bre puede decidir edificar su casa en determinado lugar,
medíanle el procedimiento de eliminar otros lugares
en los que la brujería lo amenazará, aunque todavía no
haya edificado en ellos.
Existe otra forma cómo el comportamiento en fun
ción de la brujería puede afectar a los africanos, cuando
tratamos con ellos. Bajo la influencia de esas creencias,
a veces se consideraba que las personas afortunadas
obtenían buenas cosechas, mientras que las de sus ve
cinos eran pobres; que tenían familias numerosas y
sanas, cuando a ;su alrededor predominaba la enfer
medad; cuyos rebaños y pesca prosperaban extraordina
riamente, progresaban a costa de sus convecinos gra
cias a la magia y a la brujería; En u na cita reproducida
más arriba, hemos visto que se consideraban expues
tos al ataque de los brujos. El zande «sabe'ques srse:
hau j ico, el pobre lo odiará; que, si mejora de posición
social, sus inferiores estarán envidiosos de su autori
dad; que, si es hermoso, los menos favorecidos envidia
rán su buena apariencia; que, si tiene talento para la
caza, para el canto, para la lucha o para la retórica,
se granjeará la mala voluntad de los menos dotados;
y que, sí goza: de la consideración de su príncipe y de
sus vecinos, lo detestarán por su prestigio y popula
ridad». Ésos son los motivos que conducen a la bru
jería. Esc tipo de creencias eran posibles sólo en una
sociedad en la que no había dónde vender los productos
excedentes, ni incentivos para el beneficio, ni mercan
cías almacenables, ni lujo; de forma que ningún miem-:
bro experimentaba apremio urgente para producir más
de lo que precisaba para sus necesidades. Los africa
nos, procedentes de una sociedad con esas creencias,
han entrado en nuestro sistema económico, en el que se
espera de ellos que trabajen firme y continuadamente;
para superar a sus semejantes, y quizás dichas creencias
fe supongan un obstáculo para esa lucha y afecten a
su eficacia. Es posible que el miedo a la brujería impida
a los africanos desarrollar la habilidad y capacidad que:
tengan, en su trabajo para los europeos, si bien dicho
miedo: sería insignificante en comparación con otros
factores que obstaculizan su desarrollo, como las enfer
medades y las harreras sociales.
líe expuesto parte de la argumentación del libro
de Evans-Pritchard para delinear la estructura princi
pal del pensamiento de la magia y de la brujería.
Confío en haber mostrado la destreza con que aparece
trazada la argumentación, En esta breve recensión no
puedo hacer otra cosa que indicar su ilimitada riques
za, que hace que su lectura y relectura sean absolutas
mente fascinantes. Todas las personas interesadas en
los problemas humanos deberían poseer este libro. Pero
he de aconsejar al profano que sea prudente a la hora
de aplicar sus conclusiones a nuestras propias tribus
sudafricanas. El argumento central es aplicable sin ex
cepción. pero existen ciertas diferencias importantes.
Entre los azande la brujería no era un delito, sino
;■simplemente una falta, por la que había que pagar in-
; demnización sólo en caso de muerte. En nuestras
tribus sudafricanas la brujería es un delito, y el estado
castiga a los brujos con la muerte. Además, en África
del Sur se creía que operaba, no tanto la brujería
(que perjudica medíante el poder maligno intrínseco
unido a la mala voluntad), cuanto la hechicería (el uso
deliberado de la magia negra). Eso produce cambios;
importantes en el sistema en conjunto, que se pueden
encontrar, por ejemplo, en la obra de Hunter, Reac-
tvm ¡o Cnnquest, sobre los mpondo. ,
Al citar a Evans-Pritchard para mostrar cómo afec
tan las creencias en la brujería ah comportamiento y al
jjpensamiento de los africanos, he subrayado que con
frecuencia sus mentes operan con los mismos modelos
lógicos que los nuestros, sí bien los materiales que uti
lizan son diferentes,. conJo que resulta claro que, si
recibieran la misma educación y disfrutaran de la mis
ma experiencia cultural que nosotros, utilizarían los
mismos materiales y pensarían como nosotros. Peto no
son sólo las creencias en la brujería las que diferencian
las ideas de los africanos de las nuestras. Su forma dé
vida en conjunto es diferente de la nuestra; se la consi
dera inferior e indudablemente son tremendamente po
bres. En una conferencia pronunciada ante un auditorio
universitario, un jefe héchuana dijo que la llegada de la
civilización occidental a su pueblo había colocado una
cama cuadrada en una cabaña circular. En los casos en
que el africano se comporta de forma diferente a la
nuestra, hemos de recordar que viene de una cabaña
circular, generalmente sin cama cuadrada, a nuestras
casas, tan ricas, por comparación, en mobiliario; que
pasa de un utillaje sencillo, consistente en un hacha
y una azada, a nuestra complicada maquinaria. En su
cabaña, de poca altura, más terrenal que la tierra,
llena de moscas y sin grifos o lavabos, con una cesta
de harina y un poco de pescado seco en su interior,
no puede tener las mismas normas de eficacia y de
limpieza que nosotros. Aun cuando, por ejemplo,
asimile la relación que existe entre la enfermedad y la
suciedad y los mosquitos, no puede evitar estos últi
mos. Por tanto, cuando trabaja para los europeos, y
cuando no está en el trabajo, está viviendo en dos
códigos de normas diferentes, no con una mente di
ferente. Éstas son las razones de peso para explicar sus
extravagancias, no su conocimiento por adelantado de
las fuerzas místicas del futuro; y los cambios de sa
forma de vida, así como la intervención de las fuer
zas económicas de nuestro sistema enormemente pro
ductivo, están contribuyendo a la descomposición de
su sistema de pensamiento. Además, Monica Wilson ha
señalado qué las animosidades personales, que sonda
base de las acusaciones de brujería, solamente pueden
existir en una sociedad primitiva y en pequeña escala,
en la que las relaciones son muy profundas, y no en el
sistema del mundo moderno en que las vidas de :los
hombres se ven influidas por organizaciones impersona
les y en gran escala. Así, pues, las nuevas fuerzas van
a descomponer el sistema místico y cerrado de África,
Envidio a quien aborde la riqueza del libro de Prit-
chard por primera vez; para escribir este artículo, he
tenido ocasión de volver a disfrutar con su releetura
MARY DOUGLAS
BRUJERIA:
EL ESTADO AG ITA !. .0]! I.A CUESTIÓN
T r e in t a , a ñ o s después de
3. — CIENCIA Y BRUJBRlA
azande, 110 hay que olvidar tampoco que Evans-Prit
chard es profundamente modesto. No trata de dominar
o influir de forma indebida el pensamiento de un
estudíame. Resulta imposible imaginarlo quejándose
de que en su libro hay más de lo que se ha advertido,
o de que se lo ha interpretado mal.
Quizás sea necesario, antes de seguir adelante, afir
mar que el estudio de la brujería entre los azande se
presentaba realmente como una contribución a Ja socio
logía de la percepción, En sus conferencias sobre magia
pronunciadas en la Universidad del Cairo (1933,1934),
Evans-Pritchard examinó las interpretaciones «intelec-
tualistas» preferidas por los antropólogos ingleses y
censuró a éstos por suponer que se puedan explicar las.
pautas del pensamiento mediante el funcionamiento
de la mente individual. Elogió a los franceses, especial
mente a Dmlcheim y a Lévi-Bruhl, por su enfoque
sociológico. De hecho, él es nuestro lazo de unión
directo con los sociólogos franceses de L’Anné Socio-
logique, pues el resto de nosotros recibimos a Durk-
heim filtrado por Radcliffe-Brown. En aquella etapa,
se declaró discípulo de Lévy-Brubl:
4, — CIENCIA Y BRUJERÍA
uno* a otros (;i;t<’ . 3 3 V). T.o mismo se lia dicho de la
concepción dinka de ia brujería (Lienhardt, 1951
Para el caso de otros pueblos disponemos de una des
cripción más dinámica: John Middlcton (1960) ha des
crito a los lugbara manteniendo inactivas sus creencias
en la brujería durante las primeras etapas de creci
miento del linaje, pero revelándolas en forma activa
como una forma de ataque, cuando la sucesión política
y el fraccionamiento del linaje plantean problemas aJa
hora de definir los roles sociales. Los bakweri del
oeste del Camerún, que en un tiempo parecían domi
nados por la envidia y la brujería, prescindieron resuel
tamente de ellas, cuando su situación económica mejoró
tanto, que la competencia dejó de representar una
amenaza para la comunidad. Y, sin embargo, Edwin
Ardener (cf. Witchcraft, Confessions and Accusations)
sugiere que las creencias se mantuvieron en su cos
mología. preparadas para prestar un servicio activo, en
caso de que la ocasión lo exigiese. Más adelante volvere
mos a hablar de esos ejemplos de creencias inactivas.
En los casos en que las creencias participan activa
mente en la vida social, hay dos niveles de análisis, el
del individuo y el de la comunidad.
Los individuos usan la acusación de brujería cómo
un arma en los casos en que las relaciones son ambi
guas, y ello puede deberse a una de dos razones. Puede
ser que las relaciones sean normalmente competitivas
y que no estén reguladas. Así, Peter Brown (cf. Witch-
craft, Confessions and Accusations) nos ofrece una vi
sión de las envidias entre personajes importantes de
finales del Imperio Romano y de aurigas acusándose
mutuamente: la acusación es simplemente una forma
más de ataque y contra taque entre facciones rivales.
O bien, puede ser que una ciase determinada de per
sonas llegue a una posición completamente anómala,
ventajosa o desventajosa, de forma que la cobertura que
protege a la comunidad deje de cubrirla. Alan Macfar-
lane (cf. Witchcraft, Confessiom and Accusations) ha
descubierto que las viudas necesitadas que pedían la
caridad a sus vecinos se encontraban en esa posición en
los pueblos de Essex en el siglo xvi: la sospecha de
brujería era un medio para justificar la negativa a dar
limosna. Este análisis constituye un paralelo estrecho
de la descripción que hace White de las viudas luvale
acusadas de brujería (1961). Las prestadoras de dinero
en la India rural se exponen a la acusación de brujería
por parte de sus deudores contumaces a causa de la
anómala ganancia que han obtenido (Epstein, 1959).
Podemos suponer que la animosidad contra las brujas
siempre se activa a ese nivel individual. Su intervención
al nivel de la comunidad depende de la organización
local. La acusación equivale a un rechazo de los víncu
los comunes y de la responsabilidad. Lo que ocurre
cuando se ha hecho una acusación depende del estado
de la política de la comunidad y del modelo de rela
ciones que necesite una nueva definición en ese mo
mento. Pues las creencias en la brujería son esencial
mente un medio para clarificar y afirmar las defini
ciones sociales.
Aceptando la objeción de Tom Beidelman en el sen
tido de que hay que considerar los niveles símbolos de
las creencias en la brujería, lo que yo haría ante todo
sería relacionar dichas creencias con los aspectos pre
dominantes de la estructura social; pues, si bien me
sumo a las críticas hechas a los errores flagrantes de
las hipótesísfuncionalistas, también creo que no se han
unos a otros (pág. 333). Lo mismo se ha dicho de la
concepción dinka de !a brujería (Lienhardt, 195J).
Para el caso de otros pueblos disponemos de una des
cripción más dinámica: John Middleton (1960) ha des
crito a los lugbara manteniendo inactivas sus creencias
en la brujería durante las primeras etapas de creci
miento del linaje, pero revelándolas en forma activa
como una forma de ataque, cuándo la sucesión política:
y el fraccionamiento del linaje plantean problemas a la
hora de definir los roles sociales. Los bakweri del
oeste del Camerún, que en un tiempo parecían domi
nados por la envidia y la brujería, prescindieron resuel
tamente de ellas, cuando su situación económica mejoró
tamo, t¡uc la competencia dejó de representar una
amenaza para la comunidad. Y, sin embargo, Edwin
Ardener (cf, Witchcraft, Confessions and Accusatiom)
sugiere que las creencias se mantuvieron en su cos
mología, preparadas para prestar un servicio activo, en
caso de que la ocasión lo exigiese. Más adelante volvere
mos a hablar de esos ejemplos de creencias inactivas.
En los casos en que las creencias participan activa
mente en la vida social, hay dos niveles de análisis, el
del individuo y el de la comunidad. '
Los individuos usan la acusación de brujería como
un arma en los casos en que las relaciones son ambk
"uas, v ello puede deberse a una de dos razones. Puede
ser que las relaciones sean normalmente competitivas
y que no estén reguladas. Así, Peter Brown (cf. 'Witch
craft, C.oiifessions and Accusations) nos ofrece una vi
sión de las envidias entre personajes importantes de
finales del Imperio Romano y de aurigas acusándose
mutuamente: la acusación es simplemente una forma
más de ataque y contrataque entre facciones rivales.
O hien, puede ser que una clase determinada de per
sonas llegue a mía posición completamente anómala,
ventajosa o desventajosa, de Jornia que la cobertura que
protege a la comunidad deje de cubrirla. Alan Macfar-
lane (cf. Witchcraft, Confessions and Accusations) ha
descubierto que las viudas necesitadas que pedían Ja
caridad a sus vecinos se encontraban en esa posición en
los pueblos de Essex en el siglo xvi: la sospecha de
brujería era un medio para justificar la negativa a dar
limosna. Este análisis constituye un paralelo estrecho
de la descripción que hace W hitede las viudas luvale
acusadas de brujería (1961). Las prestadoras do dinero
en la India rural se exponen a la acusación de brujería
por parte de sus deudores contumaces a causa de la
anómala ganancia que han obtenido (Epstcin. 1959).
Podemos suponer que la animosidad contra las brujas
siempre se activa a ese nivel individual. Su intervención
al nivel de la comunidad depende de la organización
local. La acusación equivale a un rechazo de los víncu
los comunes y de la responsabilidad. Lo que ocurre
cuando se ha hecho una acusación depende del estado
de la política de la comunidad y del modelo Je rela
ciones que necesite una nueva definición en ese mo
mento. Pues las creencias en la brujería son esencial
mente un medio para clarificar y afirmar las defini
ciones sociales.
Aceptando la objeción de Tom Beidelman cu el sen
tido de que hay que considerar los niveles símbolos de
las creencias en la brujería, lo que yo haría ante todo
sería relacionar dichas creencias con los aspectos pre
dominantes de la estructura social; pues, si bien me
sumo a las críticas hechas a los errores flagrantes de
las hipótesis funcionalistas, también creo que no se han
agotado las posibilidades del análisis funcional. Igual
que a la ética cristiana, se lo puede defender con el
argumento de que nunca se ha intentado ponerlo en
práctica. Si eliminamos la rigidez y tosquedad del mo
delo de control homeostático, todavía proporciona un
marco explicativo basado en la idea de un sistema de
comunicación. Las personas están intentando controlar
se mutuamente, si bien con poco éxito, Usan la idea del
brujo para acallar sus propias conciencias o las de sus
amigos. La imagen del brujo es tan efectiva como fuerte
es k idea de comunidad.
El brujo es una persona que ataca y engaña. Usa lo
impuro y poderoso para dañar lo puro e indefenso. Los
símbolos de lo que reconocemos en todo el globo
, como brujería giran todos en torno al tema de la
bondad interior vulnerable atacada por un poder exte
rior. Pero esos símbolos varían de acuerdo con los
modelos locales de significado y, sobre todo, de acuer
do con las variaciones en la estructura social. No
todas las brujas vuelan montadas en palos de escoba,
no todas gozan de bilocación, no todas respetan a los
familiares, no todas chupan los jugos vitales de sus
víctimas. Para interpretar esas variaciones, las concep
ciones psicoanalíticas deberían tener en cuenta el análi
sis social. Pues la psique común a todos nosotros no
puede, por su propia estructura, explicar nuestras dife
rencias. Los temas de «dentro» y «fuera», evidentes en
el simbolismo de la brujería, no se agotan con la expe
riencia por parte del niño de su cuerpo y del de su.
madre, o ampliando dichas experiencias universal
mente con un modelo interpretativo. Pues la expe
riencia de una unidad social limitada puede atribuir
un significado más poderoso a las ideas de «dentro»
y «fuera».
Me parece útil observar dos pautas principales de la
creencia en la brujería: (a) en los casos en que elbrujo
es una persona exterior al grupo; (b) en aquellos en
que es el enemigo interior.
y más adelante:
D i f e r e n c i a s r e l a c io n a d a s c o n l a p r e s e n c ia o
AUSENCIA DE UNA VISIÓN DE LAS ALTERNATIVAS
ys
personas, dan oportunidad especial para la interven
ción de los motivos emocionales y estéticos, Quizás en
este sentido sí que haya algo en el lenguaje personal
de la teoría que iudkeolamente impide la adopción
de una actitud científica; pues, siempre que un esque
ma teórico particular esté muy cargado de elementos
emocionales y estéticos, éstos han de sumarse por
fuerza a las dificultades para abandonar dicho esquema,
cuando los fines cognoscitivos insten a hacerlo. Una vez
más, quisiera subrayar que el mero hecho de pasar de
un lenguaje impersonal a otro personal no basta para
volverse científico, y que se puede ser científico o
acientífico en ambos lenguajes. No: obstante, en este
sentido, el lenguaje personal parece presentar ciertas
dificultades para la actitud científica, cosa que no
sucede con el lenguaje impersonal.
En los casos en que la posibilidad de elección ha es
timulado el desarrollo de la lógica, de la filosofía y de
las normas del pensamiento en general, la situación
experimenta un cambio radical. Una teoría se considera
mejor que otra por referencia explícita a su et icada pava
explicar y para predecir. Y, a medida que esos obje
tivos se van definiendo de forma cada vez más clara,
resulta cada vez más evidente que otros objetivos resul
tan incompatibles con ellos. Las personas acaban por
ver que, para poder usar las ideas como instrumentos
eficaces de explicación y de predicción, no se puede
permitir que sean instrumentos para otros fines. (Natu
ralmente, ésta es la esencia del ideal de «objetividad».}
De ahí que se desarrolle una gran prevención contra la
posibilidad de dejarse seducir por el atractivo emocio
nal o estético de una teoría, prevención que en la I\uro
pa del siglo xx adopta a veces formas extremas, como
la desconfianza con respecto a cualquier publicación
de una investigación que 110 esté escrita en un estilo
absolutamente indigesto.
Max Gluckman
L a lógica de la ciencia y de la brujería afri
canas ..................................................................... 7
Mary Douglas
Brujería: el estado actual de la cuestión. Treinta
años después de Brujería, oráculos y magia
entre los azande , . . . . . . . . . 51
Robin Horton
El pensamiento tradicional africano y la ciencia
occidental..................................................... 73