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Enero 11 2018

¿Qué es una herida?

Si queremos establecer el origen etimológico de la palabra herida debemos de


recurrir al latín pues en dicha lengua es donde se encuentra el vocablo que dio
lugar a aquella. En concreto, allí podemos contemplar como emana del verbo
ferire que puede traducirse como “herir o golpear”.

Una herida es un corte o una lastimadura en alguna parte de un cuerpo vivo


(“Tengo una herida en el pie izquierdo que me impide caminar con normalidad”, “El
delincuente falleció tras sufrir una importante herida en su cuero cabelludo”).

Una herida supone una pérdida de continuidad en la piel, que es secundaria a un


traumatismo. Dicha agresión al tejido puede generar un riesgo de infección o la
posibilidad de lesiones en los tejidos y órganos adyacentes.

Así, nos encontramos con varios tipos de heridas. En concreto, una de ellas es la
que se conoce como herida punzante. Un término este que se utiliza para definir a
toda aquella lesión que se ha producido como consecuencia de un objeto delgado
y agudo.

Además también se utiliza dentro del ámbito de la Medicina el concepto de herida


contusa que, como su propio nombre indica, es aquella que se produce a raíz de
una contusión. Y todo ello sin olvidar tampoco a la herida penetrante que es la que
consigue llegar a la parte interior de una zona concreta del cuerpo.

Para asistir a una persona que presenta una herida leve, es necesario utilizar
guantes quirúrgicos para evitar contagios. La herida debe limpiarse del centro a la
periferia con agua y jabón o con suero fisiológico. Los especialistas recomiendan
no utilizar alcohol (produce vasodilatación) ni agua oxigenada (destruye los
tejidos).

Cuando la separación de los bordes de la herida es importante, se requerirá la


asistencia de un médico para su sutura. De lo contrario, es posible aplicar un
antiséptico y dejar al aire libre para que se seque, o colocar un vendaje en caso de
que siga sangrando.

Todo ello sin olvidar que también existen las llamadas heridas de amor que son
aquellas que se sienten, emocional y sentimentalmente hablando, en el corazón
cuando se produce la ruptura con la pareja o bien una fuerte discusión con la
misma.

Una herida también puede ser emocional o psicológica. Cuando alguien sufre una
ofensa, un agravio o está afligido, se siente herido. Se trata de una situación de
tormento para el ánimo: “Sus palabras han dejado una herida en mí”, “El
reencuentro con María me causó una herida que aún no logro cerrar”.

Herida emocional.

5 heridas emocionales de la infancia que persisten cuando somos adultos

Los problemas vividos en la infancia dejan heridas emocionales que vaticinan


cómo será nuestra calidad de vida cuando seamos adultos. Además, estos
pueden influir significativamente en como nuestros niños de hoy actuarán mañana
y en como nosotros, por otro lado, afrontaremos las adversidades.

Así, de alguna forma, a partir de estas 5 heridas emocionales o experiencias


dolorosas de la infancia, conformaremos una parte de nuestra personalidad.

1- El miedo al abandono

La soledad es el peor enemigo de quien vivió el abandono en su infancia. Habrá


una constante vigilancia hacia esta carencia, lo que ocasionará que quien la haya
padecido abandone a sus parejas y a sus proyectos de forma temprana, por temor
a ser ella la abandonada. Sería algo así como “te dejo antes de que tú me dejes a
mí”, “nadie me apoya, no estoy dispuesto a soportar esto”, “si te vas, no
vuelvas…”.

Las personas que han tenido las heridas emocionales del abandono en la infancia,
tendrán que trabajar su miedo a la soledad, su temor a ser rechazadas y las
barreras invisibles al contacto físico.

La herida causada por el abandono no es fácil de curar. Así, tú mismo serás


consciente de que ha comenzado a cicatrizar cuando el temor a los momentos de
soledad desaparezca y en ellos empiece a fluir un diálogo interior positivo y
esperanzador.

2- El miedo al rechazo

El miedo al rechazo es una de las heridas emocionales más profundas, pues


implica el rechazo de nuestro interior. Con interior nos referimos a nuestras
vivencias, a nuestros pensamientos y a nuestros sentimientos.

En su aparición pueden influir múltiples factores, tales como el rechazo de los


progenitores, de la familia o de los iguales. Genera pensamientos de rechazo, de
no ser deseado y de descalificación hacia uno mismo.

La persona que padece de miedo al rechazo no se siente merecedora de afecto ni


de comprensión y se aísla en su vacío interior. Es probable que, si hemos sufrido
esto en nuestra infancia, seamos personas huidizas. Por lo que debemos de
trabajar nuestros temores, nuestros miedos internos y esas situaciones que nos
generan pánico.

Si es tu caso, ocúpate de tu lugar, de arriesgar y de tomar decisiones por ti mismo.


Cada vez te molestará menos que la gente se aleje y no te tomarás como algo
personal que se olviden de ti en algún momento.

3- La humillación

Esta herida se genera cuando en su momento sentimos que los demás nos
desaprueban y nos critican. Podemos generar estos problemas en nuestros niños
diciéndoles que son torpes, malos o unos pesados, así como aireando sus
problemas ante los demás; esto destruye la autoestima infantil.

Las heridas emocionales de la humillación generan con frecuencia una


personalidad dependiente. Además, podemos haber aprendido a ser “tiranos” y
egoístas como un mecanismo de defensa, e incluso a humillar a los demás como
escudo protector.

Haber sufrido este tipo de experiencias requiere que trabajemos nuestra


independencia, nuestra libertad, la comprensión de nuestras necesidades y
temores, así como nuestras prioridades.

4- La traición o el miedo a confiar

Surge cuando el niño se ha sentido traicionado por alguno de sus padres


principalmente, no cumpliendo sus promesas. Esto genera una desconfianza que
se puede transformar en envidia y otros sentimientos negativos, por no sentirse
merecedor de lo prometido y de lo que otros tienen.

Haber padecido una traición en la infancia construye personas controladoras y que


quieren tenerlo todo atado y reatado. Si has padecido estos problemas en la
infancia, es probable que sientas la necesidad de ejercer cierto control sobre los
demás, lo que frecuentemente se justifica con un carácter fuerte.

Estas personas suelen confirmar sus errores por su forma de actuar. Sanar las
heridas emocionales de la traición requiere trabajar la paciencia, la tolerancia y el
saber vivir, así como aprender a estar solo y a delegar responsabilidades.

5- La injusticia

La injusticia como herida emocional se origina en un entorno en el que los


cuidadores principales son fríos y autoritarios. En la infancia, una exigencia en
demasía y que sobrepase los límites generará sentimientos de ineficacia y de
inutilidad, tanto en la niñez como en la edad adulta.
Las consecuencias directas de la injusticia en la conducta de quien lo padece será
la rigidez, pues estas personas intentan ser muy importantes y adquirir un gran
poder. Además, es probable se haya creado un fanatismo por el orden y el
perfeccionismo, así como la incapacidad para tomar decisiones con seguridad.

Requiere trabajar la desconfianza y la rigidez mental, generando la mayor


flexibilidad posible y permitiéndose confiar en los demás.

Ahora que ya conocemos las cinco heridas del alma que pueden afectar a nuestro
bienestar, a nuestra salud y a nuestra capacidad para desarrollarnos como
personas, podemos comenzar a sanarlas.

5 pasos para sanar nuestras heridas emocionales

Las experiencias dolorosas que desarrollamos a lo largo de nuestra vida


conforman nuestras heridas emocionales. Estas heridas pueden ser múltiples y
podemos llamarlas de muchas formas: traición, humillación, desconfianza,
abandono, injusticia…

No obstante, debemos de hacernos conscientes de nuestras heridas emocionales


y evitar maquillarlas, pues cuanto más tiempo esperemos a sanarlas más se
agravará. Además, cuando estamos heridos, vivimos de forma constante
situaciones que tocan nuestro dolor y hacen que nos pongamos múltiples
máscaras por el miedo a revivir nuestro dolor.

Así es que, a continuación, mostramos 5 etapas que necesitamos experimentar


para sanar nuestras heridas emocionales:

1. Acepta la herida como parte de ti mismo

La herida existe, puedes estar o no de acuerdo con el hecho de que existe, pero el
primer paso es aceptar esa posibilidad. Aceptar una herida significa mirarla,
observarla detenidamente y saber que tener situaciones que resolver forma parte
de la experiencia del ser humano.

No somos mejores o peores solo porque algo nos haga daño. Haberte construido
tu coraza de protección es un acto heroico, un acto de amor propio que tiene
mucho mérito pero que ya ha cumplido su función. Es decir, te protegió de los
ambientes que te dañaron pero, una vez que la herida está abierta y la puedes
ver, es momento de pensar en sanarla.

Aceptar nuestras heridas resulta muy beneficioso, entre otras cosas, porque nos
ayudará a no querer cambiarnos a nosotros mismos.

2. Acepta el hecho de que lo que temes o reprochas te lo haces a ti mismo y


a los demás.
La voluntad y la decisión de sobreponernos a nuestras heridas son el primer paso
hacia la paciencia, la compasión y la comprensión con nosotros mismos. Estas
cualidades que desarrollarás para ti mismo, irás desarrollándolas para con los
demás, lo que alimentará tu bienestar.

A veces no nos damos cuenta de que ponemos nuestras expectativas vitales en


los demás, esperando que suplan nuestras carencias y que colmen nuestras
esperanzas. Lo cierto es que nuestro comportamiento lleva a anular nuestras
relaciones y gran parte de nuestra vida, generando gran malestar porque los
demás no responden como esperamos.

3. Date el permiso para enfadarte con aquellos que alimentaron esa herida

Cuanto más nos dañen y más profundas sean nuestras heridas, más normal y
humano resultará culpar y sentir enfado hacia quien nos perjudicó. Date permiso
para enfadarte con ellos y perdónate a ti mismo. De lo contrario, desahogarás todo
ese rencor contigo mismo y con los demás, pues si lo haces es como si estuvieras
arañando tus heridas de forma constante.

Sentirse culpable dificulta el perdón, pero liberarnos de esa culpa y el rencor es la


única forma de sanar nuestras heridas.

También es necesario perdonar, pues debemos aceptar que las personas que
hieren es probable que lleven dentro un profundo dolor. Nosotros mismos
dañamos a los demás con las máscaras que nos ponemos para proteger nuestras
heridas.

4. Ninguna transformación es posible si no aceptamos nuestras heridas


emocionales.

Estas heridas emocionales te van a enseñar algo, aunque es probable que te


cueste aceptarlo porque nuestro ego crea una barrera de protección bastante
eficaz para ocultar nuestros problemas.

Lo cierto es que, normalmente, el ego quiere y cree tomar el camino más fácil,
pero en realidad nos complica la vida. Son nuestros pensamientos, reflexiones y
actuaciones los que nos la simplifican, aunque nos parezca demasiado
complicado por el esfuerzo que requiere.

Intentamos esconder la herida que más nos hace sufrir porque tememos mirar de
frente a nuestra herida y revivirla. Esto nos hace portar máscaras y agravar las
consecuencias del problema que tenemos, pues, entre otras cosas, dejamos de
ser nosotros mismos.

5. Date tiempo para observar cómo te has apegado a tu herida.


Lo ideal es deshacernos de estas máscaras cuanto antes, sin juzgarnos ni
criticarnos, pues esto nos permitirá identificar cómo debemos tratar nuestras
heridas para sanarlas.

Es posible cambiar de máscara en un mismo día o llevar la misma durante meses


o días. Lo ideal es que seas capaz de decirte a ti mismo: Vale, me he colocado
esta máscara y la razón ha sido esta. Entonces sabrás que estás en camino y que
en el resto del viaje, tu guía será la inercia que te permita sentirte bien sin
ocultarte.

Niño interior.

Cómo sacarle partido a tu niño interior

El niño interior está constituido por los sentimientos que perduran dentro de
nosotros a causa de experiencias vividas en nuestra niñez. Son lecciones que
aprendimos como niños y que no podemos desaprender; deseos que
albergábamos como niños y que todavía conservamos en lo profundo de nuestro
ser.

¿Por qué es importante conocerlo?

Buenos sentimientos llevan a buenos hábitos, cualidades y éxito como adultos,


pero sentimientos negativos pueden resultar en patrones destructivos que
interfieren con nuestra vida de adultos. Trabajar con el niño interior nos ayuda a
identificar qué causó esos patrones destructivos, asimilar lo que sucedió y
sanar esas heridas viejas que todavía nos producen dolor.

Fundir un niño interior saludable con tu personalidad de adulto da paso a un punto


de vista equilibrado de ti mismo y, a la vez, paz mental.

¿Cómo saber si nuestro niño interior está herido?

Casi todos hemos vivido algo en nuestra niñez que marcó "a fuego" nuestra
manera de pensar y actuar, ya que como dice Therese J. Borchard en su artículo
6 Steps to Help Heal Your Inner Child (6 Pasos Para Ayudar a Sanar tu Niño
Interior) acerca de nuestros padres, los más probable es que “ellos mismos,
también fueran niños heridos.”

Lo mismo se puede decir de nuestros profesores, abuelos, tíos y otros adultos que
participaron en nuestra crianza. Sin embargo, el objetivo de sanar a tu niño
interior no es asignar culpabilidad, sino más bien aceptar lo que sucedió y
tomar control sobre cómo afecta tu vida hoy.

Consecuencias de reprimir el niño interior


Algunas de las consecuencias de ignorar a tu niño interior son: no saber
relajarte ni manejar el estrés, ser alguien que se toma a sí mismo demasiado
en serio, generar sentimientos de culpabilidad por no ser suficientemente
bueno, ser propenso al aislamiento, etc.

Estos hábitos son producto de creencias irracionales de tu niño interior, como


“nunca seré lo suficientemente importante para que papá deje de beber”. Una vez
que identificas estas creencias, puedes reemplazarlas con verdades
realistas, “papá tomó algunas malas decisiones, pero ahora yo sí puedo
evitarlas.”

Revivir el dolor que producen ciertos recuerdos puede ser un proceso


desgarrador. Como niños nos sentíamos responsables por todo lo que sucedía en
el hogar y éramos incapaces de entender que tal vez nuestros padres tenían
problemas que nada tenían que ver con nosotros.

Únicamente después de darnos cuenta de que simplemente éramos niños y de


comprender que no podíamos hacer nada en ese entonces para cambiar nuestras
circunstancias, es que podemos librarnos de esa culpabilidad mal dirigida y
realmente empezar a cultivar nuestro amor propio.

Entonces, aunque pueda ser difícil encontrarte cara a cara con lo que te está
molestando de tu pasado, no le huyas porque vale la pena.

Un niño interior Sano

Después de consolar y sanar tu niño interior, este se convierte en una ser


inocente, inquisitivo, sencillo, juguetón y alegre, que puede producir gozo y
creatividad.

Una vez que tienes un niño interior saludable, entonces puedes asumir el
papel de ‘padre’ para tu niño interior. Igual que hace un padre sabio y amoroso,
puedes conceder los deseos sanos de jugar, pasarse toda una tarde riéndose y
disfrutando. Si surgen algunos de esos viejos razonamientos falsos de tu niño
interior, puedes tranquilizarlo reafirmándole su valor.

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Recuerda, acoge y sana tu niño interior

Mi niño interior sigue en mí, no se ha ido, es la voz que escucho cuando me


permito ser libre e ilusionarme por las cosas. Él, quien me pide que sane las
heridas emocionales del pasado…
Es habitual que oigamos a menudo expresiones como “la necesidad de curar
nuestro niño interior“. Lejos de ser una corriente espiritual o nutrida de enfoques
como el new age, este concepto tiene su origen en el psicoanálisis.

La importancia de los primeros años de nuestra vida y sus respectivas


experiencias previas, van a moldear gran parte de nuestra personalidad,
nuestros valores, equilibrio emocional, autoestima…

Además, muchos de esos recuerdos iniciales pueden convertirse en sombras


de miedos o ansiedades, o en recuerdos de una infancia plena y feliz que nos
acompañarán mientras nos convertimos en adultos.

Cada uno de nosotros disponemos de nuestro propio “arcón existencial”, ahí


donde los 8 primeros años de vida, son sin duda la llave de gran parte de lo que
somos ahora.

Es ahí, en un rincón muy oculto de nuestro ser donde se esconde el niño


interior. Todos aparentamos ser adultos maduros y seguros, bien protegidos con
nuestras armaduras de grandes guerreros aptos para hacer frente a ese complejo
mundo.

Ahora bien, son muchas las veces en que cerramos los ojos y sabemos que nos
falta algo. Que nos duele algo que no tiene herida exterior, sino interior.

Hay un niño en todos nosotros que se quedó en una edad donde apareció un
determinado tipo de carencia, de necesidad no cubierta. Hablemos hoy sobre ello.

Mi niño interior y su pasado emocional

Es posible que más de uno se sonría o vea algo irónico en el término de “niño
interior”. Para muchos, esta expresión denota debilidad, inocencia y la mirada
de alguien que aún no sabe demasiado qué es y cómo va el mundo.

“Los adultos lo saben todo y los niños no saben nada” -piensan-. Y aún más, “la
infancia es esa etapa que todos hemos vivido con despreocupación y una felicidad
absoluta” -valoran algunos de forma equívoca-.

La niñez es el despertar a la vida, ahí donde aparecen las primeras preguntas y


donde recibimos las primeras respuestas. Si lo que nos rodea es el desapego, la
carencia, la tristeza o el abandono, nos costará mucho convertirnos en adultos
seguros emocionalmente.

Para crecer con madurez y felicidad, todo niño necesita desarrollar un apego
saludable donde exista un amor sincero que le ofrezca seguridad en cada paso,
en cada caída, aliento en cada una de sus experiencias previas.
Si el vínculo desarrollado con nuestros progenitores no es el adecuado, todas
esas primeras vivencias nos van a marcar de una forma u otra.

La infancia no siempre es sinónimo de felicidad o despreocupación. Nadie tiene


garantizado su bienestar físico y emocional solo con llegar al mundo.

Ser niño nunca es fácil, porque todos necesitamos el apoyo de alguien para
empezar a andar, para pronunciar las primeras sílabas, y saber que los temores,
las angustias, se apagan con abrazos y palabras adecuadas.

Las demandas de nuestro niño interior

Aclarada ya la necesidad de aceptar que todos tenemos un niño interior, es


importante que sepamos ahora qué es lo que nos puede pedir.

Reflexiona unos instantes sobre estas dimensiones:

– Tu niño interior te puede pedir que resuelvas ciertos aspectos del pasado.

– Es posible que necesites alguna explicación sobre un hecho de tu infancia, que


demandes un perdón o que incluso tú mismo necesites ofrecerlo.

– Puede también que en tu caso, no tengas ninguna carencia emocional del


pasado que resolver. Ahora bien, nuestro niño interior nos demanda también ser
más libres en el día a día.

– Es necesario que te permitas relativizar un poco más tu realidad, que dejes a


un lado tus preocupaciones, el estrés…

– Sé más espontáneo, permítete reír un poco más, recuperar un poco de tu


inocencia perdida y con ella, tu ilusión.

– Nuestro niño interior también demanda amor. Querer y ser amado. Vence tus
reparos, tus vergüenzas o tu apariencia de adulto gris, y permítete un poco de
libertad emocional.

Cómo sanar nuestro niño interior

Todo proceso de sanación emocional, requiere un convencimiento pleno y


auténtico por nuestra parte. Nadie puede ser libre a la fuerza si primero, no existe
la necesidad de serlo

Debe quedar claro que no podremos resolver un determinado problema si


primero, no nos convencemos de que lo tenemos. Piensa por ejemplo en tu día a
día…
¿Sufres mucho estrés? ¿Has perdido la ilusión? ¿Sientes que tu pareja por mucho
que se esfuerce, no te hace feliz? ¿Hay un tipo de amor que falta en tu interior y
que no puedes definir?

Este pequeño ejercicio de visualización y de reconstrucción emocional, puede


ayudarnos en muchos aspectos.

1- Coge una fotografía de cuando eras pequeño, cuando tenías 7 u 8 años.

2- Deja que los recuerdos vuelvan a ti, con tranquilidad, evoca aquellos años y
siéntete libre para que las emociones y las imágenes vengan hasta ti.

3- Ahora visualízate a ti mismo con ese niño. Estáis los dos, el “yo adulto” y el
“yo de tu infancia” frente a frente.

4- Pregúntale qué necesita, qué quiere, qué echa en falta. Pregúntale qué
carencia tiene y que desearía para sentirse libre y completo.

Carencia.

La falta de amor y sus trampas

“Para conseguir el amor de otros, primero debes amarte a ti mismo”. Apuesto


a que has escuchado cientos de veces esta frase. Y no se discute. Es una de esas
verdades de a puño que sería imposible controvertir y rebatir. Amarnos a nosotros
mismos es condición fundamental para amar a los demás.

El problema de ese mandato es que da claramente un qué, pero ninguna pista


sobre cómo. No es tan simple como tomar la decisión: “Perfecto. A partir de ahora
voy a amarme a mí mismo. Y desde mañana, que me amen los demás.” Tener
una buena relación contigo mismo puede ser un asunto que escapa a tu voluntad.

Lo que sí puedes ver nítidamente en tu vida son los efectos de esa falta de
amor propio. Especialmente en el terreno de la pareja, que es donde afloran
nuestros conflictos más íntimos. Es ahí donde solemos sentirnos más vulnerables
y más desorientados.

Fantasías románticas

Si no están bien ajustadas las tuercas de la estima propia, probablemente


tiendas a ser enamoradizo. Aparentemente, Cupido se ensaña contigo. Dispara
su flecha con cualquier desconocido que ves por ahí. “Amor a primera vista” dices
tú, cuando sientes latir el corazón con fuerza al ver a ese extraño que te roba la
atención.
El encanto que emana de esa persona desconocida es probablemente para ti
como una promesa. El augurio de una dicha desconocida hasta ahora para ti.
Ese sentimiento puede llegar a ser muy fuerte y, aun así, falso. Quizás haya
atracción genuina. Pero mientras no cruces la frontera que separa la fantasía del
encuentro real con la otra persona, no pasa de ser una ilusión.

Si te ocurre con frecuencia, no lo dudes: lo que hay en el fondo es un asunto


por resolver contigo mismo, no con Cupido. Tu actitud habla de una carencia.
Es tan fuerte que en un punto pierdes el sentido de las proporciones y te
conformas con llenar ese vacío aunque sea con una mentira.

Este tipo de fantasías se presentan con frecuencia en quienes ya traen una


historia de amores fallidos. “Amores perros”, de esos que dejan dentelladas y
cicatrices en el alma y no pocas veces también en el cuerpo. Amores, o supuestos
amores, que traen a tu vida muchos más ratos amargos que momentos de
plenitud.

Amores difíciles

El conflicto es la base de la relación en muchas parejas. Hacerle daño al otro


adquiere una intensidad tan fuerte que muchas veces se convierte en un sustituto
para la intimidad. Las agresiones se asumen como la oportunidad para dejar que
afloren las emociones más viscerales. Una especie de catarsis a costa del otro. Se
experimenta una cierta dosis placer, pero acompañada por toneladas de dolor.

Ese tipo de relaciones son las más difíciles de terminar, precisamente


porque se edifican sobre la carencia afectiva. Acabar con esos vínculos es caer
en el abismo de soledad que la relación encubre. “Peor es nada”, dices para tus
adentros.

Ese es el punto precisamente: la nada. La carencia. Ese lugar que quedó vacío
para siempre, quizás debido a necesidades afectivas que no fueron
satisfechas durante la niñez. Por eso puedes sentir que el vacío, la ausencia,
esa “nada”, es un sentimiento intolerable. De lo que no te das cuenta es de que
justamente carencias es lo que hay tras todas esas peleas, esos disgustos, esas
escenas de gritos y reclamos.

Si encuentras un compañero dispuesto a compartir contigo esa pequeña tragedia


cotidiana, seguramente se han enganchado juntos precisamente porque tienen un
problema similar. También esa persona busca desesperadamente vínculos que le
ayuden a evadir sus carencias. A aplazar la tarea de reconciliarse consigo mismo,
con su historia.

El problema es que si te dejas seducir por esos cantos de sirena estarás


renunciando a la posibilidad de construir un amor real. Ese que te hace sentir
que vales. El tipo de relación que te da seguridad en lugar de robártela. Ese
vínculo que se edifica sobre la aceptación mutua, la voluntad de comprensión y el
respeto.

Mejor que de una vez por todas decidas ser bueno contigo mismo. Que aprendas
a reconocer esas trampas con las que tú mismo vuelves imposible tu avance.
Recuerda que la vida es un pestañeo. No vale la pena dedicarla a fantasías o a
tormentos que, lo sabes en el fondo, finalmente solamente te dejarán nostalgia
por el tiempo inútil que invertiste en ellos.

¿Has perdido la ilusión?

La depresión, la enfermedad del alma

“Todo ha dejado de tener sentido en mi vida, nada me interesa y nada me


sorprende, me siento vacío… la soledad recorre mi cuerpo y mi mente y he
perdido la ilusión por todo, por todo lo que me gustaba y me hacía feliz: leer,
escuchar música, hacer el amor, viajar. luchar cada día en mi trabajo…

Apenas como y a veces duermo en exceso o me paso noches enteras sin dormir.
No quiero ver a nadie, no quiero hablar con nadie, todo el mundo me sobra
porque me sobro hasta yo mismo… y aunque no tengo el valor para quitarme la
vida a veces pienso que ojalá cerrara los ojos y no despertara nunca más.

Muchas veces siento como si la pena me ahogara y lloro sin cesar pensando
que mi vida no merece la pena y que ¿realmente que hago yo aquí? Siento que
he fracasado en el trabajo, siento que he fracasado una y mil veces en el amor,
siento que nadie me valora y pienso que esta vida no merece la pena…”.

¿Cómo superar una depresión?

En primer lugar, el amor de tus seres queridos y la ayuda de un especialista te


ayudarán a salir de ese pozo oscuro del que sientes que no puedes salir. La
depresión no es fácil de superar, pero por supuesto que se puede.

Vivimos en un mundo en el que muchas veces las cosas no salen como


esperamos y se nos acumulan…entonces dejamos de encontrarle el sentido a
todo, a la vida, a nuestra propia existencia

Desde aquí queremos animarte a que sepas que todo puede cambiar, que hoy
y quizás mañana el cielo esté gris pero que volverá a lucir el sol y que a lo mejor
sin darte cuenta encuentres las respuestas como una sorpresa que te da la vida a
través de la sonrisa de un niño, paseando por un bonito parque lleno de flores en
primavera o encontrando a alguien especial.

A través de una terapia el especialista y tú elaboraréis un plan personal para


intentar volver a quien eras antes. Y lo conseguirás con un poco de esfuerzo.
“Una de las amarguras de la depresión es que borra la idea y los sentimientos de
esperanza”
-Juan Antonio Vallejo Nájera-

Algunas ideas que te puedan ayudar a combatir la depresión

Estas son pequeñas cosas que puedes hacer, gestos y actitudes que te ayudarán:

 Caminar o pasear entre 15 y 30 minutos al día.


 Leer algo que te aporte positividad un rato cada día
 Organizar al menos una vez en semana una reunión con amigos o
familiares para distraerte
 Realizar una vez a la semana una actividad agradable, como puede ser
ir a cenar o al cine.

 Elaborar una lista de objetivos


 Deja de centrarte en lo que te salió mal. Es el pasado, el futuro está lleno
de sorpresas buenas.
 Haz actividades que te gusten como cocinar, hacer manualidades etc.
 Intenta la meditación aunque sean unos minutos al día, verás como poco a
poco te aficionas. La meditación es muy buena para cambiar nuestra
mente y nuestros pensamientos.
 Intenta ir al gimnasio y si no te gusta al menos baila en casa, haz alguna
actividad al aire libre…

 No te preocupes piensa que tarde o temprano encontrarás la solución.


 Intenta no estar solo, pide a algún amigo o familiar que te acompañe a dar
un paseo o que charle contigo un rato.
 Escucha música alegre. La música son un poderoso aliado de tus
endorfinas.
 Fíjate en las cosas bonitas que tienes en tu vida.

La depresión es una enfermedad muy habitual, sin embargo, se puede salir de


ella. Gracias a las recomendaciones anteriores y a la ayuda de un buen
profesional, la depresión dejará de ser un lastre en tu vida para convertirse en un
recuerdo. El recuerdo de un pasado que ya no volverá.

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