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“En la mesa no se habla de religión, política y fútbol”, es uno de los lugares comunes más
instalados en nuestra sociedad, y sobre todo en los contextos familiares, bajo la lógica de
que es “el tabú el que permite la convivencia”. En otras palabras, el silencio de temas es
lo que podría hacer preservar nuestra unidad. Desde marzo de 2016 nosotros tenemos
un programa radial titulado “Religión, Política y Fútbol”, porque creemos que bajo una
cosmovisión cristiana, asentada en la Escritura como única y suficiente regla de fe y de
conducta, podemos hablar de todos los temas. Además, lo hacemos porque creemos
que nuestra unidad no se sustenta en el tabú ni en el ser una “comunidad homogénea”,
sino que en algo que sobrepasa cualquier lógica humana, a saber, el sacrificio de
Jesucristo en la cruz, mediante el cual, el Dios vivo y verdadero, puede “reconciliar
consigo todas las cosas” (Colosenses 1:20).
Y es aquí donde compartimos lo dicho por Juan Stam respecto de Apocalipsis, pero que
a mi gusto, puede aplicarse a toda lectura de la Biblia: resulta tan ignominioso y
contraproducente para el texto sagrado politizar aquello que no tiene esa finalidad,
como despolitizar los textos que explícitamente hablan desde el tema. Las teologías
políticas, europeas o latinoamericanas, que sólo propenden al activismo social, limitan la
Misión de Dios dejando de enfatizar en la proclamación del evangelio, tal y como el
evangelicalismo norteamericano con un discurso aparentemente apolítico (como si tal
cosa existiera), derivó en un ensimismamiento que se complace en la experiencia
religiosa sin poner atención en el prójimo, y por ende, en la misión. Es falsa dicotomía
disociar la proclamación del evangelio de la práctica de la justicia (Santiago 2:14-17).
Es por esto que para colaborar desde el servicio de la Palabra a su decisión electoral,
como a su entendimiento de la política desde un perfil cosmovisional y bíblico, es que
me permito compartir con usted los siguientes principios bíblicos, junto con algunas
aplicaciones prácticas:
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Dios es soberano por sobre todo, pues como dice el salmista: “del Señor es la tierra y su
plenitud” (Salmo 24:1). El señorío de Jesucristo es de carácter universal, y nada escapa
de su dominio (Colosenses 1:15-20). Esa es la base de lo que Pablo señaló respecto de la
autoridad del magistrado civil cuando dijo que “Toda autoridad ha sido puesta por
Dios” (Romanos 13:1). Vale la pena recordar que quien gobernaba en ese momento el
Imperio Romano era nada más y nada menos que Nerón.
De hecho, la Biblia une aquello que las posiciones dualistas separan: la justicia social y la
moral sexual. Veamos lo dicho por el profeta Amós: “Así dice el Señor: Los delitos de
Israel han llegado a su colmo; por tanto, no revocaré su castigo: Venden al justo por
monedas, y al necesitado, por un par de sandalias. Pisotean la cabeza de los desvalidos
como si fuera el polvo de la tierra, y pervierten el camino de los pobres. Padre e hijo se
acuestan con la misma mujer, profanando así mi santo nombre” (2:6,7). No pasas a ser un
marxista cuando trabajas por un mayor ejercicio de la justicia en la sociedad, como
tampoco pasas a ser un derechista por defender la moral respecto de la sexualidad. Es
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allí donde cabe hacerse una pregunta: “-¿mi reacción de molestia contra mi hermano
surge genuinamente del evangelio, o del ídolo o interés albergado en mi corazón,
tapado por un manto de aparente cristianismo?”. Quiero decirte algo: nadie puede servir
a dos señores. Siempre terminamos doblegándonos a uno por sobre el otro (Mateo
6:24), y eso es una ofensa a Dios de la que debemos arrepentirnos.
La decisión electoral que tomes no sólo debe ser consciente de los principios del
candidato de mi preferencia, sino también, de que lo que vemos como bueno y positivo
en él es, al decir de Dooyeweerd, simplemente un “momento de verdad”. La consistencia
sólo es posible cuando se abraza una cosmovisión cristiana sustentada en la Palabra de
Dios, pero para que eso ocurra, primero debemos ser abrazados por el Padre. No
busquemos frutos en árboles que no los producen.
Lo que ningún cristiano debe hacer, sobre todo si es un pastor, maestro o que ejerza
algún tipo de liderazgo, ni mucho menos alguna institución, es promocionar a un
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candidato determinado, y llamar a votar por él porque representaría los valores y
principios del pueblo de Dios. Eso genera una cooptación clerical comprometiendo la
conciencia de los demás creyentes. Ningún sujeto o institución puede arrogarse la
representatividad de la comunidad o de “la iglesia evangélica”, cosa que no existe.
Nosotros no tenemos representantes amplios, no tenemos papas ni tampoco un solo
corpus doctrinal entre las iglesias del país. La Biblia, además, no presenta un programa
político sólido y cerrado, sino principios con los que se puede construir discursos
susceptibles de estar marcados por la diversidad. Es allí, donde se pasa de lo teológico y
lo político a lo ético. Debemos responsabilizarnos de lo que decimos, siempre a título
personal, nunca a nombre de la comunidad, dispuestos a responder preguntas a dudas
honestas, rendir cuentas cuando corresponda, y pedir perdón cuando hemos ofendido a
los demás. La verdad siempre camina con el amor (Efesios 5:15), y es inconsistencia
teológica disociar aquello que debe caminar unido siempre.