12/1/2018 «A pie y sin dinero» - ABC.

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«A pie y sin dinero»

Domingo, 07-12-08

DESDE hace cinco siglos de tradición y 116 años oficialmente, la Inmaculada es la patrona de la
Infantería. Las Fuerzas Armadas tienen en su historia, continuidad y tradiciones, uno de sus
baluartes, por lo que no se prevé que, ni en el supuesto laicista más extremo, se suprima esta
fiesta, como las de Santa Bárbara para Artillería, Santiago para Caballería o las Vírgenes del
Carmen y de Loreto para la Armada y el Ejército del Aire.
Podrán cambiar esas fiestas de denominación, pero no de sentido, porque es de sentido común
que un país muestre su respeto por quienes han escrito páginas heroicas en su historia y se
preparan cada día para dar la vida por él. Mañana es, pues, la fiesta de la Infantería, que en
Córdoba tiene especial dimensión por su larga presencia en la ciudad, que ha estrechado lazos
entre la sociedad civil y militar y sirve de base de la Brigada de Infantería Mecanizada «Guzmán el
Bueno» X, puntera de nuestro Ejército.
Alguien cuyos textos son infinitamente mejores que los míos, Camilo José Cela, publicó, un 8 de
diciembre de 1949, un hermoso artículo dedicado a la Infantería cuyo título me he permitido
copiar para la columna de hoy. Comenzaba así Cela: «El día 8 de Diciembre, el día de la Purísima,
hace mucho frío, pero nunca bastante para frenar a la Infantería, que derrite la nieve de los
montes. Y la escarcha de los ríos difíciles. Y el hielo que oprime a los corazones en desgracia».
Más adelante añadía: «La Infantería no es la materia; es el ligero y tenue soplo que vivifica. La
Infantería no es la masa; es la compañía. La Infantería no es, a veces, ni el concierto; es siempre la
arrebatada canción del solitario centinela, que canta para que el Cabo de Guardia sepa que está
vivo». Tres años antes había escrito «Viaje a la Alcarria», sabía de caminatas y afirmaba: «Quien
no haya sido soldado de Infantería quizá ignore que cuando el hombre se cansa, aún le faltan a él
muchas horas y muchas leguas para cansarse, porque el secreto de la Infantería es el de sacar
fuerzas de flaqueza y hacer de tripas corazón».
Concluía su artículo Camilo José Cela, luego Premio Nobel de Literatura en 1989, de esta forma:
«Ningún oficio más bello que el de infante, que lleva su casa a cuestas como el caracol y se pelea
porque no admite jaques: como el león y como el gallo y el toro. Sin medir las fuerzas, que no
fuera noble presentar las batallas ganadas y sin mirar atrás, porque detrás no hay nada,
absolutamente nada».
La escena más emotiva de la película «Alatriste» es la escueta orden dada al diezmado Tercio en
Rocroi: «¡Soldados antiguos a vanguardia, soldados nuevos a retaguardia!», para afrontar un
último combate cuyo trágico resultado se intuye. Desde las trincheras de Breda a la llanura de
Rocroi, desde la victoria en Lepanto a la muerte en Trafalgar, desde las hazañas de los Tercios en
Europa a los desastres de Cuba y Filipinas, los soldados españoles, acaso personificados para
siempre en los infantes, han sabido cumplir su deber con honor y hasta escribir nuestra historia,
incluso cuando Cortes y Gobiernos no se merecían sus sacrificios.
En nuestros días, ese sacrificio y esa historia llevan los nombres propios de los 148 militares
muertos en misiones en el exterior desde que se iniciaron en 1989, de acuerdo con los
compromisos internacionales de España. Y de los 102 militares asesinados por la irracionalidad
de ETA desde 1973. Las últimas víctimas de ambos frentes, hace unas semanas, el brigada Juan A.
Suárez y el cabo Rubén Alonso en Afganistán y el brigada Luis Conde en Santoña. Agosto de 2009
contemplará la marcha de la Brigada de Infantería «Guzmán el Bueno» al Líbano, con nuestro
deseo de que cumplan con su deber y vuelvan todos.
Un deber y un sacrificio nunca vanos, porque el ejemplo de fe y abnegación que late en ellos es el
que se traduce para la frase de Oswald Spengler: «Es siempre un pelotón de soldados lo que en
última instancia acude en rescate de la civilización».

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