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Una vez suscrito el TLC, Robledo analiza cuáles son las verdaderas consecuencias
que este le traerá al país. Deja además sentadas las razones que lo llevaron a
denunciar penalmente a Álvaro Uribe Vélez por el delito de traición a la patria.
Robledo demuestra con su análisis que el Tratado menoscaba la integridad
territorial y vulnera el interés nacional.
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El denuncio legal, que contendrá aspectos que superan este texto de popularización, lo formularé
una vez Álvaro Uribe Vélez y George W. Bush firmen el TLC, acto que debe ocurrir en la fecha que
Estados Unidos escoja, dándole paso al inicio del trámite definitivo en los respectivos Congresos.
En Colombia, si el Senado y la Cámara de Representantes lo aprueban, el Tratado deberá superar
la revisión de la Corte Constitucional para que pueda convertirse en ley de la República. De ahí
que incluso los uribistas calculen que, si el TLC supera todos los trámites, solo entrará en
aplicación en 2008.
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La confusión que pueda existir entre algunos que piensan que todo acuerdo
económico internacional es siempre positivo por el simple hecho de acordarse o
que por lo menos los que vinculan a Estados Unidos sí lo son en todos los casos
se explica por las ignorancias verdaderas o fingidas corrientes en Colombia. Pero
demostrar que los intereses nacionales y los extranjeros pueden ser diferentes, e
incluso antagónicos, no ofrece dificultades, como puede constatarlo cualquiera
que desee hacerlo. Si se menciona el punto es porque, con sus astucias retóricas
y las complicidades de que gozan para evadir los debates a fondo sobre estos
asuntos, los neoliberales intentan pasar de contrabando una absoluta identidad
que de ninguna manera existe entre lo propio y lo foráneo.
“El equipo económico del gobierno (de Barco) ha dado, en sus postrimerías,
prueba de heroico estoicismo al guardar escrupuloso silencio sobre el origen de la
mal llamada apertura de la economía colombiana. Ha preferido asumir
valientemente su responsabilidad a compartirla con la institución de donde
provino su exigencia como requisito sine qua non para desbloquear el
otorgamiento de sus créditos.
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En efecto, el Banco Mundial los tenía virtualmente suspendidos (…) Si (el
gobierno) quería obtener nuevos préstamos, siquiera equivalentes al pago de
capital, debía comprometerse a liberar sus importaciones, o, en términos más
benignos, abrir su economía…
Pero ni siquiera de las peores verdades sobre la política exterior de los países
capitalistas e imperialistas, incluida la de Estados Unidos, se concluye que
Colombia deba aislarse del mundo o que al menos deba negarse a tener
relaciones económicas y diplomáticas con esa nación. De ninguna manera. Lo que
sí se deduce es que hay que repudiar la tesis ingenua o tramposa de que los
colombianos seremos felices si, primero, hacemos felices a las trasnacionales
estadounidenses de todos los órdenes, de donde sacan que la política exterior
colombiana debe ser una extensión de la de la Casa Blanca, que en el territorio
nacional sólo debe producirse lo que le convenga a la superpotencia y que es de
signo positivo entregarles a los inversionistas gringos y extranjeros la propiedad
de la parte principal del aparato económico que se le permita mantener a
Colombia, todo en medio de la miseria y la pobreza generalizadas que son
inherentes a este tipo de relaciones internacionales. Y en especial se concluye que
no existe ni la menor posibilidad de proteger el interés nacional en cualquier trato
con el extranjero si quien tiene la representación legal de dicho interés, es decir,
el jefe del Estado, en realidad representa las conveniencias foráneas.
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La incomprensión entre muchos de la naturaleza rapaz del capitalismo se explica
porque también es de su esencia ideológica camuflarse, empleando a fondo los
eufemismos. Y de esto no escapa el TLC, como bien lo muestran tantas
falsedades dichas sobre él o los quince cortos párrafos del preámbulo en el que se
utilizan todas las palabras de moda para engatusar con sus propósitos, tales
como “amistad”, “cooperación”, “oportunidades”, “integración”, “creatividad”,
“innovación” y “transparencia”, al igual que las frases “reducir la pobreza”,
“beneficio mutuo”, “combatir la corrupción”, “salvaguardar el bienestar público”,
entre otras, en tanto que ni siquiera aparecen los términos utilidades, lucro,
ganancias, enriquecimiento y aún menos se dice que su primer objetivo, y el que
supedita a cualquier otro, es asegurarles altas rentabilidades a los monopolistas
estadounidenses, de manera que se estimule su codicia que, como se sabe, es lo
único que los moviliza. ¡A tanto llega el propósito de ocultar la verdad, que en
forma ejemplar se cumple el adagio de que esta brilla por su ausencia!
Antes de demostrar por qué el texto del TLC implica causarle daños mayúsculos al
interés de la nación colombiana, arrebatándole cualquier posibilidad de desarrollo
en términos de la economía capitalista, valen otras consideraciones que pongan
en su sitio las concepciones neoliberales.
¿De lo anterior se deduce, entonces, que los países no deben exportar ni importar
y que deben rechazar de plano toda inversión extranjera? Por supuesto que no.
Ya se señaló que las relaciones económicas internacionales pueden ser
provechosas y esa afirmación hace referencia, como es obvio, a vender y comprar
y a invertir o recibir inversión, pero, eso sí, dependiendo de lo que le convenga al
interés nacional y no al de los extranjeros, porque de saber instrumentar esas
relaciones, entre otras cosas, depende si se logra el progreso o si este se
anquilosa o retrocede. El detalle de cómo deben ser dichas relaciones supera el
propósito de este texto, pero sí cabe dejar sentado que sus misterios ya fueron
revelados precisamente por los países que han tenido éxito en el desarrollo del
capitalismo, los cuales, en la conocida imagen del que patea la escalera por la
que subió para que otros no puedan seguirlo, les imponen a sus satélites
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exactamente lo contrario de lo que ellos hicieron para construir su progreso,
empezando por crear unos mercados internos enormes. Faltan a la verdad
quienes, por ingenuos o por vivos, afirman que el “libre comercio” que se impone
en el mundo fue la teoría y la práctica que usaron Estados Unidos, Francia y
Japón, por ejemplo, para alcanzar la situación económica que hoy ostentan. Si
algo debe repudiarse de los imperialistas de todos los tiempos y pelambres es
una de las máximas que orientan sus relaciones internacionales: “Hagan lo que
les digo, no lo que hago”. ¿Cómo no recordar las historias en las cuales, cuando
no procedieron a sangre y fuego, los colonialistas españoles les entregaron a los
aborígenes americanos espejitos a cambio de sus objetos de oro?
Son esas concepciones reaccionarias las que en mucho explican por qué un
funcionario de la ONU decía que los monopolistas latinoamericanos se parecen a
sus pares de Estados Unidos y Europa, pero que, en cambio, la pobreza en estas
tierras no se asemeja a la de los países desarrollados sino a la de los africanos,
empezando porque en las metrópolis lo normal es que acose a un diez por ciento
de la población, mientras que aquí lo corriente es que martirice a bastante más
de la mitad. El secreto de tantas iniquidades latinoamericanas – que explican a la
región como la de mayor desigualdad social del mundo y a Colombia como la
undécima en la lista –, reside en una razón última que se ha agravado en los
últimos tres lustros pero que se remonta a los inicios del siglo XX: los
mandamases de estos países lograron separar su suerte personal de la suerte de
sus naciones, de forma que les va bien aunque a la inmensa mayoría de sus
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compatriotas les vaya mal, porque unieron sus intereses a los de las
trasnacionales extranjeras, las cuales, además, generan y coexisten con las más
aberrantes de las corruptelas nativas. Si algo puede demostrarse en Colombia es
que a todo lo largo del siglo XX nunca se ensayó un modelo económico que
tuviera como fin elevar en serio la capacidad de compra de la población,
concepción retardataria como la que más que los neoliberales pretenden llevar
hasta el extremo.
También contiene una buena dosis de falsedad llamar al Tratado como de “Libre
comercio”, porque este conduce al control de los monopolios y estos no generan
ninguna libertad y porque sus disposiciones van bastante más allá de determinar
en 6 capítulos las relaciones de importación y exportación de Estados Unidos y
Colombia. Así, en otros 17 capítulos, el interés colombiano también se verá
negativamente afectado por lo que se define en propiedad intelectual,
inversiones, solución de controversias, sector financiero, telecomunicaciones,
negocios transfronterizos y medio ambiente, entre otros aspectos. Y habrá un
empeoramiento de las condiciones laborales del país, así este no haya quedado
pactado, porque sus cláusulas empujan, en la práctica, en esa dirección, so pena
de que Colombia pierda competitividad a la hora de exportar, de defenderse de
las importaciones o de atraer inversionistas extranjeros.
Entre las manipulaciones sobre por qué Colombia debe firmar el TLC aparece
como una de las principales el objetivo de mantener los menores aranceles que
hoy pagan algunos empresarios colombianos que exportan a Estados Unidos, en
razón de lo establecido por la Casa Blanca en Atpdea (Andean Trade Promotion
and Drug Eradication Act).(2 )
Conocer, entonces, a cuánto equivalen los aranceles dejados de pagar por este
mecanismo es una necesidad para pasar de la retórica neoliberal a la realidad de
las cifras. De acuerdo con el empresario colombiano Emilio Sardi, la verdad de las
cuentas del Atpdea es la siguiente:
“Se afirma con gran bombo que cerca de la mitad de nuestras exportaciones a
EEUU están incluidas en Atpdea, pero se esconde que casi el 70 por ciento de
ellas (unos 3.400 millones de dólares en 2005) serán de petróleo o sus derivados.
Ésas no se verán afectadas por la pérdida del Atpdea y se seguirán haciendo. La
rebaja en aranceles que se obtiene en los otros productos tiene importancia para
un par de sectores, pero no es grande para la economía nacional como un todo.
De los 1.400 millones de dólares que se estima cubrirá el Atpdea que no son
petróleo y sus derivados, las flores representarán aproximadamente la tercera
parte. Su arancel es del orden del 6,5 por ciento, lo que representa una rebaja
arancelaria de unos 30 millones de dólares. Sus exportadores no quisieran
perderla, pues, como diría el filósofo de Palenque, es mejor ganar más que
menos, pero no por eso van a dejar de venderlas. Las exportaciones de
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Mediante esta ley casi todos los productos de los países andinos (exceptuando a Venezuela)
pueden exportarse sin aranceles a Estados Unidos. Para Colombia las partidas arancelarias
desgravadas son 5.687. El Atpdea es una decisión unilateral de Washington que termina el 31 de
diciembre de 2006 y que se explicó como una compensación a estos países por sus luchas contra
el narcotráfico. A Colombia solo se le otorgó una vez el Presidente Álvaro Uribe Vélez expidió el
decreto 2085, que le amplió a las trasnacionales el monopolio de los medicamentos y los
agroquímicos.
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confecciones, que por la competencia china van cayendo, tienen aranceles del
orden del 15 por ciento, pero nadie ha establecido cuál es el valor agregado
verdadero que generan. No es presumible que el valor agregado de las
operaciones de maquila llegue siquiera al 40 por ciento de lo exportado, que se
estima en 500 millones de dólares. Luego la rebaja arancelaria real se ubicaría en
máximo 30 millones de dólares. Y de ahí para abajo realmente ni vale la pena
entrar en el detalle. De las 5.600 partidas arancelarias favorecidas, Colombia
registra exportaciones apenas en 913, de las que sólo 18 exportan más de 10
millones de dólares, mientras 603 no pasan de exiguos 100.000 dólares. ¡Ni
siquiera para diversificar nuestra oferta exportadora a EEUU han servido el Atpa o
el Atpdea! Allá están interesados sólo en nuestros productos básicos. Es evidente
que el ahorro arancelario por el Atpdea es realmente apenas del orden de unos
100 millones de dólares o, a lo sumo, 120 millones de dólares anuales. Si fuera
cierto que el Atpdea es improrrogable, sería mucho más sensato buscar ayudar a
los afectados con medidas como las que ha tomado el Gobierno para proteger a
algunos sectores del agro contra la reevaluación que precipitarse a firmar un mal
tratado, para obtener una rebaja arancelaria que no alcanza a ser el 0,1 por
ciento de nuestro PIB” (Deslinde, septiembre de 2006).
Tampoco resiste análisis otro lugar común en defensa del TLC con Estados
Unidos, necio como el que más, que dice que hay que firmarlo a toda costa por lo
mucho que Colombia le compra y le vende a ese país. Cuando bien analizadas las
cosas la primera conclusión que debiera sacarse de ese dato es que constituye
otra prueba de la deformación que padece la economía nacional, pues lo
razonable sería tener mayores relaciones con los países fronterizos, como sucede
en la Unión Europea que, con todo y sus aspectos censurables, sí sirve para
mostrar la importancia de fortalecer los vínculos con los vecinos. ¿No enseñan los
libros de texto de economía capitalista que esta avanza mejor en aquellos
mercados cuyos costos de transporte tienden a cero, que es lo que en condiciones
ideales ocurre en las áreas urbanas o a nivel de países que comparten fronteras?
De otra parte, desde que apareció el campesinado, una clase milenaria, se
estableció que no deben ponerse todos los huevos en el mismo canasto, máxima
aún más cierta en las economías nacionales que en la individuales, porque así se
protegen mejor en las inevitables crisis que sacuden a unos u otros países y a
unos u otros sectores, de donde nuevamente se ratifica la conveniencia de
distinguir entre quienes hacen afirmaciones falsas porque ignoran y los que las
expresan de manera maliciosa a sabiendas de qué se trata y cómo van ellos en el
negocio.
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La oposición ciudadana ha impedido que el Congreso de Costa Rica ratifique dicho tratado.
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se destinan a compras de vehículos y auto partes, bienes de capital y equipos,
renglones de los que Colombia no vende un dólar ni lo venderá con el Tratado.
Otros 200 mil millones de dólares se destinan a materias primas y elementos
para la industria, y de ellos los colombianos aportan 130 millones de dólares,
equivalente al 0,13 por ciento, suma que muy difícilmente podrá aumentar. Y de
los algo más de 400 mil millones de dólares restantes, 370 mil millones son
bienes de consumo, pero de ellos Colombia no vende nada de sus principales
renglones, tales como farmacéuticos, electrodomésticos, juguetes, joyería,
motocicletas, instrumentos musicales y equipos de fotografía, y tampoco hay
razones para pensar que con el TLC esta situación cambiará de manera
importante, porque ese mercado, como lo muestran las anteriores cifras, ya está
en lo fundamental copado por los poderosos competidores del resto del mundo,
los cuales incluso han capturado buena parte del mercado interno colombiano.
¿No es una bobería decir que porque Washington le va a eliminar a Colombia
unos aranceles que en promedio son de apenas 2,7 por ciento, con eso va a
cambiar la composición de las importaciones estadounidenses? ¿No es una
evidente manipulación que como gran cosa se les ofrezca a los colombianos
tomarse algo de las importaciones gringas de lácteos y tabaco, cuando ellas
suman apenas 2.700 millones de dólares y hay que disputárselas con 28 países, y
eso contando solo a los que más venden en Estados Unidos?( 4 )
Y es mentira, además, decir que si Colombia no firma el TLC con Estados Unidos
dejará de vender en ese país o se aislará de la economía mundial. Porque lo
cierto es que, exceptuando a México y Canadá, todos los principales exportadores
a Estados Unidos no tienen TLC firmados con Washington. Y en lo que respecta a
facilitar aún más las importaciones de bienes estadounidenses que sean benéficas
para los colombianos, pues solo a un necio se le puede ocurrir que para ello se
requiere de un tratado de “libre comercio”. Lo máximo, entonces, que le
sucedería a Colombia sin el TLC, en sus relaciones de exportación al Imperio,
sería, como ya se dijo, el aumento de los precios de venta de algunos productos
que hoy se benefician con el Atpdea, cifra que, hay que reiterar, es mucho menos
importante para la suerte del país de lo que afirman los neoliberales y que en
todo caso es en mucho inferior a los nuevos y enormes costos que, como se verá,
cobrará Estados Unidos por mantenerla. Al poner en su sitio el verdadero poder
de las exportaciones para desarrollar un país, y dentro de eso los auténticos
alcances del Atpdea, no es porque se niegue la conveniencia de exportar o porque
se desprecie la suerte de las exportaciones que hoy se benefician con los menores
aranceles a Estados Unidos, las cuales están en capacidad de competir sin esas
ventajas o podrían beneficiarse, a costos infinitamente menores que los del TLC,
de diversos tipos de respaldo por parte del Estado colombiano.
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9 países le exportan a Estados unidos el 72 por ciento de los lácteos que importa y 19, el 65 por
ciento del tabaco.
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tiene 108), dado su carácter de acuerdo internacional, adquirirá un nivel similar al
de las normas constitucionales en el sentido de que nadie en Colombia, en ningún
nivel u organismo del Estado, podrá aprobar algo que contradiga su texto. En el
capítulo de propiedad intelectual Colombia se compromete, además, a adherir a
otros 4 acuerdos internacionales que fortalecerán aún más el poder monopólico
de las trasnacionales estadounidenses en estos tópicos, imposición más
humillante porque en el TLC no se contempla que Estados Unidos adhiera a los
tratados sobre asuntos laborales y medio ambiente de los que sí hace parte
Colombia. Nada en el Tratado podrá modificarse, ni en una coma, sin la
autorización de Washington, cambio que, si se logra, habrá que pagárselo con
nuevas y onerosas concesiones en otro aspecto. Y su denuncia, como se llama la
manera de terminarlo por decisión de cualquiera de las partes, deberá derrotar,
como es obvio, las más duras presiones de la Casa Blanca.
Además, la aplicación del TLC, como ocurrió con la apertura, fortalecerá todavía
más a los pocos colombianos que se lucran de sus relaciones privilegiadas con el
Imperio, en tanto que aumentará el debilitamiento de quienes tienen su suerte
personal atada a la de la nación, lo que agravará el círculo vicioso que ya se
padece: mientras más domina Estados Unidos más se fortalecen sus correveidiles
criollos y con ello más fácilmente pueden dominar las trasnacionales a Colombia.
¿Qué garantiza, por último, que, con el correr de los años, el Imperio no imponga
otra tanda de condiciones aún más leoninas que las de hoy, una vez su
dominación sea casi absoluta porque se hayan reducido a poco o a nada los
sectores económicos colombianos que no sean extensión del capital extranjero?
Digno de todo repudio fue también el trámite que Álvaro Uribe le dio al TLC, dada
su evidente lógica plutocrática y porque al final se pasó por la faja los propios
puntos de vista de una parte fundamental de los sectores empresariales
escogidos por él para darle un cierto viso democrático a su decisión de suscribirlo.
En efecto, en nada tuvo en cuenta las reiteradas posiciones de rechazo de las
centrales obreras y de todas las organizaciones campesinas, indígenas y
estudiantiles del país, ni atendió al voto casi unánime y en contra del tratado de
las consultas indígena, arrocera y de cultivos de tierra fría y desoyó por completo
la posición de la Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria, agremiación
que agrupa a fuerzas representativas del campesinado y el empresariado. E
incluso al final, cuando llegó la hora de nona, Uribe les impuso su decisión a las
principales agremiaciones de la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), las
mismas que durante el trámite había preferido como a las únicas dignas de tener
en cuenta en el sector agropecuario.
Como se verá, el TLC, entre otros hechos graves, consolidará y hará irreversibles
las pérdidas económicas de la apertura, ratificará que la salud, la educación, los
servicios públicos domiciliarios, el medio ambiente y los alimentos sean vulgares
negocios, le arrebatará a Colombia los principales instrumentos económicos que
usaron las potencias capitalistas para desarrollarse, arruinará áreas estratégicas
de la producción nacional industrial y agropecuaria, hará imposible que el país
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avance por los caminos de la ciencia y las tecnologías complejas, les entregará el
control del ahorro nacional y de la biodiversidad a los extranjeros, le arrebatará al
país los principales instrumentos que se requieren para orientar su economía y
enfrentar las crisis cambiarias y financieras, definirá una justicia a la medida de
las conveniencias de los negociantes estadounidenses, consolidará la toma de las
principales empresas que sobrevivan por parte de los inversionistas extranjeros,
generará una dependencia indeseable del comercio exterior colombiano con el de
Estados Unidos, determinará una mayor pobreza y miseria de la nación,
entrabará aún más la defensa y el progreso de la cultura nacional y convertirá a
Colombia en una especie de colonia estadounidense, hechos todos que configuran
el delito de traición a la patria que tipifica el Artículo 455 del Código Penal. Porque
este es aplicable a quien “realice actos que tiendan” a someter a Colombia, “en
todo o en parte al dominio extranjero, a afectar su naturaleza de Estado
soberano”, pues es obvio que la independencia y la soberanía política se pierden
en cualquier país en el que los extranjeros se tomen la parte principal de la
economía. Y quedará en evidencia que Álvaro Uribe Vélez también violó el Artículo
457 del mismo Código, que establece la “Traición diplomática”, en la cual incurre
quien en un acuerdo o relación con otro país “actúe en perjuicio de los intereses
de la República”.
3. ACATAMIENTO NO ES NEGOCIACIÓN
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El Espectador, 10 de agosto de 2003.
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señor Ministro de Hacienda indicó que de querer garantizar recursos de
financiamiento externo por parte de las entidades internacionales como el Fondo
Monetario, el Banco Mundial y el BID, se requería desmontar la protección al
sector agropecuario ante la fuerte presión de estos organismos al respecto” (28
de marzo de 2003). Y para que no quedaran dudas se hizo vox pópuli que de lo
que se trataba era de tramitar un acuerdo básicamente igual a los TLC suscritos
por Estados Unidos con México, Centroamérica y Chile. ¿Podrá haber algo más
arbitrario y regresivo que una política cuyo objetivo es imponerles a todos los
países de América tratados que al suscribirse son fundamentalmente iguales
entre sí y que al concluir el período de transición, de unos pocos años, se
convierten en idénticos, a pesar de las enormes diferencias que existen entre los
países? ¿No es monstruoso, por ejemplo, que la receta sea idéntica para Brasil y
Haití?
Pero no obstante que lo anterior quedó establecido desde antes de empezar las
“negociaciones”, el gobierno de Colombia se dedicó a lo largo de veinte meses a
crear la falsa idea de que se trataba de concertar un acuerdo positivo para las dos
partes y no de una simple adhesión. El problema que se le creó con esta patraña
es que fracasó en ocultar que de lo que se trataba era de ponerse “el mismo traje
del TLC con Chile”, como con desfachatez ironizó Juan Manuel Santos, pero sí
sirvió para mostrar, también por este medio, que no hubo asunto de importancia
que no se definiera de acuerdo con los intereses de Estados Unidos.
“Colombia quería negociar solo un tratado comercial, sin los países andinos, y
E.U. decidió que Perú y Ecuador debían estar… y así se hizo (…) Colombia
consideraba que el Atpdea, la ley de preferencias unilaterales, sería el punto de
partida de la negociación y Estados Unidos decidió que se debía comenzar de
cero. Y así se hizo (…) Colombia creyó que se podía negociar la eliminación de
algunos subsidios y ayudas que Estados Unidos da a sus productores del campo,
pues era la única forma de competir con la producción de ese país. Estados
Unidos dijo que eso lo negociaba en la OMC y no en el TLC andino. Y así fue,
mientras que Colombia entregó a cambio de nada la protección agrícola de las
franjas andinas de precios (…) Colombia creyó que podía llevar textos propios
para negociar, innovando la tradición norteamericana, pero finalmente comprobó
que ese país tienen sus reglas para negociar, y punto (…) Colombia creyó que el
gigante podría tener consideraciones para corregir asimetrías frente a un país
débil. La realidad es que Estados Unidos es el imperio y así lo demuestra, sin
importar quien sea el interlocutor”.
Incluso, clama al cielo que Álvaro Uribe, que se presume ducho en negocios pues
desde joven se dedicó con éxito a acrecentar la fortuna que heredó de su padre,
otro conocido negociante, hubiera cohibido a sus voceros a recurrir a expedientes
usuales en el trámite de cualquier transacción, a pesar de que la utilización de los
mismos por parte de Estados Unidos le concedía a Colombia toda la fuerza moral
y política para hacerlo. El primero de estos casos consistió en que Colombia puso
en negociación absolutamente todos los intereses del país en todos sus sectores
económicos, hasta el punto de que Estados Unidos quedó autorizado para hacer
cualquier petición, por descabellada que fuera, contra el interés nacional. Esto, en
contraste con la posición del gobierno estadounidense que, antes de empezar las
“negociaciones”, se dotó de una extensa ley aprobada por su Congreso, la Ley de
Comercio de 2002 (Trade Act of 2002 –que contiene Trade Promotion Authority –
TPA –, Trade Preferential Act y Atpdea), que le impuso precisos límites a sus
potestades, bajo la advertencia de que si los funcionarios de la Casa Blanca se
salían de esas condiciones el Tratado no sería ratificado por la Cámara de
Representantes y el Senado. Así, y como era de esperarse, desde el primer día de
la negociación se convirtió en una especie de muletilla que los voceros gringos
dijeran: “Eso no puede acordarse porque nuestro Congreso no lo aprobaría”,
recurso que nunca pudieron utilizar los colombianos. Y ante esta salvaguardia
elemental por parte de un país que, como era obvio, no iba a poner en discusión
sus intereses estratégicos, ¿qué hizo el gobierno de Colombia? ¿Imitó a su
contraparte? Ni pensarlo. Incluso, utilizó sus mayorías en el Congreso colombiano
para impedir que se aprobara la llamada “Ley espejo”, cuyo nombre obedeció a
que proponía que se imitara la ley de comercio estadounidense y con los mismos
propósitos: darle instrumentos de negociación al Ejecutivo, prohibiéndole
sacrificar asuntos irrenunciables del interés nacional.
Algo parecido ocurrió cuando Estados Unidos explicó que por razones de
seguridad nacional no permitiría que en el trámite del TLC se conversara siquiera
sobre la parte principal de sus subsidios agrícolas, los cuales suman 71.269
millones de dólares al año. Y las razones del gobierno gringo para defender dichos
subsidios no pudieron ser más contundentes. Al decir de George W. Bush,
6
Carta de renuncia, Bogotá, 2 de diciembre de 2005.
18
“Es importante para nuestra nación cultivar alimentos, alimentar a nuestra
población. ¿Pueden Ustedes imaginar un país que no fuera capaz de cultivar
alimentos suficientes para alimentar a su población? Sería una nación expuesta a
presiones internacionales. Sería una nación vulnerable. Y por eso, cuando
hablamos de la agricultura (norte) americana, en realidad hablamos de una
cuestión de seguridad nacional” ( 7 ).
7
U.S. President George W. Bush in remark to the Future Farmers of America, 27 de Julio de 2001,
Washington, DC.
19
contraprestación alguna? Tales preguntas mantienen toda su vigencia, aun
aceptando, en gracia de discusión, que dichas modificaciones fueran positivas
para el país (que no lo son), porque lo que se discute en esta parte es por qué
Colombia desechó instrumentos elementales de cualquier negociación.
Cerraron, así, con broche de oro, Álvaro Uribe y sus “negociadores”, un proceso
de “negociación” en el que la pusilanimidad fue la norma y en el que cedieron,
cedieron y cedieron hasta la humillación ante cada exigencia de los
estadounidenses, sumándole a las pérdidas económicas y sociales la indignidad
de representar de esa manera a Colombia. Si esas conductas las hubiera asumido
el gobierno norteamericano, ¿cuánto tiempo habría pasado antes de que la
prensa de ese país lo condenara, exigiéndole dignidad y equiparándolo con
Quisling?
Cualquiera que tenga en perspectiva el destino del país tendrá que reconocer que
una década es muy poco cuando se trata de definir el futuro de un sector
económico y más si se piensa en el interés de toda la población, para no
mencionar que se engaña o engaña quien afirme que en ese lapso Colombia
podrá desarrollar las habilidades suficientes para enfrentar con éxito al más
poderoso de los competidores. Que nadie se haga ilusiones. El establecimiento de
esos plazos como los máximos para eliminar los aranceles y toda protección no
tiene como propósito evitar el empobrecimiento y la ruina de muchos, y menos
impedir que el país en su conjunto quede para siempre encadenado al atraso
económico y a una aberrante pobreza y desigualdad social, pues es obvio que en
ese lapso Estados Unidos mantendrá o aumentará sus ventajas. ¿Hay alguna
razón que indique que los productores estadounidenses van a sufrir
disminuciones importantes de su competitividad frente a los colombianos en el
corto o mediano plazo? ¿Por qué podrían derrotar en el corto plazo los
exportadores colombianos a los muy poderosos competidores del resto del mundo
que les ganan en el mercado estadounidense, a los cuales ni siquiera son capaces
de vencer en el mercado nacional? ¿No hay que ser muy ignorante o muy
tramposo para decir que Colombia se volverá competitiva con la “agenda interna”
o con el demagógico “Agro: ingreso seguro”? Lo cierto es que el verdadero
objetivo de los plazos de desgravación es permitirles a los monopolistas gringos
adecuar su producción a las nuevas exportaciones que ellos van a ganar y dividir
a los productores colombianos, al generar entre algunos de los damnificados la
ilusión de que sí podrán competir en el TLC, con lo que se dificulta la constitución
del gran frente de resistencia civil que debe organizarse. Con esta misma
racionalidad puede entenderse por qué la aplicación del “libre comercio” en
Colombia la definieron en dos etapas: la que empezó en 1990 con César Gaviria y
la de ahora, en la que Uribe pretende concluir el proceso.
21
Como se mencionó, los propios estudios del establecimiento muestran las grandes
pérdidas que sufrirán el agro y la industria de Colombia por causa del TLC. En
“Efectos de un acuerdo bilateral de libre comercio con Estados Unidos”, publicado
por el Departamento Nacional de Planeación en 2003, se explica que las
importaciones crecerán casi el doble que las exportaciones, 11,92 contra 6,44 por
ciento, y que, en consecuencia, la producción colombiana se reducirá en ocho de
los diez sectores en los que la dividieron para el análisis, por lo que aparecen
como perdedores los cereales, otros productos agrícolas, minas y energía, cueros
y maderas, alimentos, carne bovina y otras carnes, otras manufacturas y
servicios y finca raíz. Por su parte, el Banco de la República de Colombia, en su
estudio “El impacto del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos en la
balanza de pagos”, también debió reconocer que el país perderá en su comercio
exterior, pues entre 2007 y 2010 las ventas colombianas a Estados Unidos
crecerán al 14 por ciento frente a unas compras que aumentarán en 35,6 por
ciento, nueva realidad que “aumentará la dependencia” de Colombia y convertirá
en desfavorable la balanza comercial que hoy favorece al país.
Por los anuncios de Estados Unidos y las experiencias de todos sus TLC, era de
público conocimiento que ese imperio no permite que siquiera se mencione en la
mesa de “negociaciones” la parte principal de sus subsidios al agro. ¿Su pretexto?
Que el tema solo lo debatirá en la OMC, lo que no lo avergüenza para exigirles a
los vasallos que califica o se autocalifican de “socios” que ellos sí tienen que
eliminar sus aranceles de protección, aun cuando su existencia la autoriza dicha
organización. Por ello la Casa Blanca solo aceptó desmontar en el Tratado la parte
de los subsidios a las exportaciones que se refieren al Acuerdo sobre Agricultura
de la OMC, lo que significa que, además de las “ayudas internas” por 54.639
millones de dólares, se mantendrán los créditos, garantías de crédito y seguros
que subsidian directamente las exportaciones estadounidenses. Luego el ministro
Jorge Humberto Botero engaña al Congreso cuando le dice que en lo acordado en
el TLC “se eliminan los subsidios a las exportaciones de EE.UU. que tengan como
destino el territorio nacional” (carta del 3 de marzo de 2006).
22
Fue por este tipo de posiciones abusivas de la Casa Blanca, entre otros asuntos,
por lo que Brasil, Argentina y Venezuela se negaron a continuar con la
conformación del Área de Libre Comercio de las Américas (Alca), posición en la
que no solo no los acompañó Álvaro Uribe Vélez, faltando a su deber de
representante legal del interés nacional, sino que utilizó para suplicarle a
Washington suscribir a cambio el TLC, pacto que, dado su carácter bilateral, le dio
más poderes a Estados Unidos que los que de hecho tendría en el trámite de un
tratado multilateral como el Alca.
Entre las falsedades que dijeron los voceros del gobierno durante la negociación
estuvo la de que iban a “negociar bien”, transmitiendo la falacia de que Estados
Unidos le iba a dar un trato especial a Colombia, cosa que, hay que reconocerlo,
nunca dijo ni sugirió la Casa Blanca, que con franqueza siempre explicó que el
único TLC posible era el que copiara las fórmulas que al respecto tiene
establecidas el Imperio. Incluso, con descaro el gobierno gringo advirtió que no
habría consideraciones de índole política en la “negociación”, porque como daba
plata para el Plan Colombia ( 9 ) ni siquiera toleraba que ese aspecto se pusiera
sobre la mesa de “negociaciones”. Los colombianos que, por ingenuos, se
ilusionaron con que habría condiciones preferenciales para el país como premio a
la sumisión de Uribe Vélez ante la política exterior de Estados Unidos, tienen que
aceptar que ese sueño tuvo origen en sus propias especulaciones o en las mañas
de la cúpula uribista y no en ninguna afirmación o insinuación estadounidense.
8
El Tiempo, Wall Street Journal Américas, 29 de septiembre de 2006. Estados Unidos aporta el
31,9 por ciento de la inversión en I&D en el mundo.
9
Mediante el Plan Colombia (2000), la Casa Blanca, además de imponer la política antinarcóticos,
determinó el rumbo de la economía colombiana de acuerdo con los postulados del “libre
comercio”. Con el nombre de Plan Colombia se han gastado 3.700 millones de dólares aportados
por Estados Unidos y 6.900 millones de dólares puestos por Colombia.
23
en Colombia! Pero cuando se los apura en el debate y les toca hablar con
franqueza del alto impacto negativo para el país, presentan como un logro
suficiente para justificar el Tratado convertir en permanentes los menores
aranceles a las exportaciones colombianas consagrados en el Atpdea, más alguna
otra posibilidad de menor cuantía en relación con una nueva exportación. Aunque
parezca mentira, dicen que el gran “triunfo” para Colombia reside en mantener
casi las mismas posibilidades de exportación que se tienen desde hace más de
quince años y cuya limitación para resolver los problemas del país es manifiesta,
mientras callan sobre los nuevos e inmensos costos que aceptaron pagar para
mantener algo muy parecido al statu quo en las exportaciones. Y agregan que la
otra ganancia vendrá de la estabilidad en las reglas del juego que tendrán los
inversionistas de Estados Unidos, como si se desconociera que a estos lo que les
interesa es centrarse en la minería de exportación y en la toma de los monopolios
ya existentes, sean públicos o privados, que venden bienes y servicios para el
mercado interno colombiano, negocios que, además, se hacen con la condición de
facilitarles el envío al exterior de las utilidades que consigan.
Una de las verdades que más debiera avergonzar al uribismo acaba de ser
expuesta en el texto Evaluación de la negociación agropecuaria en el TLC
Colombia-Estados Unidos, escrito por los conocidos especialistas Luis Jorge
Garay, Fernando Barberi e Iván Mauricio Cardona. Estos, además de confirmar
con cifras las pérdidas que sufrirá el país, demuestran que lo acordado por
Colombia fue bastante peor que lo firmado por los países centroamericanos en el
Cafta, lo que ya es mucho decir, porque a estos también les fue muy mal. Según
Garay y sus compañeros de estudio, mientras a aquellos les permitieron
exceptuar algunos productos, a Colombia no; al tiempo que ellos pudieron
mantener requisitos de desempeño (compra de la cosecha nacional a cambio de
poder importar), Colombia no; en tanto que a Centroamérica no se le exigió una
cláusula de preferencia no recíproca (que se explicará luego), a Colombia sí;
mientras el 4,9 por ciento de los productos colombianos quedaron con
desgravación a más de 10 años, así quedaron el 32,2 por ciento de los de Costa
Rica, el 27,1 por ciento de los de Nicaragua, el 25,8 por ciento de los de
Honduras, el 20,6 por ciento de los de El Salvador y el 18,7 por ciento de los de
Guatemala. Y mientras el valor de las importaciones a Colombia con desgravación
inmediata ascendió al 94,5 por ciento del total, las de los centroamericanos
ascendieron a 69,4 por ciento. Además, a diferencia del TLC entre Estados Unidos
y Chile, Colombia se comprometió a no utilizar el Sistema Andino de Franjas de
Precios (SAFP) desde el inicio del Tratado. En contraste con el acuerdo de “libre
comercio” entre Washington y Marruecos, Colombia no logró salvaguardas con
vigencias superiores al período de desgravación ni logró excluir ningún producto.
Y para confirmar que el TLC que tiene decidido suscribir Álvaro Uribe Vélez es el
peor de América, el país “debió renunciar a la posibilidad de aplicar cualquier tipo
de salvaguardia especial agropecuaria que se acuerde en un futuro en el marco
de la OMC, compromiso que no había adquirido ningún otro socio comercial de los
EEUU, salvo Perú”.
24
¿Cómo juzgar a los avezados hombres de negocios que gobiernan a Colombia,
quienes olvidan lo que saben de su oficio cuando de lo que se trata no es de
defender el interés personal sino el nacional? Y todavía no se han visto las otras
enormes gabelas que se les otorgaron a las transnacionales gringas, diferentes de
las que en general lograron en la relación exportaciones-importaciones.
5. MASACRE AGROPECUARIA
-------------
Y para acabar de desnudar a los ministros de Álvaro Uribe en sus falacias, sirve
también la explicación dada por Juan Lucas Restrepo, jefe de los “negociadores”
de Colombia en la mesa de asuntos sanitarios, quien, en sus propias palabras,
dice que el poder de decisión quedó en manos de los estadounidenses: “Pero lo
que temíamos – y aún tememos – es que, en la práctica, se restrinja
indefinidamente el ingreso de los productos colombianos a ese mercado con
argumentos para arancelarios, como un excesivo rigor en el cumplimiento de las
normas sanitarias y de inocuidad” (Carta Ganadera, “Informe especial TLC y
ganadería”, p.134).
10
www.sac.org.co/pages/tlc/tlc.asp
26
conveniencias, como es obvio – se le dio la gana de dar esa posibilidad, la cual,
es seguro, le cobrará al país de alguna manera.
Entonces, si las pérdidas agrarias para Colombia habrán de ser muy grandes, las
ganancias serán exiguas y no las compensarán de ninguna manera. Constituye un
engaño afirmar que en exportaciones de banano y café se consiguió algo con el
Tratado, pues el libre acceso de estos productos al mercado estadounidense se
remonta a casi un siglo, derecho que se ha pagado a grandes costos y que la
Casa Blanca no puede modificar sin violar la propia legalidad comercial
consagrada por ella en varias instancias y en la propia OMC. En flores lo que se
consigue es lo que se tiene con el Atpdea, que representa unos 26 millones de
dólares al año en menores aranceles, suma que si se perdiera no sería el fin de
ese sector, que bien podría funcionar avanzando en competitividad, con menores
utilidades para sus empresarios o con subsidios del Estado colombiano iguales a
la suma perdida ( 11 ). Y lo logrado en exportaciones de tabaco también es
mediocre, porque los gringos impusieron un contingente con libre acceso
inmediato de apenas cuatro mil toneladas y desgravación a 15 años, a partir de
un arancel prohibitivo del 350 por ciento, ¡el más alto del TLC!
Con respecto a las afirmaciones alegres del uribismo, que ponen a Colombia a
exportar ingentes cantidades de frutas y hortalizas, carne de res, lácteos y
biocombustibles, sirven unas reflexiones. Ya se dijo que las barreras sanitarias
son un obstáculo cierto y hasta ahora infranqueable para exportarle a Estados
Unidos varios de estos bienes, a lo que hay que agregarle que el país tampoco
tiene oferta exportable, caso que es evidente en el sector hortifrutícola e incluye
hasta la ganadería, según ha explicado la propia Federación Nacional de
Ganaderos (Fedegan). En efecto, esta ha dicho que conseguir la capacidad
nacional exportadora será obra de 20 ó 30 años cuanto menos de incrementos en
el hato y de un lapso similar para cambiar el tipo de ganado que se produce en
Colombia por el que les gusta a los consumidores gringos ( 12 ). Tan escasas son
las posibilidades en este sentido, que el programa exportador de Fedegán no se
refiere a un país exportador, ni a una región exportadora, sino a “Fincas para la
exportación”.
En el caso del alcohol carburante hay que saber que su producción para el
consumo interno se sustenta en subsidios que superan los cien millones de
dólares anuales y que cualquier galón de exportación tendría que lograrse a partir
de la situación improbable de derrotar en la competencia a la muy poderosa
producción brasileña y a la propia industria estadounidense, que compite teniendo
a su favor fuertes subsidios oficiales al maíz de donde allá se extrae el alcohol,
además de los muchos que también recibe el proceso industrial. Que no resulte
que Colombia termine por tener problemas con el alcohol carburante importado,
11
En las cuentas de Garay da que el promedio 2001-2004 de los menores aranceles por Atpdea de
los productos agropecuarios llega a 43,7 millones de dólares.
12
Lo importante es la agregación de valor, ¿Nos sirve el modelo brasileño?, Carta a Fedegan,
edición especial sobre el TLC, sin fecha.
27
posibilidad que autoriza la legislación nacional y el TLC. Sobre la exportación de
biodiesel producido a partir de aceite de palma africana hay menos certeza aún y
caben iguales o mayores dudas que sobre el alcohol, porque los subsidios para su
consumo en Colombia tendrían que ser mayores y porque ni siquiera existe en el
país una empresa que haga esa transformación a escala industrial. Incluso, ¿no
llama la atención que al momento de terminar este texto, y con la venia del
uribismo, se haya hundido en el Congreso el proyecto de ley que ordenaba
mezclarle el 5 por ciento de biodiesel al ACPM que se emplea en Colombia?
Una vez se confirmó que las pérdidas agropecuarias del TLC iban a ser inmensas,
Álvaro Uribe, con el propósito de coronar su entrega, diseñó un programa, no
encaminado a resolver los problemas que habrá de generar el Tratado, problemas
insolubles, sino a comprar el respaldo que requiere en el Congreso y entre la
dirigencia gremial del empresariado agropecuario. El plan, llamado “Agro, ingreso
seguro”, cuyo nombre doloso les desnuda el alma a sus autores, le ofrece al
sector unos recursos por completo insuficientes para impedir la crisis, pero sí
suficientes para facilitarles más instrumentos clientelistas a los parlamentarios
uribistas que deberán aprobar el Tratado. Y esos pesos también servirán, como
ya se está viendo, para dejar al descubierto el lamentable espectáculo de unos
representantes gremiales engarzados en disputárselos, a pesar de ser notorio el
objetivo del gobierno de dividirlos y comprarles su respaldo a un acuerdo que
empobrece a los productores que los contrataron para defenderlos. Otra vez la
astucia de separar la suerte de los dirigentes de la de los dirigidos y la personal
de la de la nación. Ojalá nadie informado incurra en la estupidez de decir en
público que esa suma, de 500 mil millones de pesos anuales durante unos seis
años, servirá para neutralizar los conocidos y enormes subsidios que Estados
Unidos les regala y les regalará cada año a sus productores agropecuarios. Un
papel parecido, de manipulación de incautos y creación de clientelas dentro y
fuera del Congreso, tendrá la llamada “agenda interna” que según afirman
aportará los programas y la plata para la infraestructura que hará competitiva a
Colombia frente a Estados Unidos. Porque quien lo desee puede confirmar que el
gobierno no tiene de dónde sacar nuevos e importantes recursos para ese fin, por
lo que esta tendrá la misma y escasa plata de siempre, pero estrenando nombre.
--------------
Es evidente que la estrategia agrícola que Estados Unidos pretende consolidar con
el TLC consiste en monopolizar o en controlar en grandes proporciones la
producción de la dieta básica de los colombianos (cereales, principalmente, y
cárnicos, lácteos y oleaginosas), ofreciendo a cambio la posibilidad (que no la
certeza) de exportarles a los estadounidenses más productos tropicales además
de café, banano y flores (uchuvas, pitahayas, etc.), ventas que deberán hacerse
a precios muy bajos porque habrá que derrotar en la competencia a casi todos los
demás países del continente y a muchos del mundo. La propuesta, parte de las
imposiciones del Plan Colombia ( 13 ), no puede ser más leonina. Porque con ella
Estados Unidos “renuncia” a sembrar los tropicales que el clima le impide
cosechar, mientras que Colombia sí se condena a no producir bienes que la
naturaleza le permite sembrar. Y en estos negocios los colombianos serán
perdedores de otra manera, incluso en el supuesto caso de que pudieran
aumentarse las ventas de bienes propios del trópico, pues es bien sabido que con
la parte fundamental de las ganancias se quedan las trasnacionales del comercio
internacional de alimentos y los monopolios que en las metrópolis venden al final
de la cadena, como bien lo muestra la suerte de los cafeteros, a quienes por su
grano no les llega ni el 10 por ciento del precio que paga el consumidor final.
¿Carecerá de relación el probable aumento de las exportaciones de tabaco
colombiano con las ganancias de las trasnacionales y la condición paupérrima de
los campesinos de este cultivo?
13
Sobre el agro el Plan Colombia señala: “En los últimos diez años, Colombia ha abierto su
economía, tradicionalmente cerrada (...) el sector agropecuario ha sufrido graves impactos ya que
la producción de algunos cereales tales como el trigo, el maíz, la cebada, y otros productos
básicos como soya, algodón y sorgo han resultado poco competitivos en los mercados
internacionales. Como resultado de ello – agrega – se han perdido 700 mil hectáreas de
producción agrícola frente al aumento de importaciones durante los años 90, y esto a su vez ha
sido un golpe dramático al empleo en las áreas rurales. La modernización esperada de la
agricultura en Colombia ha progresado en forma muy lenta, ya que los cultivos permanentes en
los cuales Colombia es competitiva como país tropical, requieren de inversiones y créditos
sustanciales puesto que son de rendimiento tardío”.
30
carencia sino que se deja de existir. Y la disponibilidad de que se habla en este
caso no es de la económica, la de poseer dinero con qué adquirir los alimentos,
pues estos podrían no estar disponibles aunque se dispusiera con qué comprarlos,
sino de la relación física y en todo momento, la cual puede desaparecer por
diversas circunstancias. La historia de la humanidad abunda en casos de
hambrunas que muestran bien de qué trata la seguridad alimentaria, concepto
que, como es obvio, debe definirse en relación con lo nacional y no con lo global
(como dicen los neoliberales), pues son muchas las situaciones que pueden
interrumpir los flujos del comercio internacional, como se ha visto a lo largo de la
historia.
14
Roddick, Jacqueline, El negocio de la deuda externa, El Áncora Editores, p. 80, Bogotá, 1990.
31
Ante lo retardatario de los objetivos agrarios del TLC, y ante el desespero que los
acosa, los neoliberales criollos han recurrido a dos teorías para velar el desafuero
que tienen decidido imponer: que proteger el agro nacional es defender los
intereses de unos cuantos terratenientes y que las importaciones subsidiadas
deben agradecerse porque con ellas se les ofrece comida barata los colombianos,
disparates que es natural que no convenzan pero que sí los retratan de cuerpo
entero.
Hay que tener muy poco apego a la verdad para decir que en el agro nacional
solo hay grandes hacendados y que serán estos los principales lesionados con el
TLC. Porque los propietarios rurales llegan a 3.733.513 y el 87 por ciento de los
predios ocupa entre 0 y 20 hectáreas, a la par que apenas 2.431 tienen más de
500 hectáreas. Este predominio numérico de los pequeños y medianos
propietarios es cierto hasta en la ganadería, donde están las mayores
propiedades rurales pero en la que también hay 236 mil fincas, alrededor de la
mitad del sector, que sostienen menos de 10 reses cada una, con un promedio de
5. Y es fácil entender que los que más sufrirán con el TLC serán los productores
más débiles, campesinos e indígenas, que carecen hasta de los más elementales
recursos, como bien lo expresa que más del 90 por ciento de los habitantes de las
zonas rurales se halle por debajo de la línea de pobreza, horrible realidad de la
que también son responsables tres lustros de “libre comercio”.
Además, son los asalariados que trabajan con los empresarios los que más sufren
cuando se arruinan sus patrones. Sólo alguien muy ignorante o muy cínico puede
presentarse, en el capitalismo, como amigo de los pobres levantando la tesis de
que para ellos es bueno que desaparezca el empresariado. ¿No llama la atención
que a los campeones del neoliberalismo colombiano les molesten tanto algunos
de los ricos del agro de aquí, mientras favorecen, y de qué manera, a ciertos
magnates nativos y a todos los de Estados Unidos? ¿Por qué silencian que las
supuestas exportaciones de biocombustibles, con las que generan esperanzas,
solo podrán darse, si es que ocurren, manteniéndoles grandes subsidios oficiales
a algunos colombianos que se cuentan entre los más adinerados del país?
La afirmación de que lo único que importa en relación con los pobres es que los
bienes que consuman sean baratos constituye un populismo ramplón, porque
oculta el principio elemental de la economía que explica que solo hay consumo
donde, primero, hay ingreso y que este sólo aparece cuando, antes, hay trabajo y
producción. Es obvio que los ideólogos de un mundo en el que la gente es solo
consumidora, y que de ahí deriva su único interés, pertenecen al sector cada vez
menor de personas que tienen asegurada su ocupación y su ingreso y que, por
tanto, solo se preocupan por cuánto les cuestan los bienes. Que les pregunten a
los desempleados y subempleados qué prefieren: si bienes nacionales caros y
empleo o bienes norteamericanos baratos y desempleo, sin perder de vista que
por la Colombia que hay que luchar es por una en la que el empleo, los buenos
salarios y los costos menores no sean mutuamente excluyentes.
32
Los supuestos precios menores con los que los neoliberales les endulzan el oído a
los despistados contienen otra verdad que poco mencionan: que ellos provendrían
de la eliminación de aranceles – de bienes agrarios e industriales – por 690
millones de dólares, según cuentas del estudio citado de Planeación Nacional.
Pero lo que no dicen es que esa suma, que también dejaría de ingresarle al fisco,
la tendría que recuperar el gobierno con un aumento igual de los impuestos, y
que el incremento de estos – por la concepción del “libre comercio”, que así lo
exige para supuestamente atraer inversión extranjera – castigaría al pueblo
mediante el aumento del IVA y los mayores tributos a los salarios.
Por otra parte, es evidente que son muchos los casos en los que la existencia de
un producto más barato no significa que así mismo le llegue al consumidor final,
porque puede suceder que quien lo monopoliza utilice su bajo precio para
eliminar a los productores que le compiten pero que no le trasfiera dicho precio
menor al consumidor final o que solo lo haga de manera temporal o parcial,
mientras consigue el monopolio. Que esto puede ser así lo explican los propios
estudios del Ministerio de Agricultura de Colombia que analizaron lo ocurrido con
las importaciones más baratas de la apertura, las cuales arruinaron a muchos
colombianos pero no se convirtieron en alimentos más baratos para las gentes.
En efecto, de acuerdo con lo que el mismo ministro de Agricultura, Andrés Felipe
Arias, debió reconocer ante la Comisión Quinta del Senado el 11 de octubre de
2005:
“En la mayor parte de las cadenas analizadas en dicho estudio se encontró que no
existe una relación entre los precios al productor y los precios al consumidor de
bienes similares o derivados, o no lo hay entre el costo de importación y los
precios al consumidor. Este es el caso, al menos, de las cadenas de carne de
pollo, los huevos, la carne de cerdo, la leche, el arroz blanco y el azúcar”( 15 ).
---------------
Por razones de espacio, y porque hay análisis en abundancia para demostrar las
grandes pérdidas agrarias que provocó la apertura definida en 1990, la cual
15
El estudio citado, de Luis Jorge Garay y otros, se titula La Agricultura colombiana frente al
Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, Ministerio de Agricultura, Bogotá, 2005.
33
constituyó la primera fase del “libre comercio” en Colombia, no se detallará lo
ocurrido. Pero sí debe recordarse que con ella las importaciones agrícolas se
multiplicaron por más de diez, se perdieron alrededor de un millón de hectáreas
de cultivos transitorios y el empobrecimiento rural llegó a niveles inauditos. Y es
clave saber que si las pérdidas no fueron mayores, ello obedeció a que la
desprotección no fue absoluta, gracias al Sistema Andino de Franjas de Precios
(SAFP) y a otras medidas que se implantaron y que permitieron mantener altos
niveles de protección en ciertos sectores seleccionados. Luego no hay que ser
muy perspicaz para comprender que lo que viene con la desprotección absoluta
del agro que traerá consigo el TLC es rematar a los productos agonizantes y
liquidar, golpear o reducir a poco a nuevos sectores.
Para darse una idea del calibre del riesgo al que le abre la puerta el TLC con su
decisión de poner en cero por ciento los aranceles, sirve saber que el arancel más
alto fijado por el SAFP como promedio anual entre 1994 y 2003 llegó a 75,5 por
ciento en carne de cerdo, 184,5 por ciento en trozos de pollo, 70,5 en leche
entera, 48 en trigo, 38,5 en cebada, 65,3 por ciento en maíz amarillo, 68,2 por
ciento en maíz blanco, 82,5 por ciento en arroz, 56,1 por ciento en soya, 70,3 por
ciento en sorgo, 105,1 por ciento en aceite de palma y 97 por ciento en aceite de
soya. Además, la carne de res ha tenido aranceles del orden del 80 por ciento y
han existido otros mecanismos de protección, como las licencias previas o
condicionar la importación a comprar la cosecha nacional del producto que se
desee importar.
En los análisis sobre lo que ocurrirá también debe tenerse en cuenta que los
aranceles de protección que se fijaron en el TLC, además de definirse bajos y
disminuyendo año por año hasta desaparecer, se calcularon teniendo en cuenta
34
los promedios de los precios de varios años. Pero esta operación, que puede tener
cierta validez estadística, se estrella contra la realidad de la vida. Porque para
muchos productores la quiebra puede venir si en el momento de sacar su
producción lo precios caen, así hayan sido remunerativos en otras ocasiones. Y
este riesgo es, por supuesto, mayor en productos de ciclos semestrales o en el
negocio de la carne de pollo, donde el capital se pone en riesgo cada seis meses o
cada 40 días. Es por estas realidades y por la certeza de que el desorden en el
comercio desordena la producción por lo que en los países desarrollados la norma
son las políticas públicas que les dan garantías de costos y de precios a las gentes
del agro.
El primer gran damnificado en el agro será el sector de los cereales, certeza que
suelen compartir por lo menos en privado hasta los criollos partidarios del TLC,
pues no hay ninguna posibilidad de resistirles a las productividades gringas y a
sus enormes subsidios. Y al justificar dicha pérdida suelen afirmar que el trigo y
la cebada – que quedaron en canasta A, es decir, en cero protección desde el
primer día de vigencia del Tratado – ya casi desaparecieron de la geografía
nacional, a la par que ocultan que podrían reaparecer si se quisiera y que su
agonía no es un castigo del cielo sino el efecto de las decisiones que se tomaron
desde 1990, incluidas las de la administración Uribe Vélez. Las teorías con que
arguyen que es positivo comprar en el exterior el trigo y la cebada que Colombia
podría producir con grandes beneficios para el país constituyen mediocridades. La
primera es que resulta mejor sembrar flores en la Sabana de Bogotá que trigo o
cebada, inventándose una contradicción por tierra que no existe, pues hasta un
colegial sabe que en el altiplano cundí boyacense, en Nariño y en otras zonas de
clima frío hay tierras de sobra para aumentar el área en invernaderos para flores
– si hubiera más mercado, que tampoco lo hay – y para cultivar de manera
extensa cualquier otro bien que se quiera. Y alegan también que en el trópico, por
razones del menor asoleamiento, no pueden ser productivos estos cereales,
afirmación insostenible que es el colmo que se esgrima justo cuando se está
descifrando el genoma y que silencia que el país fue autosuficiente en cebada
hasta 1990, año en el que todavía era un importante productor de trigo, a pesar
de que desde 1956 empezó la política de Estados Unidos de imponerle a Colombia
la compra de los llamados “excedentes” agrícolas. Y si el problema es lo tropical,
¿cómo explican que Washington también haya decidido usar el TLC para acabar
con el trigo en Chile, país de zona templada?
35
En el caso del maíz (amarillo y blanco), el TLC también busca hacer irreversibles
las importaciones que hoy llegan a 1.800.000 toneladas, cuando en 1990 eran de
apenas 17.000, y aumentar esas compras en por lo menos otro millón en un
plazo brevísimo, porque la cuota de libre importación acordada para el primer año
llega a 2.236.000 toneladas (con crecimiento del 5 por ciento anual) y porque los
aranceles para la parte restante empezarán en el muy bajo nivel del 20-25 por
ciento y se eliminarán en apenas 12 años, plazo que se acordó con el evidente
propósito de engañar a los colombianos. Y el sorgo desaparecerá de inmediato,
dado el tamaño del contingente de libre importación (21 mil toneladas) y lo bajo
del arancel que le fijaron a la parte restante (25 por ciento).
La papa procesada, de consumo cada vez mayor en el país por el cambio de las
costumbres, al igual que la fresca, quedó en Canasta A, de desprotección
inmediata. Y la congelada se desprotegerá del todo, desde el 15 por ciento de
arancel, en apenas 5 años. En el papel, el fríjol quedará protegido por 10 años,
pero en la realidad será sacrificado mucho antes porque la mitad del arancel con
el que empieza su desgravación, de 60 por ciento, se eliminará el primer año, con
el agravante del adelanto ya mencionado de los plazos.
Con razón, por otra parte, la Oficina de Comercio de Estados Unidos celebró como
un éxito lo acordado en frutas y hortalizas, porque las estadounidenses podrán
ingresar a Colombia sin problemas de ningún tipo y con cero arancel desde el
primer día (tienen 15 por ciento), mientras que las nuevas exportaciones
colombianas de estos sectores deberán vencer, además de los bajos precios
gringos y los de los otros países competidores, las férreas barreras sanitarias y
fitosanitarias estadounidenses. Viene al caso recordar que al inicio de las
negociaciones del TLC la secretaria del Departamento de Agricultura de Estados
Unidos expresó que esperaban aumentar las exportaciones de hortalizas, entre
otros sectores.
38
El azúcar hay que diferenciarlo porque también demuestra hasta la saciedad el
carácter descaradamente arbitrario de las imposiciones de la Casa Blanca y la
actitud sumisa del gobierno de Colombia. Como la producción azucarera de
Estados Unidos es de las más costosas del mundo, el azúcar colombiano (o el
centroamericano) tiene tantas condiciones para tomarse ese mercado que en la
“negociación” Colombia pidió una cuota de libre acceso inmediato de 500 mil
toneladas anuales, más un fuerte incremento año por año. Pero como Imperio es
Imperio y vasallo es vasallo, la Casa Blanca escogió al azúcar como el único
producto excluido del Tratado, pues solo en este caso el arancel jamás llegará a
cero por ciento. Colombia, que produce 2,7 millones de toneladas, solo consiguió
una cuota de exportación de escasas 50 mil toneladas, con un crecimiento anual
del ínfimo uno y medio por ciento. Para empeorar las cosas, el país se
desprotegerá frente a las importaciones de jarabe de maíz gringo en 9 años,
endulzante que desplazará en proporciones importantes las ventas de azúcar
nacional en el mercado interno y que terminará por golpear, de carambola, a los
paneleros. Y el uribismo, como si fuera poco, aceptó desgravar los confites y
chocolates gringos de manera inmediata, en tanto en la cuota de azúcar que
Estados Unidos otorgó se incluyen los productos con alto contenido de ese
producto (confites y chocolates), bienes que tampoco se desgravarán.
Entre los aspectos con los que hizo demagogia el gobierno durante la
“negociación” estuvo el de las “fuertes” salvaguardas con las que se dotaría
Colombia para enfrentar el esperado y rápido aumento de las importaciones
agropecuarias estadounidenses, instrumentos que dijeron reemplazarían unos
aranceles irremplazables. ¿Y qué pasó? Que las salvaguardas que ofrecieron con
una vigencia indefinida y para casi todos los productos quedaron, a la hora de la
verdad, convertidas en unos paliativos que desaparecerán una vez concluya el
período de desgravación y solo cubrirán el arroz, el fríjol y el pollo. Su diseño,
además, es de una mediocridad tal que no tiene ninguna capacidad para impedir
las pérdidas que sufrirán dichos productos.
Por otra parte, mientras que Estados Unidos y Perú establecieron en el TLC
certificaciones de origen para el pisco peruano y los whiskys Tennessee y Bourbon
estadounidenses, Colombia nada logró en este sentido para su café, más allá de
una carta rodillona del ministro Botero y de una respuesta displicente de un
funcionario gringo que en nada obliga a ese país. El Imperio, además, pudo darse
el lujo de imponerle a Colombia la libre importación al país de café colombiano y
peruano procesado en Estados Unidos, concesión tras la que inevitablemente
llegarán de contrabando cafés asiáticos y africanos. En el colmo de los colmos, el
uribismo también aceptó un contingente de importación de cafés de África y Asia
transformados en Estados Unidos, cupo que no por pequeño carece de significado
porque tiene la gravedad de haber abierto una puerta que nunca debió abrirse. Y
la Casa Blanca también le impuso a Colombia “trabajar juntas hacia un acuerdo
en la OMC” sobre empresas comerciales del Estado, acuerdo que podría
arrebatarle al Fondo Nacional de Café su capacidad para intervenir en las
exportaciones y en las compras internas, un viejo sueño de los intermediarios
39
estadounidenses.
Y para hacerles más difícil a los productores agropecuarios competir con las
importaciones más baratas que llegarán de Estados Unidos, el texto del TLC y la
propia lógica del “libre comercio” los golpearán de otras maneras. En el artículo
16.9 del Tratado se dice que si un país signatario no permite patentar plantas “a
la fecha de entrada en vigor de este acuerdo (el caso de los andinos, porque sus
normas lo prohíben), realizará todos los esfuerzos razonables para permitir dicha
protección mediante patentes”, norma que golpeará a los fitomejoradores y a los
agricultores colombianos, pues fortalecerá el monopolio de semillas de las
trasnacionales, que incluso podrán perseguir legalmente a quienes las resiembren
sin pagar los derechos que se definan ( 16 ). El TLC encarecerá los agroquímicos y
la droga veterinaria, porque con el capítulo de propiedad intelectual se prolongará
de veinte a treinta años el monopolio de las trasnacionales estadounidenses sobre
muchos de estos. Es conocida también la política que busca cobrar, y cada vez
más cara, el agua que se utiliza en el agro, paso previo a la privatización de los
distritos de riego y del propio líquido, aberración esta última que permite el
Tratado. El sistemático incremento de los precios de los combustibles, y de los
agroquímicos que los utilizan, no tiene como única explicación el aumento de la
cotización del petróleo, porque también cuentan los altos impuestos que los
gravan (38 por ciento en la gasolina) y que contrastan con los menores que se
cobran a las trasnacionales para atraerlas al país, así como con las modificaciones
legales para que al sector de hidrocarburos se lo tomen las trasnacionales,
asuntos todos relacionados con las adecuaciones al “libre comercio”.
Por efecto del TLCAN, el agricultor canadiense Percy Schmeiser fue condenado a cárcel luego de
16
6. DESASTRE INDUSTRIAL
Como en el caso del agro, el análisis de lo que le ocurrirá a la industria con el TLC
exige tener en cuenta lo que le sucedió con la apertura, cuando la producción
fabril sufrió más que la agropecuaria, verdad poco conocida porque la han
ocultado los dirigentes gremiales del sector. En efecto, entre 1991 y 2005 la
participación del agro en la economía nacional cayó 2,9 por ciento (de 16,3 a 13,4
por ciento) y la de la industria se redujo 3,6 por ciento (del 17,7 al 14,1 por
ciento), cifras que se refuerzan con otras: el crecimiento promedio del sector
agropecuario colombiano entre 1993 y 1999 fue muy bajo, de 7,35 por ciento,
pero el de la industria fue negativo en 5,9 por ciento, en buena medida porque en
1999 cayó en el enorme porcentaje de 14 por ciento. Y si la crisis industrial no
llegó a más se debió a que las trasnacionales instaladas en Colombia, como era
de esperarse, resistieron mejor a las mayores importaciones y a que – con todo
cálculo, como también ocurrió con ciertos productos del agro – la merma de los
aranceles se hizo de forma tal que algunos sectores padecieran menos. Para
poner un solo ejemplo, los menores aranceles a las importaciones de automóviles
se calcularon de manera que las ensambladoras extranjeras que operan en el país
soportaran las pérdidas.
Que las pérdidas en las exportaciones colombianas a los países de la CAN – y las
venezolanas, ecuatorianas, peruanas y bolivianas – serán importantes lo explicó
oportunamente la propia Organización, de acuerdo con un estudio realizado en
2004 por el Banco Interamericano de Desarrollo, BID (SG/dt 276, nomenclatura
CAN), en el que se explica que inevitablemente el TLC generará lo que los
técnicos llaman una “desviación del comercio”, concepto que en este caso
significa el aumento de las exportaciones estadounidenses a los países andinos,
en detrimento de las ventas que hoy se hacen entre ellos. El BID detalló que el
TLC pone en riesgo alto el 40,8 por ciento de los negocios intraCAN, en riesgo
mediano el 23,2 por ciento y en riesgo bajo el 19,9 por ciento, para un total
amenazado del 84 por ciento, situación en la que el que más perderá será
Colombia, porque de los nueve mil millones de dólares que cuestan las
exportaciones dentro de la subregión el país aporta casi la mitad, 4.200 millones.
De acuerdo con el análisis del BID, el TLC amenaza las siguientes exportaciones
colombianas en la zona andina: a Ecuador, papeles y cartones, pañales y toallas
higiénicas, preparaciones tensoactivas, malta, confites, azúcar, productos
laminados, botellas, dénim, textiles y confecciones, medicamentos, policloruro de
vinilo y vehículos; a Perú, azúcar, policloruro de vinilo, herbicidas y fungicidas,
papel y cartón, cemento y confites; a Venezuela, azúcar, papeles y cartones,
productos de limpieza, confecciones, preparaciones para bebidas, vehículos y sus
partes, fungicidas y herbicidas, refrigeradores, medicamentos, confites, extractos
de café, leche, galletas, cosméticos, champúes, dentífricos. Y existe también el
listado de los renglones que quedarán amenazados en el caso de las ventas de los
demás países de la región.
Entonces, el TLC con Estados Unidos no es de desear por otras razones, incluso
dentro del debate de cómo debe ser la integración económica que le conviene a
Colombia. ¿Cómo puede ser bueno para los colombianos tener más negocios con
los estadounidenses, pero al precio de reducir los intercambios con los inmediatos
vecinos, cuando lo obvio es que es con estos con quienes deben ser más
vigorosas las relaciones? ¿Y no es una de las facetas más importantes de las
relaciones con los países andinos el que en ellas se den con mayor facilidad que
con Estados Unidos los intercambios industriales? ¿En qué queda la supuesta
“complementariedad” de la economía gringa y la de Colombia de la que hablan
tanto los neoliberales, sino en que los gringos producen bienes complejos y los
colombianos materias primas?
Además, el pésimo manejo que el gobierno de Álvaro Uribe les dio a las
relaciones con Venezuela – donde Colombia vende la mitad de lo que exporta en
la zona andina –, país al que intentó someter dentro de la CAN a una mayoría
automática con Perú y Ecuador para derogar las normas que molestaran al
Imperio, facilitó otro cambio en las relaciones económicas regionales que también
debe costarles sufrimientos a los colombianos ( 17 ). Se trata de la decisión del
gobierno venezolano de integrarse definitivamente con Mercosur – cosa que
sucedió luego de que Colombia y Perú cerraran la negociación del TLC, que
destruía en la práctica la CAN –, porque por este lado también debe darse un
fuerte aumento de importaciones, a través de Venezuela, de bienes argentinos y
brasileños, salvo que Colombia estuviera dispuesta a pagar el precio de cerrar la
frontera venezolana. En el clásico sándwich entre Estados Unidos y Mercosur
tiende a quedar el país, con las pérdidas que eso podrá infligirle tanto en sus
ventas a sus vecinos como en el mercado interno. E ilustra lo que está en juego
en Venezuela en relación con la amenaza de Mercosur que hacia allá van el 80
por ciento de las exportaciones de carnes y el 91 por ciento de las de lácteos
colombianas, además de la ya mencionada importancia de las ventas de
productos industriales.
Es obvio que las industrias colombianas que habrán de resultar más perjudicadas
con el TLC serán las llamadas pymes (pequeñas y medianas empresas), así como
17
Como se verá adelante, el TLC también viola las normas andinas que no autorizan la
expropiación indirecta, que permiten controlar los flujos de capitales por más de un año, que
autorizan ponerles requisitos de desempeño a los inversionistas extranjeros y que defienden la
biodiversidad de cada país andino.
43
las todavía más débiles que califican como minis y micros, en razón de su propia
debilidad estructural. Pero, además, por otra causa que también han callado los
que debieran ser los primeros en pregonarla: globalizar significa crear un
mercado de envergadura global para que actúen mejor que nadie los capitales de
iguales proporciones, que van a vender incluso en nichos donde antes no podían,
porque precisamente por su tamaño no les convenía cubrir mercados
relativamente menores, que eran los tradicionalmente atendidos por los pequeños
y medianos empresarios de todos los países. Incluso las industrias maquiladoras,
que les elaboran parte de los procesos a las trasnacionales en unas condiciones
de expoliación que escandalizarían a los colombianos si las conocieran, exigirán
cada vez inversiones mayores.
Una de las dificultades con las que se tropieza para conocer mejor el impacto del
TLC sobre la industria nacional es la posibilidad, ya utilizada en la apertura, que
tienen algunos empresarios – calificados de “hermafroditas” por un ex ministro de
Hacienda – de pasar de productores a intermediarios, convirtiéndose en
importadores de los mismos bienes que quiebran sus fábricas, luego de decidirse
a separar su suerte personal de la de la nación. Recuérdese que una vez quedó
en firme la certeza de que los productores de pollo perderían en grande con el
TLC, desde el propio Palacio de Nariño se hizo el llamado a que fueran ellos los
que importaran los cuartos traseros gringos. Además de este cambio de
naturaleza, el silencio de los voceros de la Andi y de la Acopi sobre las severas
pérdidas industriales que sufrirá Colombia encierra otras dos explicaciones: el
viejo poder del capital extranjero en la Asociación Nacional de Industriales (Andi)
se acrecentó con las mayores pérdidas que les causó la apertura a las factorías
del capitalismo nacional, hasta el punto de ser los intereses del capital extranjero
los que hoy definen el rumbo de la organización, como bien lo prueba su actitud
de ponerse al lado de Afidro y en contra de Asinfar en el conflicto entre las
agremiaciones del capitalismo extranjero y las del nacional en torno a la
producción de medicamentos genéricos. No es casual tampoco que la Andi haya
decidido mantener su sigla pero cambiándole el tradicional significado por el de
Asociación Nacional de Empresarios, pues así refleja mejor, como también lo
muestra el caso de Afidro, el aumento del peso en la organización de quienes
producen poco o nada en Colombia pero sí son fuertes importadoras de artículos
44
de sus casas matrices. Y el caso de la Acopi, cuyo presidente fue capaz de caer en
el ridículo de afirmar que las enclenques pymes colombianas serán “ganadoras
netas” en el TLC, se explica porque, como no es lo mismo vivir de la industria que
de los industriales, prefirió atar sus intereses a los del poder oficial, seguramente
más decisivo a la hora de continuar cómodamente sentado en su sillón. Dos casos
más en los que quienes deciden separaron su suerte personal de la de la casi
totalidad de los colombianos.
Para completar el cuadro del futuro de Colombia en el TLC debe decirse que la
experiencia de los países que han tenido éxito en la construcción del capitalismo
demuestra que sin un vigoroso respaldo estatal, que tiene que incluir una
adecuada protección por aranceles y otros mecanismos frente a las asechanzas
foráneas, no es posible construir un sector industrial digno de tal nombre. Que lo
anterior es cierto lo demuestra la experiencia de Estados Unidos y los restantes
países desarrollados, e incluso de China, India y Corea del Sur, así los
neoliberales criollos recurran a la falacia de afirmar que es el “libre comercio”,
como lo definen en Washington, el que explica sus desarrollos fabriles.
---------------
Si hubiera que escoger un solo aspecto para demostrar con facilidad lo indeseable
del TLC serviría el capítulo de propiedad intelectual referido a medicamentos,
porque, al elevar los precios, incrementa la enfermedad y la muerte en Colombia,
en un país en el que el sistema de salud no suministra el 40 por ciento de las
46
prescripciones que requiere la atención de sus afiliados, para no mencionar la
situación de los millones que carecen de cualquier protección en salud. Y el
aumento de los precios puede llegar a tanto, ¡a 940 millones de dólares anuales!,
según la OMS-OPS (Organización Mundial de la Salud-Organización Panamericana
de la Salud), que no solo sufrirán las personas sino que les creará graves
problemas a las finanzas del sistema general de salud. Esto, porque aunque el
gobierno lo niegue, el Tratado aumenta el monopolio derivado de las patentes y
de otras prácticas vinculadas con estas, haciendo más difícil la producción de
medicamentos genéricos.
Los estudios que comparan los precios indican que cuando un producto se queda
sin patente, sus precios se reducen entre el 22 y el 80 por ciento, dependiendo
del número de medicamentos genéricos que entren al mercado. Con relación a las
medicinas “de marca”, los genéricos cuestan solo una cuarta parte, en promedio,
y hay casos en que valen 35 veces menos. Su importancia en Colombia se explica
porque, como ya se dijo, gracias a su calidad y menores precios, responden, en
volumen, por el 67 por ciento del mercado nacional de medicamentos.
18
Un medicamento genérico que no asegure la bioequivalencia y la biodisponibilidad, es decir, que
no cumpla con los mismos fines que uno “de marca” no es un genérico sino una falsificación, un
fraude. Y como las falsificaciones también ocurren con los productos “de marca”, al respecto no
valen las afirmaciones tendenciosas de las trasnacionales. La defensa de los genéricos, por tanto,
debe incluir la exigencia al Estado para que impida toda falsificación de medicamentos.
47
Germán Holguín Zamorano, Director de Misión Salud ( 19 ). El poder patentar
nuevos usos diferentes a los concebidos originalmente les abre a las
trasnacionales la posibilidad de cubrir con monopolios productos que nunca
tuvieron patente o que la perdieron, lo que conduciría a la posibilidad de un
patentamiento vitalicio, porque cada patente confiere derechos de monopolio por
veinte años.
El TLC revive el contenido del Decreto 2085 de 2002, engendro que Álvaro Uribe
expidió por exigencia de Estados Unidos a cambio del Atpdea y que el Tribunal
Andino de Justicia declaró “inaplicable” por ser contrario a las normas de la CAN,
normas que el gobierno colombiano terminó por hacer modificar, empujando el
retiro de Venezuela de la comunidad regional. En este aspecto, cero y van dos
arrodilladas sucesivas por imponer una norma diseñada para alargar el monopolio
de los medicamentos en cinco años y en agroquímicos en diez, con el agravante
de que el Tratado la empeora. Y hace peores las cosas porque el artículo
16.10.1.a protege también “productos similares”, lo que, según el Ministerio de la
Protección Social, “puede extender la protección a medicamentos con cambios
pequeños”, con el consabido alargamiento en el tiempo de los monopolios.
Además, establece una protección por “al menos cinco años” (artículo 16.10.1),
nuevo acto de sumisión que según el mismo Ministerio “convierte el plazo de
protección de cinco años en un piso que puede ser superado por presiones
internacionales”. ¡Y con la conocida sumisión de los gobiernos colombianos a los
extranjeros! Lo acordado también es peor que el 2085, porque omite la excepción
de falta de comercialización del producto protegido, que sí consagraba aquel si se
desabastecía el mercado, puntualiza también Germán Holguín. Pero en especial lo
acordado es bastante más grave porque el 2085 podía ser derogado o modificado
por decisión unilateral del gobierno de Colombia, en tanto que modificar el TLC
exige pedirle permiso a Estados Unidos.
Ante hechos tan protuberantes, ¿cómo se explica que el gobierno diga que el
capítulo de propiedad intelectual no les amplió los derechos de monopolio a las
trasnacionales gringas? ¿Cómo se puede decir a la opinión pública, como lo hizo
Álvaro Uribe por escrito, que “salvamos los genéricos y la salud pública”? En parte
porque dicen mentiras y en parte porque manipulan dos hechos. En el caso de los
linkage, la cúpula uribista afirma que su efecto negativo quedó disminuido en una
carta adjunta al TLC que estipula la llamada Excepción Bolar, la cual hace más
rápido el ingreso de un competidor al mercado cuando expira la patente. Pero lo
que no dice es que, según los especialistas, dicha carta quedó con una redacción
confusa que no garantiza la mencionada excepción.
¿No constituye deslealtad con la nación que se juró defender el que Álvaro Uribe
Vélez haya empeorado las normas de propiedad intelectual con las que el
imperialismo estadounidense somete a Colombia a la barbarie científica y
tecnológica, lesionándole su soberanía? ¿Y qué decir de que, con su conducta,
ratificara la idea cada vez más repudiada en el mundo de imponerles a los
medicamentos, que tratan con el derecho constitucional a la salud y la vida, los
mismos criterios de propiedad intelectual que el “libre comercio” les impone a las
demás mercancías, empeorando, como si fuera poco, las normas de la OMC?
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En el texto del TLC no se dice nada sobre educación, salvo en una medida
disconforme que le permite a Colombia imponer condiciones al comercio
transfronterizo de servicios con Estados Unidos de enseñanza primaria y
secundaria y al “requisito de una forma de tipo específico de entidad jurídica para
los servicios de enseñanza superior” (¡qué tal la redacción!), que al parecer hace
referencia a que las universidades privadas deben constituirse como sin ánimo de
lucro, condición que no es gran cosa porque, según explicó Carlos Angulo, rector
de la Universidad de los Andes, “no ha sido obstáculo para que muchas de ellas
encuentren la fórmula para repartir utilidades” (Dinero, 12 de noviembre de
2004). Y en el Tratado se establece, en el artículo 11.14, sobre definiciones, que
las inversiones y el comercio transfronterizo son cosas diferentes, pues por este
se entiende un servicio que se produce en un país para consumir en el otro – una
llamada telefónica o educación a través de internet, por ejemplo –,
diferenciándolo de lo que ocurre con una inversión de un ciudadano de un país en
el territorio del otro.
Entonces, con el TLC puede haber educación pública en Colombia, pero podría no
haberla, pues nada en él la determina y ni siquiera la señala como deseable,
cuando es sabido que su privatización es pieza cardinal de las concepciones
neoliberales. Incluso, podría ocurrir que la aplicación de lo acordado la amenace
tanto, hasta el punto de reducirla a poco o desnaturalizarla por completo. Este
podría ser el caso: en el capítulo diez se establece que los estadounidenses
podrán invertir en Colombia en casi todos los sectores, entre los que está la
50
educación, que son idénticos sus derechos como inversionistas a los del Estado
colombiano (que para el efecto es un inversionista más) y que los gringos no
podrán recibir un trato inferior al de los colombianos. Entonces, el Estado de
Colombia podría ser demandado por un norteamericano que invierta en una
universidad privada en el país y que alegue que ella no está recibiendo el mismo
trato de las instituciones públicas financiadas con los recursos oficiales. Del pleito
podría salir que los dineros oficiales para la educación superior cuestionados
tendrían que acabarse o repartirse, con los mismos derechos, entre las
universidades públicas y las privadas de propiedad de estadounidenses. Y es
evidente que la política de créditos educativos que aplica el Icetex, fortalecida por
el gobierno de Álvaro Uribe con un crédito del Banco Mundial y que trata por igual
a las universidades privadas y a las públicas, podría entenderse como un anticipo
de la interpretación de “libre comercio” que se plantea en este párrafo.
---------------
El capítulo establece, mediante el llamado trato nacional (Artículo 10.3), que los
inversionistas y las inversiones estadounidenses no podrán recibir del Estado
colombiano un trato inferior al de los colombianos y sus inversiones en Colombia,
cláusula que significa que el país no podrá utilizar su poder para estimular la
economía nacional, otorgándoles un respaldo exclusivo a sus ciudadanos o a su
Estado.
En el TLC aparece, además, una figura que ha generado escándalo entre los
demócratas del mundo, pues ella les concede gabelas monstruosas a los
inversionistas gringos: la llamada “expropiación indirecta”, la cual puede ocurrir
cuando las decisiones oficiales afectan negativamente, no la propiedad de las
empresas sino sus ganancias, sus posibles utilidades y hasta su
preestablecimiento, de manera que el Estado puede ser obligado a pagar
indemnizaciones por ello. Es tan leonina la norma que aunque en el texto se
intente transmitir la idea contraria, lo cierto es que, en “circunstancias
excepcionales”, podrá aplicarse hasta a los actos del Estado “diseñados y
aplicados para proteger intereses legítimos de bienestar público, tales como la
salud pública, la seguridad y el medio ambiente”, lista a la que, como si fuera
poco, se le precisa que “no es exhaustiva”, lo que significa que la “expropiación
indirecta” puede caberles a las decisiones oficiales en cualquier sector. Para
ilustrar el abuso, sirve un ejemplo: si ciertos cambios en la Ley 100 de salud o en
la 142 de servicios públicos le disminuyeran las ganancias a un inversionista de
Estados Unidos, este podría demandar a la Nación por “expropiación indirecta”,
indemnización que en este caso alcanzaría niveles astronómicos, lo que podría
inducir al gobierno a no correr con el riego de tomar la medida.
Y que esta figura repudiada por los demócratas del mundo se va a usar en
Colombia si el TLC entra en vigencia ya lo anunció nada menos que Afidro, la
agremiación afiliada a la Andi que representa a las insaciables trasnacionales de
los medicamentos. En carta al ministro de Comercio, Jorge Humberto Botero (28
de julio de 2006), con el tonito soberbio con el que suelen expresarse quienes se
sienten empuñando las riendas, le dicen que no apruebe el texto de la “Circular
número 03 de 2006”, que contiene un “borrador de discusión” sobre controles a
los precios de las medicinas en Colombia. Que no lo haga porque “esto atenta de
manera directa contra las moléculas que gocen (sic) de derechos de propiedad
Intelectual, como los plasmados en los textos del Tratado de Libre Comercio con
los Estados Unidos”, en razón de que dichas determinaciones podrían constituirse
en “Violación al principio de inversión frente a Tratados Internacionales: Frente a
tratados internacionales, vale la pena señalar que este borrador de circular podría
verse incurso dentro de la tipificación de la expropiación indirecta, debido a que
su expedición implicaría una modificación injustificada de las condiciones bajo las
cuales la empresas asociadas en Afidro desarrollan el curso ordinario de sus
negocios y su viabilidad económica”.
¡Controlar los precios que fijan unos monopolistas voraces sobre productos que
definen la enfermedad, el dolor y la muerte de los colombianos podría ser
“expropiación indirecta”, la cual se pagaría con enormes indemnizaciones del
Estado colombiano, que podría ser condenado en tribunales internacionales de
arbitraje diseñados por las mismas trasnacionales gringas que interpondrán las
demandas! ¡Y es bien probable que a la hora de los alegatos los reclamantes
exijan tener en cuenta “los principios del derecho internacional consuetudinario
que protegen los derechos económicos e intereses de los extranjeros”! ¡Y eso que
el Tratado, yéndoles bien a los uribistas, no entrará en vigencia antes de un año y
medio después de esta presión que ofende el interés y la dignidad nacional!
Como era de esperarse en un TLC con Estados Unidos, hay una extensa sección
en el texto que les concede a sus trasnacionales el poder de “someter a arbitraje
una reclamación” contra el Estado colombiano, arbitraje que se regirá por un
conjunto de normas diferentes a las de la justicia nacional y un tribunal privado
para que falle, de manera que el Tratado le crea una justicia especial al capital
estadounidense que se vincule a Colombia.
57
Este horror en contra de la soberanía de Colombia, porque la justicia es uno de
sus pilares, además de unas normas diseñadas por las trasnacionales y en su
beneficio, pretende meter de contrabando una falsa igualdad que no puede existir
entre los derechos de los individuos y los del Estado y, mucho menos, con los de
los extranjeros. Y quiere igualar también a los jueces de la República, cuya
naturaleza de servidores públicos no puede desconocerse, con los abogados
negociantes, que en estos tribunales de arbitraje tienen otras de sus fuentes de
enriquecimiento, realidad que los empuja a ser muy cuidadosos con los intereses
de las trasnacionales que pleitean, porque de sus actuaciones dependerán los
nuevos contratos.
De acuerdo con la Anif y Fedesarrollo, a las que podrá acusarse de otras cosas
menos de desafectas al “libre comercio”, “la integración de los mercados de
capitales con países desarrollados conlleva riesgos para los países en desarrollo.
La literatura ha identificado posibles costos para este tipo de países, que surgen
principalmente de cuatro aspectos: I) aumento de la volatilidad de los mercados
de capitales: mayor susceptibilidad a los shocks externos; exceso de volatilidad
en el precio de los activos a través de comportamientos en manada de
inversionistas extranjeros o de efectos contagio; II) aumento de la vulnerabilidad
a las crisis financieras: el comportamiento en manada puede aumentar la
probabilidad o la magnitud de las “burbujas” del mercado, incrementando los
precios de los valores por encima de los subyacentes, seguido por una inevitable
crisis del mercado); III) preocupación por el aumento de la propiedad extranjera
de las firmas domésticas: los intereses de los accionistas extranjeros (hacer
ganancias de capital de corto plazo) pueden ir en contravía de los intereses de
crecimiento de las firmas en el largo plazo y del desarrollo del país; y IV)
limitaciones en la capacidad de monitoreo y supervisión: la globalización puede
20
Sobre estos asuntos pueden leerse distintos análisis de Helena Villamizar y en especial su texto
TLC: expropiación de la política económica, próximo a aparecer en libro de editado por Recalca.
58
reducir la efectividad del monitoreo y supervisión de los intermediarios financieros
y que puede inducir riesgos sistémicos”( 21 ).
Además, el gobierno de Colombia acordó que, a más tardar en cuatro años luego
de entrar en vigor el TLC, modificará sus normas sobre administración de cartera,
establecimiento de sucursales bancarias y de aseguradoras y consumo
transfronterizo de servicios de seguros y relacionados con estos. Y en ese mismo
plazo deberá conceder otras prerrogativas sobre los fondos de pensiones y
cesantías, cambios que conducirán, sumados a los derechos como inversionista, a
mejorarle las condiciones al capital financiero estadounidense para la toma del
sector.
Con estos cambios, desde Colombia se podrán comprar en Estados Unidos todos
los ramos de seguros, exceptuando los que sean obligatorios, los del tipo prepago
en salud y los que tengan como beneficiario al Estado.
21
Anif y Fedesarrollo, “Preparación para las Negociaciones Comerciales en el Área de Servicios
Financieros”, Abril de 2004.
59
conocido lince internacional de las finanzas, “Permitir que los bancos extranjeros
entren en los mercados nacionales es un asunto totalmente distinto. Es probable
que se lleven la mejor parte de todo el mercado donde disfrutan de ventajas
competitivas y que dejen a los negocios minoristas menos rentables sin
existencias”.
Es notorio, entonces, que la libertad que se les confiere con el TLC a los
especuladores financieros estadounidenses, y a través de estos a los de todo el
mundo, de hacer ganancias sin importar el daño que le causen a Colombia, le
impone, además, elevados costos a la capacidad del gobierno para intervenir
adecuadamente en la fijación de dos precios que afectan de manera decisiva a
toda la economía: la tasa de interés y el costo de las divisas, cuyos movimientos
al alza o a la baja determinan en la suerte de los negocios agropecuarios e
industriales más que muchas de las decisiones que toman los mismos
productores. De ahí que ya bastante literatura económica, incluida la de
partidarios del “libre comercio”, señale los perjuicios que les provoca a los países
igualar las inversiones foráneas en bienes y servicios con las de portafolio.
Así, el artículo 10.9 incluye entre las inversiones cubiertas por el TLC los “bonos,
obligaciones, otros instrumentos de deuda y préstamos” y entre las transferencias
60
de recursos al exterior que se garantizan se cuentan casi todas sus formas,
incluidos “intereses” y pagos por “un convenio de préstamo”, transferencias que
podrán hacerse incluso en las peores circunstancias de crisis y, como es obvio, a
grandes costos para la nación, cuando es evidente la desproporción implícita en
medidas que imponen tratar casi de la misma manera los períodos normales que
los anormales. Y el TLC no solo contempla la protección de la deuda privada sino
de toda la pública, porque el único endeudamiento externo que no quedó
protegido fue el bilateral entre los gobiernos de Estados Unidos y Colombia.
Lo que establece el TLC es que Colombia renunció a tener una precisa cláusula de
balanza de pagos, norma que aparece en los artículos XII y XVIII de la OMC, en
el XII del G-3 (acuerdo con México y Venezuela) y en la Decisión 439 (artículo 20,
capítulo VII) de la Comunidad Andina. Es tal la agresión que se pretende cometer
contra el interés nacional, que hasta en el Convenio Constitutivo del FMI aparecen
configuradas esas garantías.
Como los neoliberales criollos arguyen que varias de las medidas que se critican
están siendo aplicadas en Colombia, hay que decirles entonces que eso ocurre
porque se está en el peor de los gobiernos, pero que lo nuevo con el TLC reside
en que ellas se hacen irreversibles o que su modificación queda sujeta al permiso
de Washington. Y es obvio que no es igual la amenaza de una medida que puede
revertirse a voluntad a una que no, al igual que también es patente que lo que se
impone con el Tratado es abdicar de la soberanía nacional en asuntos que para la
nación son intangibles, por lo que es de principios su plena salvaguarda. Todos
los días, pero en especial en las crisis que, como se ha dicho, son periódicas en el
capitalismo, Colombia pagará con pérdidas y sufrimientos, si el TLC entra en
vigencia, la decisión de Álvaro Uribe Vélez de aumentar la coyunda que somete el
país al dominio extranjero y le reduce su naturaleza de Estado soberano.
Para dejar más claro en beneficio de quién se establece el TLC, de estas normas
se exceptúa la telefonía móvil, como se sabe bajo el control de las trasnacionales,
y se señala que en este caso no se aplicará el capítulo de solución de
controversias al artículo 13.2, opuesto a las prácticas monopolísticas. ¿Alguien
puede dudar de cuál será la tendencia en las tarifas una vez “el libre comercio”
haya concluido su labor de convertir en monopolio privado lo que ha sido
monopolio público?
De poco le servirá a Álvaro Uribe que la mayoría que conforman sus partidarios
en la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes, la instancia
competente para juzgarlo, termine por hacer caso omiso de las fehacientes
pruebas en su contra y opte por absolverlo, pues si así ocurre, otra cosa dirá
63
tarde que temprano la opinión pública informada y, con ella, de manera inevitable
y severa, la historia.
Como gran gracia, los partidarios del TLC – y entre ellos el director de la Acopi,
uno que no debiera serlo si pensara en los intereses de sus afiliados – han
celebrado que el capítulo no se aplica a las compras públicas iguales o inferiores a
125 mil dólares (312 millones de pesos), porque por debajo de esa cifra se
pueden reservar las compras para empresas nacionales. Pero dicha cifra, por
pequeña, antes que demostrar lo positivo del texto confirma lo negativo, al dejar
en evidencia lo que deberán perder las empresas colombianas frente a las
trasnacionales estadounidenses que las reemplazarán en sus ventas al Estado en
casi todo tipo de bienes y servicios ( 22 ). Que Estados Unidos haya reservado para
sus nacionales las compras públicas hasta 100 mil dólares confirma el carácter
arrodillado del gobierno de Colombia, porque a quién se le puede ocurrir que
tienen carácter igualitario la reserva de hasta 125 mil dólares de compras del
Estado colombiano frente a los 100 mil del estadounidense, habida cuenta de
todas las desigualdades que hay de por medio.
Este capítulo es otra prueba más, y bien fácil de comprender, de cómo el TLC le
arrebata a la nación otro de esos instrumentos clásicos de la construcción
económica de los países capitalistas exitosos y de que Álvaro Uribe Vélez, en
lugar de fomentar los intereses nacionales en su condición de representante legal
de ellos, resolvió facilitar que Estados Unidos los vulnerara.
El primer punto del balance ambiental de un país debe ser el del nivel de vida de
las gentes, que a su vez depende del empleo, el ingreso, la salud, la educación, la
recreación, la vivienda y los servicios públicos domiciliarios, entre otros,
condiciones relacionadas con la cantidad de riqueza que genere la sociedad y con
la manera como esta se distribuya. Y el análisis muestra que el TLC reducirá la
capacidad productiva de Colombia y que generará desempleo y pobreza,
concentrando aún más la riqueza, como ha sucedido desde que empezaron las
políticas del “libre comercio”.
Además, la pobreza es uno de los principales factores del deterioro del medio
ambiente natural, en razón de que cuidarlo es para el pobre un lujo insostenible.
Y también lo deteriora convertir la codicia en el principal valor para movilizar a los
individuos, porque en la práctica tras la ganancia “todo vale”, concepción que
22
En el caso de las obras públicas (construcción, operación, concesión y transferencia) lo
reservado para los nacionales será de ocho millones de dólares en los tres primeros años y de 7,4
millones después.
65
arremete contra la sociedad y el medio ambiente y que, eufemismos aparte, es la
raíz ideológica de la globalización neoliberal. Y convertir a Colombia cada vez más
en una colonia de Estados Unidos amenaza de manera especial el cuidado del
medio ambiente, pues si algo caracteriza a los imperios, y a las trasnacionales a
las que les sirven, es que en el extranjero son capaces de imponer medidas y
conductas tan reaccionarias que ni siquiera se atreven a ponerlas en práctica en
su propio país (recuérdense los presos de Estados Unidos en Guantánamo). En
este caso ni siquiera cabría la posibilidad de sindicarlos de estúpidos por usar sus
capitales para dañar la propia casa, pues el agredido será un territorio diferente
al que habitan, lo cual les facilita presionar medidas dañinas para los
colombianos, bien sea porque protejan poco el medio ambiente o porque lo hagan
en exceso, dependiendo de si a los inversionistas les conviene una u otra cosa,
según tengan como negocio, por ejemplo, la minería o la biodiversidad.
Aunque no lo dice por cuanto, como se dijo, el TLC utiliza un sistema de aspectos
cubiertos en el que lo único que no se incluye es lo que expresamente se
exceptúa, sus normas cubren el agua, los bosques, los páramos, los alimentos y
los mares, así como toda la vida animal y vegetal, los cuales serán tratados como
otros bienes o servicios. Así, por ejemplo, el agua resulta ser igual al petróleo, los
alimentos al carbón, la vida vegetal a los zapatos y las medicinas a las sillas:
negocios, solo y vulgares negocios en los que el interés de los colombianos tendrá
que supeditarse a la insondable codicia de los propietarios de las trasnacionales,
incluido, como se sabe, el derecho de privatizarlo todo mediante venta,
arrendamiento o concesión.
En contraste, la idea inicial que surge de la primera lectura del capítulo sobre
medio ambiente del TLC es que expresa una debida preocupación porque se
respete y se cuide. Pero con el análisis de lo que dice y lo que calla, se concluye
que no es más que un estilo calculado para inducir al error al lector.
En el artículo 18.10 del TLC, sobre biodiversidad, también aparece ese lenguaje
melifluo que se propone engañar al lector, en este caso trasmitiendo la idea de
que se va a proteger el interés de Colombia, cuando lo que el texto hace es
dejarle las puertas abiertas a la biopiratería, consistente en que las trasnacionales
se apoderan del material genético nacional y a partir de este producen y patentan
bienes por los que no le pagan ningún derecho al país saqueado. Y también
constituye palabrería lo que dice el texto con respecto a los derechos de los
pueblos indígenas sobre sus conocimientos tradicionales, pues estos no quedan
salvaguardados de ninguna manera. Incluso, la carta adjunta que al respecto
publica el Ministerio de Comercio, con todo y que es demagógica porque no le
otorga ningún poder real a nadie para defender a los aborígenes ni garantizar el
control sobre la biodiversidad, no aparece firmada por ningún representante de
Estados Unidos. ¿Será confirmada o desechada por el Congreso de Estados
Unidos, donde suelen modificarles a los TLC tramitados lo que se les antoja?
Pero vale repetir que el TLC le ordena a Colombia ratificar o adherir a diez
acuerdos internacionales, entre los que están los siguientes relativos a derechos
de propiedad intelectual relacionados con plantas y animales: Tratado de
Budapest sobre el Reconocimiento Internacional del Depósito de Microorganismos
para los fines del Procedimiento en Materias de Patentes, Tratado de Cooperación
en Materia de Patentes. Convenio Internacional para la protección de las
Obtenciones Vegetales (Convenio UPOV) y Tratado sobre el Derecho de Patentes.
Y recordar que el artículo 16.9.4 ordena que “una Parte que no otorgue
protección mediante patentes a plantas a la fecha de entrada en vigor de este
acuerdo, realizará todos los esfuerzos razonables para permitir dicha protección
mediante patentes”.
Para coronar ese estilo demagógico que además oculta verdades hay un último
artículo, el 18.12, que relaciona el TLC con los acuerdos internacionales sobre
medio ambiente. El artículo, como si ello fuera útil, “reconoce la importancia” de
los tratados, pero si ”todos son parte”, es decir, Colombia y Estados Unidos,
fórmula sibilina como la que más porque no compromete a nada y sí esconde que
Estados Unidos es uno de los países que menos acuerdos sobre medio ambiente
ha suscrito en el mundo, como ocurre con el Convenio de Basilea sobre el Control
de los Movimientos Trasfronterizos de Desechos Peligrosos, negocio que consiste
en que los imperios convierten en basureros de venenos a los países satélites. Y
el Artículo 2.8, en combinación con el anexo 2.2, compromete a Colombia a
permitir la importación al país de residuos (incluidos peligrosos y tóxicos), de
acuerdo con la Resolución 001 del 2 de enero de 1993, la cual es precisa en
estipular que en ciertos casos pueden establecerse licencias para la importación,
pero que estas solo podrán negarse cuando haya “producción nacional registrada
suficiente y competitiva en términos de precios, calidad y oportunidad de
23
“Los acuerdos ocultos del TLC”, en La otra verdad, Nº 017, agosto de 2006.
68
entrega”. ¡Las importaciones de desechos de cualquier tipo tratadas como si
fueran de automóviles sin usar de más de dos años de fabricados, porque a estos
se les aplica la misma resolución!
Y la experiencia del TLC entre México, Canadá y Estados Unidos muestra que las
demandas por expropiación indirecta han sido corrientes en reclamos
relacionados con el medio ambiente. En efecto, y para mencionar solo un caso,
Canadá perdió 4,8 millones de dólares con la empresa estadounidense S.D.
Meyers por haber prohibido una importación de policlorobifenilos (PCB), ¡a pesar
de que dicha prohibición se la autorizaba el Convenio de Basilea ( 24 )!
Como era de esperarse, y al igual que en el caso del medio ambiente, el TLC
contiene un capítulo de asuntos laborales, pues ¡cómo no cuidarse de que se les
achaque despreocupación por la suerte de los trabajadores! Pero el primer
problema que tiene el Imperio para convencer al respecto es que el Tratado no
contiene el derecho de los trabajadores colombianos de irse a laborar a Estados
Unidos, que debería ser el primer derecho consecuente con el que se les otorga al
capital, a las mercancías y a los monopolistas de ir y venir, con toda libertad, de
Estados Unidos a Colombia y viceversa. Como en otros temas, Estados Unidos ni
siquiera permitió que este aspecto hiciera parte de las conversaciones,
seguramente porque cualquier ciudadano de ese país puede venir a Colombia sin
que medien visas y, principalmente, porque ni este ni ninguno de los otros TLC
que tramita la Casa Blanca, ni el Alca en su momento, tienen como objetivo
constituir un continente en el que todos los países disfruten de niveles de vida
relativamente altos y similares. Por el contrario, la decisión estadounidense de
construir un enorme muro de centenares de kilómetros en la frontera con México
para impedir que los millones de hambreados por el “libre comercio” en el
continente busquen mejor fortuna en Estados Unidos demuestra que en la
América que auspician en una parte se amontonará la riqueza y en otra la
pobreza. En este aspecto sí que no se parecen en nada estos tratados al que
constituyó a la Unión Europea, así despistados y manipuladores los presenten
como semejantes.
24
Public Citizen, Capítulo 11 del TLCAN y los litigios de inversionistas contra Estados, octubre de
2005.
69
“inapropiado” para juzgar el cambio de las normas y el tramposo “procurará” que
ello no suceda, con lo que le da el pase a cualquier modificación. E igualmente
especifica que ninguna parte queda facultada “para hacer cumplir la legislación
laboral en el territorio de la otra”.
Este intento de manipular al lector, que aparece exacto en los capítulos de medio
ambiente y laboral, destapa un hecho medular e inevitable de los TLC: el precio
de la mano de obra debe disminuir y los cuidados ambientales empeorar, aun
cuando digan lo contrario. Porque entregadas casi regaladas las materias primas
mineras a los extranjeros, traspasada la propiedad pública a menos precio a las
trasnacionales y tomada la decisión de reducirles a poco o a nada sus impuestos,
¿con qué otra cosa van a competir entre sí estos países para atraer a los
inversionistas de Estados Unidos que se supone van a reemplazar la capacidad
nacional de generar ahorro que destruye el “libre comercio”? ¿Y no muestra la
experiencia nacional e internacional que uno de los fundamentos del “libre
comercio” es el empeoramiento de las condiciones laborales, situación a la que se
ha llegado mediante modificaciones legales y el desconocimiento práctico de las
garantías sindicales establecidas en las leyes?
Como en parte sucede con el medio ambiente, el mayor efecto que el TLC le hace
a la cultura nacional es lesionarle su base económica, lo que debilita las
posibilidades de la Nación para elevar el nivel cultural al disminuirle su capacidad
para proveer y consumir las diversas manifestaciones de la cultura, mediante la
vinculación, y en las mejores condiciones, de muchos colombianos. ¿Cuántos
71
literatos y pianistas puede haber en un país? Depende, en primer término y
aunque no sea la única explicación, del número de habitantes que puedan
comprar libros, periódicos y revistas y de la cantidad de pianos que pueda
pagarse la sociedad. Así, como es obvio, con cada manifestación de la cultura,
incluidas, y seguramente con mayor razón, sus expresiones populares. Además,
como las condiciones económicas nacionales también condicionan el gasto del
Estado en respaldo a la cultura, este también tiene como base lo que suceda en la
economía de la sociedad. Y si las concepciones ideológicas, como ocurre con las
neoliberales, pugnan por dejar que todo lo provean las fuerzas del mercado, pues
tanto peor, porque ello sirve de pretexto para rebajar el apoyo oficial a este
sector.
En ese mismo aparte se señala que las normas de trato nacional y Nación más
favorecida del capítulo de inversiones, al igual que el de comercio transfronterizo
de servicios, “no aplican a los ‘apoyos del gobierno’ para la promoción de las
industrias o las actividades culturales”, cláusula que puede quedar en letra
muerta si se consolidan las concepciones del “libre comercio” en Colombia, tal y
como lo muestra la eliminación de las extensiones tributarias para este sector
propuesta por el gobierno de Álvaro Uribe en la reforma tributaria en trámite al
momento de escribir este texto. ¡Que las gentes de la cultura no bajen la guardia,
pues las cosas podrían tornarse peores de lo que ya son!
El título de este capítulo tiene que ver con la frase de Odilon Barrot, quien, en el
gobierno de Luis Bonaparte, en el siglo XIX, en Francia, exclamó: “La legalidad
nos mata”. Hacía referencia, de esta manera, a las leyes vigentes que no les eran
útiles a sus propósitos absolutistas, aun cuando hubieran sido elaboradas por
ellos mismos, por lo que apremiaba a pasárselas por la faja, tal como ha venido
ocurriendo en Colombia, donde los neoliberales pusieron como norma la ausencia
de normas, según la aguda observación de Francisco Mosquera. Algo parecido le
ocurre al uribismo con el TLC y la Constitución Política de Colombia. Porque si
bien en ella quedó establecido el norte del “libre comercio” que habría de
aplicarse hacia adelante – con determinaciones muy precisas, por ejemplo, a
favor de la privatización del sector público de la economía y de los lineamientos
que orientan al Banco de la República, institución independiente de todo menos
de la lógica del FMI –, también contiene un conjunto de derechos y de criterios
que pisotea el Tratado.
Aunque cada quien, con sus análisis sobre el TLC y la Constitución, podrá
establecer los artículos vulnerados, los siguientes casos constituyen un listado,
que no agota el tema, de contradicciones antagónicas entre lo que estatuye la ley
73
fundamental y lo que quiere imponer la Casa Blanca, con la obsecuencia de
Álvaro Uribe Vélez.
El Tribunal explicó:
“se considerarán dañinas para los derechos colectivos las cláusulas del Tratado en
discusión que impongan obligaciones a Colombia en los aspectos anteriormente
enunciados en la parte motiva de la presente providencia y son entre otros los
siguientes: Permitir el aumento del plazo de duración de las patentes a productos
farmacéuticos de empresas extranjeras, patentamiento de segundos usos y
cambios menores sobre productos farmacéuticos ya patentados, así como la
extensión del tiempo de protección a los datos de prueba presentados para la
aprobación de una patente por fuera de las normas de la Decisión 486 de la
Comunidad Andina de Naciones, CAN. Permitir el patentamiento de seres vivos,
animales o plantas, del patrimonio natural de la Nación colombiana. Aceptar el
ingreso de productos agrícolas subsidiados por el fisco de los Estados Unidos,
bajo el sistema de cupos que excedan la capacidad de la producción nacional,
condición que a modo de compensación a las empresas nacionales afectadas por
las pérdidas económicas consiguientes, conduzca a proponer ante el Congreso de
Colombia, el establecimiento de medidas con cargo al Presupuesto Nacional, que
impliquen en consecuencia, creación de gasto público. O permitir la entrada de
productos bajo régimen de tarifa cero por aranceles y demás tributos a las
importaciones, sin la idéntica reciprocidad para los productos colombianos de
exportación. Aceptar la importación al país de máquinas o partes de máquinas
remanufacturadas. Aceptar la introducción al país de ropa o cualesquiera clase de
bienes usados o considerados de desecho por la industria de los Estados Unidos”.
El hecho de que luego el Consejo de Estado – en fallo tan mal sustentado que
nuevamente puso en duda su independencia del Ejecutivo y disminuyó su ya
escasa credibilidad entre los colombianos –, declarara la nulidad de lo actuado por
el Tribunal Administrativo de Cundinamarca, no le quita importancia a las
decisiones de este, porque, primero, el Consejo decidió argumentando cuestiones
de competencia legal, al decir que el Tribunal no podía condicionarle al Presidente
de la República el trámite del TLC.
74
En el artículo 50, “De las leyes” que puede aprobar el Congreso, se le otorga la
potestad de modificar los aranceles, regular el comercio exterior, las actividades
financieras, bursátil y aseguradora y el régimen de patentes, entre otras
funciones que le arrebata el TLC. Y allí se estatuye que está entre los derechos de
la Cámara y el Senado “aprobar o improbar tratados que el gobierno celebre con
otros Estados”, con lo que, en consecuencia, “podrá el Estado (…) transferir
parcialmente determinadas atribuciones”. Pero, y este pero no logra superarlo ni
de lejos el TLC, dichos tratados tienen que ser “sobre bases de equidad,
reciprocidad y conveniencia nacional”, fundamentos que no hay forma que logre
cumplir el de “libre comercio”.
El Tratado, además, se opone al artículo 334, que establece que “La dirección
general de la economía estará a cargo del Estado” colombiano, porque es obvio
que esa función se le transfiere a la Casa Blanca y al capital trasnacional
estadounidense. Y también se contradice con el 339 que indica “Habrá un Plan
Nacional de Desarrollo”, en el que “se señalarán los objetivos y propósitos
nacionales de largo plazo”, pues no puede negarse que ellos quedarán
dependiendo de los intereses norteamericanos y sujetos al vaivén de sus
determinaciones económicas, como corresponde con el hecho indiscutible de que
el TLC anexa la economía de Colombia a la de Estados Unidos.
Razones más, por si faltaran, para condenar la actitud contumaz de Álvaro Uribe
de firmar un Tratado en flagrante y delictuosa violación de varios de los artículos
medulares de la Constitución Política de Colombia. De esta manera, solo
recurriendo a una gran ironía se puede proclamar la cabal existencia del Estado
de Derecho que se supone habilita a Colombia como país democrático. Y solo
sumándole a la ironía un grosero cinismo, puede atribuírsele a dicho Estado un
carácter “social” que, por más que se mencione, es la gran negación que
precisamente remata el TLC.
16. CONCLUSIONES
Como se ha visto a lo largo del texto, aunque este no agote el tema, porque da
para un análisis de mayor detalle, como será el que se depositará en la Comisión
de Acusaciones de la Cámara de Representantes en la acusación por traición a la
patria a Álvaro Uribe Vélez, este esfuerzo de popularización de lo que le sucederá
a Colombia si el TLC entra en vigencia demuestra que la agresión es bastante
más grave de lo que algunos piensan. Porque el Tratado, en últimas, convertirá a
Colombia en una especie de colonia de Estados Unidos, solo que no por medio de
la ocupación militar sino de una manera más sutil: manteniéndole la ficción de su
independencia económica y política pero, en la práctica, anexándola a la
economía del Imperio, mediante el expediente de condicionarle toda su
legislación económica a las conveniencias foráneas.
En consecuencia, este senador no puede hacer otra cosa que denunciar a Álvaro
Uribe Vélez por su flagrante violación de los artículos 455 y 457 del Código Penal.
Pero esa denuncia, por último, no puede interpretarse como que el TLC ya sea un
hecho inevitable, según señala la demagogia neoliberal. Por el contrario, la
primera aspiración de este texto es fortalecer la más amplia resistencia civil que
pueda concebirse para derrotar el Tratado, anhelo que se convertirá en realidad si
se desarrolla la fuerza social suficiente mediante la más amplia unidad en la que
participen los trabajadores y empleados de todos los sectores, los indígenas y el
campesinado, las amas de casa y los pensionados, los estudiantes y los
intelectuales y los empresarios del campo y la ciudad que quieran unirse en
contra de la mayor amenaza que haya sufrido Colombia desde 1819. Así,
doscientos años después de lograda la primera independencia, podrían los
colombianos impedir un nuevo y definitivo ayuntamiento y con ello sentar las
bases para una Colombia auténticamente democrática y próspera.
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Jorge Enrique Robledo es uno de los más activos congresistas colombianos, como
bien lo muestran sus 35 citaciones a debates de control político en la plenaria del
senado y en la Comisión Quinta entre 2002 y 2006, con los que ha logrado
reconocimiento por la seriedad y claridad de sus análisis económicos, sociales y
políticos.
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