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Volcán del Maipo Nº 96


Valle de Puente Alto

Blas Cuevas
Zamora

El Masón Carismático y Filántropo

Esta es una de las figuras más carismáticas y más interesantes de la


Masonería nacional. Sin tener el prestigio y la sobresaliente autoridad de los
grandes maestros -cargo que nunca ocupó – ni el brillo fulgurante de aquellas
figuras intelectuales como Guillermo Matta, José Victorino Lastarria, José
Francisco Vergara y otros, su personalidad se destaca con relieves propios en
la historia de la Gran Logia masónica al hacer un análisis de lo que han
significado los últimos 140 años.
Por ello, a la luz de los años brillan con propiedad los trabajos realizados por
Blas Cuevas, pues en ellos el imprimió su sello personal enmarcado por el
cariño y la abnegación. Estos valores fraternos constituyen el más elocuente
testimonio de sus virtudes y méritos.
Cuevas nació en Lima en 1817, llegó muy joven a Chile y se radicó en
Valparaíso. Fue destituido de lo recursos de la fortuna en su juventud, de
manera que sólo contó con un sueldo miserable de empleado dependiente. A
pesar de esa vicisitud, trabajó constantemente y junto con ello economizó sus
escasos recursos con fuerte sacrificio, privándose de comodidades. Gracias a
ese esfuerzo consiguió formar una familia, educar a sus hijos y – lo que es
mas destacable y digno de alabanzas – también dedicó tiempo y recursos
para ayudar y proteger a personas pobres y desposeídas de riquezas y de
estudios.
Fue sin lugar a dudas uno de esos seres privilegiados con un corazón de
bondad, que destinó al servicio de los demás sin vacilaciones. Esa virtud que
desplegó durante sus 53 años de vida embelleció sus ideales y dejó a la
humanidad un modelo para imitar.
Todas las aspiraciones nobles y generosas han tenido asiento en aquella
alma. Lo que queremos explicar a nuestros lectores es que en el transcurso
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de la vida de muchos seres predestinados al servicio público se producen


roces con sus semejantes. Sin embargo, de Blas Cuevas podemos decir que
no solo no tuvo enemigos, sino que nadie que lo trató dejó de ser su amigo;
nadie oyó hablar de él sin bendecirlo, porque solo se puede bendecir a los
hombres que se sacrifican por los desgraciados.
Como era de esterar, sus virtudes le abrieron rápidamente las puertas al
bienestar. La sociedad porteña, que se dio cuenta de la honradez y amor por
el trabajo que sustentaban el espíritu de Blas Cuevas, le otorgó amplio
crédito, ese capital inmenso que conquistan los hombres honrados.
Un rico comerciante creyó conveniente aprovecharse de sus aptitudes y lo
asoció a sus negocios, y tan satisfecho quedó de sus buenos resultados que
lo designó como uno de sus herederos, puesto que ese hombre millonario
carecía de hijos.
Mas no porque Blas Cuevas viera asegurado su porvenir y el de su familia,
dejó el trabajo.
Nada de eso, Cuevas no era un hombre llamado a vegetar en la ociosidad. Su
inmensa hospitalidad y expansión no le permitían estar inactivo.
Como buen masón. Mientras fue pobre trabajó para vivir, cuando tuvo con
que vivir, trabajó para formar una familia, y cuando tuvo para sí y sus hijos,
trabajó para los demás, para los desheredados de la fortuna. Había visto que
los egoístas eran desgraciados. Había visto que hay algo de grande y de
noble en luchar contra la adversidad, en vencer la angustia de la pobreza, y
después de haber triunfado de esos enemigos quiso sufrir con los otros
multiplicando su existencia.

Sus inicios en la Masonería.

Desde su iniciación, efectuada el 16 de agosto de 1854, Blas Cuevas fue un


hermano celoso e infatigable para el trabajo. El 24 de mayo de 1862 paso a
fundar la Logia Progreso Nº 4, en la que ocupó el puesto de Venerable
Maestro sin interrupción hasta el día de su fallecimiento, ocurrido en 1870.
El ejercicio de la caridad no reconocía límites en el; era su elemento vital, era
su alma. En donde quiera que llegaba y había una desgracia que socorrer,
alguna lagrima que enjugar, Blas Cuevas tendía de inmediato su mano para
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mitigar el dolor y lloraba con el desdichado si no podía ayudarlo


materialmente.
El 4 de agosto de 1863 fue nombrado administrador del Hospital de caridad
de Valparaíso, y desde el primer momento se halló a gusto ayudando a los
enfermos indigentes.
Antes, ya sea en las logias o en su vida privada, había hecho constantes
obras de caridad y revelado su infinita filantropía, pero desde aquel día su
espíritu caritativo y fraternal fue mas fuerte y poderoso.
Entregó el control administrativo a sus hijos y asumió la dirección exclusiva a
tiempo completo del hospital de caridad. Organizó conciertos de beneficencia,
estableció alcancías para recoger limosnas, mendigó suscepciones de casa
en casa, de almacén en almacén y médiate su empeño y diligencia logró
mantener aquel vastísimo establecimiento que solo vivía de caridad.
No contento con sacrificar su tiempo, anticipó de su modesta fortuna fuertes
cantidades que adeudaba el hospital, a fin que los enfermos jamás tuviesen
que sufrir. Para compensar los gastos que siempre eran más que los dineros
que se recibían, obtuvo que el congreso aprobara una ley especial de
beneficencia al Hospital de caridad con 60.000 pesos anuales y garantizaba la
existencia que aquel asilo. Aparte de esa contribución legal, consiguió que el
señor Hontaneda dejase un legado a su muerte por un monto variable en el
tiempo. Además, reunió unos 51.000 pesos para ensanchar el edificio.
Los huérfanos, las viudas, los desvalidos, todos acudían a el y a todos
socorría. A unos les buscaba ocupación as otros los auxiliaba con dinero o
especies.
La posición ventajosa que supo labrarse en la vida, a pesar de su pobreza de
joven, lleva a concluir que la honradez y el trabajo son los medios más
seguros de llegar al bienestar: la honradez, porque de tranquilidad y deja al
espíritu en completa libertad de contraerlo a lo que queremos, y el trabajo,
porque nos distrae, nos enseña a vivir, nos da conciencia de nuestra fuerza, y
perfecciona y ensancha tanto el horizonte de nuestras facultateds, que
llegamos a multiplicarlas.
La satisfacción de que gozaba este hombre sacrificando su tiempo y su
fortuna haciendo el bien a los pobres, viene también a revelarnos una gran
verdad: la verdadera felicidad consiste en hacer felices a los otros sin interés
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alguno, porque esa es la única satisfacción, el único placer que no tiene


reverso. Los políticos que tratan de imponer sus convicciones, como los
propagandistas religiosos que tratan de imponer sus creencias, jamás
alcanzan la simpatía universal.
Solo el filántropo gozará de manifestaciones tan espontáneas y tan unánimes
cómo las que se prodigan a Blas Cuevas. Hombres de este temple son los
que no encuentran odios, porque hacen el bien sin arrebatar a los otros su
libertad, su conciencia, su razón y las demás facultades que el hombre ha
recibido para sí y no para entregarlas a los demás.
Este ilustre y benemérito hermano masón pasó al Oriente Eterno el 18 de
marzo de 1870, cuando ocupaba el cargo de Gran Vigilante de la Gran Logia
de Chile.
Múltiples homenajes fueron tributados a su memoria; y el Hospital de la
Caridad de Valparaíso, del cual había sido diligente y abnegado
administrador, un busto de mármol recordó las virtudes y bondades de aquel
generoso corazón.
Como homenaje postrero a su memoria se dio su nombre a escuelas
populares y laicas que fundó la Masonería en el vecino puerto y que tan
célebres se hicieron, no solo por su gran labor cultural sino también por los
repetidos ataques de que el clero católico las hizo objeto: las escuelas Blas
Cuevas.

Bibliografía
serie Nº 140 Aniversario

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