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Paralelamente que iban creciendo las propuestas artísticas y culturas, apareció, también, la crítica
y la reflexión de la misma. Esta aparición de los críticos, que se dio en el siglo XVII con Diderot al
reseñar las obras de arte del salón, en Francia; apuntalo sus plumas para comprender el fenómeno
del arte y la cultura, no como mera contemplación, sino como un camino hacia la perfección del
ciudadano y, por ende, comprenderlas como propedéuticas.
Este fenómeno, sin embargo, provoco los efectos contrarios; se volvió en una dictadura de la
belleza. Al punto de asesinarla y ampliar sus fronteras. La mayor apertura se dio en las vanguardias
donde se proclamaba, paradójicamente, a la fealdad como nuevo canon de belleza.
Todo ello es razonable. Sin embargo en la actualidad, el arte y cultura, con el desarrollo de la
televisión y la industria, se ha convertido en un mero espectáculo donde: la frivolidad, la
banalización y la provocación por la provocación son las nuevas musas de los artistas.
Por tanto, la crítica de arte y cultural se hace necesario e imprescindible, porque lo que se
necesita, hoy en día, no es críticos justificadores de atrocidades, sino cuestionadores. Y, ese,
debería ser el papel de la crítica. Es decir, poner en jaque a los artistas, pues reciben un respaldo
social y económico para presentarnos algo que nos haga reflexionar y, no así, entretener.