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Le Monde Diplomatique, Edición Cono Sur, Número 3 - Septiembre 1999

Luis Bilbao

Sem Terra: un movimiento original en América Latina


Decenas de miles de personas, llegadas desde todo el inmenso territorio, se concentraron a
mediados de agosto ante la sede del gobierno, en Brasilia. Los Sem Terra se instalaban frente
a la sede del poder. El desenlace inmediato de esta prueba de fuerzas es menos relevante que
la lógica puesta en movimiento por esos millones de campesinos desamparados, pero con una
idea precisa de sus derechos y lugar en el mundo.

Eligieron identificarse por lo que no tienen. Decisión chocante en tiempos de fetichismo


consumista. Hallaron un nombre con fuerza de sentencia bíblica: Sem Terra (Sin Tierra). Y acaso sin
proponérselo, en representación de cinco millones de familias desamparadas, sacudieron sin excepción
a los partidos políticos de Brasil, al punto de ponerlos ante la exigencia de una drástica reformulación.
La lucha por la Reforma Agraria implica la conquista de todos los derechos sociales y la
ciudadanía plena. La educación es uno de esos derechos", afirman en sus proclamas1.

Una historia vertiginosa

El Movimiento de los Sin Tierra (MST) se constituyó formalmente en enero de 1984, aunque la
ocupación de fazendas (haciendas) había cobrado impulso ya en 1978, en coincidencia con una gran
huelga metalúrgica que en San Pablo hería de muerte a la dictadura, inervaba un multifacético
movimiento social y daba nacimiento, a partir del año siguiente, al hoy poderoso Partido de los
Trabajadores (PT).
La demanda que aglutinó y movilizó centenas de miles de familias era por demás simple:
reforma agraria. Estados Unidos había hecho la suya dos siglos antes. Y no hay quien deje de asociar
este dato con la posterior grandeza económica de aquel país. En su programa, el MST propone que no
existan propiedades de más de 750 hectáreas, "partiendo del supuesto de que ninguna familia que viva
de la agricultura, incluso en forma capitalista, necesita un área mayor para progresar". La ley
estadounidense estableció en su momento un máximo de 400 hectáreas. De modo que los Sem Terra
no podían ser calificados como subversivos. Por lo demás, la realidad agraria brasileña exime de toda
argumentación: 600 millones de hectáreas en manos de grandes propietarios privados; 180 millones
oficialmente clasificadas como latifundios; 44 % de las tierras permanecen ociosas. Ni las voces más
conservadoras pusieron en duda la justeza del reclamo aunque, claro, los terratenientes agrupados en
la Unión Ruralista de Brasil armaron ejércitos privados, que se cobrarían cientos de vidas para impedir
ocupaciones o desalojar luego a las familias.

Amplio arco social

Una particularidad sobresaliente del MST es que constituye en sí mismo un frente social de
considerable amplitud. En efecto, integran este movimiento desde pequeños propietarios hasta
asalariados rurales. Una somera clasificación muestra el espectro. El aparcero (parceiro); trabaja con
su familia, alquila tierra y produce con sus propias herramientas; a menudo aporta también semilla,
abono, etc. La particularidad es que paga al propietario con el producto de su cosecha. Un porcentaje
habitual es el 30%, aunque existen los más variados acuerdos. Cuando el contrato establece la
distribución por mitades, el campesino es llamado mediero.
Otra variante es el arrendatario: como el parceiro, trabaja con su familia y sus herramientas, pero
paga precio fijo al terrateniente. Existen arrendatarios de grandes extensiones, que no son
considerados sem terra. Pero es habitual hallar en la primera categoría a quienes utilizan
temporariamente mano de obra asalariada.
El posseiro (ocupante) es aquel que se asienta en un terreno con su familia y lo trabaja como si
fuera propio, pero no posee título de propiedad. Esta modalidad se observa sobre todo en el Nordeste,
en la región conocida como "frontera agrícola" ; las tierras ocupadas suelen ser del Estado.
"Pequeño agricultor" se denomina a quien, por regla general, posee menos de cinco hectáreas de
campo y trabaja con su familia. El producto obtenido es obviamente insuficiente para la subsistencia,
por lo cual esta categoría -al igual que las de ocupantes, arrendatarios y aparceros- suele combinarse
con aquella que, en cualquier caso es cuantitativamente dominante en este conglomerado social: la de
los asalariados rurales.
Completan este universo una inclasificable cantidad de sem terra que expulsados por la miseria
emigran a las grandes ciudades y erran a la búsqueda de trabajos temporarios, viven de la limosna, la
prostitución o la delincuencia e integran otro movimiento social en ciernes, conocido como los "sin

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techo". Esta derivación explica en buena medida las disputas cuando se trata de cuantificar a los sin
tierra. No obstante, puede afirmarse que suman alrededor de 5 millones de familias.
Contrasta con esta amplitud la alta homogeneidad del movimiento. Existen sólo dos
organizaciones representativas: la Confederación Nacional de los Trabajadores en la Agricultura
(CONTAG) y el MST; pero este último es, a gran distancia, la fuerza de mayor vigor y envergadura,
con base en 23 Estados, aunque su fuerza se halla preponderantemente en el Sur y el Nordeste
El artículo 184 de la Constitución de Brasil sostiene: "Compete a la Unión expropiar por interés
social, con el objetivo de la reforma agraria, el inmueble que no esté cumpliendo su función social".
Con tal respaldo las direcciones del MST tienen argumentos legales poderosos para su accionar. Por
eso no pueden sorprender derivaciones como lo ocurrido recientemente en Belem, Estado de Pará,
donde un solo contratista tiene siete millones de hectáreas, una extensión mayor que Suiza. Unas 800
familias ocuparon la Hacienda Cabaceira. El gobernador Almir Gabriel ordenó el desalojo, para lo
cual dispuso un batallón de 500 hombres abastecidos de armas químicas, perros y equipamiento de
guerra.
Un grupo de dirigentes y campesinos se instaló frente a la sede del gobierno estadual y emitió la
siguiente declaración: "Nosotros, del MST, venimos en nombre de cualquier conciencia moral, a pedir
a la sociedad un repudio a este estado de cosas (…) prometemos que resistiremos. Si se llega a la
violencia de los desalojos, juramos por nuestra dignidad de brasileños, herederos de los esclavos y de
su lucha por la libertad, que reocuparemos las haciendas. Que haremos marchas, actos públicos. Que
seguiremos a Belem, que nos transformaremos en 10, 100, millares, y prometemos un levantamiento
de los pobres del campo para poder denunciar la tiranía de aquellos que no respetan a nuestro pueblo"
Existen cientos de casos como éste, en los que se plantean constantemente situaciones límites.
Según cifras oficiales, en 1996 ya había en Brasil 145.712 familias trabajando en 1564
"asentamientos" que ocupan 4.870.172 hectáreas. Esta realidad, combinada con la composición,
contenido programático y modalidades operativas del MST, han planteado la duda acerca de si éste no
es, en realidad, un partido político.
De hecho, el distanciamiento del MST con el PT -que hasta ahora lo contuvo en términos
políticos- sumado al hecho de que numerosas tendencias internas de este partido rechazan la línea
oficial -que califican de conciliacionista o reformista- parece anunciar un realineamiento de fuerzas
que, eventualmente, podría redefinir formalmente a los Sem Terra, quienes persisten en reconocerse
como "movimiento social", pero no niegan su carácter político ni ocultan sus propósitos en ese
terreno. Las palabras, se sabe, jamás alcanzan a develar la realidad de un fenómeno social. Ya lo decía
Goethe: "gris es la teoría, amigo mío; y verde por siempre el árbol de la vida

Le Monde Diplomatique, Edición Cono Sur, Número 13 - Julio 2000

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Luís Bilbao

Brasil, tentado por una opción sudamericana


Confrontada a la paradoja del enorme poder y desarrollo económicos y la pavorosa exclusión social del
país, y ante dos cruciales procesos electorales en el horizante cercano, una parte importante de la
dirigencia brasileña, presionada por la agitación sindical y campesina, se inclina por explorar la vía de
un mercado regional sudamericano autónomo, capaz de explotar al máximo las posibilidades de la
región.

Sem Terra
El pasado 2 de mayo contingentes campesinos de todo el país, convocados por el Movimento
Sem Terra (MST), ocupó edificios públicos (principalmente sedes del INCRA -Instituto de
Colonización y Reforma Agraria- y Ministerios de Hacienda) en 23 de los 26 Estados de la Unión. En
un país donde, por razones históricas y geográficas, jamás ha habido una huelga general que abarcara
realmente a todo el territorio, este despliegue de capacidad de convocatoria y organizativa impactó no
sólo en los políticos de las clases altas: el jefe de la bancada de diputados del PT, Aloizio Mercadante,
emitió de inmediato un comunicado en el que repudiaba la acción, alegando la defensa de los bienes
públicos.
Mientras eso ocurría en Brasilia, la ocupación de ministerios se llevó a cabo con el mínimo de
violencia que presupone tal actitud, pero alcanzó un carácter diferente en el Estado de Paraná, donde
el intento oficial de detener la columna de sem terra antes de su ingreso a la capital acabó en la muerte
del campesino Antonio Tavarez. Podía ser la chispa que detonara el polvorín. La bancada del PT
desautorizó a Mercadante y se solidarizó con el MST, y el gobierno central buscó rápidamente la
conciliación, mientras un sector del establishment político y la prensa denunciaba que el MST se
proponía iniciar la lucha armada y aludió a la existencia de campos de entrenamiento militar. Un
funcionario del INCRA que requirió el anonimato sostuvo ante este enviado que se han detectado dos
lugares donde se imparte instrucción militar a campesinos, supuestamente ubicados en el Sur de San
Pablo y en Goias. El MST califica esta información como infundio provocativo, destinado a justificar
acciones represivas contra el movimiento.
De hecho, la alarma oficial y opositora no reside en la posibilidad de la aparición de una
guerrilla, sino en otra perspectiva, esta sí constatable y asumida por la dirigencia de esta organización:
durante el último período, además de su fuerte arraigo entre los campesinos sin tierra el MST avanzó
hacia una nueva base de sustentación de masas: las inmensas favelas que rodean a todas las ciudades
brasileñas.
Con todo, el MST no tiene aún verdadera presencia urbana, carece de expresión política (aunque
la mayoría de sus principales dirigentes son miembros del PT) y no parece en condiciones de
plantearse en el corto plazo la lucha por el poder. Su fuerza reside en la avidez de millones de
desposeídos por un pedazo de tierra. Una demanda que aúna socialmente pero no tiene -ni
aparentemente pretende tener, por el momento- un proyecto político propio. Tras el demorado fin de
las ocupaciones de mayo se estableció una tregua que el MST dio por finalizada el 10 de junio. Ante
esto, hubo una fuerte mediación de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB), que
concluyó en una nueva reunión con los ministros de Desarrollo Agrario, Raul Jungman y Justicia, José
Gresgori, el 21 de junio pasado. Allí se acordó postergar la adopción de medidas de acción directa,
mientras el gobierno considera el petitorio presentado por los dirigentes campesinos: entrega formal
de las tierras ya ocupadas por 150 mil familias, distribución de alimentos, duplicación del presupuesto
oficial para la reforma agraria y créditos para los campesinos por 12.020 euros a pagar en 20 años.
Simultáneamente, la pasividad de los sindicatos urbanos, dominante desde hace casi una década
y acentuada el año pasado pese al impacto de la devaluación, parece llegada a su fin: innumerables
huelgas, entre las que se destacan la de los docentes universitarios y los empleados estatales de casi
todo el país, acompañan una iniciativa tomada recientemente por la Central Unica de Trabajadores y
acompañada por Fuerza Sindical, una expresión de las antiguas estructuras pelegas (burocráticas): la
lucha por la reducción de la jornada laboral de 48 a 36 horas semanales. "La CUT calcula, con base en
un estudio del Departamento Intersindical de Estadística e Estudos Socioeconômicos (Dieese), que de
esta manera se crearían 1.300.000 nuevos puestos de trabajo". Inesperadamente, mientras contingentes
metalúrgicos hacían marchas y actos públicos en San Pablo, Porto Alegre y otras ciudades, desde
París el presidente Cardoso aconsejó a empresarios y trabajadores seguir el ejemplo de Francia y
acordar una reducción de la semana laboral

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Le Monde Diplomatique Edición Cono Sur, Número 40 - Octubre 2002
Emir Sader

Ocho años que hundieron a Brasil


El ciclo de los gobiernos neoliberales en Brasil, iniciado en 1990, puede finalizar con el segundo mandato
de Fernando Henrique Cardoso. Cualquiera que sea su sucesor, además de la herencia de una economía
fragilizada, recibirá un país diferente en algunos de sus aspectos fundamentales. El nuevo mandatario
probablemente deberá abandonar un modelo económico agotado que exige cambios significativos. Las
elecciones de este mes de octubre definirán la dirección en que se efectuarán esos cambios si Brasil no
quiere repetir la dramática crisis argentina.

Al elegir y luego reelegir a Fernando Henrique Cardoso en la primera vuelta de los comicios de
1994 y de 1998, la mayoría de los votantes brasileños estaba galvanizada por una promesa: la
estabilidad monetaria –definida como prioridad y lograda por medio de la lucha contra la inflación–
permitiría a Brasil reencontrarse con el desarrollo económico, interrumpido una década antes. A la
llegada de los inversores extranjeros, que aportarían la modernidad tecnológica, debía sumarse la
creación de empleos, una política de redistribución de los ingresos –en la práctica la inflación
funcionaba como un “impuesto a los pobres”– y, finalmente, el acceso del país al “Primer Mundo”.
La crisis financiera con que concluye el segundo mandato de Cardoso, que obligó a dos
préstamos del Fondo Monetario Internacional (FMI) –uno de 10.000 millones de dólares y otro de
30.000 millones– muestra que las promesas no fueron cumplidas. En realidad, las transformaciones
que afectaron a ese gran país fueron de otro orden.
Como los otros países latinoamericanos, a comienzos de los años ’80 Brasil fue víctima de la
crisis de la deuda. Esa crisis puso término al período de mayor crecimiento en su historia, iniciado con
la reacción a la crisis de 1929. Entre 1964 y 1985 la expansión económica acompañó a la dictadura
militar, pues el golpe de Estado tuvo lugar durante el ciclo internacional de mayor expansión
capitalista. Ese ciclo favoreció ritmos de crecimiento muy altos entre 1967 y 1979, permitió la
importación de capitales y –gracias a mercados exteriores disponibles– desarrolló las exportaciones.
Esas transformaciones produjeron una renovación de la clase obrera, que junto a nuevos
movimientos sociales y cívicos, conformó un bloque opositor que, apoyándose en la crisis de la deuda
de 1980, aceleró el fin de la dictadura. Sin embargo, la transición quedó en manos de las fuerzas
liberales de oposición, unidas por su rechazo al “autoritarismo”. Esos sectores aseguraron entonces
que el “proceso democrático” permitiría por sí solo resolver los graves problemas acumulados durante
los veinte años precedentes.
Tal visión, sumada a la capacidad de las fuerzas dictatoriales “recicladas” para participar en la
coalición que desde 1985 gobernó con un presidente civil, José Sarney, hizo de Brasil uno de los
países sudamericanos en que los elementos de continuidad con la dictadura fueron más fuertes,
contaminando así la transición democrática.

Una Constitución “ciudadana”

Luego de varias tentativas “heterodoxas” de lucha contra la inflación, a fines de los años ’80 el
panorama era similar al de los otros países de la región: una adhesión al neoliberalismo. Sin embargo,
Brasil llegó después de los otros a las políticas de ajuste estructural. A la inversa de Chile, Bolivia,
México o Argentina, y debido a su especificidad, la salida de la dictadura condujo en un primer
tiempo a un clima poco propicio al neoliberalismo. La vuelta a la democracia fue consolidada
institucionalmente por una Constitución que, al conferir derechos que habían sido confiscados por los
militares, fue a veces percibida como una Constitución “ciudadana”. Esto, sumado a la fuerza de los
movimientos sociales emergentes, colocaba a Brasil al margen del proceso de hegemonía neoliberal,
ya muy avanzado en el resto del continente.
El primer proyecto neoliberal coherente fue implementado por Fernando Collor de Mello.
Elegido presidente en 1989, pero destituido por el Congreso por corrupción en 1992, dejó en suspenso
el proceso de apertura económica, de privatizaciones, de reducción del Estado y de desregulación de la
economía, pilares del Consenso de Washington. Cardoso, que fuera ministro de Economía de Itamar
Franco (como Vicepresidente, sucesor de Collor de Mello de octubre de 1992 a diciembre de 1994) y
luego Presidente electo en 1994, retomó aquel proyecto y le dio una nueva configuración: la lucha
contra la inflación, modalidad latinoamericana de reducción del gasto del Estado, considerado
responsable del estancamiento y del atraso económico.
La reelección de Cardoso en la primera vuelta, en 1998, tradujo fundamentalmente la opinión
positiva de los electores sobre su Plan Real de estabilidad monetaria, que había aniquilado la inflación.
Sin embargo, un balance de las transformaciones ocurridas en Brasil durante los años ’90, y en

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particular durante su presidencia, puede resumirse a dos aspectos centrales: la financiarización de la
economía (ver recuadro) y la precarización de las relaciones laborales.
Respecto de la primera, las modalidades adoptadas para lograr la estabilidad monetaria dieron un
papel hegemónico al capital extranjero. Dado que las campañas electorales de Cardoso fueron
esencialmente financiadas por los más grandes bancos brasileños, el sistema bancario gozó del único
plan de salvataje económico, estimado en miles de millones de reales.
El servicio de la deuda pública representa más de 32.700 millones de dólares anuales. En 2002,
2003 y 2004, Brasil necesitará 1.020 millones de dólares por semana para financiar la amortización de
una deuda externa de 30.600 millones y un déficit de cuenta corriente de 20.400 millones.
Tanto en el plano financiero como en el de su funcionamiento, el Estado ya no es viable si al
menos no se renegocian los plazos del reembolso de la deuda. En caso contrario, seguirá el mismo
camino –y el mismo fracaso– del gobierno argentino de Fernando de la Rúa 1. La economía pasó a
estar totalmente controlada por las finanzas, a causa del nivel de endeudamiento de los hogares, del
compromiso de los bancos con títulos de la deuda pública (en detrimento de los préstamos para
inversiones) y del creciente porcentaje de inversiones especulativas de las empresas industriales,
comerciales y agrícolas.
Como si todo eso no fuera suficiente, los funcionarios que ocupan los puestos clave en la
dirección económica provienen de los sectores financieros, nacional e internacional, y
sistemáticamente vuelven al sector privado. Esa hegemonía induce a su vez una transformación
significativa –en términos cuantitativos y en términos sociales– del presupuesto público. Los gastos de
educación representaban en 1995 el 20,3% de los gastos corrientes, mientras que en 2000 sólo
alcanzan al 8,9%. El pago de los intereses de la deuda, que absorbía el 24,9% de los gastos, se lleva
hoy el 55,1%. Actualmente, el monto de dichos intereses supera los gastos de educación y de salud
reunidos.

Exclusión y violencia

Los años ’90 también estuvieron marcados por la precarización. Históricamente, la explotación
de la fuerza de trabajo campesina en la producción de café destinado a la exportación, combinada con
la abolición particularmente tardía de la esclavitud, en 1888 (un triste récord de tres siglos y medio),
explica la inexistencia de una reforma agraria y la incorporación relativamente reciente de la mano de
obra migrante en el mercado formal de trabajo.
Ya sea en períodos de democracia o de dictadura, de crecimiento o de estancamiento, la llegada
de una mano de obra impregnada de las relaciones pre-capitalistas existentes en el mundo rural,
acompañó las cinco últimas décadas (ver artículo de Carla Ferreira). En los años ’80, la economía, en
recesión, ya no pudo absorber esos contingentes. Decidido a “dar vuelta la página del getulismo en la
historia brasileña”, Cardoso le asestó el golpe de gracia a la capacidad reguladora del Estado. Su
política de “flexibilización” de la mano de obra –eufemismo que no llega a ocultar el aumento de su
sobrexplotación– dejó a la mayoría de los trabajadores sin contratos formales, que les hubieran
permitido ser “sujetos de derecho” y por lo tanto, ciudadanos.
La apertura de la economía y la precarización generaron una nueva migración interna, no ya del
sector primario hacia el secundario o hacia el comercio formal (sector terciario), sino del sector
secundario hacia el informal (siempre en el terciario). Quebrando las dinámicas de ascensión social
facilitadas por una mayor calificación laboral y por el paso del sector informal al del contrato de
trabajo, este tipo de evolución recorre el camino inverso, generando una baja de la calificación laboral,
la desaparición de derechos, y hasta la pérdida del papel de ciudadano. En 1991, el 53,7% de los
trabajadores había ingresado a la economía formal y accedido a los derechos que otorga un contrato
laboral, pero ese porcentaje bajó a 45% en 2000. El 55% restante se mueve en la economía paralela.
Por su parte, la clase media vio cómo aumentaban las fracturas aparecidas durante la dictadura
militar. El desempleo, la caída en el trabajo informal, la degradación de los servicios públicos y la
contracción del empleo en el sector bancario afectan a sus capas inferiores, que tienden a
proletarizarse. A la vez, la sofisticación de los servicios y la expansión del sector financiero
permitieron a otra capa engancharse a la dinámica mundializada de modernización en la inversión del
capital. Diferencias de ingresos, de patrimonios y, en consecuencia, de ideología, impiden cada vez
más englobar esos sectores intermedios en una sola categoría.
Desempleo, miseria, exclusión, violencia, narcotráfico, ausencia de Estado de derecho y de
Estado benefactor… Cada vez más numerosos, los sectores populares y la población pobre de la
periferia de las grandes ciudades vivieron los episodios más crueles de esta crisis social. Desperdicio
del capitalismo, ese sector mayoritario de la sociedad es víctima de los escuadrones de la muerte, de la
discriminación y, en particular, de la falta de lugares de socialización. Sus miembros ya no son
socializados por la familia ni por la escuela, menos aun por el trabajo. No se los encuentra en los
partidos, ni de izquierda ni de derecha, ni tampoco en los movimientos sociales. No disponen de
lugares para el esparcimiento y la cultura y algunos naufragan en la delincuencia, en el narcotráfico,
luchan contra la policía, producen música rap de protesta, danzan y se pelean en los bailes violentos de
los suburbios…

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Tienen el sentimiento de no deberle nada a esa sociedad organizada de la que nada reciben. El
único contacto es el contagio de los estilos de consumo o la violencia policial y las diversas formas de
acción, legales o ilegales, que les permiten sobrevivir material y espiritualmente. Esa población es el
gran enigma de la sociedad, que no podrá ignorar ese itinerario de violencia, de delincuencia, de
cultura protestataria, de luchas sociales y políticas…
Las Iglesias reflejan todas esas transformaciones. La Iglesia católica se vio debilitada por la
acción del Vaticano, que atacó duramente la Teología de la Liberación y a sus principales
representantes dentro de la jerarquía eclesiástica, y por el giro conservador del comportamiento
popular. Confrontados a la irracionalidad vigente, a la falta de perspectivas políticas y a las promesas
imposibles de la sociedad de consumo, amplios sectores de la población se refugiaron en la magia de
las sectas evangélicas o en las variantes conservadoras del catolicismo.
Como paliativo a la ausencia de los poderes públicos en los barrios populares, las religiones
evangélicas tratan de ofrecer a un sector de la juventud una alternativa al narcotráfico 4 medio con el
que conviven sin mayores conflictos. Esas religiones adoptan formas comunitarias de solidaridad:
participan en la búsqueda de empleos, en la construcción colectiva de viviendas o en las ayudas
financieras de urgencia, de forma más o menos similar al trabajo de asistencia que hacen… los
narcotraficantes.

Moderación del PT

Además de los problemas que plantea el desempleo, la fragmentación y la “informalización” del


mundo laboral y el giro conservador de los sectores populares, Brasil debe hacer frente a la
institucionalización de la vida política, incluida la de los partidos de izquierda. Junto a la jerarquía de
la Iglesia católica –en particular la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil (CNBB)– la Central
Única de Trabajadores (CUT) y el Movimiento de los Sin Tierra (MST) son los motores de la
movilización social.
Pero la presión ejercida por el gobierno sobre los sindicatos (sumada al apoyo brindado a los
sindicatos “amarillos”), sobre los asentamientos de los sin tierra y sobre los programas sociales de las
municipalidades y de las gobernaciones estaduales, asfixian la capacidad de acción de las
organizaciones más combativas de resistencia al neoliberalismo. El Partido de los Trabajadores (PT)
continúa canalizando políticamente la gran fuerza social acumulada por la izquierda desde hace veinte
años, pero su giro hacia una opción “institucional” debilitó su arraigo en el movimiento popular. Ese
giro modificó de manera significativa la composición interna del partido, generando aumento del
promedio de edad, distanciamiento respecto de los sectores más necesitados y significativa influencia
de los cuadros vinculados a las estructuras administrativas, parlamentarias y de gobiernos estaduales
(de éstas provenía el 75% de los representantes reunidos en el último encuentro nacional del PT, en
Recife, en noviembre de 2001).
Esta opción del PT provocó también una moderación de sus posiciones políticas, tanto sobre
temas como el pago de la deuda externa, la reforma agraria, el Area de Libre Comercio de las
Américas (ALCA) y la presencia de capitales extranjeros en las empresas; como también en las
modalidades de acción del partido. La candidatura de Luiz Inacio da Silva (“Lula”) a la presidencia,
choca con un importante rechazo de las clases medias y de las “elites”. Por lo tanto, las campañas
electorales fueron siempre ocasiones para ajustar la imagen política del candidato y del propio partido,
con el fin de hacer posible una victoria electoral.
Gane o no el PT las elecciones, puede preverse un gran debate estratégico. En caso de victoria, la
discusión versará sobre la relación entre gobierno y poder, sobre los límites y las posibilidades de
acción en el marco institucional actual, sobre la posibilidad de incorporación al sistema o de ruptura,
etc. Si “Lula” pierde, luego de que la dirección del partido flexibilizara al máximo sus posiciones
políticas en la perspectiva de una alianza con las patronales y para obtener el apoyo de otros sectores
de la elite tradicional, una etapa de la vida del PT seguramente habrá concluido. Esa nueva situación
favorecería la reaparición de tendencias situadas políticamente más a la izquierda y la eventual salida
de cuadros hacia organizaciones de centro o de centro derecha.
Además de su aspecto económico y social, la pesada herencia de Cardoso se evidencia en la
crisis de la (aún) joven democracia. Desinterés, pérdida de prestigio de lo político, de los gobiernos y
de los partidos permiten presagiar fuertes tasas de abstención en las próximas elecciones.
Sea quien sea el sucesor de Cardoso, el rostro de Brasil ya no será el mismo. Agotado, el modelo
económico sólo sobrevivió gracias a los préstamos del FMI, que aumentaron cada vez más la
fragilidad de la economía, por lo que necesariamente deberá ser modificado. Queda por saber qué
dirección tomará ese cambio: la de modificaciones limitadas (como prometen José Serra, economista,
ex ministro de Salud y delfín de Cardoso, y Ciro Gómes, representante de la “tercera vía”), o la de una
ruptura con las políticas neoliberales, como promete Luiz Inacio da Silva.
Además de la superación de la crisis interna, una victoria de la oposición podría generar una
consolidación del Mercosur, con la creación de una moneda común para sacar a Argentina de su
pantano y, a través de esa alianza, una propuesta de integración latinoamericana alternativa al ALCA,
instrumento de la hegemonía de Estados Unidos.

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Edición Cono Sur, Número 40 - Octubre 2002
Carla Ferreira

En el país de los sin tierra


Mientras que Brasil importa miles de millones de dólares en productos agrícolas, millones de
trabajadores del campo ven negado su acceso a la tierra, que sigue siendo un derecho sólo para una
minoría. Debido al éxodo rural, centenares de miles de campesinos se aglutinan cada año en las favelas
de los grandes centros urbanos. Pero ante la demanda de una reforma agraria, el gobierno sólo
respondió con dilaciones y frente a la movilización de los trabajadores rurales sin tierra, con represión.

“Esta fosa en la que te encuentras


se mide en palmos, es la magra
herencia que la vida te ha dejado.
Es de buen tamaño, ni ancha
ni profunda, es la parte que te toca
de ese latifundio.
No es una gran fosa, es a tu medida,
es la tierra que querías
ver compartida.”1

La imagen de Brasil, segundo país del planeta en concentración de la propiedad de la tierra, se


identifica cada día más con el rostro del trabajador rural sin tierra: mirada dura, reseca por el viento, en el
límite entre la determinación y el desaliento. Las cifras no dan lugar a error en el análisis de la situación.
Sobre un territorio continental de 850 millones de hectáreas, 390 millones son aptas para la explotación
agrícola pero, según el Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria (INCRA), 120 millones
están en barbecho. En este país con cuatro millones de familias desprovistas de tierra, vastas extensiones –
casi el 60% de las superficies rurales– pertenecen a menos del 3% de los propietarios.
Desde la colonia hasta el imperio, pasando por los gobiernos republicanos, la posibilidad de que
semejante cantidad de tierra pudiese facilitar la rápida transformación del esclavo o el obrero agrícola en
pequeño propietario rural preocupó siempre a las élites. En consecuencia, se tomaron las medidas
necesarias para impedir su acceso a la tierra, favoreciendo al mismo tiempo una acumulación restringida a
los círculos de poder.
El trabajador agrícola es, históricamente, el más desfavorecido de todos los trabajadores
brasileños. Se lo dejó a un lado cuando la mano de obra urbana vio reconocidos sus derechos por una ley,
a partir de 1930. Ni siquiera la modernización de la agricultura implementada en los años ’50, que debía
tener por resultado natural el mejoramiento de la calidad de vida de la población rural, contribuyó a
resolver el problema agrario.
La modernización agrícola, entendida como la asimilación de las nuevas tecnologías y el aumento
de la productividad, intentó confundirse –en particular durante los gobiernos militares– con el desarrollo
rural. Pero entre otras cosas, la modernización fue responsable de la exacerbación de las diferencias
regionales. En lo concerniente a las estructuras, creó por un lado un sector extremadamente moderno,
compuesto por alrededor de 500.000 empresas, que garantizan la mayor parte de las exportaciones
agrícolas y el empleo rural. Por otro lado, generó un sector atrasado, compuesto por cerca de 5 millones
de unidades agrarias de diversas dimensiones, que operan con niveles de productividad muy bajos, pero
garantizan buena parte de la producción de alimentos. Además, los datos sobre la violencia revelan que
los conflictos sociales agrarios y sus consecuencias, en muchos casos dramáticas, son justamente más
importantes en las regiones de gran concentración de la tierra; asimismo, éstas son las zonas con el índice
de desarrollo humano más bajo del país.
Política e ideológicamente, las grandes haciendas “modernizadoras” tuvieron por objeto
“legitimar” el latifundio, volviendo productivo determinado porcentaje de la tierra. Por eso,
considerándose justificados, algunos intelectuales y políticos que no pertenecen a los sectores más
conservadores, se sintieron con derecho a preconizar una acepción más estrecha del concepto de función
social de la propiedad y a abandonar la defensa de la reforma agraria.
Olvidan que, en contraste con los latifundios implantados sobre todo en el sur del país, una frágil
agricultura de tipo familiar intenta sobrevivir. Sin el apoyo técnico y financiero del Estado, ésta no
resisitirá la dinámica de concentración. El imperio del gran latifundio, que se desplaza también hacia el
noreste del territorio nacional, explota a ultranza y oprime a la población rural de esa región.
Se trata pues de un grave problema de carácter estructural, estrechamente ligado a lo que se
denomina la “cuestión agraria”. La concentración de la propiedad de la tierra produjo un entramado de
relaciones económicas, sociales, culturales y políticas que producen estancamiento en todas las esferas de
la vida rural y afectan incluso al ejercicio de la democracia en el país. Ese entramado genera un círculo
vicioso de efectos perversos: sistemas agrícolas poco productivos, que devastan la naturaleza, tienen una

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Extracto de la obra dramático del poeta pernambucano Joao Cabral de Mello Neto, Morte e Vida Severina.

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rentabilidad baja y acarrean pobreza; éxodo rural; clientelismo, violencia y analfabetismo. Para los más
pobres y para la agricultura en general, obstaculiza toda posibilidad de desarrollo equilibrado.

Enfrentar los intereses de la elite

Sólo una reforma agraria que siga dos líneas de acción estratégicas –la expropiación del gran
latifundio para instalar allí a los sin tierra y el apoyo a la viabilidad técnica y financiera de la agricultura
de tipo familiar– constituiría una solución. Esos dos tipos de acción permitirían redistribuir las ganancias,
la riqueza y el poder en el campo, obligarían a aumentar el salario de los obreros agrícolas y a hacer
progresar considerablemente la producción de alimentos (con el fin de responder al aumento de la
demanda, resultante de una nueva distribución de las ganancias) y aseguraría la viabilidad de la
agricultura de tipo familiar. Además, permitiría hacer frente con inteligencia al problema del desempleo.
Varios estudios demostraron ya que la reforma agraria es una de las soluciones menos costosas para crear
empleos, con la ventaja suplementaria de aportar soluciones al problema del hambre.
Pero aunque no quepa duda de su necesidad, realizar la reforma agraria implica enfrentar a lo más
atrasado del sistema social brasileño. Los obstáculos que deberá afrontar el hombre de Estado que decida
acometer esa tarea no se limitan a las presiones de las grandes fincas improductivas. Una nueva opción
agrícola repercutirá en los intereses de la elite brasileña asociada a las empresas extranjeras, una tradición
desde el período colonial, puesto que implica influir en la política de exportación, garantizar la soberanía
alimenticia de la nación, contrariar los intereses de las multinacionales y los promotores de las semillas
genéticamente modificadas, controlar la Amazonia, revisar los acuerdos internacionales sobre patentes.
Además, se trata de suspender de inmediato las negociaciones para la implantación del Área de Libre
Comercio de las Américas (ALCA), que propone cláusulas que destruyen toda posibilidad de desarrollo
de una política alimenticia autónoma en el país.
En lugar de tratar a los movimientos sociales del campo, los indígenas, los pequeños agricultores y
los sin tierra como un problema policial, el gobierno que conducirá al país a partir de enero de 2003
deberá comprender que ellos son sus aliados para la promoción del desarrollo rural. Deberá recobrar junto
a ellos la sensatez, el sentido de una relación correcta con la tierra: más que una parcela a ser explotada,
ella es también el espacio de convivencia de los hombres y las mujeres, el lugar de la diversidad biológica
y cultural, la producción, la creación, la democracia y una vida social armoniosa.

9
Dossier "La hora de Sudamérica", Le Monde Diplomatique - Versión Cono Sur - septiembre de
2000
Por L.Bilbao, A. y E. Calcagno y C. Gabetta

Colapsa en Bolivia la estrategia de


Washington
Por primera vez en décadas Estados Unidos encuentra reticencia e incluso franca
oposición al intentar desplegar una estrategia continental. Un cuadro general de crisis
-cuya última manifestación es Bolivia- se expresa en levantamientos populares y
desestabilización política.
El fracaso de la política económica predominante en las dos últimas décadas y sus consecuencias
sobre la población, y el vaciamiento de las instituciones y fragilización extrema de los mecanismos de
ejercicio del poder constituyen el cuadro de situación donde se manifiesta el malestar generalizado de un
amplísimo espectro social, donde se hacen de una ostensible radicalización las nuevas direcciones
políticas, en detrimento de las tradicionales.

La irrupción de Bolivia
Una sublevación de masas sacude a Bolivia desde mediados de septiembre. La Paz, Cochabamba y
Santa Cruz fueron sitiadas durante semanas por columnas indígenas que bloquearon todas las vías de
acceso a estas ciudades, las tres principales del país, mientras se multiplicaban las movilizaciones de
estudiantes, maestros, periodistas y hasta policías en huelga. Gobierno y partidos de oposición quedaron
paralizados. Las fuerzas armadas postergaron una y otra vez la orden de ataque para despejar las rutas y
romper el asedio. Mientras los líderes campesinos advertían que resistirían con las armas en la mano,
grupos de empresarios comenzaron a organizar una fuerza armada civil. Un sector de la central sindical
campesina echó las bases de un nuevo partido político. Otro adelantó su determinación de refugiarse en la
selva y constituirse en fuerza guerrillera.
A comienzos de octubre, una crónica periodística describía con precisión el panorama: "La consigna
"coca o muerte" se convirtió ayer en el pegamento de la alianza de resistencia que conformaron cocaleros,
maestros, campesinos y la Coordinadora Cochabambina. Pese a los desesperados esfuerzos del gobierno
por minar la solidez del bloqueo (…) lo que surgió en la tercera semana de crisis fue que el presidente
Banzer se encuentra en un callejón sin salida. Washington tuvo que reiterar su apoyo al gobierno (…) La
incertidumbre adquirió mayores proporciones con la misteriosa aparición de un supuesto comunicado de
coroneles y generales de las fuerzas armadas que reclaman "una solución política". El comunicado no fue
desmentido por la cúpula castrense. La ola de violencia puede crecer aún más en las próximas horas.
Quince tanquetas avanzan hacia Chapare. Los cocaleros los esperan con hondas y con puentes minados,
como en una guerra".
En ese punto, la fractura entre los indígenas aymaras del altiplano encabezados por Felipe Quispe y
los cocaleros del trópico cochabambino conducidos por Evo Morales permitió a Banzer llegar a un
acuerdo con el primero y terminar con el cerco a La Paz. El precio, demasiado alto para los terratenientes,
fue la derogación de la Ley INRA (Instituto Nacional de Reforma Agraria), promulgada en 1996 a la
medida de los grandes propietarios de tierra y calificada por los campesinos como "la ley maldita". "Si se
ha firmado la abrogación de esta ley, mañana puede, ante nuevas presiones, anularse otra disposición",
dice un tonante editorial titulado "Pésimo precedente". En efecto: la crónica de los días siguientes mostró
al gobierno amenazando cada día con el uso de las fuerzas armadas para despejar el asedio a Cochabamba
y posponiendo una y otra vez la medida.

Los campesinos del Chapare pretenden que la erradicación de la coca se detenga en esa zona,
legalizando la producción medida para cada familia. "En el trópico cochabambino existen sólo 1789
hectáreas de cocales excedentarios. La Fuerza de Tarea Conjunta acantonada en Chimoré, logró erradicar
de enero a la fecha más de 5.700 hectáreas" La negociación dio lugar al despeje pacífico una semana
después, a cambio de la promesa de 80 millones de dólares (aportados por Washington) en fondos para
plantaciones alternativas. Los cocaleros apuntaron en el documento de acuerdo que "mantienen su
posición", consistente en reivindicar el derecho a sembrar coca para uso propio, como lo hacen desde el
fondo de los tiempos. Pocos días más tarde, entrados en acción los equipos destinados a completar la
erradicación de los cocales, los enfrentamientos se reiniciaron y numerosos campesinos fueron detenidos,
mientras se sumaban voces que desde la prensa exigían la entrada en acción de las fuerzas armadas antes
de que volvieran a ser cercadas las ciudades.
Como quiera que continúe en lo inmediato esta lucha frontal, culmina en este punto un largo período
de estabilidad basada en la pasividad y la sumisión, durante el cual Bolivia pareció haber dejado

10
definitivamente en el pasado las grandes luchas sociales que, desde la rebelión de Túpac Katari, a fines
del siglo XVIII, dieron lugar a la revolución obrero-campesina de 1952, las grandes huelgas mineras y los
incontables golpes de Estado.
El antecedente inmediato de esta sublevación está en las masivas movilizaciones de abril pasado en
Cochabamba, conocidas como "la guerra del agua". Aquella confrontación aunó a todas las clases sociales
contra el consorcio Aguas del Tunari -registrado en las islas Caimán e integrado por grandes capitales de
Estados Unidos (50%) Italia y España (25%) y cuatro grupos bolivianos-, que tras apropiarse del servicio
de aguas corrientes pretendía cobrar una tarifa de 35 dólares por mes por el agua a una población que gana
menos de 60 dólares mensuales. La rebelión (con un saldo de 10 muertos, 22 heridos, 135 detenidos, hasta
que el gobierno concedió todo lo que exigía la Coordinadora formada al calor de la lucha) fue, por tanto,
resultado directo de las privatizaciones, en el marco de una sociedad ultrapauperizada luego de dos
décadas de exitosa aplicación de las políticas económicas de ajuste.
Ahora el detonante fue el éxito alcanzado en la erradicación de las plantaciones de coca, que hace de
Bolivia un simple eslabón en la cadena del Plan Colombia. El descontento se tradujo en explosión porque
los partidos y estructuras gremiales, por completo subordinados a los centros de poder económico,
carecen de toda representatividad real y son incapaces de responder a los reclamos de las mayorías. Las
instituciones se mostraron vacías, las fuerzas armadas divididas…
Si cada uno de estos componentes del cuadro boliviano son comunes -con matices, es cierto- a toda
la región, es de suponer que, mutatis mutandi, el cúmulo de éxitos de la política estadounidense durante
los últimos años tenderá a traducirse de manera análoga. "La lucha de los campesinos del trópico de
Cochabamba es ahora contra el gobierno de Estados Unidos y no con el boliviano", afirmó Evo Morales.
¿Cuánto más debe deteriorarse la situación latinoamericana para que se produzca una recomposición
general de fuerzas políticas y sociales, en reemplazo de las que revelan cada día su corrupción e
inutilidad?

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Le Monde diplomatique, Edición Cono Sur Número 53 - Noviembre 2003
Ignacio Ramonet

Bolivia
Liderada por el Movimiento al Socialismo y el Movimiento Indígena Pachacuti, una
insurrección popular obligó el pasado 17 de octubre a renunciar al presidente boliviano
Gonzalo Sánchez de Lozada, representante del neoliberalismo en el país. La denominada
“guerra del gas” culmina así una lucha cuyos últimos hitos fueron el levantamiento de los
cocaleros contra la campaña de erradicación de la coca y la “guerra del agua” en
Cochabamba. El trasfondo es una experiencia de 500 años de saqueo de riquezas naturales
a favor del imperio español primero, hoy de las multinacionales, que nunca modernizó el
país, ni sacó de su miseria secular a la mayoritaria nación amerindia .

Era una democracia perfecta. ¿No respetaba acaso los dos derechos humanos
fundamentales: la libertad de prensa y las libertades políticas? Al parecer, el hecho de
que el derecho al trabajo, a la vivienda, a la salud, a la educación, a la alimentación y
tantos otros derechos igualmente fundamentales hayan sido sistemáticamete pisoteados
no disminuía la “perfección democrática” de este Estado.
En Bolivia, un país con apenas 8.500.000 habitantes que dispone de uno de los
subsuelos más generosos del planeta, un puñado de opulentos acapara desde hace 200
años las riquezas y el poder político, mientras el 60% de la población vive por debajo
del umbral de la pobreza. Los amerindios, mayoritarios, siguen siendo discriminados, la
mortalidad infantil alcanza tasas indecentes, el desempleo es endémico, el
analfabetismo prevalece y el 51% de los habitantes carece de electricidad. Pero eso no
modifica lo esencial: se trata de una democracia.
De modo que cuando el 11 y 12 de octubre últimos por orden del presidente
Gonzalo Sánchez de Lozada el ejército apunta las ametralladoras contra los
manifestantes provocando alrededor de 60 muertos y cientos de heridos, Condolezza
Rice, asesora del Presidente de Estados Unidos, refiriéndose a esa revuelta al dirigirse a
los miembros de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) reunidos en Chicago,
declara que Washington advierte a los manifestantes (¡) contra “todo intento de derribar
por la fuerza a un gobierno democráticamente elegido”.
Recordemos que el 11 de abril de 2002, cuando Hugo Chávez, presidente de
Venezuela democráticamente elegido, fue derrocado momentáneamente por militares que
apoyaban a la patronal y a los grandes medios, Washington se apresuró a reconocer a los
golpistas con el pretexto mentiroso de que Chávez “había ordenado disparar contra su
pueblo”.
“El carnicero”, como apodan ahora los bolivianos a Sánchez de Lozada, buscó
naturalmente refugio en Miami el 17 de octubre, sin que Estados Unidos se proponga
llevarlo ante la justicia por crímenes contra la humanidad.
¿Por qué lo haría? Ministro de Planeamiento de 1986 a 1989, Sánchez de Lozada,
aconsejado por el economista Jeffrey Sachs, había sometido a su país a una “terapia de
shock”, de acuerdo con los deseos de Washington: una política que tuvo como
consecuencia el despido de decenas de miles de asalariados del Estado. En ocasión de su
primer mandato (1993-1997), este presidente ultraliberal, uno de los hombres más ricos
de su país, aceptó, siempre bajo la presión de Estados Unidos, aplicar un programa de
erradicación de la coca responsable de la ruina de cientos de miles de agricultores, sin
otra solución de supervivencia, quienes desde entonces se encuentran en estado de
revuelta permanente. Además inició la privatización de todo el patrimonio del Estado:
ferrocarriles, minas, petróleo, electricidad, teléfonos, empresas aéreas, agua, a favor de
empresas mayormente estadounidenses.
La privatización de la distribución del agua en la ciudad de Cochabamba a favor de
la estadounidense Bechtel (una de las grandes beneficiarias del programa de
privatización integral de Irak que llevan a cabo actualmente las autoridades de
ocupación), había dado lugar en abril de 2000 a una insurrección que se saldó con la
partida de Bechtel, la marcha atrás del gobierno y la renacionalización del agua.

12
Estos dos conflictos, el de los cocaleros y el de Cochabamba, dieron lugar a la
emergencia de un dirigente popular fuera de norma: Evo Morales. Indio aymara de 42
años, autodidacta, dirigente sindical, conduce desde hace alrededor de veinte años al
sector más reivindicativo, el de los campesinos arruinados por la erradicación de la
coca.
A escala latinoamericana y entre los altermundialistas, Evo Morales, figura
prominente de un movimiento indigenista que se manifiesta con fuerza en Ecuador,
Perú, Chile y Paraguay, se ha convertido en un personaje muy popular. Él y su
organización, el Movimiento al Socialismo (MAS), junto con otro dirigente indígena,
Felipe Quispe, del Movimiento Indígena Pachacuti (MIP), lideraron la ofensiva contra
la política neoliberal de Sánchez de Lozada y su aliado socialdemócrata Jaime Paz
Zamora. Una política que a través de un grupo de multinacionales se proponía privar al
país de sus reservas de gas vendiéndolas a bajo precio a Estados Unidos, y que en
última instancia es lo que provocó la explosión.
El hartazgo de los indígenas bolivianos se funda en siglos de experiencia histórica.
La exportación de las riquezas naturales (plata, estaño, petróleo) nunca mejoró la
situación de los pobres ni permitió la modernización del país. Lo mismo que en Ecuador
en enero de 2000 contra el presidente Jamil Mahuad; en Perú en noviembre de 2000
contra el presidente Alberto Fujimori; en Argentina en diciembre de 2001 contra
Fernando de la Rúa, la población boliviana, al destituir a Sánchez de Lozada, rechaza
un modelo económico que en toda América Latina agravó la corrupción, arruinó a las
poblaciones e incrementó la exclusión social.

13
Le Monde diplomatique Edición Cono Sur Número 53 - Noviembre 2003
Walter Chávez

Bolivia, una revolución social democrática


La insurrección aymara y quechua, que acabó concitando la adhesión de trabajadores
y clases medias y provocó la fuga del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, marca un
hito en la lucha contra el neoliberalismo que libran la mayor parte de las sociedades
en América Latina. La población indígena se constituye en el eje de una revuelta
popular masiva, con propósitos políticos precisos y una estrategia de poder.

En abril de 2002 la “guerra del agua” expulsó del país a la transnacional


Bechtel, que intentaba subir las tarifas del agua potable en Cochabamba1 y en enero
de 2003 un levantamiento popular en La Paz acabó con el “impuestazo” a los sueldos
propuesto y exigido por el Fondo Monetario Internacional para rebajar el déficit
fiscal que, de acuerdo a datos oficiales, en Boliva bordea el 8,5%.
Estos dos momentos de resistencia al modelo neoliberal preanunciaban ya la
insurrección popular que el viernes 17 de octubre pasado echó del gobierno a
Gonzalo Sánchez de Lozada, el empresario minero, líder del Movimiento
Nacionalista Revolucionario (MNR), que en junio de 2002 ganó las elecciones
generales que le abrieron la posibilidad de gobernar por segunda vez el país
altiplánico.
Es inevitable comparar la salida de Sánchez de Lozada con la de Jamil Mahuad
en Ecuador, o la de Fernando de la Rúa en Argentina, ambos desalojados del poder
por una explosión de descontento popular. Para Bolivia, Gonzalo Sánchez de Lozada
significó el punto más alto del período neoliberal; su momento más agresivo y
también más lúcido. Además, la insurrección boliviana es el resultado de una
acumulación y politización del movimiento social, con reivindicaciones que van más
allá de la mera renuncia del Presidente y que buscan la liquidación de la ortodoxia
neoliberal y la consecución de un nuevo pacto social, a través de una Asamblea
Constituyente.
Hijo de un empresario boliviano que llegó a ser asesor de Nelson Rockefeller,
Gonzalo Sánchez de Lozada se educó en Estados Unidos y, después de amasar
fortuna en la minería, en 1979 ingresó en la actividad política, dispuesto a introducir
en Bolivia la “modernidad” neoliberal. Buscó un partido histórico, el MNR, organizó
un entorno de expertos en economía y revolucionó los métodos del análisis y la
acción política del país mediante el empleo de encuestadores y especialistas en
marketing político, siempre estadounidenses. Primero fue elegido diputado por el
departamento de Cochabamba, luego ministro de Planeamiento del gobierno de
Víctor Paz Estenssoro (1985-1989), encargado de dar el giro neoliberal a la
economía y sociedad bolivianas. Su plan de gobierno, llamado “El Plan de Todos”,
prometía elevar el crecimiento de la economía al 10% anual; crear 500 mil nuevos
empleos –lo que equivalía a reducir prácticamente a cero el desempleo; atraer
inversión extranjera productiva mediante la privatización de las empresas estatales
(telecomunicaciones, transportes, hidrocarburos, etc.), reformar los sistemas de
pensiones e implementar reformas en la justicia y la educación. Es decir, un giro
neoliberal completo.
Ese programa estuvo sustentado por una enorme ofensiva ideológica sostenida
por analistas, politólogos e intelectuales que convalidaron ante la sociedad el modelo
neoliberal. Fueron estos ideólogos, agrupados en fundaciones, ONGs y el sistema
mediático, los que de alguna manera sostuvieron conceptualmente la viabilidad del
modelo, aun cuando a partir de 1998 se hace evidente que la economía boliviana
atravesaba por una grave crisis. En efecto, el gobierno de Sánchez de Lozada nunca
pudo cumplir las metas de crecimiento, no creó empleos y la privatización empezó a
ser cuestionada por haber atraído capital especulativo y hasta corrupto, que enviaba
el poco excedente al exterior, sin beneficiar en nada al país.
Es así que en el año 2000 comienza a despertar el descontento popular, cuando
comienzan los bloqueos en el altiplano para exigir mayor atención en salud,
educación y desarrollo de parte del Estado y el pueblo de Cochabamba declara la
“guerra del agua” a la Bechtel por haber subido imprevistamente las tarifas del agua
potable, logrando que esa compañía abandone el país. Aquella fue la primera vez que
se rechazó al capital transnacional. “Hemos logrado un triunfo histórico sobre la
globalización”, dijo entonces Óscar Olivera, líder de la Coordinadora del Agua.

14
Las cifras macroeconómicas justificaban holgadamente la rebeldía popular. Los
15 años de neoliberalismo habían favorecido a una elite empresarial y política y al
capital extranjero, pero la economía nacional se había estancado y en algunos casos
había retrocedido de manera alarmante. En 2002 las exportaciones bolivianas
alcanzaban los 1.300 millones de dólares; cifra exactamente igual a la de 1980. El
ingreso per cápita de los bolivianos era de 940 dólares al año en 1980; en 2002 fue
de 960 dólares. Lo que no permaneció estancado fue el índice de desempleo, ni el de
la pobreza. Según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), el 58,6% de los
bolivianos es pobre y en el campo esta cifra se vuelve escalofriante: el 90% vive
bajo la línea de pobreza. Según el Informe de Desarrollo Humano del Programa de
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) para 2003, en el área rural los
pobladores subsisten con menos de un boliviano al día (10 centavos de dólar). De los
8 millones de pobladores de Bolivia, 3,8 millones son campesinos8. Esto explica el
grado de combatividad de los movimientos sociales, conformados principalmente por
gremios y sindicatos campesinos, que fueron los que sostuvieron las movilizaciones
y bloqueos desde 2000 hasta la renuncia de Sánchez de Lozada.

15
La insurrección popular
Al asumir su nuevo período de gobierno en agosto de 2002, y ante la parálisis de
la economía, Gonzalo Sánchez de Lozada encuentra que el único modo de recomponer
el modelo es favoreciendo la exportación del gas natural, del que en los últimos años
se descubrieron enormes yacimientos que hacen de Bolivia la segunda reserva –después
de Venezuela– del continente.
En 1997, dos días antes de concluir su primer período presidencial, Sánchez de
Lozada firmó un decreto –Nº 24.806– por el cual el gas boliviano pasó a ser propiedad
de las empresas transnacionales, que conformaron el consorcio Pacific LNG (la
española Repsol YPF, British Energy y Panamerican Energy), por lo tanto Bolivia sólo
podría beneficiarse con las regalías que deje la explotación y exportación. Desde
entonces, el Estado sólo dispone de la facultad de elegir la manera y el lugar por dónde
exportar el gas (el decreto fue recusado ante el Tribunal Constitucional por el MAS, y
aunque hasta ahora aquél no se ha pronunciado, los últimos acontecimientos podrían
reflotar la recusación).
En este contexto, Sánchez de Lozada emprende una serie de negociaciones con el
consorcio Pacific LNG para enviar el gas a Estados Unidos vía Chile. Ahí mismo
comenzaron a agitarse las fibras del nacionalismo boliviano, pues Chile tiene una
deuda histórica con Bolivia desde que en la guerra del Pacífico (1879) le arrebatara sus
costas, privándola del acceso al mar.
Es en este punto que los movimientos sociales y partidos de la nueva izquierda
encuentran por primera vez un objetivo común en el cual centrar su lucha: la exigencia
de que la propiedad de los hidrocarburos vuelva a manos del Estado y la no
exportación por Chile, ni para Chile, del gas natural. Este es el origen de la llamada
“guerra del gas”. De manera conexa –e incluso anterior a esta demanda– los
movimientos sociales y la nueva izquierda exigieron insistentemente al gobierno de
Sánchez de Lozada la convocatoria a una Asamblea Constituyente para redactar una
nueva Carta Magna: “Con ello pretendemos cambiar al modelo neoliberal desde sus
raíces y, a la vez, enmendar definitivamente el pacto social que hoy no cubre
suficientemente toda la realidad social ni cultural del país”.
La estrategia del gobierno de Sánchez de Lozada, explicada en las reuniones de
gabinete, es no actuar; dejar “que los bloqueadores se rindan por cansancio”. Pero la
revuelta crece, el paro de El Alto es contundente, impide la llegada de combustibles y
alimentos a La Paz, ante lo cual el gobierno ordena la toma militar de la ciudad
Aymara. El sábado 11 y el domingo 12 de octubre prácticamente se combate calle por
calle, pero la superioridad numérica y logística del ejército no puede con la
organización de los vecinos, que resisten con palos y piedras, aunque sin causar bajas a
las fuerzas militares. La totalidad de los muertos de aquellas dos jornadas es civil (más
de 30), exceptuando un soldado que habría sido asesinado de un disparo en la cabeza
por un capitán de la Fuerza Aérea, cuando se negó a disparar contra el pueblo18.
En lugar de hacer retroceder al pueblo aymara, la masacre lo une más aun y la
guerra del gas se amplía al principio tímidamente a Potosí, donde los ayllus se pliegan
a la “guerra civil” y marchan sobre la sede de gobierno; a las comunidades de Sucre y
Cochabamba y a las zonas pobres de La Paz. El ejército responde el lunes 13 con un
nuevo baño de sangre: 30 muertos y cientos de heridos de bala, esta vez ya en el centro
y zonas periféricas de La Paz.
Ese fue el último acto de fuerza que toleró el conjunto de la sociedad boliviana.
En la tarde del miércoles 15 las clases medias, que permanecían al margen de los
conflictos sociales, se movilizan, declaran la huelga de hambre general y apoyan el
pedido de renuncia del Presidente. Este hecho es relevante, pues hasta ese momento el
conflicto estaba polarizado entre las cúpulas de los partidos tradicionales que
sostenían al gobierno y los movimientos sociales, reprimidos por el ejército sin
contemplaciones. El impacto político de este desarrollo de los acontecimientos es
decisivo, toda vez que los líderes de clase media que encabezaron la huelga habían
apoyado o tolerado pasivamente la imposición del modelo neoliberal durante la década
del ’90.
En dos días se abren decenas y decenas de piquetes de huelga en todas las iglesias
del país. Sánchez de Lozada, que ya había abandonado el Palacio de Gobierno, se
atrinchera en la residencia presidencial –más cercana a los barrios residenciales– y
envía mensajes confusos, mientras la protesta avanza. Miles de campesinos y mineros
avanzan sobre La Paz para definir la “guerra civil” y en el ámbito urbano las clases
medias se confunden con los indígenas mientras corean “que se vaya el asesino”.

16
Por otra parte, aun siendo artífices del recambio presidencial, ni el MAS, ni el
MIP, ni la Confederación Obrera Boliviana (COB), ni los mineros asumieron cuotas de
poder en el nuevo gobierno, sino que prefirieron quedar al margen y en estado de alerta
permanente para ver si es que Carlos Mesa, el sucesor constitucional de Sánchez de
Lozada, es capaz de frenar la ortodoxia neoliberal, recuperar el gas y convocar a una
Constituyente.
¿Entonces, qué ganaron los insurrectos? Empujar a las elites (Mesa es miembro de
ellas y declarado liberal en asuntos de política y economía) a acabar ellas mismas con
el modelo y con la exclusión social. Interpretando esta aspiración, en el mensaje que
dio al jurar como presidente, Mesa prometió ante el Parlamento que convocará a un
referéndum vinculante para determinar si se exporta o no el gas; que modificará la ley
de hidrocarburos –el mecanismo mediante el cual se podrá revertir la propiedad del gas
para Bolivia y, en un plazo prudente, convocar a una Asamblea Constituyente. El día
martes 21 reafirmó esta promesa ante unos 5 mil campesinos aymaras, agregando “si
no cumplo, me pueden echar a patadas”.
La inhibición de los movimientos sociales de tomar parte en este nuevo gobierno
está claramente influenciada por el discurso mediático difundido fuera y dentro de
Bolivia por el viejo orden, del que participa activamente la embajada de Estados
Unidos. “Un gobierno con cocaleros, aymaras y los retazos de los partidos políticos
tradicionales fácilmente sería estigmatizado como narcoterrorista, boicoteado desde
fuera y desde adentro para llevarlo a una bancarrota en la administración y luego ir a
nuevas elecciones para recomponer el modelo desde el centro, con las clases medias
que siempre son tibias. Nosotros no tenemos que desesperarnos, tenemos que ir
cerrando etapas, lo nuestro sigue siendo un anuncio continuo de lo que puede venir,
una acumulación permanente que terminará con un gobierno legítimo de esta nueva
izquierda, logrado por la vía democrática electoral”.

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Edición Cono Sur, Número 70 - Abril 2005
Walter Chávez, Miguel Lora

La disputa por los hidrocarburos


El 6 de marzo pasado, el presidente Carlos Mesa presentó su renuncia ante el Congreso aduciendo un estado
de ingobernabilidad del país. Más que nunca, la tesis de la existencia de dos Bolivias retomaba vigencia en un
escenario marcado por dos visiones antagónicas acerca de cómo el Estado nacional debería encarar la
explotación y comercialización de sus recursos naturales, especialmente la gestión de los hidrocarburos.

Desde la fundación de la República (1825) hasta hoy, Bolivia se ha articulado con


el mercado exterior, básicamente como país exportador de materias primas. Según el
economista Carlos Villegas, "este proceso primario exportador -con precios fijados de
acuerdo a las fluctuaciones del mercado mundial- construyó un circuito perverso en
términos de no dejar bases sólidas para la generación de empleo y de ingresos para la
mayoría de la población y, en consecuencia, para la reducción de la pobreza". Así fueron
surgiendo y agotándose los ciclos de explotación de la goma, la plata y el estaño, hasta
llegar al auge del gas, "la última riqueza natural de Bolivia, su última oportunidad",
como consideran hoy los analistas.
Hasta 1997, Bolivia contaba con reservas hidrocarburíferas suficientes para
abastecer su mercado interno y para exportar en pequeñas cantidades. Yacimientos
Petrolíferos Fiscales de Bolivia (YPFB) -fundada en 1936- era la entidad encargada de
explotar y comercializar este recurso. Un buen porcentaje de las ganancias de este ente
público era entregado al Estado central para financiar, principalmente, el gasto corriente
de los diversos gobiernos. Se calcula que sólo entre 1985 y 1996 (año de la privatización
del sector), YPFB entregó al Tesoro General de la República un total de 3.812 millones
de dólares 1 . El sector hidrocarburífero era pues la "caja chica" del Estado, pero a costa
de rezagarse tecnológicamente y de dedicarse a actividades plenamente extractivas, sin
invertir en nuevas exploraciones. Esta situación fue muy bien aprovechada por el primer
gobierno del neoliberal Gonzalo Sánchez de Lozada (1993-1997), quien desató una
fuerte campaña para demostrar la inviabilidad de la empresa pública y la necesidad de
entregar el sector a manos privadas. En realidad, no se trató sólo de los hidrocarburos,
ya que Sánchez de Lozada privatizó casi todas las empresas públicas importantes: los
ferrocarriles, los servicios de luz y agua, la telefonía, la línea aérea de bandera y, por
supuesto, los hidrocarburos.
Para ello fue necesaria una serie de reformas jurídicas e impositivas, de modo de
hacer "atractivas" a las empresas nacionales ante la inversión extranjera, por lo que se
promulgó un conjunto de leyes que flexibilizaron todo el aparato jurídico nacional (la
Constitución no admite que empresas privadas detenten la propiedad de los recursos
naturales del país). La Ley de Capitalización -que fue la ley privatizadora específica- y
la Ley de Hidrocarburos, entre otras, fueron clave. El contexto favorable a la inversión
extranjera ya había comenzado con la Ley de Inversiones, promulgada por el gobierno de
Jaime Paz (1989-1993) que establecía una homologación tributaria para las empresas
nacionales y extranjeras, el libre flujo de capitales y libertad para enviar remesas fuera
del país.
A partir de 1996, una media docena de empresas transnacionales arriban a Bolivia y
otras que ya estaban operando consolidan sus posiciones. Las más importantes son BG
(British Gas) Bolivia; Chaco S.A. (constituida por la empresa holandesa Amoco
Neetherlands Petroleum Company); Pluspetrol (empresa argentina que opera desde
1990); Total Exploration Production Bolivie (Total EPB; subsidiaria de la francesa Total
Fina ELF); Petrobras (Brasil); Pecom Energía S.A. (Argentina); Repsol YPF (española,
con tres subsidiarias: Andina S.A., Maxus Bolivia y Repsol Gas); Shell y Transredes
(consorcio constituido por Petrobras, Shell y Enron para el transporte de gas a Brasil).
Entre 1996 y 2002, estas empresas invirtieron en el sector hidrocarburífero una suma
total de 2.500 millones de dólares 2 .
Nuevo mapa energético
En 1997 se produce una serie de descubrimientos de reservas de gas natural que
redibujan el mapa energético de la región y sitúan a Bolivia como una potencia gasífera
en Sudamérica. De los 151,9 trillones de pies cúbicos (TCF) que existen en la región, el
36% es boliviano 3 ; el 24,2% argentino; el 13,2% venezolano; el 8,5% peruano y el
17,8% de Trinidad y Tobago. Es a partir de esta nueva realidad que el consorcio Pacific
LNG (BG Bolivia, Repsol y Panamerican Energy) proyecta exportar el gas natural
boliviano a Estados Unidos y México, tomando un puerto chileno como salida al
Pacífico.

18
Si bien las críticas a las privatizaciones se venían acentuando desde 2000, fecha en
que los movimientos sociales empiezan a retomar fuerza y a emerger como nuevos
actores políticos que cuestionan el modelo vigente (y puntualmente al proceso
privatizador, que no aportó el crecimiento de hasta el 11% anual prometido por Sánchez
de Lozada), es el proyecto de exportación del gas vía Chile el que desata la verdadera
tormenta política en Bolivia, para pasar en una segunda etapa, la actual, a una disputa
franca por el control del excedente de la explotación de los hidrocarburos.
La oposición a una salida de los recursos por un puerto chileno puede explicarse
brevemente: a partir de 1870, empresas chilenas obtuvieron concesiones para la
explotación de guano y salitre en las costas bolivianas de Atacama y Antofagasta; unos
años más tarde el ejército chileno ocupa esas provincias y comienza la llamada Guerra
del Pacífico, que finalmente privaría a Bolivia de su salida soberana al océano. Aunque
los liberales bolivianos -que tenían intereses comerciales con Chile- firmaron en 1904
un tratado que daba fin a los problemas limítrofes y territoriales entre ambos países,
Bolivia nunca renunció realmente a sus territorios usurpados.
Tal es el contexto histórico-político que explica la "guerra del gas". Los sucesivos
gobiernos neoliberales de Sánchez de Lozada, Hugo Banzer Suárez y Jorge Quiroga
Ramírez 4 pretendían firmar un acuerdo con Chile para permitir que el consorcio Pacific
LNG exportara el gas boliviano por un puerto chileno, pero nunca dieron el último paso
por temor a una insurrección popular; hecho que finalmente le tocó enfrentar a Sánchez
de Lozada en octubre de 2003 y que acabó con su gobierno 5 .
Carlos Mesa asumió el mismo día en que Sánchez de Lozada huyó a Estados
Unidos. En su primer mensaje a la nación prometió un referéndum para que los
bolivianos decidan sobre la exportación del gas natural, una nueva ley de hidrocarburos
y la convocatoria a una Asamblea Constituyente. El referéndum efectivamente se realizó
el 18-7-03, pero ya los movimientos sociales -aunque divididos y enfrentando una
recomposición conservadora desde el Oriente boliviano- avanzaron en sus posiciones
políticas. Así, las cinco preguntas propuestas por el Presidente para el referéndum
tuvieron que tratar, además, el tema de la propiedad de los hidrocarburos en boca de
pozo y el aumento de las regalías y los impuestos hasta "en un 50%".
Pero el referéndum prácticamente dividió a los movimientos sociales; el MAS,
dirigido por Evo Morales, apoyó cerradamente a Mesa y el referéndum; mientras que la
Central Obrera Boliviana (COB), la Confederación Sindical Única de Trabajadores
Campesinos de Bolivia (CSUTCB), las Juntas Vecinales de El Alto -la ciudad cuya
combatividad fue decisiva para obligar a huir a Sánchez de Lozada- exigieron la
nacionalización. Esta división poco a poco fue debilitando al movimiento social y el
gobierno de Carlos Mesa fue virando hacia una posición más ortodoxa: respetar la
inversión extranjera y seguir las recomendaciones de los organismos crediticios
internacionales. Mesa llegó a proponer un proyecto de ley de hidrocarburos "que no
satisface en lo más mínimo las exigencias de los movimientos sociales", según sentenció
Evo Morales.
La lucha por la renta
El negocio energético en Bolivia genera entre 1.400 y 1.500 millones de dólares
cada año. Aproximadamente 860 millones por la explotación de gas natural; 106
millones por GLP (gas licuado de petróleo) y 460 millones por la producción de petróleo
condensado y gasolina. La discusión actual -que disparó la crisis política- gira en torno
a qué porcentaje de esos recursos debe ir a las arcas del Estado. Se calcula que el
proyecto de Ley de Hidrocarburos del presidente Mesa aseguraría 151 millones de
dólares anuales; la propuesta alternativa del presidente de la Cámara de Diputados,
Mario Cossío, algo más de 500 millones, y la de la Comisión de Desarrollo Económico
de la Cámara de Diputados (apoyada por el MAS y los movimientos sociales), entre 700
y 750 millones 6 .
La propuesta de Mesa mantiene el régimen de regalías en 18% e incluye un
Impuesto Complementario a los Hidrocarburos (ICH) del 32%, deducible, progresivo -se
aplicaría gradualmente hasta el año 2012- y diferenciado en función al tamaño de los
campos y al volumen de producción.
Esta propuesta implicaría una recaudación de 373 millones de dólares; 280 millones
por regalías y participaciones y 93 millones por recaudación de ICH. A ese total se
deben restar las deducciones del Impuesto a las Utilidades Específicas (IUE), que suman
30 millones; la supresión del Impuesto Especial a los Hidrocarburos y sus Derivados
(IEHD), 140 millones, y los Certificados de Devolución Impositiva por Exportaciones
(Cedeim) 7 que significan 52 millones. Es decir que, restando todas las deducciones, el
Estado percibiría 151 millones de dólares.
Según la propuesta del Ejecutivo, el cobro de impuestos depende del volumen de
producción. Si se consideran los actuales niveles, la mayoría de los campos no pagaría
más de 5% de ICH. Por eso el proyecto de ley de Mesa está orientado a que Bolivia

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permita la explotación intensiva del recurso y su exportación en altos volúmenes, ya que
sólo así se beneficiaría el país.
Por su parte, el proyecto de la Comisión de Desarrollo Económico de Diputados,
defendido por el MAS, intenta aumentar el IUE-Remesas al Exterior de 12,5 a 25%, lo
que significaría 43,4 millones de dólares. Si se cobrara a las petroleras el Impuesto a las
Transacciones (IT) (3%) se recaudarían 16,3 millones de dólares adicionales 8 . De
mantenerse el IUE sin compensar con otro impuesto se recaudarían 27,9 millones de
dólares más. En total se calcula en 87,5 millones de dólares adicionales a los más de 600
millones que quedarían si las regalías se incrementan del 18 al 50%.
El MAS justifica la corrección del sistema basándose en el Artículo 27º de la
Constitución Política del Estado, que establece los principios de generalidad y
universalidad de tributos, e insiste en cobrar 50% en regalías porque las petroleras
demostraron suficiente capacidad administrativa para maquillar sus cuentas financieras,
burlar los controles estatales y exhibir ganancias por debajo de lo real para pagar menos
impuestos. Entre 1998 y 2002, Repsol pagó 4,3 millones de dólares como promedio
anual, mientras que Amoco canceló 5,2 millones de dólares. Si ahora no quieren pagar el
IT de 3% y si enfrentan juicios contenciosos por evasión de más de 80 millones de
dólares al 31-12-03, ¿las petroleras pagarían el 32% de ICH propuesto por el gobierno?,
se pregunta Guillermo Aruquipa, asesor de la Comisión de Desarrollo Económico de la
Cámara de Diputados.
La idea del MAS y los movimientos sociales es lograr que la mitad del dinero que
genera el negocio energético se quede en Bolivia. Además, el proyecto de ley apoyado
por el MAS propone otras medidas que en la práctica restringen las ventajas que las
petroleras adquirieron con la privatización, como la recuperación de la propiedad en
boca de pozo, el derecho de las comunidades indígenas a decidir si los yacimientos que
se encuentran en sus territorios pueden o no ser explotados o la obligatoriedad para que
las transnacionales firmen nuevos contratos con el Estado.
Hasta el 6 de marzo pasado, el MAS prácticamente había logrado imponer su
proyecto de ley en la Cámara de Diputados. Pero la renuncia del presidente Mesa -en la
que denunció que esa ley sería "confiscatoria"- crispó el escenario y las clases medias,
los empresarios y las élites unieron fuerzas alrededor del presidente para obligar a los
parlamentarios a reconsiderar el tratamiento de la ley. Fue así que emergió con fuerza
una tercera propuesta, la del presidente de la Cámara de Diputados, Mario Cossío, que
fue aprobada en la Cámara de Diputados y a finales de marzo se analizaba en el Senado.
Según las proyecciones, con la fórmula mixta de Cossío el Estado recibiría en el
primer año entre 500 y 600 millones de dólares como renta petrolera. En este caso, el
ICH del 32% se aplicaría al 100% de los hidrocarburos producidos y medidos en el
punto de fiscalización, es decir en boca de pozo, sin posibilidades de deducción,
acreditación o compensación. Que el ICH no sea acreditable significa que no es
considerado un pago adelantado contra el IUE. No compensable implica que no sustituye
a ningún tipo de tributo. No deducible supone que no se resta el pago de ningún otro
impuesto. Sin embargo, las petroleras sí podrían acreditar el ICH en sus casas matrices.
Esta propuesta, considerada "intermedia" entre la ley del MAS y la de Mesa,
también elimina la exención del pago del IT para la comercialización de hidrocarburos y
la devolución de los Cedeim, y garantiza aproximadamente 210 millones de dólares en
regalías y participaciones y 300 millones por impuestos a la producción, lo que sumaría
en total 510 millones de dólares.
La oposición petrolera
Ni la propuesta del MAS ni la intermedia de Cossío son aceptadas por el presidente
Mesa y las petroleras. A través de un comunicado hecho público el 20 de marzo, la
Cámara Boliviana de Hidrocarburos, que acoge como asociadas a las transnacionales
petroleras, denunció que ambos proyectos son "confiscatorios", coincidiendo con Mesa.
Según el delegado presidencial para la capitalización (privatización), Francesco
Zarati, con la propuesta de Cossío Bolivia se quedaría con el 80% de las ganancias y eso
sería confiscatorio. Pero la realidad dice otra cosa: Aruquipa demostró que varias
empresas que operan en Bolivia desde antes de la capitalización pagan el 50% de
regalías y aun así ganan dinero. Por ejemplo, Texaco Explotation Azero Inc. Sun Oil
Bolivia Limited, que opera en el bloque Azero; o Andina, que paga 50% de regalías en
los campos Río Grande, Víbora, Sirari y Yapacaní. Lo mismo Chaco en Carrasco y
Vuelta Grande. También entregan al Estado la mitad de lo que ganan Vintage en el
campo Porvenir; Petrobras en Caranda y Colpa; Pluspetrol en el campo Bermejo; y BG
Bolivia en La Vertiente y La Escondida.
Las petroleras no quiebran, debido a las ventajas de operar en Bolivia. YPFB y
Amoco presentan los costos de producción y de exploración de hidrocarburos más bajos
entre 200 empresas de todo el mundo. El costo promedio para la producción de un barril
equivalente de petróleo es 5,6 dólares a nivel mundial, pero en Bolivia se reduce, en el

20
caso de Repsol, a un dólar y en el de Amoco a 97 centavos de dólar, según la publicación
Global Upstream Performance Review 2003, en la que se basó el ex delegado para la
revisión de la capitalización, Juan Carlos Virreina, para elaborar los informes que le
costaron el cargo en 2004.
Los costos de las privatizadas Chaco y Andina son hasta 74% menores al promedio
de 20 empresas internacionales y sus gastos administrativos, entre 45 y 59% inferiores.
La rentabilidad de Andina llegaría al 36%; la de Maxus al 26%; Total Fina obtendría
31%, mientras que Petrobras lograría 49%; BG Bolivia 19% y Chaco 14%.
Las otras transnacionales asentadas en el país, como British Gas y Shell también se
benefician con bajos costos operativos, de mantenimiento de pozos, infraestructura y
equipamiento. Sin embargo, los precios internos de los hidrocarburos siguen en función
de los índices internacionales.
Con el enemigo en casa
Desde la Independencia, la defensa de los recursos naturales dividió en dos bandos
opuestos a la burguesía rentista aliada al capital extranjero y dueña del poder político, y
a los sectores subalternos. El enfrentamiento de esas dos Bolivias es lo que la doctrina
nacionalista boliviana -con pensadores como Carlos Montenegro o Sergio Almaraz-
denomina la "nación" versus la "antinación". Esa lucha permanente derivó en la primera
nacionalización de los hidrocarburos en 1937, cuando el general David Toro expropió a
la Standard Oil; y en 1969 Alfredo Ovando expulsó a la Bolivian Gulf Oil Company.
Treinta y cuatro años después, el enfrentamiento político nacido a partir de la lucha por
el control de los hidrocarburos vuelve a estallar.
Aunque la resolución 1803 de la Organización de Naciones Unidas (ONU) reconoce
que las naciones tienen el legítimo derecho a la expropiación de sus recursos naturales
cuando ésta se funda en razones o motivos de utilidad pública, de seguridad o de interés
nacional, para Mesa una tercera nacionalización es una "provocación" irresponsable e
inviable, porque violentaría los intereses de las empresas y el Estado no tendría recursos
para operar por sí mismo el negocio energético ni para indemnizar a las petroleras, un
argumento que sobrevive desde que la Standard llegó a Bolivia.
A pesar del referéndum, Mesa mantiene intactos los contratos que Sánchez de
Lozada otorgó a las petroleras y diseña una nueva política energética cuyo fundamento
sigue siendo la venta de gas al norte, "sea como materia prima, sea como producto
industrializado", y de la mano de los mismos oligopolios 9 .
Las salidas dramáticas que Mesa ensayó entre el 6 y el 16 de marzo -renuncia,
intento de adelanto de elecciones y luego su decisión de quedarse a cumplir su mandato-
se explican como un conjunto de medidas desesperadas, destinadas a movilizar a las
clases medias y evitar así que la presión de los movimientos sociales logre la aprobación
de una ley que recorte los privilegios de las petroleras:"él (Mesa) renunció porque no
está dispuesto a encabezar un gobierno que perjudique a las empresas petroleras",
declaró el ex presidente Jaime Paz Zamora.
La Ley de Hidrocarburos se sigue discutiendo en el Senado; el gobierno de Mesa ha
llamado, por enésima vez, a un pacto social y los movimientos sociales han logrado
reunificarse y fortalecerse en la oposición dura. Sin duda la crisis por el control y
usufructo de los beneficios que deja la explotación de los hidrocarburos seguirá
conmoviendo a Bolivia y a la región.

1. Pablo Ramos, "Los recursos hidrocarburíferos en la economía boliviana", en Revista de Sociología, Nº 22, UMSA, La Paz,
2001.
2. Carlos Villegas Quiroga, Privatización de la industria petrolera en Bolivia. Trayectoria y efectos tributarios, Ed. Cides -
UMSA/Cedla/Plural, La Paz, 2004.
3. Hay que precisar que los pozos de gas bolivianos son de secano, en otras palabras que están listos para ser explotados como
gas natural. En cambio en Venezuela las reservas de gas están ligadas a la explotación de petróleo; sólo así son superiores a
las bolivianas, pero su explotación no puede ser inmediata.
4. Todos los pormenores de estas gestiones fueron reveladas por el ex cónsul de Chile en Bolivia Edmundo Pérez Yoma en su
libro Una misión, las trampas de la relación chileno-boliviana, Debate, Santiago de Chile, 2004.
5. Walter Chávez, "Bolivia, una revolución social democrática", Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires,
noviembre de 2003.
6. Guillermo Aruquipa, "Fundamentación de la propuesta de regalías y participaciones del 50% para el Estado boliviano",
Comisión de Desarrollo Económico de la Cámara de Diputados, La Paz, marzo de 2005.
7. La Devolución Impositiva a las empresas exportadoras de hidrocarburos normada por el Artículo 6 de la Ley 1731 representa
para el Estado una deuda de 238,9 millones de bolivianos. El DS 25465 de 1999 indica que los Cedeim son títulos valores
transferibles, con vigencia indefinida y útiles para el pago de cualquier tributo a cargo de la Aduana o del Servicio de
Impuestos Nacionales: IVA, IT, IUE, IUE-RE, IEHD, ICM y Gravamen Arancelario.
8. Las empresas petroleras no pagan el 3% del Impuesto a las Transacciones por la compra y venta de petróleo y gas natural
gracias a la Ley 1731 (25-11-96).
Repsol controla la explotación de reservas en Tarija, participa en el transporte, comercializa, genera y distribuye electricidad en
Argentina y además tiene acciones en el reservorio de Camisea de Perú.

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Documentos
Manifiesto
al pueblo boliviano

Coordinadora Nacional
de Recuperación
y Defensa del Gas
Cochabamba,
octubre 4 de 2003

Unidad ante estado de sitio y autogolpe de estado

El pueblo boliviano, desde abril del 2000, ha establecido con claridad y dignidad que es posible
cambiar las condiciones de vida, que es posible prescindir y derrotar a aquellos que hasta el día
de hoy deciden por nosotros, a espaldas de nosotros y contra nosotros, esos llamados gobernantes
que están ciegos, sordos y torpes ante las demandas de la población. La gente sencilla
y trabajadora ha empezado a escribir, diseñar y construir una nueva democracia, la participativa,
la de las organizaciones de multitudes con dirección colectiva y horizontal, donde las decisiones
sean tomadas por todos, sin que los caudillos o partidos políticos nos den permiso para hacerlo.
Hoy, a raíz del tema del GAS, el pueblo se ha rebelado, está indignado por el manejo
absolutamente antipatriótico y antidemocrático de primero haberse enterado que a través de la
ley de hidrocarburos y el decreto 27. 408 , Sánchez de Lozada ha entregado nuestros
hidrocarburos y recursos naturales y propiedad a las empresas transnacionales, y segundo, en
contubernios con la oligarquía chilena, pretende regalar nuestro GAS, para el potenciamiento
económico y militar de ese país.

A partir del 5 de septiembre de este año, continuando con la construcción de esos espacios de
deliberación y dignidad se estableció la COORDINADORA NACIONAL DE
RECUPERACIÓN Y DEFENSA DEL GAS, como instrumento que posibilite esa tarea que
desde hace años atrás se está impulsando, donde el protagonista de la organización, movilización
y propuestas sea el pueblo boliviano.
La primera muestra de unidad y capacidad movilizadora se demostró el día 19 de septiembre,
cuando más de medio millón de personas, no sólo en las principales ciudades, sino en pueblos y
pequeñas comunidades a lo largo y ancho del país protagonizaron masivas marchas reclamando
el gas para los bolivianos e industrialización.
Desde aquel día los conflictos sectoriales y la lucha por la recuperación se han intensificado y
radicalizado, ahí están los primeros cinco mártires del GAS en Warisata y las múltiples
demandas de sectores que rechazan la política de imposición y empobrecimiento del actual
gobierno.
A todas estas protestas y señales dadas por el pueblo, el gobierno ha contestado con represión y
menosprecio, a esto se ha sumado el pedido generalizado de que los gobernantes se vayan, lo que
en la práctica significa la pérdida de legitimidad del actual gobierno, sumado a esto las últimas
actuaciones de los políticos en la nominación de cargos en el aparato estatal demuestra
la falta total de ubicación de la realidad del país y la indignación de la gente en contra de la
autodenominada “clase política”.
Por eso, desde la Coordinadora Nacional por la Recuperación y Defensa del Gas hacemos un
llamado a todos los sectores, partidos políticos y líderes de los movimientos sociales a establecer
el re-encauzamiento de la UNIDAD en torno al tema del GAS, como única forma de enfrentar
inclusive la posibilidad cierta de un estado de sitio o un autogolpe, como se ha ido denunciando,
UNIDAD sin protagonismos, estableciendo una dirección horizontal, colectiva, solidaria.
Las acciones aisladas, la pretendida unidad con verticalismos y autoritarismos sólo conducirán al
pueblo al precipicio y la confrontación en desigualdad de condiciones, donde el pueblo será
nuevamente el que ponga a sus muertos.
Convocamos de manera vehemente a todos ellos, a todos nosotros, a través de la lucha por el
GAS, a empezar a diseñar y construir un nuevo país. La ASAMBLEA CONSTITUYENTE es el
camino para aquello. Una Asamblea desde abajo, entre todos los excluidos, ignorados y
despreciados, sin la intermediación partidaria, aquella que tanto daño ha hecho al país.
Fuera a aquellos que han demostrado que no sirven para nada y que dejen el paso a la gente
autoorganizada, y que ahora con sus actitudes y medidas están poniendo en riesgo la propia
existencia como nación.

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¡DEFENDER LA DEMOCRACIA!

Comunicado
del Movimiento al Socialismo
13 de octubre de 2003
VIVA LA DEMOCRACIA

Desde abril del 2000, la sociedad civil organizada de múltiples formas ha ido apareciendo en el
escenario público. Sus demandas son de búsqueda de reconocimiento de los derechos civiles,
políticos y sociales.
Así, los más pobres, los excluidos, los marginados, los que andan de a pie, los que siempre
fuimos los gobernados, hemos empezado a reclamar y a defender nuestros derechos.
Desde esa fecha, hemos recuperado dignidad para emitir nuestra voz, levantar nuestras frentes y
decirles a los poderosos: ¡¡NO!! ¡Ya, basta de manoseos y de engaños! ¡Ya, basta de
neoliberalismo! ¡Construyamos un nuevo proyecto de nación y dotemos de carne a nuestra
democracia!
Así, hemos logrado a través de acción en las calles, hacernos escuchar y respetar.
Y, en el calor de las movilizaciones, de las asambleas, de los cabildos, ha emergido la idea de
una Asamblea Constituyente. Donde seamos todos los bolivianos, desbloqueando a los
intermediarios de siempre, los que nos dotemos de un nuevo orden institucional democrático.

MÁS DEMOCRACIA

Asamblea Constituyente para darnos una visión colectiva de país. Es decir, una comunidad
política ¡ahora! para nosotros y nuestros hijos. Además, para de una vez por todas hacer que la
gente se sienta realmente representada por los suyos y no por ajenos.
La Asamblea Constituyente pretende ser el verdadero reencuentro de los bolivianos, en base a
los principios de respeto de los Derechos Humanos: la vida, la libertad, la propiedad, la
participación, la justicia, la elección, la salud, la educación, el bienestar, etc.
Por primera vez, desde el nacimiento de nuestra vida republicana, es la sociedad civil quien
reclama Asamblea Constituyente. Por primera vez, los bolivianos queremos darnos un orden
político donde realmente podamos sentirnos uno y no divididos. Por primera vez, la población
exige que ya no sean unos pocos, las oligarquías de los partidos y los poderosos, quienes decidan
por nosotros y nuestros hijos.

REFUNDAR EL PAÍS

Queremos refundar el país, la política, la democracia con nuestras propias manos: campesinos,
obreros, profesionales, empresarios, nacionalidades y pueblos originarios, todos unidos, un país
para nosotros, para todos. La política es un derecho de todos y no de unos pocos. No se practica
sólo una vez, a través del voto en las elecciones. Se hace todos los días, a través de cualquiera
que emita su opinión, criterio, demanda y/o reivindicación personal o de su colectivo.

REFUNDAR LA DEMOCRACIA

La democracia no sólo son los procedimientos electorales, sino, fundamentalmente, hacer


realidad que los Derechos Humanos se respeten y sean los mecanismos mediante los cuales nos
relacionamos.
En otras palabras, que las instituciones sirvan para hacer cumplir los derechos de las personas y
no, como ahora, que las instituciones sirven para fines particulares, de los pocos, de los que
gobiernan y de los que tienen intereses oscuros.
Esta democracia y política que deseamos no es un ideal irrealizable, una fantasía, es ya una
realidad. Algo de ella ya tenemos ¡y debemos defenderla!
Esta democracia ya comienza hacerse realidad, cuando los que siempre fuimos los excluidos y
marginados empezamos a manifestar nuestra autonomía y aparecemos en diferentes escenarios
reclamando la afirmación de nuestros derechos.
Cada vez que participamos y nos movilizamos, cada vez que le decimos públicamente a los
manoseos ¡NO!, estamos construyendo la nueva democracia.
La democracia sostenida y sustentada en la sociedad civil, en nosotros y para nosotros mismos.
Esta democracia es un peligro para los intereses de los poderosos, de la oligarquía que nos
gobierna. Y, por ello, no dudan en cancelar este escenario a nombre de una supuesta
“democracia” cómoda a sus intereses, donde sólo nos quieren a nosotros callados, sumisos,
serviles y muertos.

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Frente a esos intereses oscuros, mezquinos y manoseadores, ¡defendamos la democracia!
Desenmascaremos a sus verdaderos enemigos: los que sólo se sirven de ella para imponer sus
decisiones e intereses.
Defendamos esta democracia, que desde la revolución del ‘52, los obreros, campesinos, pueblos
y comunidades indígenas, profesionales, mujeres y hombres sencillos, han demandado y
construido con sangre: ¡una democracia incluyente, participativa y emancipadora!
¡No a la democracia de la oligarquía gubernamental!

FUERA GONI, AHORA


¡Viva la democracia!
¡Asamblea Constituyente, Ya!
¡Viva Bolivia!

Resolución de la Confederación
Sindical Única de Tr a b a j a d o r e s
Campesinos de Bolivia
( C SU TCB) y de la dirección
central del Mov i m i e n t o
Indígena Pachakuti (MIP)

CONSIDERANDO:

Que en estos momentos la Nación indígena y Bolivia toda está viviendo días de terror, porque
desde el momento en que iniciamos las movilizaciones, la Huelga de Hambre y los Bloqueos de
Carreteras exigiendo el cumplimiento de los 72 puntos firmados en Pucarani y la Isla del Sol,
fuimos agredidos y asesinados por el “gobierno constitucional de Sánchez de Lozada”, con el
pretexto de “rescatar a los turistas” que se encontraban en Sorata.
Que, después de la masacre de Ilabaya y Warisata, todos los indígenas intensificaron los
Bloqueos y se masificó la Huelga de Hambre, recibiendo del gobierno Carnicero del Goni,
metralla tras metralla, dejando muertos y desaparecidos por centenares, enlutando a la familia de
las naciones originarias del Gran Qullasuyu Marka.
Que la ciudad de El Alto, la metrópoli indígena más grande de Bolivia y la más pobre, se levanta
bajo una sola voz y la fuerza de la desesperación de su pobreza, indignada por el asesinato
cometido a sus padres, hermanos e hijos de las comunidades que son masacrados sin ninguna
consideración.
Que la indignación se ha apoderado de la población, Warisata ha sido el rebalse que reventó la
represa del descontento y la furia contenida, y una sola voz, como reguero de pólvora recorre por
toda Bolivia: LA RENUNCIA DE GONZALO SANCHEZ DE LOZADA A LA PRESIDENCIA
DE LA REPUBLICA.
Que, en este ataque brutal a la población civil de las comunidades de El Alto y la Hoyada, donde
han dejado un centenar de muertos, heridos y desaparecidos al no poder sofocar la sublevación
del pueblo en general, las fuerzas represoras incluso han metido gases en las humildes viviendas
y han disparado a las criaturas, producto de esto han muerto niños de ocho, cinco
años y seis meses.
Que, los destinos de este país estuvieron por 178 años en las manos de esta oligarquía
personificada en la casta política que hasta hoy nos ha gobernado, y para lo único que sirvió fue
para hacer de este Qullasuyu, la Bolivia de hoy, el país más pobre del Continente. Por eso y por
mucho más, el poder debe ser tomado por nosotros para la recuperación de la grandeza
de nuestro Qullasuyu.
POR TANTO, la C SUTCB, como organización matriz de los campesinos indígenas
originarios a nivel nacional, y su brazo político el Movimiento Indígena
Pachakuti, asumiendo su responsabilidad política e histórica, en Reunión de
Emergencia, RESUELVE:

Artículo Único
Nos reafirmamos en nuestra inquebrantable posición de exigir la RENUNCIA
INMEDIATA de Gonzalo Sánchez de Lozada a la Presidencia de la República
de esta mal llamada Bolivia.
Es dado en la ciudad de El Alto, a los catorce días del mes de octubre del año
dos mil tres.
¡¡FUERA EL GRINGO ASESINO DE NUESTRO SUELO SAGRADO!!

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¡¡SOBRE LA SANGRE INDÍGENA DERRAMADA JURAMOS RECUPERAR
NUESTRO PODER!!
¡¡JALLALLA LA MOVILIZACIÓN GENERAL DEL PUEBLO!!
¡¡POR LA MEMORIA DE NUESTROS HÉROES TUPAJ KATARI Y BARTOLINA
SISA!!
¡¡POR EL COMITÉ EJECUTIVO NACIONAL DE LA C SUTCB, POR LA D IRECCIÓN
CENTRAL DEL MIP!!

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