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CUENTOS

INFANTILES
LAGRIMAS DE CHOCOLATE

Camila Comila era una niña golosa y comilona que apenas tenía
amigos y sólo encontraba diversión en los dulces y los pasteles.
Preocupados, sus papás escondían cualquier tipo de dulce que
caía en sus manos, y la niña comenzó una loca búsqueda de
golosinas por todas partes. En uno de sus paseos, acabó en una
pequeña choza desierta, llena de chacharros y vasos de todos los
tipos y colores. Entre todos ellos, se fijó en una brillante botellita
de crital dorado, rellena de lo que parecía chocolate, y no dudó en
bebérselo de un trago. Estaba delicioso, pero sintió un extraño
cosquilleo, y entonces reparó en el título de la etiqueta: "lágrimas de cristal", decía, y con
pequeñísimas letras explicaba: "conjuro para convertir en chocolate cualquier tipo de
lágrimas".

¡Camila estaba entusiasmada! Corrió por los alrededores buscando quien llorase, hasta
encontrar una pequeña niña que lloraba desconsolada. Nada más ver sus lágrimas, estas se
convirtieron en chocolate, endulzando los labios de la niñita, que al poco dejó de llorar.
Juntas pasaron un rato divertido probando las riquísimas lágrimas, y se despidieron como
amigas. Algo parecido ocurrió con una mujer que había dejado caer unos platos y un viejito
que no encontraba su bastón; la aparición de Camila y las lágrimas de chocolate animaron
sus caras y arrancaron alguna sonrisa.

Pronto Camila se dio cuenta de que mucho más que el chocolate de aquellas lágrimas, era
alegrar a personas con problemas lo que la hacía verdaderamente feliz, y sus locas
búsquedas de dulces se convirtieron en simpática ayuda para quienes encontraba entregados
a la tristeza. Y de aquellos dulces encuentros surgieron un montón de amigos que llenaron
de sentido y alegría la vida de Camila.

VALOR EDUCATIVO

Amistad y alegrar a los demás

Idea y enseñanza principal Ambientación Personajes


La mejor forma de conseguir amigos es Un lugar cualquiera Una niña solitaria y
preocuparse generosamente por los demás. hace tiempo golosa

Autor.. Pedro Pablo Sacristan


LA SILLA

Había una vez un chico llamado Mario a quien le encantaba tener


miles de amigos. Presumía muchísimo de todos los amigos que
tenía en el colegio, y de que era muy amigo de todos. Su abuelo se
le acercó un día y le dijo:
- Te apuesto un bolsón de palomitas a que no tienes tantos amigos
como crees, Mario. Seguro que muchos no son más que
compañeros o cómplices de vuestras fechorías.
Mario aceptó la apuesta sin dudarlo, pero como no sabía muy bien
cómo probar que todos eran sus amigos, le preguntó a su abuela. Ésta respondió:
- Tengo justo lo que necesitas en el desván. Espera un momento.
La abuela salió y al poco volvió como si llevara algo en la mano, pero Mario no vio nada.
- Cógela. Es una silla muy especial. Como es invisible, es difícil sentarse, pero si la llevas
al cole y consigues sentarte en ella, activarás su magia y podrás distingir a tus amigos del
resto de compañeros.
Mario, valiente y decidido, tomó aquella extraña silla invisible y se fue con ella al colegio.
Al llegar la hora del recreo, pidió a todos que hicieran un círculo y se puso en medio, con
su silla.
- No os mováis, vais a ver algo alucinante.
Entonces se fue a sentar en la silla, pero como no la veía, falló y se calló de culo. Todos se
echaron unas buenas risas.
- Esperad, esperad, que no me ha salido bien - dijo mientras volvía a intentarlo.
Pero volvió a fallar, provocando algunas caras de extrañeza, y las primeras burlas. Marió no
se rindió, y siguió tratando de sentarse en la mágica silla de su abuela, pero no dejaba de
caer al suelo... hasta que de pronto, una de las veces que fue a sentarse, no calló y se quedó
en el aire...

Y entonces, comprobó la magia de la que habló su abuela. Al mirar alrededor pudo ver a
Jorge, Lucas y Diana, tres de sus mejores amigos, sujetándole para que no cayera, mientras
muchos otros de quienes había pensado que eran sus amigos no hacían sino burlarse de él y
disfrutar con cada una de sus caídas. Y ahí paró el numerito, y retirándose con sus tres
verdaderos amigos, les explicó cómo sus ingeniosos abuelos se las habían apañado para
enseñarle que los buenos amigos son aquellos que nos quieren y se preocupan por nosotros,
y no cualquiera que pasa a nuestro lado, y menos aún quienes disfrutan con las cosas malas
que nos pasan.

Aquella tarde, los cuatro fueron a ver al abuelo para pagar la apuesta, y lo pasaron genial
escuchando sus historias y tomando palomitas hasta reventar. Y desde entonces, muchas
veces usaron la prueba de la silla, y cuantos la superaban resultaron ser amigos para toda la
vida.
El Muñeco de Nieve
Habia dejado de nevar y
los niños, ansiosos de
libertad, salieron de casa
y empezaron a corretear
por la blanca y mullida
alfombra recien formada.
La hija del herrero,
tomando puñados de nie
ve con sus manitas
habiles, se entrego a la
tarea de moldearla.
Hare un muñeco como el
hermanito que hubiera deseado tener se dijo.
Le salio un niñito precioso, redondo, con ojos de carbon y un boton
rojo por boca. La pequeña estaba entusiasmada con su obra y
convirtio al muñeco en su inseparable compañero durante los tristes
dias de aquel invierno. Le hablaba, le mimaba...
Pero pronto los dias empezaron a ser mas largos y los rayos de sol
mas calidos... El muñeco se fundio sin dejar mas rastro de su
existencia que un charquito con dos carbones y un boton rojo. La
niña lloro con desconsuelo.
Un viejecito, que buscaba en el sol tibieza para su invierno, le dijo
dulcemente: Seca tus lagrimas, bonita, por que acabas de recibir una
gran leccion: ahora ya sabes que no debe ponerse el corazón en
cosas perecederas.

Fin
La Gata Encantada
Erase un principe muy admirado
en su reino. Todas las jovenes
casaderas deseaban tenerle por
esposo. Pero el no se fijaba en
ninguna y pasaba su tiempo
jugando con Zapaquilda, una
preciosa gatita, junto a las llamas
del hogar. Un dia, dijo en voz alta:
Eres tan cariñosa y adorable que,
si fueras mujer, me casaria
contigo.
En el mismo instante aparecio en
la estancia el Hada de los Imposibles, que dijo:
Principe tus deseos se han cumplido.
El joven, deslumbrado, descubrio junto a el a Zapaquilda,
convertida en una bellisima muchacha.
Al día siguiente se celebraban las bodas y todos los nobles y
pobres del reino que acudieron al banquete se extasiaron
ante la hermosa y dulce novia. Pero, de pronto, vieron a la
joven lanzarse sobre un ratoncillo que zigzagueaba por el
salon y zamparselo en cuanto lo hubo atrapado. El principe
empezo entonces a llamar al Hada de los Imposibles para
que convirtiera a su esposa en la gatita que habia sido. Pero
el Hada no acudio, y nadie nos ha contado si tuvo que
pasarse la vida contemplando como su esposa daba cuenta
de todos los ratones de palacio

Fin.
El Honrado Leñador
Habia una vez un pobre leñador
que regresaba a su casa despues
de una jornada de duro trabajo. Al
cruzar un puentecillo sobre el rio,
se le cayo el hacha al agua.
Entonces empezo a lamentarse
tristemente: ¿Como me ganare el
sustento ahora que no tengo
hacha?
Al instante ¡oh, maravilla! Una
bella ninfa aparecia sobre las
aguas y dijo al leñador:
Espera, buen hombre: traere tu hacha.
Se hundio en la corriente y poco despues reaparecia
con un hacha de oro entre las manos. El leñador dijo
que aquella no era la suya. Por segunda vez se
sumergió la ninfa, para reaparecer despues con otra
hacha de plata.
Tampoco es la mia dijo el afligido leñador.
Por tercera vez la ninfa busco bajo el agua. Al
reaparecer llevaba un hacha de hierro.
¡Oh gracias, gracias! ¡Esa es la mia!
Pero, por tu honradez, yo te regalo las otras dos. Has
preferido la pobreza a la mentira y te mereces un

premio. Fin.
El Principe y El Mendigo

Érase un principito curioso que quiso un día salir a pasear sin


escolta. Caminando por un barrio miserable de su ciudad,
descubrió a un muchacho de su estatura que era en todo
exacto a él.
-¡Si que es casualidad! -dijo el príncipe-. Nos parecemos
como dos gotas de agua.
-Es cierto -reconoció el mendigo-. Pero yo voy vestido de
andrajos y tú te cubres de sedas y terciopelo. Sería feliz si
pudiera vestir durante un instante la ropa que llevas tú.
Entonces el príncipe, avergonzado de su riqueza, se despojó
de su traje, calzado y el collar de la Orden de la Serpiente,
cuajado de piedras preciosas.
-Eres exacto a mi -repitió el príncipe, que se había vestido, en tanto, las ropas del
mendigo.
Contó en la ciudad quién era y le tomaron por loco. Cansado de proclamar inútilmente su
identidad, recorrió la ciudad en busca de trabajo. Realizó las faenas más duras, por un
miserable jornal.
Era ya mayor, cuando estalló la guerra con el país vecino. El príncipe, llevado del amor a su patria,
se alistó en el ejército, mientras el mendigo que ocupaba el trono continuaba entregado a los
placeres.
Un día, en lo más arduo de la batalla, el soldadito fue en busca del general. Con increíble audacia le
hizo saber que había dispuesto mal sus tropas y que el difunto rey, con su gran estrategia, hubiera
planeado de otro modo la batalla.
-Cómo sabes tú que nuestro llorado monarca lo hubiera hecho así?
Pero en aquel momento llegó la guardia buscando al personaje y se llevaron al mendigo. El príncipe
corría detrás queriendo convencerles de su error, pero fue inútil.
Aquella noche moría el anciano rey y el mendigo ocupó el trono. Lleno su corazón de rencor por la
miseria en que su vida había transcurrido, empezó a oprimir al pueblo, ansioso de riquezas. Y
mientras tanto, el verdadero príncipe, tras las verjas del palacio, esperaba que le arrojasen un pedazo
de pan.
-Porque se ocupó de enseñarme cuanto sabía. Era mi padre.
El general, desorientado, siguió no obstante los consejos del soldadito y pudo poner en fuga al
enemigo. Luego fue en busca del muchacho, que curaba junto al arroyo una herida que había
recibido en el hombro. Junto al cuello se destacaban tres rayitas rojas.
-Es la señal que vi en el príncipe recién nacido! -exclamó el general.
Comprendió entonces que la persona que ocupaba el trono no era el verdadero rey y, con su
autoridad, ciño la corona en las sienes de su autentico dueño.
El principe había sufrido demasiado y sabia perdonar. El usurpador no recibio mas castigo
que el de trabajar a diario.
Cuando el pueblo alababa el arte de su rey para gobernar y su gran generosidad el
respondia:
Es gracias a haber vivido y sufrido con el pueblo por lo que hoy puedo ser un buen rey.

Fin
El Viajero Extraviado
Erase un campesino suizo, de violento
carácter, poco simpático con sus
semejantes y cruel con los animales,
especialmente los perros, a los que
trataba a pedradas.
Un día de invierno, tuvo que aventu-rarse
en las montañas nevadas para ir a recoger
la herencia de un pariente, pero se perdió
en el camino. Era un día terrible y la
tempestad se abatió sobre él. En medio de
la oscuridad, el hombre resbaló y fue a
caer al abismo. Entonces llamó a gritos,
pidiendo auxilio, pero nadie llegaba en su
socorro. Tenía una pierna rota y no podía
salir de allí por sus propios medios.
-Dios mío, voy a morir congelado...
-se dijo.
Y de pronto, cuando estaba a punto de
perder el conocimiento, sintió un aliento cálido en su cara. Un hermoso
perrazo le estaba dando calor con inteligencia casi humana. Llevaba una
manta en el lomo y un barrilito de alcohol sujeto al cuello. El campesino
se apresuró a tomar un buen trago y a envolverse en la manta. Después
se tendió sobre la espalda del animal que, trabajosamente, le llevó
hasta lugar habitado, salvándole la vida.
¿Sabéis, amiguitos qué hizo el campesino con su herencia? Pues fundar
un hogar para perros como el que le había salvado, llamado San
Bernardo. Se dice que aquellos animales salvaron muchas vidas en los
inviernos y que adoraban a su dueño...

Fin
El Pirata malvado
Habia una vez un barco con un pirata malvado y su tripulación. Una isla con un mapa
escondido y un enorme cofre lleno de riqueza enterrado.Y el pirata mas malvado que los
demás quería el mapa y luego el cofre con su llave.

Un día los piratas fueron a buscar comida a la isla y cortaron una palmera llena de cocos y
de repente cayó el mapa.

Luego fueron al barco y le dijieron al capitan cruel y malvado: ha caido el mapa y responde
el capitan:¿como que ha caido? responden: de una palmera, y luego el capitan dice: da
igual, ja ja ja ja es nuestro.

Fueron a la isla y desenterraron el cofre y fueron los piratas mas ricos del mundo pirata.

Fin.
Caperucita Roja

Había una vez una niña llamada Caperucita Roja,


ya que su abuelita le regaló una caperuza roja. Un
día, la mamá de Caperucita la mandó a casa de su
abuelita, estaba enferma, para que le llevara en una
cesta pan, chocolate, azúcar y dulces. Su mamá le
dijo: "no te apartes del camino de siempre, ya que
en el bosque hay lobos".

Caperucita iba cantando por el camino que su mamá


le había dicho y , de repente, se encontró con el
lobo y le dijo: "Caperucita, Caperucita, ¿dónde
vas?". "A casa de mi abuelita a llevarle pan,
chocolate, azúcar y dulces". "¡Vamos a hacer una
carrera! Te dejaré a ti el camino más corto y yo el
más largo para darte ventaja." Caperucita aceptó
pero ella no sabía que el lobo la había engañado. El
lobo llegó antes y se comió a la abuelita.

Cuando ésta llegó, llamó a la puerta: "¿Quién es?", dijo el lobo vestido de abuelita. "Soy
yo", dijo Caperucita. "Pasa, pasa nietecita". "Abuelita, qué ojos más grandes tienes", dijo la
niña extrañada. "Son para verte mejor". "Abuelita, abuelita, qué orejas tan grandes tienes".
"Son para oírte mejor". "Y qué nariz tan grande tienes". "Es para olerte mejor". "Y qué
boca tan grande tienes". "¡Es para comerte mejor!".

Caperucita empezó a correr por toda la habitación y el lobo tras ella. Pasaban por allí unos
cazadores y al escuchar los gritos se acercaron con sus escopetas. Al ver al lobo le
dispararon y sacaron a la abuelita de la barriga del lobo. Así que Caperucita después de este
susto no volvió a desobedecer a su mamá. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

FIN
Los Tres Cerditos
En el corazón del bosque vivían tres cerditos que
eran hermanos. El lobo siempre andaba
persiguiéndoles para comérselos. Para escapar del
lobo, los cerditos decidieron hacerse una casa.

El pequeño la hizo de paja, para acabar antes y


poder irse a jugar. El mediano construyó una casita
de madera. Al ver que su hermano pequeño había
terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él. El
mayor trabajaba en su casa de ladrillo.- Ya veréis lo
que hace el lobo con vuestras casas- riñó a sus
hermanos mientras éstos se lo pasaban en grande.

El lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió


hasta su casita de paja, pero el lobo sopló y sopló y la casita de paja derrumbó. El lobo
persiguió también al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su hermano
mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó. Los dos cerditos salieron
pitando de allí. Casi sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del
hermano mayor. Los tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas.

El lobo se puso a dar vueltas a la casa, buscando algún sitio por el que entrar. Con una
escalera larguísima trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito
mayor puso al fuego una olla con agua. El lobo comilón descendió por el interior de la
chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó. Escapó de allí dando unos
terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que nunca jamás quiso comer
cerdito.

FIN
Cenicienta
El padre de Cenicienta, viudo, se casó con una mujer con dos hijas. Al morir él, llenas de
envidia por su dulzura y belleza, la tratan con gran desprecio y le obligan a hacer las tareas
más sucias; pero ella sigue manteniéndose dulce y serena. El príncipe organiza un baile
para buscar esposa pero a pesar de ser su mayor ilusión, la madrastra impide asistir a
Cenicienta. Mientras llora aparece su hada madrina, que la transforma en una princesa para
ir al baile, advirtiendo que el hechizo se deshará a medianoche. Cenicienta y el príncipe se
enamoran y bailan sin parar, pero al dar la medianoche Cenicienta sale corriendo,
perdiendo uno de sus zapato. El príncipe decide probárselo a todas las jóvenes y casarse
con aquella a quien le sirva. Y a pesar de los malvados intentos de la madrastra y sus hijas,
finalmente el zapato le sirve a Cenicienta, que se casa con el príncipe.
Patito Feo
En una hermosa mañana primaveral, una hermosa y fuerte pata empollaba sus huevos y
mientras lo hacía, pensaba en los hijitos fuertes y preciosos que pronto iba a tener. De
pronto, empezaron a abrirse los cascarones. A cada cabeza que asomaba, el corazón le latía
con fuerza. Los patitos empezaron a esponjarse mientras piaban a coro. La madre los
miraba eran todos tan hermosos, únicamente habrá uno, el último, que resultaba algo raro,
como más gordo y feo que los demás. Poco a poco, los patos fueron creciendo y
aprendiendo a buscar entre las hierbas los más gordos gusanos, y a nadar y bucear en el
agua. Cada día se les veía más bonitos. Únicamente aquel que nació el último iba cada día
más largo de cuello y más gordo de cuerpo.... La madre pata estaba preocupada y triste ya
que todo el mundo que pasaba por el lado del pato lo miraba con rareza. Poco a poco el
vecindario lo empezó a llamar el "patito feo" y hasta sus mismos hermanos lo despreciaban
porque lo veían diferente a ellos.

El patito se sentía muy desgraciado y muy sólo y decidió irse de allí. Cuando todos fueron a
dormir, él se escondió entre unos juncos, y así emprendió un largo camino hasta que, de
pronto, vio un molino y una hermosa joven echando trigo a las gallinas. Él se acercó con
recelo y al ver que todos callaban decidió quedarse allí a vivir. Pero al poco tiempo todos
empezaron a llamarle "patito feo", "pato gordo"..., e incluso el gallo lo maltrataba. Una
noche escuchó a los dueños del molino decir: "Ese pato está demasiado gordo; lo vamos a
tener que asar". El pato enmudeció de miedo y decidió que esa noche huiría de allí. Durante
todo el invierno estuvo deambulando de un sitio para otro sin encontrar donde vivir, ni con
quién. Cuando llegó por fin la primavera, el pato salió de su cobijo para pasear. De pronto,
vio a unos hermosos cisnes blancos, de cuello largo, y el patito decidió acercarse a ellos.
Los cisnes al verlo se alegraron y el pato se quedó un poco asombrado, ya que nadie nunca
se había alegrado de verlo. Todos los cisnes lo rodearon y lo aceptaron desde un primer
momento. Él no sabía que le estaba pasando: de pronto, miró al agua del lago y fue así
como al ver su sombra descubrió que era un precioso cisne más. Desde entonces vivió feliz
y muy querido con su nueva familia.
El Castigo del Avaro
Erase un hombre muy rico, pero también muy avaro. Un día acudió a la feria, donde le
ofrecieron un jamón muy barato.
-Se, lo compro! Después de todo, hago un negocio,
pues con ese dinero ni patatas hubiera adquirido.
Y se dio el gran atracón de jamón, manjar que nunca
probaba. Resultó que estaba podrido y al día siguiente,
aquejado de fuertes dolores, hubo de llamar al médico.
-~Qué habéis comido? -le preguntó el galeno.
El avaro, entre suspiros, mencionó su compra barata.
-¡Buena la habéis hecho! -se burló
el médico-. Entre la factura de la botica y la mía, caro
va a saliros el jamón podrido.
Fin
El ratón y el zorro

El ratón y el zorro. Danny Vega Méndez, escritor de Panamá. Cuento educativo de animales.

Cierto zorro mañoso se burlaba de los demás, porque siempre le veía los defectos de sus
compañeros. Además, se consideraba el más listo de todos los animales. A Don Gavilán le decía:
“Esas garras que tienen solo sirven para lastimar”, y por eso nadie te quiere. Además se encargó
de decirles a todos en el bosque que Gavilán era un mal amigo.

De Doña Iguana se mofaba porque ella tenía la piel verde. Incluso un día mientras ella dormía le
pintó la legua de verde. La pobre no pudo comer por varios días. Don Conejo ya no hacía tratos
con él, pues siempre le mentía y s quedaba con el dinero. Luego reía de él contándoles a todos que
Don Conejo era muy tonto en confiar en los demás.

Pero del que más se burlaba era del Ratón de campo, pues decía que era débil, pequeño y muy
miedoso. En cierta ocasión casi lo mata de un susto. Y tal fue el espanto de Don Ratón que Zorro
se rió por varias semanas. Sucede que una vez Don Zorro caminaba por el bosque cuando vio un
pollito.

Lo que él no sabía era que el pollito era de hule. Cuando lo agarró: ¡Pum! Cayó la jaula de bambú;
y por más esfuerzos que hizo no pudo escapar. Zorro se llenó se miedo, pues sabía que los
hombres lo andaban buscando para matarlo Allí, en la prisión, reflexionó en las virtudes de los
demás:

“El Gavilán podría levantar la jaula con sus fuertes garras; la Iguana podría buscar ayuda corriendo
de un árbol a otro; y Conejo, podría hacer un túnel para fugarse”.

Al instante, llegó Don Ratón que sin pensarlo dos veces comenzó a roer el bambú y antes que
llegaran lo humanos pudo escapar.
“Gracias, muchas gracias Ratón”, le dijo. “Pero ¿Por qué lo hizo si yo siempre lo trato muy mal?”
Ratón de campo le respondió: “Todos tenemos defectos, pero también grandes cualidades con las
cuales todos debemos ayudamos los unos a los todos”

Desde ese día, ambos fueron los mejores amigos de todos en el bosque.

Fin

El burrito inteligente

El burrito inteligente. Carmen María Rondón Misle, escritora venezolana. Cuento sobre el valor de

superar

Había una vez en una aldea muy lejana, un burrito que soñaba con estudiar pero nadie le hacía
caso. Sólo se burlaban de él cuando decía que quería ir a la escuela a aprender.

Tomás lloraba triste. Lo hacían trabajar sin descanso, arriando carretas, cargando pajas y labrando
la tierra. Lo mantenían ocupado para que no pensara más tonterías. Tomás no entendía el por qué
de tanta injusticia, por qué no le daban una oportunidad de demostrar que era inteligente.

Que tenía el mismo derecho que todos a de estudiar, pero su fama de tonto lo seguía a todos
lados, así que decidió marcharse de allí. Tomás se alejó hasta no ver más su aldea, caminaba muy
triste ya que ni sus padres lo apoyaban. Llegó al claro de un bosque y escuchó a uno chicos riendo
jugaban de lo más alegres.

Tomás se acercó y los miró con asombro, ellos se dieron cuenta y lo saludaron cordialmente.

-Hola amiguito ¿Cómo estás? ¿Qué haces por acá?-preguntó Carlitos el osito.

-Yo estoy bien, un poco sorprendido de verlos acá ¿no deberías estar en la escuela?

-¿Quién eres nuestra madre ja ja? –rieron burlones.

- No pero yo daría cualquier cosa por estudiar y aprender y ustedes que si la tienen ¿la
desaprovechan?
- ¿Tu estudiar? -se rió burlándose Luisito el tigrecito

- Pues si yo – dijo molesto.- estoy seguro que se arrepentirán algún día. Adiós.

Sintió rabia, pero mientras más se burlaban, más fuerza le daba para seguir adelante. No
descansaría hasta encontrar a un profesor que de verdad lo aceptara en su clase y le diera una
oportunidad.

Siguió caminando hasta casi anochecer. Llegó a una casita, tocó a la puerta y la señora tigresa
atendió.

-Hola hijito ¿como estas, que deseas?

- Disculpe señora, no quisiera molestar, pero vengo de muy lejos, y estoy cansado y hambriento. Si
me da algo para comer y un sitio donde dormir, le compensaré se trabajar muy duro.

-Claro que si no lo dudo, cariño pero los niños no son para trabajar duro sino para estudiar, jugar y
aprender a obedecer a sus mayores. Para más tarde cuando sea grande, hay leyes que respetar en
nuestra sociedad y eso le ayudara a ser buenas personas. ¿No te parece amiguito?- dijo sonriente
la amable y dulce señora tigresa.

-Ya lo creo que sí, señora…

-Señora Amanda.

-Claro que si señora Amanda.

- Y dime mi linda criatura ¿qué haces tan solo por acá y lejos de casa y tus padres?

Tomás contó a la señora tigresa toda su historia mientras esta le servía un plato de frijoles y pan.
Ella lo escuchó atentamente. Y finalmente hasta que éste terminó su relato ella suspiro y dijo
triste:

-Qué historia más triste mi pequeño, ojala mi Luisito fuera como tu y le gustara estudiar así. Ven,
te digo algo: desde ahora este será tu hogar, acá serás muy feliz y serás tratado como mereces.
Hiciste bien en seguir tus sueños, nunca se debe renunciar a ellos, debes buscar dentro de tu
corazón y que el te guié hasta tus sueños y luego a esforzarse muy duro para lograrlos. Sin
embargo le escribiremos a tus padres y le diremos que estas bien, y en cuanto al trabajo colaborar
un poco trabajando está bien eso, te crea responsabilidades. Ojala mi Luisito aprenda algo de ti.

Asi fue como Tomás encontró un nuevo hogar. Pasó un tiempo allí ayudando a la señora tigresa a
hacer los mandados, limpiar el huerto y otras hacer tareas. El señor tigre también estaba
complacido con su estadía. Todos menos Luisito, a quien le molestaba que lo compararan con ese
desconocido.

Sin embargo, Tomás siempre trataba de ayudarlo y hasta hacia sus tares y lo cubría en sus
escapadas para no entristecer a su mamá. La señora tigresa le enseñó a leer, contar, sacar
cuentas. Tomas estaba feliz, hasta que un día un coche se detuvo al frente de la casita de sus
protectores. Bajaron el señor y la señora burro.

A Tomás se le detuvo el corazón mientras leía un libro que la señora Amanda le había prestado. Se
acercaron a Tomás, mirándolo severamente sin decir una sola palabra, pero éste levantó la mirada
desafiante. Nadie lo haría desistir. Estaba decidido a seguir adelante. Los señores tigres salieron a
recibirlos.

- Siéntanse bienvenidos- dijeron.

-Así jovencito ¿qué tienes que decir a tu fuga de la casa?

-que si no lo hacía de esa manera no me hubiesen dejado ir

-Claro que no ¿Quién te dijo a ti que los burros nacieron para aprender?

-Pues no se si los burros nacieron o no para eso, pero yo si voy aprender. Es más, ya se leer y
escribir, sacar cuentas y no me iré de aquí.- dijo molesto Tomás dio media vuelta y se alejó.

Su padre furioso se disponía a seguirlo y su esposa lo detuvo mirando a los señores tigres que los
miraban sin decir nada. Más tarde, en la sala de estar, tomaban te y galletas. Amanda le contó
todo a sus padres que finalmente entendieron, y permitieron que Tomás se quedara allí.

Así fue como este pequeño que no se dejó vencer por nada para lograr su sueño de estudiar y
llegar a tener un título universitario, fue a la escuela. Estudio mucho y siguió su camino al ser
mayor.

Consiguió un trabajo y estudió mucho más. Luisito, en cambio, sólo llego a duras penas a mitad de
escuela y comenzó en trabajar en un taller mecánico su amigo oso se fue lejos y solo se supo que
trabaja en una tienda de ropa, la mamá de tigrito acepto que no todos nacen para tener títulos
universitarios, lo importante es que siempre luchemos por ser mejor cada día, y ser una mejor
persona en nuestro mundo, y ser feliz con lo que realicemos.

Se lo que tu quieras ser pero con amor, y con libertad para ser cada día mejor en lo hagas… Burro
se graduó con honores de médico, se casó, y sus padres se sentía orgulloso de el, Luisito se hizo su
mejor amigo al igual que sus padres de los papás de Tomás.

Fin

Federiquillo, el mentirosillo

Federiquillo, el mentirosillo. Cuento Suizo extraído de “Cuentos de Don Coco” . Cuento sobre las
mentiras.
Federico era un hermoso niño; pero toda la gente de la aldea lo llamaba Federiquillo, el
mentirosillo. Cuando por la noche veía volar un murciélago, gritaba escandalizado:

- ¡He visto volar un dragón en persona! Y, cuando después de jugar un buen rato en el jardín de su
abuela, afirmaba -grave y firmemente – que había arrancado, durante horas enteras, las peores
malezas de la tierra.
-Federiquillo, ¡di la verdad! -lo reprendía su madre y, a su vez, Federiquillo gritaba indignado:
-¡Mamá, esta es le pura verdad!
Es y seguirá siendo Federiquillo, el mentirosillo -decía enojado su padre; y recurría de vez en
cuando al severo castigo.
Un día, apareció hecho trizas el tazón preferido del padre:
-Federiquillo, ¿qué has hecho? -gritó su madre.
-Nada -mintió el niño. Estaba en la cocina cuando vi cómo la mesa empezaba a moverse. Todos los
tazones saltaron y el de papá, más alto que ninguno. De pronto empezó a dar círculos, resbaló,
cayó y se rompió. ¡Lo he visto con mis propios ojos!
-¡Mientes! Y lo más triste es que tú mismo crees tus mentiras. ¡Ojalá se te erizaran los cabellos
cuando no digas la verdad! -¡Yo no miento nunca! -gritó Federiquillo, y se puso a patalear.
Entonces, sintió sobre su cabeza un raro cosquilleo; y percibió un rumor en sus oídos, como
cuando el gato ronronea. Se llevó las manos a los cabellos. ¡Se habían rizado! Obstinado, se dirigió
al cuarto de su madre, cogió las tijeras y quiso cortarse los cabellos. Pero no pudo: eran tan fuertes
como alambres.
-¡Madre, yo he sido quien ha roto el tazón! -gritó horrorizado.
Al momento, se normalizaron sus cabellos y se le enrollaron en suaves rizos, recuperando su
belleza. Y así sucedió desde entonces: si mentía, se le erizaban los cabellos ferozmente. Y cuando
después decía la verdad, volvían a la normalidad. Pero si esto sucedía en la escuela, tenía el
inconveniente de que se burlaba de él toda la clase, puesto que le gritaban:
-¡Federiquillo, el mentirosillo! ¡Federiquillo, el mentirosillo!
Gracias a ello, Federico perdió la costumbre de mentir. Y sus padres se sintieron felices. Su madre
le regaló un libro de cuentos; y su padre, una ejemplar historia de ladrones.
Esta dio mucho que pensar al niño. Los ladrones de la historia negaban cuanto se les antojaba.
Pero, al final, recibían muy severos castigos; y después ya no podían decir ninguna palabra más.

Fin
El anciano, el ángel y el muñeco

El anciano, el ángel y el muñeco. Escritora de cuentos infantiles de Buenos Aires, Argentina.


Cuentos de ángeles. Cuentos de muñecos.

Don Ramiro era un fabricante de muñecos. Desde pequeño le había gustado fabricar todo tipo de
muñecos en diferentes materiales. Era un hombre muy hábil, pero muy egoísta, por esa razón no
tenía amigos. No había querido casarse y aún menos tener hijos. Para él, siempre estaban primero
sus necesidades que las de cualquier otra persona. Era avaro con sus empleados y no conocía la
caridad.

No era un hombre querido, pero eso jamás le había importado. Desde joven, había vivido en la
más absoluta soledad. Ya anciano, con el peso de los años y la soledad sobre sus espaldas, empezó
a preguntarse por qué había llegado a esa edad con la única compañía de sus inanimados
muñecos.

Pasaba el día pensando en qué era lo que había hecho mal, pero su mente acostumbrada a pensar
primero en él, no le permitía darse cuenta que una vida de egoísmo se paga con la soledad más
absoluta.

Una noche, el anciano estaba trabajando en lo que llamaba su “obra maestra”, un gran muñeco de
madera a escala natural que, en rigor de verdad, mucho se le parecía.

El muñeco tenía un gesto adusto, una expresión poco simpática. Daba la impresión que estaba
hecho para ahuyentar a los niños y no atraerlos.

Cansado de trabajar, se quedó dormido sobre el muñeco.

– Esta es mi oportunidad – Dijo su angelito de la guarda, que dicho sea de paso, tenía las alitas
caídas por la tristeza de no haber podido cambiar el destino del anciano.

El ángel había tratado toda la vida ablandar el corazón de Don Ramiro, pero le había sido
imposible. Parecía que el anciano poseía una fría roca, en lugar de un tibio corazón.
Viendo que el hombre estaba profundamente dormido y sin siquiera tocarlo, levantó al gran
muñeco de madera y le dijo:

– Tu me vas a ayudar.

El angelito despertó al anciano, le guiñó un ojo y lo saludó afectuosamente.

Don Ramiro, no salía de su asombro. Supuso que estaba soñando, pero cuando el pícaro ángel le
tiró de la oreja, se dio cuenta que lo que ocurría era real.

– ¡Mira que me has dado trabajo hombre! – Exclamó el ángel.

– ¡No puede ser, es imposible! – Exclamó el hombre.

– ¿Qué es lo que no puede ser? ¿Que tu ángel te de un tirón de orejas? Se que no es común, pero
no me has dejado otra opción ¡Toda la vida tratando de ablandar esa roca que tienes por corazón!

– No entiendo, no entiendo – Decía Don Ramiro tomándose la cabeza y caminando hacia atrás.

– ¿Qué es lo que no entiendes? ¿Qué te haya tirado de la oreja o cómo llegaste a este punto tan
triste de tu vida? Lo primero ya te lo expliqué, eres duro de entendederas. Ahora te explicaré lo
realmente importante, siéntate.

El ángel intentó tomar la mano al anciano, quien la retiró como si hubiese tocado una brasa
caliente.

– Yo puedo solo – Dijo molesto y se sentó dispuesto a escuchar, pero no de muy buena gana.

– Será mejor que te explique de modo que puedas entender.

Tomó la “obra maestra” que Don Ramiro estaba fabricando y dijo:

– Haremos de cuenta que éste eres tu. Cada parte de este muñeco te pertenece. Está armado
como si fueses tu mismo y cobra vida. Veremos cómo se comporta.

– ¿Cómo pretendes que se comporte? No es más que un muñeco – Dijo enojado Don Ramiro.

– Veo que seguimos sin entender. Ya no es un muñeco, eres tu mismo y a través de él, voy a
mostrarse qué te llevó a estar en la más absoluta soledad – Replicó el angelito.

El muñeco comenzó a moverse toscamente. Se parecía bastante al anciano en sus rasgos, pero
sobre todo en su mirada: fría y hostil. Dio vuelta su cabeza de madera de un lado hacia el otro,
mirando a los otros muñecos y se detuvo en Don Ramiro, quien no salía de su estupor.

Emocionado, por primera vez en su vida, el anciano quiso tomar la fría mano del muñeco, pero
éste la retiró del mismo modo que él lo había hecho con el ángel momentos atrás.
El muñeco era su obra maestra, casi ese hijo que no había querido tener ¿cómo era posible
entonces que se negara a tomar su mano?

Intentó acariciarle el cabello hecho con lana oscura y una vez más sintió el rechazo de su criatura.

– Es evidente que no quiere relacionarse contigo – Dijo el angelito – Déjalo, a ver si lo quiere hacer
con todos los otros muñecos que tienes aquí.

El ángel movió su mano y el muñeco giró su cabeza mirando hacia las estanterías repletas. Lejos de
caminar hacia sus iguales, se alejó a un rincón del taller y ahí se quedó sólo. Se apoyó contra la
pared y fue cayendo hasta quedar sentado.

– Esta visto que está hecho a tu imagen y semejanza, no quiere relacionarse con nadie y terminará
como tu, sólo y sin ser amado.

El anciano caminó hasta el rincón y una vez más lo quiso tomar de la mano para ayudarlo a
levantarse.

– Yo puedo solo – Dijo el muñeco y se levantó por las suyas.

– No se a quién me recuerda – Dijo con cierta picardía el angelito – ¿Te das cuenta que actúa igual
que tu? No quiere estar con nadie, no quiere que nadie lo toque. Terminará sus días solo, como tu
lo estás y lo seguirás estando si no cambias de una buena vez.

– ¿Eso hice yo con el muñeco más hermoso de todos los que fabriqué? – Preguntó en voz alta y
con lágrimas en los ojos el anciano.

– No – respondió el ángel muy serio esta vez – Eso hiciste contigo y con tu vida, que es mucho
peor.

– ¿Puedes darle otro destino? No quiero que mi muñeco sea lo que es – Sollozó Don Ramiro,

– Imposible. Yo protejo hombres, no muñecos. Si hasta ahora no he podido cambiarte a ti, mal
podría cambiar a esta criatura de madera. Aunque, a decir verdad, tu corazón es tan duro que tal
vez sea más fácil cambiar el de este muñeco que el tuyo.

– Hazlo entonces, no quiero que sufra – Pidió el anciano.

– Imposible – Volvió a contestar el angelito- Hazlo tu, ya te dije, yo me encargo de ustedes los
hombres y los hombres de sus criaturas y sus vidas. Empieza por cambiarle esa fea expresión que
tiene. Nadie querrá comprarlo, los niños llorarán al verlo.

Y prosiguió:

– Imagina si tu sufres por la soledad de un muñeco de madera, cuánto más he sufrido yo por tu
aislamiento y egoísmo. Creo que empiezas a entender. Te dejo para que puedas pensar, pero no te
dejo solo, aunque tampoco me quieras a mi, yo siempre estaré contigo.
Dicho esto el ángel se esfumó.

El anciano quedó mirando al muñeco cuya efímera vida se esfumó, solo en su taller, como siempre
había querido estar, rodeado nada más que de seres de madera, tela o cartón.

El haber visto reflejada la soledad en su criatura más amada y las palabras del ángel, lo hizo
reflexionar sobre su propia vida.

Lo primero que hizo fue cambiar la expresión del muñeco, lo hizo sonriente y afable. Lo colocó en
la vidriera y se quedó viendo cómo lo miraba la gente que pasaba. La reacción era diferente. Tomó
entonces, todos y cada uno de los muñecos y les cambió la expresión a todos. Colocó los más que
pudo también en la vidriera y vio, que la gente se acercaba aún más.

Decidió pararse en la puerta del comercio a ver qué pasaba.

Se detuvo una señora con su pequeño, quien miraba con gran entusiasmo los sonrientes muñecos,
ahora mucho más atractivos. En un momento, el niño levantó su mirada y al ver el adusto gesto
del anciano, rompió en llanto y se escondió en las polleras de su madre.

Don Ramiro se dio cuenta que no era suficiente con cambiar la expresión de los muñecos, debía
cambiar él en primera instancia para revertir su soledad.

Y así lo hizo, remodeló su comercio, pinto caras alegres y por sobre todo se dibujó una sonrisa en
su rostro y en su alma. Poco a poco la gente fue conociendo a otro Ramiro y lo empezó a querer.

El anciano jamás terminaría de agradecer a su angelito el bien que le había hecho. Un angelito
que, dicho sea de paso, ahora tenía sus alitas bien erguidas y orgullosas.

Fin
LA PRINCESA QUE NO CONOCÍA LA LUNA

Aurora era una princesita muy querida en el reino, era bondadosa, dulce y bella. Sus padres
vivían en un hermoso castillo y la consentían en todo lo que deseaba, excepto en algo que la
pequeña anhelaba con todas sus fuerzas: conocer la luna.

Por mucho que los reyes deseaban cumplir el sueño de la princesa, temían que nunca podrían
hacerlo. Una bruja malvada que vivía en aquel reino la había hechizado cuando aún era una
bebé. El hechizo hacía que la princesita cayera rendida de sueño al caer la tarde, y no había
quien la mantuviese despierta hasta el anochecer. Con este hechizo la bruja pretendía que la
joven no pudiera asistir a bailes, fiestas y conocer a algún príncipe. Sin más herederos en el
reino, la corona sería suya algún día.

Las costumbres del castillo se fueron adaptando para que la princesa pudiese llevar una vida lo
más normal posible. La cena se preparaba antes de las cinco de la tarde, lo que siempre traía
corriendo a los cocineros. Los bailes se hacían en la mañana, algo que era bastante inusual y
molesto para el reino.

A pesar de esto los reyes seguían intentándolo todo para que su hija conociera la luna, que tanto
la apasionaba. Cambiaban la hora de los relojes en todo el palacio, cerraban los cortinados antes
del anochecer, intentaban despertarla, pero nada funcionaba. La princesa Aurora se quedaba
dormida donde quiera que estuviese, apenas el sol comenzaba a caer.

Aurora fue creciendo hasta convertirse en una hermosa jovencita. Cada cumpleaños pedía el
mismo deseo, esperando que algún día el hechizo se rompiese.

Cuando cumplió los dieciocho años sus padres hicieron una gran celebración, a la que invitaron a
príncipes y princesas de todos los reinos vecinos. Allí Aurora conoció al príncipe Bash, un
apuesto caballero de armadura brillante. El amor surgió como una chispa entre los dos y el
príncipe que conocía el padecimiento de la joven, se apresuró en decirle lo bella que le parecía y
lo mucho que deseaba volverla a ver, antes que la noche se la arrebatara de sus brazos.

Aurora y Bash se comprometieron y eran felices, compartían todo el tiempo que la luz del sol les
daba para estar juntos. Pero el príncipe veía cómo la tristeza de Aurora empañaba aquella
felicidad, así que decidió darle a su amada lo que tanto deseaba.

No se sabe cómo fue que lo consiguió, pero un día se marchó y regresó pasada una semana con
un saco, cuyo interior relucía intensamente. Le había traído la luna a la princesa Aurora, solo por
una noche, ya que después tendría que regresarla al cielo.

La princesa fue tan feliz aquel día que no quedó ni un poquito de tristeza en su corazón,
logrando así que el hechizo se rompiera. Y vivieron felices por siempre.
El Rey y él joven Tomás

Érase una vez un rey que tenía un hijo llamado Tomás, quien acababa de cumplir los 14 años.

Juntos compartían varias costumbres y actividades, pero había una que llamaba profundamente
la atención de sus súbditos y era que cada tarde iban a pasar un rato en los terrenos de un
palacio abandonado y semidestruido.

Según las leyendas populares, en dicha construcción habitaban tres brujas que eran hermanas,
cuya codicia destruyó el esplendor que en otros tiempos hizo famoso ese palacio.

Ni Tomás ni se padre se tomaban muy en serio esos cuentos. Llevaban años pasando sus tardes
allí, y nunca habían tenido señal alguna de que realmente existiesen brujas.

Sucede que un día, como otro cualquiera, antes de salir del palacio abandonado el rey se acercó
a la fuente central del patio y para su sorpresa vio que había una bella rosa en el fondo.

Pensó que la flor le agradaría mucho a su esposa y decidió tomarla y llevarla con él.

Cuando llegaron al castillo, Tomás fue a sus aposentos y el rey fue al encuentro de su amada,
que disfrutó enormemente de la belleza de la rosa y la depositó en una pequeña caja de madera
preciosa.

Emocionados fueron a su lecho y ya cuando estaban profundamente dormidos, el rey oyó la voz
de una mujer que le pedía que la liberara.

Alarmado, el monarca despertó y preguntó a la reina si le había dicho algo. Esta respondió
negativamente pero el rey sabía que no había soñado la voz, por tanto se levantó y exploró la
planta superior del palacio, que era donde radicaba la alcoba real.

La repetición del llamado que interrumpió su sueño lo llevó a la habitación en la que su esposa
había guardado la caja con la flor. Al hallarla, y comprender que era el motivo de la extra voz,
abrió la caja y tomó la flor en sus manos.

De inmediato, la bella rosa se transformó en una mujer de extraña belleza, que se identificó
como una de las tres hermanas brujas del palacio abandonado.

Exigió al rey que se casase con ella y matase a la actual reina, pues ella, la mayor de las tres
brujas, pasaría a ser la dueña y señora de la comarca, nueva esposa del rey.

La primera actitud del rey fue negarse con todas sus fuerzas. Sin embargo, la hechicera le
advirtió que de no hacerlo, lo mataría a él y a su hijos Tomás.
Ante tal amenaza entonces, él rey ideó un plan. Subió a la alcoba real y cogió a su esposa entre
sus brazos, para llevarla luego al sótano, donde la encerró.

La reina gritaba, pues no comprendía lo que estaba sucediendo. Creía que su marido se había
vuelto loco y quería atentar contra su vida. Pasaría unos días allí encerrada, sin comprender que
el rey sólo estaba salvando su vida y la de su hijo.

Fueron unas semanas difíciles para la vida en el castillo y la comarca toda.

La nueva reina gobernaba con tal despotismo y ejercía tanta influencia sobre el rey, que muchos
de los súbditos estaban pensando en abandonar la comarca.

Sólo había una persona que no respondía a los designios de la bruja: el joven Tomás.

Enterado por su padre desde el primer día sobre todo lo que había pasado, el príncipe cada
noche llevaba agua y comida a su madre en el sótano, y a los pocos días le contó el por qué de
toda la situación.

La desobediencia de Tomás y el gran amor que el rey profesaba por este, hicieron que la bruja lo
odiase cada vez más, al punto de desear su muerte.

Tomás se percató de ello y lo comentó a su madre, quien le dijo que rezaría todos los días a San
José, del cual era devota, para que lo protegiera.

Fu así entonces que un día el odio de la reina rebasó lo tolerable para ella y le ordenó a Tomás
que emprendiese el camino al palacio abandonado en busca de unas uvas para ella.

El príncipe rechazó de inicio el pedido, pero las amenazas de la bruja con maltratar cada vez más
a los súbditos, lo hicieron reconsiderar.

Se aprestó para ir en busca de las uvas y fue a buscar la bendición de la madre, quien le pidió
que anduviese con mucho cuidado.

Camino al palacio de las tres brujas Tomás se encontró con un anciano, quien le dijo que al
recoger las frutas no se bajase nunca del caballo ni se detuviese por mucho que lo llamaran. De
lo contrario, podía perecer, tal y como la nueva y hechicera reina deseaba.

Tomás hizo caso al anciano y llegó sano y salvo a su castillo con las uvas. La bruja, sorprendida,
se molestó y le encomendó buscar naranjas en el mismo sitio.

Una vez más, el joven príncipe tuvo que ir al palacio donde solía pasar las tardes con su padre.
Antes de llegar volvió a tropezarse con el mismo anciano, quien le explicó que no podía detener
su marcha mientras recogiera las naranjas, pues de lo contrario sería asesinado por las
hermanas de la reina bruja.
Tomás siguió el consejo del anciano y no tuvo ningún percance. Cuando regresó al palacio real,
la bruja se insultó aún más y le ordenó volver a ir, esta vez a por limones.

Mas no se trataban de unos limones cualquiera, sino de unos que crecían en un árbol sembrado
en el interior del palacio abandonado.

Cuando el príncipe iba a camino a cumplir el nuevo designio, le salió al paso el anciano, esta vez
con nuevas indicaciones.

Le alertó que cuando se encontrara con dos brujas de singular apariencia, que iban a querer
mostrarle todo el interior del palacio, excepto un cuarto, no cogiera nunca los limones del árbol.

Tomás debería entonces presionar a las hechiceras, nada más y nada menos que las hermanas
de su forzosa madrastra, y una vez dentro de esa habitación, apagar las velas que allí habían.

Serían tres velas, cada una de las cuales representaba la vida de cada bruja.

El joven siguió las indicaciones del anciano, que a la postre se identificó como San José, el santo
de su madre, y forzó a que las brujas le enseñasen la habitación.

Estas estaban prestas a acabar con la vida de Tomás, pero se sintieron desubicadas cuando
vieron que el joven visitante no recogió ningún limón y sólo se interesaba por la habitación
prohibida.

Así, cedieron a las intenciones del príncipe, ya que en definitiva les daba lo mismo acabar con su
vida en cualquier habitación. Sin embargo, cuánta sería su sorpresa al ver que el joven tomaba
las tres velas en su mano y apartando la más grande, soplaba fuerte para extinguir las llamas
que las mantenían vivas.

Por supuesto, la sorpresa duró un instante. Ambas brujas murieron y Tomás, vela grande en
mano, regresó triunfante al palacio real.

Al verlo llegar no con limones, sino con la vela de su esencia, la bruja rabió de ira y le fue arriba
para desgarrarlo. Afortunadamente, el rey estaba allí y capturó la vela cuando su hijo la lanzó,
gritándole que si la apagaba, acabaría con la usurpadora del trono y podría rescatar la vida que
tenían antes de la aparición de la infortunada rosa maldita.

Sin dudarlo un segundo, el monarca sopló la vela y acabó de una vez y por todas con el
infortunio que había consumido su vida durante los últimos meses.

Librados de la bruja, el rey y el joven Tomás, padre e hijo, se fundieron en un cariñoso y


prolongado abrazo. Luego, bajaron ansiosos al sótano y liberaron a la verdadera reina, que
agradecía una y otra vez a San José, receptor de sus rezos y protector de su hijo.

Desde ese día la familia real y toda la comarca fueron más felices que nunca, sin la persistencia
de tenebrosas leyendas.
Como aprendieron a viajar las palabras

Hace mucho tiempo no existían las palabras, ni las letras, ni la lectura. Hasta que por arte de
magia surgió la primera letra en la cabeza de un niño y luego otra, y otra, hasta llegar a 27. Las
27 hermanas estuvieron mucho tiempo encerradas junticas, sin poder salir a conocer el mundo y
todas las maravillas que este entrañaba.

Hasta un día en que las letras lograron convencer a la señora Boca para que las dejara salir. La
señora Boca sopló con fuerza hasta que escaparon cuatro letras, y se escuchó en el viento la
primera palabra “mamá”. Luego de esta palabra aparecieron muchas más en la cabeza de aquel
niño inquieto “papá”, “nené”, y una a una las letras se escurrían por la señora Boca que se había
convertido en su amiga.

Así fue como aprendieron a viajar las palabras, que saltaban felices de las bocas a las orejas de
los demás niños. Muy pronto se dieron cuenta de que por mucho que lo intentaban, no lograban
llegar tan lejos como querían. Con un grito fuerte y el viento a favor lograban avanzar algunos
metros, pero no era suficiente si querían viajar por todo el mundo.

Hasta que las palabras conocieron al señor Lápiz, un señor alto y muy delgado que podía pintar
cualquier cosa en cualquier sitio. Este les ayudaba a llegar a otros lugares donde la señora Boca
no podía, pero igual nunca encontraba buenos sitios para pintarlas. Escribía sobre las rocas y los
árboles que nadie podía mover, por lo que las palabras quedaban atrapadas para siempre. O
sobre la tierra que luego de que llovía, las hacía desaparecer.

Ya las palabras estaban a punto de rendirse y aceptar que no podrían viajar más lejos, cuando
conocieron al señor Papel. Era muy blanco y ligero, se movía con facilidad por cualquier lugar y
estaba dispuesto a ayudarlas.

Las palabras habían encontrado al fin una buena forma para viajar. El señor Lápiz escribía sobre
el señor Papel las palabras que le dictaba la señora Boca. Y así fue como viajaron al otro lado del
mundo en grandes travesías sin perderse, pudiendo leerlas muchos niños más que ni siquiera las
conocían.
El gato que soñaba con alcanzar la luna

Hace mucho tiempo existió un pueblo con casas de madera y calles de piedra, donde vivían
felices muchos gatos. Durante el día acompañaban a sus dueños que los acariciaban y les daban
de comer, y en la noche iban saltando de tejado en tejado.

Había gatos de todos los tamaños y de las razas más extrañas, pero entre todos ellos Fígaro era
especial. Fígaro era un gato de pelaje muy blanco, ojos negros y grandes bigotes. Mientras los
demás felinos perseguían a los ratones o jugueteaban sobre los tejados, él prefería contemplar
la luna. Pasaba largas horas anonadado, viendo cómo su reflejo plateado bañaba todo el pueblo.

-“Te vas a quedar tonto de tanto mirarla”, – le decían los otros gatos que no entendían su
interés.

Pero a Fígaro esto no le importaba. Aquella vida rutinaria de salir a cazar ratones lo aburría.
Aquella misteriosa y distante luna redonda lo hacía soñar. Soñaba con alcanzarla, con abrazarla
y con entender qué magia le permitía transformarse de manera tan increíble.

Solo su amiga Calipso se preocupaba por él y trataba de que se olvidara de aquella obsesión.
Fígaro que disfrutaba hablando con ella le decía: -“¿No ves lo hermosa que es? Hoy está más
brillante y grande que nunca, pero también más lejos. ¿Podremos algún día llegar hasta donde
está?”

Un buen día los gatos dejaron de hacerle caso e incluso Calipso se cansó de escucharlo suspirar.
Hasta que Fígaro desapareció de aquel pueblo y nadie fue capaz de encontrarle.

-“Se ha ido a perseguir sus sueños. ¿Habrá alcanzado la luna?” – Se preguntaba Calipso
nostálgica.

Lo cierto es que en las noches de luna llena, si la miras con detenimiento, entre algunas de sus
manchas oscuras se distinguen unos bigotes alargados. Y hay quienes dicen que incluso han
visto una forma de gato. Pero no todos lo pueden ver, solo aquellos que tienen alma de
soñadores.
El Monstruo escondido en el armario

Había una vez un niño llamado Andrés que era bastante normal y alegre. Un día sus padres se
tuvieron que mudar de la ciudad donde vivían y Andrés tuvo que dejar atrás a todos sus amigos.
Y así fue como llegó a un colegio nuevo, donde no conocía a ningún otro niño.

La casa era más bonita que la anterior y la habitación mucho más amplia, con un enorme
armario que ocupaba toda una pared. Al niño no le molestaba su nueva vida, excepto por un
detalle: algo vivía en el interior de aquel armario.

Andrés se pasaba las noches en vela imaginando la forma del monstruo que se había alojado en
su habitación. Nunca lo había visto, pero se imaginaba que era enorme y atemorizante. Hasta un
día en que se llenó de valor e intentó tomarlo de sorpresa, y allí estaba, una enorme bola peluda
que no parecía peligrosa.

A pesar de que Andrés ya no temía al monstruo que vivía en su armario, sí le mortificaba


bastante que todas las noches lo despertara con gritos y chillidos para jugar. Luego de la mala
noche se quedaba dormido en el colegio y la profesora lo regañaba, cosa que no le gustaba.
Pasaron las semanas y el niño no le contó nada a sus padres, era el único amigo que tenía y no
quería perderlo.

Una noche en la que su madre se levantó para ver si dormía tranquilamente, lo encontró
sentado frente al armario con todos sus juguetes en el suelo. La madre sorprendida se quedó
mirando fijamente el armario y Andrés temeroso esperó su reacción.

De repente la madre le dijo: -“¿No me vas a presentar a tu nuevo amigo?” Y a pesar de que no
veía nada dentro del armario, comenzó a hablar con el interior.

El niño le preguntó con extrañeza a su madre: -“¿No te molesta que viva en mi armario mamá?”
A lo que ella dulcemente le contestó: -“No mi vida, si vive ahí es por un buen motivo. Seguro
quiere estar cerca de ti y hacerte compañía”.

El niño miró a su madre con asombro, no imaginó que iba a ser tan comprensiva pero se sintió
feliz como hacía tiempo no se sentía. Con el paso del tiempo Andrés hizo nuevos amigos en el
colegio y un buen día el monstruo decidió marcharse. Andrés ya no lo necesitaba a su lado,
prefería compartirlo con otros niños, pero siempre tendría un lugar especial en su corazón.
La hamburguesa que no quería ser dañina

Erase una vez una hamburguesa muy jugosa que tenía muchas vidas. Había sido comida en
muchas ocasiones, incontables ya, pero inmediatamente después despertaba en su
hamburguesería.

Así cada día la hamburguesa esperaba ansiosa ser preparada nuevamente por el cocinero y
servida en una de las mesas. Ella siempre hacía todo lo posible por estar deliciosa, jugosa y
caliente. Disfrutaba sobre todo cuando el cliente se comía el último bocado y sentía cómo se
apagaba su último aliento de vida.

La hamburguesa vivía feliz y podía haber seguido así por mucho tiempo más. Hasta un día en
que esperaba en el mostrador a ser servida y oyó como uno de los clientes la llamaba “comida
chatarra”. Se insultó muchísimo. ¿Cómo podían llamarla así? Ella que era sabrosísima y le
gustaba tanto a la gente.

Pasó el tiempo y casi había olvidado aquel incidente, cuando volvió a escuchar en un programa
de radio que se volvían a referir de esta manera horrible a ella y a sus hermanas. Investigó un
poco más y se dio cuenta de que muchas personas usaban esta expresión cuando se
alimentaban de ella.

Entonces fue cuando comenzó a prestar atención a los detalles. La mayoría de los niños que eran
sus clientes favoritos estaban más gordos que cuando los había conocido, y los adultos ni hablar.
Al final iban a tener razón todos los que decían que era “comida chatarra”. Como aquel
despectivo nombre no le hacía nada feliz, ideó un plan para evitar seguir haciendo daño a
aquellas personas que tanto placer le habían proporcionado durante su vida.

Cuando uno de los niños que era cliente regular de la hamburguesería llegó al asiento de
siempre, esperó a ser servida en su mesa. Una vez que estuvo en las manos del niño y este
estaba preparado para darle la primera mordida, se concentró con todas sus fuerzas y deseó no
saber a nada. Al parecer sus esfuerzos no habían dado frutos, porque el niño seguía devorándola
de manera normal. La hamburguesa siguió igual de concentrada, pero nada sucedía. Ya estaba a
punto de languidecer sin esperanzas, cuando oyó al niño exclamar:

-“Buaf. ¡Qué mala está! No sabe a nada esta hamburguesa”.

El plan había funcionado y era perfecto. Luego de este día convenció a todas sus hermanas
hamburguesas para que la imitaran y no tuvieran ningún sabor cuando les tocara un cliente que
había estado asistiendo con demasiada frecuencia. En cambio cuando pasaran tiempo sin ir,
estarían más gustosas y sabrosas que de costumbre.
De esta manera la hamburguesa logró que los niños que se veían regordetes y debiluchos antes,
comenzaran a verse con un aspecto mucho más saludable.

La princesa y la muñeca

Había una vez un rey y una reina que sólo tenían una hija, a la que llamaron Rosa Verde.

La niña era muy linda y desde pequeña demostró tener una astucia inusitada, razones por las
que sus padres, a pesar de las obligaciones reales, buscaban siempre pasar la mayor parte del
tiempo con ella.

En tal sentido, todas las tardes paseaban con la pequeña por los terrenos exteriores del castillo,
hasta que un día se tropezaron con una gitana que propuso leerles la fortuna. Curiosos por
escuchar qué podía decirles, los tres accedieron gustosos.

Llegado el turno de Rosa Verde la gitana predijo que siempre sería bonita, pero que su vida
podría ser bastante corta.

Cuando tuviera 18 años pasaría algo de mucho riesgo para su vida que, si no se tomaban todas
las precauciones debidas, acabaría con su muerte.

Alarmados por el pronóstico, el rey y la reina decidieron entonces alojar a su hija en un palacio
auxiliar que poseían intrincado en el bosque, bajo la tutela de un ama de llaves que la educaría.

Los años fueron pasando y Rosa Verde fue ganando en belleza, inteligencia y cultura. Sin
embargo, tenía un atributo que podría caracterizarse en ocasiones como un defecto: era muy
curiosa y pícara.

En no pocas ocasiones se las agenciaba para burlar el control del ama de llaves y escapar hacia
otros parajes del bosque y sus inmediaciones.

Un día se halló frente a una cueva en la que previamente había visto varios hombres entrando y
sacando grandes cofres, presumiblemente con dinero y riquezas.

Ávida por desentrañar el misterio, esperó a que la cueva estuviese desierta y entró.

Para su sorpresa, encontró un sitio bastante acomodado para la convivencia, con mesa, sillas, y
otros enseres y mobiliario como para alojar a una decena de hombres.
Descubrió que en un caldero grande se estaba cocinando un sopón, por lo que calculó que los
moradores, seguramente ladrones dado el cuidado con el que estaba sellado un habitáculo en el
que sin dudas había más cofres como los que habían entrado y salido, estaban por llegar.

Pícara y aficionada a las bromas de mal gusto, Rosa Verde vertió el contenido del caldero en el
suelo y armó un verdadero reguero en la cueva. Hecho esto, salió con sigilo y regreso a las
cercanías del palacio, no sin cerciorarse de que pudiera comprobar la reacción de los ladrones a
su travesura.

Para su deleite, vio que a estos no les agradó ni un pelín la broma. Se enfadaron sobremanera y
juraron venganza por la osadía del intruso, al cual prometieron capturar de cualquier forma
posible.

Lejos de asustarla, esto impulsó más a Rosa Verde a seguir con sus travesuras.

Al día siguiente decidió regresar a la cueva, pero se llevó una gran sorpresa.

Pensaba que estaba desierta, pero el capitán de la banda de pillos, un joven de singular belleza,
se había quedado para sorprenderla.

De primera intención, el capitán no mostró su propósito de hacerle daño. No obstante, Rosa


Verde no era una chica tonta, de esas a las que cualquiera podría engañar fácilmente.

Accedió a la invitación del capitán para conocer todo el interior de la cueva, pero mientras iba
recorriendo el recinto con él, se aseguró de pedirle cosas que le ocuparan algún que otro
tiempo, de forma que a la mínima oportunidad ella pudiese escapar.

Así, cuando terminaron el recorrido, le dijo al capitán que se quedaría a comer como le había
pedido, pero que revolviera bien el puchero, pues a ella le gustaba bien cuajado. El capitán se
entretuvo revolviéndolo y este fue el resquicio en el cerco, que Rosa Verde aprovechó para
escapar de la cueva y huir.

El muchacho, tan astuto como ella, aunque confundido por las ansias de venganza y el gusto que
le despertaba estar a su lado, se percató tardíamente del plan de Rosa Verde.

No obstante, salió corriendo a buscarla y su rapidez le permitió casi que alcanzarla. Llegó al
palacio y vio como la joven trepaba por una cuerda hasta la planta superior.

El ladrón esperó tras una roca para luego subir él, pero por supuesto, como ya hemos dicho,
Rosa Verde era muy astuta y pudo percatarse que su rival la había seguido.

Así, se agazapó en lo alto, donde terminaba la cuerda, y esperó a que el joven escalara por la
misma.

Una vez este lo hizo, liberó la cuerda y provocó su caída, que hizo que el ladrón terminara
bastante herido, sin fuerza apenas para regresar a la cueva.
Rosa Verde supo que había escapado del cerco de los ladrones, pero que el estado en el que
había dejado a su jefe incrementaría la sed de sangre que sobre ella pesaba.

Debido a esto, decidió que debía tomar el desarrollo de los acontecimientos por su cuenta, y no
esperar a que la muerte la sorprendiera.

Su decisión de actuar la llevó a disfrazarse de médico e ir al día siguiente de la caída del capitán
a la cueva, supuestamente para sanarlo de sus dolencias.

Engañados, los ladrones dejaron pasar al médico, quien propinó tales friegas con ortigas al
hombre, que casi lo dejan peor de lo que estaba.

Lleno de dolor, el joven comprendió quién era realmente aquel médico y su sed de venganza
aumentó aún más. No obstante, estaba incapacitado para hablar coherentemente y ordenar la
captura de la muchacha.

A Rosa Verde no le bastó con esto y regresó al cabo de tres días más a la cueva, esta vez
disfrazada de barbero, para afeitar al líder de los pillos, cuya barba había crecido enormemente
en los días de dolor.

Los ladrones volvieron a ser engañados, y Rosa Verde pudo acceder así a afeitar al muchacho,
algo que hizo con esmero, pero para dejar su cara llena de cortaduras.

El capitán no dudó que aquel barbero era la muchacha que había destruido toda su rutina de
ladrón y la armonía de la banda. Por ello, juró que pasase lo que pasase, y por mucho que
pudiera resultarle misteriosa y hasta atractiva, la mataría.

Pasaron los días y Rosa Verde creyó que había eliminado la idea de venganza de los ladrones.

Llegó el día de su cumpleaños 18 y los reyes, de acuerdo a la que habían pactado con el ama,
asistieron al palacio del bosque para llevar a su hija a la corte nuevamente y desposarla.

El capitán de los ladrones, ya recuperado, visualizó toda la escena desde la misma roca en la días
atrás vio trepar a Rosa Verde por la fatídica cuerda.

Decidió que se haría pasar por príncipe y pediría a los reyes la mano de la muchacha, algo a lo
que accederían dada las riquezas reales de las que él, buen ladrón, disponía.

Todo sucedió muy rápido, pero no lo suficiente como para burlar a Rosa Verde.
Esta accedió al casamiento porque de verdad, e inexplicablemente, se había enamorado del
capitán, cuyos disfraces no la engañaban.

En la noche de bodas, Rosa Verde sabía que querría matarla, razón por la que ordenó hacer una
réplica suya en dulce y la puso en la cama.

Cuando el ladrón, actual esposo, llegó a la alcoba, no perdió segundo alguno y se abalanzó sobre
la muñeca de dulce, a la que apuñaleó en el corazón.

Un chorro de almíbar salió desprendido y embarró su cara y al comprobar que no era sangre,
sino un líquido realmente dulce (almíbar), lamentó haber matado a la bella muchacha.

Rompió en llanto y sollozos, arrepintiéndose de haberlo hecho, pero Rosa Verde salió de su
escondite, lo consoló y le pidió hacer las paces y amarse con todas sus fuerzas, algo a lo que el
capitán accedió gustoso.

Así, Rosa Verde y su esposo, antiguo ladró y desde ahí noble caballero, vivieron felices hasta el
fin de sus días, mucho después de lo que había predicho la gitana, aunque esto solo gracias a la
astucia de Rosa Verde y el amor que logró despertar en el capitán.
Los 7 conejos blancos

Érase una vez una bella princesa que había sido educada por su madre, la reina, en las bellas
artes de la costura, el tejido y el bordado, labores que disfrutaba mucho.

Cada día la princesa salía al balcón de su habitación, desde donde se podían tener magníficas
vistas del campo, y allí se sentaba a pasar dos o tres horas lo mismo cosiendo, que tejiendo o
bordando.

Un día como otro cualquiera, mientras cosía una bonita prenda, vio como siete relucientes
conejos blancos correteaban por el campo y fueron a hacer una rueda, justo debajo de su
balcón.

Sorprendida y contenta por la agradable visita, la princesa se inclinó en el balcón y en el


descuido se le cayó el dedal, el cual recogieron los conejos para inmediatamente salir corriendo.

Un día después la escena se repitió y en otro descuido la linda princesa dejó caer su cinta. Otra
vez uno de los conejos tomó el accesorio en su boca y todos salieron corriendo hasta que la
muchacha ya no pudo verlos.

Pasó otra jornada y nuevamente, mientras el ser más querido por el rey y la reina bordaba,
aparecieron bajo el balcón los siete conejos, que inmediatamente atraparon la atención de la
princesa.

Esta, entretenida y deleitada por la belleza de los animales, no se percató cómo se le escurría
hacia donde estaban los animales sus tijeras, las cuales fueron tomadas por una de las criaturas
para acto seguido salir todas hacia un sitio que la princesa no podía discernir.

Tras la pérdida de las tijeras la escena ya habitual se repitió, de forma que la princesa perdió
también, aunque no le importaba, un ovillo, un cordón de fina seda, un alfiletero y su peineta.

Misteriosamente, el día después de que la princesa perdiera su peineta los conejos no


aparecieron más al pie de su balcón.

Esto sumió en una profunda tristeza a la princesa, que había quedado prendada desde el primer
día de la belleza de las criaturas, que animaban sus días como pocas cosas, incluso más que la
costura, el tejido y el bordado, actividades que disfrutaba mucho y hacía tan bien.

La tristeza se acrecentaba por día y la bella princesa, orgullo de toda la comarca, cayó
profundamente enferma de pena.
Sus padres, los reyes, acudieron de inmediato a los mejores médicos del reino y otros dominios
aledaños. Mas ningún especialista podía dar con un diagnóstico certero, que definiera el motivo
de la pena y la enfermedad de la heredera del trono.

Casi vencido por el temor de perder a su niña el rey se dirigió a toda la comarca y anunció que
quien fuese capaz de salvar a su pequeña, sería recompensado con muchísimas riquezas.

En caso de ser un hombre el salvador, al dinero se unía la mano de la princesa, cuya belleza tenía
enamorado a todos los hombres del reino.

A partir del anuncio aparecieron más y más médicos, curanderos y espiritistas, pero ninguno
daba con la cura para el mal de la princesita.

De pronto un día, una madre y su hija, que vivían de la herboristería, acudieron confiadas de que
tal vez ellas podrían salvar a la princesa.

El rey lo dudaba, pues no confiaba más en los remedios alternativos que en la medicina. No
obstante, sin nada que perder, permitió que la señora y su hija se acercaran a la enferma, pero
sólo al día siguiente, ya que en esa jornada había sido examinada infructuosamente por dos
curanderos.

Al día siguiente, de camino al palacio, las duchas manipuladoras de hierbas decidieron tomar un
atajo que aparentemente les acortaría el camino.

Quiso el destino que al pie de la loma final del atajo ambas mujeres vieran un raro agujero, a
través del cual se vislumbraba una rústica pero a la vez bella y ordenada cueva, en la que había
una mesa y siete sillas.

Tanto llamó esto la atención de las damas que permanecieron allí unos minutos, los suficientes
para ver cómo siete conejos muy blancos se movían en el interior de la caverna e
inexplicablemente todos al unísono, se convertían en bellos príncipes para almorzar.

Mientras degustaban los alimentos, los príncipes se pasaban objetos de costura y celebraban la
belleza de la princesa a la cual pertenecían. Por lo que pudieron escuchar la señora y su hija, que
comprendieron enseguida de quién se hablaba, los siete deseaban tener a la chica con ellos.

Así, decidieron reemprender su camino al castillo para salvar a la codiciada princesa, no sin
antes ver que al otro lado de la cueva había una puerta camuflada entre florecientes arbustos.

Una vez con la princesa, que estaba harta de recibir a todos los que supuestamente la curarían,
las mujeres contaron lo que habían acabado de experimentar.
En fracciones de segundo los ojos de la muchacha se abrieron y pidió más detalles al respecto,
con lo cual las sospechas de la señora y su hija, expertas en herboristería, se concretaron.

La princesa estaba enferma de pena por no haber podido ver más a los conejos, los cuales al
parecer la habían magnetizado con su belleza escondida de príncipes, al igual que ellos estaban
encantados por ella.

Para confirmar aún más su hipótesis la señora y su hija hablaron de todo esto con la princesa, la
cual se sentía ya tan bien que pidió de comer a su padre.

Este, gustoso por la pronta recuperación de su hija, le permitió ir al día siguiente a la dichosa
cueva junto a las expertas en hierbas.

De esta manera, la princesa presenció la misma escena que le habían comentado la señora y su
hija, pero antes de interrumpir la rutina de los conejos-príncipes prefirió ir a la puerta escondida
y aguardar el momento exacto en que empezasen a hablar de ella.

Cuando este llegó, abrió con fuerza la puerta e irrumpió en el interior de la cueva, diciendo que
allí la tenían y que por tanto no había necesidad de añorarla, así como tampoco ella esperaba
tener que sufrir más por ellos.

Los siete príncipes se pusieron radiantes de alegría y todos bailaron junto a la princesa, mas solo
uno podría desposarla y tenía que ser ella quien eligiese.

La bella hija del rey accedió gustosa y escogió del que rápidamente se sentía enamorada, el cual
casualmente había sido el primer conejo en llevarse algo suyo, su dedal.

Con la aprobación de sus padres la princesa se casó con el príncipe y vivieron felices para
siempre. Los otros conejos desposaron bellas mujeres del reino y todos, los siete conejos
blancos, que como sabemos eran príncipes, vivieron en el palacio real hasta el fin de sus días.
La niña y el rey lagarto

En un poblado muy lejano vivía un talabartero que era muy bueno en su oficio. Tenía una
hermosa hija y una mujer que era muy atenta con él, pero en los últimos tiempos el clima en la
casa se tornó triste y tenso, dado que el buen hombre no tenía suficiente trabajo para salir de la
pobreza.

Así, con el pasar de los días la situación se hacía cada vez más complicada hasta que de pronto
irrumpió en la humilde morada un sirviente del rey de la comarca, cuyo castillo estaba erigido en
lo alto de una colina, a unos pocos kilómetros de la casa del talabartero.

El sirviente explicó al hombre que el motivo de su visita se debía a que su Alteza quería desposar
a la bella hija, pues las noticias de la belleza y buenos sentimientos de la misma habían llegado
hasta la mismísima corte.

El pobre hombre, impactado por la novedad, apartó a su mujer e hija y les explicó lo sucedido.
Por un lado manifestó que si la niña se casaba con el rey, toda la situación de pobreza y
necesidad de la familia desaparecería, pero por el otro lado explicó con pesar que, según se
comentaba, su Alteza era un lagarto bien grande y feo, y a ningún padre le gustaría casar a su
hija con una monstruosidad.

La hija le dijo al padre que no temiese, que ella estaba dispuesta a asumir cualquier sacrifico con
tal de que la familia mejorase.

Así, al día siguiente la hija y la madre fueron al palacio real, donde las aguardaba el rey, que
ciertamente era un horroroso lagarto. La boda se hizo de inmediato y en la noche, una vez el
nuevo matrimonio estaba retirado en su alcoba, el lagarto se desprendió su piel y se transformó
en un bello príncipe, cuya belleza física emulaba o hacía honor a la de su prometida.

La niña estaba maravillada con su esposo, pero este le hizo prometer que si quería seguir siendo
feliz a su lado, le guardaría el secreto. Si no lo hacía y revelaba su verdadera apariencia, él
desaparecería de su lado y no podría encontrarlo a menos que anduviese y desanduviese el
mundo, buscando el castillo más mágico de todos.

Mas encontrarlo, le explicó, conllevaría gastar siete pares de zapatos de metal, por causa de
todo lo que habría que caminar.

Ante tales riesgos y la profundidad de su amor por el príncipe, la hija del talabartero y ahora
dueña y señora de la comarca no veía motivo alguno por el cual revelar la identidad de su
esposo.

Al día siguiente su madre fue a verla y, contrario a lo que esperaba, la halló radiante de
felicidad.
Extrañada, preguntó que cómo podía sentirse alegre si compartía lecho con un monstruo; pero
la hija, tajantemente, y resuelta a no romper la promesa que hizo a su amado lagarto, le dijo a la
madre que lo esencial era siempre invisible a los ojos.

Por supuesto, la mujer del talabartero no le creyó ni jota y cada día volvía a preguntarle lo
mismo. Estaba segura que la hija le ocultaba algo y estaba determinada y no dejar de
presionarla para que le contara la verdad.

Un día, ante tanta insistencia, la princesa pensó que no pasaría nada malo si le contaba a su
mamá. Así que lo hizo y esta, tan sorprendida como su hija el día de la noche de bodas, le dijo
que no era justo que la comarca viviese engañada por su rey.

Dicho esto la instruyó de destruir la piel de lagarto en la noche, cuando el monarca se quedase
dormido, para que se viese obligado a revelar su identidad y de paso animar a sus súbditos, que
nunca habían mirado con buenos ojos la apariencia de su rey.

La hija creyó que era lógico lo que la madre le decía y dudó de que algo malo fuese a pasar. Así,
una vez su esposo quedó dormido, tomó la piel de reptil y le prendió fuego.

A la mañana siguiente el rey se levantó enfadado, pues apenas despertó descubrió el ardid. Le
dijo a la hija del talabartero que lo había traicionado y ahora, para poder recuperar el amor
herido, tendría que hacer todo lo que le había explicado en la noche de bodas.

Sin decir nada más desapareció, como por arte de magia.

Pasaron unos días y el reino sin rey comenzó a caer en desgracio. Se sobrevino una crisis que
golpeó todas las siembras y comercios, y los súbditos comenzaron a extrañar al monarca que tan
bien los había guiado, a pesar de su monstruosa apariencia.

La princesa, consciente de su error y de que ciertamente su amado había desaparecido para


siempre, decidió emprender la larga travesía en busca del castillo mágico.

Tanto anduvo y desanduvo la hija del talabartero en busca del palacio en el que suponía se
alojaba su esposo, que ya había gastado seis pares de zapatos de metal y sus esperanzas
mermaban. No obstante, un día divisó una pequeña y extraña casa, erigida en lo alto de una
colina alejada.

Por lo exótico del sitio, creyó que allí podía encontrar alguna pista que la llevase por el buen
camino.

Al llegar llamó a la puerta y le abrió una anciana de mucha edad, que rápidamente y de forma
poco cortés le preguntó cómo se le ocurría llamar a la puerta del sol.
Sí, el sol, pues resulta que la anciana era la madre y la casa el hogar del astro rey, que cada día
traía luz al mundo, pero que en la noche se ocultaba y buscaba saciar su apetito acumulado, por
todas las vías posibles.

Llorando, la hija del talabartero narró su triste historia y ganó la compasión de la señora, quien
le dijo que no temiera. Ella calmaría el apetito de su hijo y le pediría que la guiase hacia el
castillo más mágico de todos, si es que sabía cómo hacerlo.

Cayó la noche y el sol regresó a su hogar. Su primera intención fue devorar a la hija del
talabartero, pero su madre le pidió compasión y le contó la triste historia de la niña.

Solidarizado con ella entonces, el sol explicó que no tenía idea de dónde ese castillo podía estar.

Sin embargo, aseguró que hay sitios que sólo se descubren en la noche a la luz de la luna, y otros
que están tan escondidos, a los que sólo el viento puede llegar.

Por ello, instruyó a la niña cómo llegar a la casa de sus primos la luna y el viento, en busca de
una pista verdadera. Le advirtió que la primera intención de ellos sería devorarla, pero que si
rápidamente les contaba su historia, lograría sensibilizarlos, tal y como sucedió con él.

Así, la niña partió en busca de su pista.

En casa de la luna no obtuvo ningún indicio. Pero ya cuando estaba gastando su séptimo par de
zapatos, y en la casa del viento, este le dijo que conocía el intrincadísimo lugar, y que la llevaría
de buena gana.

Tras kilómetros de viaje acompañada por el viento, la hija del talabartero llegó por fin al castillo
más mágico de todos.

Allí ciertamente encontró a su amado, pero resulta que este estaba pronto a contraer nuevas
nupcias con una bella muchacha del lugar.

Desconsolada, estuvo a punto de rendirse y reemprender su retorno, pero una anciana que la
vio llorando le preguntó qué la apesadumbraba tanto.

La princesa contó su error y todas las peripecias de su búsqueda. Cuánta sería su sorpresa
entonces al ser informada por la anciana que su cuento podría tener un final feliz, pues el rey
estaba hechizado por la bella pretendiente; un hechizo que solo podría romperse si este era
besado por aquella mujer a la que su corazón realmente pertenecía.

Al tanto de esto, la niña se aferró con todas sus fuerzas a esa posibilidad. Esperó el día de la
boda e irrumpió en la ceremonia, justo antes de que su amado diese el sí quiero.

Ante la mirada estupefacta de todos los asistentes a la boda, corrió al altar y apartó a su querido
exlagarto de la hechicera. Sin dar tiempo a nada, dio un apasionado beso a su marido, que de
inmediato volvió en sí, como quien se despierta de un profundo aletargamiento, y reconoció a la
hija del talabartero.

Lo había traicionado una vez, pero comprendió que si lo había buscado hasta ahí era porque lo
amaba como nadie en el mundo, y nunca más volvería a traicionarlo.

A partir de ese momento todo fue felicidad. El rey mandó a apresar a la bella hechicera y
disfrutó el banquete previsto para la amañada boda, con su verdadera esposa.

Al día siguiente, reemprendió viaje con ella a su otrora reino, que en pocos meses recuperó el
esplendor de antaño, cuando era gobernado por el feo lagarto; sólo que a partir de ese
momento, el monarca era un apuesto joven, que gobernaba en compañía de su hermosa esposa,
una muchacha que aún parecía niña, y que era la hija de un humilde talabartero.
La palomita y su patita

Había una vez una palomita muy bonita y tierna que debido a su inexperiencia provocó la
fractura de una de sus paticas.

Tanto dolió esto a la palomita, que irrumpió en un llanto continuo que logró la compasión de
todos los seres que habitaban las áreas cercanas. Así, un ángel que había escuchado el llanto se
solidarizó y descendió para socorrer a la palomita, a la cual le repuso su patita, pero por una de
cera.

Agradecida y muy contenta, la palomita revoloteó y recorrió nuevamente todos los terrenos que
frecuentaba. Tan alegre estaba, que al posarse sobre una roca no se percató de cuán caliente
estaba esta. Así, tas sólo unos segundos de estar posada, su patita de cera se derritió
completamente.

Triste y molesta, la palomita increpó entonces a la roca y le dijo que si realmente era tan
valiente como para derretir su patita a propósito.

Solidarizada con la palomita, la roca le dijo que más valiente que ella era el sol, que en definitiva
era el que la calentaba a ella.

Con la voluntad suficiente como para hallar al culpable de su patita repuesta, la palomita voló
alto hasta dar con el sol.

Cuando llegó lo suficientemente cerca de este como para no hacerse daño, le increpó y le
preguntó que por qué era tan valiente como para calentar la roca que derritió su patita.

El sol le contestó que el valiente no era él, sino la nube que lo tapaba, haciendo sus rayos más
dañinos en ocasiones.

Con esta respuesta, la palomita fue entonces a ver a la nube, quien dijo que el valiente era el
viento que la aventaba y movía.

Este último dijo que la culpa era de la pared que resistía su continuo embate, mientras que esta
dijo que los valientes eran los ratones que la perforaban para hacer hoyos a través de los cuales
pasar.

A su vez, los ratones le dijeron a la palomita que más valientes que ellos eran los gatos que los
perseguían para devorarlos. Los mininos también se solidarizaron y le dijeron que los valientes
eran los perros, que siempre se esforzaban por hacerlos huir.

Por su parte, los canes dijeron que los más valientes eran los hombres, los cuales ponían bajo su
dominio a todos los animales del planeta, pero los hombres dijeron a la palomita que el único
ser realmente valiente era Dios todopoderoso, creador y mandante de todas las criaturas y
objetos.

Sin perder su perseverancia, y resuelta a hallar la respuesta al por qué de su infortunio, la


palomita voló más lejos que nunca hasta llegar adonde estaba Dios. Al verlo, la palomita lo
reverenció, lo alabó y lo bendijo, pues estar ante el Señor le inspiró más respeto y admiración
que cualquier preocupación que pudiese tener por su patita.

Dios, que ama y entiende toda obra de su creación, incluso las que puedan parecer pequeñas e
insignificantes, se solidarizó con la palomita, a la cual acarició y bendijo.

Acto seguido, la tierna criatura, pero ya con mucha más experiencia y conocimiento del mundo,
descubrió cómo tenía una nueva patita, no de cera, sino una idéntica a la otra, con hueso, uñas,
capacidad de flexión y todo lo demás necesario para andar y volar tal cual Dios la concibió.

Así la tierna palomita volvió a tener dos patitas y ya más nunca se las dañaría. Había acumulado
la experiencia suficiente como para saber qué podía dañarlas y qué no.

Desde ese día además fue una criatura muy buena, que ayudaba al resto de los animales a
garantizar su bienestar y conseguir sus objetivos.

Por ello, las palomas son hoy seres queridos por todos los animales, salvo para alguno que otro
que quiera devorarlas por maligno instinto. Son además símbolo de la paz y el empeño y aún,
con todo el desarrollo existente, son empleadas como mensajeros para las comunicaciones, de
los mejores que se puedan tener.
La niña atrapamariposas

Cuenta la historia que hace mucho tiempo, en una gran urbe con mucho desarrollo, vivía una
familia de buenas condiciones económicas, cuyo jardín despertaba la admiración de todo el
vecindario.

La causa radicaba en que el jardín contaba con ejemplares de muchas especies de flores y
plantas ornamentales, todas bellas y exquisitas para dotar de belleza natural cualquier espacio.

Asimismo, en el jardín abundaban los insectos y lepidópteros que suelen frecuentar estas
plantas, como las siempre bonitas e inquitas mariposas.

Sin embargo, sucede que en la familia había una niña de solo seis años, llamada Azucena, que
tenía la mala costumbre de cazar mariposas con una red, pincharlas con alfileres y adjuntarlas a
tableros de madera que luego exhibía orgullosa a sus amigas, como si se tratase de una preciosa
colección.

Los padres no hacían nada por cambiar el hábito o hobby de la pequeña. Creían que no hacía
daño a nadie, pero realmente las colecciones de Azucena, y las acciones que ejecutaba para
darles forma, no reflejaban la pureza que debía caracterizar a la niña, sobre todo con un nombre
que honra a una bella flor.

Así, la costumbre de Azucena no tenía para cuando acabar. Mariposa bonita que revoloteara por
las flores y plantas del jardín, mariposa que entonces la niña se esforzaba por atrapar y agregar
a sus tableros.

Algunas lograban escapar, pero la gran mayoría de ellas perecían a la caza indiscriminada de la
niña atrapamariposas.

Como es lógico de entender, tan malsana costumbre no podía durar para toda la vida.

Según la historia, un día la pequeña Azucena, que era orgullo de la familia no sólo por lo bonita,
sino también por su inteligencia y excelentes resultados en la escuela, tuvo un extraño sueño en
el que se le apareció el hada del jardín.

Era como las hadas de casi todas las leyendas infantiles. Una mujer madura pero joven, de
belleza incomparable, tono de piel áureo y alas semitransparentes adjuntas a la espalda.

Con su dulce voz, y apuntando su varita a la pequeña en sus sueños, la increpó por su
destructora conducta.

Cuestionó a la niña sobre su actitud para con las mariposas, y le explicó que los seres bellos de la
naturaleza, como ella, Azucena, habían sido concebidos para vivir en libertad, ser felices y hacer
felices a los demás.
Por qué entonces ella, una niña tan linda y lista, se empeñaba por cazar y dar muerte a las
tiernas mariposas, que solo acudían al jardín familiar para incrementar su belleza y tributar al
feliz desarrollo de las flores y plantas.

Entre maravillada y asustada, Azucena comprendió los argumentos del hada y juró en su sueño
que a partir de ese momento sería una niña de bien.

Sin embargo, al despertar en la mañana siguiente y salir al jardín, vio una bella mariposa
monarca, de vívidos colores, que la hizo olvidar todo lo que le había dicho el hada y en
consecuencia había prometido no hacer.

Tomó sin pensarlo dos veces su red, y se abalanzó a perseguir al tierno visitante, que pereció
ante su instinto de coleccionista insensible e inhumano.

Pero sucede que a la noche siguiente, Azucena volvió a soñar.

En esa ocasión estaba atada a un árbol, y estaba siendo juzgada por una corte de insectos,
lepidópteros y otras criaturas típicas de bosques y jardines.

El hada del jardín estaba entre los miembros del jurado y las pocas veces que cruzó su mirada
con la de la niña, lo hizo de manera severa y acusatoria.

El alegato de la fiscal del caso, una mariposa gigantesca, demandó la pena máxima para
Azucena, pues a pesar de haber sido interpelada y aconsejada por el hada suprema del jardín, y
de haberle prometido a esta cambiar su actitud, siguió haciendo lo mismo con total indiferencia.

Por los murmullos registrados tras esta intervención, el jurado estaba dispuesto a conceder la
petición del fiscal. Azucena estaba sudando frío, temerosa por su vida e integridad. Pedía piedad
y volvía a jurar que no lo haría más, pero nadie parecía compadecerse de su situación.

Luego llegó el turno de la defensa, encarnada en un búho viejo pero que aparentaba mucha
sabiduría.

El búho dijo que era muy difícil cumplir con la tarea que le asignaron de defender a la niña, pues
su delito era indefendible e injustificable. Sin embargo, llamó a una segunda oportunidad,
esgrimiendo que la niña no era del todo culpable por ser así, ya que en definitiva era inmadura y
no tenía conciencia sobre la total importancia de la vida y la preservación de los animales.

Gran parte de la culpa recaía en sus padres y el resto de la familia, y por tanto les correspondía a
ellos, los animales, tratar de reeducar a la pequeña para ver si encontraba la senda de la bondad
y la nobleza.

La intervención del búho calmó los ánimos e hizo recapacitar al jurado. Accedieron a darle una
segunda oportunidad a Azucena, bajo la promesa de esta de que nunca más en su vida haría
daño ni a una mariposa, ni a animal alguno.

A pesar de haber prometido por segunda vez, a la mañana siguiente Azucena volvió a sus
andadas y olvidó los sueños que la aquejaron.

A la primera mariposa que vio, agarró su red y la persiguió con total desenfado. Sin embargo,
esta vez el desenlace no sería una mariposa pinchada con alfileres y enganchada en uno de los
tableros de la niña.

Apenas Azucena cazó a la mariposa, una bandada de abejas y avispas que libaban y volaban
alrededor de las flores del bello jardín se abalanzaron sobre ello y comenzaron a picarla en el
rostro con tal furia, que las ronchas aparecían en cada centímetro de su bonita cara.

Al percatarse de esto, y escuchar los alaridos de dolor de la niña, los padres intervinieron y la
llevaron a urgencias.

Allí, los médicos hicieron un trabajo rápido y contuvieron las reacciones alérgicas a las picadas
de avispas, abejas y otros insectos. Durante todo el proceso Azucena pensó detenidamente y
comprendió que merecía tal castigo primero por su mala actitud hacia las mariposas, y segundo,
por haber faltado dos veces a su palabra.

A partir de ese día, juró que nunca más sería la niña atrapamariposas y que no permitiría que
nadie dañase a animal alguno, al menos en su presencia.

Ciertamente, como dicen, a la tercera fue la vencida. A partir de ese día Azucena se convirtió en
una niña, futura mujer, amiga de los animales y defensora de sus derechos. Cuando soñaba con
animales, resultó ser que el hada madrina del jardín y toda la flora y fauna, era su ser interior.
La princesa y el Frijol

Había una vez un príncipe de un reino muy próspero, que estaba en edad de casarse pero aún no
encontraba a la princesa de sus sueños. De todo el mundo venían princesas a conocerlo, pero el
príncipe que era muy exigente a todas les encontraba algún defecto. Siempre había algún
detalle que no terminaba de convencerlo y en ocasiones ni siquiera estaba seguro de que fueran
princesas reales. Ya la tristeza se había empezado a apoderar del corazón del príncipe, que
pensaba que nunca encontraría la princesa que tanto anhelaba.

Una noche tempestuosa, en que no cesaba de llover y relampaguear, tocaron a la puerta del
castillo. El viejo rey en persona fue a abrir y para su sorpresa encontró en el umbral a una
doncella en un estado terrible.

El agua le corría por el pelo y las ropas, que además se habían ensuciado con el barro del
camino. A pesar de esto ella insistía en que era una princesa real y verdadera, por lo que debía
dormir aquella noche en el castillo.

La reina que pensó que esta era otra de las doncellas que pretendía ser princesa para conquistar
a su hijo, le dijo al rey. – “Mañana en la mañana sabremos si es quien dice ser”. Y sin darle más
explicaciones fue a preparar la habitación donde la joven pasaría la noche.

Sin que nadie la viera quitó toda la ropa de cama y puso un pequeño frijol sobre el bastidor de
madera. Luego colocó encima del frijol veinte colchones y veinte almohadones hechos de las
plumas más suaves del reino. Allí dormiría esa noche la princesa, que era digna de las más
exquisitas comodidades.

A la mañana siguiente cuando la princesa despertó, la reina le preguntó cómo había dormido. A
lo que ella para su sorpresa contestó:

-“No he podido dormir en toda la noche. Estoy muy agradecida de su hospitalidad, pero era
insoportable aquella cama. Me acosté sobre algo tan duro que incluso amanecí con moretones
por todo el cuerpo”.

La reina que era la única que entendía de lo que hablaba la joven, declaró ante todos que se
trataba de una princesa verdadera. -“Solo una princesa puede tener una piel tan delicada como
para sentir un frijol debajo de veinte colchones y veinte almohadones de plumas”, – dijo.

El príncipe quedó encantado después de oír aquella historia, así que decidió comenzar a cortejar
a aquella princesa. Luego de conocerse un poco más y ver que compartían las mismas aficiones y
gustos, decidieron casarse en una gran boda real ante todo el reino.

Versión 2: Cuento de La princesa y el guisante


Había una vez un apuesto príncipe que vivía junto a sus padres en un bello castillo, en una tierra
muy lejana.

El príncipe de nuestra historia no era totalmente feliz, pues aún no encontraba a su media
naranja, esa princesa con la que habría de casarse y gobernar con sabiduría cuando sus padres
ya no estuviesen.

Los reyes le habían presentado a su hijo muchas princesas, unas bellas, otras muy inteligentes,
pero al príncipe parecía que ninguna le convenía. Siempre alegaba alguna inconformidad con las
pretendientes y ninguna, lo sabía bien desde lo más profundo de su corazón, estaba destinada a
ser su adorada esposa.

Esto sacaba un poco de quicio a sus majestades, que estaban preocupadas de que el príncipe no
se casase nunca por su tozudez y el trono fuese a parar a un monarca soltero.

Sin embargo, el joven los calmaba diciéndoles que no se preocupases, que él tarde o temprano
hallaría a la princesa perfecta. Para ese fin contrajo entonces un largo viaje, que lo llevó a los
más recónditos lugares.

Visitó castillos y palacios de tierras cercanas y lejanas a la suya, mas doquiera que llegaba, nunca
encontraba la chica que esperaba.

Así, tras muchos meses de infructuosa búsqueda regresó a su castillo y, bajo la decepción de sus
padres, subió a sus aposentos a descansar, pues realmente estaba muy extenuado.

En esa ocasión la molestia de los reyes no se calmó tan rápido. Creían que su hijo regresaría con
una bella e inteligente princesa y el hecho de que esto no hubiese sucedido les tenía muy
decepcionados. Por ello prefirieron quedarse en el salón del palacio leyendo, para pasar su ira,
antes que retirarse a descansar temprano como su hijo.

Mientras esto sucedía, afuera del palacio había empezado a caer un verdadero chaparrón,
acompañado por vientos fuertes y muy frío.

El rey, que era un monarca muy solidario, pensó en la desgracia que estarían pasando los
súbditos que se hubiesen visto obligados a vagar por las calles con ese temporal.

La reina, que era más templada pero igual de buena, calmó sus preocupaciones alegando que
difícilmente alguien se atrevería a andar por las calles con tamaña lluvia y vientos.

En eso, alguien llamó con desesperada fuerza a la puerta principal de palacio. Enseguida el rey
acudió al llamado y abrió la puerta, para descubrir que quien llamaba era una bella muchacha,
toda mojada y desarreglada por el evento climatológico.

Al verla le preguntó que quién era y qué hacía sola en medio de tales condiciones del tiempo.
La muchacha le respondió que era una princesa venida de muy lejos, que había acudido a la
comarca sólo para conocer la majestuosidad del palacio y sus reyes, famosos por sus buenos
hábitos y formas para gobernar.

El rey sonrió y al igual que la reina no estaba muy seguro de que ciertamente la muchacha fuese
una princesa. ¿Qué princesa andaba por ahí sin carruaje y escolta?

Aun así decidieron acogerla y acondicionaron una de las mejores habitaciones para la muchacha.
A la mañana siguiente aclararían todo, por lo que no había razón para impedir que la víctima del
clima descansase adecuadamente.

Pero la reina, muy suspicaz, ordenó preparar un lecho con veinte colchones para la muchacha.
Debajo del primero de ellos colocó un guisante, que entre tanto bulto no se percibía y dejó todo
listo para el sueño de la supuesta princesa.

A la mañana siguiente todos desayunaban, incluido el príncipe, cuando la muchacha bajó.

Al príncipe le pareció muy bella, pero antes de que pudiese presentarse o decir algo la reina
interpeló a la muchacha y le preguntó cómo había dormido.

Esta respondió que no muy bien, pues a pesar de que se habían dispuesto muchos colchones
para su descanso, había algo debajo de alguno de ellos que molestaba su piel.

Esta era la respuesta que la reina buscaba para su prueba del guisante. Sólo una verdadera
princesa o persona de piel real podía tener la delicadeza suficiente como para percibir un
guisante bajo tantos colchones.

Con ello la identidad de la muchacha no generó más duda y la felicidad se apoderaría del
castillo, pues al príncipe le pareció la princesa perfecta para desposar.

Era bonita, inteligente y con unos sentimientos y valores que difícilmente no enamorasen a
cualquier hombre.

Afortunadamente el amor inmediato del príncipe fue correspondido por la joven princesa del
guisante, con lo que se casaron a los pocos días y fueron felices para siempre, dando igual
felicidad a toda una comarca que los adoraba y compartía su dicha.

Versión 3: Relato infantil de La princesa y el guisante

En un lejano reino, vivió una vez un príncipe joven y apuesto en edad de casarse, pero que no
había podido encontrar una princesa noble y hermosa para que ocupara su lugar junto al trono.
Cierto es que, en el reino, vivían muchachas muy hermosas, pero el príncipe quería que su
esposa fuese una princesa verdadera, hija legítima de reyes y que tuviese su propio castillo.

Con el paso del tiempo, llegaron a la corte del reino numerosas princesas de todas las partes del
mundo, pero el joven heredero no se contentaba con ninguna de ellas. Una noche muy fría y
lluviosa, mientras el príncipe se encontraba disfrutando junto a sus padres del calor de la
chimenea, llamaron a las puertas del palacio con tres toques muy suaves.

Sorprendidos de que alguien anduviese afuera tan tarde, el rey se acercó a la puerta junto a sus
guardias. “¿Quién anda a la intemperie con esta frío y a estas horas?” – preguntó el monarca con
voz fuerte. “¿Será acaso una bestia maldita?” – preguntó la madre con cierto temor.

Al abrir las enormes puertas del castillo, el rey y los guardias quedaron sorprendidos de ver que,
tras la cortina de agua, se descubría una joven desaliñada y mal vestida. Empapada de pies a
cabeza y temblando de frío, la pobre muchacha apenas podía hablar.

– Buenas noches, su Majestad – murmuró la muchacha con voz temblorosa – Me he perdido en


el bosque con esta tormenta y necesito refugiarme en su castillo.

– ¿Quién eres? – preguntó el rey aún asombrado

– Soy una princesa de un reino lejano

– En ese caso, no se diga más. Pase cuanto antes para que pueda secarse la ropa y cenar como se
merece.

Con un corto ademán, el rey indicó a sus sirvientes que prepararan una comida deliciosa y
trajeran ropas nuevas y secas para la pobre muchacha. Al acercarse a la chimenea, el príncipe la
observó detenidamente. Cierto es que era muy hermosa, pero al encontrarse tan desarreglada,
el joven dudó seriamente de aquella chica por lo que decidió pedirle ayuda a su madre, la reina.

– Madre, esta muchacha es muy bella y me ha impresionado, pero no sé si tratará de una


princesa verdadera.

– Yo te ayudaré a comprobarlo, hijo mío – dijo la reina sonriendo.

Entonces, mientras la princesa terminaba de cenar y secarse al calor de la chimenea, la reina se


dispuso a preparar personalmente el cuarto de huéspedes. El joven príncipe acompañaba a su
madre, y pudo ver como la reina colocaba cien almohadas de plumas en la cama de la alcoba.

Pero eso no fue todo. Debajo de las cien almohadas, la reina colocó un diminuto guisante, con lo
que el príncipe, confundido, le preguntó a su madre de qué se trataba todo aquello.

– Si en verdad esta muchacha es quien dice ser, no podrá dormir en toda la noche por culpa del
guisante, pues aunque lo he cubierto con cien almohadas, las verdaderas princesas notan
siempre la más mínima incomodidad.

De esta manera, el príncipe comprendió a su madre la reina, y se fueron a dormir a sus alcobas.
A la mañana siguiente, y cuando todos los miembros de la familia real se encontraban
desayunando, apareció de repente la muchacha, cansada y despeinada.

– Buenos días, princesa – dijo la reina con amabilidad -¿Cómo has dormido ayer?
– Me apena decirlo, pero no he podido pegar un ojo en toda la noche. Sentí una incomodidad
muy grande en la cama que no me dejaba conciliar el sueño, y hoy para colmo he amanecido con
dolores de cabeza.

En ese preciso momento, la reina y el príncipe se miraron satisfechos, pues habían comprobado
que aquella muchacha era una princesa auténtica, digna de casarse con el heredero del reino.
Por supuesto, el príncipe no dudó un segundo en casarse con ella, y según cuenta la historia,
vivieron muy felices por el resto de sus vidas.

La princesa encantada

Había una vez un caballero que siempre andaba por las más insólitas tierras en busca de
aventuras exclusivas.

En una ocasión llegó a un estrecho en el que una inusual escena atrapó su atención. Había
cuatro animales, específicamente un león, un águila, un galgo y una hormiga, disputándose una
presa que encontraron a la vez.

Cada animal jalaba con todas sus fuerzas para llevarse la totalidad del premio, pero ninguno
lograba hacerse con el control absoluto. Por ello, cuando vieron al hombre decidieron que este
intercediera y resolviese la situación como mejor considerase.

Interpelado, el caballero decidió tomar su espada y trocear la presa de la forma que más justo le
pareció. Cada animal tuvo un pedazo acorde a su tamaño y necesidades, por lo que estuvieron
muy agradecidos con el hombre y acordaron dar cada uno algo que le fuese útil.

De esta forma, el león se arrancó un pelo de su melena y le dijo que cuando le hiciese falta
convertirse en el rey de la selva, solo tomara el pelo en su mano y dijera “Dios y león”. Luego,
para retornar a su estado natural de humano, solo debería decir “Dios y hombre”.

Así, el águila le dio una de sus plumas, la hormiga una de sus antenas y el galgo uno de sus pelos,
e impartieron las mismas indicaciones que el león. Con esos regalos, diciendo la frase oportuna
para cada animal, el hombre podría metamorfosearse, algo que enseguida valoró como de
mucha utilidad para las aventuras que pudieran presentarse.

No tendría que esperar mucho el caballero para probar los valiosos regalos que le hicieron los
animales.
Tan solo unos días después llegó a un castillo apartado, donde, según le habían dicho los
moradores del pueblo más cercano, habitaba una princesa encantada por un malévolo gigante,
que la obligaba a permanecer presa de él.

Nadie se atrevía a acercarse al castillo, y mucho menos intentaba ver a la princesa, ya que los
pocos osados que lo habían hecho, habían perecido en el intento.

No obstante, el caballero desbordaba temeridad y ahora, al disponer de tales accesorios de


animales, estaba dispuesto a ser más osado que nunca. Además, conocer a una princesa
encantada, que además era famosa por su belleza, podía ser la oportunidad de su vida para
encontrar el amor.

Con estos pensamientos el caballero se acercó al castillo y para su sorpresa la princesa estaba
sola en uno de los balcones. Sin pensarlo dos veces, y olvidándose del gigante, fue a los bajos del
balcón y comenzó a hablar con ella.

Ambos se gustaron a la primera. El uno era la pareja perfecta del otro, tal y como muchas veces
se habían soñado. Sin embargo, la princesa no podía dejar de estar temerosa y lo advertía una y
otra vez de que se fuera, pues el gigante podría llegar en cualquier y acabar con su vida.

El caballero le dijo que no se preocupara, pues tenía sus recursos para vencerle. No obstante,
precisaba que ella, que era lo única que lo sabía tal y como le dijeron en el pueblo, le dijese el
secreto del gigante.

La princesa encantada le dijo que era cierto que ella sabía el secreto, pero que no podía
decírselo porque el gigante la tenía amenazada de muerte.

Tras mucho insistir del caballero, y porque ciertamente había quedado prendada de él, la
princesa accedió a decírselo.

Resulta que la clave de la vida del gigante estaba en un huevo dorado que él personalmente
guardaba con mucho celo. Si el huevo era destruido, el gigante moriría y el encantamiento que
obligaba a la princesa a permanecer en el castillo, incluso cuando este no estaba, desaparecería.

Mientras el caballero procesaba la información el gigante irrumpió en el castillo y fue a su


encuentro para matarlo. Sorprendido, el hombre tomó la antena que le había regalado la
hormiga y gritó “Dios y hormiga”, con lo que quedó convertido en un ejemplar del minúsculo
animal.

Gracias a esto pudo burlar al gigante y escalar hasta la torre donde estaba la habitación de la
princesa. El gigante desistió de su búsqueda y pensó haber visto mal, así que se retiró a sus
aposentos a descansar tras las actividades de una tortuosa jornada.


Fueron tres días los que el caballero, ya convertido en hombre, pasó junto con la princesa en su
habitación.

En ese intervalo el amor que había aflorado entre ellos creció y ambos estudiaron varios
escenarios en los que podrían derrotar al gigante y liberar a la princesa encantada.

Llegaron a la conclusión de que el huevo dorado estaba en el interior de un puercoespín al que


el gigante llevaba a todos lados, como si se tratase de un fiel perro.

Pero antes de que pudieran trazar una adecuada estrategia el gigante, que había estado fuera
atemorizando y cobrando impuestos forzosos en comunidades alejadas, regresó al castillo.

Apenas llegó olfateó el rastro del caballero y se dispuso a enfrentarlo. Liberó al puercoespín
para que hiciera el trabajo sucio, pero el caballero se anticipó al embate de este y se transformó
en un temible león.

Las dos criaturas trabaron una encarnizada pelea y cuando el león estaba a punto de vencer, el
puercoespín se transformó en una veloz liebre y salió huyendo. El león-caballero no quería dejar
escapar la oportunidad de hacerse con el huevo, razón por la que adoptó la forma de un galgo y
fue en persecución de la liebre.

Cuando estaba a punto de atraparla, vio como la presa se le escabullía y se convertía en paloma.
Rápidamente, el galgo se transformó en águila y en pocos segundos logró atrapar con sus garras
a la paloma, la cual ya no tenía forma de escapar.

Apenas aterrizó de su vuelo, y antes de que el gigante fuese a su encuentro, el caballero exclamó
“Dios y hombre” y adoptó su forma natural. En fracciones de segundo desgarró a la paloma y
con el huevo dorado en su mano, justo antes de que las manos del gigante apresaran su
garganta, lo apuñaló.

Todo lo demás sucedió más rápido aún. Al romperse el huevo el gigante fue desintegrándose y
desapareció para siempre de la faz de la tierra.

El encantamiento que pesaba sobre la princesa desapareció y ya podía salir del castillo cuando
gustase. No sería nunca más la princesa encantada y podría contraer matrimonio con el
caballero, algo que ambos hicieron de inmediato, para vivir felices por el resto de sus vidas.

Versión 2: Cuento de la princesa encantada

Cuenta una vieja historia que había una vez un caballero amante de la aventura y lo épico y que
un día se topó con una escena bastante inusual.

En medio del camino por el que transitaba había un león, un galgo, una hormiga y un águila que
peleaban entre ellos por llevarse una presa para alimentarse.
Tras mucho porfiar, cuando vieron al caballero los animales decidieron que fuese él quien
decidiese quién se llevaría la presa. Ellos, reconocedores del poder y la sabiduría humana,
aceptarían su decisión.

El caballero reflexionó unos instantes y le pareció que lo más justo era dividir la presa en cuatro
partes iguales, una para cada animal.

Satisfechos con esto, las criaturas se sintieron en deuda con el hombre y pensaron que debían
darle algo a cambio. Por ello, el león y el galgo le dieron un pelo, la hormiga una de sus antenas
y el águila una pluma.

Pero no eran atributos animales simples. Los animales explicaron al caballero que esos atributos
eran mágicos y le servirían para sus aventuras. Tomando uno de ellos y pidiendo a Dios
transformarse en el animal en cuestión, el hombre podría adoptar la forma del ejemplar y hacer
todo lo que este hasta que pidiese volver a ser hombre.

Muy agradecido por los regalos el caballero siguió su viaje, deseando encontrar alguna aventura
digna del empleo de los mismos.

Así, llegó a un lejano castillo donde le habían dicho que vivía una bella princesa, encantada y
presa por un gigante mago.

Sin temor alguno el joven se acercó a la ventana en la que había sido informado que la princesa
se asomaba con frecuencia y apenas la vio quedó prendado de ella y la llamó.

La joven también gustó mucho del caballero, pero los encantamientos que pesaban sobre ella le
impedían irse con él.

Sin embargo, tanta empatía hizo con aquel apuesto hombre, que le confesó todos los secretos
que sabía del brutal mago que la tenía prisionera.

Resulta que la vida del gigante dependía de un huevo dorado que llevaba con él a todos lados,
en el interior de un fiero puercoespín. Si el huevo era destruido el gigante moriría, y todos sus
maleficios dejarían de surtir efecto, con lo que la princesa dejaría de estar encantada y podría
marcharse con el caballero para ser feliz.

En ese momento el gigante no estaba, por lo que lo mejor, según pensó el caballero, era esperar
por él en el interior del castillo. Sin embargo, no había forma alguna de entrar dada la seguridad
extrema que había en todas las entradas, al menos no como hombre.

Por ello el joven tomó la antena que le había regalado la hormiga y pidió a Dios convertirse en el
minúsculo animal.
Tal y como le habían prometido los amigos faunísticos que había hecho, se transformó en una
ágil hormiga y escaló hasta la habitación de la princesa, que al principio se asustó mucho, pero
luego, cuando el caballero retomó su figura de hombre, se relajó y comprendió que aquel
hombre era su salvador, venido por voluntad divina.

La princesa encantada y el caballero se amaron con gran pasión y trazaron un plan mediante el
que pudieran destruir al gigante cuando regresara al castillo.

Pero resulta que este llegó antes de tiempo y tomó por sorpresa a los jóvenes.

Al ver al hombre el gigante lanzó a su fiero puercoespín en su persecución, para que acabase con
su vida.

Los planes que había hecho con la princesa no servían de nada, pero el caballero, ágil de
pensamiento, tomó una sabia decisión.

Agarró el pelo que le había regalado el león y pidió a Dios transformarse en el rey de la selva,
con lo que entonces fue él el que hizo correr al puercoespín.

Cuando estaba a punto de atrapar al secuaz del gigante, ese animal que guardaba en su interior
el huevo dorado, el león vio que el puercoespín se transformó en una ágil liebre, mucho más
rápida con un león.

En respuesta a eso el caballero tomó en su garra de león el pelo del galgo y pidió convertirse en
un ejemplar del rápido animal, con lo que dio alcance rápido a la liebre. Sin embargo, segundos
antes de que pudiese atraparla esta se transformó en una paloma y emprendió un rápido vuelo.

Imposibilitado de atraparla como galgo, el caballero tomó la pluma de águila y se transformó en


un bello ejemplar de la veloz y rapaz ave.

Así dio rápido alcance a la paloma, a la que atrapó y, ya con su forma de hombre, desgarró para
obtener el huevo dorado.

Mientras todo esto sucedía el gigante se había acercado a la princesa, a la que estaba decidido
matar por haber revelado su secreto.

Afortunadamente, antes de que el gigantesco hechicero pudiese hacer algo el joven clavó su
puñal en el huevo dorado, acabando con la vida del ser que había tenido prisionera y encantada
a la bella princesa.

Tras esto fue al encuentro de su amada, con la que contrajo rápidas nupcias y se quedó a
gobernar en el castillo que antes había pertenecido al cruel gigante.

De esta forma la princesa encantada quedó librada de los maleficios que pesaban sobre ella y
vivió feliz para siempre, junto a su amado buscador de aventuras y gran amigo de todos los
animales.
Las 3 naranjas

Esta es la historia de un príncipe que dedicó muchos años de su vida buscando las famosas tres
naranjas del amor. Según había escuchado de las viejas leyendas, encontrar dichas frutas le
permitiría hallar a la mujer de su vida, esa que nunca lo traicionaría pasase lo que pasase.

Así, el príncipe anduvo y desanduvo los jardines frutales de medio mundo. Doquiera que
llegaba, preguntaba a jardineros y visitantes si habían visto las tres naranjas del amor.

En todos los lugares, la respuesta que obtenía era negativa, razón que casi lo insta a abandonar
su empeño. Algunos habían oído hablar de las famosas naranjas, pero le decían que ya no
existían, que habían desaparecido.

Pero sucede que un día, cuando ya la última esperanza estaba a punto de agotarse, el príncipe
encontró a un jardinero viejo que respondió afirmativamente a su pregunta. De hecho, el
jardinero las tenía en su poder, pues habían florecido en uno de sus árboles tras años de haber
desaparecido.

El hombre no puso peros para venderle las naranjas el príncipe, quien no creí que por fin,
después de tan largo tiempo, hubiese conseguido su objetivo. Así, naranjas en mano, se
aventuró a regresar a su palacio, con la esperanza de hallar a la mujer de su vida y casarse.

El viaje de regreso fue más largo de lo esperado. En su búsqueda, el príncipe se había alejado
mucho de su castillo y ahora se le hacía dificultoso el retorno.

Debido a esto se vio obligado a abrir una de las tres naranjas para calmar su sed y para su
sorpresa vio como de la misma salió una mujer con un niño en brazos.

La mujer, muy hermosa, le preguntó al príncipe si tenía agua para lavarla, un paño para secarla y
un peine para peinarla, acciones todas que la harían aún más bella para él.

Desafortunadamente, el hijo de reyes no tenía nada de esto y así se lo hizo saber a la linda
mujer, que ante la negativa se transformó en una paloma y se fue volando al horizonte junto
con su niño.

El príncipe lamentó no haber tenido nada de lo que le pidió la mujer, pues ella bien podía haber
sido su pareja de vida.

No obstante, aún le quedaban dos naranjas y había oportunidad, pero no podía volver a
sucumbir ante la sed, para evitar imprevistos como el que acababa de ocurrir.
Así, siguió andando por muchos kilómetros más y la sed aumentaba. Ante la inexistencia de
fuente alguna de la cual beber, o pueblo en el que proveerse del vital líquido, decidió abrir otra
naranja y una escena idéntica volvió a ocurrir.

La única diferencia fue que la segunda mujer superaba a la primera en belleza. Sus pedidos y lo
que hizo tras la negativa del príncipe, fue todo igual.

De esta forma, el príncipe se vio con sólo una naranja e igual de sediento, razón por la que se
juró que abriría la otra pasase lo que pasase.

Tras mucho andar, el joven arribó a un pueblo en el que pudo saciar su sed y comprar algunas
provisiones, entre ellas un peine, un garrafón lleno de agua y un paño, útiles que bastante había
echado en falta cuando se los solicitaron las dos mujeres que dejó escapar.

A la salida del pueblo había una gran fuente, en la que ya listo para marchar el príncipe se
dispuso a rellenar el garrafón con agua, para no pasar más sed.

Allí lo atrapó una gran curiosidad por saber que habría en la última naranja. Había prometido no
abrirla, pero pensó que ya faltaba menos para llegar a su reino y en caso de que saliese otra
mujer y le pidiera lo mismo que las anteriores, pues ahora sí tendría cómo responder a sus
requerimientos.

Tras mucho dudar se atrevió y fue así como picó la última de las naranjas.

De ella emergió una mujer más bella que las dos anteriores, también con un niño en brazo.

Al igual que las otras, preguntó al príncipe si tenía agua para bañarla, un paño para secarla y un
peine para peinarla.

Ante la respuesta afirmativa de este, la bella dama reconoció que antes sería él su amado, el
hombre con el que estaba destinada a estar.

El príncipe radió de alegría y felicidad, pues después de tanto buscar y buscar, había hallado la
mujer con la que emprendería toda una vida juntos. Le encantaba su físico, pero sin conocerla
en profundidad sabía que lo haría feliz en todos los detalles y aspectos que importan más que la
apariencia.

Luego de peinarla y antes de emprender el viaje a su castillo, el príncipe le pidió a la mujer que
lo aguardase en la fuente, que él iría de nuevo al pueblo a comprar mantas para que en las
noches del viaje tanto ella como el niño pudiesen estar bien abrigados.

La mujer accedió y aguardó en la fuente, pero nuevos imprevistos ocurrirían.


Apenas se fue el hombre a buscar las mantas, una bruja que había presenciado con envidia la
escena irrumpió y engañó a la bondadosa y bella mujer para hechizarla.

Le dijo que la peinaría de una forma más bonita y mientras lo hacía, enterró un alfiler en su
cabeza, convirtiéndola en una paloma, a la que obligó a volar lejos.

La bruja no era fea, mas no igualaba en belleza a la dama salida de una de las tres naranjas del
amor.

Cuando el príncipe retornó percibió un cambio, mas la influencia mágica de la bruja no le hizo
percatarse del todo.

Ciertamente sabía que la mujer ya no le gustaba tanto, pero era incapaz de percibir el porqué.

Así, el hijo de reyes y la bruja reemprendieron viaje junto al niño, y al cabo de unos días llegaron
al palacio, donde los monarcas aguardaban a su hijo y se sintieron muy felices de que hubiese
hallado las tres naranjas y con ellas el amor.

Pasaron unos pocos meses y el príncipe no era feliz. Se sentía como si hubiese sido obligado a
vivir con una persona a la que no quería, pero de la cual no podía separarse.

Al niño sí lo amaba como si fuese suyo y en tal sentido se esforzaba por permanecer más a su
lado que la mujer, a la que incluso temía un poco.

De repente una tarde irrumpió en el palacio una bella paloma blanca, que por su belleza atrapó
el príncipe para acariciarla.

La paloma era nada más y nada menos que la mujer hechizada, la que tras mucho bregar y
preguntar había dado por fin con el castillo en que vivían su hijo y su amado.

Apenas la vio, el príncipe se dio cuenta de que no era una paloma común y corriente. Al
acariciarla, sintió una cercanía con el ave, a la que no hallaba explicación.

La bruja se percató de esto y empezó a proferir alaridos, tratando de obligar a su engañado


esposo a que soltase la paloma. Amenazó con que si no lo hacía, pues degollaría al ave y la haría
sangrar justo delante de él.

El príncipe no hizo caso a las amenazas y continuó acariciando a la paloma, hasta que vio como
esta gemía de dolor cuando el pasaba su dedo por un punto exacto de su cabecita. Descubría
que la causa de este comportamiento parecía estar en un pinchito que había enterrado, el cual
extrajo con toda la delicadeza posible.

Al hacer esto, la paloma se transformó instantáneamente en su amada, aquella que había


dejado en la fuente y a la que ahora estaba seguro, no había vuelto a ver en los meses que
llevaba casado con una impostora.
La bella mujer tomó a su niño en brazos y contó al príncipe, ya libre de influjo hechicero alguno,
todo lo sucedido.

Junto a su padre el rey, el príncipe ordenó la captura y quema de la bruja.

Libres de ella y todos sus maleficios, las nupcias del heredero al trono volvieron a celebrarse,
esta vez con la mujer indicada, aquella que vino de las tres naranjas, para traer amor y felicidad
a un futuro monarca cuyo reino florecería como ningún otro.

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