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EPISCOPADO DE MONS.

BONEO
La tarea pastoral de este Obispo se desarrolla en el marco de una sociedad consolidada
y que por lo tanto requiere no solo hacerse presente en sus ‘espacios nuevos’ tal como hemos
podido observar sucedía en la etapa anterior sino fundamentalmente llevar a cabo un ‘proyecto
pastoral’ que girará sobre siguientes ejes: creación de parroquias como modo de presencia
territorial, educación de la niñez y de la juventud, difusión del culto a la Virgen de Guadalupe y
formación de un clero propio.
Para llevar adelante este proyecto, él mismo se preocupará de visitar personalmente a
su feligresía en su mayor parte de origen inmigrante –tanto rural como urbana- en sus propios
asentamientos, articulará una vasta de red de servicios en el campo educativo y de la atención
de las diversas formas de pobreza a través de las congregaciones religiosas, fomentará la
actividad de los laicos, tanto en el sostenimiento de las estructuras pastorales (iglesias, casas
parroquiales, centros católicos, etc) como en lo estrictamente piadoso y en el ámbito de lo social
y a través de la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe apuntará a mantener la presencia de
los católicos en la calle.
Por cierto que este proyecto es para toda la Diócesis que por entonces abarcaba no solo
nuestra provincia sino también los territorios de Chaco y Formosa y por lo tanto excede el marco
de lo urbano, sin embargo el problema de estos ámbitos no le es ajeno tal como se desprende
de la nota que le dirige al Vicario Foráneo de Rosario el 8 de julio de 1901, en la que señala que
al trabajo tenaz de la masonería y el protestantismo no se lo enfrenta con ‘Pastorales’[30] o
Conferencias sino con mas trabajo en las asociaciones piadosas, los colegios, los Círculos y las
familias, para lo cual es indispensable el compromiso del clero y los religiosos y todo esto sin
mucho ruido[31].

Erección de Parroquias

Apenas llegado a su sede episcopal, Mons. Boneo se dedicó a la organización definitiva


de esta nueva circunscripción eclesiástica y el 9 de octubre de 1898 realizaba su primera Visita
pastoral a la cosmopolita Rosario, actividad que le permite constatar que las dos parroquias
existentes en la ciudad son más que insuficientes para responder a la demanda de la feligresía.
Menos de dos meses después, al promulgar el Decreto de erección de Parroquias por la
cual se elevan a este rango las capellanias erigidas en las colonias por su predecesor, la ciudad
de Rosario se ve beneficiada con la creación de dos Parroquias[32], con lo cual su número
aumenta a cuatro y se la designa como sede de la Vicaría Foránea lo que de suyo implica un
reconocimiento a la importancia que el Obispo da esta urbe, ya que el Vicario Foráneo detenta
una responsabilidad supraparroquial en su nombre[33].
En el caso de Santa Fe no se producen modificaciones en la estructura parroquial hasta
el año 1910 en que se erigen San José y San Juan Bautista, a través de las cuales intenta
responder al crecimiento de la ciudad capital hacia la zona norte ya que ésta era la única capaz
de facilitar el asentamiento de una población –mayoritariamente obrera y pobre- que por
entonces superaba los 70000 Hbs.
Hay que destacar que la creación de estas Parroquias estuvo precedida de un estudio
encargado a una Comisión especial, que consideraba que debido a la población de la ciudad y su
desarrollo siempre creciente en los distintos barrios había que dividir a la del Carmen en cuatro
Parroquias y una Vice-Parroquia[34].
Hacia 1915 las Parroquias de Rosario habían aumentado a ocho debido a la erección de
San Antonio (Barrio Belgrano, ex Vila) en 1908 y Guadalupe (mas tarde Perpetuo Socorro) en la
zona de la Refinería, San Miguel Arcángel y San Antonio (zona centro) en el año 1912[35].
Al finalizar el período analizado Santa Fe contaba con 11 Parroquias, 5 de las cuales
estaban aún sin proveer pero su creación pone de manifiesto la visión del Obispo y la
importancia dada al crecimiento urbano, a la par que deja el camino abierto su sucesor para que
continué con este proyecto.
En el caso de Rosario las Parroquias alcanzan el número de 14[36], todas en actividad y
con la nota distintiva que algunas de ellas se confían para su atención pastoral a las
congregaciones religiosas: salesianos, franciscanos, claretianos y lateranenses[37].

Campo educativo

Para Mons. Boneo la educación de las nuevas generaciones, especialmente la de los


ambientes obreros, era una de las grandes tareas que la Iglesia debía afrontar tal como lo
indicaba el Magisterio universal y de los Obispos de América Latina y Argentina.
Es claro que su preocupación no era solamente teórica y de inmediato puso manos a
esta obra con la creación del Colegio de Artes y Oficios en la ciudad de Santa Fe al cual había
instalado fuera de la zona céntrica, en una barrio Candioti donde predominaba la clase
trabajadora.
De hecho, algunos colegios de religiosas instalados en la ciudad de Santa Fe como las
Esclavas y las Adoratrices lo habían hecho prácticamente en extramuros, aunque luego algunos
de esos espacios se hayan transformado sociologicamente y lo mismo sucedió en Rosario donde
el Obispo permitió la instalación de numerosas congregaciones religiosas –especialmente de
origen italiano- para la educación de la mujer y el apoyo dado a los salesianos con su ya
renombrado Colegio San José.
La especialización elegida colocaba a los salesianos a la vanguardia de la formación
técnica ya que Rosario no contaba con ningún instituto sólido en esta materia y las experiencias
anteriores –tal como lo señala Gschwind- habían sido efímeras.
Podría decirse que los salesianos en Rosario lograron, con su sistema educativo,
incorporar por una parte a los sectores urbanos de menores recursos a un mundo laboral que
necesitaba cada vez operarios calificados y por otra, urbanizar a sectores de origen rural a través
de dicha cualificación, además de todo lo que significaba para el crecimiento religioso y el mismo
desarrollo vocacional y mas aún, la incorporación a la sociedad argentina de los hijos de los
inmigrantes.
En esta perspectiva de incorporar a los sectores urbanos a la Iglesia y capacitarlos para
el trabajo debemos mencionar la Escuela de los Hermanos Cristianos en el ya citado barrio de la
Refinería, en el cual con singular violencia se habían experimentado las huelgas de 1901, 1904,
1905 y 1907.
En el seno de esta barriada tan cosmopolita e ideologizada, hacia 1908 existían
aproximadamente 2000 niños y adolescentes que solo había recibido las opuestas educativas
que sustentaban anarquistas y otros grupos menores –todas de vida efímera- y la de una escuela
oficial que no podía albergar a mas de 300 alumnos[38].
La instalación de una escuela en el lugar estaba entre los objetivos mas preciados del
Obispo[39] y apuntaba a preparar a los hijos de la clase obrera para estar capacitados a la hora
de buscar trabajo, lo que se pone de manifiesto en algunas de las materias que se dictaban:
dibujo industrial y electricidad.
Coincidimos con afirmación de A. Prieto aunque diferimos en las conclusiones, en que
el mismo constituía el proyecto en ese momento para penetrar la mentalidad de los barrios mas
radicalizados, eliminando a través de la educación los aspectos mas contestatarios de los
mismos pero sin desdibujar el carácter obrero de los mismos.
Junto con los sectores populares y a otros que se constituirán en la base de la clase
media, la Iglesia no descuidará la educación de las familias tradicionales de las que surgirán no
pocos cuadros de la administración provincial, a través del ya mencionado Colegio de la
Inmaculada que deberá enfrentar a otros centros laicos de indudable prestigio como el Nacional
y el Normal.
Imposibilitados de mayores descripciones y análisis del proceso, señalamos que para
1929 Rosario contaba con 11 institutos educativos, 8 de los cuales estaban dirigidos a la mujer
y 3 a los varones, en tanto en la capital provincial cuatro colegios se dedicaban a la mujer y dos
a los varones[40].

Aspectos varios

Otro de los campos donde se nota una fuerte presencia eclesial es en lo que hemos
denominado el ámbito del dolor y el sufrimiento –hospitales, orfanatos, prisiones- y que en el
ámbito urbano se experimenta con mayor fuerza, es donde se hace sentir la religiosa o el
capellán no solo por su capacidad de trabajo sino –en general- por la compasión que es capaz
de irradiar.
Este trabajo de las religiosas ha sido reconocido de diversas maneras no solo por los
beneficiados sino incluso por profesionales anticlericales, ateos o agnósticos.
No menos importante ha sido la labor de los Círculos Católicos de Obreros tanto en
Rosario como en Santa Fe y que han merecido la crítica de los historiadores tradicionales del
movimiento obrero en virtud de su oposición a la lucha de clases, lo cual creemos ‘justo’ desde
esa perspectiva ideológica pero no se les ha reconocido sus aportes a favor de mejorar la
situación de aquellos trabajadores a través de la formación laboral, el mutualismo, el descanso
semanal, el rechazo del trabajo de niños y mujeres y la promoción de la vivienda obrera entre
otras.
Junto con esto la conformación de una intelectualidad de cierto fuste[41] entre los que
se destaca el santafesino Ramón J. Doldán, quienes a través del libro, la tribuna, el periodismo
‘independiente’ y los intentos de una prensa propia –sin demasiado éxito en esta etapa- no solo
divulgan el pensamiento católico en general y su doctrina social en particular sino que ofrecen
alternativas concretas para superar los conflictos sociales.
Al respecto cabe recordar lo que señalaba el citado Doldan al referirse a las cíclicas crisis
sociales que se vivían en las primeras décadas: para terminar con estas cuestiones, constrúyanse
casas para la familias trabajadora, en lugar de comprar mausers para la represión, lo que sigue
siendo –con matices- aún vigente.
Finalmente no se puede obviar una referencia a la capacidad de movilización de los
católicos, que se dio fundamentalmente en los centros urbanos, con motivo de la reforma
constitucional del año 1921 y a la creación de la casa del Pueblo en Santa Fe, en cuya
inauguración se congregaron 25000 personas.
GUADALUPE EN EL PROYECTO PASTORAL DE MONS. FASOLINO
Pbro. Edgar Stoffel
Mons. Nicolás Fasolino había nacido el 3 de enero de 1887 en el seno de una familia
inmigrante y en el porteño barrio de Balvanera. Al sentir el llamado al sacerdocio ingresó al
Seminario Metropolitano de Buenos Aires con sede en Villa Devoto. En vista de sus aptitudes,
los superiores del mismo decidieron enviarlo a Roma al celebre Colegio Pío Latinoamericano y
tras cursar en la afamada Pontificia Universidad Gregoriana obtuvo los títulos de Doctor en
Derecho Canónico, Filosofía y Sagrada Escritura.
En la misma Ciudad Eterna recibió la ordenación presbiteral y de inmediato regresó
nuestro país donde desempeñó importantes tareas pastorales que abarcaban desde el ejercicio
de la docencia en la Universidad Católica y el Centro de Estudios Religiosos, la dirección y
acompañamiento al laicado católico por entonces tan activo a través de los Círculos de Obreros
y la Juventud Católica -especialmente los estudiantes- y a posteriori con la naciente Acción
Católica y la colaboración ministerial primero como Tte. Cura en San José de Flores y a partir de
1922 Cura Párroco de Balvanera donde ejerció un importante apostolado y se preparó para su
futuro ejercicio episcopal.
Además de estas tareas desde 1913 se desempeñaba en la Curia Arzobispal, se dedicaba
a la investigación histórica, se encuentra entre los fundadores o colaboradores de diversas
publicaciones católicas y en 1923 le toca acompañar a Mons. Boneo en la delicada tarea de
administrar la Iglesia porteña en el marco del entredicho entre el Estado argentino y la Santa
Sede, ocasión en que puso de manifiesto su tacto y capacidad ante situaciones difíciles.
Tras la muerte de Mons. Boneo, el 20 de agosto de 1932, el Papa Pío XI lo nombra
segundo obispo diocesano de la sede santafesina, sucediendo Más tarde, al elevarse Santa Fe
en 1934 al rango de Arquidiócesis, se convirtió en su primer Arzobispo.
Su episcopado
Dotado de singulares cualidades intelectuales y de gobierno Mons. Fasolino va a
trascender nuestra Iglesia particular proyectándose de tal manera al plano nacional, que el
investigador boloñés Loris Zanatta lo considera como uno de más activos protagonistas del
reposicionamiento del catolicismo en la primera mitad del siglo XX y gestores de la construcción
del imaginario de la ‘nación católica’.
Sin embargo hay que señalar que por encima de todas esas consideraciones, la labor
pastoral fue su principal prioridad a lo largo de episcopado que estuvo marcado por las
profundas transformaciones y crisis que vivieron el país y la Iglesia (a nivel mundial y local) entre
los años cuarenta y sesenta y podemos señalar que se caracterizó por lo que L. Quintana
denomina un nuevo estilo de gestión eclesial ya que alentaba y fortalecía los proyectos
existentes al mismo tiempo que innovaba sobre otros.
Tocó a Mons. Fasolino realizar en 1934 la primera Visita pastoral a los entonces territorio
nacionales de Chaco y Formosa cuya atención Mons. Boneo había confiado a los padres
franciscanos y sentar las bases para la organización eclesiástica de esa región.
En cuanto a los desafíos pastorales que ante sí tenía el nuevo Arzobispo podemos citar
la creación de nuevas diócesis en el territorio del Obispado comenzado por Rosario en 1934 y
siguiendo por Chaco (1939), Reconquista (1957) y Rafaela (1963). Junto a esto el crecimiento
acelerado de los barrios más allá los bulevares en la ciudad sede, extendiéndose sobre todo
hacia el norte pero también al este y al oeste, con calles de tierra, mal iluminadas y carentes de
la estructura socializadora básica que requerían presencia sacerdotal. En este marco no se
puede obviar la presencia elocuente de la ‘Obra de Barrios’ a partir de 1941, que de la mano de
Antonio Rodríguez e integrada por una verdadera elite de militantes cristianos en su mayoría
universitarios tenía como finalidad de evangelizar y promover socialmente a los vecinos
asentados en las zonas periféricas de nuestra ciudad.
También hay que señalar que durante su episcopado la Iglesia santafesina creció en
clero propio, varios seminaristas o sacerdotes fueron enviados a realizar estudios en Roma y
otras partes de Europa, algunos sacerdotes como Vicentín, Marengo, Di Stefano, Blanchoud,
Príncipe y Marozzi alcanzaron la dignidad episcopal y el ingreso de seminaristas llevó a tomar la
determinación de construir un nuevo Seminario que reemplazara al edificado por Mons. Boneo
que para entonces se había vuelto obsoleto, el cual nunca fue utilizado ya que no se lo concluyó
y una década después de haberse comenzado, las vocaciones comenzaron a menguar en virtud
de la crisis sacerdotal y vocacional desatada tras el Concilio Vaticano II que arrastró a algunos en
quienes había puesto su esperanza, y vació el Seminario.
Este punto preocupaba especialmente al entonces Cardenal en los últimos años de su
episcopado ya que habiendo recibido el Seminario de manos de su predecesor con casi 150
seminaristas lo dejaba con unos pocos alumnos, a la par que confesaba con palabras quemantes
‘hace tantos años que no ordeno un solo sacerdote’ y responsabilizaba de este fracaso a los
superiores de la casa.
El otro punto que le afectaba era la situación de desborde y crítica que se vivía en buena
parte del clero no sólo en lo que se refiere a la Iglesia en general sino en lo tocante a su propia
persona y a algunas de sus obras mas queridas como la Universidad Católica.
Hay que destacar en toda esta larga etapa el protagonismo del clero diocesano en el
fomento de obras sociales (como Durán y la Casa Cuna), el periodismo (Corti con ‘La Mañana’ y
Cerdán con ‘La Cruzada’), el acercamiento a los trabajadores en los años previos al peronismo
(Giampaoli en Gálvez) y la presencia en los barrios con la fundación de Parroquias y Colegios
(Genesio, Rodríguez, Dusso, Di Stefano, Blanchoud, Zanello, Pensato, Silvestrini, Günter,
Espinosa y Gasparotto, entre otros).
No podemos pasar por alto la importancia que en su pastoral tuvieron las
Congregaciones religiosas a las que le confió las nuevas barriadas situadas al norte de la ciudad
como los salesianos (Parroquia Don Bosco), los Oblatos de María Inmaculada (Luján) y los
Guanellianos (Nuestra Señora del Tránsito) y la consolidación de los Colegios católicos ya
prestigiados desde comienzos de siglo y los nuevos que se iban estableciendo.
Otra obra de importancia entre las emprendidas por Mons. Fasolino fue la creación del
diario ‘La Mañana’ que se extenderá desde 1935 hasta 1952 y el desarrollo de la Acción Católica.
También hay que señalar que participó de las sesiones del Concilio Vaticano II y que en
1967 el Papa Pablo VI lo designó Cardenal de la Santa Iglesia Romana.
En el año 1968 el Santo Padre le designa un Coadjutor en la persona de Mons. Zazpe, y
al año siguiente con fecha 14 de agosto entrega su alma al Creador.

Su interés por la historia

No menos importante ha sido su labor como historiador del campo eclesial,


encontrándose entre los miembros mas activos de la Junta de Historia Eclesiástica Argentina y
de la Junta de Estudios Históricos de la Provincia de Santa Fe, contándose entre los fundadores
de ambas y en las cuales ejerció también la Presidencia. También fue miembro de la Academia
Nacional de la Historia.
Antes de llegar a Santa Fe ya había publicado su invalorable biografía sobre Antonio
Saénz, primer rector de la Universidad de Buenos Aires y en buena medida su fundador y ya
entre nosotros dio conocer una serie de biografías de sacerdotes que nacieron o actuaron en
Santa fe durante la época colonia entre los que citamos ‘Actuación de cuatro clérigos
santafesinos’; ‘Dr. José De Amenábar’; ‘El maestro D. Pedro Rodríguez; ‘Dos semblanzas
(Francisco Javier Echagüe y Andía – Hernando Arias Mansilla)’; ‘Álvaro Gil ¿cura de Santa Fe en
1573-1576?’; ‘Sacerdotes santafesinos en Mendoza’; ‘Los sacerdotes Aguiar en Santa Fe’; ‘Los
Presbíteros Crespo en Santa Fe’; ‘Juan Nepomuceno Caneto, 1773-1840’; ‘Neto y Silva Braga
(Dos figuras santafesinas)’; ‘El Maestro Don Pedro Rodriguez’ y ‘Francisco J. Echagüe y Andía –
José B. Reduello’.

Guadalupe
Apenas llegado a Santa Fe, Mons. Fasolino manifiesta su decisión de entroncarse con
nuestra tradición guadalupana al punto que en su Primera Carta Pastoral del 29 de diciembre de
1932 hace referencia a ‘... la Virgen Santísima de Guadalupe, la Patrona y Reina de esta diócesis,
centro espiritual de más de un millón de almas, la Virgen María cuya devoción la llevamos en el
fondo del alma...’.
Al año siguiente y bajo el directo impulso del Pbro. Genesio se llevan adelante las
reformas del Camarín –hasta entonces un rinconcito estrecho- que insumen trabajo y dinero y
cambian por completo este sector del templo construido bajo del episcopado de Mons. Boneo
y al que se accede por las amplias y bellas escalinatas de mármol que todavía hoy perduran y
que reemplazan a las escalerillas angostas y empinadas que dificultaban el acceso de los
peregrinos.
Finalizadas estas obras para la Peregrinación diocesana, el nuevo Obispo puso de
manifiesto su espíritu guadalupano animando a la participación en la misma a tal punto que en
la década del ’50 del siglo pasado se consideraba que había sido la mayor de todas, salvo la de
1928 con motivo de la Coronación.
Es interesante recordar algunos de sus conceptos en el Edicto de convocación del 4 de
abril ya que allí podemos comprobar acerca de la importancia que Guadalupe tendrá en su
proyecto pastoral: ‘Acercase una fecha grata para los católicos santafesinos: la fiesta de nuestra
Patrona y Madre, la Virgen Santísima de Guadalupe, cuyo Santuario es el corazón de nuestra
Diócesis’; ‘Deseamos que al presidir por primera vez esta Peregrinación, nos hallemos todos –
Pastor, Clero y fieles- unidos íntimamente parea amarla siempre, para rogar por la cristianización
de nuestra sociedad, para salir de allí más fortalecidos a luchar por Cristo y su Iglesia Santa’ y
‘Nos asociamos con la Peregrinación a Guadalupe al 80 aniversario de la Constitución Nacional,
uniendo todas nuestras plegarias a los pies de la Virgen de Guadalupe a fin de que Dios ‘fuente
de toda razón y justicia’, como lo aclamaron nuestros Padres, ilumine y dirija con los fulgores de
su ciencia y virtud divina a nuestra Patria, y en particular, a nuestra Provincia, por el recto camino
de la verdadera grandeza que se fundamenta en las eternas leyes del Creador’
El 29 de abril, vísperas de la tradicional peregrinación Mons. Fasolino rodeado de
millares de fieles procedía a la bendición de la nueva obra cuya piedra fundamental había sido
colocada y bendecida por Mons. Boneo y llevada adelante por el Ing. Bergamini.
Al regresar de su Visita Pastoral a Chaco y Formosa en agosto de 1934, tras la elevación
de Santa Fe al rango de Arquidiócesis por la bula ‘Nobilis Argentinae Nationis’ del 20 de abril de
1934 fue recibido en el Puerto por una multitud de fieles que le aclamaban por su nueva
dignidad, Mons. Fasolino le respondió :’Mañana nos encontraremos junto a la Virgen de
Guadalupe en testimonio de su gratitud’.
En el año 1940 con motivo de llevarse a cabo el III Congreso Eucarístico Nacional en la
ciudad de Santa Fe y que movilizó a millares de santafesinos y católicos de otras provincias entre
el jueves 10 y el domingo 13 de octubre, fue colocado bajo el amparo protector de la Virgen de
Guadalupe a pedido de Mons. Fasolino quién sin dudas hacía girar los acontecimientos religiosos
de importancia que se suscitaban entre nosotros en torno a la Guadalupana.
Una ligera recorrida por los títulares de los diarios santafesinos reflejan la importancia
que durante su episcopado cobra el culto a la Virgen de Guadalupe: ‘Hoy se realiza la
peregrinación. Una vez ma slos fieles de Santa Fe se volcarán hacia el Santuario de Guadaliupe’
(El Orden, 1933), ‘La fe lleva su bandera. La gran peregrinación de hoy a Guadalupe’ (El Orden,
1934), ‘La peregrinación A Guadalupe de 1935, será recordada como una de las mas
importantes’ (El Litoral), ‘Una multitud fue en peregrinación a Guadalupe. Inusitado aspecto
ofrecía Santa Fe en la madrugada de ayer’ (El Orden, 1936), ‘Con animación y brillo se han
celebrado hoy los festejos de la Virgen de Guadalupe (El Litoral, 1936), ‘Constantemente
llegaban verdaderas multitudes hasta el Santuario’ (El Orden, 1937), ‘El mal tiempo no fue
obstáculo para la manifestación de fe de esta mañana’ (El Litoral, 1939), ‘Adquirió contornos
excepcionales la fiesta de Guadalupe’ (El Litoral, 1940), ‘Con gran afluencia de público se efectuó
la tradicional peregrinación al Santuario de Guadalupe’ (El Litoral, 1941), ‘Se realizó la tradicional
peregrinación al santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. Fue presidida por el Arzobispo de
Santa Fe y congregó a una numerosa concurrencia que se renovó durante el día’ (El Litoral,
1942), ‘Alcanzó singular brillo la peregrinación al Santuario de Guadalupe’ (El Litoral, 1945),
‘Cobraron singular brillo los festejos en Guadalupe’ (El Litoral, 1957), ‘Con renovada fe se realizó
la peregrinación anual a la basílica de Guadalupe’ (El Litoral, 1967) y ‘Reiteración de profunda fe
cristiana en la tradicional peregrinación a Guadalupe’ (El Litoral, 1969).
En el año 1952, con fecha 15 de abril abre el Año Jubilar Guadalupano preparando la
recordación de las bodas de plata de la Coronación Pontificia de 1928 y elabora un vasto plan
de actividades con el cual quiere poner en movimiento a toda la Diócesis.
De singular importancia será la Visita que la Virgen realizará a las Parroquias de la
Arquidiócesis a partir del 3 de mayo y que además de los actos de piedad tradicionales y visita a
instituciones de la comunidad, debía convertirse en una verdadera Misión de Penitencia, para
lo cual gravaba de un modo especial a los Curas Párrocos.
Finalizada la Visita el impacto producida por ésta debía ser acompañada hasta la
festividad del año siguiente que se realizaría el 19 de abril con el rezo del Santo Rosario, Novenas
y Bendiciones, a lo que se agregaba el rezo de tres ave marías a las que debía añadirse la
invocación ‘Virgen Santísima de Guadalupe, rogad por nosotros’. También los días 12 de cada
mes debían dedicarse a la Virgen, para lo cual los responsables de templos y capillas podían
determinar algún tipo de acto de piedad. No faltaba el pedido de oraciones por las vocaciones y
la solicitud de ayuda para la construcción del nuevo Seminario.
En ese marco se realizaba el 8 de setiembre la consagración del Santuario y del Altar y a
la par se elevaban súplicas para que el Santo Padre concediera el Título de Basílica que
oportunamente El había solicitado, y que como sabemos es una distinción que la Iglesia concede
a algunas iglesias ya sea por su historia, la veneración de alguna imagen con cierta raigambre y
la participación masiva de los devotos.
Esta circunstancia nos permite también conocer cual era el pensamiento de Mons.
Fasolino acerca del Santuario arquidiocesano y la imagen allí venerada de la que El se sentía
deudor:
‘Bien sabemos que el Santuario de Guadalupe en nuestra ciudad, visitado de continuo,
día a día, es también el sitio en donde tantas almas han hallado el camino, del cual, en día de
tristes recuerdos, se desviaron y volvieron a Cristo; es el templo en donde tantos padres y
madres de familia han rogado por la salud espiritual y material de sus hijos y por la santidad de
sus hogares; en donde los jóvenes han hallado protección en la lucha viril por la blancura de sus
corazones y amparo en las tareas intelectuales o en la labor de aprendizaje, respondiendo a la
propia vocación; en donde la juventud que se encamina a los altares encontró a la dulce Madres
que les infundió el valor de los elegidos a fin de que llegaran a ofrecer a su Divino Hijo y a
reconciliar las almas con Jesús.
El Santuario de Guadalupe ha sido y es fuente de vida santa espiritual; es principio de
salud para las almas; es hogar donde se consuelan las penas y se sobrenaturaliza el dolor; es la
casa de María, en donde los hijos se solazan con las dulzuras y las misericordias prodigadas con
maternal ternura; es la luz puesta bien alto, que ilumina a todas las parroquias y a todos los
senderos de la Arquidiócesis para que ninguno de nosotros sobrelleve las dificultades en el
camino de la vida, sin la mirada, el consuelo y el auxilio siempre presentes de María Santísima
de Guadalupe’
Las celebraciones centrales comenzaron el sábado 18 de abril, ocasión en que Mons.
Fasolino aplicó la Constitución Apostólica ‘Christus Dóminus’ en que se permitía el cumplimiento
del precepto dominical en sus vísperas para alcanzar su punto culminante el día 19 en que a las
4hs se dio inicio a la ‘Aurora Mariana’ con el rezo del Santo Rosario y plática a cargo de un
entonces joven Pbro. Hilmar Zanello.
Durante la mañana se celebraron misas en el altar mayor y en la galería del este, siendo
la primera la del Pbro. Miguel Genesio (4.30 hs) y a continuación oficiaron los Pbros. Luis
Massari, Moisés Blanchoud, José Serra, León Nani, Osvaldo Catena y Mauricio Stralla, a quienes
se sumaron religiosos de las diversas órdenes y congregaciones asentadas en nuestra ciudad. La
de la 7.30 hs. fue presidida por el Arzobispo. Por la tarde se celebró una sola Misa a las 17 hs,
que fue predicada por el Pbro. Ernesto Leyendeker.
Mientras tanto a las 6 hs. habían repicado todas las campanas de los templos y capillas
de la ciudad para dar inicio a la popular peregrinación que partía desde Boulevard Gálvez y
Marcial Candioti, la cual a su llegada era recibida como era tradición desde fines del siglo XIX por
el Capellán o Cura Párroco, en este caso el padre Genesio.
A las 9.45 hs. aproximadamente la imagen coronada era trasladada desde el interior del
templo por un grupo de sacerdotes hasta el Altar que se había erigido en el centro de la Plaza
ubicada frente al Santuario, en el cual a las 10 el Arzobispo de Córdoba Fermín Laffite presidiría
el solemne pontifical, cuya predicación estaría a cargo de Mons. Fasolino.
A su finalización, parte de la multitud que se calculó cercana a 80000 peregrinos y que
había participado del mismo acompañó en procesión a la sagrada imagen hasta el interior del
templo.
Por la tarde, además de la misa de la que ya hicimos referencia, a las 15 hs. se rezó el
Santo Rosario, se realizó el acto de consagración y se procedió a la bendición de los presentes.
Lo interesante de esta festividad es que no concluyó en dicho día sino que extendió
hasta el jueves 23 de abril llevándose a cabo un profuso programa que comenzó al día siguiente
con el recorrido de la Virgen por la laguna Guadalupe y el riacho Santa Fe a fin de preservar a la
ciudad de posibles inundaciones y luego por el ejido urbano acompañada por todo tipo de
vehículos hasta el entonces anfiteatro ‘Presidente Perón’, frente a la Legislatura donde se llevó
a cabo el homenaje de la niñez y de allí prosiguió su marcha hasta retornar al Santuario; el
martes 21 hubo una celebración en la Plaza destinada a los militares y fuerzas de seguridad por
la mañana en que la Virgen fue saludada con una salva de 21 cañonazos y por la tarde
concentración de las entidades católicas de la ciudad y poblaciones vecinas; el miércoles 22 –
fecha de la Coronación- se realizó por la mañana un solemne pontifical a cargo de Mons. Manuel
Marengo y se echaron a vuelo las campanas de todos los templos de la Arquidiócesis y por la
tarde la concentración de los trabajadores con sus familias y herramientas de trabajo presidida
por la santa imagen y al fin al una procesión de antorchas por la entonces ‘Villa de Guadalupe’.
Finalmente, el ya citado día 23 fue de Acción de Gracias, celebrándose tres misas en las que se
pidió por todos los difuntos que de cualquier manera hubiesen colaborado con la Coronación
Pontifica; por quienes aún estaban vivos y por quienes habían colaborado en los presentes
festejos.
Tras una serie de precisiones exigidas por la Sagrada Congregación de Ritos que Mons.
Fasolino responde personalmente el 12 de junio de 1953, la Santa Sede concede en el año 1954
el Título de Basílica. También en ese año se le concede autorización para celebrar el 12 de
diciembre como en el resto de América Latina y la Misa votiva ‘Beata María Virginis de
Guadalupe’ en cualquier día de la semana cuando se trate de peregrinos

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