You are on page 1of 10

Paseando por los jardines de palacio una figura camina

imperturbable sumido en un nudo de pensamientos sin rumbo, aún


cuando tuvieran un nombre. Un rostro ajeno de preocupaciones
mantenía la mirada al frente. En aquel paseo, lo único agradable a los
sentidos era el perfume de los crisantemos, siguiéndole en soledad junto
al hastío producido por la gestión de los asuntos de estado. En ese
momento, la belleza del paraje luchó por abrirse paso en un cúmulo de
sentimientos, la mayoría sumidos en el aborrecimiento y casi odio
emanado del exceso de atenciones.

“Claro está –pensaba-, que siendo la política una ocupación tan


mediocre, comprueba habidas cuentas la majestuosidad del arte de la
persuasión, a veces tan poderosa como el más carismático Damiyo. En
ocasiones, con un discurso convincente en oídos de una mente frágil y
un alma atormentada por el miedo, se inician guerras, se acrecienta la
gloria de alguien realmente despreciable, mientras otros hacen caer
desde las alturas, el aura de espíritus ciertamente ungidos”.

“Es curioso –observaba-, como cada uno de los clanes acicalan las
palabras en tonos rosados para servir mejor a un interés común, aún
cuando el filo de un puñal asome en la lengua de sus representantes.
Pobres estúpidos, ni siquiera tienen luces suficientes para percibir un
mínimo de sentido en todo esto. Preservar el buen nombre del
Emperador en una eternidad inicua llamada armonía, mientras nosotros,
partícipes de este absurdo teatro, nos congratulamos y divertimos
escribiendo el guión de la paz, la guerra, sus héroes y sus caídos.

“El honor, tan fácilmente mancillado, busca un hueco en la


facilidad del acero. Un paso en falso supone caer en desgracia. Sonrió
ante el hecho de la insignificancia revelándose a la maestría. Era
imposible de que ésta, fuera capaz de vislumbrar un atisbo de
competencia. Por lo tanto, -concluía, era cierto que las Fortunas
favorecían de forma caprichosa, susurrando en última instancia el golpe
letal de quienes más tarde pasaban a la posteridad. He aquí el equilibrio
–sonrió-.El desprecio de un inepto es impuesto por la espada, incluso
cuando las palabras le son propicias. ¡Hasta el inepto tiene visos de
orgullo¡ Qué ironía”.

“Desgraciadamente –suspiró-, la verdad de algunos es tan elevada


que la simpleza no es capaz de alcanzar. Ah, cuánta mezquindad…”

Embotado en una vanidad extremadamente dulce, pero al mismo


tiempo tan venenosa, iba acompañando sus pasos el sonido de la seda,
en su toga ceremonial. Un atrio se abría frente a él y en el centro, un
hermoso estanque, donde su Divinidad Resplandeciente se congratulaba
a veces observando el movimiento de los peces. Allí hizo un alto y tomó
asiento en un mármol verde azulado y bien dispuesto. Introdujo las
manos en las anchas mangas del kimono y extrajo una carta sellada, de
exquisita manufactura, por la que su asistente había tomado un interés
especial.

El despacho, de caligrafía impecable, estaba escrito por el último


de los Yoshikawa y aunque insolente por el destinatario a quien iba
dirigido, acordó tomarla en consideración. Por desconocimiento lógico,
no era capaz de suponer que quien iba a recibirla, tenía un carácter
agrio y no menos irascible cuando era molestada con asuntos a su juicio
superficiales, y más, cuando un versado aunque minúsculo grulla, era
quien se dirigía a la favorita de Togashi.

Misticismo y sensaciones mundanas cabían en ella y sin embargo,


era perfecta.

Pero las muestras interiores de sarcasmo dejaron paso a un interés


profundo. La gravedad de la acusación formulada no era para menos.
Aquel diplomático se había jugado la vida buscando referencias sobre
una sospecha latente. Un trabajo de investigación que había dado sus
frutos.

Era de suponer que aquella osadía no se mantendría sin obtener


una compensación honorable. El cargo del señor Togashi Harada,
Sengoku de los territorios Dragón en el valle del Ojo de Amaterasu, era
muy elevado. Y el delito de pertenecer a esa clandestina e inquietante
organización llamada Kolat, resultaba insultante para cualquier familia.

Desde tiempos inmemoriales, las pretensiones de esta sociedad


sumida en el secretismo más absoluto, no pudieron ser sino ideadas por
una mente irracional. Su principal objetivo era la instauración de un
nuevo orden celestial. Ideas cargadas de aspiraciones contraculturales y
absurdas que rozaban la locura hasta el punto de resultar
extremadamente ridículas.

“¿Así es cómo los plebeyos interfieren en el juego apostando por


un número difícil de obtener? Y más interesante, ¿podía resultarle
atractivo incluso a un Sengôku?” –pensó.

“Resulta admirable -se dijo-, como este caballero de noble y


probada ascendencia, rival de Harada, ató los hilos a favor de un señor
cuyo afamada beligerancia le precede allende los mares. No erraban los
rumores. La ambición de Noroda Akira no conoce límites. Incluso me
atrevería a decir que su forma de hacer política es, si cabe, muy poco
ortodoxa. Si aquella declaración escrita resulta cierta, su sacrificio no
habrá sido en vano. Curiosa manera de hacer brillar la lealtad a riesgo
de hundir su reputación en la ignominia”.

Todo hasta aquí parecía obvio, al fin y al cabo, ¿no era eso servir?
Pero Yoshikawa no pensó en un hecho de consideración. A sabiendas de
su poca instrucción en los mandatos imperiales, un cúmulo de indicios
no basta para formular una acusación. Ante un tribunal, pesa más la
categoría social del reo. Es su sangre y ascendencia los que se
convierten en protagonistas principales del plebiscito.

“Entonces, ¿cual serían las virtudes de ese Damiyo para que un


hombre de probadas cualidades fuera capaz de arriesgarlo todo y de esa
manera por él? ¿Hasta dónde había llegado la deshonra en Harada para
cometer un delito de lesa majestad? ¿Lealtad, deuda o ambas cosas?”.

Así se encontraba Miya Takayoshi, miembro de la familia imperial


en calidad de Magistrado, cuando una de las sirvientas se acercó con
aire confiado interrumpiendo su meditación. Era su dama de compañía.
Venía a recordarle la entrevista que esa misma mañana debía atender
bajo la rutina de la corte. Sin embargo, esta era diferente. Fue él quien la
había convocado, auspiciado por su avispado asistente. Un cálido aliento
se acercó al oído rozando sensualidad sin ánimo inocente, mientras
Takayoshi miraba distraído el reflejo de Amaterasu, en las cristalinas
aguas bendecidas sin duda por los kamis.

Lady Gracia Hosokawa era una muchacha de tierna edad, hija de


un noble samurai unicornio a quien conoció en uno de sus viajes hacia
aquellas tierras. El padre pronto advirtió la naturaleza despierta de la
joven, aún cuando fuera la menor de toda su descendencia. Observando
el agrado que producía en el letrado, insinuó a éste la posibilidad de
incrementar su formación en Otosan Uchi. Su nombre original era
Tamako y había estudiado junto con los monjes de la Hermandad de
Shinsei durante diez años. Atemperaba unas facciones frías con cierta
dulzura difícil de explicar, apaciguando el espíritu del noble Miya, a
quien agradaba mantener con ella conversaciones extensas. Muchas,
incluso hasta altas horas de la madrugada.

Y cierro aquí mi comentario pues no es menos cierto que cuando


descansan las espadas, la intimidad es asunto de cortesanos.

_ “Igual que el lecho de un río, -dijo suavemente derramando las


palabras- el corazón nunca se llena. Es un indescriptible cuya entrada es
la fuente del mundo”.

Cerró los parpados ocultando el pliego en el kimono, dejando


entrever un respiro lento y profundo, algo desbocado, no por temor a
que alguien desconocido pudiera leer el contenido. Su confianza en
Tamako era plena. Era más bien para evitar cualquier signo de
perturbación. Un gratificante escalofrío había recorrido su cuerpo,
cortando la calma como solo ella sabía hacer.

_”Ved querida, -volvió el rostro para contemplar unos ojos como


zafiros-, que sólo en momentos como éste, puedo ordenar mis
pensamientos y aún así debo estar alerta”.

Takayoshi había observado cierta expresión de tristeza. Pero


aquella respuesta sirvió para infundir en la joven un nuevo estado de
ánimo. Había comprobado que el motivo del comportamiento de su
señor, no eran otros salvo aquellos a los que se debe como samurai.
Había actuado de forma demasiado evidente y esa muestra de
sinceridad obtuvo su recompensa.

_”Tamako, ni siquiera las inexpugnables murallas que ves son


capaces de ocultar el verdadero rostro del enemigo. La naturaleza del
mal es capaz de reflejarse como la luz en las aguas claras. Es tarea difícil
separar a quienes verdaderamente mantienen una conducta intachable,
de aquellos que prefieren apartar la vista del camino marcado. Puede ser
un interés superior o quizás un hecho susceptible, pero ambos marcan
excesos de orgullo que deben ser a tiempo corregidos”.

_”Graves palabras son esas mi señor, -dijo mientras ocultaba su


rostro en un abanico de artesanía indudablemente grulla-.mas mi
maestro, Nabeshima sama, decía que la vía está en el corazón de un
soplo en donde la perversidad no encuentra sitio”.

Asintiendo, el magistrado complacido dijo:

_”Sin embargo, la pureza no se obtiene sin esfuerzo, pues nadie


puede comprender esta evidencia a simple vista”.

El calor apretaba y pronto encaminaron sus pasos hacía una sala


de recepciones, preparada a tal efecto por uno de los secretarios del
Ministro de Ceremonias. Atrás quedaba el cortejo dulce y fingido de una
pareja consciente de poseer un destino dictado por los caprichos del Hijo
del Sol. Gente ilustre paseaba igualmente por aquel vergel e incluso
llegaron las risas de niños jugando. Él mismo pudo distinguir la voz del
Príncipe Resplandeciente.

La entrada y la salida al jardín eran custodiadas por la distinguida


guardia imperial, de porte altivo y relucientes armaduras. Los blasones
esmeraldas ondeaban en los penachos mecidos por la leve brisa del
suroeste. Héroes sirviendo en el silencio anónimo de una gloria
eclipsada por el honor de servir a Tenno. Sólo los oficiales cultivaban una
educación atenta y siempre cuidada. Y ello, no se debía a una
manifestación fatua de la persona o relegación de las virtudes, sino más
bien, como prueba ante cualquiera, de una preparación exigente consigo
misma. Incluso era un aviso al imprudente menosprecio del enemigo
escondido.

La característica principal de la residencia oficial del Emperador es


y sigue siendo la perfecta sincronía entre los estilos más tradicionales
tomados por los Hantei y las mejores técnicas de ingeniería aportadas
por los siempre leales Kitsu del León. El castillo, de siete pisos, estaba
situado en la cima del otero sagrado. Esto ofrece una mayor posición
defensiva a la hora de combatir a un más que improbable atacante. La
madera, se renueva cada cierto tiempo. Eran los heinin del protegido
Clan de la Tortuga, quienes importaban las mejores piezas para tal
efecto desde todos los rincones del imperio. La imagen esbelta del
contorno del castillo sigue produciendo para el peregrino, cierto pavor
ante tanta majestuosidad.

Un aire dulzón acompañaba las estancias y pasillos de la más


sublime de las construcciones. Los suelos están cubiertos por tatamis
fabricados artesanalmente mediante el planchado de paja de arroz
trenzada. Innumerables cerámicas decoraban cada rincón del palacio y
uno se convence viéndolas, tal es la calidad de las mismas, que la tierra
cobra vida a manos del artesano, llevando la esencia de su dominio
hasta un estado casi místico.

Un gigantesco bloque de piedra tallada en forma de Shinsei daba


la bienvenida a todos los invitados. Los sirvientes iban y venían
cumpliendo sus quehaceres para agradar más allá de lo posible a Su
Divina Majestad, pues cualquier muestra o detalle incómodo, solía ser
una sentencia segura de muerte. Olor a incienso y otras plantas
aromáticas traídas de las lejanas islas de la Mantis ambientaban las
estancias. Y en los patios adyacentes, la conversación, la docencia y la
interpretación musical daban cabida a un sinfín de entretenimientos en
una construcción rebosante de actividad.

Tamako se ofreció acompañar al Magistrado hasta la puerta del


shoji. Dos criados esperaban por si deseaba cambiar de vestuario con
algo más cómodo y ligero. Tras mojar las manos en un plato de fina
porcelana, ambos se marcharon a un leve gesto suyo. Mientras la puerta
se cerraba, Takayoshi ocupó su lugar subiendo a un pequeño estrado, lo
suficientemente visible como para dar por entendido al interlocutor
quien ocupaba un puesto de privilegio de acuerdo con las normas de
etiqueta. Ajustando bien su kamishimo, observó el mon por si hubiese
algún descosido. Se arrodilló y echó un último vistazo al refectorio.
Quedó satisfecho. Su máxima, ante este tipo de situaciones, era la
elegancia de la sencillez. Delante suyo, una pequeña mesa de madera
lacada representaba a Hantei, ordenando a sus hermanos la
construcción del imperio, de tal manera que si en un momento de
distracción, alguien posaba la vista sobre la mesa, daba la impresión que
éste le observaba atentamente. Detrás, los “han” con el mon imperial y
los de su familia, concluían por así decir, el protocolo que en todo
momento debe seguir, un digno mandatario de la más alta aristocracia
kuge.

Las puertas del shoji se abrieron. La presencia de un hombre


ataviado con un kimono raso carmesí apareció en el umbral, inclinado
en una solemne reverencia perfectamente estudiada. Al cabo, sin
ofrecer la espalda en ningún momento, se colocó justo en la posición
indicada, frente al Magistrado y sin levantar la mirada aguardó las
primeras palabras del funcionario imperial. Takayoshi aprovechó la
intensidad del instante y prolongó un poco más el silencio, fijando su
atención en la máscara de su invitado, la cual, ofrecía en nácar, un
semblante serio y preocupado, dejando a la vista, aparte de los ojos, las
comisuras de sus labios.

_”He leído la correspondencia del señor Yoshikawa, -antes de


continuar observó cual era el efecto que producían sus palabras-, y doy
gracias a los kamis, que no han sido otros ojos, sino los míos, quienes
pusieron su vista en la gracilidad de tal contenido. No obstante, resulta
de un atrevimiento inesperado”.

_”Dada la urgencia, mi señor, -una voz ronca y grave denotaba la


madurez de un hombre a quien ya pesaban los años, sin embargo, daba
muestras de poseer una autoridad indiscutible-, preferí acudir a vos. Es
un asunto espinoso”.

_”No os preguntaré el método por el cual conseguisteis haceros


con esta carta, -dijo el magistrado apartando la mirada unos instantes-,
pero decidme, ¿quién es aquel que ha remitido esta misiva a la capital
imperial?”.

-“Se trata de Eiji Yoshikawa, consejero del ilustre Damyio Noroda


Akira sama. Actualmente, un firme candidato al sengogunato de la
región grulla que se extiende al este del río Toroga”.

Takayoshi se percató rápidamente de la poca convicción con la que


el guerrero decía asegurar aquello. Era bien sabido que en cuestiones
políticas, mejor era no saber nada o mantenerlo bajo llave.

“Un enemigo común puede crear un estado común”-pensó el


magistrado-.
-“Fue Yoshikawa, -continuó-, quien en compañía de un hatamoto
de su confianza apodado el “Halcón del Toroga”, aseguró el territorio
llamado Ojo de Amaterasu, utilizando exclusivamente el don de sus
argumentos”.

El magistrado imperial se inclinó hacia atrás dejando escapar de


sus facciones el contorno de una sonrisa.
-”Es una plática muy usada por su clan, ¿os sorprendéis? -apuntó-.

-”Desplazó sin dificultad alguna a Mirumoto Matsuo, uno de mis


alumnos más aventajados, -ambas miradas se encontraron-. A petición
del señor Togashi Harada, Sengôku de la región en aquel momento, se
hizo cargo de la situación”.

-“Modérese...-dejó caer Takayoshi, quien no toleraba situaciones


indecorosas-. ¿Cómo decís que se trata de vuestro alumno más
aventajado cuando sucumbió ante la tentación de un cargo político? ¿En
tan poca estima y vacuidad tiene ese dragón la más notable de las
profesiones? Su tessen señalaba directamente al escorpión.

El silencio se hizo por completo. Sin querer, Miya Takayoshi había


obtenido la respuesta a sus preguntas. Recordó las palabras de
Yoshikawa inculpando a Harada sama de su posible implicación en el
Kolat. Se basaba en los testimonios que en el juicio del falso consejero
Jubei Ishimonji, delataron su poco tacto ante un delito de increíble
magnitud. Su talante negligente había permitido salvaguardar de
manera impune la persona de Masamune Togashi, Damyo entonces de la
parte más fértil del valle, cuando éste le recriminó de comparar a Tenno
Sama con un vulgar hombre. Parece ser que nadie había reparado en
ello, salvo éste grulla, que incluso había anotado los volúmenes donde el
litigio fue registrado oficialmente.

_”Mi señor, -balbuceó el invitado- Mirumoto Matsuo se le conoce


en buena parte del imperio por haber derrotado al Kolat en todo el
distrito regional del Ojo de Amaterasu. Sufrió dos atentados a causa de
esto, en la capital de Harada, cuando se procesaba a Masamune por su
supuesta vinculación en la secta prohibida y un tercero a manos de un
samurai dragón, caído en desgracia, quien misteriosamente, había dado
su alma a Aquel-Que-No-Puede-Ser-Nombrado”.

_”Oh”, -exclamó Miya, sin poder contener su impresión por tales


palabras. También el magistrado escorpión tenía sus propios recursos,
quien había cerrado su puño derecho. Había conseguido su propósito, y
ahora pensaba, era él quien manejaba la situación-.
_”No entiendo por qué Mirumoto Matsuo aceptó el cargo de Shugo
de las manos de Harada, mi señor”.

Viejo zorro –pensó el magistrado. Dos intentos de asesinato en su


capital y un nombramiento político. Excelente teatro para legitimar un
territorio.

_”Señoría, -dijo gravemente-, vos sabéis al igual que yo, las


posibilidades de un hombre con reputación. Una excusa a tiempo puede
salvar el honor ante cualquier sospecha, sacrificando incluso peones
propios si los acontecimientos son adversos. Si la situación es
complicada, con ello se exculpa”.

_”¿Qué, qué queréis decir? –Takayoshi no daba crédito a lo que sus


oídos escuchaban-, ¿quién asumió la culpa?”.

_”El senescal -el cargo fue pronunciado de forma desbocada, como


cuando no puede ser contenido un torrente-, tras el segundo atentado,
cometió seppuku”.

_”Decidme, -entornó los ojos de nuevo, volviendo a posarse en la


carta de Yoshikawa-, ¿es cierto lo que se dice aquí sobre un Damyio bajo
su cargo, con vínculos directos con El Oscuro?”.

_”Hai -sentenció- su nombre es Hemkoyo”.

Henkoyo, pronunciaba su mente. Un nombre muy extraño, ni


siquiera le parecía gaijin. Entre los shugenjas existen mantras prohibidos
cuando recitan sus invocaciones. Algunos iban incluidos en sus
pergaminos. Otros, podían ser escuchados por el resto de los mortales,
como regurgitados de manera ininteligible, aunque solo ellos saben el
sentido y la función de unas palabras cuya procedencia es desconocida.

En el extinto Clan de la Serpiente, -recordó, los maestros de la


magia se consagraron en una búsqueda sometida a la fuerza de
voluntad y al espíritu de cada uno de sus miembros, pues la fuente de su
conocimiento no fue otro sino el mal. El estudio del “maho tsukai”,
condujo a utilizar técnicas prohibidas para combatir la oscuridad que en
un principio nos doblegaba. El fin justifica los medios, dijeron algunos,
pero ese acto de traición no quedó inadvertido, más aún cuando el ansia
comienza a devorar nuestro ser, fragmentando el alma y recreándose en
la corrupción más miserable.

Y ahora, una firme convicción iba fraguando el corazón de aquellos


dos hombres. En las remotas tierras del Cangrejo, donde la milenaria
Muralla se levanta con los débiles rayos de nuestra Madre como un signo
de esperanza para los hijos de Hida, un demonio halló un hueco entre
sus grietas.

El escorpión permanecía incólume, su rostro acerado miraba la


mesa, mientras esperaba las instrucciones del representante imperial. Si
había llegado hasta aquí, se decía, era porque la situación sobrepasaba
unos límites cuyas consecuencias eran difíciles de predecir.

_ “Nakamura, -terció el magistrado solemne-, presentaos a


vuestros superiores. Consultad las profecías con los más sabios de
vuestra orden. Necesito saber cuán lejos ha llegado todo esto.

_”Así se hará sama –dijo realizando una pausada reverencia-”

“Por mi parte enviaré a mi discípulo, -le daré esa oportunidad que


tanto andaba buscando, estuvo a punto de decir, mas no quería delatar
por asomo inexperiencia en su asistente y menos delante de un
escorpión-.

-“Veremos cómo es respetada la familia imperial en aquellos


territorios. Si es cierto lo que dices, pronto la barbarie abrazará de nuevo
la anarquía y seré yo mismo quien hable al mismísimo Tenno Sama.
Puedes retirarte”.

Una muestra de satisfacción marchó con aquel magistrado,


dejando al notable sumido en sus propios pensamientos.

“Ese Ojo de Amaterasu debía contener algo más Los hombres no


se arrojan a pozos sin fondo por nada. Sí, es cierto, estaban los intereses
políticos, la reputación de un clan o el simple mantenimiento de los
territorios. Pero después de haber oído aquello, no le cabía duda al
respecto. Eran varios los contendientes. Miró la mesa de Hantei y se
preguntó hasta qué punto debía involucrarse en un asunto tan directo
fuera de palacio. La magistratura imperial demostraba ser ineficaz para
atajar de raíz un óbice cuya magnitud, durante generaciones, había
permanecido perenne en la corte. Cada vez que era extirpado, una
nueva infección nacía en otro sitio y se extendía, hasta que resultaba
demasiado evidente.

Así son los tentáculos de Fu-Leng, -se dijo-, Cerró los párpados y
adoptó una pose de meditación.

Esa noche, el señor Takayoshi concluyó sus reflexiones. En su


mente rondaba la idea de hacerla llegar a su destinatario. Demasiado
fácil, concluyó, si esta carta había llegado hasta aquí, debía asegurarse
que no era otro sino las Fortunas, las más interesadas en entregarla. Una
ligera sospecha, un indicio o presentimiento, le decía que volvería. Si era
cierto su contenido, al igual que un don depositado como una gracia en
alguien elegido, el regalo volvería al dueño con la misma presteza por la
que fue entregado. Así pues, decidió elegir un emisario y devolverla tan
pronto como fuera posible. En cuanto a su discípulo, partiría
inmediatamente hacia el Ojo de Amaterasu, con la misión de recopilar
toda la información disponible. Lo que se estaba fraguando en aquel
hervidero alejado de la diestra imperial superaba con creces otros
asuntos a su entender menos productivos. Quizás ahora, la familia de los
Miya volvería tener una posición preeminente en las futuras decisiones
que dictase Su Majestad Hantei.

Con la fuerte luz del ocaso, un jinete cabalgaba raudo hacia el


este, mientras una mirada inexpresiva, exploraba los límites del
horizonte.

You might also like