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Política y escándalo

La reacción social que se produjo ante la corrupción de la era K puede ser un boomerang para
Cambiemos.

Carlos De Angelis

En 2017 se cumplieron cincuenta años de una obra que sería premonitoria. Se trata de La sociedad
del espectáculo, del filósofo francés Guy Debord. En sus 221 tesis escritas en una época en que
internet no era siquiera un sueño, señala que “bajo todas sus formas particulares, información o
propaganda, publicidad o consumo directo de diversiones, el espectáculo constituye el modelo
presente de la vida socialmente dominante”. Pero si la raíz de la palabra espectáculo –spectare–
es mirar con detenimiento, hoy se trata de lo contrario: miles de estímulos desconectados entre sí
funcionando en simultáneo con la consecuencia del surgimiento de una subjetividad fragmentada,
sin una narrativa que los unifique.

El poder se hace visible. Comenzando el siglo XXI, otro libro daría claves para interpretar la
Argentina de estos tiempos políticos. A partir del famoso affair Bill Clinton-Monica Lewinsky, el
sociólogo británico John B. Thompson escribe El escándalo político. Poder y visibilidad en la era de
los medios de comunicación. El desarrollo casi infinito de los canales informativos expone a las
figuras públicas a una visibilidad casi imposible de evitar. Lejos de ser un asunto frívolo, en el
momento en que la política renuncia al cambio social y a las transformaciones profundas, el
escándalo pasa a ocupar el lugar de la política en la sociedad del espectáculo.

Hoy, en la Argentina, medios y programas utilizan el escándalo político casi como única materia
prima. El objetivo, más que informar, es enojar al destinatario. Para esto el escándalo debe ser
teatralizado, adornado, construido, para ponerlo en el terreno donde el mensaje penetre sin
barreras cognitivas –la imagen–. Esta estrategia fue particularmente exitosa a lo largo de 2015,
cuando –por ejemplo– se construyó un personaje que controlaría amplias redes de narcotráfico, y
que por su apodo –la Morsa– se podía asimilar al entonces candidato a la gobernación de Buenos
Aires Aníbal Fernández, cuya derrota a manos María Eugenia Vidal allanaría el triunfo en segunda
vuelta de Mauricio Macri.

La invención del indignado. La lógica del escándalo político construye una nueva categoría
sociopolítica de ciudadanos, que son los indignados, y genera un sujeto que destila un odio
selectivo. En España los indignados con las políticas de austeridad, rescate bancario y corruptelas
varias en el Partido Popular dieron a luz a Podemos, una formación de izquierda.

En Argentina los indignados se convirtieron en la columna vertebral anti K, nutrieron las marchas y
los cacerolazos en 2012 y 2013, y finalmente fueron seducidos por el ascendente macrismo.

Para seguir alimentando a ese Galactus que son los indignados se utilizaron a fondo las
herramientas del escándalo político con las dos herramientas principales de la sociedad del
espectáculo: redes y televisión. El punto más alto fue la detención de José López y sus famosos
bolsos en el convento. López era un funcionario de segunda línea desconocido para el gran
público, que incluso portaba un nombre genérico, podía ser cualquier funcionario. El escándalo
permitió convertir lo abstracto de la corrupción en una imagen que transformaría 12 años de
gobiernos K en una asociación ilícita. Poco se dijo sobre el origen de los millones de dólares, pero
el escándalo no requiere de explicaciones.

También dentro de esta estrategia se pudieron ver en el prime time televisivo las detenciones con
forma de prisión preventiva de funcionarios, empresarios, y sindicalistas, hasta llegar a Julio De
Vido y Amado Boudou. Todos rigurosamente vigilados con chaleco antibalas, casco y esposados,
apostando al sensacionalismo que alimenta a los indignados. Obviamente algunos sindicalistas dan
mucho material en este sentido, con su vida opulenta, sus autos de lujo, sus viajes en jet privado y
hasta sus armas de fuego, propios de los playboys de los 60. En este sentido, Debord decía que “el
espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizadas
por imágenes”. Esta relación social puede traducirse en una base electoral, cuando buena parte de
los votantes de Cambiemos valora (y disfruta) el encarcelamiento de los popes del gobierno
anterior.

Laberintos. Pero esa relación social forjada arduamente de estos dos años se puede volver en
contra, como quedó en evidencia con el caso de Jorge Triaca y su relación con la casera e
interventora del SOMU de San Fernando, Sandra Heredia. Las tecnologías de la comunicación
muestran su capacidad de hacer pública cualquier conversación privada en instantes,
transformando lo opaco en trasparente. De esta forma una noticia de una agencia pequeña como
Opi Santa Cruz llega a las portadas de los grandes diarios nacionales con la fuerza de la voz del
ministro insultando a su ex empleada.

Curiosamente, la indignación provino en mayor medida de los propios votantes del oficialismo,
que reclamaban una medida ejemplar. La pedían fundamentalmente porque al final del día la
situación vulnera la superioridad moral que está en la base del votante de Cambiemos, y perciben
el daño que le provoca a la legitimidad del propio Presidente. La frase de apoyo de Marcos Peña
no los tranquilizó: “Es un error, pero no le va a costar el cargo”. La situación se vuelve aun más
compleja en momentos en que la reforma laboral, la gran apuesta del gobierno nacional para
2018, entra en un terreno empantanado, y algunos funcionarios de primer orden hubieran
preferido que se llevara a cabo en términos más expeditivos que un trabajoso consenso con una
CGT en crisis. Será difícil en este nuevo contexto avanzar con la idea de intervenir una serie de
sindicatos, Camioneros incluido.

La otra gran cuestión son las paritarias de este año, cuando el Gobierno expuso firmemente la
decisión de poner un techo del 15%, a fin de alinearla con el target de inflación anual. Se abre la
pregunta de si el oficialismo estaría dispuesto a suspender las paritarias de este año,
estableciendo el aumento de los salarios por decreto, como era normal hasta 2002. Una decisión
de esa naturaleza no sería una mala noticia para quienes trabajan fuera de convenio, pero podría
marcar una ruptura con los sindicatos de mayor capacidad de negociación colectiva, como
bancarios o mecánicos, y configuraría a todas luces una decisión temeraria.

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