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A la una de la mañana (Charles Baudelaire)

¡Solo por fin! Ya no se oye más que el rodar de algunos coches rezagados y
derrengados. Por unas horas hemos de poseer el silencio, si no el reposo. ¡Por fin
desapareció la tiranía del rostro humano, y ya sólo por mí sufriré!
¡Por fin! Ya se me consiente descansar en un baño de tinieblas. Lo primero,
doble vuelta al cerrojo. Me parece que esta vuelta de llave ha de aumentar mi
soledad y fortalecer las barricadas que me separan actualmente del mundo.
¡Vida horrible! ¡Ciudad horrible! Recapitulemos el día: ver a varios hombres
de letras, uno de los cuales me preguntó si se puede ir a Rusia por vía de tierra -sin
duda tomaba por isla a Rusia-; disputar generosamente con el director de una
revista, que, a cada objeción, contestaba: «Este es el partido de los hombres
honrados»; lo cual implica que los demás periódicos están redactados por bribones;
saludar a unas veinte personas, quince de ellas desconocidas; repartir apretones
de manos, en igual proporción, sin haber tomado la precaución de comprar unos
guantes; subir, para matar el tiempo, durante un chaparrón, a casa de cierta
corsetera, que me rogó que le dibujara un traje de Venustre; hacer la rosca al
director de un teatro, para que, al despedirme, me diga: «Quizá lo acierte
dirigiéndose a Z...; es, de todos mis autores, el más pesado, el más tonto y el más
célebre; con él podría usted conseguir algo. Háblele, y allá veremos»; alabarme -
¿por qué?- de varias acciones feas que jamás cometí y negar cobardemente
algunas otras fechorías que llevó a cabo con gozo, delito de fanfarronería, crimen
de respetos humanos; negar a un amigo cierto favor fácil y dar una recomendación
por escrito a un tunante cabal. ¡Uf! ¿Se acabó?
Descontento de todos, descontento de mí, quisiera rescatarme y cobrar un
poco de orgullo en el silencio y en la soledad de la noche. Almas de los que amé,
almas de los que canté, fortalecedme, sostenedme, alejad de mí la mentira y los
vahos corruptores del mundo; y vos, Señor, Dios mío, concededme la gracia de
producir algunos versos buenos, que a mí mismo me prueben que no soy el último
de los hombres, que no soy inferior a los que desprecio.
Chepita linda (Jaime Sabines):

Hace 3 o 4 días te escribí y aún no he vuelto a recibir carta tuya, pero eso no importa
para escribirte hoy.
En realidad no tengo mucho que contarte, y un examen que tengo hoy en la
noche me aflige y apresura. Sin embargo, mañana hacen dos años de estar juntos
y quería recordártelo.
Quiero decirte que te quiero, que estoy contento contigo, que me siento
satisfecho de ti.
Me siento orgulloso de llamarte mi novia, mi mujer, la mía. No puedo
arrepentirme de quererte. Sé que eres limpia y noble. Y sé que tu amor no me
traiciona.
Me gustas por linda y por buena. Y por saber quererme. Yo sé que en ti puedo
descansar mi corazón. Sé que, como mi brazo, no puedes alejarte. Eres como mi
brazo, como mi corazón.
Ahora te deseo y te quiero, pero no me aflige ni la distancia, ni el amor.
Pasarán estos meses y estarás de nuevo a mi lado; pasarán todas las ausencias
que nos esperen en la vida, y siempre estarás a mi lado, no podremos dejar de estar
juntos; yo bebiendo de ti todo el amor que necesito, y tú encontrando en mí todas
las fuerzas que te faltan. Somos necesarios uno al otro; eso es todo. Ambos nos
damos vida; y fuera de los dos toda intención se frustra. Debemos aceptarlo así y
alegrarnos de ello. Yo, de veras, me alegro. Me alegro de ti y de quererte.
Es posible que te haya hecho daño muchas veces. Es posible que aún te
haga más mal. Pero quiero pedirte que todo lo perdones. Yo siempre he querido
estar seguro de que me quieres como soy, y entonces me he propuesto ser como
soy. Nada me ha detenido. Nada podría tampoco hacerme falso, distinto. Muchas
veces me he puesto a pensar en aquello de Neruda: “amor que quiere libertarse
para volver a amar”. A mí me ha pasado muchas veces, siempre me pasa. Quiero
quererte libremente, yo mismo. Todo lo que trata de detener mi amor, de hacerlo
otro, de encerrarlo, ya sea una fórmula social, una caricia cerrada, o una costumbre,
todo eso me mortifica y me hace huir. Pero tú sabes ya la clave del regreso: tu
humildad, tu fe. Tú misma. No lo olvides. Sabes bien que mientras tú seas tú yo seré
tuyo. Que giro alrededor de ti, que sólo en ti he encontrado paz y alegría. Y que
muchas veces me voy, sólo porque quiero volver.
Que estés guapa y linda. Y que en este segundo aniversario me quieras
tanto, casi tanto como te quiero yo.
Jaime

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